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viernes, 11 de mayo de 2012

PABLO EN CORINTO II


Por José Belaunde M.
Un Comentario al libro de Hechos 18: 7-17

7. “Y saliendo de allí, (Pablo) se fue a la casa de uno llamado Justo, temeroso de Dios, la cual estaba junto a la sinagoga.”
En vista de la negativa de la mayoría de los asistentes a la sinagoga de aceptar sus palabras Pablo sale de ahí y se va a la casa de un hombre “temeroso de Dios”, donde posiblemente se aloja, (dejando aparentemente la casa de Aquila y Priscila que lo habían hospedado hasta ese momento, Hch 18:2). Esa expresión quiere decir que ese hombre justo que se llamaba Justo, era un gentil que creía en el Dios de Israel (Nota 1). Es de notar que buen número de los convertidos a Cristo entre los gentiles eran o “temerosos de Dios”, o prosélitos del judaísmo (2), esto es, conocían la palabra de Dios y reconocían que el Dios de Israel era el Dios verdadero. La casa de este hombre estaba junto a la sinagoga. ¿Por qué estaba ahí? ¿Había buscado ese varón habitar junto a la sinagoga? Más probable es que esa circunstancia casual (pero puesta por Dios) había facilitado que ese hombre creyera en el Dios al que se rendía culto en la sinagoga. Pero para Pablo su casa era un lugar estratégico.

8. “Y Crispo, el principal de la sinagoga, creyó en el Señor con toda su casa; y muchos de los corintios, oyendo, creían y eran bautizados.”
¿Facilitaría la labor de Pablo el que estuviera alojado al lado de la sinagoga, o le traería inconvenientes? Yo me inclinaría a pensar lo primero porque, de hecho, el jefe de la sinagoga creyó en Jesús, y con él toda su casa. ¡Qué extraña circunstancia! El jefe de la sinagoga aceptó el Evangelio, pero la mayoría de los miembros de la asamblea lo rechaza. No hay duda de que la conversión de un personaje importante como Crispo contribuiría mucho al prestigio de la predicación de Pablo, al mismo tiempo que irritaría enormemente a los judíos. Es interesante notar que este Crispo es una de las pocas personas de Corinto, aparte de Gayo, a quien Pablo recuerda haber bautizado personalmente en 1 Cor 1:14.
El texto añade que muchos corintios más –asistieran o no a la sinagoga- oían la palabra y creían. Eso nos recuerda lo escrito por Pablo en Rm 10:17: “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios.” La fe surge en el corazón cuando se oye predicar la palabra de Dios. ¡Cuán importante es predicar la palabra y, sobre todo, predicarla con unción! Nosotros no sabemos cuál será el efecto que tendrán nuestras palabras en los oyentes, pero Dios puede usarlas como semilla para hacer brotar la fe en el corazón de muchos. De ahí que Pablo le instara a su discípulo Timoteo: “Predica a tiempo y a destiempo”. (2 Tm 4:2).
Notemos que en los primeros tiempos de la iglesia los convertidos eran bautizados sin dilación apenas creían (Véase Hch 16:31-33). (3) Por ese motivo el bautismo vino a ser identificado con el nuevo nacimiento. De considerar que el bautismo era el sello del nuevo nacimiento, se pasó a pensar que lo producía.

9,10. “Entonces el Señor dijo a Pablo en visión de noche: No temas, sino habla y no calles; porque yo estoy contigo, y ninguno pondrá sobre ti la mano para hacerte mal, porque yo tengo mucho pueblo en esta ciudad.”
Pablo debe haber tenido algunos temores (justificados como veremos luego) respecto de su seguridad en Corinto debido a la oposición de los judíos, o algunas dudas sobre la conveniencia de continuar predicando en esta ciudad tan pagana y, por tanto, tan reacia al Evangelio, porque el Señor consideró oportuno aparecérsele de noche en visión para animarlo, diciéndole: “No temas, sino habla y no calles”. Esto es, quita todo temor de ti, porque yo te cuido. Tu función es abrir la boca y hablar las palabras que yo ponga en ella (“Abre tu boca y yo la llenaré”, Sal 81:10b), porque si permaneces callado ¿cómo llegará mi mensaje a los que necesitan escucharlo?
Esas palabras, dichas por Jesús a Pablo, creo yo, están dirigidas a todos nosotros. ¿Cuántas veces nos llenamos de temor ante lo arriesgado, o difícil, de la obra que iniciamos, y estamos quizá dispuestos a abandonarla? Pero el Señor nos dice: “No tengas temor. Te he mandado a predicar, así que habla cuando tengas que hablar. Habla a diestra y a siniestra a todas las personas que encuentres, y no calles cuando la discreción o la prudencia pudieran aconsejarte permanecer callado.” “Haz labor de evangelista” le dice Pablo a su discípulo Timoteo (2Tm 4:5). Pablo, siendo apóstol, era antes que nada evangelista. Su misión era anunciar el Evangelio. Nadie predica permaneciendo callado, a menos que lo haga por escrito.
Las palabras siguientes de Jesús eran la base de la seguridad de Pablo y de la nuestra: “Porque yo estoy contigo”. ¡Ah benditas palabras! Si Dios nos respalda y nos apoya no tenemos nada que temer. “Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Rm 8:31) Si Dios está con nosotros nuestro éxito está asegurado, aunque las circunstancias parezcan desfavorables.
Jesús le asegura a Pablo que aunque encuentre oposición, ninguno podrá hacerle daño, ya que él está ahí con un propósito de lo alto. Jesús le dice además que Él tiene “mucho pueblo en esta ciudad”, es decir, que en la ciudad impía de Corinto había mucha gente que tenía necesidad del Evangelio, mucha gente que Jesús había preparado para escucharlo con un corazón dispuesto y que creería. Y, en efecto, la iglesia de Corinto llegó a ser la iglesia más grande fundada por Pablo, y a la cual parece haberle dedicado la mayor atención, y la que era, junto con la de Efeso, la más cercana a su corazón, como lo indican sus cartas.
Es curioso que sea así porque Corinto era una ciudad muy pecadora. Vemos ahí una vez más cómo se cumple la frase: “Cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia” (Rom 5:20). Jesús dijo que Él no había venido por los sanos sino por los enfermos (Mt 9:12). Su embajador, Pablo, tiene una misión semejante: Él tiene que ir donde la necesidad del perdón y de la gracia es más grande, donde están los hombres más corrompidos.
Es interesante que en su primera carta a los Corintios Pablo diga que en esa congregación no había muchos sabios, poderosos o nobles (1Cor 1:26), sino que él había reclutado a lo más vil y miserable de esa ciudad, como bien dice en uno de los pasajes más bellos y profundos del Nuevo Testamento: “sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es.” (1 Cor 1:27,28).
Esa frase nos da una idea de qué clase de personas formaban la congregación de esa ciudad. No es pues de extrañar que le causaran tantos problemas. Pero también nos muestra quiénes son los preferidos de Dios: Los que no tienen mérito propio alguno.

11. “Y se detuvo allí un año y seis meses, enseñándoles la palabra de Dios.”
Pablo se quedó en Corinto un año y medio. Era hasta ahora su estadía más larga en ninguna ciudad. Él conquistó ahí, como el Señor le había anunciado, un pueblo numeroso. El texto dice que les enseñaba “la palabra de Dios”. ¿Hay alguna diferencia entre predicar y enseñar? Sí la hay en sentido estricto, pero es poco probable que Lucas use de manera distinta ambos verbos, porque si bien es cierto que se enseña a los convertidos, también la predicación, que es propiamente proclamación, contiene enseñanza y la escuchan también los convertidos. (4) Era a través de esta enseñanza-predicación cómo Pablo ganaba las almas, que era la meta principal de su ministerio.
¿Podemos imaginar cómo era la predicación de Pablo? En el libro de los Hechos se transcriben varios sermones de Pablo (Hch 13:16-41; 17:22-31; 20:18-35; 22:1-21; 24:10-21; 26:2-23). En tres de ellos él relata cómo se produjo su conversión. Su estilo era fogoso, apasionado, lleno de expresiones, giros e imágenes sorprendentes (como sus cartas), punteado por himnos de alabanza a Dios. Dada la unción del Espíritu Santo que reposaba sobre él, él debe haber sido un orador fascinante. Pero no eran ciertamente sus grandes dotes intelectuales y su elocuencia lo que atraía a sus oyentes –aunque éstas contribuyeran no poco- sino, como siempre ocurre, era la unción del Espíritu lo que hacía que sus oyentes lo escucharan atentamente durante horas, (como se nos señala en Hch 20:7). Es la unción la que pone en boca del predicador las palabras adecuadas, la que le da el énfasis apropiado, la profundidad que sorprende y cautiva.

12,13. “Pero siendo Galión procónsul de Acaya, los judíos se levantaron de común acuerdo contra Pablo, y le llevaron al tribunal, diciendo: Este persuade a los hombres a honrar a Dios contra la ley.”
Lucas es muy exacto en sus referencias tanto históricas como de lugar. Él señala quién era la persona que ese momento era procónsul de la provincia romana de Acaya, el representante del poder imperial. Era nada menos que el hermano del filósofo Séneca, el tutor de Nerón, nacido en España, y un hombre, según parece, de mucho encanto personal. Galión fue procónsul en Corinto entre los años 51 y 53 DC, lo cual parece indicar que el incidente que se narra a continuación ocurrió hacia el final de la estadía de Pablo en esa ciudad.
Los judíos de la ciudad –o un grupo numeroso de ellos- puestos de acuerdo para acallarlo, se apoderaron de Pablo, posiblemente cuando se hallaba predicando en la calle, o cerca de la sinagoga –recordemos que él estaba alojado en casa de Justo, que estaba junto a la sinagoga- y lo llevaron al procónsul con una grave acusación, diciendo que él persuadía a los hombres a “honrar a Dios contra la ley”.
El verbo usado es interesante, “persuadía” (anapeízei), es decir, convencía. Los judíos se habían dado cuenta de que Pablo, en efecto, estaba ganando para el Evangelio a muchos, convenciéndolos de la verdad de su mensaje. Esto no podía menos que
alarmarlos. Si Pablo no hubiera tenido éxito en su predicación no le hubieran dado importancia. Pero él estaba ganando a muchos, posiblemente a gentiles prosélitos que, como resultado, dejaban de asistir a la sinagoga.
No lo acusaban de negar el culto debido a Dios, sino de hacerlo en una forma contraria a la ley. ¿De qué ley se trata? Por la respuesta de Galión (v.14) podemos ver que no se trataba de la ley romana –lo que hubiera concitado su atención- sino de la ley judía, es decir de la Torá.
¿De qué manera chocaba la predicación de Pablo con la Torá? Posiblemente, fiel a su mensaje, Pablo negaba -como lo hace muy elocuentemente en la epístola a los Gálatas– que para salvarse era necesario circuncidarse y cumplir con todas las prescripciones de la ley de Moisés la cual, con la muerte y resurrección de Jesús, había caducado. Esta afirmación chocaba de frente con las premisas del judaísmo.

14,15. “Y al comenzar Pablo a hablar, Galión dijo a los judíos: Si fuera algún agravio o algún crimen enorme, oh judíos, conforme a derecho yo os toleraría. Pero si son cuestiones de palabras, y de nombres, y de vuestra ley, vedlo vosotros; porque yo no quiero ser juez de estas cosas.”
Al empezar Pablo a hacer su defensa, Galión se dio cuenta inmediatamente de que era un asunto relativo a las creencias judías y que no se trataba de algún delito de orden civil o penal del que él tuviera que ocuparse. Y se lo dice directamente a los acusadores de Pablo: Las cosas de que ustedes lo acusan son asuntos relativos a vuestra religión y “yo no quiero ser juez de esas cosas.” Es decir, no me vengan ustedes a quererme mezclar en los asuntos de su religión, que no entiendo ni me competen.

16. “Y los echó del tribunal.”
Galión muestra cierta impaciencia con los judíos pues se dice que los echó del tribunal, o los hizo echar, posiblemente de mala manera. Es de notar que en ese entonces los romanos no hacían distinción entre la religión judía y el naciente cristianismo. Éste a lo sumo era una variante de la religión lícita del judaísmo, es decir una religión a la cual ellos reconocían legalmente, dando a los judíos la libertad de practicar una religión diferente a la oficial, y eximiéndolos del culto a los emperadores. Tan pronto como ellos se dieron cuenta de que la fe en Cristo era una religión diferente a la judía, el Evangelio dejó de gozar de la protección de la ley y, declarada ilegal, comenzó a ser perseguida. (5)
Es importante notar que el mensaje de Pablo exponía al cristianismo a la persecución, porque se apartaba del judaísmo al considerar obsoletas las prescripciones de la ley. Pablo era conciente de que ése era un riesgo que era necesario tomar, porque si a los gentiles que creyeran en Jesús se les hubiera exigido circuncidarse, como hacían los judíos, el Evangelio hubiera encontrado escasos seguidores entre los no judíos. La circuncisión no sólo era para un adulto una operación dolorosa, sino que era considerada por los griegos –cultores del cuerpo- como una mutilación inaceptable. No obstante, la sentencia dictada en ese momento por un funcionario de prestigio como Galión, descartando las acusaciones de la sinagoga, constituyó entretanto a los ojos de los romanos, una legitimización del ministerio de Pablo, reconociendo que formaba parte de una religión protegida por las leyes.

17. “Entonces todos los griegos, apoderándose de Sóstenes, principal de la sinagoga, le golpeaban delante del tribunal; pero a Galión nada se le daba de ello.”
La escena que se describe acá es muy singular. Ahí están los miembros de la sinagoga que han traído a Pablo para acusarlo de delitos de los que el procónsul no quiere saber nada, porque son asuntos concernientes a la religión de los judíos, no de algún crimen que cayera bajo la jurisdicción romana, cuando los “griegos”, es decir, la multitud que había sido atraída por el tumulto, en gran parte por curiosidad, comenzó a golpear al líder de los acusadores, a Sóstenes, principal de la sinagoga (que posiblemente había sucedido a Crispo en ese cargo).
¿Por qué lo golpeaban? En son de burla, por escarnio. Pero esos sentimientos no justifican una golpiza. Yo pienso que la reacción agresiva de los espectadores era una manifestación del sentimiento antijudío que ya se había hecho visible en otros lugares, como en Alejandría el año 38 DC, donde había habido un gran tumulto seguido de una gran matanza de judíos.
Este sentimiento antijudío, muy difundido en el Mediterráneo, era una reacción al hecho de que los judíos se mantenían aparte, guardaban un día de descanso semanal, y no participaban del culto al emperador, ni en el culto idolátrico a los dioses de los templos paganos. No obstante es un hecho, corroborado por Josefo, que muchos gentiles eran atraídos al judaísmo por su costumbre de guardar un día de descanso a la semana.
Esta antipatía generalizada, sin embargo, explica que al procónsul no le importara el desorden que la multitud estaba causando en su tribunal, ni el maltrato del que fue víctima Sóstenes, que era una autoridad de los judíos. El tribunal debe haber sido, dicho sea de paso, una plataforma elevada abierta, semejante al pretorio donde Poncio Pilatos juzgó a Jesús en Jerusalén (Mr 15:16).
Hay quienes creen que ese Sóstenes es el mismo “hermano Sóstenes” que figura al comienzo de la 1ra epístola a los Corintios (1:1) unido a Pablo en su saludo a los destinatarios de la carta, hipótesis muy probable, porque ¿por qué motivo lo habría Pablo unido al saludo a la iglesia de esa ciudad sino fuera porque era conocido de ellos por haber liderado la acusación frustrada contra Pablo? Si esta especulación fuera cierta cabría preguntarse ¿qué fue lo que motivó a Sóstenes a creer en lo que inicialmente rechazaba? Los caminos de Dios son inescrutables, y su gracia tiene maneras sorprendentes para tocar los corazones. Si Pablo fue inicialmente un perseguidor de Cristo, y luego se convirtió en heraldo del Evangelio ¿qué de extraño tiene que quien se opusiera inicialmente al mensaje que predicaba Pablo se convirtiera después en su compañero?
Eso encierra una enseñanza para nosotros. Nunca debemos negarnos a predicar al incrédulo, o al pecador más obcecado, porque no sabemos de qué manera puede el Espíritu Santo usar nuestras palabras.

Notas: 1. Según algunos manuscritos se llamaba Titius Justus. Por su nomen y cognomen podemos ver que era ciudadano romano. Si su praenomen era Gaius, es posible que se tratara del mismo Gayo que Pablo menciona entre los que él bautizó personalmente (1Cor 1:14).
2. Aunque algunos no aceptan que haya alguna diferencia en el significado de “temerosos de Dios” y “prosélitos”, es indudable que esos términos se refieren a dos categorías de adherentes gentiles a la religión judía. Los primeros (sebómenoi/phoboúmenoi ton Zeón) eran personas que adoraban al Dios de Israel y acudían a la sinagoga –y posiblemente seguían algunas de las prácticas judías- pero sin someterse a todos los requisitos de la ley. Ejemplos de esta categoría son el centurión Cornelio (Hch 10:2), el eunuco de la reina Candace (Hch 8:26ss) y Justo. (Véase también Hch 13:16,26; 17:4,17). Los segundos (prosélutoi, en hebreo ger) eran gentiles que se hacían circuncidar y, por tanto, se obligaban a cumplir toda la ley. En Hch 6:5 uno de los diáconos, Nicolás, es identificado como prosélito. Véase también Mt 23:15 y Hch 2:10.
3. No como vino a ser costumbre después, que el bautismo era administrado a los convertidos después de un período interino de instrucción, por lo que se les llamaba “catecúmenos” del griego catejoúmenos = el que se instruye.
4. Enseñar en griego es didásko, de dónde vienen las palabras didáskalon (maestro) y didajé (enseñanza); encierra el propósito de influir en el entendimiento del que escucha y de formar su voluntad impartiendo conocimiento. Kerússo significa predicar, proclamar, como lo hace un heraldo (kérux).
5. Es posible que eso ocurriera por influencia de Popea, la mujer de Nerón, que era simpatizante del judaísmo, porque a partir del matrimonio del emperador el año 62 DC, la actitud complaciente del Imperio hacia el cristianismo empezó a cambiar, un vuelco que culminó con la acusación falsa de que los cristianos habían provocado el incendio de Roma (en realidad lo había provocado el propio Nerón) lo que dio lugar a la primera de las feroces persecuciones que los cristianos sufrirían durante dos siglos y medio.


Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
   “Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#725 (06.05.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

viernes, 4 de mayo de 2012

PABLO EN CORINTO I


Por José Belaunde M.
PABLO EN CORINTO I
UN COMENTARIO AL LIBRO DE HECHOS 18:1-6

1. “Después de estas cosas, Pablo salió de Atenas y fue a Corinto.”
El Capítulo 18 narra una etapa muy importante en el ministerio de Pablo, cuando él, partiendo de Atenas, se fue a Corinto, ciudad muy importante en la Grecia de entonces y en la cual él no había estado aún. (Nota 1)
2,3. “Y halló a un judío llamado Aquila, natural de Ponto, recién venido de Italia con Priscila su mujer, por cuanto Claudio había mandado que todos los judíos saliesen de Roma. Fue a ellos, y como era del mismo oficio, se quedó con ellos, y trabajaban juntos, pues el oficio de ellos era hacer tiendas.”
En Corinto Pablo encontró a una pareja de esposos, judíos convertidos, que habían de desempeñar más adelante un papel muy importante en su ministerio. Sus nombres eran Aquila y Priscila. (2) Ellos habían salido de Roma, en donde vivían, a causa de una orden del emperador Claudio, que había expulsado a todos los judíos de esa ciudad.
Esa orden del emperador fue causada por disputas que habían surgido entre los judíos convertidos a Cristo y los que permanecían en el judaísmo, y que habían generado disturbios. (3) Los romanos en ese momento no hacían distinción entre unos y otros judíos, porque seguramente la mayoría de los cristianos de Roma eran judíos. Cuándo y de qué manera esos judíos habían abrazado la fe en Cristo, y quién les había predicado, no lo sabemos. Pero es posible que el Evangelio se difundiera en la capital del imperio gracias a los peregrinos procedentes de esa ciudad que estuvieron presentes en Jerusalén cuando Pedro predicó el día de Pentecostés (Hch 2:10), y que, tornados a Roma, comenzaron a predicar a sus connacionales.
Podríamos preguntarnos ¿cómo encontró Pablo a esta pareja de esposos cristianos? No lo sabemos pero es posible que fuera asistiendo a la sinagoga, o simplemente preguntando. Pero fue ciertamente la Providencia la que arregló el encuentro entre Pablo y estos esposos que se convertirían después en valiosos colaboradores suyos (Rm 16:3,4 y 1 Cor 16:19).
Por de pronto lo que los unía era el mismo oficio, el de fabricantes de tiendas (o grandes carpas). Éstas eran una modalidad de vivienda muy usada entonces, en parte por las personas que habitaban en los bordes de la ciudad, pero sobre todo por los comerciantes que viajaban de lugar en lugar, así como por las tribus nómadas.
Es interesante que se diga que eran del mismo oficio, porque hasta ahora no habíamos leído en Hechos que Pablo tuviera alguna ocupación artesanal. Pero todos los judíos de aquella época aprendían un oficio, aunque no vivieran de él. (4) Antes de ser alcanzado por el Señor Pablo era un fariseo celoso (Gal 1:13,14) que estaba al servicio de las autoridades, y es muy posible que por ese motivo no tuviera necesidad de ganarse el sustento con las manos (aunque en rigor no lo sabemos pues él guarda silencio sobre este punto).
En su segunda carta a los tesalonicenses (escrita el año 50 DC, estando en Corinto) él les dice que cuando estuvo con ellos, él no usó de su derecho de ser mantenido por la iglesia (2Ts 3:7-9); derecho que él defiende elocuentemente en 1Cor 9:4-15. Al inicio de su estadía en Corinto él hizo lo mismo predicándoles “de balde”, tal como les dice en 2Cor 11:7, y también da a entender en 1Cor 9:12 y Hch 20:34. Es probable que al inicio de su predicación Pablo fuera renuente a recibir dinero por su labor apostólica, siguiendo la costumbre de los rabinos que veían mal que se les pagara por enseñar, al contrario de los filósofos griegos que eran pagados por sus alumnos.
4. “Y discutía en la sinagoga todos los días de reposo, y persuadía (o trataba de persuadir) a judíos y a griegos.”
Este versículo nos dice varias cosas. Una es que era entonces una costumbre establecida que los judíos asistieran a la sinagoga todos los sábados, donde había a la vez culto y enseñanza. Lo segundo es que las sinagogas eran también centros de reunión en los que había intercambios de opiniones, que podían ser acalorados. Y lo tercero es que a ellas acudían no sólo los judíos, sino también los llamados “prosélitos” gentiles. (5) Estos prosélitos y temerosos de Dios, como el centurión de Capernaúm (Mt 8:5-13; Lc 7:2-9) o el de Hechos 10, eran personas no judías que se sentían atraídas por la religión de Israel, sea por su alta concepción de la divinidad, o por su moralidad exigente.
Acudir a la sinagoga los sábados le daba a Pablo oportunidad de anunciar el Evangelio a personas que conocían las Escrituras. Es obvio que muchos de los asistentes no estaban de acuerdo con lo que él sostenía, -esto es, que Jesús era el Mesías esperado por Israel- y, por tanto, se le oponían. No obstante, el texto dice que “persuadía” (6), es decir, que muchos se dejaban convencer por sus argumentos y, podemos suponerlo, creían. Pablo encontraba en las sinagogas que había en muchas de las ciudades griegas, una audiencia preparada para escuchar su mensaje.
Los historiadores han observado que la dispersión del pueblo judío por todo el Mediterráneo y por el Oriente Medio, fue un medio que Dios en su providencia dispuso para facilitar la rápida expansión del cristianismo por esos territorios. Sin la amplia presencia de las sinagogas en las ciudades de Oriente y Occidente la predicación del Evangelio hubiera sido más lenta y difícil.
Hoy día se tiende a ignorar que el cristianismo se extendió también hacia el Este de Israel a Babilonia y Persia, y más allá hasta la India y China, y que las iglesias de esos vastos territorios tuvieron una vida rica en el espíritu, en sabiduría y en prestigio, que sobrevivió a la invasión del Islam en el siglo VIII, hasta que fueron suprimidas cruelmente por los mongoles en el siglo XIV, cuando éstos se convirtieron al Islam. (Véase “The Lost History of Christianity” de Philip Jenkns, y “The Expansion of Christianity” de Timothy Yates).
5. “Y cuando Silas y Timoteo vinieron de Macedonia, Pablo estaba entregado por entero a la predicación de la palabra, testificando a los judíos que Jesús era el Cristo.”
Silas y Timoteo, compañeros de Pablo, se habían quedado en Berea cuando Pablo fue llevado a Atenas debido a los disturbios que los judíos de Tesalónica habían suscitado en su contra en la primera de las ciudades nombradas. (Hch 17:10-15).
Cuando ambos se reunieron con Pablo en Corinto hallaron que éste se encontraba “entregado por entero a la predicación”. Esas palabras quieren decir que él le dedicaba a la predicación todo el tiempo que el ejercicio de su oficio le permitía, a menos que indique que a partir de cierto momento él empezara a recibir ayuda económica de otras iglesias, tal como escribe en 2Cor 11:8,9 (cf Flp 4:10-12).
¡Qué bien caracterizan a Pablo esas palabras entre comillas! Él estaba enteramente entregado –su alma, su boca, su vida- a la obra que Jesús le había encomendado. Ya él no vivía para sí sino para su Señor (Rm 14:8), y estaba incluso dispuesto a morir por Él. El amor de Dios, que él mismo dice se había derramado en su corazón (Rm 5:5), había copado enteramente su vida.
Nosotros nos dedicamos en mayor o menor grado a las cosas de Dios en la medida en que el amor de Dios haya copado nuestro corazón. Es el amor, mucho o poco, que tengamos lo que nos impulsa a dedicarnos a su obra. Pero no todos podemos dedicarle por entero nuestras energías y nuestro tiempo porque tenemos otras obligaciones y otras responsabilidades que atender. Por eso es que, según Pablo dice en otro lugar, el ideal sería que todos fueran como él, célibe, para que ningún otro afecto u obligación nos impida dedicarle al Señor nuestra vida entera. Pero también escribe él que no todos tienen ese don (1 Cor 7:7-9), ni los ha llamado el Señor a todos a una dedicación exclusiva.
Pero aun teniendo esas obligaciones que la vida nos impone y que no podemos descuidar, en todo lo que hagamos para el Señor debemos poner todo nuestro amor. Y es ese amor lo que nos dará poder y eficacia.
Esa es una norma que se aplica a todas las actividades del ser humano. Su eficacia depende de cuánto invierta él de sí mismo, de cuánto amor ponga en lo que hace. La tibieza, la indiferencia, son garantía de mediocridad, o de fracaso.
Buena parte de la labor evangelística de Pablo estaba dedicada a testificar a los judíos de la ciudad que ese Jesús, a quien las autoridades de Jerusalén habían hecho matar, era el Mesías esperado por Israel. Pero sus oyentes judíos se negaban a aceptarlo. ¿Cómo podían, en efecto, hacerlo sin admitir que sus autoridades se habían equivocado y que habían pecado gravemente contra Dios al condenar a Jesús? Muy pocos eran los judíos que abrían su mente a lo que Pablo les decía porque estaban atados espiritualmente a la decisión que los suyos habían tomado en Judea. En cambio eran muchos los gentiles que creían y aceptaban el mensaje que les traía Pablo.
Es singular el hecho de que el conocimiento de las Escrituras que tenían los judíos no facilitara su aceptación del mensaje del Evangelio, sino que más bien lo dificultara. ¡Cuántas veces ocurre que el conocimiento de las cosas sagradas (que envanece) y la erudición cierran los oídos a la verdad!
En la predicación de Pablo se cumplía lo que anunció el profeta Isaías: “llamarás a gente que no conocías y gente que no te conocían correrán a ti.” (Is 55:5)
6. “Pero oponiéndose y blasfemando éstos, les dijo, sacudiéndose los vestidos: Vuestra sangre sea sobre vuestra propia cabeza; yo, limpio, desde ahora me iré a los gentiles.”
Los judíos no sólo contradecían los argumentos que les presentaba Pablo –podemos suponer con la fogosidad que lo caracterizaba- y discutían con él, sino que blasfemaban del nombre de Cristo, por cuyo motivo, él terminó por convencerse de que era inútil que siguiera tratando de ganarlos a su causa. Su obstinación no tenía remedio. Entonces él hizo un gesto simbólico sacudiendo sus vestidos, como quien se limpia del polvo que hubiera podido ensuciarlos (esto es, las palabras de sus opositores) antes de alejarse.
Se recordará que cuando Jesús envió a sus discípulos de dos en dos a predicar por los pueblos, Él les dijo que si los pobladores de algún lugar se negaban a recibir su mensaje, no insistieran sino que se sacudieran el polvo de sus pies como testimonio contra ellos, y se fueran a otro lugar (Lc 9:5; 10:11). Pablo y Bernabé mismos habían hecho ese gesto en otra ocasión (Hch 13:51).
El gesto de sacudirse el polvo de los vestidos estuvo acompañado de las palabras “vuestra sangre sea sobre propia vuestra cabeza”. Es decir, caiga sobre vosotros la culpa de vuestra condenación. Esta es una expresión muy común en el Antiguo Testamento (2S 1:16; Lv 20:9,12,13,16) que figura también en otro lugar en el Nuevo Testamento en términos ligeramente diferentes (Hch 5:28; véase además Mt 27:25), y que significa “cargar con la culpa”.
Para entender plenamente el significado de esas palabras hay que leer el libro del profeta Ezequiel, que recibe del Señor el encargo de amonestar al pueblo de Israel para que se arrepienta de sus pecados y se convierta, como un atalaya cuyo deber es advertir a la ciudad de la proximidad del enemigo, y que cierre sus puertas. Si el atalaya no cumple con su misión de advertir el peligro, la culpa de las muertes que se produzcan recaerá sobre él, porque no advirtió a la gente. Pero si el atalaya toca la trompeta en señal de alarma y los habitantes de la ciudad no se preparan para defenderse “su sangre será sobre su cabeza”, es decir, la responsabilidad de su muerte recaerá sobre los que no se defendieron y el atalaya estará libre de culpa. (Véase Ezequiel 3:16-21 y 33:1-19, en especial 3:20,21 y 33:4,6,8; así como también Jr 26:15).
Pablo cumplió con su deber de predicar el Evangelio a los judíos (Rm 1:16). Si ellos se niegan a creer él queda limpio de responsabilidad y puede entonces con una conciencia clara volverse hacia los gentiles. El rechazo de los primeros abre las puertas para predicar a los segundos (Rm 11:11).
Notas: 1. Observando un buen mapa se podrá notar que Grecia está dividida en dos partes: Grecia central y la península del Peloponeso, que están unidas por un estrecho istmo en cuyos lados hay dos bahías: una hacia Occidente, y la otra hacia el Oriente, en las cuales se ubican dos puertos, Lequeo y Cencrea. Corinto se encuentra en el lado occidental del istmo.
La situación excepcional de Corinto le dio desde temprano el control del flujo comercial entre las dos partes de Grecia, y entre el Este y el Oeste, lo que la convirtió en una ciudad muy rica y, a la vez, en un emporio comercial, financiero e industrial.
La ciudad fue arrasada el año 146 AC por los romanos por oponerse al yugo imperial pero, reconociendo su ubicación estratégica, Julio César ordenó su reconstrucción el año 46 AC, y llegó a ser una ciudad muy bella. (Un dicho romano decía: “No a todos es dado ver Corinto”). El año 27 AC César Augusto la hizo capital de la provincia romana de Acaya.
La ciudad estaba dominada por una formación rocosa de más de 500 metros de altura, en donde se encontraba el Acrópolis corintio, que contenía, entre otros templos, uno dedicado a Afrodita, la diosa del amor, en donde había mil prostitutas sagradas a disposición de los devotos de la diosa. Este culto dio origen a la fama de inmoralidad que tuvo la ciudad, notable aún en una civilización licenciosa, al punto que se acuñó un verbo, “corintear”, que podríamos traducir libremente como “juerguear”.
Al detenerse en Corinto dieciocho meses para evangelizarla Pablo confrontó los problemas típicos de una ciudad cosmopolita, rica e impía, cuyos pecados se filtraban en la iglesia, según dan testimonio las dos cartas que se han conservado de las cuatro que dirigió a los cristianos de la ciudad.
2. El hecho de que Lucas mencione en otros pasajes a Priscila primero que a su marido (Hch 18:18,26) y que Pablo también lo haga (Rm 16:3), así como que en otro lugar la llame por su nombre formal, Prisca (2Tm 4:19), ha dado lugar a dos elucubraciones diferentes. Una, que ella era más activa en el evangelismo que su marido. Y la otra, que ella pertenecía a la familia aristocrática de la gens Prisca.
3. El historiador romano Suetonio da como razón de la expulsión los disturbios provocados por instigación “de un tal Chrestos”, lo que posiblemente se refiere a la predicación acerca de Cristo.
4. El rabino Judá ha Nasi escribió: “El que no enseña a su hijo algún oficio, le enseña a ser ladrón”.
5. En el Nuevo Testamento la palabra “griego” es casi siempre usada como sinónimo de “gentil”, es decir, de no judío.
6. Los significados del verbo “peizo” incluyen en el pasivo el sentido de “creer”; y en el modo activo el de “convencer”.

NB. Con mucho pesar debo comunicar a los que no están ya informados, la muerte de Charles (Chuck) Colson, el pasado 21 de abril, como consecuencia de un infarto cerebral. Su ausencia se va sentir grandemente en el campo evangélico y en el de la colaboración entre todas las iglesias y denominaciones, de la que él fue un decidido promotor.
Él era abogado de la Casa Blanca cuando se produjo el escándalo de Watergate, que llevó al Presidente de los EEUU, Richard Nixon, a renunciar a su cargo en 1974. Él era considerado entonces el genio maligno detrás del Presidente por su falta de escrúpulos. Chuck fue juzgado y condenado a prisión por “obstrucción de la justicia”. Sin embargo, él se había convertido antes de ser encerrado, y aunque pudo haber eludido la condena, aceptó pasar un tiempo en la cárcel.
Su permanencia de varios meses bajo rejas le abrió los ojos respecto de la terrible condición espiritual de los presos y del desamparo legal que sufrían muchos de ellos. Esa experiencia lo llevó a formar a su salida el ministerio de “Prison Fellowship”, el primero de su género organizado en su nación, y que se extendió a muchos países, dando asistencia espiritual y legal a los presos. En el Perú dio origen a “Fraternidad Carcelaria” y otras organizaciones afines. El libro en que narró su experiencia, “Born Again” (“Nacido de Nuevo”), se convirtió en un best seller. Que un hombre con los antecedentes de Colson pudiera ser usado poderosamente por el Señor es uno de los milagros que hace la gracia.
Imposible resumir en unas pocas líneas la amplitud de actividades que desplegó Colson en los años subsiguientes. Mencionaré solamente, aparte de los más de una docena de libros que publicó, solo o en colaboración con otros autores, la fundación del “Colson Center”, que se dedicó a difundir lo que llamaríamos en español la concepción cristiana de la vida aplicada a la sociedad, organizando foros de discusión y promoviendo publicaciones; el programa radial diario de un minuto “Breakpoint”, iniciado en 1991, cuyo texto se enviaba por correo electrónico a todos los que se suscribieran (yo no he dejado de leerlo durante años), y en el que abordaba, desde la perspectiva cristiana, temas de actualidad, a veces candentes.
Por último citaré la “Declaración de Manhattan”, dedicada a afirmar la santidad de la vida, el matrimonio tradicional y la libertad religiosa, que ha sido firmada por más de medio millón de cristianos de todas las denominaciones.
Colson había librado algunos años atrás una denodada batalla contra el cáncer, de la que salió victorioso, y estuvo envidiablemente activo, pese a sus ochenta años, hasta pocos días antes de su muerte.



Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, haciendo una sencilla oración como la que sigue:

   “Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#724 (29.04.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

viernes, 27 de abril de 2012

SANTOS PARA SER SANTOS


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
SANTOS PARA SER SANTOS

Pablo empieza su primera carta a los corintios con un saludo dirigido a los santos que son "llamados a ser santos". Aquí parece que hay una contradicción, un sin sentido. Aquellos a quienes escribe esa carta ¿son santos o no son santos? Si son santos ¿cómo pueden ser llamados a ser lo que ya son?

En realidad lo que Pablo escribió dice así: "a la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo..." (1Cor 1:2).

En otro lugar de la misma epístola él escribió: "...ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido  justificados en el nombre del Señor Jesús y por el Espíritu de nuestro Dios." (1Cor 6:11).

Nosotros hemos sido santificados, cuando fuimos justificados, regenerados, esto es, cuando nos convertimos a Dios. Esto quiere decir que en ese mismo momento fuimos apartados para Dios, consagrados a Él, para llevar una vida de santidad.

Hay una santidad a la que nosotros tenemos derecho, una santidad potencial, una santidad de "posición", como dice la teología, que fue ganada para nosotros por Cristo en la cruz; y una santidad efectiva, actual, que se manifiesta en nuestros hechos y que se conquista poco a poco. Pero ser o no ser santo en la práctica para el cristiano no es una opción, es una obligación: Dios nos llama a ser santos. Nos llama a todos, sea que vivamos en el mundo como profesionales, como empleados  o como amas de casa; que seamos pobres o millonarios; sea que vivamos como eremitas en el desierto, o como misioneros en el lugar más apartado de la tierra. Nos llama a todos, sea cual sea nuestra ocupación o nuestra situación en la vida. Esa es parte de nuestra tarea, santificarnos. No tiene escapatoria.

Eso puede parecer un poco extraño a la mayoría de las personas de nuestra cultura, para quienes ser cristiano significa creer vagamente en Dios y luego hacer lo que le da a uno la gana, con tal de que no haga daño a nadie, o no mucho daño, e ir los domingos, o de vez en cuando, a la iglesia. Eso ya es bastante.

Pues están equivocados. No es bastante, ni mucho ni poco. Está muy lejos de satisfacer los requisitos de ser cristiano, porque serlo quiere decir, para comenzar, ser santo, como dice el apóstol Pedro en su primera epístola, repitiendo las palabras que el propio Dios proclama en el libro del Levítico: "sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir, porque está escrito: SED SANTOS COMO YO SOY SANTO...". (1P 1:15,16; cf Lv 11:44,45;19:2).

Ahora bien ¿qué cosa es ser santo? Tenemos la noción de que el santo es un ser especial, diferente del común de los hombres, un ser místico, etéreo; algo que no está al alcance de la mayoría de los hombres.

Quizá ha habido santos y santas que eran seres un poco especiales, como del otro mundo. Pero, no nos engañemos. La mayoría de los llamados "grandes santos" de la Biblia o de la historia del cristianismo, como por ejemplo, el apóstol Pablo o el profeta Elías, eran seres humanos comunes y corrientes como nosotros, con cualidades y defectos parecidos a los nuestros; con sus virtudes y sus pasiones, como dice la epístola de Santiago: "Elías era un hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras..."  (St 5:17).

Ellos se diferenciaban del común de los hombres en que habían recibido un llamado especial de Dios y en que, ayudados por su gracia, habían avanzado más que nosotros en el camino trazado por Dios. Pero no eran diferentes a lo que nosotros somos, y nuestras luchas y nuestras debilidades no les eran ajenas.

Para el cristiano una buena definición de la santidad es decir que consiste en "reflejar el carácter de Cristo" en nuestra vida y en nuestra conducta. O, dicho de otra manera, que nuestro carácter se haga en todo conforme al carácter de Jesús. Eso es aquello a lo que el apóstol Pablo se refiere cuando dice que "nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor." (2Cor 3:18).

El que es como Cristo en su ser interior, inevitablemente lo será también en lo exterior. El apóstol Juan escribe: "El que dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo" (1Jn 2:6). Andar como Él anduvo es comportarse como Él se comportaba, hablar como Él hablaba, hacer las cosas que Él hacía y cómo Él las hacía, amar como Él amaba, sacrificarse como Él se sacrificaba. ¿Hacer también milagros como Él los hacía? No necesariamente, aunque pudiera darse como consecuencia de lo anterior (Nota 1). Pero es imposible actuar como Jesús si uno no se le parece por dentro. Y si tratara de actuar cómo Él sin ser como Él, sería un gran hipócrita.
Todos quisiéramos parecernos a Jesús -aunque no creo que en su muerte; hasta allí no llegamos- y se han escrito muchos libros sobre cómo alcanzar esa meta de asemejarnos a Jesús. San Pablo escribió: "Sed imitadores de mí como yo lo soy de Cristo." (2).

Reflejar su carácter, ser como Él era, es algo que no se obtiene haciendo esfuerzos de voluntad, simplemente queriendo, así como no se llega a ser ingeniero, o de otra profesión, por el mero hecho de querer serlo. Así como hay un camino para llegar a tener un título profesional y seguir determinada carrera, de igual manera hay un camino que seguir para llegar a ser santo en los hechos.

¿Cuál es? Jesús lo dijo en pocas palabras, y me temo que les parezca demasiado simple: "Amar a Dios con toda nuestra alma, con todo nuestro ser y con todas nuestras fuerzas...Y (amar) al prójimo como a sí mismo." (Mt 22:37,39). Esto es algo que se dice fácilmente, pero que no se hace así de fácil. Porque todos amamos mucho a Dios y un poquito al prójimo, si es que lo amamos.

Una buena parte de la tarea inicial consiste en darnos cuenta de que si amamos un poquito al prójimo, amamos también un poquito a Dios. El amor que tenemos por Dios se manifiesta en la manera cómo amamos al prójimo. Es su medida. No se manifiesta en la forma cómo le alabamos y cantamos en la iglesia, aunque eso ayude, porque puede ser una cosa puramente emocional. El amor a Dios se expresa en el amor que tenemos por sus criaturas. San Juan lo dijo muy claro: "Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano padecer necesidad y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?” (1Jn 3:17).

Uno no puede amar mucho a Dios y despreciar o aborrecer al prójimo al mismo tiempo. Si desprecia o maltrata al prójimo, desprecia a Dios que creó al prójimo.

Para llegar a amar mucho al prójimo, como Dios quiere, hay que superar el egoísmo, vencerlo, porque ése es nuestro mayor obstáculo. A veces pensamos que el obstáculo mayor para llegar a ser santos es la sensualidad. Y es cierto que nuestra concupiscencia es un gran impedimento. Pero mucho mayor lo es el egoísmo.

El egoísmo no es otra cosa sino amor inflado de sí mismo. Jesús dijo que deberíamos amar al prójimo como a nosotros mismos. Amarse a sí mismo es algo innato, viene de fábrica. Pero si el amor a sí mismo ocupa todo el espacio de nuestro corazón, ya no hay lugar para el amor al prójimo. Se requiere hacer un balance, un equilibrio entre los dos amores, amarnos menos a nosotros mismos a fin de poder amar más al otro. Para ello es indispensable morir a sí mismo. ¡Y qué bien Jesús lo dijo!: "Si alguno quiere venir en pos de mí (esto es, ser como Él) niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame." (Mt 16:24).

Negarse a sí mismo es pues uno de los caminos de la santificación. Negarse las cosas que a uno le agradan para satisfacer las necesidades del prójimo, sacrificarle nuestras comodidades, nuestro tiempo, etc. Es necesario para todo el que quiera ser santo -esto es, semejante a Jesús- porque eso fue lo que hizo Jesús a lo largo de su vida, desde que vino a la tierra, sacrificar su comodidad, su conveniencia, en aras del bien ajeno.

Pero no es suficiente amar al prójimo como a sí mismo. Es necesario ir más allá. Jesús dijo que si queríamos ser perfectos como Él lo era debemos: “Amar a nuestros enemigos, bendecir a los que nos maldicen, hacer el bien a los que nos aborrecen, y orar por los que nos ultrajan y persiguen.” (Mt 5:44). Si no lo hacemos estamos muy lejos de ser santos. Se dirá que eso sí es realmente difícil. Lo es. No lo niego, pero es un requisito que Jesús mismo puso y nos dio ejemplo (Lc 23:34).

Eso nos lleva a otro medio indispensable para progresar en el camino de la santificación, que es rendir nuestra voluntad a la de Dios, para obedecerla en todo. La voluntad de Dios se expresa en términos generales en el Decálogo -que se supone todo creyente cumple fielmente- y en términos más puntuales y concretos, que diríamos especializados, en numerosos pasajes del Nuevo Testamento, como el sermón del monte y otros, que constituyen la ley de Cristo, y que deberíamos conocer de memoria, porque necesitamos ajustar nuestras "acciones y reacciones" a ellos.

Pero es innegable que a veces estamos perplejos acerca de lo que Dios quiere de nosotros en ciertos momentos, porque no todas las situaciones que enfrentamos están cubiertas por su palabra. Una de las maneras más seguras de hacer la voluntad de Dios en esos casos, cuando tenemos que escoger entre dos caminos a seguir y no sabemos por cuál decidirnos porque la Biblia no lo expresa de una manera definida, es hacer lo que menos nos atrae o nos agrada en ese momento. ¿Con qué base digo eso? Porque la voluntad de Dios para nosotros en cada instante suele estar en el camino estrecho, no muy placentero quizá de seguir, pero seguro; no en el camino ancho, con sus comodidades y placeres, que nos facilita las cosas, y por donde caminan seducidos los que se dirigen a su perdición. (Mt 7:13,14).

Nuestro progreso en la santificación está pues ligado al hacer la voluntad de Dios en todo, en contra de nuestra tendencia innata que es hacer siempre nuestra propia voluntad y darnos gusto. Hacer la voluntad de Dios no sólo en lo grande, sino también en lo pequeño, en lo cotidiano, esto es, en las minucias de la vida diaria. Debemos reconocer que es difícil porque requiere vencer las tendencias de la carne que no han muerto en nosotros. Pero la vida de Jesús, aun antes de la pasión, recordémoslo, no fue un camino de rosas, sino estuvo sembrado de espinas.

Hacer la propia voluntad en todo, dicho sea de paso, es lo que suelen hacer los que están apartados de Dios, (los incrédulos, y los cristianos nominales) y eso es lo que suele condenarlos. Lamentablemente muchos de los que se convierten siguen haciéndola porque están acostumbrados a ello y les cuesta abandonarlo.

Obedecemos además a la voluntad de Dios siguiendo las inspiraciones del Espíritu Santo que habla en nuestro interior con una voz al principio apenas perceptible, pero que, a fuerza de obedecerla, va adquiriendo más volumen.

Obedecemos también a la voluntad de Dios obedeciendo a los que están sobre nosotros; a nuestros padres cuando somos niños y jóvenes; a nuestros jefes y patrones, cuando somos empleados; a nuestros pastores y a las autoridades de la iglesia, incluso las más humildes, como podrían ser el ujier o el guardián que está a la puerta.
La voluntad de Dios para nosotros se expresa asimismo a través de las autoridades del gobierno, desde las más grandes hasta las más pequeñas. Podemos avanzar enormemente en la santidad por el solo ejercicio de someternos a todas las autoridades, quien quiera que éstas sean, por amor a Dios, haciéndolo porque vemos a Dios en ellas. (Rm 13:1).
En fin, la prueba más segura de la santidad consiste en ver precisamente a Dios en todas las circunstancias de la vida, agradables o desagradables, (porque en todas está Él obrando), en todas las personas a quienes encontramos, simpáticas o antipáticas, y en tratarlas como si fueran el mismo Jesús con quien hablamos, porque "lo que hicisteis al más pequeño de estos, a mí lo hicisteis." (Mt 25:40).

Notas: 1. Sin embargo, si pudiéramos penetrar en todos los factores que intervienen en las respuestas de Dios a nuestras oraciones, quizá veríamos que muchas veces se producen verdaderos milagros que nadie conoce, ni aun nosotros mismos.
2. Uno de los libros más bellos y conocidos sobre este tema es el libro medieval que tiene por título justamente "La Imitación de Cristo". Esta obra, que en una época sólo le cedía en popularidad a la Biblia, es el diario espiritual de un hombre que, después de haber llevado una vida de pecado, se convirtió totalmente a Dios, empezó a servirlo predicando su palabra y promoviendo un avivamiento en la región donde vivía, y que sufrió por ello persecución y ostracismo. Este libro es especialmente bello en su forma original, sin los agregados que le hizo Tomás de Kempis, bajo cuyo nombre circula, pero que fue no su autor sino su editor y divulgador. Según las investigaciones más fehacientes quien lo escribió fue Gerardo de Groote (1340-1384), el iniciador de la "devoción moderna" -movimiento que buscaba el desarrollo de una piedad interior- y fundador de los "Hermanos de la Vida Común".
NB. Este artículo fue publicado hace 12 años en una edición limitada. Ha sido revisado y ampliado para esta nueva impresión.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
   “Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#723 (22.04.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).