Mostrando entradas con la etiqueta Moisés. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Moisés. Mostrar todas las entradas

viernes, 10 de julio de 2015

LA TRANSFIGURACIÓN II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA TRANSFIGURACIÓN II
Un Comentario de Mateo 17:7-13
7,8. “Entonces Jesús se acercó y los tocó, y dijo: Levantaos, y no temáis. Y alzando ellos los ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo.”
Tan súbitamente como había surgido, la visión despareció. Los discípulos fueron despertados de su asombro por Jesús, que los tocó gentilmente y les dijo: Levántense del suelo y no tengan temor.
Todo ha vuelto a la normalidad. Moisés y Elías no están allí. Jesús está solo. Pero la impresión que la visión ha dejado en sus espíritus no ha desparecido. ¿Cómo podría?
Podemos decir que al no estar más ahí Moisés y Elías al lado suyo, la ley y los profetas, que eran sombra de lo que había de venir (Col 2:17), fueron reemplazados y absorbidos por la luz del Evangelio de Cristo, cediéndole su lugar. Pero la desaparición de la visión nos muestra además que todo lo de esta tierra, aún lo más maravilloso, es transitorio y pasajero, mientras que la gloria del cielo, que está reservada para nosotros, y de la que algún día gozaremos, será eterna.
Hemos dicho que Jesús los tocó gentilmente. ¿Conocemos algún caso en que Jesús haya sacudido a alguien, o no haya tratado gentilmente a una persona, Él, que era manso y humilde de corazón? Sí, cuando expulsó a los mercaderes del templo con un látigo, porque habían convertido la casa de su Padre en una cueva de ladrones, profanándola (Jn 2:13-17). Fue un arrebato de ira santa. Y también cuando encaró a los fariseos por su hipocresía y los llamó: “Raza de víboras” (Mt 23:33).
Esas son excepciones plenamente justificadas. Pero nosotros, ¿tratamos siempre gentilmente a la gente? ¿O nos encolerizamos fácilmente por quítame estas pajas? ¿No nos dejamos llevar por nuestro temperamento, y humillamos altaneramente a los que discrepan de nosotros, demostrándoles la pretendida superioridad de nuestro conocimiento? ¡Cuánto tenemos que aprender de Jesús!
9. “Cuando descendieron del monte, Jesús les mandó, diciendo: No digáis a nadie la visión hasta que el Hijo del Hombre resucite de los muertos.” (Nota)
Al llegar al pie del monte, del cual descendieron posiblemente en silencio, por lo abrumados que estaban los tres discípulos por la visión (horama en griego) que les había sido dado contemplar, Jesús les advierte: No comentéis con nadie lo que habéis visto y experimentado. Guardadlo para vosotros hasta que yo haya resucitado.
¿Por qué no quería Jesús que le dijeran a nadie lo que habían visto? ¿Por qué no quería que lo compartieran ni siquiera con sus compañeros, los otros nueve apóstoles? Porque Jesús no quería suscitar revuelo, ni deseaba que hubiera habladurías, como ocurriría si el hecho se divulgaba. Incluso podría surgir un sentimiento de pena, o de envidia, entre los nueve por haber sido excluidos de esa experiencia. Por todas esas razones debían guardar silencio al respecto hasta que resucitara.
Pero ocurrida esa manifestación extraordinaria de su divinidad, sí podrían hacerlo, así como podrían hablar libremente de lo que Él había hecho, de su predicación y milagros, de todo lo que sabían, de todo lo que sirviera para la proclamación de la Buena Nueva, porque una vez resucitado, la transfiguración no sería difícil de creer. En cierta manera la transfiguración fue un anuncio, o un adelanto, de la gloria de su resurrección.
Algún día nosotros también veremos a Jesús así como ellos lo vieron en el monte, y aun más resplandeciente, porque en esa ocasión, por consideración a la frágil condición humana, Jesús no les descubrió más de su gloria que lo que podían soportar. Pero cuando venga en el último día, en el poder y la gloria de su Padre, escoltado por el ejército de sus ángeles, cubierto ya no por una nube, sino bajo el firmamento luminoso entero, toda la humanidad que pobló la tierra a lo largo de los siglos se presentará para juicio delante de Él, y lo verá sentado en su trono, listo para dictar sentencia.
A algunos les dirá: “Venid benditos de mi Padre…porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber…”. Y le preguntaremos ¿cuándo tuviste hambre y te dimos de comer, y cuándo estabas sediento y te dimos de beber? Y Él nos contestará que: “en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.” (Mt 25:34-40). Y nos acordaremos de las veces que nos compadecimos del hambriento y guarecimos del frío al miserable. O de lo contrario, recordaremos las veces en que endurecimos nuestro corazón contra el prójimo y no quisimos aliviar su necesidad, o su pena, satisfechos de que nosotros no la sufríamos. ¡Cómo nos pesará entonces nuestra avaricia, o nuestra soberbia, y no haber tenido entrañas de misericordia! Porque ¡Dios no quiera! podríamos oír la sentencia: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” “donde será el llanto y el crujir de dientes.” (Mt 25:41; 24:51).
Ese día los justos, entre los cuales esperamos encontrarnos nosotros, brillarán como el sol (Mt 13:43), y mucho más aun, porque el resplandor de ese astro será poca cosa comparado con la luz de los santos en el cielo.
Pero ¿entendieron cabalmente sus discípulos eso de que Jesús resucitaría? Ya Jesús se lo venía diciendo, aparejado con el anuncio de su muerte. Pero hasta que no sucediera, no comprenderían plenamente sus palabras.
Lápide dice que al hacer público el reproche de la cruz y ocultar la gloria de la transfiguración, Jesús nos enseña a esconder los dones y favores que Dios nos otorga, hasta el día en que muramos, tal como Pablo ocultó las revelaciones que había recibido de Dios para no ser tentado a enorgullecerse de ellas, y perdiera su fruto (2Cor 12:3-9).
10. “Entonces sus discípulos le preguntaron, diciendo: ¿Por qué, pues, dicen los escribas que es necesario que Elías venga primero?
La pregunta de los discípulos estaba motivada por el hecho de que ellos habían visto a Elías glorificado, junto a Jesús, y se acordaron del anuncio del profeta Malaquías que dice que, antes de que venga el día de Jehová, grande y terrible, Dios va a mandar a Elías para hacer volver el corazón de los padres a los hijos, y el de los hijos a los padres (Mal 4:5,6), acontecimiento que está ligado a la venida del Mesías esperado. Pero es interesante que ellos no mencionaran a Malaquías, sino a los escribas. Seguramente porque ese anuncio les había llegado a través de los dichos de los escribas que circulaban entonces en Israel.
La pregunta que se hacen los discípulos en ese contexto es obvia: Si tú ya has venido, ¿cómo es que no se ha cumplido el anuncio de la venida previa de Elías?
11,12. “Respondiendo Jesús, les dijo: A la verdad, Elías viene primero, y restaurará todas las cosas. Mas os digo que Elías ya vino, y no lo conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron; así también el Hijo del Hombre padecerá de ellos.”
La respuesta de Jesús es a la vez esclarecedora e intrigante, porque afirma la verdad del anuncio: Elías tenía que venir para restaurar todas las cosas, como estaba anunciado. Pero, en verdad, ya vino, y aunque el pueblo salió a escucharlo y muchos se arrepintieron de sus pecados, haciéndose bautizar por él, las autoridades no lo reconocieron, sino lo mataron, tal como van a hacer conmigo.
¿Cómo y cuándo ya vino? Jesús ya lo había dicho, pero esa vez no comprendieron sus palabras. Él lo había dicho al hacer el elogio de Juan Bautista, cuando vinieron mensajeros de parte suya a preguntarle si Él era el Mesías esperado, o si debían esperar a otro (Mt 11:2,3). Cuando los mensajeros de Juan se fueron, Jesús dijo: “Porque éste es de quien está escrito: He aquí yo envío mi mensajero delante de tu faz, el cual preparará tu camino delante de ti.” (Mt 11:10; cf Mal 3:1). Y enseguida reafirmó: “Y si queréis recibirlo, él es aquel Elías que había de venir.” (Mt 11:14). Más claro ni el agua.
Pero ¿cómo podría Juan Bautista ser el profeta Elías anunciado? ¿Acaso se reencarnó Elías en Juan Bautista, como algunos, influenciados por el hinduismo, sostienen? No, no es necesario revivir esas teorías falsas. Se recordará que años atrás un ángel se había aparecido al anciano sacerdote Zacarías, y le había anunciado que en respuesta a sus oraciones, su mujer Isabel iba a tener un hijo que iría delante del Señor “con el espíritu y poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.” (Lc 1:13,17; cf Mal 4:5,6).
Sí, Elías había venido, tal como estaba anunciado, en la persona del precursor, su pariente y casi exacto contemporáneo, que encarnó el espíritu de Elías y que desplegó una elocuencia y un denuedo indómito semejante al del profeta, para proclamar la palabra de Dios y hacer que los hombres se conviertan.
Pero la mayoría de los padres de la iglesia –y con ellos también la mayoría de los intérpretes modernos- entienden que Elías es también uno de los dos testigos que aparecerán antes de la segunda venida de Cristo, según la profecía de Malaquías: “He aquí, yo os envío al profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible.” (Mal 4:5), lo que encaja dentro de la descripción que hace Ap 11:6: “Estos tienen poder para cerrar el cielo, a fin de que no llueva en los días de su profecía; y tienen poder sobre las aguas para convertirlas en sangre, y para herir la tierra con toda plaga, cuantas veces quieran.” (cf Ap 11:3-10).
Pero ¿quién sería el otro? Según la descripción de sus poderes en ese versículo, el otro sería Moisés. Pero Moisés murió y no se comprende cómo podría morir dos veces. Por eso se estima que el segundo testigo sería Enoc, que fue trasladado al cielo –como lo fue Elías- sin haber muerto (Gn 5:21-24), y que es mencionado en la epístola de Judas 14,15, en una referencia velada a la segunda venida de Cristo.
Notemos –dice Spurgeon- que Jesús responde a la pregunta de sus discípulos. Jesús tiene siempre la respuesta adecuada para todas nuestras inquietudes y preocupaciones. ¿Acudimos nosotros a Él para preguntarle cuando tenemos dudas o conflictos, o descansamos en nuestra propia limitada sabiduría?
13. “Entonces los discípulos comprendieron que les había hablado de Juan el Bautista.”
Sólo entonces a los discípulos se les abrió la mente, y comprendieron que su Maestro se estaba refiriendo a Juan Bautista, el que lo había bautizado en el Jordán, después de negarse a hacerlo, porque consideraba que él era indigno incluso de desatar las correas de sus sandalias.
Hay una relación estrecha, no sólo familiar, entre Jesús y Juan Bautista, como la hay, según el espíritu de las profecías, entre Elías y el Salvador que había de venir para rescatar a su pueblo de sus pecados. Ambos, Jesús y Juan, anunciaron el juicio de Dios. Pero la hay también en la suerte que cupo a ambos, pues sus enemigos hicieron con ellos lo que quisieron, después de haberse deleitado durante un tiempo con sus palabras.
Cabría preguntar: ¿Cómo podía el Bautista ser el Elías anunciado si, como es sabido, cuando los sacerdotes y levitas le preguntaron si él era Elías, él contestó francamente que no lo era? (Jn 1:21) Y decía verdad. Él no era la misma persona que el profeta, sino que había venido revestido con la misma unción y el poder de Elías, lo que no es lo mismo.
¿En qué fecha ocurrió la transfiguración? La primera observación a hacer es que, como lo muestra el Evangelio de Juan, los grandes acontecimientos de la vida de Jesús guardan una estrecha relación con el calendario de las fiestas judías, lo que les da un profundo significado.
Se han hecho diversos estudios sobre la datación del acontecimiento. Según algunos eruditos, dado que sólo cinco días separan el Día de Expiación (Yom Kippur) de la fiesta de los Tabernáculos (Sucot), que dura una semana, la confesión de Pedro habría tenido lugar en la primera, y la transfiguración habría ocurrido al comienzo de la segunda. Según otros, la confesión de Pedro y la transfiguración se enmarcan dentro de la semana de la fiesta de Sucot, lo que explicaría los seis días (u ocho días según cómo se cuente) que separan ambos acontecimientos.
Nota. El pasaje paralelo de Lucas dice: “Al día siguiente…” (9:37) Este detalle, unido al hecho de que Lucas anota que los discípulos estaban cargados de sueño (9:32), sugiere que la transfiguración se produjo de noche, o al atardecer.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
 “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#872 (15.03.15). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).


martes, 7 de julio de 2015

LA TRANSFIGURACIÓN I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA TRANSFIGURACIÓN I
Un Comentario de Mateo 17:1-6
En vista de la terrible prueba por la que Jesús iba a tener que pasar en Jerusalén, que podría conmover la fe de sus discípulos, Él se propone fortalecer esa fe, que ha sido expresada en la confesión de Pedro, mediante una experiencia extraordinaria que no deje ninguna duda en su espíritu acerca de quién es Él, y de su deidad.
Mt 17:1,2. “Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz.”
Seis días después del anuncio  que había hecho de su muerte (Mt 16:21) (Nota 1) Jesús tomó consigo a los tres discípulos con los cuales tenía una relación más íntima (cf Mr 5:37; Mt 26:37). Y los llevó a un monte que no es nombrado, pero que la tradición antigua identificó con el monte Tabor, situado al norte de Galilea, aunque algunos estudiosos recientes se inclinan a pensar que era el monte Hermón. (2)
Sea como fuere, estando en la cima, y teniéndolos a ellos como únicos testigos, dice el texto que “se transfiguró”.
Metamorfóo es un verbo que figura tres veces en el Nuevo Testamento, y que parece que hubiera sido creado a propósito, “ad hoc”, para designar este acontecimiento (3). Quiere decir que su aspecto cambió: Todo él, su rostro y los vestidos que cubrían su cuerpo, brillaban con una luz extraordinaria, al punto que su rostro resplandecía como el sol.
¿Qué significa eso? Yo creo que ése es el aspecto que tienen los cuerpos gloriosos en el cielo. A los tres discípulos se les concedió ver qué aspecto tiene Jesús actualmente, y tienen los salvos, en la gloria. En el caso concreto de Jesús el aspecto visible que tomó Él es una revelación de su divinidad. “La gloria eterna de Dios brilló a través del velo de su carne” dice Ironside. En ese momento Él manifestó hacia afuera lo que Él era por dentro.
El rostro de Jesús que resplandecía nos recuerda que cuando Moisés descendió del monte Sinaí, después de hablar con Dios, la piel de su rostro brillaba de tal modo que los hijos de Israel tuvieron temor de acercársele, y él tuvo que cubrir su rostro con un velo para hablar con ellos (Ex 34:29-35). El brillo del rostro de Jesús nos recuerda también al varón que se le apareció a Daniel cuando estaba a orillas del río Hidekel, cuyo rostro brillaba como un relámpago (Dn 10:6).
¿Por qué escogió a esos tres? De Pedro sabemos que desde el inicio él tenía por su temperamento una posición destacada entre los doce; y de Juan sabemos que tenía una relación de afecto especial con Jesús. Pero de su hermano Jacobo (Santiago en el habla usual) no sabemos que hubiera destacado en nada. Jesús, sin embargo, lo escoge, pienso yo, porque habiendo escogido a Juan, no convenía que su hermano no perteneciera al mismo círculo íntimo. Pero este hecho, a la vez,  nos muestra que no es necesario haber destacado en algo para que Dios nos escoja para tener una experiencia especial con Él. ¡Cuántos de sus  preferidos viven desconocidos entre nosotros! Jacobo, sin embargo, se unió a su hermano Juan al responder que sí estaban dispuestos a beber la copa que Él iba a beber, y a ser bautizado con el bautismo con que Él iba a ser bautizado (Mr 10:38,39). Y lo probó cuando, algún tiempo después, fue ajusticiado por Herodes Agripa I (Hch 12:1,2).
3. “Y he aquí, les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Él.”
Poco después aparecieron junto a Jesús dos personajes muy conocidos hablando con Él: Moisés y Elías. ¿Por qué ellos y no otros, como los tres primeros patriarcas, Abraham, Isaac y Jacob? ¿Y por qué no Eliseo, que hizo más milagros que Elías? Porque, si prescindimos de Abraham, ellos son los dos personajes más grandes e importantes del Antiguo Testamento.
Moisés, el hombre que hablaba con Dios cara a cara, y que Dios usó para sacar con mano fuerte al pueblo escogido de Egipto, y darles las leyes y normas que iban a regir su conducta. Y Elías, el profeta más poderoso en obras y el más osado después de Moisés. Notemos de paso, que ambos representan a las dos grandes secciones en que los judíos dividían las Escrituras: la ley y los profetas; donde constaban las profecías a las que Jesús vino a dar cumplimiento (Mt 5:17). Notemos además que ambos personajes recibieron revelaciones de Dios en el monte Sinaí (Véanse Exodo capítulos 19, 33 y 34 en el caso de Moisés, cuando Dios le reveló los mandamientos y ordenanzas que el pueblo debía cumplir; y 1R 19:9-13, en el caso de Elías, en el episodio en el que al monte se le llama Horeb, cuando él huye de la reina Jezabel que quería asesinarlo) (4).
Existe un notable paralelismo que no es casual entre la transfiguración y el episodio en que Moisés subió al Sinaí, y una nube de gloria reposó sobre el monte, cubriéndolo durante cuarenta días y cuarenta noches, mientras Jehová Dios hablaba con Moisés (Ex 24:15-18).
Dice que se les aparecieron a ellos, los discípulos, pero que conversaban con Jesús. Notemos que el hecho de que Moisés y Elías aparecieran en sus cuerpos gloriosos es una prueba de que estaban vivos en una dimensión gloriosa a la que también nosotros estamos destinados.
4. “Entonces Pedro dijo a Jesús: Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres hagamos aquí tres enramadas (5): una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías.”.
No cabiendo dentro de sí por el asombro y la alegría que les producía lo que contemplaban (Imagínense: es como si ellos hubieran sido trasladados momentáneamente al cielo), Pedro le sugirió a Jesús quedarse ahí, no sabemos por cuánto tiempo, pero tiene que haber pensado en un tiempo largo, porque propone construir con la maleza del lugar, tres enramadas o chozas improvisadas, donde puedan guarecerse Jesús, Moisés y Elías. Marcos agrega que no sabía lo que decía porque estaban espantados (Mr 9:6). La visión los había dejado fuera de sí, como ebrios.
Pero notemos que Pedro piensa sólo en la comodidad de Jesús y de sus dos acompañantes para pasar la noche; él y sus dos compañeros podían dormir en el descampado.
Lucas, por su lado, agrega que los tres hablaban de la próxima partida de Jesús (éxodo es el verbo griego que emplean), la cual debía cumplirse próximamente en Jerusalén (Lc 9:31), y que incluía, como sabemos, su muerte, resurrección y ascensión, con los cuales Jesús iba a redimir a su pueblo, tal como siglos atrás, Moisés, guiado por Dios, había redimido a su pueblo de la esclavitud en Egipto.
El deseo de Pedro de permanecer allí largo tiempo se explica por la dicha, el gozo, que se experimenta cuando se está en la presencia de Dios. ¡Quién no desearía quedarse allí eternamente!
5. “Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a Él oíd.”   
No había terminado Pedro de hablar cuando una nube de gloria los cubrió, y desde el interior de la nube, tronó una voz diciendo palabras que recuerdan las palabras que se oyeron cuando Jesús fue bautizado por Juan en el Jordán: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia.” (Mt 3:17).
Esa nube nos recuerda, como ya se ha dicho, la nube de gloria que cubrió el monte Sinaí durante seis días cuando Moisés subió a hablar con Dios (Ex 24:13-16), así como también la nube que cubrió el tabernáculo de reunión cuando fue terminado, al punto que Moisés no podía entrar en él (Ex 40:34,35); así como la nube que cubrió el templo de Jerusalén recién concluido por Salomón, y los sacerdotes no podían permanecer en él para ministrar, porque la gloria de Jehová había llenado la casa (1R 8:10,11).
Las palabras surgidas de la nube contienen tres elementos en los que vale la pena fijarse: 1) El Padre señala claramente que Jesús es su Hijo amado; 2) Afirma que en Él se complace; y 3) Nos exhorta a escuchar lo que Él diga e, implícitamente, a obedecerle. Jesús es, en efecto, el profeta que Moisés anunció que Dios levantaría algún día, y a quien su pueblo debía oír como a un nuevo Moisés, porque “pondré mis palabras en su boca, y Él les hablará todo lo que yo le mandare.” (Dt 18:15,18; cf Jn  17:8; Hch 3:22,23).
Es una declaración definitiva y consagratoria de la identidad y misión de Jesús en la tierra. Ellas nos recuerdan las pronunciadas proféticamente siglos atrás por Isaías: “He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre Él mi espíritu; Él traerá justicia a las naciones.” (Is 42:1).
En ese pasaje, todo él aplicable a Jesús, Isaías añade: “Diré al norte: Da acá; y al sur: No detengas; trae de lejos a mis hijos, y mis hijas de los confines de la tierra, todos los llamados de mi nombre; para gloria mía los he creado, los formé y los hice.” (Is 42:6,7; cf Is 61:1-3).
Moisés había sido el canal usado por Dios para comunicar al pueblo elegido su voluntad. Pero ahora el Padre no dice: “Oíd (esto es, obedeced) a Moisés”, sino: “Prestad atención y obedeced a mi Hijo”. La ley proclamada por Moisés fue preparación para la revelación definitiva en Jesús.
Notemos, de paso, que en el segundo pasaje citado de Isaías Dios dice que nos ha creado y formado para su gloria. ¡Qué privilegio! Dios nos ha creado no porque sí, así no más; sino nos ha creado para su gloria. Es decir, para que nuestra existencia le dé gloria a Él. ¿Le estamos dando realmente gloria con nuestra vida, o lo decepcionamos? Es una pregunta que conviene que todos nos hagamos en privado, y que contestemos lo más sinceramente posible: ¿Le doy yo gloria a Dios con todo lo que hago?
Años después, Pedro, en su segunda epístola, recordará esta experiencia inolvidable, escribiendo: “No os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad.” Y subrayo: con nuestros propios ojos. “Pues cuando Él recibió de Dios Padre honra y gloria, le fue enviada desde la magnífica gloria una voz que decía: Este es mi Hijo amado en el cual tengo complacencia. Y nosotros oímos esta voz enviada del cielo, cuando estábamos con Él en el monte santo.” (2P 1:16-18). Sí, ellos oyeron esa voz del cielo, y no lo olvidarán nunca.
Lo mismo hará Juan cuando afirme en el prólogo de su evangelio: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y verdad.” (Jn 1:14). Juan tampoco olvidaría esa experiencia.
6. “Al oír esto los discípulos, se postraron sobre sus rostros, y tuvieron gran temor.”
Abrumados por lo que vieron y por el sonido de la voz, se llenaron de santo temor y se postraron en adoración por tierra. ¿Qué otra actitud cabe cuando se recibe la gracia de una semejante revelación de la grandeza de Dios y de sus propósitos? ¡Ah, felices los que la recibieron! ¡Quién no desearía haber estado allí, y haber sido partícipe de ella!
Notemos que una actitud semejante de adoración adoptó el profeta Ezequiel cuando tuvo una visión de la grandeza de Dios y oyó su voz (Ez 1:28). Por su lado, Juan, al comienzo del Apocalipsis, dice que cayó como muerto cuando vio en visión a uno semejante al Hijo del Hombre en medio de siete candeleros (Ap 1:17. Véase también Gn 17:1-3). Pero nótese que mayor impresión les produjo escuchar la voz de Dios, que contemplar a Jesús transfigurado y rodeado de Moisés y Elías.
Notas: 1. Lucas en el pasaje paralelo dice: “Aconteció como ocho días después de estas palabras…” (9:28). La diferencia temporal se explica porque Mateo cuenta los días completos que separan los dos hechos, mientras que Lucas no intenta ser preciso, sino señalar el tiempo aproximado trascurrido.
2. La identificación del monte Tabor como el lugar donde se produjo este acontecimiento es tan antigua que en las iglesias orientales, a la fiesta litúrgica que recuerda este hecho extraordinario se le llama “Thaborium”. La emperatriz Helena, madre de Constantino, hizo construir el año 326 DC, un santuario que recuerda este acontecimiento.
El Tabor tiene una altura de 562 metros sobre el nivel del mar, y se encuentra al sudoeste del mar de Galilea, y a 10 Km al este de Nazaret. Tiene una meseta de más de un kilómetro de largo en la cumbre. Muchos dudan actualmente de que la transfiguración tuviera lugar en ese monte porque había una guarnición romana estacionada en la cumbre. De hecho la mayoría de los autores piensan actualmente que la transfiguración ocurrió en el monte Hermón, debido a que no se encuentra lejos de Cesarea de Filipo, donde tuvo lugar pocos días antes la confesión de Pedro. El Hermón se eleva 2800 metros sobre el nivel del mar. Por tanto, la ascensión hasta la cima era necesariamente larga y fatigosa. Pero la visión pudo haberse producido en una de sus cumbres intermedias. Se encuentra en una región que era mayormente pagana en esa época (Véase mi artículo “La Confesión de Pedro I”). Por ello se objeta que cuando Jesús descendió del monte fue recibido por una multitud de judíos al pie de la montaña, en la que había algunos escribas (Mr 9:14). ¿De dónde salía esa multitud de judíos si el Hermón se encontraba en un paraje pagano? Por lo demás, el contexto en el evangelio de Marcos sugiere que la liberación del muchacho endemoniado al pie del monte, se produjo en Galilea (Mr 9:30).
Otra alternativa que tiene sus méritos es que la montaña fuera la que hoy es llamada Jebel Jermek, la más alta de Galilea (unos 1200 metros) y que se levanta en el oeste, frente al Safed, en una zona llena de centros judíos, lo que explicaría la presencia de escribas en medio de la multitud que recibió a Jesús al bajar. Los seis días indicados por Mateo sobraban para que Jesús y los suyos regresaran desde las cercanías de Cesarea de Filipo a pie. No obstante, esta plausible alternativa, sugerida por W. Ewing, no ha recibido mucha atención.
3. En 2Cor 3:18 y Rm 12:2 se trata de una transformación interna que se produce por acción de la gracia, pero con la colaboración voluntaria del individuo a partir del nuevo nacimiento. De metamorfóo viene la palabra “metamorfosis”.
4. En cierta forma Elías es un tipo de los creyentes que estarán vivos cuando el Señor vuelva, y que, sin pasar por la muerte, serán arrebatados para recibirlo en el aire (1Ts 4:17), como él fue arrebatado por un carro de fuego (2R 2:11,12).
5. El griego dice skenás, esto es, “tabernáculos”.
NB. Este artículo forma parte de una enseñanza dada recientemente en el ministerio de la Edad de Oro.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
 “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#871 (08.03.15). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).


viernes, 20 de julio de 2012

JOSUÉ, SIERVO DE MOISÉS I


Por José Belaunde M.
JOSUÉ, SIERVO DE MOISÉS I

Josué es uno de los personajes más interesantes y populares de la Biblia. Un libro del Antiguo Testamento está enteramente dedicado a él. Pero en los libros anteriores del Pentateuco, en Éxodo, Números y Deuteronomio, se habla bastante de él, antes de que él se convirtiera en el líder de su pueblo y sólo era el siervo y ayudante de Moisés.

Esa fue una etapa muy importante del que sería después líder y general de su pueblo, del que iba a comandar las huestes de Israel para conquistar la tierra prometida, porque para saber mandar es necesario primero saber obedecer. Y eso fue lo que hizo Josué durante los largos años de su servicio a las órdenes de Moisés.

Vamos a examinar cinco episodios de esa etapa de la vida de Josué para ver qué enseñanzas ellas nos ofrecen.

Sabemos que apenas los israelitas cruzaron el Mar Rojo, y después de que bebieran el agua de Mara, ante la queja del pueblo de que se iban a morir de hambre en el desierto, Dios le dijo a Moisés que iba a hacer llover diariamente pan del cielo (Ex 16:4). Y le dio instrucciones para que cuando cayera en la mañana, el pueblo sólo recogiera lo que iban a comer en el día, y que no guardaran para el día siguiente, salvo la víspera del día de reposo, el sábado, en que deberían recoger el doble, porque ese día no caería. (Nota 1)

Estas instrucciones tienen una valiosa enseñanza para nosotros porque nos muestran cómo Dios cuida de su pueblo, y cómo nosotros debemos confiar en que la provisión diaria de Dios nunca nos va a faltar.

En la mañana siguiente descendió rocío sobre el campamento y cuando cesó había una cosa redonda, menuda, como escarcha en el suelo (Ex 16:14). El pueblo al verlo se preguntaban unos a otros: “¿Maná?, que en hebreo quiere decir: ¿Qué es esto? Porque no sabían lo que era. Y Moisés les contestó: Este es el pan que Dios os envía para comer.” (v. 15). Su aspecto era como semillas de culantro “y su sabor como de hojuelas de miel.” (v. 31).

Durante cuarenta años el pueblo comió el maná “hasta que llegaron a los límites de la tierra de Canaán.” (v. 35) ¡Cuántas veces Dios, en respuesta a nuestro clamor, nos sorprende con cosas y sucesos inesperados que en nuestra inteligencia humana no podíamos imaginar ni prever, y que son mucho mejor de lo que deseábamos!

A) El pueblo de Israel siempre fue muy quejoso. En este episodio de su peregrinar se nos dice que el pueblo, junto con la multitud de egipcios que lo acompañaba (Ex 12:38), empezó a quejarse porque no comían carne ni pescado y extrañaban la carne que comían en Egipto. (Nm 11:4-6; cf Sal 78:17-19).También extrañaban “los pepinos, los melones, los poros, las cebollas y los ajos.” (v. 5)

Están hartos del maná (v. 6) y hasta se ponen a llorar (v. 10). El maná era comida preparada en la cocina del cielo, traída por delivery celestial. Antes lo admiraban, ahora lo desprecian. El maná los libraba de la maldición de comer el pan con el sudor de su frente (Gn 3:19), y ¡todavía se quejan! Así somos nosotros los hombres. Cuando tenemos cosas buenas que nos da Dios, nos aburrimos y deseamos otras cosas. Somos caprichosos y majaderos. Preferimos las cosas de la tierra a las cosas del cielo. ¿Extrañaremos en el cielo las cosas de la tierra?

Enseguida es Moisés quien se queja de la carga que Dios le ha impuesto. ¿Acaso he concebido yo a este pueblo y los he llevado en el vientre para que tenga que ocuparme de ellos? “¿De dónde conseguiré yo carne para dar a este pueblo?” Ya no puedo soportarlos. Prefiero, Señor. que me quites la vida “si he hallado gracia en tus ojos.” (Nm 11:11-15)

¿No nos ha pasado eso a nosotros alguna vez? ¿Que ya no soportamos las responsabilidades que Dios nos ha encargado? Es concebible que a causa de nuestra debilidad humana, eso nos suceda como si dudásemos de la eficacia de la gracia de Dios.

Entonces Dios le dice a Moisés que escoja setenta varones que compartan con él la carga. (2) Tú no puedes llevarla solo.

Dios le dijo a Moisés que una vez que hubiera escogido a los setenta varones, tomaría del espíritu que había en él y lo pondría en ellos, “para que lleven contigo la carga del pueblo y no la lleves tu solo.” Notemos: Cuando Dios pone una responsabilidad sobre algunos, los capacita para que puedan desempeñarla bien. (v. 16,17). Pero no hemos de pensar que por el hecho de que Dios tomara del espíritu que había en Moisés para ponerlo en otros, los dones y las cualidades de su liderazgo fueran de alguna manera disminuidas. (3)

Ante la queja del pueblo, Dios, justamente ofendido, le dice a Moisés que le va a dar de comer carne al pueblo no sólo un día, o dos días, ni sólo cinco, o diez, o veinte días, sino durante un mes entero, hasta que se harten de ella y se les salga por las narices y la aborrezcan. (v. 18-20).
Moisés se asombra. El pueblo suma seiscientos mil hombres, sin contar mujeres y niños. En total quizá unos dos millones de personas. ¿De dónde vas a sacar carne para alimentar a esta multitud durante treinta días? Moisés duda del poder de Dios. Él estaba seguramente pensando en ganado para que comiera tanta gente, pero no contaba con la astucia de Dios que estaba pensando en otra cosa (v. 21,22). (4)

Dios le contesta a Moisés: “¿Acaso se ha acortado la mano del Señor? Ahora verás si se cumple mi palabra, o no.” (v. 23). ¿Yo no seré capaz de hacer lo que me he propuesto?  ¿Qué clase de fe es la tuya? ¿No has visto todos los prodigios que he hecho durante este tiempo? ¿No crees que puedo hacer cosas mayores todavía?

Siguiendo la orden de Dios, Moisés hizo reunir a los setenta varones alrededor del tabernáculo. “Entonces el Señor descendió en una nube, y le habló; y tomó del espíritu que estaba en él y lo puso en los setenta varones ancianos; y cuando posó sobre ellos el espíritu, profetizaron y no cesaron.” (v. 24,25). ¡Oh, como quisiéramos que Dios pusiera sobre nosotros algo del espíritu que había en Moisés, y que nosotros empezáramos a profetizar también!

Notemos: Moisés desempeñó el papel de profeta y conductor del pueblo no por él mismo, sino gracias al espíritu que Dios había puesto en él.

Cuando todos ya habían dejado de profetizar, dos de los varones escogidos por Moisés, Eldad y Modad, que por algún motivo que ignoramos se habían quedado en el campamento y no habían ido al tabernáculo, seguían profetizando. Cuando Josué se entera se inquieta y le dice a Moisés que lo impida.

Moisés contesta: “¿Tienes celos por mí? Ojalá todo el pueblo profetizara.” (v. 26-29).
Josué amaba mucho a Moisés y por eso era celoso de su posición única ante el pueblo. Pero Moisés no era celoso de su posición. No le importaba que otros profetizaran si Dios lo quería.
Nosotros, como seres humanos, nos fijamos mucho en la posición que ocupamos en el mundo; queremos ser, si es posible, siempre el primero, pero Moisés no le daba importancia a eso. Él pensaba sobre todo en lo que convenía al pueblo.

Entonces, dice la Biblia, sopló un viento fuerte que trajo una nube de codornices sobre el campamento, tantas que se extendían a gran distancia alrededor y se apiñaban hasta un metro de altura, y el pueblo recogió todo lo que quiso, el que menos hasta diez montones. (v. 31,32). Ahí tenían suficiente carne para comer durante mucho tiempo.

Pero sigue diciendo la Biblia: “Aún estaba la carne entre los dientes de ellos…cuando la ira del Señor se encendió en el pueblo, y lo hirió con una plaga muy grande,” en la que murieron muchos de ellos (v. 33).

Nunca nos quejemos de Dios, porque Él siempre nos manda lo que nos conviene. Nunca murmuremos contra Él sino, al contrario, démosle siempre las gracias por todo lo que ocurre, que siempre es lo mejor para nosotros, aunque no lo entendamos.

B) El segundo episodio, que narra Ex 17:8-16, ocurrió después de que el pueblo fuera alimentado con maná y codornices. Los amalecitas –una tribu de beduinos feroces, descendientes de Esaú- atacaron sin motivo alguno a los israelitas por la retaguardia (5) en Refidim, y Josué , siguiendo las órdenes de Moisés, se puso al frente del pueblo para pelear contra ellos, mientras Moisés, acompañado por Aarón y Hur, subía a la cumbre de un cerro cercano a orar para que Dios les concediera la victoria. (6)

Y he aquí que los hebreos vencían cuando Moisés levantaba las manos en oración, pero eran derrotados cuando Moisés, cansado, las bajaba dejando de orar.

Entonces Aarón y Hur, al darse cuenta de lo que sucedía, hicieron que Moisés se sentara en una piedra cercana mientras ellos le sostenían las manos para que siguiera orando hasta que Josué derrotó a Amalec “a filo de espada.” (v. 13)

Enseñanza: Las victorias se obtienen como fruto de la perseverancia en la oración. Tenemos que orar sin desmayar hasta que Dios nos otorgue la victoria. Si dejamos de orar le damos ventaja al enemigo.

Obtenida la victoria Dios le ordena a Moisés que ponga por escrito lo ocurrido “para memoria”. Es decir, para que el pueblo recuerde lo que ocurrió en esa ocasión. Le dice además que le diga a Josué que Él borrará a los amalecitas.(v. 14). (7).

Notemos: En esa ocasión Josué se convierte en el confidente de las cosas que Dios se propone hacer, cosas que hasta entonces sólo Moisés conocía. De esa manera Dios lo va preparando para el papel que asumiría después.

 “Y Moisés edificó un altar y llamó su nombre: Jehová-nisi.” Esto es, “Jehová es mi estandarte”, (v. 15) como diciendo, es Dios quien nos llevó a la victoria.

Aunque figura en otro lugar (Nm 13:16), fue posiblemente en esta ocasión, pues parece ser la más apropiada, cuando Moisés le cambió a su ayudante el nombre de Oseas –que quiere decir “salvación”- que tenía antes por el de Josué, que quiere decir “Dios Salva”, del cual deriva el nombre de Jesús.

Notas: 1. Se recordará que en el Evangelio de Juan, Jesús dice: “Este es el pan que descendió del cielo (hablando de su carne y de su sangre); no como vuestros padres comieron el maná, y murieron; el que coma de este pan vivirá eternamente.” (Jn 6:58). El maná que alimentó al pueblo hebreo en el desierto es figura del cuerpo y de la sangre de Cristo que es alimento de vida para todo el que cree.
2. Setenta varones fueron los israelitas que entraron en Egipto con Jacob (Gn 46:27). Setenta fueron los discípulos que conformaban el segundo grupo de seguidores que Jesús había escogido.
3. Algunos escritores judíos ven en este grupo de setenta varones el origen remoto del Sanedrín.
4. Debe tenerse en cuenta que los israelitas al salir de Egipto llevaron consigo una gran cantidad de ganado (Ex 12:38) que era usado para los sacrificios del tabernáculo. Pero si se hubiera matado ese ganado para dar de comer al pueblo, se hubiera acabado muy rápidamente.
5. Es lo que se deduce de Dt 25:17,18.
6. Hur era un hombre piadoso prominente, ligado a Moisés, porque, según el historiador Josefo, era esposo de su hermana Miriam. En Ex 24:14, cuando Moisés está por subir al Sinaí junto con Josué para encontrarse con Dios, él deja a Aarón y a Hur encargados de los asuntos judiciales que pudieran presentarse durante su ausencia.
7. Véase Nm 24:20 cuando el profeta Balaam maldice a los amalecitas, y donde se dice que Amalec es “cabeza de naciones”. El sentido parece ser que ellos fueron la primera nación que atacó a Israel. Los amalecitas figuran en varios lugares de la historia como enemigos implacables de Israel. Su decadencia empezó cuando Dios le ordenó a Saúl, por boca de Samuel, que los aniquilara (1Sm 15:2,3). David combatió contra ellos (1Sm 30:1-20). En tiempos del rey Ezequías ya quedaban muy pocos (1Cro 4:43).

NB. El presente artículo y el siguiente están basados en una charla dada recientemente en el ministerio de “La Edad de Oro”.

INVOCACIÓN: Quisiera hacer un llamado a todas las iglesias y a todos los creyentes para que reaviven su intercesión por nuestra nación, a fin de que impere la paz en todos los ámbitos de nuestra sociedad. Sabemos que “no tenemos lucha contra sangre ni carne…sino contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.” (Ef 6:12). Es contra ellas –no contra individuos- que debemos levantarnos pidiendo al mismo tiempo que Dios otorgue sabiduría de lo alto a nuestros gobernantes para enfrentar los grandes retos de la hora presente.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
   “Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#735 (15.07.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

viernes, 20 de mayo de 2011

UNA MADRE EJEMPLAR II

Por José Belaunde M.


En el artículo anterior hemos visto cómo Jocabed, en una acción desesperada, con el fin de salvar la vida de su hijo, lo puso en una canasta de mimbre previamente calafateada, y lo depositó en un carrizal a orillas del Nilo, dejando a su hermana para que viera qué pasaba con el niño.

Dios no defraudó la confianza de Jocabed (que debe haber estado orando fervientemente por su hijo), porque al poco rato la hija del faraón vino a bañarse en el río junto con sus doncellas. Ella “vio la arquilla en el carrizal y envió a una criada suya a que la tomase”. (Ex 2:5). Dios hizo que la hija del faraón, al ver al niño que lloraba, fuera movida a compasión y decidiera salvarle la vida, tomándolo a su cargo (v. 6).

Para ella no debe haber sido fácil tomar esa súbita decisión porque ella se dio bien cuenta de que se trataba de un niño hebreo, que no debía estar vivo, según la orden que había dado su padre. ¿Cómo se dio ella cuenta de que era un niño de los hebreos? ¿Tendría una marca en la frente, o una estrella de David en la muñeca? No. ¿Cómo se dio cuenta entonces? ¿Qué fue lo que Dios le mandó a Abraham que hicieran sus descendientes con los hijos varones que tuvieran? Que los circuncidaran al octavo día de nacer. Cuando ella vio al niño desnudo y vio que estaba circuncidado, supo que era una criatura hebrea, porque sabía que ésa era una práctica de los israelitas. Los egipcios, como otros pueblos de la antigüedad, también circuncidaban a los hombrecitos, pero no tan temprano sino en la adolescencia.

Ella tuvo, sin embargo, compasión del niño. Su compasión fue más fuerte que el temor de desafiar la orden de su padre. ¡Cuántas cosas no puede hacer la compasión!

Ella era pagana, no conocía al Dios verdadero, pero tuvo un sentimiento que proviene del corazón de Dios. Con frecuencia nos olvidamos de que también los paganos tienen sentimientos buenos, porque ellos también fueron creados a imagen y semejanza de Dios. No nos apresuremos pues a condenarlos, porque Dios puede no sólo salvarlos, sino también usarlos para sus fines.

¿Cuántos paganos ha habido que se convirtieron y que luego fueron grandes cristianos, apóstoles o teólogos o misioneros? Agustín de Hipona, uno de los más grandes teólogos de la iglesia, es un buen ejemplo. Él era un filósofo pagano, hijo de un ciudadano romano y de una mujer cristiana que oraba sin cesar por la conversión de su hijo.

Sería bueno que nos preguntemos: ¿Hasta qué punto somos nosotros compasivos con los que sufren y nos salen al paso? ¿Cuántos de los que están aquí, hombres y mujeres, recogerían por compasión de la calle a una criatura abandonada, y se harían cargo de ella? Yo me temo que yo no lo haría por no complicarme la vida.
Pero conozco el caso de una madre muy pobre, abandonada por su marido y con varios hijos, que recogió a una criatura de padres desconocidos, abandonada y enferma, y que la crió como si fuera propia. No ha salido de la pobreza por ese acto de caridad, pero ¡cómo la recompensará Dios algún día!

Enseguida Dios inspiró a la hermana que vio lo que pasaba, la idea de sugerirle a la hija del faraón que contratara como nodriza del niño a una mujer de los hebreos. Con su asentimiento fue a buscar a Jocabed y la hija del faraón le encargó a ella el niño para que lo críe ¡sin saber que era su madre! Y encima le dijo que le pagaría por hacerlo. Así Jocabed resultó ser nodriza por encargo de su propio hijo (Ex 2:7-9). ¡Cuán admirables y maravillosos son los caminos de Dios que utilizó a la hija del faraón para devolver sano y salvo a Jocabed el hijo que ella le había confiado! Utilizó para salvarlo de morir nada menos que a la hija del soberano que lo había condenado a muerte antes de que naciera.

Encima de eso le devuelve a Jocabed su hijo con un premio: Ya que la princesa lo adopta como propio, el niño pertenecerá a la familia real. Ella fue la que le dio el nombre de Moisés (esto es, "sacado de las aguas") por el cual hoy lo conocemos (v. 10). ¿Cuál sería el nombre que le pusieron sus padres? No lo sabemos. Sólo conocemos el nombre que le puso esa princesa. ¿No es esto extraordinario? El niño condenado a muerte se convierte en hijo, esto es, en nieto, que es casi como si fuera hijo del hombre que lo había condenado a morir. Y encima su madre fue recompensada económicamente por criar a su propio hijo (v. 9).

Si el faraón se hubiera enterado del asunto se habría jalado los pelos. ¡Yo lo he condenado a muerte y ahora resulta siendo mi nieto!

¡Cuán admirables son los caminos de Dios que convierte en un bien lo que el enemigo tramó para el mal! ¡Con cuánta razón escribió Pablo que todas las cosas colaboran para el bien de los que aman a Dios! (Rm 8:28). Que no sólo le aman. sino que también confían en Él.

Pablo escribió en Efesios: "Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros….” (3:20).

Dios hizo mucho más de lo que Jocabed había soñado. ¡Cómo iba ella a imaginar que ese niño que había depositado en las aguas del Nilo, donde podría haberse ahogado o muerto de hambre, le sería devuelto para que se ocupe de él y lo críe, recibiendo un pago por hacerlo, y que encima ese hijo suyo iba a ser un príncipe de la casa real de Egipto!

Las cosas que Dios hace superan en mucho los sueños del hombre. Así que no tengas temor de soñar cosas maravillosas, porque Dios puede darte mucho más de lo que le pides.

El instinto maternal de Jocabed puso su confianza totalmente en Dios, y Dios no la defraudó sino que la recompensó ampliamente, más allá de lo que ella hubiera podido ni siquiera imaginar, porque ese hijo llegaría a ser el instrumento usado por Dios para salvar de la esclavitud a su pueblo.

¡Quiera Dios que Jocabed tenga muchas imitadoras entre las madres cristianas, y ¿por qué no también?, entre las abuelas!

¿Cuántas abuelas hay aquí? Dios puede usarlas para que enseñen a sus hijos y a sus nietos a tener una fe en Dios tan firme como la que tuvo Jocabed. Dios premió la fe de esa mujer, y puede premiar también la fe de todas las madres y abuelas que pongan su confianza en Él, si cumplen con la misión de enseñar a sus hijos y a sus nietos a tener una confianza semejante en Dios, que nunca defrauda a los que en Él confían.

Cuando el niño creció, Jocabed se lo entregó a la hija del faraón para que se cumpliera su destino. En todo esto vemos la acción providencial de Dios, poniendo en obra el proyecto que había concebido desde la eternidad para salvar a su pueblo de la esclavitud y llevarlo a la tierra prometida por medio de este niño, cuyo bautismo simbólico había sido el ser salvado de las aguas del Nilo en una frágil canastilla.

Dios no sólo rectificó el decreto malvado del faraón salvando de la muerte al futuro profeta y caudillo que Él había escogido, sino que además creó las circunstancias necesarias para que el muchacho (a quien ciertamente sus padres habían instruido acerca de las promesas que Dios hizo a Abraham, y enseñado a creer en el único Dios verdadero) fuera instruido también en toda la sabiduría y las costumbres de los egipcios.

Podemos pensar asimismo que Dios permitió que Moisés se familiarizara con las ceremonias y la etiqueta de la casa real, para que, cuando décadas más tarde, regresara para cumplir su misión, él pudiera moverse con desenvoltura y autoridad en medio de los egipcios, y pudiera entrar a palacio, según dice el refrán, "como Pedro en su casa", y hablarle al soberano de tú por tú, como a un familiar, seguramente porque lo conocía desde su juventud. No podían cerrarle la puerta porque él era un príncipe de la casa real.

Pero tomemos nota de cómo todo el plan de Dios comienza con unos esposos fieles que tienen fe en Él, y con una madre valiente que arriesga todo por su hijo, confiando en que Dios es poderoso para salvar aun en las circunstancias más difíciles. Ella dio un primer paso de fe cuando conservó a su hijo con vida, pese al decreto del faraón; y un segundo paso cuando puso a su hijo en una canasta entre los juncos del Nilo. Ella lo hizo sin saber que al hacerlo estaba salvando la vida del hombre que más tarde salvaría a su pueblo de la esclavitud de Egipto. Ella no lo sabía en ese momento, y quizá no lo supo nunca, pues debe haber muerto antes de que Moisés empezara a cumplir su misión, ya que no se le menciona. Dios no le dijo: Este niño va a ser un gran líder y profeta. No le dijo eso. Ella actuó en fe, sabiendo que Dios cumpliría su propósito, cualquiera que éste fuera.

Cuando nosotros damos un paso de fe no sabemos qué es lo que Dios va a hacer con ese acto de confianza en Él, con el que quizá arriesgamos nuestra comodidad, o hasta nuestra vida. No sabemos qué es lo que va a hacer Dios. Por eso es que hay que obedecerle siempre, aunque nos cueste, porque Dios usará nuestra fe y nuestra obediencia para sus propósitos. Si por miedo, o por timidez, dejamos de hacer lo que Dios espera de nosotros, frustramos sus planes para nuestras vidas, ¿y quién sabe?, también para las vidas de otros a quienes nosotros hubiéramos podido bendecir.

Es bueno que veamos brevemente lo que la tipología nos revela en este episodio, esto es, cómo los personajes y acontecimientos del Antiguo Testamento prefiguran y anuncian a los personajes y acontecimientos del Nuevo. Moisés es un "tipo" de Jesús, porque salvó al pueblo de Dios de la esclavitud de Egipto, así como Jesús lo salvará más tarde de la esclavitud del pecado.

Retrocediendo en el tiempo la arquilla nos hace pensar en el arca que Noé construyó por orden de Dios, y en la que hizo entrar a los suyos cuando comenzó el diluvio (Gn 6:14). Ambas, el arca y la arquilla, fueron calafateadas por dentro y por fuera, para hacerlas impermeables al agua. En una se salvaron Noé y su familia, es decir, un pequeño remanente de la humanidad que sobrevivió al diluvio, y que salvó al género humano de la extinción; en la otra se salvó del agua un niño que había de salvar a su pueblo. Esa arca y esa arquilla son símbolo de la iglesia en la que se salvan todos los entran en ella, es decir, los escogidos.

A su vez, la madre de Moisés, que no tuvo miedo del decreto del faraón, pese a que su osadía pudo haberle costado la vida, es figura de María, la madre de Jesús, que aceptó tener un hijo no estando casada, no teniendo miedo de la deshonra que caería sobre ella por esa causa, ni del desprecio de su novio, ni de las piedras que lapidaban a las desposadas acusadas de adulterio.

Así como Dios confió a Jocabed al futuro salvador de Israel en la carne, así Dios confió a María al futuro Salvador del Israel de Dios (Gal 6:16). Así como Jocabed y Amram salvaron a Moisés del faraón que quería matarlo, así también María y José salvaron a Jesús del rey Herodes que quería acabar con su vida.

Un pequeño detalle en la historia del pueblo hebreo que narra el 2do libro de Reyes, nos hace ver la importancia que puede tener una madre. Cada vez que ese libro menciona el nombre de uno de los reyes buenos que tuvo el reino de Judá, menciona también el nombre de su madre. En cambio cuando habla de los reyes idólatras que hubo en el reino de Samaria no menciona el nombre de la madre. ¿Qué nos está diciendo eso? La gran influencia espiritual que la madre tiene sobre sus hijos, para que más tarde sean fieles a Dios, o para que vuelvan a Él algún día, si acaso por un tiempo se desviaron.

La madre tiene en sus manos el destino de los hijos que lleva en el seno, porque lo que la madre encinta piense, contribuye a formar el corazón de la criatura que está en su vientre. Lo que la madre siente, piensa y ora –o deja de orar- tiene una enorme influencia en la futura personalidad y en el carácter del niño. Si ella se la pasa viendo cosas frívolas en la televisión, está formando el corazón de su criatura con esas cosas vanas. En cambio, ella puede formar a la criatura ya nacida enseñándole a amar a Dios y a orar; enseñándole a juntar sus manitas para dirigirse a Papá Dios. ¿Saben ustedes que las oraciones de los niños son muy poderosas? Lo son en la medida en que sean inocentes. ¡Oh, cuidemos la inocencia de los niños!

Suele decirse que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer. Esa puede ser su esposa, claro está. Pero también puede haber sido su madre.
Muchos de los grandes héroes de la fe de la historia del cristianismo tuvieron una madre creyente que les enseñó a amar a Dios y a orar desde pequeños. Esa es una de las benditas funciones de las madres: Enseñar a sus hijos desde pequeños a amar a Dios y a orar (Véase 2Tm 1:5).

¡Cómo no hemos de alabar a Dios y a glorificarlo por tales madres que cumplen fielmente el propósito de Dios para con sus hijos! ¡Sean benditas con todas las bendiciones del cielo las madres que así lo hagan!

Yo quiero pronunciar bendición sobre las madres y las abuelas que están acá, para que no tengan temor de cumplir el propósito por el cual fueron llamadas por Dios, y que sean concientes de que Dios bendijo sus vientres cuando concibieron un hijo o una hija, y que bendecirá la vida de ese fruto de sus entrañas si se ponen de rodillas con frecuencia para orar por esa criatura.

Algún día Él va a hacer maravillas en esa vida que quizá alguna vez se descarrió, pero que, en su momento, como el hijo pródigo, retornará a la casa del Padre que lo espera.

¿Están dispuestas a creerlo?

Gracias te damos, Señor, por todas las madres que acogen a los hijos que tú les mandas sin tratar de impedir que nazcan; que los reciben como un don tuyo, Señor; que están dispuestas a tenerlos, y luego a criarlos, y a darles de mamar, y a alimentarlos con su propia sustancia, pese al sacrificio que para ellas eso representa; que están dispuestas a criarlos en el temor de ti, a fin de que un día sean varones y varonas que te obedezcan y te sirvan, de modo que este país, Señor, pueda ser bendecido abundantemente por tu gracia.

NB. Este artículo y el precedente están basados en la transcripción de una charla dada en el Ministerio de la Edad de Oro de la CCAV, anticipándose a la celebración del Día de la Madre, la cual estuvo a su vez basada en un artículo sobre Jocabed, publicado el 2001, y vuelto a publicar en mayo del 2009.

#677 (15.05.11) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).