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lunes, 29 de agosto de 2011

LA INQUIETUD DE ZAQUEO II

Por José Belaunde M.

A PROPÓSITO DE LUCAS 19:1-10
(Transcripción de una charla dada en el ministerio de la “Edad de Oro”)


Al terminar el artículo anterior Jesús, que se había invitado a sí mismo a casa de Zaqueo, se preparaba para ser acogido por el publicano. Apenas llegó Zaqueo exclamó: “La mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado.” (v. 8). Zaqueo se había vuelto loco. Él, que se había dedicado la vida entera acumular dinero por cuenta de los romanos, y a juntar de paso plata para sí, ahora quiere regalar la mitad de su fortuna.

Oye Zaqueo ¿qué te ha pasado? ¿Estás mal de la cabeza? ¿Te has vuelto chiflado? ¿Qué te ha ocurrido? Antes de que Jesús le diga nada declara: “Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres, y si en algo he defraudado a alguien en el cobro de impuestos, (su conciencia lo acusaba de que lo había hecho), le voy a devolver lo que le cobré de más multiplicado por cuatro.” De ser un hombre avaro, codicioso, de pronto Zaqueo se ha convertido en un hombre generoso, como estoy seguro lo somos nosotros los que estamos acá.

Pero ¿no ocurre eso con frecuencia, que cuando un hombre es tocado por Dios se vuelve desinteresado? ¿No es eso lo que ocurre? Aquí en esta sala no hay avaros, aquí no hay codiciosos, ¿no es cierto? Porque todos somos cristianos generosos como debemos ser. A nadie de los que estamos acá le duele soltar el monedero o la billetera. Yo doy fe de ello.

Pero inquiramos más profundamente. ¿Qué movió a Zaqueo a hacer ese acto de generosidad? Inconcientemente él reconoce que para recibir dignamente a Jesús como huésped, la casa de su alma -dice Juan Crisóstomo- debe ser adornada con limosnas y actos de desprendimiento. Al regalar la mitad de su fortuna él se hizo imitador de Aquel que se hizo pobre para que nosotros fuéramos enriquecidos. Él sembró abundantemente para poder cosechar algún día con abundancia en el reino de los cielos.

Pero notemos algo interesante. Jesús no le dice a Zaqueo: “No, Zaqueo; tú tienes que vender todos tus bienes, no sólo la mitad. Tienes que venderlo todo y dárselo a los pobres”, como le dijo una vez a un joven rico que conocemos (Lc 18:22). Jesús no le dice eso. ¿Por qué no le dice a Zaqueo lo mismo que le dijo a ese joven rico? A Zaqueo le permite que guarde la mitad de sus bienes ¿Saben ustedes el motivo?

Lo que yo sé es que Jesús, como hace siempre Dios, trata individualmente a cada persona. A unos les exige tal cosa, a otros les pide tal otra, a otros no les pide nada. Es como el médico que da la receta que conviene a cada enfermo según sea la enfermedad, no tiene una norma fija, una misma receta para todos, como solemos hacer nosotros. Imagínense un médico que va donde un enfermo al que le duele la cabeza y le da su receta: “Tome tal cosa.” Y luego viene otro enfermo al que le duele el pie y le receta lo mismo; y viene otro al que le duele el estómago y le da la misma receta. No pues. Jesús trata a cada persona según su condición, como el doctor consumado de las almas que es.

Él tenía sus razones para no exigirle a Zaqueo que venda todas sus posesiones. Implícitamente le está diciendo: “Está bien que regales la mitad y que te quedes con el resto.” Además Zaqueo ha dicho que va a devolver el cuádruple a cada persona a la cual hubiera engañado en el cobro de impuestos. Para poder hacerlo necesitaba contar con los medios, esto es, necesitaba guardar una parte de su fortuna. Pero notemos que en su propósito de resarcimiento Zaqueo va más allá de lo que exigía la ley de Moisés que mandaba que si uno había cobrado de más a una persona, tenía que devolverle lo que le cobró en exceso más el 20%, esto es, más la quinta parte (Lv 6:5). Eso era lo que la ley de Moisés exigía. Zaqueo lo sabía porque todo el mundo en esa época en Israel conocía la ley. Pero él va mucho más allá. Como su corazón ha sido cambiado él se propone dar como compensación de lo defraudado en la misma proporción de lo que la ley exigía dar por el robo de una oveja, esto es, cuatro ovejas (Ex 22:1).

¿Recuerdan lo que una vez dijo Jesús: que era más difícil que un rico se salve que un camello pase por el ojo de una aguja? El rico Zaqueo fue salvo al ver a Jesús. Esto es, pasó por el ojo de una aguja (Nota). Notemos que las riquezas pueden ser una oportunidad para la salvación, o una ocasión de perdición; una ayuda para la virtud, o una tentación al vicio. No es un crimen poseerlas, pero sí lo es no saber usarlas bien.

Y miren, tampoco le dice Jesús a Zaqueo: “En adelante vas a dejar de ser cobrador de impuestos. Ya no vas a hacer eso, sino que vas a venir detrás mío”, como le dijo a Leví (esto es, a Mateo). Al comienzo del evangelio de Marcos leemos que Jesús encontró a Mateo sentado a la mesa de los tributos y le dijo: “Tú, ven y sígueme”, y Mateo se convirtió en un discípulo suyo (Mr 2:13,14). ¿Por qué no le dijo Jesús a Zaqueo lo mismo? Sus razones tendría Jesús para que Zaqueo siguiera desempeñando el oficio de cobrador de impuestos por cuenta de los romanos. Finalmente era una función necesaria porque el estado no puede vivir si no se cobran impuestos, nos guste o no nos guste. Pero Jesús sabía que en adelante Zaqueo iba a ser un recaudador justo, y posiblemente hasta compasivo, y que no iba a explotar a nadie, sino que quizás hasta él pondría de su parte cuando veía que la persona era pobre, o que no le alcanzaba. Zaqueo había sido cambiado, ya no iba a extorsionar a nadie.

Dios tiene necesidad de que haya personas justas y de un corazón noble en los puestos públicos. Dios tiene necesidad de funcionarios que sean rectos en su manera de actuar. De manera que Jesús, al haber puesto su puntería en Zaqueo, estaba pensando posiblemente en esa necesidad, que la administración pública es necesaria, que no se puede prescindir de ella, pero que se requieren hombres justos, buenos, rectos y misericordiosos en esas funciones. Nosotros tenemos que pedirle a Dios que coloque a tales personas en los lugares altos de nuestra patria, para que puedan gobernar de una manera justa y recta. Necesitamos de Zaqueos en el gobierno y en la administración pública, de Zaqueos convertidos, claro está; no de Zaqueos de antes, sino después de haber nacido de nuevo.

Zaqueo estaba ahora sinceramente arrepentido de cómo había actuado antes, de cómo había abusado de la gente, desde su posición privilegiada, y ahora se ha propuesto que no va a actuar más de esa manera. Entonces Jesús al escuchar las palabras con que Zaqueo le recibe en su casa, mostrando que es un hombre cambiado, exclama: “Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham.” Esas palabras quieren decir que la salvación no solamente ha venido a Zaqueo personalmente, sino que ha venido a todos los suyos. ¿Qué cosa quiere decir “casa” en la Biblia? La familia, el hogar, incluyendo a su mujer, y a sus hijos, si los tuviere, y hasta al personal doméstico. La salvación ha venido a la casa entera.

Cuando Dios entra en un hogar todos se salvan. No lo vemos inmediatamente, pero ocurre en lo invisible. Primero cae uno, después cae otro y otro, hasta que todos se convierten. ¿No lo han visto ustedes? Cuando se convierte uno, todos empiezan a caer en las manos de Dios como fichas de dominó, y se convierten todos.

“Hoy ha venido la salvación a esta casa”. ¿Ha venido la salvación a tu casa? Ora por ella como oro yo por la mía, para que se cumpla la frase que Pablo le dice al carcelero de Filipos: “Cree en el Señor Jesús, y serás salvo, tú y tu casa.” (Hch 16:31). Porque tú has creído, porque el jefe de familia ha creído, serán salvos todos los de su hogar, todos los que dependen de él.

¡Qué importante es que el hombre se convierta! ¡Que el varón, que es el sacerdote del hogar, se convierta! Una vez que él se convierte todos los demás también lo harán. Pero con frecuencia ocurre que no es el hombre el que se convierte primero, sino la mujer, porque las mujeres suelen ser más receptivas a las cosas de Dios. No está mal que eso ocurra, porque ella influye en el marido. Cuando el marido se da cuenta de que ella ha experimentado un cambio, se pregunta: “¿Qué le paso a ésta? Ya no me regaña, no pelea conmigo. Ahora me cocina bien. Cuando vengo del trabajo ya no encuentro la comida fría, sino calentita. Ahora me engríe, me acaricia, no me trata mal. ¿Qué le ha pasado? ¿Se habrá vuelto loca?” Loca si, pero loca de amor por Dios, y de refilón, por su marido. Ella ha redescubierto las cosas que le gustaron en él cuando recién se conocieron.

Jesús dijo: “Por cuanto él es también un hijo de Abraham.” Es interesante pensar que el hecho de que Zaqueo estuviera al servicio de una potencia extranjera, y de que ejerciera un oficio despreciado por la mayoría, no quitaba que él siguiera siendo un miembro del pueblo escogido, y que siguiera siendo un heredero de las promesas de Abraham. Cuando un joven peca, o comete un delito que deshonra a su familia, a su apellido, su padre en castigo lo deshereda y lo expulsa de su casa. Pero eso no quita que siga siendo su hijo, que siga siendo un miembro de su familia. Algún día, Dios mediante, se rehabilitará y será recibido en el hogar como lo fue el hijo pródigo.

Los judíos piadosos de su tiempo despreciaban a Zaqueo, pero cuando uno se convierte todos sus pecados le son perdonados y nadie tiene el derecho de echárselos en cara, porque Dios ya lo ha perdonado y los ha olvidado. Nosotros debemos hacer lo mismo.

Al que ha vuelto al redil no podemos seguir reprochándole sus faltas pasadas. Si ya Dios se los perdonó ¿qué derecho tenemos nosotros para juzgarlo?

Lucas concluye el episodio con la declaración solemne de Jesús acerca de la misión que lo trajo a la tierra: “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.” (v. 10) Eso es lo que Él vino a hacer aquí abajo. No vino para buscar a los buenos. Vino a buscar y a salvar a los pecadores, a los que estaban alejados de Dios e iban camino al infierno. Él no vino para darse un paseo, no vino de turista, sino vino a morir por nosotros. Vino para llevar en su cuerpo en el madero los pecados de todos nosotros (1P 2:24), hombres y mujeres de todos los siglos, de toda la humanidad, para que no pereciéramos eternamente.

Él había venido a buscar y a salvar a los pecadores. Igual tenemos que hacer nosotros: Ir a buscar a los perdidos, a los que no conocen a Dios, para hablarles del evangelio, a fin de que sean salvos. Eso lo podemos y debemos hacer todos. Nosotros no nos hemos jubilado de la iglesia. Nos hemos jubilado quizá de nuestro trabajo, pero para Dios nadie se jubila. Así que si tú tienes un amigo, o una amiga, de tu edad, o que no sea de tu edad, la que sea, que no conoce a Dios y que puede venir a las reuniones que tú asistes en tu iglesia, invítalo para que venga y su corazón sea tocado. No dejes de hacerlo. Tráelo a ese conocido tuyo, a esa conocida tuya, que se ha extraviado. Que venga acá, y pueda ser tocado por Dios y ser transformado, como muchos de ustedes los han sido.

Fíjense qué interesante, y con esto concluyo: Zaqueo se convirtió porque tenía curiosidad de ver a Jesús. Eso fue lo que lo movió a él; quería ver quién era este Jesús de quien todos hablaban.

¡Cuántas personas habrán entrado a un templo cristiano solamente por curiosidad, para ver qué pasa, para ver qué hacen ahí!

Les voy a contar una historia real. Hace algunos años el ministerio de consolidación de nuestra iglesia estaba confiado a un grupo de personas a cargo de un hermano fiel. Un grupo de personas venían al templo todos los domingos por la mañana, y otro grupo venía por la tarde. Yo servía en dos servicios por la mañana. Una mañana me tocó ocuparme de un joven que estaba muy conmovido, tocado hasta lo más profundo de su alma por lo que había experimentado, por la palabra que había escuchado. Era muy edificante ver lo emocionado que estaba. Entonces le pregunté: ¿Cómo así viniste a la iglesia? ¿Quién te trajo? Y me contestó: Yo estaba pasando por aquí y como vi que había una cola larga pensé: “De repente están regalando algo, entraré a ver.” Entró a la iglesia porque creyó que estaban regalando algo y que la gente hacía cola por ese motivo. Fue por lana y salió trasquilado, pero de la mejor manera, porque le quitaron de encima los pecados que tenía al entrar, y recibió el regalo de la salvación que no esperaba.

Recibió el mejor regalo, aunque sólo había entrado por curiosidad. Él entró movido no por un interés espiritual sino por uno material. No buscaba a Dios, buscaba que le regalaran algo, como hace mucha gente. Pero Dios aprovechó su ánimo interesado para tocar su corazón.

Ahora bien, Zaqueo era rico. No obstante se salvó a pesar de que Jesús había dicho: “¡Qué difícil es que los ricos entren en el reino de los cielos!” Es difícil porque tienen el corazón endurecido. ¿De qué depende que se conviertan los que tienen mucha plata en el banco? De que se arrepientan de su codicia y dejen de aferrarse a su dinero, y de que estén dispuestos a compartirlo con otros.

Yo creo que esto nos habla a todos nosotros. Arrepintámonos también nosotros de nuestra codicia. Quizá todavía haya en nuestro corazón un rezago de nuestra codicia pasada, y haya quedado una pequeña parte de nuestro corazón que no se ha convertido del todo al Señor.

Lutero, el gran reformador, decía que el hombre no se ha convertido realmente hasta que su billetera no lo haya hecho, y que eso era lo más difícil. Así que ya saben. Nosotros tenemos que ser como Zaqueo y buscar a Jesús como quiera que sea y no dejarnos amilanar por los obstáculos. Tengamos en cuenta que hay mucha gente en el mundo que tiene una gran necesidad de Dios, pero no sabe cómo encontrarlo. De repente nosotros podemos ser el instrumento que Dios use para atraer a esa persona hacia Él. Así que, repito, no dejen de traer a estas reuniones a sus amigos y amigas de la edad adecuada, porque aquí podrán recibir el mejor regalo que puedan imaginar, que es conocer a Dios.

Nota: Las palabras “Ojo de una aguja” no se refieren a la aguja de coser que conocemos, sino era en ese tiempo el nombre que se daba a las pequeñas puertas que había al pie de las murallas de las ciudades en Israel, para que una vez caída la noche y cerradas por razones de seguridad las grandes puertas de la ciudad, los comerciantes pudieran hacer entrar a sus camellos despojados de su carga y arrastrándose de rodillas, operación por cierto difícil, porque los camellos se resistían.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y entregándole tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

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viernes, 26 de agosto de 2011

LA INQUIETUD DE ZAQUEO I

Por José Belaunde M.


A PROPÓSITO DE LUCAS 19:1-10
(Transcripción de una charla dada en el ministerio de la “Edad de Oro”)

Todos conocen, creo yo, al personaje de Zaqueo. ¿Saben ustedes quién fue Zaqueo? Alguien a quien lo habían saqueado, ¿no es cierto? Por eso se llama Zaqueo. Ah no, no fue por eso, sino a causa de su pequeña estatura. ¿Tampoco fue por eso? Bueno… Lo curioso del caso es que el nombre de Zaqueo quiere decir “puro”, y se parece a la palabra hebrea zadiq, que quiere decir “justo”. Así que él era un hombre puro, es decir que como él era recaudador de impuestos, él era puro dinero, puro cobro, puro impuesto.



Pero veamos lo que el libro de Lucas dice acerca de él:


“Habiendo entrado Jesús en Jericó, iba pasando por la ciudad. Y sucedió que un varón llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos, y rico, procuraba ver quién era Jesús; pero no podía a causa de la multitud, pues era pequeño de estatura. Y corriendo delante, subió a un árbol sicómoro para verle; porque había de pasar por allí.” (Lc 19:1-4).


Estas palabras sirven de introducción al pequeño episodio que nos narra Lucas. Nos dicen que Zaqueo era un hombre rico, como lo somos todos nosotros, al menos en espíritu. Él cumplía una función pública necesaria, muy importante en el ordenamiento social de ésa y de todas las épocas. Porque ¿cómo se podría vivir en el Perú, imagínense, sin la SUNAT? Imposible. Sin la SUNAT no podría existir el país, no existiría la administración pública si no contara con los fondos que la SUNAT recauda.


Pues bien, Zaqueo formaba parte de la SUNAT en el Israel de entonces. Mejor dicho, él era un representante de la SUNAT romana, porque era recaudador de impuestos -que es lo que la palabra “publicano” quiere decir- por cuenta del Imperio Romano.


A él le había costado mucho llegar a ser no solamente publicano, sino ser jefe de publicanos (que es lo que la palabra griega architalones, que figura en el original quiere decir), porque entonces era costumbre –y lo siguió siendo durante mucho tiempo- que esa clase de cargos se vendieran al que pagara más por ellos, por lo que se esperaba que los publicanos, mediante su oficio, se resarcieran de su inversión con parte de lo que cobraban.


Ese era el motivo por el cual la gente no los quería. Los publicanos eran muy mal vistos en todo el Imperio Romano por sus frecuentes abusos. En la sociedad judía de esa época eran considerados traidores a su pueblo, porque colaboraban con el dominador extranjero. En el caso de los judíos el rechazo era agravado por su contacto frecuente con los gentiles y por el hecho de que trabajaban en sábado.


La palabra “publicano”, como vemos en los evangelios, era en la práctica sinónimo de pecador. Por ese motivo le reprochaban a Jesús que andara con los publicanos. Los fariseos se decían, ¿cómo es posible que este hombre, que dice ser profeta, y justo, ande con pecadores, esto es, con prostitutas y publicanos? Los judíos piadosos no se juntaban con esa clase de gente a quienes despreciaban. ¡Hasta ahí no más, de lejos! No querían saber nada con ellos.


Sin embargo este hombre pecador, que vivía a espaldas de Dios, tenía una inquietud espiritual en su alma, que hacía que se interesara por ese profeta de quien había oído hablar, y al que seguían las multitudes porque hacía milagros; por ese hombre que era llamado por algunos “Hijo del Altísimo”. Entonces cuando Jesús llegó a Jericó, él inmediatamente se propuso ir a ver a este personaje de quien todo el mundo hablaba y que tanto lo intrigaba.


Esto es interesante. A veces las personas más inesperadas tienen una inquietud secreta por las cosas de Dios. Nosotros no debemos descartar a nadie, por indigno o despreciable que nos parezca, porque aún en el más grande pecador, aún en el mayor pecador público, puede haber una pequeña semilla de deseo, o ansia, por conocer a Dios. Dicho de otro modo, hay un vacío en su alma que ni el dinero, ni la posición, ni los placeres, pueden llenar. San Agustín dice que en el interior de todo ser humano hay un hueco que tiene la forma de Dios, y que solamente Dios puede llenar.


Pues bien, Jesús había entrado a la ciudad de Jericó yendo de camino a Jerusalén. Él iba a sabiendas, plenamente consciente de que iba para ser enjuiciado, para ser torturado, y para ser llevado a la cruz. Él no evade su destino, sino, como dice Lucas en otro lugar, Él “afirmó su rostro para ir a Jerusalén” (Lc 9:51) a cumplir su destino, la misión para la cual había venido a la tierra.


Pero a pesar de que Él estaba yendo a afrontar la gran prueba de su crucifixión y muerte, Él seguía estando deseoso de salvar a todas las almas que pudiera. Él intuye en su espíritu que hay en esa ciudad un gran pecador que tiene necesidad de ser salvado. Al entrar a Jericó, que todavía estaba lejos de Jerusalén, Él sabía que tenía que alojarse donde alguien antes de partir al día siguiente prosiguiendo su viaje. Como Dios lo tiene todo perfectamente calculado, tal como ese detective de la televisión que ustedes recuerdan seguramente, que decía tenerlo todo perfectamente calculado, y luego todo le salía mal. Sólo que Dios lo tiene todo perfectamente calculado, pero todo le sale muy bien, porque Él nunca se equivoca.


En este caso Jesús iba a resolver simultáneamente dos necesidades, iba a cumplir dos propósitos. Uno, encontrar una casa donde Él y sus discípulos pudieran alojarse esa noche; y dos, salvar a ese pecador que tenía necesidad de Dios. Jesús, como buen cazador y Maestro, iba a matar dos pájaros de un tiro y resolver dos problemas a la vez.


Pues bien, Zaqueo trataba de ver a Jesús en medio de la multitud, pero como era pequeño de talla no alcanzaba a verlo. (Nota). Jesús subía por una calle que, siendo al inicio ancha, se iba estrechando poco a poco, y Zaqueo hacía esfuerzos por empinarse pero no alcanzaba a verlo.


Ahora yo me digo, ¿cuántos hombres y mujeres de talla pequeña tienen una necesidad de Dios tan grande, tan grande que no les cabe en el cuerpo, y por eso se agitan, y por eso van de aquí a allá, buscando a Dios a veces equivocadamente en lugares donde no se le encuentra? Sabe Dios a dónde habría ido Zaqueo antes para calmar esta inquietud. Ahora él trataba de ver a Jesús, intrigado por el personaje, pero la multitud se lo impedía. Muchas veces ocurre que las multitudes y los atractivos del mundo impiden que las personas que buscan confusamente a Dios, que tienen una sed sincera de Él, lo encuentren. Quizás eso nos ocurrió a nosotros, que en una época buscábamos a Dios, pero los atractivos del mundo nos jalaban de un lugar a otro, nos llevaban de aquí para allá y no podíamos arribar al puerto que aspirábamos, hasta que llegó el momento de Dios. Eso es lo que iba a pasar con Zaqueo.


Mientras trataba sin éxito de ver a Jesús, Zaqueo vio que más adelante en la calle por la cual caminaba Jesús lentamente, rodeado de la multitud que no le dejaba avanzar, había un árbol. Ahí vio su oportunidad. Corrió entonces y se subió al árbol para ver a Jesús cuando pasara. Por lo menos podría ver su cabellera, o sus hombros, y quizá hasta su cara.


En su afán de ver a Jesús, Zaqueo no escatimó hacer algo que era indigno de la posición que él ocupaba: subirse a un árbol como cualquier hijo de vecino. Al hacerlo Zaqueo se exponía al ridículo. ¿Estamos nosotros dispuestos a exponernos al ridículo, a que se burlen de nosotros, por buscar a Cristo, por servirlo? El rey David no temió exponerse al ridículo, danzando delante del arca de Jehová, cuando la traían en triunfo a Jerusalén, a pesar de que su esposa Mical su burló de él (2Sm 6:14-23).


Lucas continúa narrando: “Cuando Jesús llegó a aquel lugar, donde estaba Zaqueo, mirando hacia arriba, le vio, y le dijo: Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa. Entonces él descendió aprisa, y le recibió en su casa gozoso.” (Lc 19:5,6).


Jesús avanza rodeado de sus seguidores. Camina lentamente. Se detiene bajo un árbol sabiendo que alguien está ahí arriba, esperándolo. Levanta la vista y le habla al hombre que está ahí subido como un mono en el árbol: “¡Zaqueo date prisa! ¡Baja pronto! Porque yo voy a alojarme esta noche en tu casa.”


Zaqueo debe haberse quedado atónito, sorprendido. ¡Hey! ¿Cómo sabe él mi nombre? ¿Cómo sabe cómo me llamo? ¿Quién se lo ha dicho? ¿Cómo es eso? ¿Cómo sabe que yo tengo deseos de verlo? ¿Y cómo sabe Él que yo tengo una casa grande como para poder alojarlo? ¿Quién se lo ha contado? ¡Ah! ¡Con razón es profeta, pues! ¡Era verdad lo que decían! ¡No era falso!


Sin embargo, Zaqueo tiene también que haberse dicho: ¿Y cómo es que este santo profeta me hace a mí, que soy un pobre pecador, el honor de venir a alojarse en mi casa? ¿A mí que soy un hombre indigno? ¡Cómo es posible!


Yo imagino que todos esos pensamientos deben haber pasado por la mente de Zaqueo cuando iba corriendo a su casa para llegar rápido y darle órdenes a su mujer y a los sirvientes que preparen las cosas para recibir a Jesús dignamente. Quizá también para prepararle un banquete a Él y a sus discípulos.


Yo me imagino que mientras Zaqueo corría, las lágrimas le bañaban el rostro. La emoción que él sentía de que Jesús le hubiera hablado cuando menos lo esperaba, y encima que Jesús hubiera sabido su nombre, y que él quería verlo, le aceleraba los latidos del corazón. ¡Y que Jesús todavía le dijera: “Yo voy a quedarme en tu casa esta noche!”


¿Cómo es posible? Zaqueo llegó a su casa hecho un hombre diferente. Por lo que viene enseguida, vemos que en el camino él había sido cambiado. Una mirada de Jesús, cuatro palabras suyas, habían sido suficientes para transformarlo, para hacer de él una persona nueva. Podemos decir sin temor a equivocarnos que Zaqueo había nacido de nuevo en esa hora, y que al llegar a su casa él era otro hombre, ya no era el mismo Zaqueo de antes. Miren, cómo son las cosas: Una sola mirada de Jesús, una sola palabra de Jesús, tiene el poder de cambiar a las personas.


Nosotros sabemos que pocos hombres tienen el corazón más duro que los avaros, que los que aman el dinero, y que ellos son las personas más difíciles de convertir al Señor. Pero aquí había sucedido un milagro: El publicano Zaqueo había sido súbitamente cambiado por la gracia de Dios.


Continúa la palabra: “Al ver esto, todos murmuraban, (es decir, muchos que estaban ahí alrededor) diciendo que había entrado a posar con un hombre pecador.” (vers. 7) ¡Cómo es posible que ese milagrero, que se jacta de ser un profeta y un hombre santo, entre a la casa de un desvergonzado como ése! Siempre hay personas que critican lo que Dios hace, que no están de acuerdo, que son más sabios que Dios. ¿Pero qué sabe esa gente de los propósitos de Dios? ¿Qué sabe esa gente, que se cree justa y santa, de la misericordia divina para los pecadores?


Los que critican a Jesús no tendrían reparos en dejar que Zaqueo se condene. Lo condenan en vida por sus actos pero no tienen misericordia de su alma. Lo que distingue a Jesús de sus adversarios que se justifican a sí mismos, es que no tienen compasión por los perdidos. Pero Jesús no actúa de esa manera. Él no trata de contentar a los que se creen buenos. Lo que Él hace es buscar a los que tienen necesidad de Él, quienes quiera que sean, donde quiera que estén, cualquiera que sea su estado. Él busca al ladrón, busca a la prostituta, busca al drogadicto, y va a buscarlos al huarique más infecto si es necesario. Así obra Jesús. Por eso no tuvo miedo de entrar en la casa de un pecador al cual la sociedad piadosa de su tiempo desechaba por ser un traidor a su patria, un colaboracionista. Jesús busca a los que tienen necesidad de Él, dondequiera que se encuentren, en el rincón más escondido, no importa dónde sea y no importa lo que la gente piense de ellos. No hay nadie que sea tan indigno, o menospreciado, como para que Dios no tenga compasión por él.


¿No podemos nosotros afirmar algo semejante de nosotros mismos? Cuando nosotros nos convertimos al Señor ¿éramos acaso unos santos? A ver que levante la mano el mentiroso o la mentirosa que lo afirme. ¿Quién merecía que Dios se compadeciera de él? ¿Dónde está el santo? Todos nosotros habíamos pecado, y todos estábamos destituidos de la gloria de Dios (Rm 3:23); así los grandes como los pequeños, los famosos como los desconocidos, los sabios como los ignorantes, porque todos tenemos una cosa en común, y esa es que somos pecadores. Eso nos distingue a todos.


Pero preguntémonos también: ¿Solemos tener nosotros compasión de los miserables, de los marginados, como la tenía Jesús? ¿Estamos dispuestos a hablarles, a trabar amistad con ellos?


“Entonces Zaqueo, (al llegar Jesús a su casa) puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado.” (vers. 8). (Continuará)




Nota: Aristóteles dice que los hombres de talla corta suelen tener un alma magnánima, porque la fuerza de su alma, estrechada en un cuerpo pequeño, se focaliza y agudiza.


Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a hacer una sencilla oración como la que sigue, arrepintiéndote de tus pecados y entregándole tu vida a Jesús:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#688 (14.08.11) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).