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miércoles, 15 de marzo de 2017

ANOTACIONES AL MARGEN XLV

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
ANOTACIONES AL MARGEN XLV

v  Tus actos y tus palabras fluyen de tus pensamientos. ¡Qué principio tan cierto! Por eso dice Proverbios 4:23: “Guarda tu corazón con toda diligencia porque de él mana la vida.”  ¡Cuán importante es no ensuciar esa fuente!
v  Que mi mente sea como un espejo de agua que refleje los deseos de Jesús.
v  Cuando nos hacemos pequeños es cuando más grades somos para Dios.
v  Cuanto más esperes de Dios, más recibes.
v  Encarnar diariamente la bondad de Dios por mis actos, gestos y palabras. Eso es parte de lo que Jesús quiso decir cuando dijo: “Aprended de mí…”
v  Escucha hermano, amigo: Esta vida no es sino el medio de ganar la vida eterna, de alcanzar aquello para lo cual fuiste creado. Tenlo muy en cuenta, no sea que pierdas la oportunidad. 
v  Yo suelo arder en deseos de revancha, de venganza y de castigo. ¿Cómo puedo parecerme a Jesús que era manso y humilde corazón, y nunca devolvió mal por mal?
v  En cierta manera nuestro amor a Jesús, nuestra ternura, “le paga” por lo que hizo por nosotros. Esto es, le compensa por los terribles sufrimientos por los que debió pasar para salvarnos. Es la retribución, si se puede usar ese término, que Él espera. Él no desea otra cosa sino que le amemos.
v  Tenemos que aprender a ser felices aun en medio de las tribulaciones. Ya lo dijo Pablo: “Sobreabundo de gozo en medio de mis tribulaciones” (2Cor 7:4) Jesús desea que nosotros tengamos esa actitud porque su amor lo compensa todo.
v  Debemos darle gracias a Dios constantemente por todo lo que Él ha hecho por nosotros, y Él distinguirá nuestra voz de las miríadas de voces que le cantan y alaban.
v  La belleza de los paisajes y de los crepúsculos es un regalo de Dios para el hombre, constantemente renovado, y es un pálido reflejo de su multiforme e infinita belleza. ¡Cómo será la belleza del cielo! A veces en sueños es como si se me permitiera vislumbrarlo.
v  Fue por amor a los hombres que Jesús soportó todo. ¿Cuánto he podido yo soportar por amor a Él?
v  Nuestras sonrisas hacen un bien enorme a los que menos pensamos. Para muchos son el mejor regalo. No seamos pues avaros con ellos, sino seamos cordiales y generosos. Dios nos lo pagará.
v  Jesús está aun en el más miserable, en el más repugnante de los seres humanos. Si vencemos nuestro asco, o nuestro rechazo instintivo, para acercarnos a él, cosecharemos una gran recompensa.
v  En verdad, si he de ser sincero, yo vivo para mí y no para Dios. ¿Cómo cambiar esta tendencia? ¿Cómo invertirla? Todos vivimos centrados en nosotros mismos. Jesús nos pide que no sólo vivamos en su presencia, sino que vivamos amándolo con una devoción y un entusiasmo tan grande que contagie todas nuestras actividades y que se irradie hacia los demás.
v  “Pedid y recibiréis” dijo Jesús. Cuanto más pidas, más recibirás. No te canses pues de pedir por ti y por otros, que Dios no se cansará de dar.
v  Una de dos: O vivimos para Dios, o vivimos para nosotros mismos. En el día del juicio los resultados serán diametralmente opuestos.
v  ¡Qué honor y qué dicha servir a Dios! ¿Somos conscientes de ello?
v  Nosotros con frecuencia nos comportamos como unos pobres a quienes un hombre muy rico se gozara haciendo regalos y dándoles de comer, pero que despreciaran sus dones, los miraran con indiferencia y no los agradecieran.
v  Aunque indigno, yo soy sal de la tierra, porque por todos los medios a mi alcance hablo del amor de Dios.
v  Lo que yo busque debe ser esto en todo: Unirme más y más a Dios. Ésa es mi felicidad, y debe ser también la tuya.
v  Cuando yo doy de mala gana a un pobre, no lo alegro sino lo humillo, le hago sentirse mal. ¿No me siento yo igual si alguien me alcanza de mala gana lo que me pertenece?
v  ¿Qué mejor tarea que la de dar alegría a todas las personas a las que yo me acerque? ¿A mis hijos? ¿A mis parientes y amigos? ¿A los pobres a los que ayudo? Pero, ¿lo hago realmente?
v  ¿Soy yo rápido en hacer el favor que me piden? ¿O me demoro en hacerlo? ¿Tengo que hacerme de rogar? ¿Lo hago de mala gana? ¿Cómo lo haría Jesús si estuviera en mi lugar?
v  ¡Qué gran riqueza es la fe! ¿Hay algún bien que tenga mayor valor en el mundo? Ninguno. Y si es así, ¿cómo no distribuirla a los que carecen de ella? ¿Cómo no compartir lo que he recibido gratis?
v  ¡Qué pregunta tan desafiante y profunda! ¿Para qué vivo yo? ¿Para agradar a Dios, o para agradarme a mí mismo?
v  Al sonreír a otros, al tratar de hacerlos felices y darles alegría, estoy haciendo lo que Dios ama hacer. 
v  Cuando ofendo o hiero a otros, la luz de Cristo en mí se apaga.
v  Puesto que Dios está en mí yo puedo creer que Él hará lo que sea necesario para mi bien. En Él debo confiar, no en factores humanos, inseguros por naturaleza.
v  Todos deseamos ser conocidos y hasta famosos. Eso es humano. Pero antes que nada debemos desear ser conocidos por el amor que irradia nuestra sonrisa, nuestros ojos, nuestros labios. Si lo logramos, nos pareceremos a Jesús.
v  Antes de dar limosna debo dar amor al pobre que extiende la mano, porque eso es quizá lo que más necesita. Al obrar así obraré como obra Dios.
v  ¿Qué quiere Dios de mí? ¿Qué trabaje y me esfuerce por su causa? No, antes que nada que lo ame.
v  Si la gente percibe el amor de Dios que vive en ti, serás sin proponértelo un apóstol.
v  Debemos creer que todo en nuestra vida ha sido dispuesto de antemano expresamente para nuestro bien. ¿Pero cómo creer eso frente a las pruebas severas que a veces enfrentamos?
v  Dios se alegra de que acudamos a Él con la confianza del hijo pequeño que sabe que su padre lo escucha.
v  ¡Qué gran privilegio, que Dios obre a través mío, de mi boca, de mis manos, y que la gente sienta su presencia!
v  Dios debería ser el centro de nuestros pensamientos. Si fuera así, nuestros pensamientos llenos de Dios nos transformarían y santificarían en poco tiempo.
v  Nada se pierde a los ojos de Dios. Él recuerda todo lo que le ofrecemos, por pequeño que sea.
v  Cuanto más quiera yo agradar a Dios en las minucias de la vida, tanto más derramará Él su amor lleno de ternura sobre mí.
v  Recordar a nuestros amigos incrédulos al orar es bueno, pero no basta. Interceder por ellos con lágrimas es mejor.
v  Nosotros somos hijos de Dios a través de Jesús, el Hijo de Dios. A causa de Él, el Padre nos adoptó como hijos.
v  Aun los más pequeños o furtivos pensamientos nobles, o los estados de ánimo de paz, de elevación del espíritu, han sido inspirados de lo alto. Todo lo bello que pasa por nuestra alma es obra del Espíritu Santo.
v  Cuando llegue el momento de morir, ¿qué más dará que estemos en un muladar, o en un palacio? Lo que importará en ese momento no es dónde estemos, sino a dónde vamos.
v  Que haya silencio en nuestro interior, silencio de recuerdos y pensamientos, es muy difícil, pero es indispensable para poder oír la voz de Dios, aunque a veces su voz irrumpe pese a todo el ruido interno y nos habla clarísimo.
v  ¿Cómo ver a Jesús en el pobre antipático, quejoso y mentiroso? Sin embargo, Él está ahí. No lo rechaces ni lo maltrates. (Mt 25:31-40)
v  Necesitamos desprendernos de todo. Poseer como si no poseyéramos, comprar como si no compráramos (1Cor 7:30). Sólo así podremos llenarnos plenamente del amor de Dios, pues de lo contrario, el sitio estará ocupado.
v  Las guerras, el crimen organizado, la violencia, los atentados cada vez más peligrosos, son obra de Satanás que cada día cobra más espacio porque el mundo rechaza a Dios. No sólo lo rechaza, sino que lo niega, y después se queja de lo mal que están las cosas.
v  Los peores atentados ocurren hoy día en países llamados post cristianos, que en el pasado fueron cristianos y enviaron muchísimos misioneros al mundo pagano, pero que hoy le han dado la espalda a Dios. ¡Cómo pueden quejarse!
v  ¡Cuán cierto es esto! El diablo maneja a su antojo la vida de muchos, e incluso, a veces, la de los creyentes, si se descuidan. Quizá alguna vez lo hizo conmigo.
v  Nunca me entregaré a Dios de una manera que Él considere suficiente. Siempre querrá Él más de mí.
v  Nunca debemos hacernos eco de calumnias y maledicencias, porque la reputación del prójimo debe ser sagrada a nuestros ojos. Pero, ¿cuántas veces habré yo pecado de esa forma repitiendo lo malo que se dice acerca de otras personas, en especial de figuras públicas? ¿Y cuántas veces lo habrán hecho otros acerca de mí?
v  Las almas son como flores. Las hay de todos los colores y formas, y en las combinaciones más diversas. Todas tienen su encanto y exhalan un perfume a veces intenso. Pero las hay también marchitas, dobladas, que perdieron sus colores y la esbeltez de sus formas. El hedor que exhalan es repulsivo.
v  Morir a sí mismo es una condición indispensable para unirse a Jesús y vivir en Él, porque no pueden vivir los dos juntos en el mismo espacio a la vez. Es Él o yo.
v  A veces tomamos decisiones a la ligera, sin darnos cuenta de que las consecuencias pueden ser profundas y duraderas.
v  La presencia del amor de Dios en una persona se manifiesta en su amabilidad y gentileza, en su paciencia y generosidad, que suelen atraer inconscientemente a la gente. Su ausencia se manifiesta por las actitudes contrarias, que provocan rechazo. “Por sus frutos los conoceréis…” Sin embargo, a unos y otros los ama Jesús. ¿Por qué los ama si son necios y malos? Porque su amor es sin límites y lo probó al morir por todos.
v  Con la razón se avanza paso a paso. Con el amor se avanza a saltos.
v  Cuando se burlan de nosotros y no nos comprenden nos parecemos a Cristo que fue incomprendido y objeto de burla. Ése es un privilegio que no debemos rechazar, sino abrazar agradecidos de parecernos a Él.
v  Todas las luces que recibimos de Dios debemos transmitirlas a otros, pues para eso nos han sido dadas, no sólo para nuestro propio beneficio.
v  ¿Estoy deseando yo todo el tiempo que venga el reino de Dios, como nos enseñó Jesús que pidamos en el Padre Nuestro? Me temo que rara vez pienso en ello, al menos de una manera consciente, tan absorto estoy en lo presente.
v  ¿Cómo puede nadie ser santo si cree ser algo en el reino de Dios? ¿Si estima que tiene un ministerio importante, o si cree –o se imagina- que Dios lo ha llamado a grandes cosas? Claro que Dios puede llamar a grandes cosas a alguien, pero lo hace sólo a los que se creen indignos de ese favor, a los que están dispuestos a pagar el precio en términos de sacrificio y esfuerzo.
v  Cuanto menos nos creamos sinceramente, más recibimos de Dios. Él abomina la presunción.
v  ¿De cuántas maneras podemos traducir el amor que hemos recibido de Dios en obras y gestos que bendigan a nuestros semejantes? Ya una sonrisa es bastante, pero no basta, si se me permite la paradoja.
v  ¡De cuántas cosas inútiles estamos llenos! Pero no sólo de las inútiles debemos despojarnos. También debemos hacerlo de las innecesarias y superfluas, salvo que pensemos que en algún momento pueden sernos útiles. ¡Y cuántas de nuestras palabras son vanas! Como dice un proverbio: “En las muchas palabras no falta pecado.” (Pr 10:19).
Amado lector: Jesús dijo: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma? (Mt 16:26) "Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."
#936 (31.07.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

miércoles, 17 de febrero de 2016

LA ORACIÓN III

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA ORACION III

Hay algunos requisitos que nuestras peticiones deben reunir para que seamos escuchados. En primer lugar,  que sean específicas, concretas, no vagas. Si queremos  que Dios nos escuche debemos saber qué es lo que queremos: "Señor, dame un trabajo". Está bien, te dirá el Señor, pero ¿qué clase de trabajo quieres?  ¿Cualquiera te da lo mismo? De repente, para enseñarte a pedir bien, te da un trabajo que no te gusta y, encima, mal pagado. Si le has de pedir algo, no desconfíes de su generosidad.
En segundo lugar, es bueno que nuestras peticiones contengan detalles, para que Él pueda satisfacer nuestros deseos. ¿Cómo quieres ese trabajo? ¿Dudas acaso de que Él pueda darte exactamente lo que deseas? Si no lo hace es porque desea darte algo mejor.
En tercer lugar, nuestras peticiones han de ser sinceras, porque Él ve nuestro corazón. No vale la pena que le pidamos cosas que realmente no deseamos, o que no nos importan. Él desea cumplir nuestros deseos, no nuestros caprichos, o veleidades del momento.
Por último, nuestras peticiones han de ser sencillas. No necesitamos usar de grandes palabras para  impresionarlo.
Es cierto que también podríamos no pedirle nada concreto a Dios, sino simplemente decirle: Haz de mí lo que quieras. Y ésa podría ser en algunos casos la mejor oración. Pero hay veces en que necesitamos pedirle cosas concretas.
Hay también algunos principios básicos que debemos observar para que nuestras oraciones sean  contestadas: En primer lugar, debemos orar con fe. Como en casi todas las cosas referentes a nuestra vida espiritual, la fe es una condición esencial. Jesús lo dijo: "Si tuvierais fe como un grano de mostaza, podríais decir a este sicómoro: Desarráigate y plántate en el mar, y os obedecería."  (Lc 17:6). Es decir, con que sólo tuviéramos una mínima dosis de fe, obtendríamos todo lo que quisiéramos, aunque nos parezca imposible. Lo malo es que a veces no tenemos ni esa mínima dosis. No le creemos a Dios; no confiamos en su poder absoluto, ni en su deseo de concedernos lo que necesitamos.
En otra ocasión Jesús dijo: "Conforme a vuestra fe os sea hecho" (Mt 9:29). Nuestra fe es la medida de lo que obtenemos orando: si mucha, mucho; si poca, poco.
Santiago también nos amonesta: "Pero pida con fe, sin dudar; porque el que duda es semejante a una ola del mar que es arrastrada por el viento, y echada a un lado y a otro. No piense, pues, quien tal haga que recibirá alguna cosa del Señor" (St 1:6,7).
Si pedimos sin fe es como si le dijéramos a Dios: "Te ruego que me concedas tal cosa, pero yo ya sé que no me lo vas a dar". Nuestra desconfianza, nuestra falta de fe, lo ofende. Entonces nos contestará: "Conforme a tu falta de fe te será hecho". Y no podremos quejarnos.
Pero si pedimos algo a Dios y confiamos en Él, debemos esperar resultados, porque para eso pedimos, no por hablar. Si no los esperamos, tampoco nos vendrán. Nadie hace ninguna gestión para no obtener nada. De lo contrario, no la haría. Igual es en la oración. Si oramos debemos estar a la espera del resultado, y si demora, insistir. Dios no se ofende por ello; al contrario, se agrada.
Precisamente para enseñarnos a perseverar en la oración Jesús narró la corta parábola del juez impío, que no creía en Dios ni en nadie, y a quien una viuda venía a molestar todos los días con su queja. Para que no le agotara la paciencia, el juez dijo que le haría justicia. Jesús termina diciendo: "¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a Él día y noche?" (Lc 18:7). Orar perseverando es pues el segundo principio.
En tercer lugar, hemos de pedir cosas que estén de acuerdo con la voluntad de Dios (1 Jn 5:14,15). ¿Nos dará Dios algo que Él no quiere? ¿Algo que sea contrario a su ley? ¿Algo que nos haga daño? No podemos obligar a Dios. Más bien, si queremos obtener algo de Dios, debemos pedir cosas que Él quiera darnos, algo que sea para nuestro bien, no para nuestro daño, puesto que Él nos ama.
Pudiera ser, sin embargo, que en algún caso excepcional Dios nos conceda algo que no sea conforme a su voluntad y que suframos las consecuencias. Así aprendemos a no desear lo que Él no desea.
¿Pero cómo sabemos que nuestras peticiones están de acuerdo con su voluntad? Primero, tenemos su palabra que nos ilustra al respecto. No podemos pedirle algo que su palabra dice que es pecado, algo que Él prohíba. Pero la Escritura no cubre todos los casos particulares. Para que podamos saber si lo que deseamos es conforme a su voluntad específica para nosotros en un momento dado, tenemos el recurso de preguntarle a Dios en oración: ¿Es este deseo mío conforme a tus propósitos para mí? Si nos acercamos a Él confiadamente como un hijo a su padre, no dejaremos de oír en nuestro espíritu la respuesta.
En cuarto lugar, la manera más segura de obtener lo que queremos es vivir conforme a la voluntad de Dios, obedeciéndola en nuestra vida diaria: "Y cualquier cosa que pidiéremos la recibiremos de Él, porque  guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de Él." (1 Jn 3:22).
Hacer su voluntad es el camino más directo para vivir en comunión con Él. Si vivimos en comunión con Él no desearemos nada que Él no desee, y si acaso lo deseáramos, sentiríamos en nuestro espíritu un reproche, y nos avergonzaríamos. Pablo dijo: "El que se une al Señor es un espíritu con Él." (1Cor 6:17). Si nuestro espíritu está unido al suyo, nos dejaremos guiar por Él en toda nuestra vida, y Él nos comunicará lo que desea que le pidamos. Si nuestro espíritu está unido al suyo, no querremos hacer nada que Él no pueda hacer junto con nosotros.
En quinto lugar, Jesús nos ha dado un arma: "De cierto, de cierto os digo, que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará." (Jn 16:23; 14:13,14). Pedir algo en su nombre es pedir en su lugar, como si Él mismo lo hiciera. ¿Le negará Dios algo a su Hijo? Por supuesto que no. Por eso Jesús nos asegura que todo lo que pidamos en su nombre nos será hecho, para que demos por seguro que lo hemos obtenido.
¿Reemplazará el nombre de Jesús a la fe? De ninguna manera. Más bien, se le añade. Porque ¿cómo  podríamos pedir algo en el nombre de alguien en quien no creemos? Nuestra incredulidad haría vacío el uso de su nombre.
Pero no sólo nuestra incredulidad. Si con nuestra conducta deshonramos el nombre de Jesús, mal podríamos usarlo para alcanzar algo de Dios.
Por último, y en sexto lugar, obtenemos lo que pedimos si confiamos enteramente en Él, y descansamos en esa confianza: "Encomienda al Señor tus caminos, confía en Él y Él obrará" (Sal 37:5).
Dios nunca defrauda al que en Él confía. Lo dice de muchas maneras su palabra. ¿Y cómo no descansar plenamente en Él si "Él tiene cuidado de nosotros"? (1P 5:7). Si ello es así, bien podemos echar en Él nuestras cargas, descartando toda inquietud, y esperando que Él intervenga a su manera y en su tiempo (Sal 55:22). Orando así ponemos enteramente el resultado en sus manos, sabiendo que Él hará lo mejor.
Estas condiciones que he enumerado no son pasos que han de cumplirse sucesivamente, uno tras otro, para obtener de Dios lo que solicitamos: Primero hacer esto, después aquello, como quien cumple un plan. No, son principios y observar uno solo de ellos puede bastar, provisto que no vivamos en contradicción con los otros. Pero hay veces en que seremos guiados a pedir de una manera, según tal principio, y habrá otras en que seremos impulsados a rogar de una forma distinta, según otro, de acuerdo a las circunstancias.
Dios no sigue reglas. No es un Dios de un solo método, de un solo sistema. Él siempre se renueva aunque siempre es el mismo. Eternamente nuevo y eternamente igual. En su fidelidad "que llega hasta los cielos," y que se prolonga "de generación en generación" está nuestra confianza (Sal 36:5; 119:90).

NB. Esta es la continuación de un artículo que fue publicado por primera vez en febrero del 2002, y que fuera reimpreso nuevamente cuatro años después.

Amado lector: Jesús dijo: "De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?" (Mr 8:36) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare, y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."

#889 (12.07.15). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).


lunes, 5 de julio de 2010

CÓMO HACER LA VOLUNTAD DE DIOS

Por José Belaunde M.
En el Padre Nuestro decimos: “Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.”
¿Por qué pedimos eso? ¿Acaso tiene Dios necesidad de nuestra ayuda para que se haga su voluntad? ¿No podría Él imponernos su voluntad para que la hagamos? Podría hacerlo, pero no quiere hacerlo, porque Él nos ha hecho libres. Él no quiere que los seres humanos seamos como robots, que obedezcan sus órdenes automáticamente, sino quiere que hagamos su voluntad voluntariamente, no obligados.
Entonces, repito: ¿Por qué pedimos eso? O mejor dicho: ¿Por qué nos enseñó Jesús a decir eso? ¿Por qué nos enseñó Jesús a pedirle al Padre que su voluntad se haga en la tierra tal como se hace en el cielo? ¿Cómo se hace la voluntad de Dios en el cielo? ¿Podemos imaginar que alguien discuta la voluntad de Dios en el cielo? No, de ninguna manera. En el cielo todos hacen la voluntad de Dios inmediatamente, gozosamente. Por eso dijo Jesús: “Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.” Sin chistar. Así quiere Dios que se haga su voluntad en la tierra.
¿Por qué pues nos enseñó Jesús a orar de esa manera? Porque en la tierra no se hace la voluntad de Dios. Es decir, más exactamente, porque los hombres no hacen la voluntad de Dios.
¿Por qué no la hacen? A causa del pecado que corrompió su naturaleza y que hace que los hombres no quieran hacer su voluntad. Y eso, desde Adán.
Conocemos lo que dice Pablo en Rm 3:23: “Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios”. Todos, sin excluir a nadie. También el que escribe estas líneas y el que las lee, todos fuimos destituidos de la gloria de Dios, hasta que el Señor nos salvó.
Pero la mayoría de los seres humanos no conocen a Dios, están alejados de Dios; no son salvos y no hacen la voluntad de Dios, sino la voluntad del diablo.
¿Cuál es la consecuencia que se sigue inevitablemente de que los seres humanos no hagan la voluntad de Dios? La infelicidad humana, porque la voluntad de Dios es lo mejor para el hombre. Al negarse a cumplir la voluntad de Dios y preferir seguir, en cambio, sus propios caprichos, el hombre siembra la semilla de su sufrimiento.
El hombre es infeliz porque cuando peca, hace cosas que a la corta o a la larga tienen malas consecuencias. Al comienzo no las siente y se agrada en su pecado, pero tarde o temprano, las consecuencias de su pecado le alcanzan (Nm 32:23).
La sociedad entera sufre las consecuencias del pecado. Las familias son destruidas a causa del pecado de la infidelidad matrimonial. La gente padece pobreza a causa de la explotación, que es un grave pecado. Hay guerras entre los países por conflictos territoriales, por ambiciones desmedidas de algunas naciones, por el odio entre los pueblos. Es decir, el pecado le trae graves consecuencias a la sociedad humana.
Si todos hicieran la voluntad de Dios en la tierra, el mundo sería un paraíso. De hecho, la vida en el Edén era un paraíso. Adán y Eva eran felices hasta el momento en que pecaron. Pero cuando pecaron fueron expulsados de ese paraíso que era su hogar (Gn 3), y empezaron una vida de sufrimiento y de gran dolor, comenzando por el asesinato de su hijo Abel, por su hermano Caín. Con ese primer crimen comenzó la cadena sin fin de asesinatos que ha causado, y sigue causando, un gran infortunio a la humanidad.
El ser humano, el hombre natural, vive en una tensión permanente entre hacer lo bueno, e.d., la voluntad de Dios (que conoce instintivamente porque tiene una conciencia que se lo revela), y que es “buena, agradable y perfecta” (Rm 12:2), y hacer el mal, siguiendo los impulsos de su carne, que se oponen a la voluntad de Dios. Todos los seres humanos experimentan esa tensión.
El lugar clásico donde se expone la lucha entre el hacer la voluntad de Dios y seguir los impulsos de la carne es Rm 7:18-20: “Yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí.”
Esos versículos nos hablan de la lucha que se produce en la mente del pecador que no puede hacer el bien que quiere sino que hace el mal que no quiere. (v. 15,16) ¿Quién de nosotros no ha experimentado esa lucha entre querer hacer el bien y no hacerlo, y no querer hacer el mal y, sin embargo, hacerlo? Esa es la lucha en que nosotros vivíamos antes de conocer a Cristo. Pecábamos porque éramos pecadores. Nos librábamos de las tentaciones cayendo en ellas, pero luego volvían con más fuerza y volvíamos a caer. Ese es el mecanismo implacable de la cadena bajo la cual gime el pecador. Para librarnos de ella el Señor nos enseñó a orar: “No nos dejes caer en tentación”, porque cuando somos tentados, caemos.
Él pecador vive dominado por “la ley del pecado y de la muerte.” (Rm (8:1)
Pero también el cristiano nacido de nuevo conoce esta lucha entre el bien y el mal dentro de sí. ¿Hay algún cristiano que pueda decir que viva tan santamente que nunca peque? El predicador escribió: “No hay hombre justo en la tierra que haga el bien y nunca peque.” (Ecl 7:20). Todos tenemos que reconocer que aunque amamos a Dios y deseamos hacer su voluntad, alguna vez caemos.
¿Cómo es posible que suceda eso si se supone que “la ley del espíritu de vida en Cristo Jesús nos ha librado de la ley del pecado y de la muerte”? (Rm 8:2) Si eso es cierto ¿por qué seguimos pecando?
Porque no nos hemos despojado enteramente del hombre viejo que todavía vive en nosotros (Ef 4:22), y no nos hemos vestido del todo del “hombre nuevo creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.” (Ef 4:24). ¿Quién es el hombre viejo? El que pecaba constantemente, con todos sus malos hábitos y sus malas costumbres y tendencias.
Pero el cristiano nacido de nuevo está también entrampado en esa lucha entre la carne y el espíritu: “Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y ambos se oponen entre sí para que no hagáis lo que quisiereis.” (Gal 5:17).
La carne nos quiere llevar para un lado y el espíritu nos jala para el otro. ¿Quién no conoce esa lucha?
Por eso Pablo exclama: “¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?" (Rm 7:24)
Pero Pablo nos da también un secreto para vencer al viejo hombre en nosotros que todavía reclama sus derechos: “Los que son de la carne piensan en las cosas de la carne, pero los que son del Espíritu, piensan en las cosas del Espíritu” (Rm 8:5).
El hombre viejo en nosotros piensa todavía en las cosas de la carne, está anclado en ellas, pero el hombre nuevo piensa en las cosas del Espíritu.
¿Qué cosa es, en buenas cuentas, esto es, en la práctica, pensar en las cosas de la carne? ¿Qué significa? ¿Cuál es la consecuencia de pensar en las cosas de la carne? El que piensa en las cosas de la carne, alimenta su carne, es decir, la fortalece. Pero, al contrario, el que piensa en las cosas del Espíritu, alimenta su espíritu y lo fortalece.
En las peleas de perros que antes había –pero que ya felizmente fueron prohibidas- ¿Qué animal era el que ganaba? El que había sido mejor entrenado y alimentado.
Algo parecido sucede con el boxeo. El boxeador no sólo se prepara para su próxima pelea sometiéndose a un fuerte entrenamiento, sino que se alimenta muy bien. ¿Imaginan ustedes a un boxeador que le pidiera al Señor que le conceda la victoria en su próximo match, y que se pusiera a ayunar durante siete días? Lo tumban al primer trompón.
¿Quieres que el Espíritu salga vencedor en esta lucha interna contra la carne? Según sea lo que nosotros alimentemos será fuerte: o la carne o el espíritu. ¿Qué tenemos pues que hacer? Alimentar nuestro espíritu y dejar morir de hambre nuestra carne.
Ahora bien, ¿cómo se alimenta al espíritu en nosotros? Pensando en las cosas del Espíritu y no en las cosas de la carne. Deja de pensar en las cosas de la carne y poco a poco la carne languidecerá.
Entonces nosotros nos vamos a ocupar en las cosas del Espíritu. Vamos a vivir para Dios, y nuestro espíritu será alimentado. Vamos a dejar de pensar en las cosas de la carne para que en la lucha entre el espíritu y la carne, el espíritu venza.
Pablo le dijo a su discípulo Timoteo: “Ocúpate en estas cosas…” (1Tm 4:15). Es decir, de las cosas buenas de que le ha estado hablando: “en la lectura, la exhortación y la enseñanza.” (1Tm 4:13).
Pablo también escribió: “El ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz.” (Rm 8:6) ¿Qué tenemos pues que hacer? Cerrar las ventanas del alma a las cosas de la carne, es decir, cerrar los ojos a ellas. Los ojos son las ventanas del alma.
Nuestra imaginación se alimenta de lo que vemos y oímos. La imaginación es el terreno en el cual el diablo trabaja de preferencia. Él trata de darnos ideas, pensamientos, imágenes, sentimientos, que incentiven los impulsos carnales en nosotros. Él trata también de que seamos heridos, porque un corazón herido busca con frecuencia consuelo en cosas que no son buenas. O puede reaccionar con odio o resentimiento, que lo desvían del buen camino.
Entonces, cierra tus ojos a todo lo malo, a todo lo impuro, a todo lo pecaminoso. Pero no sólo tus ojos. También tus oídos, porque nuestra carne se alimenta de lo que vemos y oímos en la TV, y en revistas, periódicos, cinema, Internet, etc.
Si sabes que hay programas que son malos en sí, porque lo que muestran es pecado, no los veas. No veas ni oigas nada que ofenda a Dios.
Si lees revistas porno, o miras páginas web de ese tipo, ¿con qué alimentas tu imaginación? Con sexo sucio. Estás dando un lugar al diablo en tu mente. (Ef 4:27).
Es decir, no sólo no veas, tampoco leas ni pienses en lo malo. mantente puro y el hombre viejo languidecerá.
Cierra las ventanas del alma, esto es, los ojos, a todo lo que sea malo. Y al contrario, ábrelos a todo lo que sea bueno y puro, y el espíritu en ti se fortalecerá.
Lee la palabra de Dios. La palabra de Dios lava y purifica nuestra mente (Ef 5:26). La lectura de la palabra de Dios nos santifica. Transforma y renueva nuestra mente, como escribió Pablo: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento.” (Rm 12:2a).
Sobre todo, busca el rostro de Dios para tener intimidad con Él: “Mi corazón ha dicho de ti: Buscad mi rostro. Tu rostro buscaré, oh Señor. No escondas tu rostro de mí.” (Sal 27:8).
¿Cuál es el mejor momento para buscar el rostro de Dios? En la mañana. “De mañana escuchas mi voz; de mañana me presento delante de ti y espero.” (Sal 5:3).
Busca la compañía de Jesús en oración para que su santidad se te contagie.
Las enfermedades se adquieren por contagio, pero las cosas buenas, las virtudes, también. Si yo busco la presencia de Dios me voy a contagiar de las cualidades de Dios. Se me van a pegar de alguna manera, por el solo hecho de tratar con Él, de hablar con Él. Es decir, la gracia de Dios va a venir sobre mí y me va a comunicar los rasgos del carácter de Jesús; los frutos del Espíritu Santo van a florecer en mí. ¿No quieren ustedes contagiarse de las virtudes de Dios? Ese es un santo contagio.
Los apóstoles, una vez que se fue Jesús, ¿creen ustedes que actuaban como pecadores? Había algo en ellos que hacía que la gente reconociera que habían estado con Jesús, como cuando llevaron a Pedro y a Juan al Sanedrín (Hch 4:13). ¿En qué lo reconocieron? .Algo se les había pegado de la manera de actuar y de hablar de Jesús. ¿Por qué se les había pegado? Porque habían vivido con Él durante tres años. Se les habían pegado los modales, las palabras, las actitudes de Jesús. Y eso es lo que debemos buscar.
¿Cómo buscar a Jesús? ¿Cómo conocerlo? Ya lo he dicho, mediante la intimidad de la oración. Pero también por la lectura de los evangelios. Ahí está su personalidad retratada.
¿Hay alguien aquí a quien Dios le haya hablado en oración alguna vez con voz audible? A mí sí una vez, porque se lo había pedido con insistencia y lo necesitaba. Pero Dios nos habla constantemente. No siempre con una voz audible, sino de muchas otras maneras, en especial a través de la lectura de su palabra, y a través de nuestros propios pensamientos. Nosotros reconocemos en oración que hay ideas que vienen a nuestra mente que no son nuestras, que vienen de Dios. Dios nos habla. Él no está silencioso, sólo que no abrimos los oídos y no reconocemos que es la voz de Dios la que nos está hablando, a pesar de que Jesús dijo que sus ovejas oyen y conocen su voz. (Jn 10:3,4)
Dios nos habla con diferentes propósitos: para guiarnos, para consolarnos, para fortalecernos, pero sobre todo, para que conozcamos su voluntad específica.
¿Cuál es la voluntad de Dios para nosotros, los cristianos, en términos generales? Antes que nada, nuestra santificación. (1Ts 4:3).
A los jóvenes Pablo les dice: Huid de las pasiones juveniles. (2Tm 2:22) ¿Qué más dice en ese pasaje? “Sigue la justicia (es decir, la rectitud de conducta), la fe, la paz y el amor.” Ahí están expresados en cápsula cuatro aspectos de nuestra santificación.
Esa es la voluntad de Dios para todos nosotros.
Ahora bien, todos queremos que se haga la voluntad de Dios en nuestras vidas, no sólo en general, sino también su voluntad específica, personal, para nosotros. Queremos que Dios guíe nuestros pasos. ¿Cómo lograrlo?
El primer paso es desearlo con todo el corazón. Hacer la voluntad concreta de Dios debe ser la pasión de nuestra vida. Jesús dijo: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió.” (Jn 4:34)
Cuando Pablo fue derribado por el Señor en el camino de Damasco, ¿qué fue lo primero que dijo? “Señor ¿qué quieres que haga?” (Hch 9:6) Ésa debe ser nuestra pregunta constante.
Si deseamos de todo corazón hacer la voluntad de Dios, Él empezará a guiarnos. Pero ¿cómo reconocer la voz de Dios?
Segundo paso: Todo deseo, o proyecto, o propósito que perturbe la paz de nuestro corazón, no proviene de Dios sino del diablo.
“Mucha paz tienen los que aman tu ley y no hay para ellos tropiezo.” (Sal 119:165)
Los proyectos del diablo producen inquietud en el alma. Los proyectos de Dios producen seguridad y paz. Ésa es una señal bastante segura acerca de cuál es el origen de nuestros deseos y proyectos.
Tercer paso: Todo lo que me aleja de Dios, todo proyecto, toda intención, en suma, todo lo que enfría mi fervor, es contrario a la voluntad de Dios.
Todo lo que me acerca más a Dios, lo que me hace amarlo más, está de acuerdo con la voluntad de Dios.
Hay impulsos, pensamientos, aficiones, lecturas, compañías, amistades, conversaciones, que nos alejan de Dios, que enfrían nuestro fervor. No son conformes a la voluntad de Dios. Por algo dice Proverbios: “Reconócelo en todos tus caminos y Él enderazará tus veredas.” (Pr 3:6)
Cuarto paso: Todo lo que contamina mi alma es contrario a la voluntad de Dios.
“Guarda tu corazón con toda diligencia, porque de él mana la vida.” (Pr 4:23) Cuida muy bien lo que entra en tu corazón, porque tiene consecuencias.
“Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que sea de buen nombre, si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad.” Flp 4:8
Lo que tienes en el corazón dirige tu vida. Nuestros pensamientos tienden a convertirse en actos.
El ladrón no piensa en ganarse honestamente la vida, sino en cómo robar, asaltar o estafar.
El trabajador honesto no piensa en robar, sino en hacer mejor su trabajo.
Quinto paso: “Dad gracias a Dios en todo, porque esa es la voluntad de Dios para nosotros.” (1Ts 5:18) Sea bueno o sea malo, me guste o no me guste lo que sucede, nada ocurre sin que Dios lo quiera o lo permita y debo darle gracias por ello.
Para hacer la voluntad de Dios, debo amar la voluntad de Dios, debo amar lo que Dios hace, aunque me desagrade.
Cuando agradezco a Dios por todo, y lo alabo aunque me duela, estoy manifestando que confío en Él a pesar de todo, y que Dios arreglará las cosas. Job, habiendo perdido todo, dijo: “Aunque me matare, yo en Él confiaré.” (Jb 3:15)
No puedo decirle a Dios: “Esto que has permitido que ocurra no me gusta nada. ¿Por qué me tratas así?” Más bien debo pensar que Dios me ama, que Dios me guarda y me protege, y que nada me ocurre que no sea para mi bien.
El apóstol Santiago, como si adivinara lo que a veces pensamos, nos advirtió: “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas.” (St 1:2)
El apóstol Pedro dice que es necesario que pasemos por pruebas, para que nuestra fe sea probada y brille como el oro. (1P 1:6) Y Pablo en Romanos nos exhorta: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Antes en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.” (Rm 8:35,37)
Hacer la voluntad de Dios puede hacernos pasar ocasionalmente por un valle de sombras oscuras, como dice el conocido salmo: “Aunque pase por un valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno porque tú estarás conmigo. Tu vara y tu cayado me infundirán aliento.” (Sal 23:4).
Al final hemos de recoger la recompensa que Dios reserva para todos los que le aman.
Si por momentos las cosas te parecen difíciles, recuerda las palabras de Pablo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.” (Flp 4:13)
Cuando más duras parezcan las cosas, cuando mayores sean la pruebas por las cuales pasamos, es cuando más cerca está Dios de nosotros.

NB. Palabras pronunciadas en la iglesia bautista “Ebenezer” de Miraflores recientemente.
Invitación: Quisiera invitar a todos mis lectores que dominen el inglés a leer la página diaria de Charles Colson en Internet (www.breakpoint.org). Sus puntos de vista, sus opiniones, están siempre inspirados por la palabra de Dios, y nos enseñan a mirar las realidades concretas del mundo y los acontecimientos de la política a través de un sano criterio cristiano sin concesiones al mundo.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a hacer una sencilla oración como la que sigue, entregándole a Jesús tu vida:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo y quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#629 (30.05.10) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).