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miércoles, 18 de noviembre de 2020

LA BATALLA DE LA ORACIÓN III




LA BATALLA DE LA ORACIÓN III
Dios, pues, necesitaba que alguien orara por el cumplimiento de esa profecía, para ponerla en obra. Necesitaba que alguien se pusiera en la brecha a interceder por el pueblo.

miércoles, 17 de febrero de 2016

LA ORACIÓN III

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA ORACION III

Hay algunos requisitos que nuestras peticiones deben reunir para que seamos escuchados. En primer lugar,  que sean específicas, concretas, no vagas. Si queremos  que Dios nos escuche debemos saber qué es lo que queremos: "Señor, dame un trabajo". Está bien, te dirá el Señor, pero ¿qué clase de trabajo quieres?  ¿Cualquiera te da lo mismo? De repente, para enseñarte a pedir bien, te da un trabajo que no te gusta y, encima, mal pagado. Si le has de pedir algo, no desconfíes de su generosidad.
En segundo lugar, es bueno que nuestras peticiones contengan detalles, para que Él pueda satisfacer nuestros deseos. ¿Cómo quieres ese trabajo? ¿Dudas acaso de que Él pueda darte exactamente lo que deseas? Si no lo hace es porque desea darte algo mejor.
En tercer lugar, nuestras peticiones han de ser sinceras, porque Él ve nuestro corazón. No vale la pena que le pidamos cosas que realmente no deseamos, o que no nos importan. Él desea cumplir nuestros deseos, no nuestros caprichos, o veleidades del momento.
Por último, nuestras peticiones han de ser sencillas. No necesitamos usar de grandes palabras para  impresionarlo.
Es cierto que también podríamos no pedirle nada concreto a Dios, sino simplemente decirle: Haz de mí lo que quieras. Y ésa podría ser en algunos casos la mejor oración. Pero hay veces en que necesitamos pedirle cosas concretas.
Hay también algunos principios básicos que debemos observar para que nuestras oraciones sean  contestadas: En primer lugar, debemos orar con fe. Como en casi todas las cosas referentes a nuestra vida espiritual, la fe es una condición esencial. Jesús lo dijo: "Si tuvierais fe como un grano de mostaza, podríais decir a este sicómoro: Desarráigate y plántate en el mar, y os obedecería."  (Lc 17:6). Es decir, con que sólo tuviéramos una mínima dosis de fe, obtendríamos todo lo que quisiéramos, aunque nos parezca imposible. Lo malo es que a veces no tenemos ni esa mínima dosis. No le creemos a Dios; no confiamos en su poder absoluto, ni en su deseo de concedernos lo que necesitamos.
En otra ocasión Jesús dijo: "Conforme a vuestra fe os sea hecho" (Mt 9:29). Nuestra fe es la medida de lo que obtenemos orando: si mucha, mucho; si poca, poco.
Santiago también nos amonesta: "Pero pida con fe, sin dudar; porque el que duda es semejante a una ola del mar que es arrastrada por el viento, y echada a un lado y a otro. No piense, pues, quien tal haga que recibirá alguna cosa del Señor" (St 1:6,7).
Si pedimos sin fe es como si le dijéramos a Dios: "Te ruego que me concedas tal cosa, pero yo ya sé que no me lo vas a dar". Nuestra desconfianza, nuestra falta de fe, lo ofende. Entonces nos contestará: "Conforme a tu falta de fe te será hecho". Y no podremos quejarnos.
Pero si pedimos algo a Dios y confiamos en Él, debemos esperar resultados, porque para eso pedimos, no por hablar. Si no los esperamos, tampoco nos vendrán. Nadie hace ninguna gestión para no obtener nada. De lo contrario, no la haría. Igual es en la oración. Si oramos debemos estar a la espera del resultado, y si demora, insistir. Dios no se ofende por ello; al contrario, se agrada.
Precisamente para enseñarnos a perseverar en la oración Jesús narró la corta parábola del juez impío, que no creía en Dios ni en nadie, y a quien una viuda venía a molestar todos los días con su queja. Para que no le agotara la paciencia, el juez dijo que le haría justicia. Jesús termina diciendo: "¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a Él día y noche?" (Lc 18:7). Orar perseverando es pues el segundo principio.
En tercer lugar, hemos de pedir cosas que estén de acuerdo con la voluntad de Dios (1 Jn 5:14,15). ¿Nos dará Dios algo que Él no quiere? ¿Algo que sea contrario a su ley? ¿Algo que nos haga daño? No podemos obligar a Dios. Más bien, si queremos obtener algo de Dios, debemos pedir cosas que Él quiera darnos, algo que sea para nuestro bien, no para nuestro daño, puesto que Él nos ama.
Pudiera ser, sin embargo, que en algún caso excepcional Dios nos conceda algo que no sea conforme a su voluntad y que suframos las consecuencias. Así aprendemos a no desear lo que Él no desea.
¿Pero cómo sabemos que nuestras peticiones están de acuerdo con su voluntad? Primero, tenemos su palabra que nos ilustra al respecto. No podemos pedirle algo que su palabra dice que es pecado, algo que Él prohíba. Pero la Escritura no cubre todos los casos particulares. Para que podamos saber si lo que deseamos es conforme a su voluntad específica para nosotros en un momento dado, tenemos el recurso de preguntarle a Dios en oración: ¿Es este deseo mío conforme a tus propósitos para mí? Si nos acercamos a Él confiadamente como un hijo a su padre, no dejaremos de oír en nuestro espíritu la respuesta.
En cuarto lugar, la manera más segura de obtener lo que queremos es vivir conforme a la voluntad de Dios, obedeciéndola en nuestra vida diaria: "Y cualquier cosa que pidiéremos la recibiremos de Él, porque  guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de Él." (1 Jn 3:22).
Hacer su voluntad es el camino más directo para vivir en comunión con Él. Si vivimos en comunión con Él no desearemos nada que Él no desee, y si acaso lo deseáramos, sentiríamos en nuestro espíritu un reproche, y nos avergonzaríamos. Pablo dijo: "El que se une al Señor es un espíritu con Él." (1Cor 6:17). Si nuestro espíritu está unido al suyo, nos dejaremos guiar por Él en toda nuestra vida, y Él nos comunicará lo que desea que le pidamos. Si nuestro espíritu está unido al suyo, no querremos hacer nada que Él no pueda hacer junto con nosotros.
En quinto lugar, Jesús nos ha dado un arma: "De cierto, de cierto os digo, que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará." (Jn 16:23; 14:13,14). Pedir algo en su nombre es pedir en su lugar, como si Él mismo lo hiciera. ¿Le negará Dios algo a su Hijo? Por supuesto que no. Por eso Jesús nos asegura que todo lo que pidamos en su nombre nos será hecho, para que demos por seguro que lo hemos obtenido.
¿Reemplazará el nombre de Jesús a la fe? De ninguna manera. Más bien, se le añade. Porque ¿cómo  podríamos pedir algo en el nombre de alguien en quien no creemos? Nuestra incredulidad haría vacío el uso de su nombre.
Pero no sólo nuestra incredulidad. Si con nuestra conducta deshonramos el nombre de Jesús, mal podríamos usarlo para alcanzar algo de Dios.
Por último, y en sexto lugar, obtenemos lo que pedimos si confiamos enteramente en Él, y descansamos en esa confianza: "Encomienda al Señor tus caminos, confía en Él y Él obrará" (Sal 37:5).
Dios nunca defrauda al que en Él confía. Lo dice de muchas maneras su palabra. ¿Y cómo no descansar plenamente en Él si "Él tiene cuidado de nosotros"? (1P 5:7). Si ello es así, bien podemos echar en Él nuestras cargas, descartando toda inquietud, y esperando que Él intervenga a su manera y en su tiempo (Sal 55:22). Orando así ponemos enteramente el resultado en sus manos, sabiendo que Él hará lo mejor.
Estas condiciones que he enumerado no son pasos que han de cumplirse sucesivamente, uno tras otro, para obtener de Dios lo que solicitamos: Primero hacer esto, después aquello, como quien cumple un plan. No, son principios y observar uno solo de ellos puede bastar, provisto que no vivamos en contradicción con los otros. Pero hay veces en que seremos guiados a pedir de una manera, según tal principio, y habrá otras en que seremos impulsados a rogar de una forma distinta, según otro, de acuerdo a las circunstancias.
Dios no sigue reglas. No es un Dios de un solo método, de un solo sistema. Él siempre se renueva aunque siempre es el mismo. Eternamente nuevo y eternamente igual. En su fidelidad "que llega hasta los cielos," y que se prolonga "de generación en generación" está nuestra confianza (Sal 36:5; 119:90).

NB. Esta es la continuación de un artículo que fue publicado por primera vez en febrero del 2002, y que fuera reimpreso nuevamente cuatro años después.

Amado lector: Jesús dijo: "De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?" (Mr 8:36) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare, y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."

#889 (12.07.15). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).


jueves, 4 de diciembre de 2014

ASPECTOS DE LA ORACIÓN

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
ASPECTOS DE LA ORACION

El capítulo décimo del libro de Daniel nos trae el interesante episodio de la visión que el profeta tuvo al cabo de 21 días de ayuno y oración. En esa visión se le aparece un ángel poderoso que le trae una profecía relativa  a los últimos tiempos. Pero yo quiero dirigir mi atención esta vez a dos versículos de ese capítulo.
Los versículos 12 y 13 dicen lo siguiente: "Entonces me dijo: Daniel, no temas; porque desde el primer día en que dispusiste tu corazón a entender y a humillarte en la presencia de tu Dios, fueron oídas tus palabras; y a causa de tus palabras yo he venido. Mas el príncipe de Persia se me opuso durante veintiún días; pero he aquí, Miguel, uno de los principales príncipes, vino para ayudarme, y quedé allí con los reyes de Persia."
Podemos ver aquí tres cosas:
         1) Entender: Orar es no sólo hablar, alabar, pedir, sino también tratar de entender los propósitos de Dios, sus pensamientos, sus palabras para nuestra vida, o para nuestro país, o para nuestra iglesia.
2) Humillarse: Orar es humillarse delante de Dios (1P5:5,6). Sólo reconociendo nuestra pequeñez delante de nuestro Creador podemos asumir la actitud correcta.
3) "A causa de tus palabras..." Nuestras palabras provocan la respuesta de Dios. Dios quiere que le hablemos, que le pidamos, que clamemos a Él (Jr 33:3), y entonces nos responderá.
El versículo 13 nos dice también que nuestra oración provoca una batalla en los cielos. Satanás tiene intereses contrarios a los que persigue nuestra oración, y se opone a ellos con toda su fuerza.
Dios no viene enseguida en nuestra ayuda sino deja que la batalla siga su curso, porque quiere enseñarnos a pelear y a dominar. Quiere que desarrollemos nuestra musculatura espiritual, nuestra perseverancia.
El luchador aprende a luchar enfrentándose a contrincantes no más débiles, sino más fuertes que él, y, de esa manera, cada vez puede desafiar a otros más fuertes. Si el luchador sólo tuviera contendores inferiores a él en habilidad y fuerza, no desarrollaría su propia capacidad.
Igual nosotros. Dios quiere que, enfrentándonos a dificultades y pruebas cada vez mayores, poco a poco desarrollemos la fe que puede mover montañas. Pero al comienzo moveremos solamente pequeños montículos de arena.
Así como ocurre en la lucha libre, es necesario que aprendamos a usar las llaves, las estrategias, las técnicas de la oración. Porque, en efecto, en la oración hay llaves, hay estrategias, hay técnicas: las promesas de Dios, el nombre de Jesús, el ayuno, la vigilia, la alabanza, el silencio, la batalla espiritual, etc.
Pero durante todo el tiempo que perseveramos, Dios nos está oyendo y, como hizo con Daniel, ha mandado, a sus ángeles para ayudarnos en esa lucha. No nos ha dejado solos. Quizá nosotros nos sintamos a veces solos, pero Él está a nuestro lado justamente cuando más abandonados nos sentimos.
La demora, el obstáculo, la tardanza no sólo sirven para probar y fortalecer nuestra fe, sino que son también una señal para que escudriñemos nuestro corazón y veamos si nosotros no estamos obstaculizando la respuesta. O para que veamos si hay algo que nos falta para poder recibirla. Es una llamada a examinarnos y a intensificar nuestra oración, y a crecer en la fe.
Pero la demora es también una señal de que lo que hemos pedido a Dios es algo muy peligroso para los planes de Satanás. Si no, no lucharía tanto para impedir la respuesta.
A veces tenemos que lidiar con situaciones personales o familiares sumamente penosas, cuyo origen no entendemos. Pudiera ser que nosotros mismos nos hayamos atraído la aflicción que nos abate. Mal que nos pese tenemos que soportar las consecuencias de nuestros actos, quizá cometidos hace muchos años, y que habíamos olvidado, pero que al fin nos alcanzan, hasta que con nuestra oración redimamos las consecuencias, hasta que nuestro arrepentimiento sea profundo y verdadero, e ilumine nuestra inteligencia. Porque ése es uno de los frutos de la aflicción: hacernos abrir los ojos.

Recuérdese que Absalón se rebeló contra su padre David muchos años después del adulterio cometido con Betsabé (2Sam 11,15). Pero David reconoció que en esa prueba se cumplía la profecía que Natán había pronunciado contra él (2Sam 12).
El profeta Miqueas escribió: "Habré de soportar la ira del Señor porque pequé contra Él, hasta que juzgue mi causa y me haga justicia" (7:9).
¿Cuándo me hará justicia? Cuando mi arrepentimiento produzca frutos verdaderos en mi alma, cuando haya escarmentado y entendido. (Nota).
Dios quiere que entendamos. Eso es sabiduría.
El que no aprende de sus errores e insiste en cometerlos,  tendrá que sufrir repetidas veces las consecuencias hasta que al fin aprenda. Mejor es aprender a la primera.
Si estando en una situación desesperada nos desesperamos, perdemos todo. Pero si seguimos cavando, esto es, orando y luchando, llegaremos a encontrar la fuente de agua que apague nuestra sed.
En Hebreos leemos: "Sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que hay Dios y que premia a los que le buscan." (11:6). Dios premia a los que, estimulados y alentados por la fe en sus promesas, le buscan con diligencia.
Cuando la respuesta demora es porque Dios quiere que le sigamos buscando. Durante ese período de paciencia y de lucha, nuestro corazón está siendo cambiado: Eso es lo que, por su lado, Dios busca. No es un cambio que se ve afuera; es un cambio interior.
Santiago escribió: "Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra  fe produce paciencia (perseverancia). Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna" (1:2-4).
La prueba produce paciencia y la paciencia (longanimidad) lleva a la obra completa. Nos hace perfectos y cabales.
Dios quiere desarrollar nuestro amor por Él. ¿Cómo? Dependiendo de Él. Cuando todo falla, cuando todos los medios humanos fracasan, cuando todos nos abandonan, sólo queda esperar en Dios. Cuando nos aferremos a Él como a nuestro último recurso, sin duda le amaremos, así como el niño pequeño en peligro se aferra a sus padres. Cuanto más se aferra a ellos, más les ama. Su padre es su confianza. ¡Oh, cómo ama el hijo al padre o la madre en quien confía! Su amor va a la par de su confianza.

Dios nos empuja a veces a situaciones en que sólo podemos confiar en Él. En esas situaciones aprendemos a conocerle y a amarle de veras.
Pero sería interesante que nos preguntemos cuál era el motivo de la oración y del ayuno de Daniel. No lo precisa el texto en este punto, pero el capítulo anterior nos trae una larga oración en que Daniel pide perdón a Dios por los pecados de su pueblo recordando, para comenzar, la profecía anunciada por boca de Jeremías, de que, al cabo de 70 años, el pueblo de Israel retornaría del exilio a su tierra (Jr 25:11;29:10). Estamos autorizados a suponer que la oración de Daniel en el capítulo 10 anuda con la oración del capítulo anterior. Es decir, que Daniel ora por la liberación de su pueblo y por la restauración del templo de Jerusalén, como era el deseo de todo judío piadoso. Ya había llegado el tiempo en que se cumpliera la profecía.
Ahora bien, si Dios había prometido que el pueblo retornaría a su tierra ¿qué necesidad había de orar por el cumplimiento de esa promesa? ¿No bastaba con que Dios hubiera prometido para que lo ofrecido se cumpla sin más? No siempre basta, aunque nos cueste entenderlo. Así como el Hijo de Dios se humilló a sí mismo haciéndose hombre, en cierta manera, Dios se humilla a sí mismo haciendo que el cumplimiento de su voluntad dependa de la oración del hombre. De otro modo Jesús no habría enseñado a los apóstoles a orar por el cumplimiento de la voluntad del Padre (Mt 6:10).
Dios necesitaba que alguien orara por el cumplimiento de esa profecía para ponerla en obra; necesitaba que alguien se pusiera en la brecha a interceder por el pueblo (Ésa es, naturalmente, una limitación que Él se impone a sí mismo, no una limitación necesaria). Tan pronto como Daniel empieza a orar suscita una batalla en las regiones celestes, porque su oración es contraria a los propósitos de la potestad satánica que rige los asuntos de la nación persa, y a la que la Escritura llama "El Príncipe de Persia".
Los propósitos de Satanás son siempre opuestos a los propósitos de Dios, y era natural que el Maligno deseara mantener al pueblo elegido  en esclavitud y frustrar el plan de salvación que Dios quería llevar a cabo a través de Israel retornándolo a su tierra.
También podemos suponer que no convenía a los intereses del imperio persa que una minoría industriosa y disciplinada, como lo era la comunidad judía, abandonara el país. Pero el ángel que se aparece a Daniel lucha en las regiones celestes contra las huestes espirituales de maldad, con la ayuda del arcángel Miguel, para hacer prevalecer los designios de Dios. La batalla en los cielos empezó tan pronto Daniel empezó a orar, y el ángel viene a anunciarle la victoria cuando su oración ha colmado la medida necesaria fijada por Dios.
¡Con cuánta frecuencia nuestros deseos y propósitos no se cumplen, o son obstaculizados, porque son contrarios a los propósitos de Satanás! Si no oramos, o si no oramos con la necesaria persistencia, le dejamos el campo libre para llevar a cabo su obra destructora. ¡Cuántas cosas nefastas no nos han ocurrido a nosotros, o a nuestras familias, porque no nos hemos mantenido vigilantes en oración haciendo que los ángeles construyan una muralla protectora en torno de los nuestros! El diablo viene a robar, matar y a destruir, pero si oramos continuamente, lo mantenemos a raya y frustramos sus propósitos.
Hasta qué punto el desenlace de la batalla celeste depende de la oración en la tierra ("Todo lo que atéis en la tierra será atado en el cielo;" Mt 18:18) nos lo muestra el episodio de la batalla contra los amalecitas que se narra en Éxodo 17:8-16. Cuando Moisés mantiene las manos en alto en oración, las fuerzas de Israel vencen a las de Amalec; cuando las deja caer cansado, los de Amalec ganan.
Aunque ya lo he dicho en otro lugar vale la pena que lo repita aquí: El resultado de la batalla en la tierra refleja el resultado de la batalla en los cielos. Los de Israel prevalecen cuando los ángeles prevalecen; los de Amalec ganan cuando las huestes de maldad llevan la mejor parte. Pero es la oración en la tierra la que fortalece a la intervención angélica. Si dejamos de orar ellos aflojan, o dejan de luchar. Quizá se dicen: No les interesa tanto lograr la victoria. Su ayuda se amolda a nuestra insistencia.
Dios quiera que este episodio nos ayude a entender cuán importante es que no cejemos en nuestros esfuerzos para orar sin pausa, y sin desmayar por las causas que Él nos ha encomendado, por nuestras familias y por las necesidades de nuestro pueblo, o de nuestra iglesia.

Nota: Pero si hemos sido perdonados ¿por qué hemos de sufrir todavía por los pecados pasados? Porque las consecuencias humanas de nuestros pecados no se agotan con el arrepentimiento y el perdón, aunque Dios en su misericordia puede apartar parte de esas consecuencias. Sin embargo, Él quiere que comprendamos la gravedad de nuestros actos y que maduremos.  Pensemos solamente ¿cuántas vidas habremos afectado, y cuánto sufrimiento podemos haber causado que aún no termina? ¿Somos concientes de ello? Sólo sufriendo nosotros mismos comprenderemos el sufrimiento ajeno.
NB. El texto de esta charla radial fue publicado en abril de 2002 en una edición limitada. Se vuelve a publicar sin cambios.


Amado lector: Jesús dijo: “De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mr 8:36) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
 “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
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#853 (02.11.14). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).