Mostrando entradas con la etiqueta verdad. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta verdad. Mostrar todas las entradas

lunes, 12 de julio de 2010

INTEGRIDAD II

Por Josè Belaunde M.

En la charla pasada hablamos del primero de los componentes de la integridad, esto es, de la pureza de pensamiento y de acción, que forma parte de la santidad. Hoy vamos a hablar de otros dos componentes importantes de la integridad. Y comenzaremos por la honestidad, u honradez, en todos nuestros tratos con el prójimo. La honestidad se refiere sobre todo a los asuntos económicos, a los casos en que hay dinero o bienes materiales involucrados. ¡Y con cuánta facilidad pecamos cuando hay dinero de por medio! San Pablo dice con toda razón que el amor al dinero es “la raíz de todos los males.” (1Tm 6:10).

Sabemos instintivamente qué es la honestidad, pero vamos a tratar de definirla por referencia a sus contrarios. Y el primero de ellos es el robo, esto es, el apoderarse de lo que no es de uno, de lo ajeno. La honradez consiste, en primer lugar, en no tomar, o en no recibir, o en no obtener nada que no nos pertenezca legítimamente. En no coger nada que tenga dueño, incluso cuando el dueño no nos sea conocido.

Por ejemplo, la persona honrada que encuentre en algún lugar una billetera que se le ha perdido a su dueño, no tomará el dinero que contiene, sino que tratará de ubicar al propietario para entregársela intacta.

Otro contrario a la honestidad es el fraude. Es decir, el engañar a alguien en alguna operación, sea comercial o financiera, o en algún contrato, aprovechándose de su ignorancia o de su buena fe. La persona honesta no trata de obtener ninguna ventaja, o ninguna ganancia, mediante engaños, o silenciando alguna información que la otra parte no tiene.

Para tomar un ejemplo común, es muy frecuente que el vendedor de un automóvil usado oculte o disfrace los choques que tuvo el auto, o los desperfectos de sus partes mecánicas, para engañar al comprador sobre el estado real del vehículo. Incluso puede llegar a modificar el tacómetro para ocultar el uso que ha tenido el auto.

Pero el hombre honesto que vende un objeto cualquiera no ocultará al comprador potencial ningún aspecto negativo que tenga lo que está vendiendo, sino que lo revelará honestamente, para que la persona interesada pueda tomar una decisión basada en la verdad de lo que compra. Es decir, el vendedor honesto no tratará de engañar al comprador obteniendo alguna ventaja aprovechándose de algo que el comprador ignore. Eso es lo que hoy se llama transparencia, por usar una palabra de moda.

En la práctica, lamentablemente, sabemos cuán desconfiados hay que ser cuando compramos algún objeto usado, e incluso, cuando es nuevo.

Los bancos con frecuencia engañan a sus clientes cuando no les explican claramente el alcance de las cláusulas que están en letra pequeña en su contrato de préstamo, que es laborioso de leer y entender, y luego el prestatario se encuentra con que su deuda ha crecido más allá de lo que nunca hubiera imaginado. Esos son casos de fraude legal que no deberían permitirse.

La persona honesta, si es comerciante, no engañará en el peso, ni usará una balanza falsa. El libro de Proverbios dice al respecto: "Pesa falsa y medida falsa son abominación al Señor." (20:10). El comerciante honesto venderá su mercancía al precio justo sin tratar de obtener una ganancia excesiva, ni de especular con el precio, aprovechándose de la escasez ocasional del producto.

Pero lo deshonestidad va más lejos. Muchas de las prácticas comerciales en boga son la negación misma de la honestidad. Todo el que haya estudiado "marketing" sabe que con frecuencia, los precios no se fijan en función del costo de producción, sino dependiendo de cuál sea lo que se llama "el mercado objetivo", esto es, el público al cual se quiere llegar. El mismo producto, vendido masivamente y en un envase corriente al gran público, costará por decirlo 10 soles. Pero vendido en locales exclusivos y en un empaquetamiento de lujo a un público selecto, tendrá un precio de 100 soles, sin que la diferencia esté justificada por el valor del envase ni por el costo de la publicidad. Esa práctica comercial, admitida por el mercado, y enseñada en las universidades e institutos de mercadeo, es un fraude en perjuicio del comprador de lujo, aunque pudiera ser que a éste no le importe pagar más, por el prestigio que le otorga comprar un producto "de marca". Hay más bien quienes se ofender si se les propone comprar un producto barato. Eso está por debajo de ellos.

Si tiene algún litigio en los tribunales, la persona honesta no tratará de influir en los jueces a su favor mediante el soborno. La palabra de Dios condena tanto al que recibe un soborno como al que lo da (Dt 16:19). Y hoy día, que se ha implementado la conciliación previa al juicio, la persona honesta acudirá a la conciliación de buena fe, y con el propósito de llegar a un acuerdo justo y razonable con su adversario.

La honestidad es violada cuando el carpintero no fabrica el mueble que le han encargado usando la madera fina pactada, sino que utiliza una madera corriente que se apolilla fácilmente. O cuando el mecánico cambia las piezas buenas del auto que repara por otras malas, o cuando no usa repuestos legítimos, aunque cobre por ellos; o cuando no hace una reparación competente y exhaustiva, sino "así no más", para salir del paso. O, en otro campo, cuando el médico convence al paciente de que se someta a una operación que no es necesaria, sólo para cobrarle los honorarios. O cuando el abogado se arregla con la parte contraria para que su cliente pierda el juicio.

He aquí tantos casos en que la honestidad queda por los suelos, pero que son tan comunes en nuestro medio que ya no nos escandalizan.

Otro elemento esencial de la integridad es la veracidad en todas nuestras palabras. Conocemos el mandamiento del catecismo antiguo: "No levantar falsos testimonios ni mentir", pero nos reímos de él.

En la epístola a los Efesios Pablo escribió: "Por tanto, desechando la mentira, hablad verdad cada cual con su prójimo, pues somos miembros los unos de los otros." (4:25).

¡Ah! ¡Con qué facilidad mentimos nosotros! Mentimos tan tranquilos como si tomáramos un vaso de agua, y ni siquiera nos inmutamos. Nos parece normal, tan normal que si alguno dice crudamente la verdad, desconfiamos, porque no estamos acostumbrados a ese lenguaje. Pero, en realidad, todo el que miente sabe que lo hace, pues tiene un instinto que le hace adherirse a la verdad aunque no lo quiera y que lo delata. Ese instinto se revela en las alteraciones involuntarias del potencial eléctrico de la persona que miente, que ni el oído ni el ojo humano detectan, pero que sí detecta el aparato llamado "polígrafo", o "detector de mentiras".

Ese aparato se usa en los tribunales de algunos países para constatar la veracidad o detectar la falsedad de las declaraciones de los testigos, pero en realidad acusa a todo el que miente, como si le dijera: Tú crees que nadie se da cuenta de tu mentira, pero tu propio estremecimiento interior te delata.

Es curioso que en el Perú no se use ese aparato. Será quizá porque si se usara se vería que casi todo el mundo miente en los tribunales. De hecho, por lo general casi todos los que acuden, o son llevados a los tribunales, creen que es su derecho mentir mientras puedan salirse con la suya.

Ese instinto de la verdad, que hace que el hombre se estremezca imperceptiblemente sin quererlo cuando miente, es un signo de la imagen de Dios que todo ser humano tiene en su interior y en la que está grabada la verdad como patrón o "standard". Ese instinto le hace repudiar inconcientemente toda mentira, y lo acusa de falsario cuando miente.

Recientemente ha aparecido otro método superior en sus resultados al polígrafo, y que consiste en filmar mediante cámara lenta (en verdad, super rápida) el rostro de la persona cuando es sometida a un interrogatorio. Cuando se pasa lentamente el film se puede observar que ante preguntas incómodas la cara del testigo se altera, o hace una mueca que el ojo no capta, pero el aparato sí. Se infiere que eso ocurre cuando el testigo miente y que el cambio instantáneo de expresión de su rostro lo delata.

Dios detesta la mentira porque es lo más contrario a su esencia, que es verdad pura. Jesús dijo de sí mismo: "Yo soy el camino, la verdad y la vida." (Jn 14:6). Y a Pilatos le dijo: "Yo he venido...para dar testimonio de la verdad." (Jn 18:37).

Dios detesta la mentira, "pero los sinceros alcanzan su favor", dice el libro de Proverbios (12:22). No sólo Dios la detesta. También el justo, dice Proverbios, "aborrece la palabra de mentira." (13:5).

El Espíritu Santo, dijo Jesús a sus apóstoles, los guiaría a toda la verdad, y Él mismo es llamado “Espíritu de Verdad” (Jn 16:13). ¿Comprendes ahora amigo lector por qué es tan importante que el cristiano sólo hable la verdad y se aferre a ella? El Dios a quien adora es la verdad en sí misma. No le rinde culto en su vida si miente, sino más bien, al hacerlo, le niega.

El diablo -esto es, el enemigo de Dios y de los hombres- dijo también Jesús, "es el padre de la mentira”, y “es mentiroso." (Jn 8:44). Él es quien nos incita a mentir. ¿Cómo puede pues el cristiano mentir sin sonrojarse de vergüenza si al hacerlo obedece al diablo? Y ¿qué confianza podemos tener en un hombre que miente? Si miente, puede también robar.

Nosotros vemos cómo en la vida pública la verdad es violada constantemente y la mentira es moneda corriente. Vemos a cada rato cómo mientes nuestros gobernantes, nuestros parlamentarios, nuestros jueces. Y, por ello, el pueblo desconfía. Pero mienten porque saben que el pueblo es fácilmente engañable. El pueblo mentiroso cae en su propia trampa.

Hay mucha verdad en este dicho de Proverbios: "Si el gobernante atiende a la palabra de mentira, todos sus colaboradores serán impíos." (29:12). El consejero honesto se aparta del gobernante que se rodea de hombres mentirosos que lo halagan, porque no será escuchado.

No nos engañemos. No hay mentira blanca ni inocente. A lo más, mentiras concientes y mentiras inconcientes. A veces mentimos para evitar un daño mayor, porque creemos que revelar la verdad puede hacer daño a la persona que la ignora. Pero si bien la prudencia nos aconseja ser discretos, siempre hay maneras, guiados por el Espíritu Santo, de no revelar la verdad plena a quienes no tienen derecho de conocerla, porque harían mal uso de ella. O a quienes, por su propio interés, no conviene revelarla. Y se puede hacer sin mentir propiamente.

Otra forma de mentira común, en la que caemos todos con frecuencia, es la exageración. La exageración, dijo un hombre sabio, es la mentira de las personas honestas. Pero si exageran, ya no son tan honestas, porque la exageración deforma la verdad, la distorsiona y, por ende, produce una impresión falsa de las cosas, que puede llevar a alguno a tomar decisiones equivocadas basado en una información que, sin ser mentira, no sea fiel reflejo de la verdad.

La exageración en el cristiano, aun dicha con la mejor intención del mundo, no da gloria a Dios. Muchas veces, al dar un testimonio, exageramos los hechos, sea por entusiasmo, o para causar un mayor impacto. Pero el Espíritu Santo se contrista cuando lo hacemos.

El que ama a Dios de veras, diremos para concluir, ama la verdad y se aleja de todo engaño, porque la mentira proviene del diablo, le da gusto al diablo y nos aleja de Dios, puesto que le ofende.

Y ahora que estamos en vísperas de elecciones ¿qué diremos de las decisión que vamos a tomar? ¿A quién daremos nuestro voto? Como cristianos tenemos la obligación de emitir un voto de conciencia, no llevados por las emociones o la simpatía. Se lo daremos al candidato que sea más fiel a la verdad, no sólo en sus palabras, sino también en sus hechos, en su vida; a aquel cuya vida sea un ejemplo, y de cuya honestidad no existan serias dudas.

Como dice Proverbios: "Como es su pensamiento en su corazón, así es él." (Pr 23:7). Tal como son los pensamientos de una persona, así es su carácter. Y su carácter se manifestará inevitablemente en sus actos y en las decisiones que tome. Todo gobernante imprime su carácter a su gestión. Su veracidad, su honradez, su sentido de justicia, su ponderación, o la ausencia de estas cualidades (virtudes, más propiamente) determinarán sus decisiones. Y las decisiones que tome determinarán la dirección que tome el distrito, o la provincia, o la región, o el país, según sea el caso, durante su mandato, si hacia arriba o hacia abajo.

Pidamos pues a Dios que nos ilumine al emitir nuestro voto para que sea conforme a su voluntad y no a la del enemigo que trata de influenciarnos con sus argumentos falaces. Recordemos que si bien la voluntad de Dios se cumple siempre a la larga, en el corto plazo el diablo se sale muchas veces con la suya.

PD. A veces se sostiene que es Dios quien coloca a los gobernantes. Es cierto, lo hace cuando quiere en algunos casos y entonces su voluntad es incontrastable. Pero en muchísimos otros, como en casi todos las circunstancias que rodean al hombre, el resultado de las elecciones es la suma de decisiones humanas. Así como el hombre peca y toma decisiones equivocadas, así también se equivoca muchas veces al votar, y las consecuencias de su error lo pueden perseguir durante años.

UNA LEY CONTRA LA OBSCENIDAD Y LA PORNOGRAFÍA

La Comisión de Justicia del Congreso ha aprobado un proyecto de ley –presentado por un conocido “broadcaster” y ex-alcalde de Lima- que condena a prisión no menor de dos años a los directores de los medios de comunicación que difundan material obsceno o pornográfico. Tanto el proyecto de ley como su autor han sido acerbamente criticados por los propios medios, así como por algunas autoridades connotadas, como constituyendo una amenaza para la libertad de prensa y de expresión.

Se afirma que ya existe legislación que penaliza poner material pornográfico al alcance de menores de edad. Pero es un hecho que esa ley no se está cumpliendo porque son varios los periódicos tabloides –incluso algunos de prestigio, y algún suplemento sabatino- que publican material decididamente pornográfico, y que por el solo hecho de que son comprados por hogares donde puede haber menores de edad, ponen inevitablemente al alcance de éstos el material incriminado. De otro lado, es ilusorio contar con el supuesto autocontrol que los medios deberían ejercer sobre sus contenidos, porque ese control no se está realizando.

Por ese motivo el proyecto de ley en cuestión –aun admitiendo que su redacción pueda contener algunas imprecisiones de lenguaje que deban ser mejoradas- viene a llenar un vacío en nuestra legislación que es conveniente cubrir, y que, hechas las correcciones necesarias, debe ser aprobado.

No se puede minimizar el daño moral que produce la pornografía, no sólo en los menores de edad, sino también en los adultos. La pornografía con mucha frecuencia se vuelve adictiva y engendra conductas peligrosas y antisociales. Está probado que todos los asesinos en serie condenados en las últimas décadas en los EEUU, eran adictos a la pornografía. Puede ser también causal de divorcios o de enfriamiento en las relaciones conyugales. Es necesario defender a nuestra sociedad del flagelo de la pornografía –que, por lo demás, es un sucio negocio que mueve miles de millones- y la legislación que lo haga debe ser promulgada y puesta en práctica. La pornografía no debe estar protegida por la libertad de prensa. Al contrario, en aras de la libertad, debe ser reprimida.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a hacer una sencilla oración como la que sigue, entregándole a Jesús tu vida:

“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo y quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#634 (04.07.10) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

martes, 16 de febrero de 2010

LA VERACIDAD DE LAS PALABRAS Y EL CUMPLIMIENTO DE LO OFRECIDO

Uno de los signos que mejor nos permiten apreciar la madurez que ha alcanzado un cristiano es la veracidad de sus palabras. ¿Dice siempre la verdad sin desfigurarla, o se permite pequeñas libertades al narrar algo? ¿Cumple siempre lo que promete? ¿Acude puntualmente a sus citas? ¿No se le escapan algunas mentirillas blancas para justificarse? Esas son pequeñas señales con las que nosotros damos a conocer a los demás el grado de nuestra adhesión a la verdad, la consistente o deficiente integridad de nuestro carácter.

Haciendo un esfuerzo de imaginación ¿podríamos imaginar a Jesús diciendo una pequeña mentira para salir del paso? Si sus discípulos lo descubrieran con las manos en la masa mintiendo ¿seguirían creyendo en Él? Si Jesús hubiera mentido tan sólo una vez no existiría el Cristianismo, porque nadie habría querido seguirle a riesgo de su vida ni habría muerto por Él. La confiabilidad de una persona depende de la confiabilidad de sus palabras.

Pero no necesitamos hacer ningún esfuerzo imaginativo para visualizar a un creyente mintiendo, porque nuestra experiencia nos ha enseñado que los cristianos también mienten, en algunos casos con tanta o mayor frecuencia que cualquier incrédulo. La mentira está en el ambiente, forma parte de nuestra cultura peruana y los cristianos no nos hemos podido librar de ese mal hábito que contamina a nuestra sociedad.

Sin embargo, si hemos de ser discípulos de Aquel que dijo de sí mismo: "Yo soy la verdad..." (Jn 14:6) no podemos ser menos veraces que nuestro modelo. Por eso tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento condenan la mentira.

El apóstol Pablo escribe en Efesios: "Desechando la mentira (es decir, descartándola, ni siquiera tocándola), hablad verdad unos con otros" (4:25), citando Zc 8:16 (“Hablad verdad cada cual con su prójimo…”). ¿Qué razón hay para insistir en ello? "...porque somos miembros los unos de los otros", miembros de un mismo cuerpo.

Sabemos por la biología que los miembros del cuerpo están interrelacionados y actúan coordinadamente, intercambiando señales -químicas y de otro tipo- sobre su funcionamiento. ¿Sería posible que un miembro mande señales falsas, mentirosas a otro? No, no es posible: las células no son hombres para que mientan. Pero podría ocurrir que un miembro del cuerpo se malogre, que esté enfermo y que envíe señales equivocadas a otros miembros. En esos casos todo el organismo puede trastornarse. La capacidad del organismo para mantener la salud -es decir, sus defensas naturales- son superadas por los agresores y no pueden corregir al órgano que anda mal. El cuerpo entero sufre y se enferma.

Cuando en el cuerpo de Cristo un miembro manda una señal equivocada, o peor, falsa, a otro, todo el cuerpo sufre, se produce confusión. Aquí pues, Pablo nos da una de las razones más poderosas para la veracidad: la salud del cuerpo de Cristo, de la Iglesia, está en juego. La mentira, la hipocresía, le hacen mucho daño, y más aun, la calumnia .

En la epístola a los Colosenses Pablo repite el mismo consejo en otros términos: "No os mintáis unos a otros..." (3:9). Eso pertenece al viejo hombre, del que ya os habéis despojado para vestiros del nuevo. La mentira es cosa del reino de las tinieblas, de su príncipe que, como dijo Jesús, es el padre de la mentira (Jn 8:44).

Si realmente hemos abandonado ese reino, no podemos mentir.

Mentir equivale a retroceder, a volver atrás al reino que hemos dejado. Por lo mismo, no podemos faltar a las citas a las que nos hemos comprometido ni podemos llegar tarde, pues si lo hacemos habremos mentido a la persona a la que aseguramos que llegaríamos a tal o cual hora. No sólo le mentimos, sino que también le robamos el tiempo que perdió esperándonos, sin que podamos sacar ningún provecho de ello, porque nadie puede utilizar el tiempo que hizo perder a otro. El tiempo es intransferible.

Pero hay más: Si mentimos, aunque sea ocasionalmente, o peor, si mentimos regularmente, no podemos crecer espiritualmente hasta el conocimiento pleno de la verdad (Col 3:10), porque la estaríamos negando en los hechos. El que miente hace las obras de su padre, el diablo (Jn 8:44). No podemos tener comunión con el diablo, mintiendo, y, a la vez, tener comunión con Cristo. Es algo incompatible. Él es la verdad, vino a “dar testimonio de la verdad” (Jn 18:37). ¿Cómo puedo yo ser su discípulo si miento, si doy testimonio de la mentira? Creo que no hemos llegado a comprender plenamente la seriedad del pecado de la mentira.

Jesús dijo: "Sea vuestro hablar sí, sí; no, no, porque lo que es más de esto, del mal procede" (Mt 5:37); y más tarde lo repetirá Santiago (5:12). Todo lo que agregamos para dar fiabilidad a nuestras palabras procede del diablo, porque el juramento parece excusar que mintamos cuando no juramos. Esa es la trampa del juramento que Jesús rechazó: Si no juro al decir algo, me está permitido mentir, aunque sea un poquito.

Pero Jesús nos está diciendo: nunca puedes mentir. ¿Que cosa es mentir? Faltar a la verdad. Es decir, negar la verdad, torcerla, desfigurarla, disimularla, ocultarla, herirla afirmando como verdadero lo que no lo es. ¿Cómo podría un discípulo de la Verdad, torcerla, negarla, herirla sin negar a su Maestro?

A veces, sin llegar a jurar, para confirmar la verdad de lo que decimos, en vista de que el otro duda, decimos: “Te doy mi palabra de honor”, con lo cual garantizamos la verdad de lo dicho. Pero toda palabra de un cristiano es palabra de honor, compromete su honor, porque toda palabra emitida nos compromete ante Dios que la escucha. Pero no sólo compromete nuestro honor, sino también el honor de Dios de quien nos declaramos hijos, así como todo acto indigno de un hijo deshonra a su padre.

¿Habías pensado alguna vez en eso? El que miente pierde su honor. En consecuencia, carece de honor, esto es, de honra. El que no tiene honra no es "honrado"; no puede recibir honra de los demás, que es lo que ser "honrado" significa: recibir honor. No merece honor ni honra (Nota 1). Pero el que no es honrado no es honesto, como bien sabemos, porque son palabras sinónimas. Es decir, es un deshonesto, capaz de cualquier acto doloso. Por eso decimos que el que puede mentir, puede también robar. Y, de hecho, el que miente calumniando, roba la honra de otros.

De ahí la importancia que tiene el que el hombre público no mienta. Si miente, pierde autoridad, pierde cara, ya que el pueblo necesita confiar en sus autoridades. Porque ¿cómo confiarán en un mentiroso? La mentira es síntoma de una grave deficiencia de carácter que podría llevarlo fácilmente a robar.

En el salmo 15 se describe al hombre íntegro como al que "aun jurando en daño suyo, no por eso cambia" (v. 4c). Esto es, ni aun en el caso de que cumplir con un compromiso lo perjudique, deja por eso de cumplirlo. El hombre justo, el hombre íntegro, no puede faltar a su palabra, aun si no le conviene cumplirla. Está atado por ella.

En el Antiguo Testamento hay dos ejemplos clásicos de lo que expresa este salmo. Uno es el caso del pueblo de Israel en plena conquista de la Tierra Prometida que, por no consultar con Dios, le creyó a los gabaonitas e hicieron pacto con ellos de respetar sus vidas, a pesar de que Dios les había ordenado que no perdonaran la vida de ninguno de los habitantes de la tierra que iban a conquistar. Cuando se dieron cuenta de que habían sido engañados, ya no pudieron dar marcha atrás: habían comprometido su palabra y tuvieron que cumplirla, mal que les pesara (Jos 9).

El otro caso es el juramento que precipitadamente pronunció Jefta de sacrificar al Señor al primero que saliera de su casa a recibirlo, si Dios le daba victoria sobre sus enemigos. Él pensaba naturalmente que el que primero vendría sería, según la costumbre que tenía, su mascota, su perrito, pero resultó ser su hija. Y cuando la vio, rasgando sus vestidos, le dijo que ya no podía retirar la palabra dada a Dios. ¿Y qué le contestó ella, aunque le costaba la vida? "Si le has dado palabra al Señor, haz de mí conforme a lo que prometiste". (Jc 11:30-36). (2).

Estos episodios están allí, entre otras razones, para enseñarnos la importancia que tiene cumplir la palabra dada. En ambos casos se derivan grandes perjuicios para el que empeñó su palabra -en el segundo, en verdad, toda una tragedia. Pero los hombres fieles al Señor no pueden dejar de cumplir lo dicho. La palabra empeñada es sagrada. Así lo entendían los israelitas, para quienes la palabra era un contrato. Así lo entienden también algunos pueblos no cristianos, que en eso nos dan ejemplo, para vergüenza nuestra.

En el libro de Números leemos: "Cuando alguno hiciere voto al Señor, o hiciere juramento ligando su alma con obligación, no quebrantará su palabra; hará conforme a todo lo que salió de su boca." (30:2). ¡Cómo esta palabra nos acusa! "Hará conforme a todo lo que salió de su boca". ¿Quiénes son los que pueden decir sinceramente que cumplen esa orden del Señor?

Ese pasaje habla del cumplimiento de los votos. ¿Qué es un voto? Una promesa hecha al Señor. El que ha pronunciado juramento ha ligado su alma. Ya no es libre. Por eso dice Proverbios: "es un lazo, una trampa, para el hombre hacer (precipitadamente) un voto y después de hecho, reflexionar" (20:25). Una vez hecho ya es tarde. Mejor sería que reflexione primero y después hable. El hombre íntegro no se apresura a pronunciar palabra que lo comprometa, sino que la medita primero pausadamente; no vaya a ser que después tenga ocasión de arrepentirse de haber abierto su boca.

Dios dijo: "Sed santos porque yo soy santo" (Lv 11:45; 1P 1:16). Dios no puede mentir porque Él es la verdad misma. Si mintiera no sería Dios. Entonces ¿cómo puede mentir el que quiera ser santo como Dios le manda?

Notas (1) No obstante, el mundo honra a los mentirosos, los encumbra, los halaga. Se diría que mentir es una condición necesaria para tener éxito.

(2) Hoy hay una tendencia a desvirtuar el desenlace trágico de ese episodio, porque no figura en el texto la muerte de la hija y hiere nuestra sensibilidad, que no concibe un sacrificio humano. Pero esos eran otros tiempos y todo el contexto indica que Jefta cumplió su juramento.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a hacer una sencilla oración como la que sigue, entregándole a Jesús tu vida:

“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo y quiero recibirlo. Yo me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, y entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”


#613 (07.02.10) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).