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viernes, 28 de septiembre de 2012

EL DIOS DE LAS VENGANZAS II


Por José Belaunde M.
EL DIOS DE LAS VENGANZAS II
Un Comentario del Salmo 94:16-23
16,17. “¿Quién se levantará por mí contra los malignos? ¿Quién estará por mí contra los que hacen iniquidad? (Nota 1) Si no me ayudara el Señor, pronto moraría mi alma en el silencio.” (2)
La frase repetida: “Quién se levantará por mí…?” es como un llamado desesperado del justo clamando que venga alguien en su ayuda cuando se encuentra estrechado por las fuerzas del mal y a punto de perecer (Ecl 4:1). ¡Qué cierto es que con frecuencia los justos se ven abandonados frente a los inicuos que complotan contra ellos, o los persiguen! Pablo se encontraba en una situación semejante cuando compareció ante el tribunal del César: “En mi primera defensa ninguno estuvo a mi lado, sino que todos me abandonaron…pero el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas…” (2Tm 4:16,17). Jesús también anunció a sus discípulos que ellos lo dejarían solo en el momento de la prueba, y así ocurrió en efecto, pese a sus protestas en sentido contrario (Mt 26:31,35b; 56b).
“Si no me ayudara el Señor..” (Sal 124:1,2) Esta frase expresa una gran verdad que es válida para todos: las fuerzas adversas, impulsadas por el demonio, habrían terminado conmigo hace tiempo si no fuera porque Dios me protege. Estos dos versículos contrastan la necesidad que tiene el hombre de ser ayudado en sus luchas para no ser arrollado por sus enemigos, con la inutilidad de toda ayuda que no sea la que venga de Dios mismo.
Todo lo que el hombre pueda hacer en sus propias fuerzas es insuficiente. Si no fuera porque Dios estuvo de su lado ya sus enemigos habrían dado cuenta de su vida. Este es el mensaje del Antiguo y del Nuevo Testamento por doquier: “Separados de mí nada podéis hacer” (Jn.15:5), “Alzaré mis ojos a los montes. ¿De dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene del Señor…” (Sal.121:1,2). Ciertamente con frecuencia Dios utiliza mensajeros humanos (no siempre angélicos) para brindarnos su ayuda. Pero lo cierto y consolador para nosotros es que esos hombres o mujeres que nos socorrieron, no habrían actuado si no fuera porque Dios los impulsó a hacerlo y los guió. En otros casos la ayuda que recibe el hombre viene de adentro, de las fuerzas renovadas que Dios suscita en su interior y de la inspiración que recibe para hacer lo adecuado: “Tú aumentas mis fuerzas como las del búfalo; me unges con aceite fresco.” (Sal 92:10).
18. “Cuando yo decía: Mi pie resbala, tu misericordia, oh Señor, me sustentaba.”
Muchas veces cuando ya estaba a punto de caer (Sal 17:5; 18:36) y no tenía de dónde agarrarme porque mis enemigos me vencían, tú venías, Señor, en mi ayuda y me protegías. Lo hacías no porque yo mereciera tu apoyo, sino lo hacías por el puro amor tuyo que se compadecía de mi necesidad y de mi angustia (3). Tú eres por eso mi Señor; el único en quien yo puedo confiar. Tu misericordia y tu fidelidad no tienen límites. ¡Cómo no te agradecería!
Bueno es que reconozcamos cuando estamos a punto de resbalar y que no presumamos de nuestras propias fuerzas, como Pedro, que se jactaba de que nunca negaría a su Maestro, y fue lo primero que hizo cuando se vio en peligro, confrontado por una muchacha (Mt 26:30-35;69-75).
19. “En la multitud de mis pensamientos dentro de mí, tus consolaciones alegraban mi alma.”
Cuando los malos pensamientos me atormentan, cuando el temor ante los peligros que me acechan detiene mi aliento, cuando la angustia o la tristeza me oprimen (Sal 138:7), tu Espíritu viene en mi ayuda para consolarme y hacer que el sol de la alegría brille nuevamente en mi pecho para darme esperanza (Sal 119:50,76). Tú sacas mi alma del pozo de aflicción que lo consume. Por eso, Señor, yo te canto y mi voz se eleva para alabarte y agradecerte por todas tus bondades. El salmista podría decir con Pablo: “Sobreabundo de gozo en medio de mis tribulaciones.” (2Cor 7:4d)
¿Cuántos hay que puedan sinceramente decir que sus pensamientos no los han atormentado alguna vez? No hay tormento que se le parezca ni que se iguale a las tempestades del alma. Sin embargo, muchas veces ese sufrimiento es oportuno pues Dios lo usa para purificar la escoria de nuestras almas (Pr 25:4).
20. “¿Se juntará contigo el trono de iniquidades que hace agravio bajo forma de ley?”
El trono de iniquidades al que se refiere el salmista en este lugar es posiblemente algún centro de poder local, o el del soberano de su tierra en ese momento, o simplemente alguna influencia poderosa que le es contraria. Pero quién quiera que sea a quien se refiera concretamente (y es indudable que en este versículo y en el siguiente el salmista se refiere a un hecho concreto de su propia experiencia), sabemos que detrás de todo poder o influencia negativa o impía está el trono de Satanás, la potestad de las tinieblas que mueve a sus agentes en el mundo (Ap 2:13).
Es sabido que quienes detentan el poder disfrazan sus intenciones y ambiciones bajo formas legales para dar a sus manipulaciones una apariencia de legitimidad y justicia. Ocurre a diario en la vida privada y empresarial, y en la política: “En el corazón maquinan iniquidades y hacen pesar la violencia de sus manos…” (Sal 58:1,2).
Y son más condenables esos esfuerzos cuando se escudan bajo pretextos religiosos, o tratan de aliarse con las autoridades de ese campo, asumiendo una apariencia de piedad. Pero ¿aceptará Dios esa alianza? ¿bendecirá Dios sus intrigas?
La respuesta a esa pregunta ya se ha dado en el v. 15 (Véase “El Dios de las Venganzas I”), donde escribe el salmista que el juicio será vuelto a la justicia. Es decir, que los intentos de vestir de legalidad los proyectos malévolos serán descubiertos y frustrados, y Dios hará que los juicios humanos reflejen los suyos y la justicia sea restablecida.
¿Cuántos tronos de iniquidad ha habido en el mundo que se creían inexpugnables y se imaginaban que reinarían para siempre? Hay varios ejemplos en la Biblia, como el de Jeroboam, que prohibió a su pueblo ir a adorar a Dios a Jerusalén, y le puso dos becerros de oro en el Sur y en el Norte de su reino, para que les rindan culto, por lo que su casa fue cortada de raíz (1R12:25-33; 13:34); o el de Acab que, impulsado por su inicua esposa Jezabel, levantó altares a Baal y a Asera, y persiguió al profeta Elías, y fue herido mortalmente en una batalla (1R22:29-38), y su esposa fue comida por los perros (2R 9:30-37); o el del rey Belsasar que banqueteaba con sus príncipes cuando apareció una escritura en la pared que anunciaba su fin esa misma noche (Dn 5). ¿Pero cuántos ha habido a lo largo de la historia, y los hay todavía en nuestro tiempo, que se creen invencibles? Durante un tiempo se levantan altivos y amenazantes, y hacen todo el mal que se les permite hacer, pero no tardan en caer cuando Dios dice: ¡Basta!
Los tres últimos versículos del salmo forman una unidad que describe una situación frecuente: el justo es acosado por sus enemigos que tratan de acabar con su vida; formulan la sentencia de muerte (2Cor 1:9). Pero sus planes malvados no prosperan porque Dios viene en su ayuda. Aquí se encuentra la historia tantas veces repetida en la vida: en medio del acoso, Dios es mi amparo; en Él me refugio y las fuerzas desencadenadas del enemigo pasan a mi lado sin tocarme (Sal 91:1,2,7,10). ¡Quién no ha hecho esa experiencia! Dios permite esas situaciones para templar nuestro carácter y probar nuestra fe.
21. “Se juntan contra la vida del justo, y condenan la sangre inocente.”
En este versículo puede verse una referencia a Cristo, que fue condenado a muerte por una coalición de fuerzas enemigas entre sí, pero que se aliaron cuando quisieron eliminar al adversario común cuya rectitud los acusaba (Mt 27:1; cf Ex 23:7; Pr 17:15). En verdad, si ha habido alguna sangre inocente, ésa ha sido la de Jesús, más pura que la de Abel, por lo cual habla más elocuentemente que la de éste (Hb 12:24).
El crimen cometido por Caín es figura y anticipo de todos los homicidios que se han cometido en la tierra y de sus motivaciones: el malvado envidia al recto, o codicia uno de los bienes de su prójimo (Véase el episodio de Acab y la viña de Nabot en 1R 21).
Pero el autor alude aquí también, sin duda, a la situación de peligro en la cual él se encontraba personalmente cuando escribió el salmo.
22. “Mas el Señor me ha sido por refugio, y mi Dios por roca de mi confianza.”
El salmista declara que en la grave situación de peligro que enfrentaba, Dios, que nunca falla, vino en su auxilio y lo salvó.
Sabemos que Dios permitió que su Hijo fuera sacrificado por los aliados del maligno, porque había un propósito de salvación detrás de su muerte. Pero en el caso de muchos de los justos Dios acude en su ayuda y los salva de las garras enemigas. Él quiere preservarlos para poder seguir utilizándolos para su obra.
Pero ¿puede decirse que el Padre abandonara a su Hijo? Jesús tenía que pasar por la prueba de la muerte para salvar al género humano, pero los lazos del sepulcro no lo podían retener (Hch 2:24). Su Padre le dio la victoria haciendo que resucitase y sentándole en su trono (Mt 26:64). Guardando las distancias eso es lo que Él hace con todos aquellos que Él permite que sean sacrificados. Lo permite porque, de alguna manera para nosotros impenetrable, su muerte sirve sus propósitos (Sal 116:15). Pero luego ellos serán ampliamente recompensados por su firmeza y fidelidad.
23 “Y Él hará volver sobre ellos (es decir, sobre los impíos) su iniquidad, y los destruirá en su propia maldad; los destruirá el Señor nuestro Dios.”
No sólo me guarda Dios del furor de mis adversarios, sino que todo el mal que ellos querían hacerme caerá sobre sus propias cabezas (Sal 7:16; Pr 5:22). Ésta fue, por citar un ejemplo, la historia de Mardoqueo, a quien su rival, Amán, quiso hacer colgar del patíbulo. Pero fue Amán quien subió al cadalso que su odio había levantado (Est cap. 3 al 5).
Aquí se cierra el círculo de la venganza con que empieza el salmo. Dios hace que los dardos que me apuntaban se volteen en el aire y caigan sobre el que me disparó. No quieras pues tú hacer mal a nadie, porque el mal que hagas recaerá sobre tu propia cabeza.
Vemos también aquí que lo que el salmista llama “venganza” en el lenguaje guerrero y todavía carnal del Antiguo Testamento no es otra cosa sino la justicia divina. El salmista, que vivía en un tiempo y en un mundo de encendidas pasiones -aún no transformadas por “la gracia y la verdad que vinieron por nuestro Señor Jesucristo” (Jn.1:17)- contempla y comprende los hechos de acuerdo a la mentalidad que reinaba en su época. La venida de Jesús cambió la manera de pensar y sentir de la gente y su perspectiva del mundo. Por eso es que algunos aspectos y cosas del Antiguo Testamento a veces nos chocan. Son las verdades eternas de Dios expresadas en el lenguaje y la manera de sentir de una época que aún no había sido tocada por la gracia que derramó el Cordero en su venida. En el lenguaje de nuestros días al Dios de las venganzas lo llamaríamos el Dios justiciero.
Notas: 1. Esta repetición de una frase es un caso de paralelismo sinónimo, muy frecuente en la poesía hebrea.
2. Es decir, en el lugar del silencio, esto es, en el Sheol, la tumba, donde nadie alaba a Dios. (Sal 115:117).
3. El ataque de los enemigos que estuvo a punto de hacer que cayera puede también interpretarse en el sentido de que se trataba de tentaciones del maligno que lo hacían trastabillar.
NB. El presente articulo fue publicado por primera vez en abril del 2003. Se publica nuevamente, ligeramente revisado, pero dividido en dos partes debido a su extensión. Puede leerse la versión original en la página web de “Desarrollo Cristiano”.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
   “Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#745 (23.09.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

viernes, 21 de septiembre de 2012

EL DIOS DE LAS VENGANZAS I


Por José Belaunde M.
EL DIOS DE LAS VENGANZAS I
Un Comentario del Salmo 94:1-15
 Este es un salmo post-davídico, que data posiblemente de la época en que, durante el imperio persa, antes de Nehemías, los habitantes de Jerusalén eran oprimidos por los pueblos vecinos  (Nh 2:19; 4:1-8). Según el Talmud el salmo sería anterior y habría sido compuesto por los levitas durante la destrucción de Jerusalén por los caldeos (2R 25:1-10).
1.“Señor, Dios de las venganzas, Dios de las venganzas, muéstrate.”
¿Cómo puede el salmista dirigirse a Dios llamándole “Dios de las venganzas”? ¿Es acaso Dios vengativo? (Nota 1)
2.“ Engrandécete, oh Juez de la tierra; da el pago a los soberbios.”
Pero aquí se nos muestra el verdadero sentido de esa apelación. El Señor es el Dios de la retribución (Dt 32:35,43), el que paga a cada cual según sus obras (Rm 2:6; Sal 62:12), porque Él es justo.
Lo que el autor quiere decir es: ¡Levántate, Señor y muestra a los impíos quién eres dando a cada uno el pago que merecen sus maldades! Pero no solamente dando el pago de sus injusticias a quien lo merece, sino revindicando y haciendo justicia a quienes fueron oprimidos por la prepotencia de los fuertes. Jesús lo dijo en Lc.18:7,8 “¿Y acaso Dios no hará justicia (“...no ejecutará venganza” dice el original)  a sus escogidos, que claman a Él día y noche? ¿Se tardará en responderles? Os digo que pronto les hará justicia.” (2)
3. ¿Hasta cuándo los impíos, hasta cuándo, oh Señor, se gozarán los impíos?
Y enseguida da expresión a sus sentimientos de frustración y de ira: ¿Hasta cuándo prevalecerán los impíos? El autor juzga con ojos humanos. Ve la maldad de los hombres, que seguramente le afecta a él también y, como haríamos todos en circunstancias semejantes, exclama: ¿Hasta cuándo Señor permitirás estas cosas? Yo quisiera que actuaras ya, que intervengas y pongas las cosas en su sitio, sí, pero (implícitamente) de acuerdo a mi modo de ver, o a mi conveniencia.
Desde nuestra perspectiva humana nosotros tenemos una idea limitada de la providencia y de la justicia de Dios, que todo lo abarca, comprende y prevé. No podemos entender todos los factores que están en juego en los acontecimientos humanos, porque no los conocemos sino parcial e imperfectamente para comenzar. Por eso nos puede parecer en ocasiones que sus juicios no son perfectos, o que su justicia tarda.
4.“¿Hasta cuándo pronunciarán, hablarán cosas duras, y se vanagloriarán todos los que hacen iniquidad?”
Al salmista le indigna especialmente la soberbia con que hablan los malvados, cómo se jactan de sus atropellos (Sal 73:6-9). Lo que al justo enfurece, a ellos los llena de satisfacción; se alegran del daño que hacen (Pr 2:14).
5.“A tu pueblo, oh Señor, quebrantan, y a tu heredad afligen”.
Oprimen al pueblo escogido, lo explotan y le dan de comer pan de lágrimas (Sal 42:3).
6.“A la viuda y al extranjero matan, y a los huérfanos quitan la vida.”
Se ceban en los indefensos, en la viuda, y en los refugiados extranjeros; en los que no tienen padre. Los cobardes son así: se hacen los valientes con los débiles, y débiles con los valientes. Exhiben su poder ante los que no pueden defenderse, pero no se atreven a desafiar a los que podrían vencerlos.
7.“Y dijeron: No verá el Señor, ni entenderá el Dios de Jacob”.
Se imaginan que Dios no se entera de sus maldades. Su perverso corazón ha sofocado la fe. Ellos dicen: ¿Dónde estará Dios para que nos juzgue? Si existe un Dios en el cielo está muy lejos de nosotros para enterarse e intervenir en nuestros asuntos. Aquí tengo yo mano libre, y nadie me reprime (Sal 10:1-4).
8,9. “Entended, necios del pueblo; y vosotros, fatuos, ¿cuándo seréis sabios? El que hizo el oído, ¿no oirá? El que formó el ojo, ¿no verá?”
A sus expresiones de soberbia contesta el salmista bajo el soplo del Espíritu, reprochándole a los necios su ceguera y torpeza. ¿Cómo es posible que no os déis cuenta? Si tenéis oídos y ojos ¿no es porque alguien  os los ha dado, el que lo creó todo y da a cada hombre órganos con los que puede percibir la realidad, el mundo exterior? Y en verdad ¡qué maravilla del Creador que no nos colocó en la tierra incapaces de oir, de sentir y ver y oler todo lo que nos rodea, sino que nos hizo capaces de gozar de las bellezas de su creación, y de comunicarnos unos con otros por medio del habla o de gestos!
Pues bien, ese Ser que creó el ojo que ve, y el oído que oye, y los demás sentidos ¿no verá y oirá Él mismo? ¿O será ciego y sordo como una piedra? ¿No tendrá Él la capacidad que te dio a ti? ¿Puede alguien dar lo que no tiene?
Lo que esto quiere decir es que si hay en la creación algo que Dios ha hecho y que demuestra tener ciertas capacidades, propiedades o características, es porque esas propiedades, capacidades y características existen en Dios de modo perfecto, son parte de su naturaleza. Si Dios ha creado un órgano que ve o que oye, o miembros que cogen y manipulan, es porque la visión y la audición, y la capacidad de coger y manipular son propiedades que Él posee. Dios puede hacer perfectamente todo aquello que ha dado al hombre hacer imperfectamente.
10,11. “El que castiga a las naciones, ¿no reprenderá? ¿No sabrá el que enseña al hombre la ciencia? El Señor conoce los pensamientos de los hombres, que son vanidad.”
¡Cuán necios son los que creen que Aquel que les dio la vida y lo creó todo no puede ver y oír lo que ellos hacen, y no les pedirá cuentas como si fuera indiferente a sus actos!
Él es un Dios santo y justo y todo lo ha hecho perfecto. Sólo el hombre aquí abajo se le rebela. ¿Permitirá Él los desvaríos de nuestra conducta? ¿No corregirá al hombre que agravia a su prójimo? ¿Tolerará el abuso, la prepotencia, el despojo, el crimen? Si lo tolerara pudiendo reprimirlos, Dios se haría cómplice de los delincuentes y facinerosos, cómplice de sus delitos.
Él no sólo conoce y ve lo que los hombres hacen, sino que oye sus pensamientos como si los hombres los hablaran a su oído, o los dijeran en voz alta. Nada escapa a su escrutinio, y la vanidad, la inutilidad de nuestros pensamientos le es conocida, pues conoce su origen y sus consecuencias; sabe que somos polvo y que al polvo regresamos.
12. “Bienaventurado el hombre a quien tú, Señor, corriges, y en tu ley lo instruyes.”
No obstante que somos polvo y que en el polvo nos quedaríamos sin dejar huella en el universo si no fuera por Él; no obstante que somos menos que una nube pasajera que el sol disipa en unos instantes, y que nadie vio y de la que nadie se acuerda (¿Porque quién se acuerda de los millares de personas que vivieron, gozaron y sufrieron en nuestra ciudad, por ejemplo, hace sólo doscientos años? Pasaron y ni sus descendientes guardan recuerdo de ellos. Pero tú, oh Señor, sí los conoces). No obstante, pues, nuestra nada, tú nos corriges, esto es, muestras tu misericordia con el hombre tomándote la molestia de corregirlo y de instruirlo en tu ley que grabaste en su conciencia (Rm 2:15).
¡Bienaventurado el hombre, sí, a quien tú tratas como hijo para reprender sus maldades y llevarlo al buen camino! (Pr 3:11,12) ¡Bienaventurado, sí, cuando tú lo humillas y lo disciplinas para que comprenda sus errores y perciba su necedad! (Sal 119:71) ¡Desdichado aquel a quien tú ya no cuidas, y a quien tú abandonas a los vanos pensamientos de su mente porque se negó a escucharte! (Hb 12:8) ¡Desdichado porque seguirá caminando por senderos torcidos que cree derechos y que lo llevarán a la muerte. (Pr 14:12;16:25)
13. “Para hacerle descansar en los días de aflicción, en tanto que para el impío se cava el hoyo.”
Aquel a quien tú en tu ley instruyes enseñándole a caminar rectamente encontrará en ti un lugar de refugio en el día de la angustia y no perecerá en el hoyo como el desgraciado que rechazó tu ley, que no quiso acogerse a ella cuando amorosamente lo reprendías. Al impío sus propias acciones le cavan la tumba, mientras que al obediente tú lo proteges de las malas consecuencias de sus actos, no dejando que experimente sino una pequeña parte de ellas para que escarmiente. San Agustín recalca el hecho de que la tumba del impío está siendo cavada. No es cavada de inmediato, de un golpe. Dios no condena de inmediato al impío porque quiere dar lugar, si fuera posible, al arrepentimiento (2P 3:9). No quieras tú, pues, condenarlo más rápido que Él.
14. “Porque no abandonará el Señor a su pueblo, ni desamparará su heredad”
El salmista expresa su confianza de que el Señor no abandonará a los suyos a su suerte. Las circunstancias en que se encontraba Israel cuando se escribió el salmo podrían hacer pensar que Dios había desechado a su pueblo, y por eso muchos de ellos dudaban de Él. Pero el salmista recuerda todas las promesas de Dios del pasado, y cómo Él nunca dejó de acudir en rescate de los suyos. Por eso él se reafirma en la seguridad de que Dios volverá a manifestarles su favor y no dejará abandonados a los suyos para siempre.
Ésa es una confianza que todos podemos tener. “Dios es fiel” es un concepto que repite muchas veces la Biblia  (Is 49:7; Sal 36:5; 1Cor 1:9; 1Ts 5:24; Hb 10:23; 1Jn 1:9, etc) y lo proclama la experiencia constante del creyente.
15. “Sino que el juicio será vuelto a la justicia, y en pos de ella irán todos los rectos de corazón.”
La primera parte del versículo es de lectura difícil. Maredsous traduce: “El juicio volverá a ser conforme a la justicia”. Desarrollemos su sentido: las sentencias de los tribunales humanos, que ahora nos son contrarias porque son injustas, volverán a ser dictadas por la justicia divina, dejarán resplandecer la justicia de Dios y todos los hombres rectos la seguirán.
Ahora la justicia de Dios está como semi oculta a los ojos humanos, oscurecida por la represión y el abuso visibles, y por el aparente triunfo de los impíos (Sal 73:4-9). Eso desconcierta a muchos. Pero volverá a brillar en todo su esplendor. Entonces, todos los hombres rectos la verán claramente e irán en pos de ella.
Cuando llegue, ésa será también la hora de la venganza, la hora en que sobre la cabeza del impío recaiga todo lo que hizo padecer al justo. Este es el sentido obvio del texto si se piensa que los v. 14 y 15 forman una unidad: “Porque no abandonará el Señor a su pueblo… sino que el juicio será vuelto…” La segunda frase cumple lo que promete la primera. Juntas forman un todo que nos habla de cómo actúa Dios. (3)
La pregunta inevitable entonces es: ¿Por qué permite Dios la opresión de los justos? Porque a través de las pruebas y del sufrimiento maduran los justos a mayor justicia, su fe y su amor crecen y son preparados para mayores obras. Ese es el mensaje de 2 Cor.11:16–12:13, que recomiendo leer.
Notas: 1. La palabra hebrea nekama quiere decir, venganza, revancha, castigo (ekdikesis en griego, Lc 18:7). La Vulgata y la King James traducen el comienzo de este verso así: “El Señor Dios a quien la venganza pertenece…” Bellarmino comenta que siendo Dios justo, no dejará que el malvado deje de recibir el castigo que merece. Yo agregaría que es un sentimiento recto indignarse por las injusticias que se cometen en el mundo, y desear que la justicia prevalezca dando a cada hombre el pago que merecen sus actos.
2. El salmo 149 habla de “ejecutar venganza entre las naciones” (v.7). Ése es el contexto en que en Apocalipsis se dice que Dios vengará a sus escogidos, -como en Ap 19:2, o en Ap 6:10: “¿Hasta cuándo Señor... no juzgas y vengas nuestra sangre?- La venganza (retribución) está unida al juicio. Dios se venga de los que abusan del débil; esto es, los castiga (Jr 5:29).
Por eso Pablo nos exhorta a no vengarnos nosotros mismos, citando una frase de Deuteronomio: “Mía es la venganza...dice el Señor” (Rm 12:19; Dt 32:35). Deja que sea Dios quien te vengue. Tú sé manso. “No digas yo me vengaré...” (Pr 20:22), porque no corresponde al hombre dar el pago (Pr 24:29).
3. Hay una frase en Apocalipsis que transmite el mismo mensaje: “Dadle a ella como os ha dado, y pagadle doble según sus obras; en el cáliz en que ella preparó bebida, preparadle a ella el doble.” (Ap 18:6; Sal 137:8; Jr 50:29)
NB. El presente artículo fue publicado hace nueve años. Se publica nuevamente casi sin cambios, pero dividido en dos partes debido a su extensión.

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Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
   “Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#744 (16.09.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).