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miércoles, 27 de septiembre de 2017

EL IMPÍO HACE OBRA FALSA

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
EL IMPIO HACE OBRA FALSA
Un Comentario de Proverbios 11:18-22
Los versículos 18 y 19 expresan pensamientos semejantes: el “galardón firme” que se menciona es la vida eterna. El texto en el vers. 19 dice sólo “vida”, pero es obvio que la vida de que ahí se habla es la misma de que habla tanto Jesús en el evangelio de Juan (Jn 5:24; 6:40,47; etc.). Es evidente, pues, que la noción de vida eterna existía mucho antes de que Él viniera. El resultado vano que obtiene de sus esfuerzos el impío se revela, una vez desaparecidas todas las apariencias, como muerte.
18. “El impío hace obra falsa; mas el que siembra justicia tendrá galardón firme.”

En este proverbio antitético se contrastan el fruto que se obtiene obrando bien y el que se obtiene obrando mal.
    “El impío hace obra falsa” porque el resultado que obtenga por sus esfuerzos al final lo decepcionará. Si obtuvo alguna ventaja material de la que se ufanaba, ésa será transitoria y puede volverse en contra suya. Dicho de otra manera, “obra falsa” es la fugaz que no dura. Eso es lo que muchos de los que obraron conscientemente mal, al final experimentaron cuando, por una circunstancia inesperada, su mal accionar quedó al descubierto y fueron acusados públicamente. Todo lo que habían obtenido con su mal proceder desapareció, o se volvió en contra suya.
    Cada cual cosecha lo que siembra; lo que cosecha el impío corresponderá a la mala calidad de su semilla. El que siembra justicia es el que se conduce rectamente. Siembra justicia en los surcos de tu vida y cosecharás paz y prosperidad. Ése es tu premio. (c.f. 10:6; Gál.6:7,8). Notemos, de paso, que “sembrar justicia” adquirió en el tiempo también el sentido de “dar limosna”, esto es, ser generoso, que es algo que Dios bendice. (c.f. vers. 24,25; 2Cor.9:6).
    El corazón y la voluntad del hombre son reclamados por dos señores que le prometen una gran recompensa. Pero si el maligno cumpliera sus promesas y ellas no fueran engañosas, todos los seres humanos vivirían ricos y felices. La primera persona que fue engañada por él fue Eva, a quien la serpiente le prometió que ella y su marido serían como Dios, conociendo el bien  y el mal. Pero el resultado de su obediencia a la sugerencia de Satanás fue que ambos se avergonzaron de estar desnudos y corrieron a esconderse cuando oyeron la voz de Dios en el jardín (Gn 3:8-10). Se escondieron porque se sabían culpables. Ése fue su primer contacto con el mal, que antes ignoraban.
    Jesús mismo fue tentado por Satanás que le ofreció todos los reinos del mundo y su gloria si postrado le adoraba. ¿Pero qué necesidad tenía Jesús de que alguien le ofreciera lo que de hecho y desde siempre le pertenecía, porque Él lo había creado todo con su palabra? (Mt 4:8,9).
    Los pecados de la carne que el demonio estimula, pasada la satisfacción momentánea que ofrecen, conducen al desengaño, a los remordimientos, y a la muerte (Rm 6:21; Pr 5:3-5).
    Las Escrituras nos presentan varios ejemplos de cómo se cumple la verdad enunciada por este proverbio. El faraón quiso exterminar al pueblo hebreo ordenando que se matara a todos los hijos varones que les nacieran, pero en la noche de la primera Pascua Dios hizo morir a todos los hijos primogénitos de los egipcios, incluyendo al del propio faraón (Ex 12:29,30). Más adelante, cuando se arrepintió de haber dejado salir al pueblo hebreo, ordenó que su ejército saliera a perseguirlos, pero Dios hizo que todos sus soldados y jinetes perecieran ahogados en las aguas del Mar Rojo que los israelitas habían atravesado en seco poco antes (Ex 14:11-28).
    Acab creyó que podía apoderarse de la viña de Nabot que codiciaba, haciéndolo matar por blasfemo, pero Elías le salió al encuentro y le profetizó que en el mismo lugar en que los perros habían lamido la sangre de Nabot, lamerían la suya (1R 21).
    ¿Qué cosa es sembrar justicia? Es vivir rectamente y con la mira puesta en la recompensa eterna. Como dice Oseas: “Sembrad para vosotros en justicia; cosechad para vosotros en misericordia.” (Os 10:12). Y también Gálatas: “Dios no puede ser burlado; pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará.” (Gal 6:7). El hombre no puede cosechar un fruto diferente a la semilla que ha sembrado. Tal la semilla, tal la cosecha. De  ahí que Jesús dijera del hombre: “Por sus frutos los conoceréis… No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos.” (Mt 7:16,18).
    En contraste con el mal fruto que cosecha el impío, está el galardón firme del que siembra justicia. Aunque durante algún tiempo su tarea pueda ser penosa, al final será recompensado: “Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas.” (Sal 126:6). Sin embargo, nadie recibe la totalidad de su galardón en esta vida; lo mejor del galardón está reservado para la otra vida, que es eterna.
19. “Como la justicia conduce a la vida, así el que sigue el mal lo hace para su muerte.”
La justicia que conduce a la vida (“el camino de la justicia”, Pr 12:28) caracteriza al sabio que endereza sus caminos con el temor de Dios, buscando agradarle y obedecerle en todo. Ciertamente el que vive de esa manera será recompensado con buena salud y vitalidad (11:31a), esto es, con plenitud de vida en sentido terrenal, mientras que el que tuerce sus caminos probablemente enfermará y morirá joven. Pero si se tiene en cuenta que la promesa que encierran estas palabras se refiere también a la vida eterna, el que tiene a Dios en cuenta en todos sus caminos (Pr.3:6) encontrará que los brazos de Dios lo recibirán al final de su vida en la tierra. El versículo siguiente explica parte del motivo: su conducta agradaba a Dios.
    Y esta es la pregunta que debemos hacernos todos: ¿Mi conducta agrada a Dios? Si la respuesta es positiva podemos estar seguros de que su bendición reposa sobre nosotros, aunque podamos pasar por pruebas. Si es negativa, nada de lo que hagamos conducirá a buen fin, aunque el éxito nos sonría temporalmente.
    Este proverbio se refiere ciertamente a la vida eterna y parece sugerir que la salvación se obtiene mediante la justicia que, en este contexto, no puede ser sino la propia (cf vers. 5 y 6). Aunque no exclusivamente: el piadoso es justo porque teme a Dios. El temor de Dios es una forma de fe, que mueve al hombre a actuar bien. La segunda línea confirma lo que dice Rm. 6:23 (c.f. Pr 10:28b).
    ¿De qué vida y de qué muerte se habla aquí? ¿No es la vida o la muerte eterna? No hay duda de que Jesús al hablar de la vida eterna ha hecho uso de una larga tradición que daba un sentido espiritual a esas palabras.
    La vida de que aquí se habla es la vida eterna que se alcanza por medio de la justicia, la cual, para el judío piadoso, consistía en observar la ley. No hay aquí mención de la fe.
    Podría decirse que esto es aplicable al israelita del Antiguo Testamento. Él no podía tener fe en el Redentor porque aún no había venido, pero sí podía tener fe en Dios, como Abraham, de quien se dice que le “creyó a Jehová y le fue contado por justicia.” (Gn 15:6).
    El labrador espera pacientemente que la semilla que ha sembrado produzca fruto; aunque pueda demorar, la recompensa de su paciencia es segura (St  5:7,8). La rectitud es la semilla; la felicidad es la cosecha. La perseverancia es condición necesaria para recibir la recompensa, como dice Pablo: “Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, abundando en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano.” (1Cor 15:58).
    La justicia no sólo libra de muerte (Pr 11:4), como ocurrió con Lot y su familia (Gn 19:16), sino que también “conduce a la vida” (Pr 10:16; Is 3:10), porque Dios dará una recompensa eterna a los que, habiendo creído, perseveran en hacer el bien (Rm 2:7), como se dice en Apocalipsis: “Mira que yo vengo pronto y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según su obra.” (22:12).
20. “Abominación son a Jehová los perversos de corazón; mas los perfectos de camino le son agradables.”
Este es un versículo de paralelismo antitético. Contrasta al perverso con el perfecto o íntegro. Este es un contraste que ya figura en el vers. 3; y más explícitamente en Prov 3:32: “Porque Jehová abomina al perverso; mas su comunión íntima es con los justos.”
    Dios abomina, es decir, detesta al corazón perverso, torcido, que busca siempre el mal y no el bien, las consecuencias de cuya obra son siempre perniciosas para otros y, en última instancia, para sí mismo. En cambio, le agradan los que actúan rectamente, cuyo corazón de una manera natural se inclina al bien y rechaza el mal.
    La palabra “abominación” (toeba) es una las más fuertes y condenatorias del Antiguo Testamento. Con ella se designan los alimentos impuros (Dt 14:3); el sacrificar a los niños pasándolos por fuego (Dt 12:31); el casarse con mujeres extranjeras –porque servían a dioses ajenos- (Mal 2:11); el culto falso de los impíos (Pr 21:27); la homosexualidad (Lv 18:22). El libro de Proverbios la usa para referirse a los de corazón perverso, pero también al corazón altivo (16:5). Ambas cosas suelen ir juntas. El perverso cree que nunca tendrá que rendir cuentas a la justicia divina; se cree seguro en su impiedad. ¡Cuán equivocado está! Cuando menos lo piense será castigado y desaparecerá: “Vi yo al impío sumamente enaltecido, y que se extendía como laurel verde. Pero él pasó, y he aquí ya no estaba; lo busqué y no fue hallado.” (Sal 37:35,36).
    ¿Pero quiénes son los rectos de camino sino aquellos a quienes Dios mismo hace rectos? No se hicieron rectos ellos mismos. Son obra suya. Aquí se contrasta al recto de camino con el de corazón perverso, porque tal como es el corazón, será el camino (Ch. Bridges) El que es perverso de corazón sigue inevitablemente un camino torcido, porque se inclina hacia él inconscientemente. Así como Dios detesta al perverso, Él se deleita en el recto que le obedece y le sirve.
21. “Tarde o temprano, el malo será castigado; mas la descendencia de los justos será librada.”
    Cuando yo era niño había un “slogan” comercial que decía: “Tarde o temprano su radio será un Phillips”. Era tan conocido que había gente que lo empleaba como refrán para indicar algo que tenía que ocurrir de todas maneras, pese a todos nuestros esfuerzos para impedirlo.
    El castigo del impío es tan inevitable como la muerte. Aunque demore, ha de venir, porque Dios es justo y no puede dejar que su justicia sea quebrantada. Este proverbio se relaciona con todos aquellos versículos que auguran el fin del malo. (10:29; 11:19; 13:13; 15:10; 19:16; 29:1).
    El vers. opone el castigo de los malos a la liberación -sea del castigo, o del infortunio, o de la opresión- de la progenie o descendencia del justo, en lugar de asegurar simplemente que el justo será librado. Es decir, transfiere el beneficio de la justicia divina del justo a su descendencia (Dt.7:9; Sal.25:12,13; 37:25; 112:2). Pero esa inferencia desaparece si se entiende “la descendencia” en el sentido de “la raza de los justos” (Kidner, c.f. Sir:8:39; Gál.3:7), lo que incluye al justo mismo.
    Sin embargo, el proverbio expresa implícitamente también la idea de que durante un lapso no breve de tiempo el malo puede ser victorioso y prosperar, mientras que los justos sufren opresión. El proverbio promete liberación para unos y sanción para otros, aunque ambas cosas demoren, esto es, se cumplan en el tiempo de Dios y no en el nuestro (Jb.5:19; 2Tim.4:18, Pr 12:21; Sal 91:3,10,15c).
    Este proverbio. es un gran consuelo para los que, como el autor del Sal 73, se afligen viendo la prosperidad de los impíos. "Tarde o temprano…” Nosotros preferiríamos que fuera temprano para verlo, porque si ocurre muy tarde quizá no lo veamos. Pero creo, sobre todo, que preferimos que sea temprano para que el malvado no goce de mucho tiempo de bonanza y que experimente pronto el fruto maligno de sus actos ¿Para que se arrepienta? No, para que le duela. Vemos pues, que esta frase (“tarde o temprano”) despierta nuestro espíritu de justicia propia y de juicio, no muestra compasión, como si nosotros nunca hubiéramos estado en el grupo de los malvados, y nunca hubiéramos sido beneficiarios de la misericordia y paciencia de Dios.
    Pero, ¿cuáles son los sentimientos de Jesús frente a esta frase? Pena y compasión por los malvados que no se arrepientan, porque Él los ama también a ellos, y murió también por ellos. Esos sentimientos deberían también ser los nuestros.
    El segundo estico es una bella promesa que muestra cómo la misericordia de Dios premia al justo “hasta mil generaciones” (Dt 7:9).
22. “Como zarcillo de oro en el hocico de un cerdo es la mujer hermosa y apartada de razón.”
La mujer privada de razón, de discreción o de sabiduría, es la mujer insensata, la necia, la que carece de discernimiento, la tonta. No es la adúltera intrigante de Prov. 7, ducha en artimañas y amores ilícitos, sino la crédula y estúpida, que escoge siempre el camino menos conveniente para ella, pero que no carece de buenos sentimientos. Pues bien, la belleza le sienta mal a esa mujer porque no sabe hacer buen uso de ella sino, al contrario, le tiende trampas. Los términos de la comparación son terribles porque el cerdo era para los israelitas un animal abominable e impuro. ¿Qué papel puede jugar un zarcillo de oro, una pequeña alhaja, en el hocico de un sucio animal que se revuelca en el fango? El contraste es chocante. Así es la belleza en el rostro de una mujer insensata. Por lo general es desgraciada porque se deja engañar por los hombres que se aprovechan de ella. A ella se aplica el viejo refrán: “La suerte de la fea, la bonita lo desea”.
    La belleza física es un don divino en el hombre y en la mujer, y debe ser apreciado como tal, pues con frecuencia es reflejo de la belleza interior, la del alma, como en el caso de José (Gn 39:3), o el de David (1Sm 16:12), o el de Ester (Est 2:7).
    Pero sabemos también que la belleza puede ser engañosa y esconder un corazón necio o impío (Pr 31:30). Todo el encanto de la belleza se pierde en la mujer carente de discreción, porque en lugar de tener honra (v. 11:16), le puede traer deshonra, si su belleza se vuelve objeto de las más bajas pasiones, y ella es incapaz de retener su virtud (2Sm 11:2), como ocurrió en el caso de Betsabé, la mujer del fiel Urías, que por haber cedido a la pasión de David, provocó la muerte de su marido (2Sm 11:15-17). El alma alejada de Dios pierde su verdadera belleza, que es interna, aunque conserve la apariencia externa.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a arrepentirte de tus pecados, y a pedirle perdón a Dios por ellos, haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."

#950 (06.11.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

viernes, 28 de septiembre de 2012

EL DIOS DE LAS VENGANZAS II


Por José Belaunde M.
EL DIOS DE LAS VENGANZAS II
Un Comentario del Salmo 94:16-23
16,17. “¿Quién se levantará por mí contra los malignos? ¿Quién estará por mí contra los que hacen iniquidad? (Nota 1) Si no me ayudara el Señor, pronto moraría mi alma en el silencio.” (2)
La frase repetida: “Quién se levantará por mí…?” es como un llamado desesperado del justo clamando que venga alguien en su ayuda cuando se encuentra estrechado por las fuerzas del mal y a punto de perecer (Ecl 4:1). ¡Qué cierto es que con frecuencia los justos se ven abandonados frente a los inicuos que complotan contra ellos, o los persiguen! Pablo se encontraba en una situación semejante cuando compareció ante el tribunal del César: “En mi primera defensa ninguno estuvo a mi lado, sino que todos me abandonaron…pero el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas…” (2Tm 4:16,17). Jesús también anunció a sus discípulos que ellos lo dejarían solo en el momento de la prueba, y así ocurrió en efecto, pese a sus protestas en sentido contrario (Mt 26:31,35b; 56b).
“Si no me ayudara el Señor..” (Sal 124:1,2) Esta frase expresa una gran verdad que es válida para todos: las fuerzas adversas, impulsadas por el demonio, habrían terminado conmigo hace tiempo si no fuera porque Dios me protege. Estos dos versículos contrastan la necesidad que tiene el hombre de ser ayudado en sus luchas para no ser arrollado por sus enemigos, con la inutilidad de toda ayuda que no sea la que venga de Dios mismo.
Todo lo que el hombre pueda hacer en sus propias fuerzas es insuficiente. Si no fuera porque Dios estuvo de su lado ya sus enemigos habrían dado cuenta de su vida. Este es el mensaje del Antiguo y del Nuevo Testamento por doquier: “Separados de mí nada podéis hacer” (Jn.15:5), “Alzaré mis ojos a los montes. ¿De dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene del Señor…” (Sal.121:1,2). Ciertamente con frecuencia Dios utiliza mensajeros humanos (no siempre angélicos) para brindarnos su ayuda. Pero lo cierto y consolador para nosotros es que esos hombres o mujeres que nos socorrieron, no habrían actuado si no fuera porque Dios los impulsó a hacerlo y los guió. En otros casos la ayuda que recibe el hombre viene de adentro, de las fuerzas renovadas que Dios suscita en su interior y de la inspiración que recibe para hacer lo adecuado: “Tú aumentas mis fuerzas como las del búfalo; me unges con aceite fresco.” (Sal 92:10).
18. “Cuando yo decía: Mi pie resbala, tu misericordia, oh Señor, me sustentaba.”
Muchas veces cuando ya estaba a punto de caer (Sal 17:5; 18:36) y no tenía de dónde agarrarme porque mis enemigos me vencían, tú venías, Señor, en mi ayuda y me protegías. Lo hacías no porque yo mereciera tu apoyo, sino lo hacías por el puro amor tuyo que se compadecía de mi necesidad y de mi angustia (3). Tú eres por eso mi Señor; el único en quien yo puedo confiar. Tu misericordia y tu fidelidad no tienen límites. ¡Cómo no te agradecería!
Bueno es que reconozcamos cuando estamos a punto de resbalar y que no presumamos de nuestras propias fuerzas, como Pedro, que se jactaba de que nunca negaría a su Maestro, y fue lo primero que hizo cuando se vio en peligro, confrontado por una muchacha (Mt 26:30-35;69-75).
19. “En la multitud de mis pensamientos dentro de mí, tus consolaciones alegraban mi alma.”
Cuando los malos pensamientos me atormentan, cuando el temor ante los peligros que me acechan detiene mi aliento, cuando la angustia o la tristeza me oprimen (Sal 138:7), tu Espíritu viene en mi ayuda para consolarme y hacer que el sol de la alegría brille nuevamente en mi pecho para darme esperanza (Sal 119:50,76). Tú sacas mi alma del pozo de aflicción que lo consume. Por eso, Señor, yo te canto y mi voz se eleva para alabarte y agradecerte por todas tus bondades. El salmista podría decir con Pablo: “Sobreabundo de gozo en medio de mis tribulaciones.” (2Cor 7:4d)
¿Cuántos hay que puedan sinceramente decir que sus pensamientos no los han atormentado alguna vez? No hay tormento que se le parezca ni que se iguale a las tempestades del alma. Sin embargo, muchas veces ese sufrimiento es oportuno pues Dios lo usa para purificar la escoria de nuestras almas (Pr 25:4).
20. “¿Se juntará contigo el trono de iniquidades que hace agravio bajo forma de ley?”
El trono de iniquidades al que se refiere el salmista en este lugar es posiblemente algún centro de poder local, o el del soberano de su tierra en ese momento, o simplemente alguna influencia poderosa que le es contraria. Pero quién quiera que sea a quien se refiera concretamente (y es indudable que en este versículo y en el siguiente el salmista se refiere a un hecho concreto de su propia experiencia), sabemos que detrás de todo poder o influencia negativa o impía está el trono de Satanás, la potestad de las tinieblas que mueve a sus agentes en el mundo (Ap 2:13).
Es sabido que quienes detentan el poder disfrazan sus intenciones y ambiciones bajo formas legales para dar a sus manipulaciones una apariencia de legitimidad y justicia. Ocurre a diario en la vida privada y empresarial, y en la política: “En el corazón maquinan iniquidades y hacen pesar la violencia de sus manos…” (Sal 58:1,2).
Y son más condenables esos esfuerzos cuando se escudan bajo pretextos religiosos, o tratan de aliarse con las autoridades de ese campo, asumiendo una apariencia de piedad. Pero ¿aceptará Dios esa alianza? ¿bendecirá Dios sus intrigas?
La respuesta a esa pregunta ya se ha dado en el v. 15 (Véase “El Dios de las Venganzas I”), donde escribe el salmista que el juicio será vuelto a la justicia. Es decir, que los intentos de vestir de legalidad los proyectos malévolos serán descubiertos y frustrados, y Dios hará que los juicios humanos reflejen los suyos y la justicia sea restablecida.
¿Cuántos tronos de iniquidad ha habido en el mundo que se creían inexpugnables y se imaginaban que reinarían para siempre? Hay varios ejemplos en la Biblia, como el de Jeroboam, que prohibió a su pueblo ir a adorar a Dios a Jerusalén, y le puso dos becerros de oro en el Sur y en el Norte de su reino, para que les rindan culto, por lo que su casa fue cortada de raíz (1R12:25-33; 13:34); o el de Acab que, impulsado por su inicua esposa Jezabel, levantó altares a Baal y a Asera, y persiguió al profeta Elías, y fue herido mortalmente en una batalla (1R22:29-38), y su esposa fue comida por los perros (2R 9:30-37); o el del rey Belsasar que banqueteaba con sus príncipes cuando apareció una escritura en la pared que anunciaba su fin esa misma noche (Dn 5). ¿Pero cuántos ha habido a lo largo de la historia, y los hay todavía en nuestro tiempo, que se creen invencibles? Durante un tiempo se levantan altivos y amenazantes, y hacen todo el mal que se les permite hacer, pero no tardan en caer cuando Dios dice: ¡Basta!
Los tres últimos versículos del salmo forman una unidad que describe una situación frecuente: el justo es acosado por sus enemigos que tratan de acabar con su vida; formulan la sentencia de muerte (2Cor 1:9). Pero sus planes malvados no prosperan porque Dios viene en su ayuda. Aquí se encuentra la historia tantas veces repetida en la vida: en medio del acoso, Dios es mi amparo; en Él me refugio y las fuerzas desencadenadas del enemigo pasan a mi lado sin tocarme (Sal 91:1,2,7,10). ¡Quién no ha hecho esa experiencia! Dios permite esas situaciones para templar nuestro carácter y probar nuestra fe.
21. “Se juntan contra la vida del justo, y condenan la sangre inocente.”
En este versículo puede verse una referencia a Cristo, que fue condenado a muerte por una coalición de fuerzas enemigas entre sí, pero que se aliaron cuando quisieron eliminar al adversario común cuya rectitud los acusaba (Mt 27:1; cf Ex 23:7; Pr 17:15). En verdad, si ha habido alguna sangre inocente, ésa ha sido la de Jesús, más pura que la de Abel, por lo cual habla más elocuentemente que la de éste (Hb 12:24).
El crimen cometido por Caín es figura y anticipo de todos los homicidios que se han cometido en la tierra y de sus motivaciones: el malvado envidia al recto, o codicia uno de los bienes de su prójimo (Véase el episodio de Acab y la viña de Nabot en 1R 21).
Pero el autor alude aquí también, sin duda, a la situación de peligro en la cual él se encontraba personalmente cuando escribió el salmo.
22. “Mas el Señor me ha sido por refugio, y mi Dios por roca de mi confianza.”
El salmista declara que en la grave situación de peligro que enfrentaba, Dios, que nunca falla, vino en su auxilio y lo salvó.
Sabemos que Dios permitió que su Hijo fuera sacrificado por los aliados del maligno, porque había un propósito de salvación detrás de su muerte. Pero en el caso de muchos de los justos Dios acude en su ayuda y los salva de las garras enemigas. Él quiere preservarlos para poder seguir utilizándolos para su obra.
Pero ¿puede decirse que el Padre abandonara a su Hijo? Jesús tenía que pasar por la prueba de la muerte para salvar al género humano, pero los lazos del sepulcro no lo podían retener (Hch 2:24). Su Padre le dio la victoria haciendo que resucitase y sentándole en su trono (Mt 26:64). Guardando las distancias eso es lo que Él hace con todos aquellos que Él permite que sean sacrificados. Lo permite porque, de alguna manera para nosotros impenetrable, su muerte sirve sus propósitos (Sal 116:15). Pero luego ellos serán ampliamente recompensados por su firmeza y fidelidad.
23 “Y Él hará volver sobre ellos (es decir, sobre los impíos) su iniquidad, y los destruirá en su propia maldad; los destruirá el Señor nuestro Dios.”
No sólo me guarda Dios del furor de mis adversarios, sino que todo el mal que ellos querían hacerme caerá sobre sus propias cabezas (Sal 7:16; Pr 5:22). Ésta fue, por citar un ejemplo, la historia de Mardoqueo, a quien su rival, Amán, quiso hacer colgar del patíbulo. Pero fue Amán quien subió al cadalso que su odio había levantado (Est cap. 3 al 5).
Aquí se cierra el círculo de la venganza con que empieza el salmo. Dios hace que los dardos que me apuntaban se volteen en el aire y caigan sobre el que me disparó. No quieras pues tú hacer mal a nadie, porque el mal que hagas recaerá sobre tu propia cabeza.
Vemos también aquí que lo que el salmista llama “venganza” en el lenguaje guerrero y todavía carnal del Antiguo Testamento no es otra cosa sino la justicia divina. El salmista, que vivía en un tiempo y en un mundo de encendidas pasiones -aún no transformadas por “la gracia y la verdad que vinieron por nuestro Señor Jesucristo” (Jn.1:17)- contempla y comprende los hechos de acuerdo a la mentalidad que reinaba en su época. La venida de Jesús cambió la manera de pensar y sentir de la gente y su perspectiva del mundo. Por eso es que algunos aspectos y cosas del Antiguo Testamento a veces nos chocan. Son las verdades eternas de Dios expresadas en el lenguaje y la manera de sentir de una época que aún no había sido tocada por la gracia que derramó el Cordero en su venida. En el lenguaje de nuestros días al Dios de las venganzas lo llamaríamos el Dios justiciero.
Notas: 1. Esta repetición de una frase es un caso de paralelismo sinónimo, muy frecuente en la poesía hebrea.
2. Es decir, en el lugar del silencio, esto es, en el Sheol, la tumba, donde nadie alaba a Dios. (Sal 115:117).
3. El ataque de los enemigos que estuvo a punto de hacer que cayera puede también interpretarse en el sentido de que se trataba de tentaciones del maligno que lo hacían trastabillar.
NB. El presente articulo fue publicado por primera vez en abril del 2003. Se publica nuevamente, ligeramente revisado, pero dividido en dos partes debido a su extensión. Puede leerse la versión original en la página web de “Desarrollo Cristiano”.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
   “Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#745 (23.09.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).