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viernes, 18 de marzo de 2016

LA ENTRADA TRIUNFAL EN JERUSALÉN

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA ENTRADA TRIUNFAL EN JERUSALÉN
Un Comentario de Mateo 21:1-11

1,2. "Cuando se acercaron a Jerusalén, y vinieron a Betfagé, al monte de los Olivos, Jesús envió dos discípulos, diciéndoles: Id a la aldea que está enfrente de vosotros, y luego hallaréis una asna atada, y un pollino con ella; desatadla, y traédmelos."
Este episodio tan importante en la vida de Jesús, con el cual se inicia el relato de la pasión, es celebrado en el mundo cristiano con el nombre de Domingo de Ramos.
Subiendo desde Jericó cerca del Jordán, donde tuvo lugar la curación de los dos ciegos, Jesús, sus apóstoles y la comitiva que lo seguía, cuyo número debe haber ido aumentando a medida que ascendían, se acercaron a Jerusalén. Su número debe haberse incrementado por la multitud de personas que había acudido a Betania para ver a Lázaro, a quien Jesús había resucitado (Jn 12:9).

Al llegar a Betfagé (Casa de los olivos verdes), pequeño poblado al sudeste del Monte de los Olivos, donde crecían muchos olivos, Jesús ordenó a dos discípulos (no se menciona sus nombres, aunque se cree que fueron Pedro y Juan) que fueran a la aldea del frente donde encontrarían una asna atada, con su pollino, y que sin más lo desataran y la trajeran a Él.
Según el evangelio de Juan, Jesús no subió directamente de Jericó a Jerusalén, sino que se detuvo el sábado en Betania, en casa de Lázaro dónde, mientras cenaban, su hermana María lo ungió con un costosísimo perfume de nardo (Jn 12:1-3).
3. "Y si alguien os dijere algo, decid: El Señor los necesita; y luego los enviará".
Jesús no tenía necesidad de pedir permiso a nadie para ordenar desatar los animales, pues todo le pertenecía. Pero si alguien lo objetara, les advierte, bastará que le digáis que el Señor lo necesita, para que no se oponga (Mr 11:4-6; Lc 19:33,34). Nótese que Él no les ordena que digan: “El Maestro lo necesita”,  sino “el Señor”, esto es, en griego: Ho Kúrios, título de la divinidad. Hay cosas que Dios puede pedirnos y que nos cuesten, pero que sólo podríamos negarle para nuestro daño, pues podrían ser la puerta de una gran oportunidad.
Marcos y Lucas sólo mencionan un pollino, pero añaden este detalle interesante: Nadie había montado hasta entonces este pollino. ¿Se dejaría montar el pollino? ¿No se pondría inquieto? El burro es un animal manso, que deja que hagan con él lo que quieran. No está hecho para las ocasiones solemnes, sino para el servicio; no para las batallas, sino para llevar cargas. ¡Qué apropiado que Jesús lo utilice como cabalgadura!
Al ordenar a sus discípulos ir a buscar al asna con su pollino, Jesús muestra poseer un conocimiento sobrenatural de las cosas y de las personas, porque, humanamente hablando, ¿cómo podía Él saber dónde se encontraban los dos animales? ¿Y cómo podía Él saber que el dueño iba a consentir que se los llevasen? ¿Sería el dueño un discípulo secreto de Jesús, como el dueño del Cenáculo (Mt 26:17,18), o como José de Arimatea (Jn 19:38)?
4,5. "Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el profeta, cuando dijo: Decid a la hija de Sion: He aquí, tu Rey viene a ti, manso y sentado sobre una asna, sobre un pollino, hijo de un animal de carga."
Mateo y Juan son los únicos evangelistas de los cuatro que narran el episodio de la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, que mencionan la profecía de Zacarías 9:9. El texto que cita Mateo es en realidad una combinación libre de esa profecía con unas palabras de Isaías 62:11 que lo introducen. (El texto de la profecía en Juan 12:15 es más corto). El texto de la profecía en Zacarías 9:9 bien merece ser reproducido: "Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna." Notemos que dice que tu rey y salvador vendrá a ti, humilde, cabalgando sobre un asno, animal nada apropiado para un rey.
En ésta su entrada triunfal Jesús no ingresa, como haría un rey, subido a un carruaje, ni cargado en una litera, ni montado en un caballo como un patricio. Escoge el animal más humilde, el de los campesinos. Jesús había dicho de sí mismo que Él era “manso y humilde de corazón”. (Mt 11:29) Para su entrada triunfal en Jerusalén Él escoge un animal que es como Él.
6,7. "Y los discípulos fueron, e hicieron como Jesús les mandó; y trajeron el asna y el
pollino, y pusieron sobre ellos sus mantos; y Él se sentó encima."
Los discípulos obedecieron la orden de Jesús y trajeron los dos animales, el asna posiblemente para que el pollino sobre el que nadie había montado, estuviera tranquilo. Ellos le obedecieron sin dudar, seguros de que las cosas sucederían tal como Él les había dicho. El hecho de poner sus mantos, la pieza más valiosa de su vestimenta, sobre el pollino para que Jesús se sentara encima, era un acto de homenaje muy grande a su Maestro, y a la vez, una muestra de desprendimiento porque ¿quién sabía si en medio del tumulto lo recuperarían? El manto, tejido de una sola pieza y sin costura, era entonces una prenda de vestir costosa.
8. "Y la multitud que era muy numerosa, tendía sus mantos en el camino; y otros cortaban ramas de los árboles, y las tendían en el camino."
La multitud que acompañaba aumentó su número con el concurso de los habitantes de la ciudad que salieron a recibirlo (Jn 12:12,13), así como de los muchos peregrinos que habían acudido a Jerusalén en esos días para las fiestas, y que se alojaban, sea en la misma ciudad, o en posadas en sus alrededores, o dormían al aire libre en el Monte de los Olivos, como hacía Jesús con frecuencia cuando estaba en la ciudad, pues el calor nocturno lo permitía.
Muchos de ellos tendían sus mantos delante del pollino al paso de Jesús, según una forma antigua de rendir homenaje a los reyes. ¿Echaríamos nosotros lo mejor de nuestra ropa a los pies de un gran personaje para que sea pisada por él?
Se recordará que cuando Jehú fue ungido como rey de Israel, según se lee en 2R 9:13: “quitándose cada uno su manto, lo arrojaban a los pies de Jehú, a lo alto de las gradas del trono, y tocaban sus trompetas clamando: ¡Jehú es rey!”. Dos siglos antes de Jesús, Simón Macabeo entró triunfante en la ciudad santa “entre gritos de júbilo y ramas de palmera, al son de la cítara y de los címbalos, de himnos y de cánticos.” (1Mac 13:51).
Otros, dice el texto, cortaban ramas de los árboles (y de las palmeras, según Jn 12:13), obedeciendo a lo ordenado por Moisés como manera de manifestar alegría en la fiesta de la Pascua (Lv 23:39,40); y las agitaban con sus brazos, o las tendían en el suelo como alfombra improvisada para que el pollino caminara encima.
Pero la entrada triunfal de los reyes y emperadores a su capital, acompañados por soldados engalanados, y al son  de trompetas, solía ser mucho más pomposa. Diez siglos antes un cortejo semejante había acompañado a Salomón entrando en triunfo a Jerusalén al son de trompetas y montado en la mula de su padre David, después de que David ordenara que fuera ungido como sucesor suyo por el sacerdote Sadoc y el profeta Natán (1 R 1:28-40).
9. "Y la gente que iba delante y la que iba detrás aclamaba, diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!"
La gente que acompañaba a Jesús delante y detrás de su cabalgadura gritaba: ¡Hosanna al Hijo de David! Hosanna es una transliteración de una frase del Salmo 118:25 que quería decir ¡Jehová salva! pero que, con el tiempo, se había convertido en una expresión de júbilo. A esa exclamación la multitud añadía una frase de homenaje mesiánico tomada del mismo salmo: “¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!” (v.26). Al clamar "Hosanna en las alturas" era como si ellos quisieran hacer llegar sus gritos de alegría hasta el trono del Altísimo como reconociendo que era Él quien había ordenado estos actos, y dándole gracias por haberles enviado finalmente al Mesías esperado.
10,11. "Cuando Él entró en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, diciendo: ¿Quién es éste? Y la gente decía: Este es Jesús el profeta, de Nazaret de Galilea."
Era inevitable que el alboroto causado por esta entrada triunfal a Jerusalén, a manera de un rey vencedor, suscitara una gran conmoción en la ciudad, que estaba en esos días colmada por los peregrinos que acudían de todas partes para celebrar la Pascua.
Y muchos, especialmente los que venían del extranjero, que no sabían todavía nada de Jesús, ni habían oído hablar de Él, preguntaban: ¿Quién es éste a quien se le rinde tan gran homenaje? Y los que sabían de quién se trataba, contestaban: "Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea". La gente aclamaba a un profeta, a alguien que muchos sabían que hacía milagros y sanaba enfermos, como hacía mucho tiempo no había habido en Israel, desde los tiempos de Elías y Eliseo, siglos atrás.
Cabría preguntarse ¿por qué Jesús, que había huido en varias ocasiones del clamor popular que quería proclamarlo rey, (Nota 1) aceptó esta vez que se le rindiera un homenaje multitudinario? Porque era conveniente -apunta J.C. Ryle- que estando próxima la culminación de su carrera en la tierra, con el juicio injusto al que sería sometido, y su cruel crucifixión, todas las miradas estuvieran puestas en Él, y fueran espectadores de su ignominioso sacrificio. Pero a la vez, para que muchos, si no la mayoría de los moradores de la ciudad, fueran conscientes de que el sentenciado el día viernes acababa de ser aclamado por las multitudes cinco días antes.
Por su lado, M.J. Lagrange explica: “Era el deber de Jesús presentarse como Mesías para que los judíos no pudieran alegar que  ellos no podían reconocer como tal al que había rehusado ese título (otras veces). Jesús escogió deliberadamente una entrada indiscutiblemente mesiánica, ya que en ella se verificaba uno de los textos mesiánicos más claros (el de Zc 9:9), pero que era a la vez más modesta. Él permitió que se le aclamara, y en cierta manera lo provocó, al asumir la actitud descrita por el profeta. Pero la sencillez de su entrada ponía de manifiesto que Él no venía a establecer un reino temporal.” De ahí su respuesta a una pregunta de Pilatos: “Mi reino no es de este mundo.” (Jn 18:36).
Pero notemos cuán inconstante y voluble es el fervor popular, cuán poco confiable, porque muchos de los que lo habían aclamado gritando: "Bendito el que viene en el Nombre del Señor" y "Hosanna al Hijo de David", cinco días después gritarían enfurecidos: "¡Crucifícale!" (Lc 23:21). Al que habían exaltado como gran personaje pocos días antes, ahora lo querían matar. Así es de engañoso el corazón  humano (Jr 17:9).
Entretanto los fariseos murmuraban entre sí: "Ya véis que no conseguís nada. Mirad, el mundo se va tras él." (Jn 12:19). Impacientes por estas manifestaciones de júbilo que no podían acallar, los fariseos se dirigen a Jesús -según Lucas 19:39,40- y le dicen "Maestro, reprende a tus discípulos", por el alboroto que hacen. Pero Jesús les contesta: "Os digo que si éstos callaran, las piedras clamarían". Como si dijera: Esto que está ocurriendo delante de vuestros ojos ha sido determinado por mi Padre y ningún poder humano puede impedirlo.
También, según Lucas 19:41-44, antes de haber cruzado la puerta de la ciudad, Él "lloró sobre ella diciendo: ¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, cuando tus enemigos te rodearán con vallado, y te sitiarán, y por todas partes te estrecharán, y te derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación." Es decir, no reconociste el día en que tu rey y Mesías vino a ti, tal como había sido anunciado por los profetas.
En más de una ocasión hemos visto cómo Jesús se conmovía. Ahora lo hace por el destino trágico que aguardaba a la ciudad que Él amaba, y a sus habitantes que, habiendo tenido oportunidad de recibirlo por quien Él era, pasado este momento transitorio de júbilo popular, lo negarían. El terrible castigo anunciado por Jesús se abatió sobre la ciudad 40 años después (2). Bien hacían muchos de sus contemporáneos, como veremos en seguida, en llamar a Jesús profeta.
Llevado en triunfo a la ciudad por las multitudes Él no se hace ilusiones sobre lo superficial y voluble de sus sentimientos, y es consciente del destino que le espera en los próximos días, y que Él había venido anunciando a sus discípulos (Mt 16:21; 17:22,23; 20:17-19).
Es probable que sea aquí, en medio de la algarabía de la gente cuando debe haberse producido el episodio que narra Juan, en el cual unos griegos que habían venido a adorar a Dios en la fiesta, y que, por tanto, estaban intrigados por toda la conmoción causada en la ciudad por este personaje a quien ellos no conocían, se acercaron a Felipe diciéndole que querían ver a Jesús.
¿Quiénes eran estos griegos? Ellos eran judíos de la diáspora, esto es, judíos que habitaban fuera de Palestina, en el norte, en lo que es hoy día Asia Menor y, eran por tanto, de habla griega. Felipe le comunicó ese deseo a Andrés, y juntos se lo dijeron a Jesús (Jn 12:20-22).
La respuesta de Jesús contiene una enseñanza muy importante, aunque no está claro si Jesús la dirigió exclusivamente a sus dos discípulos, o también a los griegos que querían verlo, y que los acompañaban. Yo pienso que esto segundo es lo más probable. Si ello es así, Jesús debe haber tenido una razón importante para decirles a los extranjeros estas palabras, para ellos sin duda sorprendentes.
Lo primero que les dice puede no haber tenido mucho sentido para los visitantes, pero sí para los discípulos: "Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado." (v.23) ¿Cómo ha de serlo? Las palabras que siguen lo explican, para el que quiera entender: "De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto." (v.24). Si el grano de trigo no es plantado en la tierra y no muere como grano convirtiéndose en semilla, es un grano perdido. Pero si muere como grano bajo tierra, surge de él un brote que, al convertirse en planta, producirá una abundante cosecha.
Esto se aplica en primer lugar a Jesús mismo. Él aceptó ser plantado como un grano de trigo en el surco cuando fue torturado y crucificado. Como resultado de esa siembra ha surgido una abundantísima cosecha en el inmenso número de hombres y mujeres que, a lo largo de los siglos, han creído y han sido salvados por Él.
"El que ama su vida, la perderá" (v.25), es decir, el que no quiere morir como lo hace el grano sembrado, no producirá fruto alguno y se pudrirá solo. Pero el que acepta morir, esto es, el que aborrece su vida, y no se aferra a ella, cosechará el fruto de su renuncia en el cielo algún día.
Esta enseñanza no era novedad para Felipe y Andrés, pues ya le habían escuchado a Jesús decir anteriormente, más de una vez, cosas semejantes. (Por ejemplo en Mateo 10:39; 16:25) pero a los griegos debe haberles llamado mucho la atención, pues va a contracorriente de lo que solemos todos hacer, esto es, rehuir el sacrificio y buscar nuestra comodidad. Pero, en verdad, sólo si morimos a nosotros mismos renunciando a muchas cosas apetecibles, podemos ser discípulos de Jesús y producir abundante fruto para su reino.

Notas: 1. Por ejemplo, el caso que narra Jn 6:14,15 de la multiplicación de los panes cuando cinco mil fueron alimentados.
2. La destrucción de Jerusalén el año 70 no está narrada en el Nuevo Testamento. Pero conocemos sus pavorosos detalles gracias a la descripción que de ella hace el historiador judío Flavio Josefo, en su libro “Las Guerras de los Judíos”.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#919 (20.03.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

martes, 13 de octubre de 2009

LA HUMILDAD DE JESÚS

La vida entera de Jesús fue una lección de humildad. Él la enseñó no sólo de palabra sino, sobre todo, con su ejemplo y su conducta, desde su nacimiento hasta la tumba.
Incluso en su exaltación al resucitar nos dio ejemplo de humildad, pues no la dio a conocer a todo el mundo sino sólo a un pequeño grupo de discípulos, que no eran personas destacadas de la sociedad de entonces, sino más bien, lo contrario. Es decir, incluso en su triunfo se mantuvo oculto.

1. Fue humilde desde antes de nacer porque aunque Él todo lo llena (Ef 1:23) y ningún templo humano lo puede contener, ni aun los cielos de los cielos (1R 8:27), se encerró durante nueve meses en el vientre de una doncella, empezando su existencia en la tierra como un embrión diminuto que ningún ojo podía ver.
Aunque Él es Señor de señores, se sometió al edicto de un soberano humano inferior a Él, para ir a nacer a la ciudad de su linaje como estaba predicho (Lc 2:1-3). Aquel a cuya voz de comando se hizo la luz y todo el ejército de estrellas (Gn 1:3,14), tuvo que pegar un grito angustiado, como cualquier recién nacido, para que el aire hinchara por primera vez sus pulmones (Thigpen).

2. Fue humilde en su nacimiento pues escogió como padres a un hombre y a una mujer del pueblo y sin mayores recursos, aunque ambos eran -o al menos José (Nota 1)- del linaje real de David, según la profecía (Jr 23:5;33:15; Lc 1:32).
No nació en un palacio, como correspondía a un hijo de rey, sino en una cueva donde se guarecía el ganado por la noche. Algunos alegan que sus padres, si no ricos, por lo menos eran acomodados. Pero si lo hubieran sido ni siquiera hubieran tratado de alojarse en el mesón, porque hubieran tenido parientes o conocidos entre los notables de la ciudad, que de buena gana los hubieran acogido. Sus padres pasaron por la humillación, que lo alcanzaba a Él, de que se les negara lugar en la hostería.
Producido el alumbramiento no vino a ver al niño la gente encopetada del lugar, llevándole finos regalos, sino unos humildes pastorcillos de los alrededores, que no tenían nada que ofrecerle, porque ni siquiera sus ovejas les pertenecían. En el episodio de la epifanía angélica se muestra la preferencia de Dios por los humildes y sencillos, porque no envió a sus ángeles a iluminar la noche de los potentados sino la de unos pobres zagales (Lc 2:8-14).
Es cierto que después fue visitado por unos magos venidos de Oriente, que habían sido acogidos en la corte de Herodes, y que el niño recibió de ellos costosos regalos (Mt 2:11). Pero los magos no pudieron regresar por el mismo camino por donde vinieron sino que tuvieron que emprender el viaje de retorno en secreto, porque Jesús desde su nacimiento fue un perseguido (Mt 2:12).
No hubo ningún brasero que calentara el ambiente frío de la cueva sino que, según una tradición que transmite un evangelio apócrifo -y que tiene cierto sustento en Isaías (2)- fue el aliento de un burro y de una vaca lo que dio calor al niño cuando no estaba en brazos de su madre.
No tuvo una cuna recamada de seda y encajes, sino fue acostado en un rústico pesebre donde comía el ganado, y tuvo por almohada un puñado de paja.
El que estaba por encima de la ley, porque era su autor, se humilló naciendo bajo la ley, como si fuera esclavo y no heredero, (Gal 4:4,1) y recibió la vida de una mujer que a Él le debía la vida. El acreedor se hizo pues al nacer, deudor.
El HIjo de Dios, que era la pureza misma, y que no podía decir de sí mismo: "en pecado me concibió mi madre", como el rey David (Sal 51:5b), se dejó circuncidar al octavo día como cualquier hijo de padres pecadores (Lc 2:21). Él, de quien dice la Escritura que es "el primogénito de toda la creación" (Col 1:15) y que vino a rescatar a todo el género humano, tuvo que ser rescatado por sus padres, como cualquier primogénito de mujer, según lo prescribía la ley del Levítico para los pobres, al precio de dos tórtolas o palomos (Lv 12:6-8; Lc 2:24), prueba de que ellos no eran ricos.

3. Aunque hubiera podido tener a su disposición una legión de ángeles que lo defendiera, tuvo que huir de noche a Egipto porque, en su debilidad, no podía hacer frente a los que lo buscaban para matarlo. (Mt 2:13,14)

4. El Creador y Señor del universo, estuvo sujeto a sus padres, obedeciéndoles como cualquier niño (Lc 2:51). El que era la sabiduría misma (Pr 8:22,23), tuvo que aprender las primeras letras, y a contar y a leer. Aunque no está escrito, es probable que, como todo niño judío de su tiempo, fuera a una escuela para memorizar las Escrituras de las que Él era autor y que hablan de Él (Jn 5:39).
Vivió escondido durante 30 años en una pequeña ciudad que no gozaba de buen nombre (Jn 1:46), adoptando como su padre el humilde oficio de carpintero, esto es, el de un artesano que está al servicio de los que lo necesitan y que depende de ellos (Mr 6:3). ¿Podemos imaginar al divino carpintero discutiendo los detalles del mueble que le encargan unos clientes de Nazaret que le regatean el precio de su trabajo?

5. Él, que nunca cometió pecado y en quien jamás se encontró nada digno de reproche (Jn 8:46; Hb 7:26), se hizo bautizar en el Jordán junto con pecadores y publicanos, como si fuera uno de ellos, por un hombre que se reconocía y era inferior a Él, no siendo digno ni siquiera de desatar sus sandalias, y que, por ese motivo, se negó inicialmente a bautizarlo (Mt 3:13-15; Lc 3:16).

6. Se preparó para la vida pública ayunando durante 40 días y dejándose tentar por el diablo como un común mortal. Aunque con una sola palabra de su boca hubiera podido apartar al Maligno (Mt 8:16), se dejó llevar por Lucifer a lo más alto del templo y a la cima de una montaña. Y en ese lugar permitió que Satanás le dirigiera palabras irónicas instándole a arrodillarse delante suyo y a adorarlo (Mt 4:1-11), Él, delante de quien se arrodillan los ángeles y la creación entera (Flp 2:10).

7. Empezó su predicación yendo a Nazaret, la ciudad donde había crecido, para ser rechazado por sus compatriotas, al punto que tuvo que abrirse camino a través de ellos porque querían desbarrancarlo (Lc 4:28-30). No quisieron reconocer al Espíritu que hablaba a través suyo y se escandalizaron de Él diciendo: "¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María?...y sus hermanas ¿no viven todas entre nosotros?" (Mt 13:55-57).
En esa ocasión, como en tantas otras, se cumplió la palabra: "Vino a lo suyo y los suyos no le recibieron..." (Jn 1:11) ¡Qué mayor humillación que su propia sangre no lo reconozca! ¡Hasta sus hermanos no creyeron en Él! (Jn 7:5).

8. Siendo rico se hizo pobre para que nosotros fuésemos enriquecidos con su pobreza (2Cor 8:9), y no tenía dónde recostar la cabeza (Lc 9:58). Durante su vida pública pudo alimentarse gracias a que un grupo de mujeres piadosas se ocupaba de que nada le faltara (Lc 8:3).

9. Escogió como discípulos no a hombres cultos y sabios, sino a rudos e ignorantes del pueblo, en su mayoría pescadores de oficio (Mt 4:18-22).
Cuando los demonios proclamaban que Él era el Hijo de Dios, Él les ordenaba callarse (Mr 1:23-25,34, y pedía a los enfermos que sanaba que no divulgaran el hecho (Mt 8:4;9:30).

10. Predicó preferentemente a los pobres y a los enfermos y le gustaba rodearse de niños, a quienes, por lo general, los mayores no dejaban a acercarse a los adultos (Mr 10:13,14). Se sentaba a comer con publicanos y pecadores, odiados por el pueblo y despreciados por la gente piadosa (Mt 9:10,11).

11. Se sometió a las flaquezas de nuestra carne, experimentando hambre, sed y cansancio (Jn 4:6-8), Él, cuyo poder sostiene la creación (Hb 1:3) y que es fortaleza de los desfallecidos (Flp 4:13).
Siendo Él la encarnación de la verdad (Jn 14:6), se sometió a la humillación de que los judíos pusieran en duda su palabra (Jn 5:43; 8:45) y la discutieran, llegando incluso algunos a sugerir que estaba endemoniado (Jn 8:48). Inclusive algunos de sus discípulos, desconfiando de Él, lo abandonaron (Jn 6:66),
No se exaltó a sí mismo sino que remitió todo juicio al Padre (Jn 8:16), cuya gloria buscaba, no buscando la propia (Jn 8:49,50). Al Padre atribuía su doctrina, no a su propia ciencia (Jn 7:16; 8:28) e, incluso también, los milagros que obraba (Jn 14:10).
Él, a quien sirven los ángeles (Mt 4:11) dijo de sí mismo que no había venido para ser servido sino para servir. (Mt 20:28).

12. Tuvo su momento de gloria cuando fue aclamado por la multitud a su entrada a Jerusalén, pero lo hizo no llevado por un carruaje sino montado sobre un pollino, para que se cumpliera lo anunciado por el profeta Zacarías (Jn 12:14,15; Zc 9:9), y no trató de explotar ese éxito momentáneo para aumentar su popularidad, como habría hecho un político, sino que se retiró enseguida a Betania (Mr 11:11).
Cuando la gente quiso coronarlo rey se ocultó de ellos (Jn 6:15), pero cuando lo cubrieron de reproches se mostró a la vista de todos, humillado, sangrante y digno de lástima (Jn 19:4,5). El que corona de gloria a sus siervos fieles, fue coronado de espinas por enemigos crueles.
Pasó por la afrenta de que el populacho prefiriera salvar la vida de un delincuente antes que la suya, a pesar de que Él había sanado a tantos y nunca había hecho mal a ninguno (Lc 23:17-23; Hc 3:14). El más admirable de todos los hombres aceptó ser tratado como el más despreciable.

13. Pero el ejemplo de humildad más alto lo dio Jesús en la Ultima Cena, cuando se inclinó a lavar los pies de sus discípulos: "¿Cómo -protestó Pedro- tú me vas a lavar los pies a mí? De ninguna manera".
Era una protesta justificada. En la antigüedad la tarea de lavar los pies a los que entraban a una casa con las sandalias cubiertas de polvo correspondía a los esclavos. Nunca el dueño de casa, o el anfitrión, se hubieran rebajado a hacerlo personalmente. Habría sido una humillación abyecta.
Pero Jesús quiso lavarle los pies a cada uno de sus discípulos:
"Si yo no te lavo los pies ahora, no tendrás parte conmigo."
¿Cómo, Jesús? ¿Tú quieres lavarme los pies, a mí que soy un pecador? "Lo que yo hago no lo comprendes ahora, pero algún día lo comprenderás" (Jn 13: 6-9).
Que el inferior se incline ante el superior, y el menor ante el mayor, no es propiamente humildad sino realismo; es reconocer la realidad de los hechos, situarse en la verdad.
Pero que el superior se incline ante el inferior, el que es más ante el que es menos, la divinidad ante la humanidad, ésa sí es verdadera humildad, una humildad sublime; que el mayor reconozca el valor del menor y se incline ante él, eso es algo que sólo Dios puede hacer (Guardini).
Pero Él lo hizo, entre otras razones, para darnos ejemplo: Para que el mayor entre nosotros se incline ante el menor; para que el patrón se incline ante el sirviente; el maestro ante el discípulo; el que de su abundancia ofrece, ante el que en su pobreza recibe.

14. Para poder humillarse de esa manera es necesario vaciarse de sí mismo. Y eso fue lo que hizo Jesús, "en quien habita corporalmente la plenitud de la deidad" (Col 2:9), "el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como algo a lo que necesitaba aferrarse, sino que se despojó a sí mismo" de todo signo exterior y atributo de la divinidad. Precisamente porque era Dios podía desprenderse de los signos distintivos de su grandeza, y aparecer como un ser cualquiera, "tomando forma de siervo," -como lo somos nosotros realmente, comparados con Dios- "hecho semejante a los hombres" (Flp 2:6,7).
El que es poca cosa teme desprenderse de ese poco, porque sabe que en aferrarse a ese poco radica su único valor. Pero el que lo es todo, puede desprenderse de su grandeza visible, porque aun desnudo de ella, sabe cuál es su valor. El fuerte no necesita mostrar su fuerza, le basta saber que la tiene. Pero el débil hace alarde de su mínima fortaleza, porque es todo con lo que cuenta.
"...Y estando en la condición de hombre se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte..." (Flp 2:8).
¿A quién obedeció Jesús cuando se puso en manos de sus enemigos? "Como oveja fue conducido al matadero" (Is 53:7). Obedeció a sus trasquiladores sin pronunciar palabra de protesta. Obedeció sin quejarse a los que lo iban a crucificar.
"Se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz." La muerte más horrible de la antigüedad, la más humillante, la más dolorosa.
"Maldito todo el que cuelga de un madero...". Él, que es origen de todas las bendiciones que fluyen a la humanidad, se hizo "maldición por nosotros..." (Gal 3:13; Dt 21:23).
Al que nunca cometió pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros (2Cor 5:21) cargando en su cuerpo todos los pecados de la humanidad sobre el madero (1P 2:24).
El que era el autor de la vida gustó de la muerte por todos (Hb 2:9), y el que expulsaba demonios "por el dedo de Dios" (Lc 11:20), pasó por la humillación de ser vencido por el "que tenía el imperio de la muerte, esto es, el diablo" (Hb 2:14), pero para triunfar finalmente sobre él, anulando su poder.

15. ¿Puede Dios morir? Esa idea tan absurda escandalizaba a los paganos, cuyos dioses no podían morir porque los suponían inmortales. ¿Qué clase de Dios es éste a quien adoran los cristianos, que puede morir, y todavía, en manos de sus torturadores? ¡Ese no es Dios, es una caricatura de Dios!
Por eso dijo Pablo que para los gentiles "el mensaje de la cruz es locura" (1Cor 1:18). Pero quienes inventaron esa locura no fuimos nosotros, fue el propio Dios, que quiso pasar por loco por amor a nosotros. Y por nosotros se sometió a las torturas más terribles.
¡Qué humildad la del que teniendo todo el poder para borrar con un solo soplo de la faz de la tierra a los que lo crucificaban, se sometió, no obstante, a sus maltratos, a sus insultos, a sus burlas, a sus azotes, a sus escupitajos, sin pronunciar una sola palabra de queja!
Jesús en la cruz se humilló hasta mendigar de sus verdugos una gota de agua para calmar su sed; se humilló hasta pedir al Padre que perdonara a los que lo clavaban; se humilló hasta parecer, no, hasta sentir en verdad, que el Padre lo había abandonado (Jn 19:28,29; Lc 23:34; Mt 27:46).

16. Teniendo tal ejemplo ¿cómo podemos sus discípulos pretender que se nos honre y se nos alabe? Si el Rey de la gloria, a quien los ángeles alaban sin cesar, y la creación entera rinde tributo, aceptó ser desechado y despreciado entre los hombres ¿cómo nosotros, que somos polvo y ceniza, pretendemos que se nos aplauda? ¿No es ridículo que el gusano se infle de orgullo queriendo ser apreciado, cuando Aquel que con su solo pensamiento puede aplastarlo, aceptó ser humillado?
Si para Jesús haber sido humillado por nuestra causa es uno de sus mayores títulos de gloria ¿no lo será para ti también ser humillado por su causa? Si Él no rehuyó el oprobio por el gozo puesto delante de Él (Hb 12:2), ¿no aceptarás tú lo mismo por el gozo de seguir sus pasos?
Reconozcamos que nada somos delante de Dios, inclinémonos ante su Majestad. Pero inclinémonos también, cuando sea necesario, siguiendo su ejemplo, delante de nuestros semejantes, incluso delante de nuestros enemigos y de los que son en el mundo menos que nosotros. (12.01.02)

Notas: 1. Algunos autores piensan que María, dado su parentesco con Isabel, era de la tribu de Leví, de la casa de Aarón. Otros creen que la genealogía que trae Lucas (3:23-38) en realidad es la del linaje davídico de María que se remonta hasta Adán.
2. "El buey conoce a su dueño y el asno el pesebre de su señor" (Is 1:3)). Esa es la razón por la que esos dos animales aparecen en los nacimientos de Navidad.

NB.-:Este escrito fue el último de una serie de tres charlas radiales dedicadas a la humildad y luego impresas hace casi ocho años. Al publicarlo nuevamente quiero reconocer mi deuda con un pequeño libro anónimo, muy edificante, que recoge sobre todo pensamientos de autores antiguos.

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