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lunes, 20 de junio de 2011

LOS QUE HABITAN EN EL MONTE DE SIÓN II

Un Comentario del Salmo 15:3-5.


Por José Belaunde M.


3. “El que no calumnia con su lengua, ni hace mal a su prójimo, ni admite reproche alguno contra su vecino.”
Las condiciones expuestas en éste y en los dos versículos que le siguen son en realidad un desarrollo, o expansión, de los requisitos expuestos en el versículo anterior, que son las condiciones básicas. Obviamente el que camina en integridad es irreprochable en toda su conducta, y si es sincero consigo mismo, no calumnia a su prójimo.

¿Qué es calumniar? Hacer una acusación falsa contra alguno, acusarlo de algo que no ha cometido. Este es un delito mayor porque pone a la víctima en peligro, sea de perder la vida, o de ser enjuiciado, y hasta de ser llevado injustamente a la cárcel. La calumnia roba la honra de una persona, lastima su buen nombre y, aunque no sufra ningún perjuicio grave, como pudiera ser la pérdida de la libertad, le daña a la vista de los otros. Puede experimentar un daño económico al perder la oportunidad de hacer negocios que de otro modo hubiera podido realizar; o simplemente, sufrir de aislamiento social y perder amistades como consecuencia de la acusación falsa. De ahí que el Decálogo nos advierta solemnemente: “No darás falso testimonio contra tu prójimo.” (Dt 5:20).

El daño moral sufrido por el calumniado puede ser difícil de reparar, porque la información o la impresión negativa permanece tercamente en la memoria. Con buen motivo dice Proverbios: “De más estima es el buen nombre que las muchas riquezas, y la buena fama más que la plata y el oro.” (22:1). Eso no sólo porque el buen nombre levanta a la persona a los ojos de los demás, sino porque también beneficia a sus hijos, parientes, amistades y descendientes. Es un capital preciado para ellos que les abre muchas puertas. En cambio; lo contrario, las cierra.

Hay ocasiones en que el chismoso, el murmurador, puede hacer más daño que el calumniador, porque el chisme es insidioso y se extiende rápidamente como mancha de aceite. El que lo escucha se convierte en cómplice. Un autor antiguo dijo: “El chismoso tiene al diablo en su lengua, pero el que lo escucha lo tiene en el oído.” No está demás recordar que Moisés prohibió tanto el “falso rumor” como el dar falso testimonio en juicio (Ex 23:1). Por eso debemos rehusarnos a escuchar hablar mal de otros.

Si no podemos hablar bien de alguno, mejor es que callemos. “La lengua –dice St 3:6- es un fuego, un mundo de maldad… e inflama la rueda de la creación.” Por eso es bueno que pongamos un freno a nuestra boca cuando nos sentimos tentados de hablar mal de alguno… aunque lo merezca (¿No lo merecemos nunca nosotros?). El que ama a su prójimo cubre sus faltas (Pr 10:12); no las divulga, sino las disimula para no perjudicarlo.

Hacer daño al prójimo comprende todo un abanico de posibilidades, además de las ya mencionadas, incluyendo el daño físico. Pero en el contexto de la cultura agrícola predominante en Israel, el daño aquí parece más referirse a asuntos de tipo económico, o territorial, como podría ser una operación comercial dolosa, o una apropiación ilícita, o mover los linderos de una heredad, o violar un pacto, etc. Pero también daña al prójimo el trato despectivo, humillante, y más aun, el insulto. Sea como fuere, el hombre justo y sabio es conciente de que el que hace algún agravio a su prójimo, en última instancia se lo hace a sí mismo.

El que “admite reproche… contra su vecino” muchas veces lo hace contra la prudencia y contra la justicia. David escuchó la calumnia de Siba, el siervo de Mefiboset, contra su amo, y sin examinar bien el asunto ni exigir una prueba, precipitadamente le adjudicó los bienes del hijo de Jonatán, que era inocente (2Sam 16). Cuando más tarde Mefiboset tuvo oportunidad de presentar su versión de los hechos, David, no sabiendo a quién creer, ordenó repartir los bienes entre ambos, cometiendo una injusticia con el hijo inválido de su amigo íntimo ya muerto (2Sam 19:24-30). Evitemos caer en ese tipo de error.

4. “Aquel a cuyos ojos el vil es menospreciado, pero honra a los que temen a Jehová. El que aun jurando en daño suyo, no por eso cambia.”
En este versículo se expresan dos condiciones que con mucha frecuencia son contradichas en la práctica por la gente. El vil no suele ser menospreciado; más bien ocurre lo contrario. Si goza de una posición social encumbrada o tiene dinero, es elogiado y hasta adulado por la gente como si fuera una persona digna de aprecio. Ante el dinero y el poder todos (o casi todos) se inclinan. Eso lo hacen obviamente no de una manera desinteresada, sino porque esperan cosechar algún beneficio a cambio de su adulación. Pero si no lo recibieran, se volverían contra el que los ha defraudado, y le echarían en cara todos los vicios y defectos que antes ignoraron.

En cambio el justo, cuya conducta es regida por el temor de Dios, pocas veces recibe el reconocimiento que sus méritos merecen, sino más bien es dejado de lado, cuando no es atacado como si fuera un delincuente. Su rectitud suele ser un reproche para los que se han echado el temor de Dios a la espalda y viven como mejor les parece. En el mundo de los negocios el justo no suele ser apreciado porque hay transacciones en las que se niega a participar por motivos de conciencia. Su rectitud es un estorbo, e implícitamente, un reproche para los que saben que actúan mal.

La Biblia nos ofrece un ejemplo edificante: Cuando el impío Joram, rey de Israel, vino a consultar al profeta Eliseo, acompañado del piadoso rey Josafat de Judá, el profeta lo trató con desprecio diciéndole: “Ve a consultar a los profetas de tu padre Acab y de tu madre Jezabel…”, pero mostró en cambio respeto por el virtuoso Josafat, accediendo, en consideración suya, a profetizar (2R 3:13-15).

La segunda condición requiere de una gran firmeza de carácter y de integridad para ser cumplida, y por ese motivo es raro encontrar quienes la cumplan. ¿Cuántos no son los que habiéndose comprometido, incluso bajo juramento, o mediante la firma de un contrato, a hacer determinada cosa, si hallan que el beneficio o ganancia esperada se transforma en pérdida, no tratan, por cualquier medio que sea, de eludir la obligación asumida? Sólo el que es conciente de que Dios es testigo y garante de su compromiso y que, por tanto, no puede renegar de su promesa, se esfuerza en cumplir y honrar la palabra dada aunque le cueste. El que teme a Dios trata de ser fiel en toda su conducta, así como Dios lo es con él.

El tema del juramento nos lleva a considerar el valor que en la antigüedad –y no sólo entre los hebreos- tenía la palabra empeñada. No habiendo entonces un sistema jurídico con escrituras públicas y notarios, los acuerdos entre las personas asumían la forma de pactos que se celebraban bajo juramento. Generalmente se levantaba una piedra, o un “majano” con piedras unas encima de otras, como testimonio del pacto celebrado (Gn 31:45-52; Js 24:25-27). Cuando se juraba en nombre de Jehová en una disputa cualquiera, dado que su nombre siendo santo no podía ser tomado en vano (Ex 20:7), el juramento de una de las partes zanjaba la cuestión sin necesidad de prueba ulterior alguna (Ex 22:10,11).

En el libro de Josué hay un episodio muy ilustrativo sobre el valor de la palabra, ocurrido durante la conquista de la tierra prometida. Los moradores de Gabaón, temiendo que los israelitas los mataran a todos, como sabían que Dios les había ordenado, engañaron a Josué haciéndole creer que venían de tierra lejana. Josué les juró que respetaría su vida. Cuando los israelitas se enteraron de que les habían mentido, pese a las protestas de la congregación que exigía matarlos, Josué y los príncipes insistieron en que aunque habían jurado bajo engaño, no se les podía tocar para no provocar la ira de Dios (Js 9). Cumplir el juramento era para ellos en esas circunstancias más importante que obedecer a una orden divina. Es obvio que se trataba de una situación excepcional.

Cuando Dios probó a Abraham pidiéndole que le sacrificara a su único hijo (figura de Jesús) y el patriarca estuvo a punto de hacerlo, Dios premió su fidelidad jurando por sí mismo que lo bendeciría y que multiplicaría su descendencia (Gn 22:16-18. Véase el comentario al respecto que hace Hb 6:13. Cf Gn 26:3; Sal 105:8,9; Lc 1:73).

No obstante, Jesús condena el juramento y dice que basta con la palabra dada (Mt 5:33-37; cf St 5:12). ¿Cómo explicarse la discrepancia? En su tiempo la práctica de jurar había degenerado en una serie de excesos artificiosos y legalistas, que se prestaban como pretexto para incumplir lo prometido (Mt 23:16-22).

Pablo ha explicado en qué consiste jurar por Dios: poner a Dios por testigo de que lo que uno afirma es verdad (2Cor 1:23), y en más de una ocasión él pone a Dios por testigo de lo que dice (Rm 1:9; Gal 1:20; Flp 1:8; 1Ts 2:5). Si lo que él dijera en ese caso fuera mentira, él haría de Dios un testigo falso, lo cual nos hace ver cuán grave es el perjurio. (Nota 1). Eso explica porqué la cristiandad no ha considerado que las palabras de Jesús constituían una prohibición absoluta del juramento, sino sólo de sus excesos, y la iglesia ha admitido la práctica de prestar juramento, incluso sobre la Biblia. (2)

5a. “Quien su dinero no dio a usura, ni contra el inocente admitió cohecho.”
En el Antiguo Testamento estaba prohibido a los israelitas cobrar intereses a otros israelitas empobrecidos, así como a los extranjeros que vivían en medio de ellos, y que estuvieran en la misma condición. Cobrar intereses era llamado “usura”, (en hebreo nashek, palabra que etimológicamente viene de una raíz que quiere decir “morder” como una serpiente). Sí les estaba permitido, en cambio, cobrar intereses a los extraños, es decir, a los extranjeros que no residían entre ellos, siempre y cuando no fueran excesivos (Ex 22:25; Lv 25:35-38; Dt 23:19,20; cf Pr 28:8; Ez 18: 8,13,17). Después se ha dado el nombre de “usura” a todo cobro exagerado de intereses, y “usurero” es el término peyorativo que se aplica al que lo hace.

De aquí se puede deducir una regla que creo yo es de aplicación universal: Si alguno pide dinero para comer, o para alguna otra necesidad impostergable, no se le debe cobrar intereses. Pero si pidiera un préstamo para hacer un negocio, sí se justifica cobrárselos a una tasa razonable.

El cobro excesivo de intereses es una explotación vil de la necesidad humana, que con frecuencia está acompañada de diversas formas de intimidación y de represalias violentas al que se atrasa en sus pagos, prácticas que la ley debería combatir.
(3)

“El hombre de bien –dice el salmo 112:5- tiene misericordia y presta.” (Se entiende, sin cobrar intereses a su hermano). Él se apiada del necesitado y le facilita el dinero que en una situación difícil le hace falta.

En el capítulo 5 de Nehemías hay un episodio aleccionador. Una parte del pueblo, apremiado por el hambre, había no sólo hipotecado sus tierras, sus viñedos y sus casas, sino que había entregado a sus hijos e hijas como siervos, para satisfacer las exigencias de sus acreedores. Nehemías reunió a todo el pueblo, reprendió severamente a los prestamistas y les exigió devolver lo incautado. Además les hizo jurar que nunca volverían a oprimir a sus hermanos pobres por motivo de las deudas en que incurrieran. (4)

“Cohecho” es sinónimo de soborno. El justo no se presta a ninguna acción en perjuicio de su prójimo a cambio de dinero, sea para acusar falsamente a alguno, si es fiscal; o para dar un testimonio falso, si es testigo; o para pervertir la defensa, si es abogado; o para dictar una sentencia injusta, si es juez; como vemos que ocurre con frecuencia entre nosotros. Porque muchos son, lamentablemente, los que aman más al dinero que a su prójimo, o a quienes la codicia les ha nublado la conciencia, y que, careciendo de escrúpulos, están dispuestos a vender a su hermano por treinta monedas.

Nótese que Moisés tiene palabras muy severas contra el soborno que pervierte la justicia (Dt 16:19; Ex 23:8).

5b. “El que hace estas cosas no resbalará jamás.” (O “no será movido”, dice otra traducción)

Es decir, el que ajusta su conducta de la mejor manera posible a las condiciones expuestas en este salmo, no caerá jamás. Esto es, no que esté libre en un sentido absoluto de cometer pecado, pero no resbalará en el sentido de ser excluido de acercarse al monte santo, o de no ser admitido al tabernáculo de la presencia de Dios. Eso es algo que se aplicaba a los israelitas en la antigua dispensación, -recuérdese que el Salmo 112:6 promete lo mismo al hombre que “tiene misericordia y presta; y gobierna sus asuntos con juicio.”- pero que también podemos entender en un sentido espiritual en nuestro tiempo, aplicándolo a nosotros: puesto que el monte santo y el tabernáculo son figuras del cielo. Esa promesa se cumple en el caso de los que nunca hubieran oído predicar el Evangelio, pero que viven, no obstante, de acuerdo a los dictados de su conciencia (Rm 2:14-16). Pero en el caso de los que sí lo hubieran escuchado, cumplir todas las condiciones que postula este salmo es una prueba de que han creído, pues sus obras ponen de manifiesto la realidad de su fe (St 2:18).

Notas: 1. Por su lado el apóstol Juan explica que el que no cree en el testimonio de Dios implícitamente dice que Dios es mentiroso: 1Jn 1:10; 5:10.


2. En los países anglosajones y algunos europeos mentir bajo juramento o firmar una declaración jurada falsa es un delito penado con cárcel.


3. Pero eso no es exclusivo de prestamistas extorsionadores. También algunas casas comerciales de prestigio hacen cobros de comisiones excesivos a sus tarjeta habientes que se atrasan en sus cuotas. Los que quieran evitarse dolores de cabeza harían bien en no solicitar, o aceptar, esas tarjetas que les ofrecen como señuelo para limpiarles los bolsillos.


4. En la iglesia primitiva a la casa del usurero se le llamaba “casa del diablo”. Se prohibía todo trato con los usureros y sus testigos, y al morir, se les negaba cristiana sepultura.

#674 (24.04.11) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

martes, 13 de octubre de 2009

LA HUMILDAD DE JESÚS

La vida entera de Jesús fue una lección de humildad. Él la enseñó no sólo de palabra sino, sobre todo, con su ejemplo y su conducta, desde su nacimiento hasta la tumba.
Incluso en su exaltación al resucitar nos dio ejemplo de humildad, pues no la dio a conocer a todo el mundo sino sólo a un pequeño grupo de discípulos, que no eran personas destacadas de la sociedad de entonces, sino más bien, lo contrario. Es decir, incluso en su triunfo se mantuvo oculto.

1. Fue humilde desde antes de nacer porque aunque Él todo lo llena (Ef 1:23) y ningún templo humano lo puede contener, ni aun los cielos de los cielos (1R 8:27), se encerró durante nueve meses en el vientre de una doncella, empezando su existencia en la tierra como un embrión diminuto que ningún ojo podía ver.
Aunque Él es Señor de señores, se sometió al edicto de un soberano humano inferior a Él, para ir a nacer a la ciudad de su linaje como estaba predicho (Lc 2:1-3). Aquel a cuya voz de comando se hizo la luz y todo el ejército de estrellas (Gn 1:3,14), tuvo que pegar un grito angustiado, como cualquier recién nacido, para que el aire hinchara por primera vez sus pulmones (Thigpen).

2. Fue humilde en su nacimiento pues escogió como padres a un hombre y a una mujer del pueblo y sin mayores recursos, aunque ambos eran -o al menos José (Nota 1)- del linaje real de David, según la profecía (Jr 23:5;33:15; Lc 1:32).
No nació en un palacio, como correspondía a un hijo de rey, sino en una cueva donde se guarecía el ganado por la noche. Algunos alegan que sus padres, si no ricos, por lo menos eran acomodados. Pero si lo hubieran sido ni siquiera hubieran tratado de alojarse en el mesón, porque hubieran tenido parientes o conocidos entre los notables de la ciudad, que de buena gana los hubieran acogido. Sus padres pasaron por la humillación, que lo alcanzaba a Él, de que se les negara lugar en la hostería.
Producido el alumbramiento no vino a ver al niño la gente encopetada del lugar, llevándole finos regalos, sino unos humildes pastorcillos de los alrededores, que no tenían nada que ofrecerle, porque ni siquiera sus ovejas les pertenecían. En el episodio de la epifanía angélica se muestra la preferencia de Dios por los humildes y sencillos, porque no envió a sus ángeles a iluminar la noche de los potentados sino la de unos pobres zagales (Lc 2:8-14).
Es cierto que después fue visitado por unos magos venidos de Oriente, que habían sido acogidos en la corte de Herodes, y que el niño recibió de ellos costosos regalos (Mt 2:11). Pero los magos no pudieron regresar por el mismo camino por donde vinieron sino que tuvieron que emprender el viaje de retorno en secreto, porque Jesús desde su nacimiento fue un perseguido (Mt 2:12).
No hubo ningún brasero que calentara el ambiente frío de la cueva sino que, según una tradición que transmite un evangelio apócrifo -y que tiene cierto sustento en Isaías (2)- fue el aliento de un burro y de una vaca lo que dio calor al niño cuando no estaba en brazos de su madre.
No tuvo una cuna recamada de seda y encajes, sino fue acostado en un rústico pesebre donde comía el ganado, y tuvo por almohada un puñado de paja.
El que estaba por encima de la ley, porque era su autor, se humilló naciendo bajo la ley, como si fuera esclavo y no heredero, (Gal 4:4,1) y recibió la vida de una mujer que a Él le debía la vida. El acreedor se hizo pues al nacer, deudor.
El HIjo de Dios, que era la pureza misma, y que no podía decir de sí mismo: "en pecado me concibió mi madre", como el rey David (Sal 51:5b), se dejó circuncidar al octavo día como cualquier hijo de padres pecadores (Lc 2:21). Él, de quien dice la Escritura que es "el primogénito de toda la creación" (Col 1:15) y que vino a rescatar a todo el género humano, tuvo que ser rescatado por sus padres, como cualquier primogénito de mujer, según lo prescribía la ley del Levítico para los pobres, al precio de dos tórtolas o palomos (Lv 12:6-8; Lc 2:24), prueba de que ellos no eran ricos.

3. Aunque hubiera podido tener a su disposición una legión de ángeles que lo defendiera, tuvo que huir de noche a Egipto porque, en su debilidad, no podía hacer frente a los que lo buscaban para matarlo. (Mt 2:13,14)

4. El Creador y Señor del universo, estuvo sujeto a sus padres, obedeciéndoles como cualquier niño (Lc 2:51). El que era la sabiduría misma (Pr 8:22,23), tuvo que aprender las primeras letras, y a contar y a leer. Aunque no está escrito, es probable que, como todo niño judío de su tiempo, fuera a una escuela para memorizar las Escrituras de las que Él era autor y que hablan de Él (Jn 5:39).
Vivió escondido durante 30 años en una pequeña ciudad que no gozaba de buen nombre (Jn 1:46), adoptando como su padre el humilde oficio de carpintero, esto es, el de un artesano que está al servicio de los que lo necesitan y que depende de ellos (Mr 6:3). ¿Podemos imaginar al divino carpintero discutiendo los detalles del mueble que le encargan unos clientes de Nazaret que le regatean el precio de su trabajo?

5. Él, que nunca cometió pecado y en quien jamás se encontró nada digno de reproche (Jn 8:46; Hb 7:26), se hizo bautizar en el Jordán junto con pecadores y publicanos, como si fuera uno de ellos, por un hombre que se reconocía y era inferior a Él, no siendo digno ni siquiera de desatar sus sandalias, y que, por ese motivo, se negó inicialmente a bautizarlo (Mt 3:13-15; Lc 3:16).

6. Se preparó para la vida pública ayunando durante 40 días y dejándose tentar por el diablo como un común mortal. Aunque con una sola palabra de su boca hubiera podido apartar al Maligno (Mt 8:16), se dejó llevar por Lucifer a lo más alto del templo y a la cima de una montaña. Y en ese lugar permitió que Satanás le dirigiera palabras irónicas instándole a arrodillarse delante suyo y a adorarlo (Mt 4:1-11), Él, delante de quien se arrodillan los ángeles y la creación entera (Flp 2:10).

7. Empezó su predicación yendo a Nazaret, la ciudad donde había crecido, para ser rechazado por sus compatriotas, al punto que tuvo que abrirse camino a través de ellos porque querían desbarrancarlo (Lc 4:28-30). No quisieron reconocer al Espíritu que hablaba a través suyo y se escandalizaron de Él diciendo: "¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María?...y sus hermanas ¿no viven todas entre nosotros?" (Mt 13:55-57).
En esa ocasión, como en tantas otras, se cumplió la palabra: "Vino a lo suyo y los suyos no le recibieron..." (Jn 1:11) ¡Qué mayor humillación que su propia sangre no lo reconozca! ¡Hasta sus hermanos no creyeron en Él! (Jn 7:5).

8. Siendo rico se hizo pobre para que nosotros fuésemos enriquecidos con su pobreza (2Cor 8:9), y no tenía dónde recostar la cabeza (Lc 9:58). Durante su vida pública pudo alimentarse gracias a que un grupo de mujeres piadosas se ocupaba de que nada le faltara (Lc 8:3).

9. Escogió como discípulos no a hombres cultos y sabios, sino a rudos e ignorantes del pueblo, en su mayoría pescadores de oficio (Mt 4:18-22).
Cuando los demonios proclamaban que Él era el Hijo de Dios, Él les ordenaba callarse (Mr 1:23-25,34, y pedía a los enfermos que sanaba que no divulgaran el hecho (Mt 8:4;9:30).

10. Predicó preferentemente a los pobres y a los enfermos y le gustaba rodearse de niños, a quienes, por lo general, los mayores no dejaban a acercarse a los adultos (Mr 10:13,14). Se sentaba a comer con publicanos y pecadores, odiados por el pueblo y despreciados por la gente piadosa (Mt 9:10,11).

11. Se sometió a las flaquezas de nuestra carne, experimentando hambre, sed y cansancio (Jn 4:6-8), Él, cuyo poder sostiene la creación (Hb 1:3) y que es fortaleza de los desfallecidos (Flp 4:13).
Siendo Él la encarnación de la verdad (Jn 14:6), se sometió a la humillación de que los judíos pusieran en duda su palabra (Jn 5:43; 8:45) y la discutieran, llegando incluso algunos a sugerir que estaba endemoniado (Jn 8:48). Inclusive algunos de sus discípulos, desconfiando de Él, lo abandonaron (Jn 6:66),
No se exaltó a sí mismo sino que remitió todo juicio al Padre (Jn 8:16), cuya gloria buscaba, no buscando la propia (Jn 8:49,50). Al Padre atribuía su doctrina, no a su propia ciencia (Jn 7:16; 8:28) e, incluso también, los milagros que obraba (Jn 14:10).
Él, a quien sirven los ángeles (Mt 4:11) dijo de sí mismo que no había venido para ser servido sino para servir. (Mt 20:28).

12. Tuvo su momento de gloria cuando fue aclamado por la multitud a su entrada a Jerusalén, pero lo hizo no llevado por un carruaje sino montado sobre un pollino, para que se cumpliera lo anunciado por el profeta Zacarías (Jn 12:14,15; Zc 9:9), y no trató de explotar ese éxito momentáneo para aumentar su popularidad, como habría hecho un político, sino que se retiró enseguida a Betania (Mr 11:11).
Cuando la gente quiso coronarlo rey se ocultó de ellos (Jn 6:15), pero cuando lo cubrieron de reproches se mostró a la vista de todos, humillado, sangrante y digno de lástima (Jn 19:4,5). El que corona de gloria a sus siervos fieles, fue coronado de espinas por enemigos crueles.
Pasó por la afrenta de que el populacho prefiriera salvar la vida de un delincuente antes que la suya, a pesar de que Él había sanado a tantos y nunca había hecho mal a ninguno (Lc 23:17-23; Hc 3:14). El más admirable de todos los hombres aceptó ser tratado como el más despreciable.

13. Pero el ejemplo de humildad más alto lo dio Jesús en la Ultima Cena, cuando se inclinó a lavar los pies de sus discípulos: "¿Cómo -protestó Pedro- tú me vas a lavar los pies a mí? De ninguna manera".
Era una protesta justificada. En la antigüedad la tarea de lavar los pies a los que entraban a una casa con las sandalias cubiertas de polvo correspondía a los esclavos. Nunca el dueño de casa, o el anfitrión, se hubieran rebajado a hacerlo personalmente. Habría sido una humillación abyecta.
Pero Jesús quiso lavarle los pies a cada uno de sus discípulos:
"Si yo no te lavo los pies ahora, no tendrás parte conmigo."
¿Cómo, Jesús? ¿Tú quieres lavarme los pies, a mí que soy un pecador? "Lo que yo hago no lo comprendes ahora, pero algún día lo comprenderás" (Jn 13: 6-9).
Que el inferior se incline ante el superior, y el menor ante el mayor, no es propiamente humildad sino realismo; es reconocer la realidad de los hechos, situarse en la verdad.
Pero que el superior se incline ante el inferior, el que es más ante el que es menos, la divinidad ante la humanidad, ésa sí es verdadera humildad, una humildad sublime; que el mayor reconozca el valor del menor y se incline ante él, eso es algo que sólo Dios puede hacer (Guardini).
Pero Él lo hizo, entre otras razones, para darnos ejemplo: Para que el mayor entre nosotros se incline ante el menor; para que el patrón se incline ante el sirviente; el maestro ante el discípulo; el que de su abundancia ofrece, ante el que en su pobreza recibe.

14. Para poder humillarse de esa manera es necesario vaciarse de sí mismo. Y eso fue lo que hizo Jesús, "en quien habita corporalmente la plenitud de la deidad" (Col 2:9), "el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como algo a lo que necesitaba aferrarse, sino que se despojó a sí mismo" de todo signo exterior y atributo de la divinidad. Precisamente porque era Dios podía desprenderse de los signos distintivos de su grandeza, y aparecer como un ser cualquiera, "tomando forma de siervo," -como lo somos nosotros realmente, comparados con Dios- "hecho semejante a los hombres" (Flp 2:6,7).
El que es poca cosa teme desprenderse de ese poco, porque sabe que en aferrarse a ese poco radica su único valor. Pero el que lo es todo, puede desprenderse de su grandeza visible, porque aun desnudo de ella, sabe cuál es su valor. El fuerte no necesita mostrar su fuerza, le basta saber que la tiene. Pero el débil hace alarde de su mínima fortaleza, porque es todo con lo que cuenta.
"...Y estando en la condición de hombre se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte..." (Flp 2:8).
¿A quién obedeció Jesús cuando se puso en manos de sus enemigos? "Como oveja fue conducido al matadero" (Is 53:7). Obedeció a sus trasquiladores sin pronunciar palabra de protesta. Obedeció sin quejarse a los que lo iban a crucificar.
"Se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz." La muerte más horrible de la antigüedad, la más humillante, la más dolorosa.
"Maldito todo el que cuelga de un madero...". Él, que es origen de todas las bendiciones que fluyen a la humanidad, se hizo "maldición por nosotros..." (Gal 3:13; Dt 21:23).
Al que nunca cometió pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros (2Cor 5:21) cargando en su cuerpo todos los pecados de la humanidad sobre el madero (1P 2:24).
El que era el autor de la vida gustó de la muerte por todos (Hb 2:9), y el que expulsaba demonios "por el dedo de Dios" (Lc 11:20), pasó por la humillación de ser vencido por el "que tenía el imperio de la muerte, esto es, el diablo" (Hb 2:14), pero para triunfar finalmente sobre él, anulando su poder.

15. ¿Puede Dios morir? Esa idea tan absurda escandalizaba a los paganos, cuyos dioses no podían morir porque los suponían inmortales. ¿Qué clase de Dios es éste a quien adoran los cristianos, que puede morir, y todavía, en manos de sus torturadores? ¡Ese no es Dios, es una caricatura de Dios!
Por eso dijo Pablo que para los gentiles "el mensaje de la cruz es locura" (1Cor 1:18). Pero quienes inventaron esa locura no fuimos nosotros, fue el propio Dios, que quiso pasar por loco por amor a nosotros. Y por nosotros se sometió a las torturas más terribles.
¡Qué humildad la del que teniendo todo el poder para borrar con un solo soplo de la faz de la tierra a los que lo crucificaban, se sometió, no obstante, a sus maltratos, a sus insultos, a sus burlas, a sus azotes, a sus escupitajos, sin pronunciar una sola palabra de queja!
Jesús en la cruz se humilló hasta mendigar de sus verdugos una gota de agua para calmar su sed; se humilló hasta pedir al Padre que perdonara a los que lo clavaban; se humilló hasta parecer, no, hasta sentir en verdad, que el Padre lo había abandonado (Jn 19:28,29; Lc 23:34; Mt 27:46).

16. Teniendo tal ejemplo ¿cómo podemos sus discípulos pretender que se nos honre y se nos alabe? Si el Rey de la gloria, a quien los ángeles alaban sin cesar, y la creación entera rinde tributo, aceptó ser desechado y despreciado entre los hombres ¿cómo nosotros, que somos polvo y ceniza, pretendemos que se nos aplauda? ¿No es ridículo que el gusano se infle de orgullo queriendo ser apreciado, cuando Aquel que con su solo pensamiento puede aplastarlo, aceptó ser humillado?
Si para Jesús haber sido humillado por nuestra causa es uno de sus mayores títulos de gloria ¿no lo será para ti también ser humillado por su causa? Si Él no rehuyó el oprobio por el gozo puesto delante de Él (Hb 12:2), ¿no aceptarás tú lo mismo por el gozo de seguir sus pasos?
Reconozcamos que nada somos delante de Dios, inclinémonos ante su Majestad. Pero inclinémonos también, cuando sea necesario, siguiendo su ejemplo, delante de nuestros semejantes, incluso delante de nuestros enemigos y de los que son en el mundo menos que nosotros. (12.01.02)

Notas: 1. Algunos autores piensan que María, dado su parentesco con Isabel, era de la tribu de Leví, de la casa de Aarón. Otros creen que la genealogía que trae Lucas (3:23-38) en realidad es la del linaje davídico de María que se remonta hasta Adán.
2. "El buey conoce a su dueño y el asno el pesebre de su señor" (Is 1:3)). Esa es la razón por la que esos dos animales aparecen en los nacimientos de Navidad.

NB.-:Este escrito fue el último de una serie de tres charlas radiales dedicadas a la humildad y luego impresas hace casi ocho años. Al publicarlo nuevamente quiero reconocer mi deuda con un pequeño libro anónimo, muy edificante, que recoge sobre todo pensamientos de autores antiguos.

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