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jueves, 21 de enero de 2021

EL FÚTBOL COMO METÁFORA DE LA VIDA II

EL FÚTBOL COMO METÁFORA DE LA VIDA II

Es muy importante que el niño sepa que a la cancha de la vida se sale para meter goles, que debe empezar a hacerlo desde temprano, y que su triunfo depende en parte de la colaboración de otros. No vaya a ser que su vida pueda ser comparada con la del futbolista de barrio, del que se dice que sabe jugar bonito y lucirse, pero no sabe meter goles.

Al niño hay que enseñarle desde pequeño (pero con prudencia, pues no es sino un niño) a fijarse metas, a planificar cómo las alcanza y, sobre todo, a lograrlas, a no aceptar los fracasos.

viernes, 18 de marzo de 2016

LA ENTRADA TRIUNFAL EN JERUSALÉN

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA ENTRADA TRIUNFAL EN JERUSALÉN
Un Comentario de Mateo 21:1-11

1,2. "Cuando se acercaron a Jerusalén, y vinieron a Betfagé, al monte de los Olivos, Jesús envió dos discípulos, diciéndoles: Id a la aldea que está enfrente de vosotros, y luego hallaréis una asna atada, y un pollino con ella; desatadla, y traédmelos."
Este episodio tan importante en la vida de Jesús, con el cual se inicia el relato de la pasión, es celebrado en el mundo cristiano con el nombre de Domingo de Ramos.
Subiendo desde Jericó cerca del Jordán, donde tuvo lugar la curación de los dos ciegos, Jesús, sus apóstoles y la comitiva que lo seguía, cuyo número debe haber ido aumentando a medida que ascendían, se acercaron a Jerusalén. Su número debe haberse incrementado por la multitud de personas que había acudido a Betania para ver a Lázaro, a quien Jesús había resucitado (Jn 12:9).

Al llegar a Betfagé (Casa de los olivos verdes), pequeño poblado al sudeste del Monte de los Olivos, donde crecían muchos olivos, Jesús ordenó a dos discípulos (no se menciona sus nombres, aunque se cree que fueron Pedro y Juan) que fueran a la aldea del frente donde encontrarían una asna atada, con su pollino, y que sin más lo desataran y la trajeran a Él.
Según el evangelio de Juan, Jesús no subió directamente de Jericó a Jerusalén, sino que se detuvo el sábado en Betania, en casa de Lázaro dónde, mientras cenaban, su hermana María lo ungió con un costosísimo perfume de nardo (Jn 12:1-3).
3. "Y si alguien os dijere algo, decid: El Señor los necesita; y luego los enviará".
Jesús no tenía necesidad de pedir permiso a nadie para ordenar desatar los animales, pues todo le pertenecía. Pero si alguien lo objetara, les advierte, bastará que le digáis que el Señor lo necesita, para que no se oponga (Mr 11:4-6; Lc 19:33,34). Nótese que Él no les ordena que digan: “El Maestro lo necesita”,  sino “el Señor”, esto es, en griego: Ho Kúrios, título de la divinidad. Hay cosas que Dios puede pedirnos y que nos cuesten, pero que sólo podríamos negarle para nuestro daño, pues podrían ser la puerta de una gran oportunidad.
Marcos y Lucas sólo mencionan un pollino, pero añaden este detalle interesante: Nadie había montado hasta entonces este pollino. ¿Se dejaría montar el pollino? ¿No se pondría inquieto? El burro es un animal manso, que deja que hagan con él lo que quieran. No está hecho para las ocasiones solemnes, sino para el servicio; no para las batallas, sino para llevar cargas. ¡Qué apropiado que Jesús lo utilice como cabalgadura!
Al ordenar a sus discípulos ir a buscar al asna con su pollino, Jesús muestra poseer un conocimiento sobrenatural de las cosas y de las personas, porque, humanamente hablando, ¿cómo podía Él saber dónde se encontraban los dos animales? ¿Y cómo podía Él saber que el dueño iba a consentir que se los llevasen? ¿Sería el dueño un discípulo secreto de Jesús, como el dueño del Cenáculo (Mt 26:17,18), o como José de Arimatea (Jn 19:38)?
4,5. "Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el profeta, cuando dijo: Decid a la hija de Sion: He aquí, tu Rey viene a ti, manso y sentado sobre una asna, sobre un pollino, hijo de un animal de carga."
Mateo y Juan son los únicos evangelistas de los cuatro que narran el episodio de la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, que mencionan la profecía de Zacarías 9:9. El texto que cita Mateo es en realidad una combinación libre de esa profecía con unas palabras de Isaías 62:11 que lo introducen. (El texto de la profecía en Juan 12:15 es más corto). El texto de la profecía en Zacarías 9:9 bien merece ser reproducido: "Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna." Notemos que dice que tu rey y salvador vendrá a ti, humilde, cabalgando sobre un asno, animal nada apropiado para un rey.
En ésta su entrada triunfal Jesús no ingresa, como haría un rey, subido a un carruaje, ni cargado en una litera, ni montado en un caballo como un patricio. Escoge el animal más humilde, el de los campesinos. Jesús había dicho de sí mismo que Él era “manso y humilde de corazón”. (Mt 11:29) Para su entrada triunfal en Jerusalén Él escoge un animal que es como Él.
6,7. "Y los discípulos fueron, e hicieron como Jesús les mandó; y trajeron el asna y el
pollino, y pusieron sobre ellos sus mantos; y Él se sentó encima."
Los discípulos obedecieron la orden de Jesús y trajeron los dos animales, el asna posiblemente para que el pollino sobre el que nadie había montado, estuviera tranquilo. Ellos le obedecieron sin dudar, seguros de que las cosas sucederían tal como Él les había dicho. El hecho de poner sus mantos, la pieza más valiosa de su vestimenta, sobre el pollino para que Jesús se sentara encima, era un acto de homenaje muy grande a su Maestro, y a la vez, una muestra de desprendimiento porque ¿quién sabía si en medio del tumulto lo recuperarían? El manto, tejido de una sola pieza y sin costura, era entonces una prenda de vestir costosa.
8. "Y la multitud que era muy numerosa, tendía sus mantos en el camino; y otros cortaban ramas de los árboles, y las tendían en el camino."
La multitud que acompañaba aumentó su número con el concurso de los habitantes de la ciudad que salieron a recibirlo (Jn 12:12,13), así como de los muchos peregrinos que habían acudido a Jerusalén en esos días para las fiestas, y que se alojaban, sea en la misma ciudad, o en posadas en sus alrededores, o dormían al aire libre en el Monte de los Olivos, como hacía Jesús con frecuencia cuando estaba en la ciudad, pues el calor nocturno lo permitía.
Muchos de ellos tendían sus mantos delante del pollino al paso de Jesús, según una forma antigua de rendir homenaje a los reyes. ¿Echaríamos nosotros lo mejor de nuestra ropa a los pies de un gran personaje para que sea pisada por él?
Se recordará que cuando Jehú fue ungido como rey de Israel, según se lee en 2R 9:13: “quitándose cada uno su manto, lo arrojaban a los pies de Jehú, a lo alto de las gradas del trono, y tocaban sus trompetas clamando: ¡Jehú es rey!”. Dos siglos antes de Jesús, Simón Macabeo entró triunfante en la ciudad santa “entre gritos de júbilo y ramas de palmera, al son de la cítara y de los címbalos, de himnos y de cánticos.” (1Mac 13:51).
Otros, dice el texto, cortaban ramas de los árboles (y de las palmeras, según Jn 12:13), obedeciendo a lo ordenado por Moisés como manera de manifestar alegría en la fiesta de la Pascua (Lv 23:39,40); y las agitaban con sus brazos, o las tendían en el suelo como alfombra improvisada para que el pollino caminara encima.
Pero la entrada triunfal de los reyes y emperadores a su capital, acompañados por soldados engalanados, y al son  de trompetas, solía ser mucho más pomposa. Diez siglos antes un cortejo semejante había acompañado a Salomón entrando en triunfo a Jerusalén al son de trompetas y montado en la mula de su padre David, después de que David ordenara que fuera ungido como sucesor suyo por el sacerdote Sadoc y el profeta Natán (1 R 1:28-40).
9. "Y la gente que iba delante y la que iba detrás aclamaba, diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!"
La gente que acompañaba a Jesús delante y detrás de su cabalgadura gritaba: ¡Hosanna al Hijo de David! Hosanna es una transliteración de una frase del Salmo 118:25 que quería decir ¡Jehová salva! pero que, con el tiempo, se había convertido en una expresión de júbilo. A esa exclamación la multitud añadía una frase de homenaje mesiánico tomada del mismo salmo: “¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!” (v.26). Al clamar "Hosanna en las alturas" era como si ellos quisieran hacer llegar sus gritos de alegría hasta el trono del Altísimo como reconociendo que era Él quien había ordenado estos actos, y dándole gracias por haberles enviado finalmente al Mesías esperado.
10,11. "Cuando Él entró en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, diciendo: ¿Quién es éste? Y la gente decía: Este es Jesús el profeta, de Nazaret de Galilea."
Era inevitable que el alboroto causado por esta entrada triunfal a Jerusalén, a manera de un rey vencedor, suscitara una gran conmoción en la ciudad, que estaba en esos días colmada por los peregrinos que acudían de todas partes para celebrar la Pascua.
Y muchos, especialmente los que venían del extranjero, que no sabían todavía nada de Jesús, ni habían oído hablar de Él, preguntaban: ¿Quién es éste a quien se le rinde tan gran homenaje? Y los que sabían de quién se trataba, contestaban: "Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea". La gente aclamaba a un profeta, a alguien que muchos sabían que hacía milagros y sanaba enfermos, como hacía mucho tiempo no había habido en Israel, desde los tiempos de Elías y Eliseo, siglos atrás.
Cabría preguntarse ¿por qué Jesús, que había huido en varias ocasiones del clamor popular que quería proclamarlo rey, (Nota 1) aceptó esta vez que se le rindiera un homenaje multitudinario? Porque era conveniente -apunta J.C. Ryle- que estando próxima la culminación de su carrera en la tierra, con el juicio injusto al que sería sometido, y su cruel crucifixión, todas las miradas estuvieran puestas en Él, y fueran espectadores de su ignominioso sacrificio. Pero a la vez, para que muchos, si no la mayoría de los moradores de la ciudad, fueran conscientes de que el sentenciado el día viernes acababa de ser aclamado por las multitudes cinco días antes.
Por su lado, M.J. Lagrange explica: “Era el deber de Jesús presentarse como Mesías para que los judíos no pudieran alegar que  ellos no podían reconocer como tal al que había rehusado ese título (otras veces). Jesús escogió deliberadamente una entrada indiscutiblemente mesiánica, ya que en ella se verificaba uno de los textos mesiánicos más claros (el de Zc 9:9), pero que era a la vez más modesta. Él permitió que se le aclamara, y en cierta manera lo provocó, al asumir la actitud descrita por el profeta. Pero la sencillez de su entrada ponía de manifiesto que Él no venía a establecer un reino temporal.” De ahí su respuesta a una pregunta de Pilatos: “Mi reino no es de este mundo.” (Jn 18:36).
Pero notemos cuán inconstante y voluble es el fervor popular, cuán poco confiable, porque muchos de los que lo habían aclamado gritando: "Bendito el que viene en el Nombre del Señor" y "Hosanna al Hijo de David", cinco días después gritarían enfurecidos: "¡Crucifícale!" (Lc 23:21). Al que habían exaltado como gran personaje pocos días antes, ahora lo querían matar. Así es de engañoso el corazón  humano (Jr 17:9).
Entretanto los fariseos murmuraban entre sí: "Ya véis que no conseguís nada. Mirad, el mundo se va tras él." (Jn 12:19). Impacientes por estas manifestaciones de júbilo que no podían acallar, los fariseos se dirigen a Jesús -según Lucas 19:39,40- y le dicen "Maestro, reprende a tus discípulos", por el alboroto que hacen. Pero Jesús les contesta: "Os digo que si éstos callaran, las piedras clamarían". Como si dijera: Esto que está ocurriendo delante de vuestros ojos ha sido determinado por mi Padre y ningún poder humano puede impedirlo.
También, según Lucas 19:41-44, antes de haber cruzado la puerta de la ciudad, Él "lloró sobre ella diciendo: ¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, cuando tus enemigos te rodearán con vallado, y te sitiarán, y por todas partes te estrecharán, y te derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación." Es decir, no reconociste el día en que tu rey y Mesías vino a ti, tal como había sido anunciado por los profetas.
En más de una ocasión hemos visto cómo Jesús se conmovía. Ahora lo hace por el destino trágico que aguardaba a la ciudad que Él amaba, y a sus habitantes que, habiendo tenido oportunidad de recibirlo por quien Él era, pasado este momento transitorio de júbilo popular, lo negarían. El terrible castigo anunciado por Jesús se abatió sobre la ciudad 40 años después (2). Bien hacían muchos de sus contemporáneos, como veremos en seguida, en llamar a Jesús profeta.
Llevado en triunfo a la ciudad por las multitudes Él no se hace ilusiones sobre lo superficial y voluble de sus sentimientos, y es consciente del destino que le espera en los próximos días, y que Él había venido anunciando a sus discípulos (Mt 16:21; 17:22,23; 20:17-19).
Es probable que sea aquí, en medio de la algarabía de la gente cuando debe haberse producido el episodio que narra Juan, en el cual unos griegos que habían venido a adorar a Dios en la fiesta, y que, por tanto, estaban intrigados por toda la conmoción causada en la ciudad por este personaje a quien ellos no conocían, se acercaron a Felipe diciéndole que querían ver a Jesús.
¿Quiénes eran estos griegos? Ellos eran judíos de la diáspora, esto es, judíos que habitaban fuera de Palestina, en el norte, en lo que es hoy día Asia Menor y, eran por tanto, de habla griega. Felipe le comunicó ese deseo a Andrés, y juntos se lo dijeron a Jesús (Jn 12:20-22).
La respuesta de Jesús contiene una enseñanza muy importante, aunque no está claro si Jesús la dirigió exclusivamente a sus dos discípulos, o también a los griegos que querían verlo, y que los acompañaban. Yo pienso que esto segundo es lo más probable. Si ello es así, Jesús debe haber tenido una razón importante para decirles a los extranjeros estas palabras, para ellos sin duda sorprendentes.
Lo primero que les dice puede no haber tenido mucho sentido para los visitantes, pero sí para los discípulos: "Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado." (v.23) ¿Cómo ha de serlo? Las palabras que siguen lo explican, para el que quiera entender: "De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto." (v.24). Si el grano de trigo no es plantado en la tierra y no muere como grano convirtiéndose en semilla, es un grano perdido. Pero si muere como grano bajo tierra, surge de él un brote que, al convertirse en planta, producirá una abundante cosecha.
Esto se aplica en primer lugar a Jesús mismo. Él aceptó ser plantado como un grano de trigo en el surco cuando fue torturado y crucificado. Como resultado de esa siembra ha surgido una abundantísima cosecha en el inmenso número de hombres y mujeres que, a lo largo de los siglos, han creído y han sido salvados por Él.
"El que ama su vida, la perderá" (v.25), es decir, el que no quiere morir como lo hace el grano sembrado, no producirá fruto alguno y se pudrirá solo. Pero el que acepta morir, esto es, el que aborrece su vida, y no se aferra a ella, cosechará el fruto de su renuncia en el cielo algún día.
Esta enseñanza no era novedad para Felipe y Andrés, pues ya le habían escuchado a Jesús decir anteriormente, más de una vez, cosas semejantes. (Por ejemplo en Mateo 10:39; 16:25) pero a los griegos debe haberles llamado mucho la atención, pues va a contracorriente de lo que solemos todos hacer, esto es, rehuir el sacrificio y buscar nuestra comodidad. Pero, en verdad, sólo si morimos a nosotros mismos renunciando a muchas cosas apetecibles, podemos ser discípulos de Jesús y producir abundante fruto para su reino.

Notas: 1. Por ejemplo, el caso que narra Jn 6:14,15 de la multiplicación de los panes cuando cinco mil fueron alimentados.
2. La destrucción de Jerusalén el año 70 no está narrada en el Nuevo Testamento. Pero conocemos sus pavorosos detalles gracias a la descripción que de ella hace el historiador judío Flavio Josefo, en su libro “Las Guerras de los Judíos”.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#919 (20.03.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

viernes, 4 de noviembre de 2011

MI ALIENTO EN SUS MANOS

Por José Belaunde M.

En el capítulo 5to del libro de Daniel hay una palabra que el profeta dirige al rey Belsasar, que está preñada de profundo significado: "y al Dios en cuya mano está tu vida, y de quien son todos tus caminos..." (Dn 5:23d).

Algunas traducciones leen "vida", otras "aliento" en este pasaje. Ambas acepciones se complementan, pero la última es la que mejor traduce el original (Nota 1). La vida de la persona está en su aliento, como sabemos, o deberíamos saber, desde que lo leímos en el libro del Génesis: "Entonces el Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente." (Gn 2:7). (Nota 2) El ser humano inanimado devino en un ser viviente (nefesh) cuando Dios sopló en sus narices el aliento de vida. El bebe recién nacido, que en el vientre materno ha vivido del oxígeno y los nutrientes que le trae la sangre de su madre, empieza su propia vida como ser autónomo cuando exhala su primer grito y respira por primera vez con sus propios pulmones.

Todos sabemos instintivamente y por experiencia, que la vida está ligada al aliento, a la respiración. Por ejemplo, para verificar si una persona está todavía viva o ha muerto, observamos si aún respira. Si respira, vive; si no respira, ha muerto, porque cuando las células del cerebro no reciben oxígeno mueren en poco tiempo.

Cuando hemos estado largo tiempo bajo el agua, o algo nos ha impedido respirar, aspiramos desesperados el aire que nos falta para seguir viviendo. No poder respirar es una de las sensaciones más horribles que podemos experimentar.

La materia inerte, sabemos bien, no respira. Las piedras no respiran, pero las plantas, sí, y su respiración durante el día enriquece de oxígeno la atmósfera. Si no fuera por ellas el aire de la atmósfera se volvería al cabo de un tiempo irrespirable.

Pues bien, ese aliento que da vida a los seres que respiran procede de Dios. Él es su creador y nuestro aliento está en sus manos. Bellamente lo expresa el Salmo 104: "Les quitas el aliento, dejan de ser y vuelven al polvo. Envías tu espíritu y son creados y renuevas la faz de la tierra." (v.29,30). Cuando Dios quita el aliento a los seres vivientes, éstos vuelven al polvo, esto es, a la sustancia de la tierra de la cual fueron creados. Se diría que el autor del Génesis había estudiado biología antes de que esta ciencia fuera inventada. El aliento está en sus manos porque de Él viene la fuerza que mueve el diafragma e hincha nuestros pulmones con el aire aspirado.

Cuando Dios envía su espíritu los seres vivientes que pueblan la tierra son creados; seres vivientes de todo tipo, desde los microscópicos hasta los gigantes. Y sin embargo, ¡oh suprema ignorancia! tanto los animales como los hombres viven sin saber que es de Dios de quien viene su vida, que es Dios quien se las da y que es Dios quien se las quita. Que los animales lo ignoren, pase, pero que el hombre que tiene inteligencia no lo sepa, o no lo reconozca, o quiera negarlo, es injustificable. ¡Cuánto mejor fuera su vida si tuviera este hecho siempre presente! ¡Cuán bueno fuera que nosotros junto con todos los seres vivientes de la tierra cantáramos con el salmista: "Todo lo que respira alabe al Señor", (Sal 150:6) haciendo de nuestra respiración un incesante cántico!

Pero Daniel en el pasaje citado dice algo más: nuestros caminos, es decir, nuestro comportamiento, nuestras acciones, son suyas. Sí, todo lo que yo hago, consciente o inconscientemente, con mi mente, mi imaginación, mis sentimientos, o mi cuerpo, le pertenece a Dios, porque es Él quien me ha dado la vida que me permite moverme, obrar y sentir; Él es quien me ha dado el cuerpo y las fuerzas con que actúo, y la mente que gobierna y da dirección a mis actos.

Mis acciones pues le pertenecen, pero, he aquí la gran pregunta: ¿Las reclamaría Dios como suyas? ¿Rubricaría Él con su firma todo lo que yo hago? ¿Las refrendaría como refrenda el presidente las decretos de sus ministros y las leyes? ¿Son todas mis acciones y pensamientos dignos de que Dios diga: Estos actos son míos? ¡Ah! ¡Cuán lejos están en verdad mis actos de que Dios pueda llamarlos suyos! Más bien, lo contrario es cierto: Nuestras acciones son de tal naturaleza que Él frecuentemente las repudia y, de cierta manera, tiene que voltear su rostro para no verlas (Is 59:2).

Sin embargo, si yo viviera de acuerdo a su voluntad, debería ser capaz de decirle a Dios en todo tiempo: Esto que estoy haciendo en este momento, te lo ofrezco a ti, pues lo hago con la vida y con el cuerpo que tú me has dado y en obediencia a tus deseos. Y lo hago con el propósito de agradarte y honrarte. ¡Que bendición sería para mí que yo pudiera decirle eso sinceramente a Dios todos los instantes de mi vida!

No obstante, si yo dijera eso, no tendría nada de qué jactarme, porque lo único que estaría haciendo en realidad es darle a Dios lo que de suyo le pertenece. Como dice San Pablo, estaría rindiendo a Dios el culto racional que le corresponde: "Os ruego hermanos, por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional." (Romanos 12:1) Si yo actuara así, en lugar de presentar mis "miembros como instrumentos de iniquidad al pecado" (Rm 6:13a), entonces Dios, con todas sus bendiciones, estaría sobre mí y sobre todo lo que yo hago, y yo tendría éxito en todo lo que emprendiera. Tampoco podría hacer nada que le disgustara.

El ser humano ha recibido de Dios una voluntad libre, esto es, libre para hacer lo que Dios desea. Pero el hombre, como hizo su padre Adán antes que él, hace mal uso de la libertad que ha recibido y prefiere hacer no lo que Dios quiere, sino lo que él mismo desea o se le antoja. Como ha comido del fruto del árbol del bien y del mal, él quiere decidir por sí mismo, y se erige en árbitro de lo que es bueno y de lo que es malo. En su soberbia ha sacado a Dios del terreno de la ética y de la moral y ha puesto ambas bajo el imperio efímero de sus inclinaciones y sus caprichos.

Pero a causa de su rebeldía, tal como le ocurrió a Adán, sus acciones se vuelven contra él y tiene que sufrir las consecuencias naturales de sus actos. Encima de eso a causa de su rebeldía las maldiciones que Dios pronunció contra Adán ("maldita será la tierra por tu causa..." Gn 3:17) recaen redobladas sobre sus hombros; todo lo que él hace se vuelve contra él y por ello recoge un fruto amargo. He aquí la raíz del sufrimiento humano. En otras palabras, obrando en contra de la voluntad de Dios, todas sus acciones son por fuerza malas, perversas, y algún día tendrá que cosechar, aunque no quiera, el fruto que corresponde a la semilla que él mismo sembrara.

En esta dicotomía entre obediencia y rebeldía está encerrada la historia de cada individuo y de la raza humana entera. La tragedia de la humanidad es que la historia de Adán se repite de día en día, de año en año y en todas las latitudes en cada ser humano. Nosotros somos los actores de una tragedia mil y mil veces representada sobre el tabladillo del mundo.

Pero el nuevo Adán, Cristo, que fue obediente allí donde el primer Adán había desobedecido (1Cor 15:45; cf Rm 5:14), al tomar forma de siervo y hacerse obediente hasta la muerte en el árbol de la cruz (Flp 2:8), ha rescatado al hombre de las maldiciones que el pecado trajo consigo y le ha abierto la posibilidad de iniciar una nueva vida en Él.

Es esa nueva vida que surge de su resurrección lo que Jesús ofrece a todo ser humano que crea en Él: "El que cree en mí tiene vida eterna" (Jn 6:47), no en el futuro, sino ahora. No en un sentido metafórico, simbólico, sino efectivo, real. Una nueva vida, como la que Jesús eternamente tiene, que transforme su ser entero, su manera de ser y su manera de pensar y obrar. Porque somos "hechura suya, creados en Cristo para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que las hiciéramos." (Ef 2:10). Una nueva vida que lo impulse a ser como Él es, a tratar de imitarlo; una nueva vida que algún día encontrará su cumplimiento pleno, cuando lo veamos cara a cara en el cielo y, como dice San Juan en su primera epístola, "seremos semejantes a Él porque lo veremos tal cual es". (1Jn 3:2b).

A ese momento, a esa culminación de nuestra existencia, deberíamos todos aspirar, como apunta la flecha al blanco, y deberíamos emplear sin desmayar todas nuestras fuerzas, nuestra mente y nuestra voluntad para llegar a esa meta.

Notas: 1. En hebreo una misma palabra ("neshamá" o "ruaj", según los casos), designa a la vez al aliento y al espíritu. En griego la palabra "pneuma" designa a ambos.
2. La Biblia dice también que la vida del hombre está en su sangre (Gn 9:4; Lv 17:11,14), y por eso cuando el hombre se desangra, muere. Pero el principio de vida que contiene la sangre proviene de su aliento, no sólo por el oxígeno que transporta a las células del cuerpo, sino porque contiene una esencia inmaterial que Dios le comunicó con su aliento. De ahí viene que el hombre, por mucho que trate, nunca podrá convertir en viviente la materia inanimada.

NB. Este artículo fue transmitido como charla por la radio y publicado por primera vez el 14.12.03 en una edición limitada. Lo he revisado ligeramente para esta su segunda impresión.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y entregándole tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#698 (23.10.11) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

lunes, 28 de diciembre de 2009

EL INICIO DE LA VIDA

Cada vez que se discute acerca de la legitimidad del aborto surge la cuestión: ¿A partir de qué momento empieza la vida humana? ¿Desde la concepción, cuando los padres se unen y se engendra el embrión, o cuando nace la criatura? ¿Es el feto sólo un apéndice del cuerpo de la madre, como sostienen algunos, esto es, un ente sin vida propia, o es un verdadero ser humano? Para el cristiano es importante tener ideas muy claras sobre este punto para no ser confundido con los argumentos que a veces se esgrimen. Para ello nada mejor que ir a la palabra de Dios.´

El salmo 71, dice así: “En ti somos sustentados desde el vientre materno” (Sal 71:6ª). Dios sustenta al ser humano no sólo desde que nace sino desde el instante de la concepción. Es el aliento de Dios lo que nutre la vida del feto a través de la madre.

La vida humana no está en la alimentación, ni en el oxígeno del aire, ni es producto de reacciones químicas, sino es una esencia o energía que viene de Dios y que reside en la sangre.

Todos los seres vivientes, toda la creación, se mantiene, crece y se desarrolla porque Dios la sustenta. Nosotros concebimos el acontecimiento de la creación, que narra el primer capítulo del Génesis, como un acto único, ocurrido de una vez por todas en el pasado remoto. Pero, en realidad, la creación es un acto continuo de Dios, desde la eternidad hasta la eternidad, que nunca cesa. El salmo 104 dice: “Envías tu espíritu y son creados y renuevas la faz de la tierra.” (v. 30). Es decir, Dios está creando constantemente vidas nuevas. Si no lo hiciera, la humanidad desaparecería por extinción. Si ese recrear continuo se interrumpiera un solo instante, si Dios dejara de sostenerla un solo momento, la creación entera desaparecería y en un abrir y cerrar de ojos volvería a la nada de donde salió. Apunta el mismo salmo 104: “Les quitas el hálito y cesan de ser y vuelven al polvo.” (v. 29b). Como dice el libro de los Hechos: “Él es quien da a todos vida y aliento.” (v. 17:25). Cuando Dios quita el hálito al hombre y al animal, ambos mueren, porque la vida de uno y otro la sostiene Dios.

La Escritura insiste no sólo en el hecho de que es Dios quien da vida al ser humano desde que es concebido, sino también en que Él es quien hace salir del vientre a la criatura que está por nacer: “De las entrañas de mi madre tú fuiste el que me sacó” dice el salmo 71:6b.

El alumbramiento, ese acto decisivo de la existencia, por el cual el ser humano inicia su vida independiente, es un acto causado por Dios –no un hecho automático provocado por fuerzas biológicas ciegas. Nadie tiene derecho de interferir en ese acto, de sacar al feto antes de que Dios lo haga, salvo que, por razones médicas, para salvar la vida del hijo o de la madre, o para evitar un alumbramiento difícil, se adelante el parto o se haga una cesárea. Pero no se puede sacrificar la vida del feto para salvar la de la madre.

Algunos sostienen que el alma y el espíritu son creados por Dios en el momento mismo del nacimiento. Si así fuera, quedaría por contestar a la pregunta: ¿De qué vida vive el feto si no tiene alma y espíritu? Porque sin alma y espíritu no hay vida. Se dice que el feto vive de la vida prestada de la madre, lo cual es verdad en cierto sentido, porque el oxígeno y los nutrientes que alimentan sus células le llegan con la sangre de la madre a través de la placenta.

Pero, ¿acaso no tiene el feto conciencia? Algunos investigadores han descubierto que tiene inclusive memoria. Dado que la conciencia y la memoria son personales y residen en el espíritu, ¿de dónde las tiene si no tiene vida propia?

La Escritura afirma que el feto tiene vida propia cuando el ángel le dice a Zacarías del hijo que va a tener su mujer Isabel, (esto es, del futuro Juan Bautista): “Será lleno del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre.” (Lc 1:15b). Lo dice de la criatura por nacer, no de su madre.

¿Cómo podría saltar de gozo al oír la voz de María, que viene a visitar a Isabel, si no tuviera oídos que escuchen? (Lc 1:42-44) ¿Oyó la criatura la voz de María al mismo tiempo que su madre, o cuando Isabel oyó la voz la criatura supo por intuición de quién se trataba? Es indiferente, porque la criatura no conocía a María pero, iluminada por el Espíritu, supo a Quién traía en el seno, y por eso saltó de alegría.

Por ello, es más plausible suponer que el alma y el espíritu son creados por Dios en el momento mismo de la concepción, junto con el embrión, y que los padres son los agentes de la generación tanto material como espiritual del ser humano. De ahí también la responsabilidad que asumen al unirse.

Ten bien en cuenta: Los padres son los intermediarios de la creación de un nuevo ser que existe en esencia completo con cuerpo, alma y espíritu, desde el momento mismo de la fecundación. Pero el creador de ese nuevo ser humano es Dios y su vida le pertenece a Él, tanto como la vida de cualquier hombre o mujer que camine sobre la tierra. Atentar contra la vida del feto, arrancarlo del vientre es un asesinato. Amiga o amigo que lees estas líneas, nunca seas reo de la sangre de un ser humano indefenso.

NB Estos dos artículos fueron escritos para la radio el 06.11.99, el primero; y el 19.06.96, el segundo. Se publican por primera vez.

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