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jueves, 1 de agosto de 2013

SIMPLICIDAD

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.

SIMPLICIDAD

"Porque nuestra gloria es ésta: el testimonio de nuestra conciencia, que con simplicidad (Nota 1) y sinceridad de Dios, no con sabiduría humana, sino con la gracia de Dios, nos hemos conducido en el mundo y mucho más con vosotros." (2Cor 1:12)
            Una de las virtudes más celebradas de la espiritualidad antigua es la simplicidad. ¿En qué consiste la simplicidad cristiana? En no tener otro propósito en la vida sino agradar a Dios y que ésa sea la finalidad de todos nuestros actos.
            La historia de Marta y de María es ejemplar en este sentido. El propósito de Marta, tal como aparece en la narración de Lucas, era digno de encomio: Ella, como buena ama de casa, quería atender a Jesús como huésped de la manera más apropiada. Pero Jesús la reconvino suavemente: "¡Marta, Marta! Estás preocupada de muchas cosas..." (Lc 10:41).
            ¿Cuáles serían? Que los cubiertos y el mantel estén bien limpios, que la mesa esté bien servida, que los diferentes platos de comida estén a punto y deliciosos..., como se preocupa cualquier  buena ama de casa cuando tiene invitados (Nota 2). Pero todas estas preocupaciones la desviaban de lo principal: escuchar a Jesús, poner sus ojos en Él. "Una sola cosa es necesaria. María ha escogido la mejor parte y no le será quitada." (v. 42).
            ¿Qué había escogido María? Ella no trataba de quedar bien con Jesús. No trataba de agradar a los demás huéspedes. Ella sólo tenía un objetivo: Beber las palabras de Jesús; beber su rostro con la mirada.
            Eso era lo más importante y no le sería quitado.
            ¿Cuántas de nuestras ocupaciones preferidas, o de las actividades con que nos ganamos la vida, nos serán algún día quitadas,  sea porque nos cambian de puesto en el trabajo o porque nos despiden?
            ¿O si se trata de alguna obra cristiana, o de un ministerio, porque en la iglesia hay un cambio de orientación, o de liderazgo, o de colaboradores? ¿O simplemente porque me mudo de casa y me voy a vivir a otro barrio, lejos de mis amistades y relaciones? Pero a María Jesús le dice: Esto no te será quitado.
            Cualquiera que sean los cambios radicales que pueda experimentar mi vida, una cosa puede permanecer siempre, porque no depende de las circunstancias exteriores: Poner mis ojos en Jesús. Es un asunto de la voluntad y de la atención.
            La simplicidad es pues una forma de amor sobrenatural que hace que la meta de todos nuestros actos y de todos nuestros pensamientos sea agradar a Jesús.
            El autor de Hebreos lo expresa bellamente: "Corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe." (Hb 12:1,2).
            Tú puedes estar involucrado en muchos trabajos, en muchas labores espirituales, en muchos ministerios, y puedes estar corriendo para alcanzar tus metas. Pero todo eso puede ser una pérdida de tiempo, una desviación del camino, si no lo haces para agradar a Dios.
            Si tú te empeñas en quedar bien con tu líder -algo en sí bueno- o en cumplir concienzudamente tus metas, ¿por qué lo haces? ¿Para agradar a tu líder, para sentirte satisfecho contigo mismo, o para agradar a Dios? Si lo haces principalmente para agradar a tu líder, o a tu pastor, aunque te feliciten y te promuevan, tu éxito y el buen resultado que obtengas valen poco.
            "¿Busco yo agradar a los hombres?" pregunta Pablo (Gal 1:10).
            Pero si tu Norte es sólo agradar a Dios, sin cuidarte de lo que los hombres piensen de ti, irás derecho y rápido a la meta, porque tendrás su ayuda en grado sumo. También tendrás pruebas. Pero eso es ya otro asunto.
            ¿Qué estás buscando en el ministerio cristiano? ¿Destacar y ser uno de los preferidos, de los más conocidos y admirados en tu iglesia, o en tu ciudad?  Si ése es el caso estás persiguiendo una meta irrisoria y vana, estás sirviendo a un líder de poca importancia. Tu objetivo es demasiado pequeño para la eternidad. El fuego lo quemará un día y se revelará que fue sólo paja (1Cor 3:12-15).
            Jesús dijo: Una sola cosa es necesaria. No dijo una sola cosa es conveniente. Todo lo demás puede ser conveniente: que te feliciten, que te aprecien, que estén contentos contigo. Es conveniente, pero no es necesario.
            Cuando viajamos ¿llevamos lo conveniente, o lo necesario en la maleta? Lo conveniente puede ser que nos estorbe. Esta vida es un viaje a la eternidad. Todo el equipaje que llevemos de más, sobra y estorba. Una sola cosa es necesaria, agradar a Dios. Eso da valor eterno a todo lo que hacemos, aun a lo que carece de importancia, aun a las cosas más nimias.
            Podemos estar llevando una vida convencional, trivial, rutinaria, que no se distingue en nada especial, y estar ocupados en un oficio de lo más ordinario y banal. Pero si todas nuestras acciones en esa actividad las hacemos tratando de agradar a Dios y teniendo en mente ese propósito, el más pequeño de nuestros actos puede tener a los ojos de Dios un valor mucho mayor que una hazaña que acapare los titulares de los diarios. No ganaremos nunca un premio Nobel, pero recibiremos una corona gloriosa en los cielos, mucho mayor que la de muchos hombres que se cubrieron de gloria en la tierra y cuyos nombres estaban en boca de todos. La frase de Jesús: "Los últimos serán primeros" (Lc 13:30) tiene también aplicación en este caso.
            Notemos que el texto que citamos al comenzar dice: "con simplicidad y sinceridad de Dios". Dios, siendo infinito, es simple porque es perfecto. No hay complicaciones en Él. Los seres humanos somos complicados y las mujeres lo son aún más (dicen los hombres).
            Nuestra complejidad es resultado del pecado. Nuestra complejidad está tejida de egoísmo.
            Jesús dijo: "Sed cautos como serpientes y simples como palomas." (Mt 10:16). La paloma es un emblema de la simplicidad. También lo es del Espíritu Santo.
            El Espíritu Santo es simple. Por eso se contrista fácilmente (Ef 4:30).
            Cuando somos complicados en nuestro lenguaje no llegamos con facilidad a nuestros oyentes y a la gente.
            ¿Habrá habido un predicador más simple que Jesús? Tratemos de imitarlo.
            Los niños son simples y su mirada es directa. No tienen segundas intenciones. Por eso su mirada se roba nuestros corazones. Se roban también el corazón de Dios. Por algo Jesús dijo que de los niños y de los que son como niños es el reino de los cielos (Mr 10:14,15). No dijo de los sabios, no de los laureados, no de los más inteligentes ni de los más virtuosos, sino de los que son como niños. ¿Qué habrá en eso de ser como niño que agrada tanto a Dios? La simplicidad de corazón.
            Pero también agrada a los hombres. La mirada directa, simple de un adulto, hombre o mujer, nos atrae instintivamente. Pero las miradas de los adultos por lo general son opacas, turbias, no transparentes, ocultan lo que está detrás de los ojos, en la mente. Como la gente que lleva puestos anteojos oscuros que no dejan ver su mirada. Se los ponen, creo yo, porque no quieren que adivinemos lo que piensan. Instintivamente desconfiamos de ellos.
            La verdadera sabiduría es simple. Los filósofos paganos de la antigüedad escribieron elocuentemente acerca de las virtudes, pero no las practicaban. Las conocían porque sabían muy bien qué era lo que les faltaba. Posiblemente los que menos las practicaban eran los que más las elogiaban. Eso aplacaba sus conciencias.
            Pero ni la humildad ni la simplicidad figuraban en el elenco de sus virtudes. Al contrario, para ellos la humildad era un defecto, una bajeza indigna del ciudadano. Era algo reservado para los esclavos. Sólo Cristo reveló a la humildad como una virtud. Y aun peor -en el criterio pagano- la elogió aunada a la mansedumbre: "Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11:29).
            Los dioses paganos eran arrogantes. Se peleaban y competían entre sí. Pero Jesús se humilló a sí mismo tomando forma de siervo porque, aunque era Dios, se hizo obediente hasta la muerte. A eso lo llama Pablo, la locura de la cruz, un escándalo para los judíos y una locura para los gentiles o paganos. (1Cor 1:23).
            ¿A quién obedeció Jesús en el Calvario? A sus jueces y a sus verdugos. Unos más impíos que otros.
            "Como cordero fue llevado al matadero..." (Is 53:7). Esto es el colmo de la mansedumbre.
            Él obedeció a los que eran muchísimo menos que Él, porque en la simplicidad de su corazón sólo buscaba agradar a Dios, su Padre, y hacer su voluntad (Jn 4:34;5:30;6:38).
            En la simplicidad de nuestro corazón ése debe ser nuestro principal objetivo.
            La simplicidad destierra toda preocupación sobre los medios para agradar a Dios, toda preocupación acerca de las estrategias para alcanzar nuestras metas.
            No quiero yo decir que no haya métodos y estrategias que emplear para ganar almas y consolidarlas en el reino. Eso tiene ciertamente su lugar. Pero es secundario respecto de lo principal.
            Si no es el puro y simple amor a Dios lo que nos impulsa a ganar almas, todas nuestras palabras y todos nuestros esfuerzos tendrán poco éxito, porque los medios y motivos humanos en este campo son inútiles.
            No hay técnica más eficaz para llegar al corazón de los perdidos que el amor "no fingido" (1P 1:22). El amor fingido, el amor que se esfuerza por parecer lo que no es, no penetra la coraza de la desconfianza humana. Pasado el primer efecto que puede producir la elocuencia, la emoción se desvanece. Sólo el amor puede traspasar la barrera que las desilusiones, o los vicios, han levantado alrededor del corazón de los perdidos.
            Si somos simples de corazón iremos de frente al corazón del pecador, como ocurría con las palabras y la mirada de Jesús.
            Si somos simples de corazón tampoco nos preocuparemos de lo que la gente piense acerca de nosotros, sea bien o sea mal. Al contrario, si somos despreciados estaremos contentos, porque Jesús lo fue antes que nosotros. Y si lo somos compartimos su suerte. Si somos perseguidos por su causa nos consolamos con el galardón celestial que se nos ha prometido (Mt 5:10-12).
            ¿Qué fue lo que escribió Pablo? Que si padecemos con Él, seremos glorificados con Él... a su tiempo. (Rm 8:17).
            La simplicidad nos permite ser indiferentes a la alabanza y a la crítica. La primera la agradecemos con toda simplicidad, sin falsa modestia. La segunda aun más, porque nos enseña a ser humildes.
            Pero ¿a cuántos las críticas les molestan, los impacientan, los ofenden? Los inquietan porque, en el fondo, detrás de la fachada de arrogancia, son inseguros. Les molestan porque necesitan ser constantemente alabados. Su yo inseguro requiere del bálsamo de la adulación para sentirse bien. Los ofenden porque tienen una muy tenue buena imagen de sí mismos y todo lo que perturba esa frágil imagen lo toman como agresión.
            Pero si nos contentamos con agradar a Dios, no nos molestan nuestras deficiencias y nuestros defectos. Nos basta tener nuestra suficiencia en Dios que todo lo puede... a pesar de nuestros defectos, porque sabemos que a despecho de nuestras deficiencias, Él obra a través nuestro.
            Si uno sabe que ha hecho lo que tenía que hacer, y que la finalidad de todos sus actos es servir a Dios, no le importa lo que la gente piense de él, porque la única opinión que realmente cuenta es la de Dios. Y aunque uno nunca puede satisfacer las demandas de Dios, sabemos que si actuamos con rectitud de conciencia Él suplirá lo que nos falta.
            La virtud de la simplicidad evita ofender a las personas en la conversación, porque es conciente de que aún con nuestras palabras debemos amarlas.
            Sin embargo, si alguna vez, por excesiva franqueza, uno se expresara de una manera que pudiera hacerlo quedar mal ante los demás, que pudiera desmerecerlo, no se inquieta por ello, sabiendo que todo está en manos de Dios, incluso la opinión que otros tienen de uno.
            La simplicidad nos permite alabar a Dios y darle gracias en todas las circunstancias, y por todo lo que nos suceda, aunque sea doloroso, o desagradable, o contrario a nuestros intereses, pensando que nada ocurre sin que Dios lo permita. Y si Él lo permite por alguna buena razón será... que ahora no vemos.
            La simplicidad ve a todas las personas, malas o buenas, creyentes o incrédulas, amigas u hostiles, reposando en el regazo de Dios que las creó, y que las ama tal cual son, así como nos amaba a nosotros antes de que nos volviéramos a Él, a pesar de todos nuestros defectos y errores. Si vemos a la gente en sus brazos no nos ocuparemos en juzgarlos o en criticarlos. (Sin embargo ¡Cuántas veces lo hago yo!) Si Dios me amó y fue misericordioso conmigo a pesar de todo ¿como no lo seré yo también con mi prójimo? (23.04.03)
Notas: 1. Reina-Valera 60 trae acá "sencillez"; otros ponen "santidad", "pureza", etc. La palabra griega aplótes es traducida de diversas maneras, pero "simplicidad" expresa aquí mejor el sentido de unidad. Así la traduce también la King James Version. Es posible que RV evite usar "simplicidad" por su parentesco con el sentido que tiene "simple" (necio, ignorante) en el Antiguo Testamento.
2. En términos modernos, porque en tiempo de Jesús no había cubiertos ni manteles; los comensales no se sentaban a la mesa, sino se recostaban en divanes.
NB. Este artículo fue publicado por primera vez hace diez años en una edición limitada. En esa ocasión hice hincapié en reconocer mi deuda con un pequeño libro anónimo titulado "El Alma Santificada", que reúne pensamientos de autores antiguos sobre diversos temas, y que me ha proporcionado las ideas matrices de este texto.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios por toda la eternidad, yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#784 (23.06.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

viernes, 23 de noviembre de 2012

LA VID VERDADERA I


Por José Belaunde M.
LA VID VERDADERA I
Un Comentario de Juan 15:1-6

Después de haberles hablado a sus discípulos mientras estaban en el Cenáculo acerca de la promesa del Padre y de la venida del Espíritu Santo, así como de su próxima partida, Jesús les pide a sus discípulos que se levanten y lo acompañen a donde Él se dirige (Jn 14:31).
En el camino Él les sigue hablando y les dice: “Yo soy la vida verdadera, y mi Padre es el labrador.” (15:1). Él se compara a sí mismo con una vid, el arbusto de tronco débil y ramas retorcidas del que brotan las uvas. No escoge para la comparación ninguno de los árboles de tronco enhiesto que también producen frutas, como el naranjo o el manzano, sino el arbusto cuyas ramas se arrastran por tierra.
La vid era una de las plantas más cultivadas en Israel, pues producía no sólo la fruta que les servía de alimento sino, sobre todo, el jugo con el cual, al fermentar, se preparaba el vino. Él escoge esta planta característica de los campos de Israel, como ejemplo para hablar de sí mismo y de su relación con su Padre, y con sus discípulos y, más allá de ellos, con la iglesia, porque es la más adecuada.
La planta se presta a esa comparación por su estructura: Primero, porque tiene raíces profundas de las que surge un tronco del que parten las ramas (sarmientos y pámpanos) de las que brotan los racimos de uvas. Segundo, porque desde la raíz hasta las ramas circula la savia que mantiene en vida la planta, símbolo de la gracia. Tercero, Jesús se compara a la vid porque ella es la más fructífera de todas las plantas en relación a su tamaño, y porque produce el fruto más exquisito, más jugoso, del cual se hace el vino que alegra los corazones, símbolo de la vida en el espíritu.
Pero ¿por qué dice Jesús que Él es la vid verdadera? (Nota 1)
Isaías compara a Israel con una viña (2) el viñador, que es Dios, había plantado amorosamente, y a la que dedicó todo su cuidado, y que, sin embargo, le dio uvas silvestres, es decir, agrias, en lugar de uvas dulces. (Is 5:1-7). En castigo de su mala conducta, Dios rompió su vallado y dejó que los extranjeros la pisaran hasta quedar desolada y desierta.
El Salmo 80 habla también de una vid que el Señor hizo traer de Egipto, y que cultivó con esmero al punto que “los montes fueron cubiertos de su sombra,” y que “extendió sus vástagos hasta el mar”. Sin embargo el Señor rompió sus vallados y la dejó a merced de todos los que pasaran, hasta que fue “quemada a fuego”. (Sal 80:8-16).
Al usar la imagen de la vid, Jesús está diciendo que la verdadera vid no es aquella del pasado, el pueblo de Israel, que fue abandonado por Dios a causa de su infidelidad, sino que Él es la vid que su Padre ha plantado, y que cuidará para que crezca y se extienda, y que sus pámpanos den abundante fruto. (3)
Como durante la cena que habían celebrado en el Cenáculo poco antes, Él les había repartido para que la bebieran la copa de vino que es su sangre, la mención de la vid en el contexto de esta conversación, digamos de sobremesa, tiene mucho sentido (Mt 26:27,28).
Él es pues la vid verdadera, y su Padre es el labrador que la cultiva después de haberla sembrado. Es obvio que en esta metáfora la siembra de la vid se refiere a la encarnación.
¿Qué es lo que el labrador hace con la vid una vez sembrada en surcos a lo largo de las pendientes de las colinas? Hasta donde yo sé la vid apenas necesita ser regada, pues se nutre de la humedad que conserva la tierra donde previamente cayó la lluvia. Es un cultivo de secano.
Mientras crece la tierra debe ser removida, y limpiada de malas hierbas para que no ahoguen a la plantita. Pero la tarea más importante que realiza el labrador con la vid es la poda.
A eso se refiere Jesús en el versículo siguiente:

2. “Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto.”
Las ramas en las que no han surgido los brotes que se convertirán en uvas, el labrador las corta y las separa; y toda rama que muestra las uvas en ciernes, él la limpia, quitándole las hojas excedentes.
¿Con qué fin hace eso el labrador? Para que cada rama de la vid pueda producir la mayor cantidad posible de racimos de uva.
Los sarmientos que brotan del tronco de la vid verdadera que es Jesús, son sus discípulos. Los de entonces y los de todos los tiempos. Brotaron, o fueron injertados, y están adheridos a la vid con un fin: dar fruto. El discípulo que no da buen fruto es arrancado de la vid por inútil, pero el que sí lleva fruto es podado, limpiado para que sea más fructífero.
Ese es el trabajo que Dios hace con nosotros, no una sola vez, sino constantemente: Podarnos, limpiarnos, purificarnos, para que le demos gloria con nuestro fruto.
A sus discípulos que han estado con Él durante los últimos tres años Él les dice: “Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado.” (v.3) La palabra por medio de la cual se efectúa la poda tiene la virtud de limpiarnos de impurezas. Ya ellos han sido podados por la palabra que han escuchado durante todo ese tiempo, y están listos para dar fruto abundante.
A continuación Él les exhorta (a ellos y a nosotros): “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.” (v.4).
Es necesario que permanezcamos unidos a Él, y que su Espíritu permanezca en nosotros. El argumento que Él da es obvio y, sin embargo, debe ser interiorizado por nosotros, porque podríamos fácilmente olvidarlo y creernos independientes de Dios. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece unido a la vid, recibiendo vida de la savia que circula por el tronco desde las raíces, tampoco el creyente puede dar fruto alguno si no permanece unido a Jesús que es la fuente de su vida. Toda ilusión que se tenga en sentido contrario es vana.

5. “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer.”
En este versículo Jesús hace explícito lo que en los párrafos anteriores permanecía implícito, aunque era obvio. Él es la vid, la planta entera, nosotros somos las ramas de la vid, los sarmientos o pámpanos. Notemos -porque esto es muy singular e importante- que no dice “yo soy el tronco de la vid y vosotros las ramas”, como a veces se interpreta, sino dice “yo soy la vid”, lo que incluye a la planta entera, raíces, tronco, ramas, hojas y racimos.
En otras palabras, insertos en Él, nosotros formamos parte de la vid verdadera; formamos un todo con Él. Aunque Él hablaba con sus discípulos estando todavía en vida, Él se estaba refiriendo a una realidad ulterior que se manifestará después de su ascensión al cielo.
A esa realidad alude Efesios cuando dice: “El marido es cabeza de la mujer como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo”. (Ef 5:23). Aludiendo a lo mismo Efesios dirá enseguida: “Porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos.” (5:30).
Poco antes ha dicho esa epístola, refiriéndose a esa realidad del cuerpo de Cristo, esto es, a la relación íntima que existe entre Él y nosotros, y entre sus hermanos, los cristianos, entre sí: “porque somos miembros los unos de los otros” (4:25). Somos parte de la vid verdadera. Por eso puede decir:
“El que permanece en mí y yo en él, este lleva mucho fruto”. ¿Quién es el que permanece en Él, y viceversa? ¿Y cómo se da esa permanencia?
Está en Él y permanece en Él, el que tiene el Espíritu de Cristo morando en Él por la fe, desde el momento en que nace de nuevo (1Cor 3:9). Desde el instante en que el Espíritu de Cristo entra en una persona, esa persona está en Cristo y permanece en Cristo, y Cristo en él, mientras no lo rechace consciente y voluntariamente, apartándose de la fe.
Lo que nos mantiene unidos a Cristo es la fe. Esa unión no es estática sino dinámica, pues puede ser más o menos íntima y efectiva, en la medida en que nosotros llevamos nuestra fe a la práctica mediante nuestras obras; en la medida que busquemos aumentar nuestra comunión con Él mediante la oración y la práctica de la presencia de Dios; y en la medida en que nos llenemos de su amor.
El que permanece en Él recibe la savia del tronco, que es la vida de Cristo, y puede gracias a ella llevar mucho fruto y ser luz del mundo. (Mt 5:25).
Enseguida Jesús afirma algo que es el corolario de lo anterior, pero que hace bien en recalcar: Separados de Él no podemos hacer nada, somos impotentes en términos espirituales, tal como la rama que es separada de la vid deja de producir racimos de uvas y se seca.
Podemos hacer muchas cosas en el mundo estando separados de Él. Incluso hay ciertas cosas que sólo podemos hacer, como condición previa, si estamos separados de Él completamente; cosas que Él detesta, y que podrían acarrear nuestra condenación. Pero nada podemos hacer de bueno, nada que traiga bendición para nuestra vida y para la de otros, si no permanecemos unidos a Él, porque la fuerza, el poder para hacerlas nos vienen de Él.
Pero el enemigo es tan astuto que puede simular esa permanencia cuando la hemos perdido, o hacernos creer que en nuestras propias fuerzas podemos llevar mucho fruto, y hacer grandes cosas en el espíritu sin depender de Jesús. ¡Vana ilusión! Nuestra vida depende totalmente de Él.

6. “El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden.”
¿Cuál es la suerte del que no permanece en Él? Como la rama que se ha separado del tronco ya no recibe la savia que le da vida, el que no permanece unido a Jesús, deja de dar fruto y se marchita. Entonces los viñadores vienen y lo echan fuera de la viña para que no estorbe, y no contamine al resto de las vides. Una vez hecho eso los viñadores vienen y recogen las ramas que han sido desechadas, las juntan y les prenden fuego para que ardan hasta consumirse (cf Mt 13:30).
Este versículo es una alusión a la condenación eterna, al fuego del infierno que amenaza a todo el que, habiendo conocido a Dios, no permanece fiel. Su castigo será mayor que el que reciba el que nunca lo conoció.
De este versículo se deduce que sí es posible que el que ha conocido a Dios pueda apartarse de Él, algo que algunos niegan. Pero Jesús afirma explícitamente que el que no permanece en Él, es apartado y se condena. No lo mencionaría si fuera imposible que suceda.
Enseguida Jesús pone dos condiciones para que nuestras oraciones reciban respuesta. Pero de eso hablaremos en la próxima entrega.

Notas: 1. En griego literalmente: “Yo soy la vid, la verdadera.”

2. Los reyes macabeos hicieron acuñar monedas que en un lado llevaban grabada una vid. El rey Herodes, el Grande, hizo adornar una de las puertas del templo reconstruido por él, con la figura de una vid labrada en la piedra.

3. Al hablar de la vid Jesús puede haber recordado cómo numerosos pasajes proféticos mencionan en parábolas a la viña (es decir, al sembrío de vides) como símbolo de su pueblo, tales como Is 27:2,3; Jer 2:21; 5:10; 10:9; 12:10,11; Ez 15:1-8; 17:5-10; 19:10-14; Os 10:1; Jl 1:7. Él mismo se valió de la viña, más de una vez, como imagen para ilustrar sus parábolas (Mt 20:1; 21:28; 21:33-43; Lc 13:6).

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Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te invito a pedirle a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

g#752 (11.11.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).