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viernes, 14 de julio de 2017

EL JUICIO DE LAS NACIONES I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
EL JUICIO DE LAS NACIONES I
Un Comentario en dos partes de Mateo 25:31-46
Hay quienes llaman a este episodio de Mateo “parábola”, como si aludiera en
términos de semejanza, pero no realistas a un acontecimiento futuro de envergadura cósmica. Pero, aunque contiene elementos de parábola, no es una parábola propiamente dicha, sino una descripción profética que usa un vocabulario pastoril fácilmente comprensible de lo que será ese acontecimiento extraordinario del juicio final en la consumación de nuestra era al final de los tiempos. (Nota 1) En ese momento, en que todos los seres humanos, después de haber resucitado, compareceremos, ya no individualmente como una vez lo hicimos, (o haremos, tratándose de los que aún estamos vivos) sino colectivamente como raza, ante nuestro Creador, para escuchar la sentencia definitiva y confirmatoria que selle nuestro destino eterno.
El lugar donde figura este pasaje en Mateo es muy apropiado, pues viene después del anuncio de la venida de Jesús, y del fin de una era que llegará inesperadamente (cap. 24), y de las dos parábolas en el siguiente capítulo, que nos hablan de la necesidad de estar preparados para su regreso.
Él ha venido hablando a sus discípulos en diversas oportunidades de su regreso en gloria para juicio (Mt 16:27); y Pablo mismo ha aludido a ese acontecimiento en más de una ocasión (1Cor 15:51,52; 1Ts 4:16,17).
31. “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con Él, entonces se sentará en su trono de gloria.”
La expresión “Hijo del Hombre” que Jesús usa para referirse a sí mismo, viene de la visión que tuvo el profeta Daniel sobre el final de los tiempos, cuando vio que con las nubes venía uno como “hijo de hombre”, que se acercó “al Anciano de días”, esto es, al Padre eterno, “y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino, un reino que no será destruido jamás.” (Dn 7:13,14). El hecho de que Él hable de sí mismo usando ese título mesiánico, indica la conciencia que Él tenía de su misión y de cómo Él estaba cumpliendo el papel que le asignaban las profecías antiguas.
Él viene en su gloria, la gloria que tuvo con el Padre “antes de que el mundo fuese.” (Jn 17:5), es decir, desde toda la eternidad, en aquella gloria esplendorosa que caracteriza su naturaleza divina, y que es inimaginable para los ojos humanos. Viene acompañado por un cortejo triunfal de miríadas de ángeles que son su corte celestial, y se sienta en el trono majestuoso que le corresponde como Rey del universo, a quien el Padre ha dado el poder de juzgar (Jn 5:22,23).
32,33. “y serán reunidas delante de Él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda.”
Todos los pueblos (etné plural de etnós) de la tierra, esto es, judíos y gentiles, cristianos y paganos sin distinción (2), todos los que alguna vez vivieron sobre la tierra, se juntarán delante de Él, como están los acusados de pie ante el juez para escuchar la sentencia (2Cor 5:10). Todos estarán delante de Él, los que le reconocieron y los que le negaron. Todos sin excepción, y los que no lo reconocieron tendrán que hacerlo en ese momento aunque no quieran. Todos tendrán que doblar la rodilla delante de Él, quiéranlo o no (Rm 14:11; cf Is 45:23).
Entonces Él separará a los buenos de los malos, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. A unos los pondrá a su derecha, y a los otros, a su izquierda, como los segadores separan el trigo de la cizaña después de la siega (Mt 13:30).
A los buenos se les llama ovejas, porque son mansas, dóciles y humildes, y dan abundante lana blanca que sirve de abrigo; mientras que los díscolos cabritos, que representan a los malos, tienen el cuero cubierto de un pelo negro y tosco que sólo sirve para ser pisado como alfombra.
La diestra es la mano del poder, del honor, de la dignidad y del triunfo: “Como dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies.” (Sal 110:1; cf 1R 2:19; Sal 45:9; Rm 8:34). La izquierda –llamada también siniestra, palabra que tiene un significado ominoso- simboliza desdicha, desgracia, servidumbre, deshonra.
¿Quiénes son los enemigos de Jesús en esta escena de juicio? Los cabritos. No por nada en la ley de Moisés se escoge a un “macho cabrío” para que sirva de chivo expiatorio, y se le cubre con los pecados del pueblo; para que los cargue sobre sí, y sea enviado al desierto a Azazel, que es  figura del diablo (Lv 16:7-11, 20-22).

34. “Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo.”
El Hijo del Hombre que caminó en la tierra como un ser humano cualquiera es ahora el Rey, que está sentado en su trono majestuoso para juzgar. Y Él dirá a los que están a su derecha: “Venid benditos de mi Padre”. ¿Quién no quisiera escuchar esas palabras dirigidas a él, estando a la derecha del Rey? ¡Bendecido de mi Padre! Sobre ti reposarán no sólo las bendiciones de Abraham, Isaac y Jacob, sino muchas más, que ellos no conocieron, que vienen de haber sido redimidos por el Cordero, que ahora se sienta como Rey en el trono, y que apuntan a un gozo y a una dicha gloriosa que nunca termina (Ef 1:3).
“Heredad el reino”. Heredar es recibir un bien por el cual uno no ha trabajado, que uno no ha ganado con el sudor de su frente, sino que otro ganó para uno. Jesús, nuestro hermano mayor, lo ganó para nosotros en la cruz. Se hereda por filiación. Heredamos el reino porque somos hijos de Dios en virtud de la fe (Rm 8:17). Los que no son hijos, los que no creyeron sino que rechazaron a Jesús, y por tanto, son hijos del diablo, no heredan el reino celestial, sino otro horrible lleno de tinieblas.
Se nos dice: “Venid heredad…” porque un día acudimos al llamado de Jesús: “Venid a mí los que estáis cansados y fatigados, que yo os haré descansar.” (Mt 11:28); los que acudimos a su llamado cuando nos dijo: “Ven y sígueme.” (Lc 18:22).
Ese reino ha sido preparado para nosotros desde antes de la creación del mundo (o desde la eternidad). Ya estaba entonces en la mente de Dios. Ese reino es el cielo, la dicha eterna de que gozaremos algún día contemplando a Dios, en que lo veremos tal cual es, sin velos ni sombras que nublen nuestra mirada. Pero hay más: El reino de Dios, que comprende los cielos y la tierra, el universo entero, fue creado para nosotros, por nuestra causa, para que fuese nuestra morada eterna.
35,36. “Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí.”
Aquí el Rey empieza a enumerar las obras de misericordia que Dios desea y espera que el cristiano haga, comenzando por lo más elemental, la de satisfacer las necesidades de alimento de los que carecen de él, y sin el cual nadie puede subsistir. Hay pocos sufrimientos más agudos que los que produce el hambre, que puede llevar a los hombres a la desesperación.
Aún más aguda es la necesidad de agua, sin la cual la vida del cuerpo no se mantiene. Más días se puede estar sin comer que sin beber, porque el agua es esencial para las funciones vitales del organismo.
Estos dos actos de misericordia tienen que hacer con el sostenimiento de la vida corporal. El siguiente tiene que hacer con las relaciones humanas, con la necesidad de compañía, de fraternidad. Llegar a un lugar que no es el nuestro, donde nadie nos conoce, ni conocemos a nadie, nos produce una sensación de desamparo y de peligro porque, por lo general, el poblador mira con desconfianza, si no con hostilidad, al extranjero. Acogerlo satisface una necesidad básica de relación humana, de amistad, de protección y seguridad. Esta es una necesidad que padecen con frecuencia los más pobres, los que no tienen techo, pero también los emigrantes y los refugiados.
Al respecto Basilio de Cesarea (329-379) comenta: “El pan que retenemos le pertenece al hambriento, el desnudo reclama la ropa que guardas en tu armario, el zapato que enmohece en tu alcoba le pertenece al que anda descalzo, al necesitado le pertenece el dinero que tienes escondido…” Todo lo que tienes y no necesitas se lo has robado al que podría usarlo. Nada podrá disculpar a quien el pobre hambriento acuse de despedirlo con las manos vacías. Por algo dice Salomón: “El que da al pobre, le presta a Dios.” (Pr 19:17)
El siguiente acto de misericordia tiene que hacer nuevamente con el cuerpo: la necesidad de abrigo para protegerse del frío y de la intemperie.
Sabemos que el cuerpo puede fácilmente enfermarse y su salud quebrantarse. El enfermo tiene no sólo necesidad de medicamentos para curarse, sino también de apoyo humano y de compasión, pues sufre a veces de grandes dolores, y se ve impotente debido a las graves limitaciones físicas y al malestar que la enfermedad le impone.
Por último, si el justo está preso, puede ser sólo a causa de una injusticia, o porque es perseguido. ¡Con cuánta razón necesita que se le visite, que se le ayude y se le muestre solidaridad con su situación! Todas estas cosas debemos hacer por el prójimo, y Jesús espera que nosotros, como discípulos suyos, las hagamos. Si no las hacemos, le fallamos no sólo al prójimo, sino sobre todo a Jesús.
¿Por qué aprecia tanto Dios estas obras, puesto que las menciona como fundamento de su sentencia? Porque ellas son manifestación del amor al prójimo que nos ha ordenado tener y que, a su vez, es expresión del amor que le tenemos a Él. Como dice Juan: “El que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” (1Jn 4:20).
37-40. “Entonces los justos responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.”
Sorprendidos por las palabras del Rey, los justos le preguntarán: ¿Cuándo hicimos nosotros esas cosas por ti? ¿Cuándo te vimos en esas condiciones, si nunca tuvimos el privilegio de verte? Y Él les contestará: Cuando las hicisteis al menor de vuestros hermanos, al más pequeño, al más ignorado y despreciado, a mí las hicisteis, porque yo estaba en él, y sufría lo que él padecía pues, tenedlo bien en cuenta, era yo quien estaba en esas condiciones. Todos los seres humanos han sido creados por mí, son mis criaturas y yo me identifico personalmente con cada uno de ellos, porque salieron de mis manos. Si el padre, o la madre, sufren lo que padecen sus hijos, ¿no ocurrirá eso conmigo en una mayor proporción, pues soy su Creador que obró a través de los padres humanos? Por eso, todo lo que se haga al menor de ellos, a mí es hecho, porque yo amo a cada uno de ellos en una forma que ningún ser humano puede comprender.
Aquí se nos revela pues cuál debe ser la motivación central de nuestra vida y de todos nuestros actos: el amor. Si nosotros le pertenecemos, debemos estar llenos de ese sentimiento hacia nuestro prójimo, sea él nuestro amigo o nuestro enemigo.
Sí, también nuestro enemigo, como Jesús recalcó una vez (Mt 5:44). Se nos juzgará pues, no exactamente por nuestras obras, como algunos sorprendidos podrían concluir, sino por cuán llenos hayamos estado del amor que proviene de Dios, por cuán unidos hayamos estado a Él y hayamos reflejado su carácter; por cuán verdadera y sinceramente hayamos sido sus discípulos.
Porque si veo a uno que tiene hambre ¿permaneceré indiferente a su necesidad? ¿Podré sentarme a la mesa tranquilo? ¿O no me apresuraré a alcanzarle un plato de comida? Y si alguno tiene sed, ¿no le alcanzaré un vaso de agua? O si está enfermo, o en la cárcel, ¿no me interesaré por su suerte, e iré a visitarlo?
Algún día pues, seremos juzgados por cuán unidos estuvimos a Jesús en vida, en nuestros hechos y nuestra conducta, por cuánto nos esforzamos en ser como Él, en imitarlo, por cuánto lo amamos en suma.
En verdad, si lo pensamos bien, Jesús tuvo hambre durante las horas de su pasión, pues no se le dio un ápice de comida; tuvo una sed terrible en la cruz, porque se había desangrado y, por consiguiente, su cuerpo había perdido una gran cantidad de agua. Estuvo desnudo cuando lo despojaron de su ropa, y al verlo así, hubiéramos querido, de haber sido posible, cubrirlo de besos y caricias. Estuvo enfermo después de que lo hubieran torturado y azotado, y hubiéramos querido lavarlo y curarlo; estuvo preso y en cadenas, y no pudimos ir a visitarlo.
Puesto que no lo hicimos cuando Él se hallaba en esas condiciones, ahora se nos da la oportunidad de hacerlo, haciéndolo con el más miserable de nuestros hermanos, como si lo hiciéramos a Él, porque Él está en cada uno de ellos.
Cuanto más humilde y miserable sea una persona, más cerca está Jesús de ella, porque ella es como Él, que se humilló a sí mismo al despojarse de su forma de Dios, tomando forma de siervo, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz (Flp 2:6-8), como si fuera un malhechor, Él, que nunca pecó y fue el más grande benefactor de la humanidad.
Cuán a pecho toma Jesús la condición de los hombres, que lo que se haga al menor de ellos, se le hace a Él, como ya dijimos; le duele o le agrada lo que se le haga, como si a Él mismo en persona se le hiciera.
Cuando tú pues le cierras la puerta a un pobre, o le niegas una limosna al que te extiende la mano, a Él le estás dando un portazo, a Él le estás negando tu ayuda; a Él, sí a Él le duele como si a Él mismo se lo hicieras.
Ten pues cuidado de cómo tratas, de cómo hablas, de cómo te comportas con tu prójimo, pues Jesús está en él.
Notas: 1. Nótese que cuando al comienzo del gran discurso del capítulo anterior, los discípulos le preguntan a Jesús cuál será la señal de su venida, y del final de todo, ellos no emplean la palabra kósmos (mundo), sino aionos (siglo, era). Igualmente en el pasaje de la Gran Comisión (Mt 28:116-20) Jesús les promete que estará con ellos no hasta el fin del kósmos, sino hasta la consumación del aiónos, aunque la versión castellana ponga en ese lugar “mundo”.
2. Hay quienes sostienen que quienes serán convocados a juicio en esta escena serán sólo los judíos; otros piensan que serán sólo los cristianos. Pero lo serán todos los seres humanos, porque la palabra “naciones” no excluye a nadie.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."

#942 (11.09.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

viernes, 19 de mayo de 2017

JESÚS ANUNCIA LA DESTRUCCIÓN DE JERUSALÉN III

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
JESÚS ANUNCIA LA DESTRUCCION DE JERUSALÉN III
Un Comentario de Lucas 21:22-24
22. “Porque estos son días de retribución, para que se cumplan todas las cosas que están escritas.”

Día de retribución o de venganza, del ajuste de cuentas, por no haber reconocido el día de su visitación, por haber rechazado y crucificado al Mesías que venía a salvarlos. Este versículo debe leerse recordando lo que Jesús ya había dicho sobre la destrucción futura de Jerusalén: “Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella, diciendo: ¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, cuando tus enemigos te rodearán con vallado, y te sitiarán, y por todas partes te estrecharán, y te derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación.” (Lc 19:41-44).
La retribución es el pago, la venganza por todo el mal cometido anteriormente en contra de Dios y del pobre, tantas veces denunciado por los profetas de Israel, pero sobre todo, por el crimen cometido al crucificar a Jesús. Los profetas del pasado habían hablado con frecuencia del “día del Señor”, el “día de la ira” y “de la venganza”. Por ejemplo Isaías: “He aquí el día de Jehová viene, terrible, y de indignación y ardor de ira, para convertir la tierra en soledad y raer de ella a sus pecadores.” (13:9) (1). También otros profetas como Oseas (9:7), Joel (2:1,2), Amós (5:16-20) y Sofonías (1:14-18) usan un lenguaje semejante (2).
Nótese que así como hay un día de ajuste de cuentas para las naciones (piénsese en la destrucción devastadora que sufrió Alemania al final de la segunda guerra mundial, en la que ciudades enteras fueron casi borradas del mapa) lo hay también para los individuos, en el que se cosecha todo lo que se ha sembrado. Esa cosecha se produce no sólo en la otra vida, sino muchas veces también en ésta y, a veces, sin mucha dilación, en términos de deterioro de la salud, de soledad, de pobreza y ruina, de abandono y muerte prematura. Pero para muchos esos días de sufrimiento son también días de gracia, porque gracias a esos dolores y días de tribulación buscan a Dios y se convierten.
23. “Mas ¡ay de las que estén encinta, y de las que críen en aquellos días! Porque habrá gran calamidad en la tierra, e ira sobre este pueblo.”
Aquí Jesús habla de la terrible suerte que correrán las mujeres que estén impedidas de huir libremente, sea porque están encinta, sea porque tienen hijos pequeños de los que deben ocuparse y que las retienen. Vale la pena recordar a este respecto las palabras que Jesús pronunciara poco después camino al Calvario, dirigiéndose a las mujeres que lo seguían, porque son una intensificación de la profecía: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos. Porque he aquí que vendrán días en que dirán: Bienaventuradas las estériles y los vientres que no concibieron, y los pechos que no criaron.” (Lc 23:28,29) (3)
Pero lo que ocurrirá a los habitantes de la ciudad no tendrá precedentes, será una terrible calamidad nunca vista, en que se derramará toda la ira divina. El relato del horrendo sufrimiento que padecieron los que permanecieron en la ciudad sitiada que hace el historiador Josefo, es sobrecogedor: los parientes se disputaban furiosamente en las casas el menor rastro de alimento; en su desesperación se comían hasta las suelas de los zapatos y el cuero de sus correas; las mujeres asaban a sus propios hijos pequeños para comerlos; la gente que se moría de hambre estaba tan exánime que era incapaz de enterrar a los cadáveres, por lo que un terrible hedor de cadáveres en descomposición flotaba sobre toda la ciudad… El sufrimiento de los habitantes se vio agravado por el hecho de que antes de que se acercaran las tropas romanas los fanáticos zelotes tomaron el control de la ciudad, y obligaron a todos sus pobladores a resistir, incluso a aquellos que consideraban que era inútil toda resistencia, y asesinaron a mansalva a sus opositores, cometiendo toda clase de torpes excesos. A todo ello se añadió el ingreso de unos 20,000 idumeos ávidos de sangre, hecho que suscitó una querella entre los zelotes mismos que se dividieron en dos facciones. Esta disputa y las matanzas perpetradas, debilitaron la resistencia. Se cumplieron entonces con terrible exactitud las palabras de Jesús que consigna Mateo 24:21 “Porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá.”
24. “Y caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones; y Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan.”
Tito sitió la ciudad usando grandes torres de asalto que acercó a los muros, e hizo  construir un cerco adicional para que nadie pudiera entrar ni salir de ella, y así poder reducirla por el hambre. Pese a la terrible condición en que se encontraban, los sitiados ofrecieron una obstinada resistencia que descorazonó a los romanos. Derribada la torre Antonia, la ciudad fue tomada barrio por barrio en una lucha encarnizada cuerpo a cuerpo, y fue incendiada y reducida a escombros.
El 6 de agosto el templo fue incendiado por las tropas romanas. Josefo exime de responsabilidad a Tito (que era de hecho su patrón, pues él se había puesto al servicio de los romanos) atribuyendo el incendio al descontrol de las tropas. Pero, según el historiador Tácito, fue Tito mismo quien ordenó su destrucción pensando que, destruido el templo, la religión judía desaparecería junto con la cristiana.
Producida la derrota los romanos demolieron todas las casas y edificios que habían quedado en pie –exceptuando las tres torres del palacio de Herodes y una parte de las murallas- y revolvieron la tierra, de tal modo que todo el que visitara el lugar difícilmente creería que había sido habitado.
Y caerán a filo de espada…” (4). Según Josefo 1,100,000 personas perecieron, sea por el hambre, o por las enfermedades, pero sobre todo por los enfrentamientos y la matanza generalizada que siguió a la toma de la ciudad. Esa cifra puede ser algo exagerada, pero aun reduciéndola a la mitad nos da una idea de la devastación ocurrida.
“Y serán llevados cautivos a todas las naciones…” (cf Dt 28:64) Según el mismo Josefo 97,000 judíos fueron llevados como esclavos y dispersados por el imperio. La profecía proferida por Jesús tuvo en este punto también un cumplimiento asombrosamente exacto.
“Jerusalén será hollada por los gentiles…” En efecto, desde entonces la ciudad ha estado en manos de no judíos. Después de debelada con ferocidad la segunda sublevación, la de Bar-Kojba, en los años 132-135, (5) los romanos construyeron sobre el Monte Sión y alrededores una ciudad que llamaron “Aelia Capitolina”. El año 324 el emperador Constantino unificó el imperio que gobernó desde la capital fundada por él, Constantinopla, en el emplazamiento de la antigua ciudad de Bizancio. La dominación bizantina de Jerusalén duró hasta el año 614 en que fue tomada por los persas. Pero su dominio duró poco, pues en 638 fue conquistada por los árabes musulmanes, quienes en el año 691, completaron la construcción del edificio llamado “Domo sobre la Roca” en el sitio que se cree ocupaba el antiguo templo. El año 1099 la ciudad cayó en manos de los cruzados, que fueron a su vez derrotados por Saladino en 1187. En 1250 la ocuparon los mamelucos de Egipto, y en 1517 el turco Solimán el Magnífico la conquistó para el Imperio Otomano, en cuyo poder permaneció hasta el año 1917, (Es curioso ¡400 años, tantos como duró la permanencia del pueblo hebreo en Egipto!) año en que la administración de la tierra fue entregada a la Gran Bretaña.
“Hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan.” Esta frase guarda relación con lo que escribe Pablo en Romanos: “Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles;” (11:25). La frase de Lucas puede tener uno de los siguientes significados: 1) Hasta que se cumpla el tiempo acordado para que los gentiles elegidos por Dios, al ser predicado el evangelio en toda la tierra, se conviertan (véase el texto de Pablo citado); o 2) Hasta que se cumpla el tiempo previsto para que los gentiles ocupen en la iglesia el lugar acordado inicialmente a Israel, esto es, hasta que la mayoría de los judíos se conviertan a Cristo y sean reinjertados en su propio olivo (Rm 11:23,24), de modo que, junto con los cristianos gentiles, constituyan una sola iglesia; o 3) simplemente, y más probable, hasta que llegue el tiempo en que la ciudad santa vuelva a manos de los judíos. Esto último es lo que estamos viendo cumplirse en nuestros días.
En 1947 las Naciones Unidas dispusieron que la ciudad de Jerusalén fuera internacionalizada. Al año siguiente las NNUU dispusieron la creación del Estado de Israel. En el curso de la corta guerra con los árabes que siguió a la proclamación de la independencia de Israel, el ejército israelí conquistó la parte moderna de la ciudad. Durante la guerra de los seis días, exactamente el 8 de junio de 1967, los israelíes liberaron la ciudad antigua, salvo el Monte del Templo donde se encuentra el “Domo sobre la Roca”. Según algunos Jerusalén dejó de ser hollada por los gentiles en ese momento. Según otros, dejó de serlo el año 1980 cuando el Estado de Israel, haciendo caso omiso de las resoluciones de las NNUU, proclamó que Jerusalén era una ciudad unificada bajo la soberanía israelí. Según otros –y yo me inclino por esa opinión- Jerusalén seguirá siendo hollada por los gentiles mientras la explanada donde se encuentran el Domo sobre la Roca y la mezquita Al-Aqsa, (el emplazamiento del antiguo templo) permanezca bajo el control religioso árabe.
Nótese que a continuación del versículo citado de Romanos, Pablo escribe: “y luego todo Israel será salvo.” (11:26), algo que todavía parece lejano, pese al número creciente de judíos que se están convirtiendo a Cristo. Pero ¿cómo no dejar de admirar la forma extraordinaria como una profecía pronunciada por Jesús hace casi dos mil años está siendo cumplida en nuestro tiempo? Recuérdese que siglos antes el profeta Daniel había anunciado la muerte del Mesías y la destrucción del templo y de la ciudad: “Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías, mas no por sí; y el pueblo de un príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el santuario.” (Dn 9:26) Lo primero se cumplió cuando Jesús fue crucificado; y lo segundo, en los acontecimientos ocurridos el año 70 que hemos mencionado en estos tres artículos.
Sin embargo, algunos estudiosos racionalistas de la Biblia sostienen que los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) fueron escritos después del año 70, es decir, después de ocurridos los acontecimientos -según ellos, supuestamente predichos- para desvirtuar el hecho de que 40 años antes de que sucediera, Jesús pudiera haber profetizado la destrucción del templo de Jerusalén y de la ciudad con una precisión tan grande.
La destrucción de Jerusalén el año 70 no sólo significó la abolición del culto del templo, ya caduco e innecesario (Hb 10:1-9), y la desaparición del partido de los sacerdotes, el de los saduceos, sino también la desaparición de la comunidad apostólica de Jerusalén que había liderado Santiago y, muerto éste –según documentos posteriores- su primo Simeón. Esa comunidad madre sobrevivió durante algún tiempo sólo en grupos aislados en Perea y regiones aledañas. Con ellos desapareció la oposición judaizante al mensaje de Pablo que éste tuvo que enfrentar (Véase Gálatas y Colosenses). Pero ya Pablo había sido también sacrificado.
Notas: 1. Esas palabras de Isaías, que Jesús ciertamente conocía muy bien, se refieren a la destrucción de Babilonia, que Él relaciona con la de Jerusalén. Nótese cómo el vers. 10 de ese pasaje (“Por lo cual las estrellas de los cielos y sus luceros no darán luz; y el sol se oscurecerá al nacer, y la luna no dará su resplandor.”) se parece a las palabras que Jesús pronuncia en Mt 24:29a: “E inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor…”.
2. Según muchos intérpretes Jesús usa la destrucción de Jerusalén y la devastación de Galilea y Judea como imagen que prefigura lo que ocurrirá al final de los tiempos. Por eso en el pasaje que sigue a continuación, a partir del vers. 25, (y en los pasajes paralelos de Mateo y Marcos) habría una transición brusca del anuncio de cosas que están próximas a suceder, a acontecimientos que son todavía muy lejanos.
3. Esta frase de Jesús es tanto más osada cuanto que para una mujer en aquel tiempo no tener ni criar hijos era una condición humillante. Véase al respecto las palabras que Isabel pronunció cuando resultó embarazada, en Lc 1:25.
4. Esta es una expresión tomada de Sir 28:18, y que Jesús seguramente conocía, y que se encuentra también en la Septuaginta (Jc 1:8,25).
5. Unos setecientos años antes de Cristo, Miqueas profetizó: “A causa de vosotros Sión será arada como campo, y Jerusalén vendrá a ser como montones de ruinas…” (Mq 3:12). Un siglo después Jeremías citó textualmente esta profecía, como para subrayar su importancia histórica. La profecía se cumplió literalmente ¡ocho siglos más tarde!, algunos años después de la derrota de Bar-Kojba, cuando el gobernador romano hizo arar todo el territorio del monte del templo y sus alrededores, para que no quedara huella de lo que allí había existido. Los judíos fueron expulsados de su tierra, y se les prohibió bajo pena de muerte regresar a ella. Desde entonces el pueblo judío fue un pueblo errante y sin tierra, perseguido y expulsado de una nación tras otra, hasta que surgió el movimiento sionista a fines del siglo XIX, que inició el movimiento de retorno a Israel. No ha existido pueblo alguno en la historia que se haya mantenido unido durante siglos sin tener una patria propia. ¿Qué mayor prueba de la veracidad de las profecías que aquella de Pablo que aseguraba que el pueblo elegido subsistiría hasta el final de los tiempos en que reconocería a Jesús como el Mesías esperado? (Rm 11:26)
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios por toda la eternidad, yo te invito a arrepentirte de todos tus pecados y a pedirle humildemente perdón a Dios por ellos, diciendo:
Jesús, Yo sé que tú moriste por mí en expiación de mis pecados y que me ofreces gratuitamente tu perdón. Aunque no lo merezco, yo lo acepto. Entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.

#939 (21.08.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

martes, 4 de mayo de 2010

CONSIDERACIONES ACERCA DEL LIBRO DE JEREMÍAS II

Por José Belaunde M.
En la carta que dirige Jeremías a los deportados en Babilonia hay una frase que debe haber sorprendido, y quizá hasta irritado a los atribulados judíos: "Y procurad la paz de la ciudad a la cual os hice transportar, y rogad por ella a Jehová; porque en su paz tendréis vosotros paz". (Jr 29:7). Hay que tener en cuenta que Babilonia era la capital de sus enemigos, que los habían tratado cruelmente y deportado en gran número a esa ciudad extraña para ellos. Sin embargo, Dios les ordena que oren por ella; les ordena que oren por sus enemigos, diciéndoles, además, que ellos serán prosperados en la medida en que la odiada ciudad también lo sea (Nota).

Estas palabras deben haber sonado inusitadas a los oídos de los patriotas israelitas y contienen el comienzo de una lección que el pueblo escogido sólo absorberá poco a poco y que, aun para nosotros, que tenemos el ejemplo de Cristo, es difícil de digerir: el amor y el perdón de nuestros enemigos.

En cierto sentido todos estamos deportados en la tierra, pues nuestra patria verdadera es el cielo (Véase 1P 2:11). La frase de Jeremías citada arriba nos exhorta a desear el bien del país en que vivimos, seamos ciudadanos de él o emigrantes, pues nuestra prosperidad depende de su prosperidad.

Hay que notar, además, dos cosas:
1) Dios quiere que se ore por el país en que se vive, cualquiera que sea, y que se ore por su bienestar, lo cual incluye –y esto es muy importante- ser buenos ciudadanos, porque si no lo fuéramos nuestras acciones serían contrarias a nuestra oración.
2) Los vers. 4-6 (“Así ha dicho el Señor de los ejércitos, Dios de Israel, a todos los de la cautividad que hice transportar de Jerusalén a Babilonia: Edificad casas, y habitadlas; plantad huertos, y comed del fruto de ellos. Casaos, y engendrad hijos e hijas; dad mujeres a vuestros hijos, y dad maridos a vuestras hijas, para que tengan hijos e hijas; y multiplicaos ahí, y no os disminuyáis.”) nos muestran que la prosperidad que Dios desea para su pueblo comporta todo aquello que normalmente la acompaña; es una prosperidad completa que incluye construir casas, sembrar y cosechar, casarse, ser fecundos y procrear familias numerosas.

Pero el vers. 29:7 contiene una lección adicional: Dios necesita de nuestras oraciones para llevar a cabo lo que Él se ha propuesto realizar. Pero, ¿por qué podría Él tener necesidad de nuestra colaboración? ¿Acaso no es Dios omnipotente? Pienso que no es que Él tenga necesidad de nuestras oraciones para llevar a cabo lo que Él se propone, ya que Él realiza muchas cosas sin nuestro conocimiento, que nosotros ni siquiera soñamos, y mal podríamos orar por ellas si las desconocemos. Lo que ocurre es que Él ha dado a los hombres la responsabilidad del mundo en que vivimos, así como nos ha hecho responsables de nuestras propias vidas. Por tanto, quiere que nosotros tomemos nuestro destino en nuestras manos, orando en aquellas situaciones en que podamos necesitar su ayuda. De lo contrario Él tendría que estar constantemente interviniendo para corregir las consecuencias de nuestros errores, o para impedir que seamos víctimas de injusticias, o para prevenir catástrofes, etc., situaciones que nosotros podríamos evitar orando. Pero Él no quiere hacerlo porque quiere que el hombre experimente las consecuencias de sus actos y omisiones, y que, en ese proceso, se vuelva sabio.

Por ese motivo cuando Él desea intervenir en favor de alguno, Él busca personas que intercedan, generalmente parientes o amigos. El testimonio de muchos creyentes nos muestra que si Él nos impulsa a orar por algún motivo, es porque Él ya tiene la intención de concedernos aquello por lo cual oramos. Algunos se han enterado “a posteriori” de que la persona por la cual sintieron súbitamente una carga y por la cual oraron, atravesaba en ese preciso momento por una situación difícil, o afrontaba un grave peligro, del cual fue milagrosamente salvado. ¿Qué habría pasado si la persona que sintió el impulso de orar hubiera sido indolente y no lo hubiera hecho? No lo sabemos, pero es muy probable que Dios no hubiera cumplido su propósito, y se habría abstenido de intervenir. Eso es lo que enseña Ez 22:30,31: “Y busqué entre ellos hombre que hiciese vallado y que se pusiese en la brecha delante de mí, a favor de la tierra, para que yo no la destruyese; y no lo hallé. Por tanto, derramé sobre ellos mi ira; con el ardor de mi ira los consumí; hice volver el camino de ellos sobre su propia cabeza, dice el Señor.”. Si alguien hubiese intercedido, Dios habría retenido el castigo, o lo habría moderado.

"Aún te edificaré y serás edificada, oh virgen de Israel..." (Jr 31:4). Este "aún" está diciendo: a pesar de lo que ves ahora, de las circunstancias adversas, de la casi total destrucción de tu país, todavía hay esperanza para ti, todavía hay esperanza para tu tierra. Y esto le dice Dios a cada ser humano: cualesquiera que sean las circunstancias desfavorables en que te encuentres, aún hay un porvenir y una esperanza para ti, si confías en mí, "porque yo sé los pensamientos (planes) que tengo acerca de vosotros, pensamientos de paz y no de mal..." (Jr 29:11)

“Serás edificada”, esto es, reconstruida, restaurada, alma mía, a tu antigua fuerza. Más aun, serás adornada, embellecida y te regocijarás en tu nueva prestancia. En los lugares que parecían desolados, ahí mismo plantarás tus viñas, tus empresas, tus planes, y te darán el fruto que esperas. (31:4,5).

"...correrán al bien de Jehová, al pan, al vino, al aceite, y al ganado de las ovejas y de las vacas…." (31:12). ¡Qué promesa maravillosa que se hace al pueblo escogido y que se hace a nosotros! Como cuando a la gente que sufre hambre se le anuncia: ¡Aquí hay alimento en abundancia! Y la gente acude en desbandada. El pueblo que crea en el Señor será saciado del bien del Dios de Jacob (31:14).

¡Oh sí, no correrán en vano! Allí hallarán todo lo que buscaban, lo que ansiaba su alma. Así también nosotros seremos saciados "de la grosura de su casa" (Sal 36:8) cuando nos acerquemos a Él.

"...por eso mis entrañas se conmovieron por él..." (31:20). Las entrañas de Dios se conmueven por sus hijos. Él no los castiga por placer, sino a pesar suyo, por necesidad, y por amor. Pero le duele infinitamente el sufrimiento de sus hijos infieles, y está pronto a acogerlos apenas se arrepientan, apenas respondan al impulso que Él mismo les inspira de volverse a Él: "conviérteme y seré convertido" (31:18).

"¿Hasta cuándo andarás errante, oh hija contumaz?" (v. 22). ¿Hasta cuándo, oh alma extraviada, andarás errante? ¿Hasta cuándo andarás perdida, buscando sosiego donde no hay paz? Vuélvete a mí que soy tu Hacedor, el que te ha creado, el que te ha llevado en sus brazos y tiene todo lo que tú necesitas.

Quisiera ahora volver atrás para examinar un texto del 4to capítulo que creo es muy pertinente para nuestros días.

4: 23-28: “Miré a la tierra, y he aquí que estaba asolada y vacía; y a los cielos, y no había en ellos luz. Miré a los montes, y he aquí que temblaban, y todos los collados fueron destruidos. Miré, y no había hombre, y todas las aves del cielo se habían ido. Miré, y he aquí el campo fértil era un desierto, y todas sus ciudades eran asoladas delante del Señor, delante del ardor de su ira. Porque así dijo el Señor: Toda la tierra será asolada; pero no la destruiré del todo. Por esto se enlutará la tierra, y los cielos arriba se oscurecerán, porque hablé, lo pensé, y no me arrepentí, ni desistiré de ello.”

¿Son estos versículos una representación simbólica de la destrucción sufrida por la tierra de Judá como consecuencia de la invasión de sus enemigos anunciada por Jeremías? ¿O son la descripción literal de un acontecimiento futuro que abarca a toda la tierra, y que Jeremías percibió en la lejanía?

Si así fuera, la erupción de un volcán en Islandia -cuyo nombre es difícil de escribir y pronunciar- nos hace pensar que Dios está dando a la humanidad un grave aviso de que su ira está a punto de estallar por la desfachatez con que el pecado se exhibe en todas partes y por la forma cómo su nombre es blasfemado.

Pero miren: Ha bastado que la ira de Dios sople un momento para que el complejo sistema de vuelos internacionales que la orgullosa tecnología humana ha desarrollado se paralice durante unos días, dejando a millones de pasajeros abandonados a su suerte en los aeropuertos, y haciendo que las compañías de aviación tengan pérdidas de 200 millones al día; y que la paralización del transporte de alimentos perecibles cause también millonarias pérdidas a los productores. La fragilidad de la estructura de transporte aéreo construida por el hombre ha sido puesta de manifiesto.

Si esto ha sido el efecto de una erupción pasajera ¿qué consecuencias podría tener si la nube de humo siguiera fluyendo a torrentes al espacio? La tierra es un caldero de humo y fuego que puede explotar en cualquier momento, derramando por doquier nubes negras que oscurezcan los cielos y perturben las comunicaciones en todo el mundo, paralizando la actividad económica de toda la tierra.

El pasaje citado de Jeremías nos recuerda un pasaje de Apocalipsis cuando se abre el sexto sello: “…el sol se puso negro como tela de cilicio, y la luna se volvió toda como de sangre; y las estrellas cayeron sobre la tierra (porque se oscureció su luz)… y el cielo se desvaneció como un pergamino que se enrolla…. (porque sólo se veía tinieblas en torno)… Y los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?” (Ap 6:12-17)

En verdad de nada sirve la arrogancia humana que se atreve a desafiar en la cara a su Creador. Así como Dios aniquiló a la humanidad por medio del diluvio en tiempos de Noé, a causa del pecado de los hombres, puede Él también ahora destruirla por medio del fuego: “Pero los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos.” (2P 3:7). Si la humanidad no se arrepiente, ese día terrible puede estar más cerca de lo que pensamos.

Nota : El Sal 137 expresa de forma conmovedora la nostalgia que los desterrados en Babilonia sentían por Sión, y los deseos de venganza que los dominaban. El mensaje de Jeremías que ellos no querían oír se dirigía a este segundo sentimiento.

NB. Este artículo, como el anterior, está basado en trabajos escritos para un curso de “Entrenamiento Ministerial” seguido hace más de veinte años. Ha sido actualizado y puesto al día para ésta su primera impresión.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que se desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a hacer una sencilla oración como la que sigue, entregándole a Jesús tu vida:

“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo y quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#625 (02.05.10) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).