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viernes, 19 de mayo de 2017

JESÚS ANUNCIA LA DESTRUCCIÓN DE JERUSALÉN III

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
JESÚS ANUNCIA LA DESTRUCCION DE JERUSALÉN III
Un Comentario de Lucas 21:22-24
22. “Porque estos son días de retribución, para que se cumplan todas las cosas que están escritas.”

Día de retribución o de venganza, del ajuste de cuentas, por no haber reconocido el día de su visitación, por haber rechazado y crucificado al Mesías que venía a salvarlos. Este versículo debe leerse recordando lo que Jesús ya había dicho sobre la destrucción futura de Jerusalén: “Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella, diciendo: ¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, cuando tus enemigos te rodearán con vallado, y te sitiarán, y por todas partes te estrecharán, y te derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación.” (Lc 19:41-44).
La retribución es el pago, la venganza por todo el mal cometido anteriormente en contra de Dios y del pobre, tantas veces denunciado por los profetas de Israel, pero sobre todo, por el crimen cometido al crucificar a Jesús. Los profetas del pasado habían hablado con frecuencia del “día del Señor”, el “día de la ira” y “de la venganza”. Por ejemplo Isaías: “He aquí el día de Jehová viene, terrible, y de indignación y ardor de ira, para convertir la tierra en soledad y raer de ella a sus pecadores.” (13:9) (1). También otros profetas como Oseas (9:7), Joel (2:1,2), Amós (5:16-20) y Sofonías (1:14-18) usan un lenguaje semejante (2).
Nótese que así como hay un día de ajuste de cuentas para las naciones (piénsese en la destrucción devastadora que sufrió Alemania al final de la segunda guerra mundial, en la que ciudades enteras fueron casi borradas del mapa) lo hay también para los individuos, en el que se cosecha todo lo que se ha sembrado. Esa cosecha se produce no sólo en la otra vida, sino muchas veces también en ésta y, a veces, sin mucha dilación, en términos de deterioro de la salud, de soledad, de pobreza y ruina, de abandono y muerte prematura. Pero para muchos esos días de sufrimiento son también días de gracia, porque gracias a esos dolores y días de tribulación buscan a Dios y se convierten.
23. “Mas ¡ay de las que estén encinta, y de las que críen en aquellos días! Porque habrá gran calamidad en la tierra, e ira sobre este pueblo.”
Aquí Jesús habla de la terrible suerte que correrán las mujeres que estén impedidas de huir libremente, sea porque están encinta, sea porque tienen hijos pequeños de los que deben ocuparse y que las retienen. Vale la pena recordar a este respecto las palabras que Jesús pronunciara poco después camino al Calvario, dirigiéndose a las mujeres que lo seguían, porque son una intensificación de la profecía: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos. Porque he aquí que vendrán días en que dirán: Bienaventuradas las estériles y los vientres que no concibieron, y los pechos que no criaron.” (Lc 23:28,29) (3)
Pero lo que ocurrirá a los habitantes de la ciudad no tendrá precedentes, será una terrible calamidad nunca vista, en que se derramará toda la ira divina. El relato del horrendo sufrimiento que padecieron los que permanecieron en la ciudad sitiada que hace el historiador Josefo, es sobrecogedor: los parientes se disputaban furiosamente en las casas el menor rastro de alimento; en su desesperación se comían hasta las suelas de los zapatos y el cuero de sus correas; las mujeres asaban a sus propios hijos pequeños para comerlos; la gente que se moría de hambre estaba tan exánime que era incapaz de enterrar a los cadáveres, por lo que un terrible hedor de cadáveres en descomposición flotaba sobre toda la ciudad… El sufrimiento de los habitantes se vio agravado por el hecho de que antes de que se acercaran las tropas romanas los fanáticos zelotes tomaron el control de la ciudad, y obligaron a todos sus pobladores a resistir, incluso a aquellos que consideraban que era inútil toda resistencia, y asesinaron a mansalva a sus opositores, cometiendo toda clase de torpes excesos. A todo ello se añadió el ingreso de unos 20,000 idumeos ávidos de sangre, hecho que suscitó una querella entre los zelotes mismos que se dividieron en dos facciones. Esta disputa y las matanzas perpetradas, debilitaron la resistencia. Se cumplieron entonces con terrible exactitud las palabras de Jesús que consigna Mateo 24:21 “Porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá.”
24. “Y caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones; y Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan.”
Tito sitió la ciudad usando grandes torres de asalto que acercó a los muros, e hizo  construir un cerco adicional para que nadie pudiera entrar ni salir de ella, y así poder reducirla por el hambre. Pese a la terrible condición en que se encontraban, los sitiados ofrecieron una obstinada resistencia que descorazonó a los romanos. Derribada la torre Antonia, la ciudad fue tomada barrio por barrio en una lucha encarnizada cuerpo a cuerpo, y fue incendiada y reducida a escombros.
El 6 de agosto el templo fue incendiado por las tropas romanas. Josefo exime de responsabilidad a Tito (que era de hecho su patrón, pues él se había puesto al servicio de los romanos) atribuyendo el incendio al descontrol de las tropas. Pero, según el historiador Tácito, fue Tito mismo quien ordenó su destrucción pensando que, destruido el templo, la religión judía desaparecería junto con la cristiana.
Producida la derrota los romanos demolieron todas las casas y edificios que habían quedado en pie –exceptuando las tres torres del palacio de Herodes y una parte de las murallas- y revolvieron la tierra, de tal modo que todo el que visitara el lugar difícilmente creería que había sido habitado.
Y caerán a filo de espada…” (4). Según Josefo 1,100,000 personas perecieron, sea por el hambre, o por las enfermedades, pero sobre todo por los enfrentamientos y la matanza generalizada que siguió a la toma de la ciudad. Esa cifra puede ser algo exagerada, pero aun reduciéndola a la mitad nos da una idea de la devastación ocurrida.
“Y serán llevados cautivos a todas las naciones…” (cf Dt 28:64) Según el mismo Josefo 97,000 judíos fueron llevados como esclavos y dispersados por el imperio. La profecía proferida por Jesús tuvo en este punto también un cumplimiento asombrosamente exacto.
“Jerusalén será hollada por los gentiles…” En efecto, desde entonces la ciudad ha estado en manos de no judíos. Después de debelada con ferocidad la segunda sublevación, la de Bar-Kojba, en los años 132-135, (5) los romanos construyeron sobre el Monte Sión y alrededores una ciudad que llamaron “Aelia Capitolina”. El año 324 el emperador Constantino unificó el imperio que gobernó desde la capital fundada por él, Constantinopla, en el emplazamiento de la antigua ciudad de Bizancio. La dominación bizantina de Jerusalén duró hasta el año 614 en que fue tomada por los persas. Pero su dominio duró poco, pues en 638 fue conquistada por los árabes musulmanes, quienes en el año 691, completaron la construcción del edificio llamado “Domo sobre la Roca” en el sitio que se cree ocupaba el antiguo templo. El año 1099 la ciudad cayó en manos de los cruzados, que fueron a su vez derrotados por Saladino en 1187. En 1250 la ocuparon los mamelucos de Egipto, y en 1517 el turco Solimán el Magnífico la conquistó para el Imperio Otomano, en cuyo poder permaneció hasta el año 1917, (Es curioso ¡400 años, tantos como duró la permanencia del pueblo hebreo en Egipto!) año en que la administración de la tierra fue entregada a la Gran Bretaña.
“Hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan.” Esta frase guarda relación con lo que escribe Pablo en Romanos: “Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles;” (11:25). La frase de Lucas puede tener uno de los siguientes significados: 1) Hasta que se cumpla el tiempo acordado para que los gentiles elegidos por Dios, al ser predicado el evangelio en toda la tierra, se conviertan (véase el texto de Pablo citado); o 2) Hasta que se cumpla el tiempo previsto para que los gentiles ocupen en la iglesia el lugar acordado inicialmente a Israel, esto es, hasta que la mayoría de los judíos se conviertan a Cristo y sean reinjertados en su propio olivo (Rm 11:23,24), de modo que, junto con los cristianos gentiles, constituyan una sola iglesia; o 3) simplemente, y más probable, hasta que llegue el tiempo en que la ciudad santa vuelva a manos de los judíos. Esto último es lo que estamos viendo cumplirse en nuestros días.
En 1947 las Naciones Unidas dispusieron que la ciudad de Jerusalén fuera internacionalizada. Al año siguiente las NNUU dispusieron la creación del Estado de Israel. En el curso de la corta guerra con los árabes que siguió a la proclamación de la independencia de Israel, el ejército israelí conquistó la parte moderna de la ciudad. Durante la guerra de los seis días, exactamente el 8 de junio de 1967, los israelíes liberaron la ciudad antigua, salvo el Monte del Templo donde se encuentra el “Domo sobre la Roca”. Según algunos Jerusalén dejó de ser hollada por los gentiles en ese momento. Según otros, dejó de serlo el año 1980 cuando el Estado de Israel, haciendo caso omiso de las resoluciones de las NNUU, proclamó que Jerusalén era una ciudad unificada bajo la soberanía israelí. Según otros –y yo me inclino por esa opinión- Jerusalén seguirá siendo hollada por los gentiles mientras la explanada donde se encuentran el Domo sobre la Roca y la mezquita Al-Aqsa, (el emplazamiento del antiguo templo) permanezca bajo el control religioso árabe.
Nótese que a continuación del versículo citado de Romanos, Pablo escribe: “y luego todo Israel será salvo.” (11:26), algo que todavía parece lejano, pese al número creciente de judíos que se están convirtiendo a Cristo. Pero ¿cómo no dejar de admirar la forma extraordinaria como una profecía pronunciada por Jesús hace casi dos mil años está siendo cumplida en nuestro tiempo? Recuérdese que siglos antes el profeta Daniel había anunciado la muerte del Mesías y la destrucción del templo y de la ciudad: “Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías, mas no por sí; y el pueblo de un príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el santuario.” (Dn 9:26) Lo primero se cumplió cuando Jesús fue crucificado; y lo segundo, en los acontecimientos ocurridos el año 70 que hemos mencionado en estos tres artículos.
Sin embargo, algunos estudiosos racionalistas de la Biblia sostienen que los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) fueron escritos después del año 70, es decir, después de ocurridos los acontecimientos -según ellos, supuestamente predichos- para desvirtuar el hecho de que 40 años antes de que sucediera, Jesús pudiera haber profetizado la destrucción del templo de Jerusalén y de la ciudad con una precisión tan grande.
La destrucción de Jerusalén el año 70 no sólo significó la abolición del culto del templo, ya caduco e innecesario (Hb 10:1-9), y la desaparición del partido de los sacerdotes, el de los saduceos, sino también la desaparición de la comunidad apostólica de Jerusalén que había liderado Santiago y, muerto éste –según documentos posteriores- su primo Simeón. Esa comunidad madre sobrevivió durante algún tiempo sólo en grupos aislados en Perea y regiones aledañas. Con ellos desapareció la oposición judaizante al mensaje de Pablo que éste tuvo que enfrentar (Véase Gálatas y Colosenses). Pero ya Pablo había sido también sacrificado.
Notas: 1. Esas palabras de Isaías, que Jesús ciertamente conocía muy bien, se refieren a la destrucción de Babilonia, que Él relaciona con la de Jerusalén. Nótese cómo el vers. 10 de ese pasaje (“Por lo cual las estrellas de los cielos y sus luceros no darán luz; y el sol se oscurecerá al nacer, y la luna no dará su resplandor.”) se parece a las palabras que Jesús pronuncia en Mt 24:29a: “E inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor…”.
2. Según muchos intérpretes Jesús usa la destrucción de Jerusalén y la devastación de Galilea y Judea como imagen que prefigura lo que ocurrirá al final de los tiempos. Por eso en el pasaje que sigue a continuación, a partir del vers. 25, (y en los pasajes paralelos de Mateo y Marcos) habría una transición brusca del anuncio de cosas que están próximas a suceder, a acontecimientos que son todavía muy lejanos.
3. Esta frase de Jesús es tanto más osada cuanto que para una mujer en aquel tiempo no tener ni criar hijos era una condición humillante. Véase al respecto las palabras que Isabel pronunció cuando resultó embarazada, en Lc 1:25.
4. Esta es una expresión tomada de Sir 28:18, y que Jesús seguramente conocía, y que se encuentra también en la Septuaginta (Jc 1:8,25).
5. Unos setecientos años antes de Cristo, Miqueas profetizó: “A causa de vosotros Sión será arada como campo, y Jerusalén vendrá a ser como montones de ruinas…” (Mq 3:12). Un siglo después Jeremías citó textualmente esta profecía, como para subrayar su importancia histórica. La profecía se cumplió literalmente ¡ocho siglos más tarde!, algunos años después de la derrota de Bar-Kojba, cuando el gobernador romano hizo arar todo el territorio del monte del templo y sus alrededores, para que no quedara huella de lo que allí había existido. Los judíos fueron expulsados de su tierra, y se les prohibió bajo pena de muerte regresar a ella. Desde entonces el pueblo judío fue un pueblo errante y sin tierra, perseguido y expulsado de una nación tras otra, hasta que surgió el movimiento sionista a fines del siglo XIX, que inició el movimiento de retorno a Israel. No ha existido pueblo alguno en la historia que se haya mantenido unido durante siglos sin tener una patria propia. ¿Qué mayor prueba de la veracidad de las profecías que aquella de Pablo que aseguraba que el pueblo elegido subsistiría hasta el final de los tiempos en que reconocería a Jesús como el Mesías esperado? (Rm 11:26)
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios por toda la eternidad, yo te invito a arrepentirte de todos tus pecados y a pedirle humildemente perdón a Dios por ellos, diciendo:
Jesús, Yo sé que tú moriste por mí en expiación de mis pecados y que me ofreces gratuitamente tu perdón. Aunque no lo merezco, yo lo acepto. Entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.

#939 (21.08.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

miércoles, 23 de marzo de 2016

LA RESURRECCIÓN DE JESÚS

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA RESURRECCIÓN DE JESÚS
Un Comentario de Lucas 24:1-6a


El Evangelio de Lucas es parco en detalles acerca de la resurrección porque se concentra en lo que ocurre en Jerusalén y alrededores, donde también –según su segundo libro, el de los Hechos- se instala la primera iglesia. En cambio contiene el bello episodio de los peregrinos de Emaús y algunos pormenores y diálogos muy vívidos.
“El primer día de la semana, muy de mañana, (las mujeres que habían venido con Jesús desde Galilea) vinieron al sepulcro, trayendo las especias aromáticas que habían preparado, y algunas otras mujeres con ellas. Y hallaron removida la piedra del sepulcro; y entrando, no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. Aconteció que estando ellas perplejas por esto, he aquí se pararon junto a ellas dos varones con vestiduras resplandecientes; y como tuvieron temor, y bajaron el rostro a tierra, les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? NO ESTÁ AQUÍ, SINO QUE HA RESUCITADO.”
El texto del Evangelio comienza con las palabras: "El primer día de la semana". Bajo la antigua dispensación el día dedicado al Señor era el sétimo, el último día de una semana ocupada en trabajar. Dios había establecido que los israelitas trabajaran durante seis días (Ex 20:10; Dt 5:12-14) -tal como Él había trabajado al crear el mundo- y que el sétimo día se reposaran para recuperar sus fuerzas, tal como Él había descansado el día sétimo (Gn 2:1-3; Ex 20:11).
          Pero nosotros no dedicamos al Señor el sétimo día sino el primero, cuando la semana recién empieza. ¿Por qué le dedicamos el primer día? Porque Él es para nosotros lo primero. Él es el centro de nuestras vidas, el sol en torno del cual todo lo demás gira, nuestros afectos y pensamientos, nuestras ocupaciones y todo lo que tenemos. A Él le hemos dedicado nuestras energías y las hemos puesto a sus pies. Pero también  a causa de lo que celebramos en esta fecha, su resurrección, que ocurrió precisamente un primer día de la semana. (Nota 1).
          Ciertamente el Señor no es sólo el primero. Es también el último, el Alfa y la Omega, el comienzo de nuestra existencia, pues a Él le debemos la vida; y el fin de ella, pues a Él volvemos al término de nuestros días. Con Él comenzamos y con Él terminamos.
          Los israelitas, por orden de Dios, dedicaban el sétimo día a honrarlo descansando. Nosotros dedicamos ese día a escuchar su palabra y a la adoración, que es la más alta de todas las ocupaciones, pero una que se hace no con el cuerpo (aunque el cuerpo pueda participar de ella) sino con el alma y el espíritu. Al adorarlo no dirigimos nuestros ojos a la tierra, sino los dirigimos al cielo (2).
          Es verdad que también suspendemos nuestras labores durante ese día porque nuestros cuerpos necesitan descanso, y porque es una manera excelente de honrar a Dios dejar de ocuparnos de las cosas terrenas para poder ocuparnos de Él y estar con los nuestros, gozándonos y departiendo con ellos. Es el día de la reunión familiar. Dios lo ha querido así puesto que Él es también una familia: Padre, Hijo y Espíritu Santo, así como la vida de la mayoría de los seres humanos en la tierra se desarrolla también en el marco de una familia: padre, madre e hijos.
          La venida de Cristo a la tierra cambió al mundo en muchos aspectos. Uno de ellos es éste del descanso semanal.  Antes de su venida sólo el pueblo elegido conocía un día de reposo cada siete. Los otros pueblos trabajaban toda la semana, o estaban ociosos toda la semana. Pero cuando la fe en Cristo se difundió por el orbe, el día semanal de descanso se volvió norma por todo el mundo. Dios en verdad, a través de Cristo, ha dado un día de descanso a todos los pueblos y ha cambiado las costumbres, aun de los que no creen en Él ni han oído hablar de Él.
          Las mujeres que se dirigían a la cueva donde habían sepultado a Jesús, también habían descansado el sábado (Lc 23:56). Ellas y los discípulos ciertamente necesitaban descansar ese sétimo día. Ellos estaban destrozados. El día anterior, el día de la preparación (viernes para nosotros), habían sido espectadores silenciosos, testigos acongojados, del acontecimiento más terrible de todos los tiempos. Habían visto a su Maestro, al Mesías e Hijo de Dios, sometido a la más horrenda de las torturas, clavado a una cruz de la que lo habían bajado al final de la jornada muerto.
          Ese día había sido terrible para ellas. No habían sido torturadas ni crucificadas, pero en el espíritu lo habían sido con su Maestro y estaban exhaustas. Su alma había sufrido la mayor de las torturas viendo lo que hacían con Él, sin que pudieran hacer nada para ayudarlo.
          Ellas no entendían lo que había sucedido y estaban agotadas. Pero tenían un deber que cumplir. Era costumbre inveterada en Israel que los cadáveres fueran lavados y ungidos con ungüentos y especias aromáticas. Era una práctica piadosa y una obligación hacerlo con todos los difuntos (3). La antevíspera no habían podido terminar de hacer por la premura con que lo enterraron antes de que comenzara el día de reposo (6 p.m. del viernes. Jn 19:39-42).
          Nuestro texto dice que vinieron “muy de mañana”, es decir, de madrugada. Todo el que desea ardientemente hacer algo lo hace temprano, cuando sus fuerzas están frescas. Su pensamiento está fijo en lo que quiere hacer y eso lo despierta y espuela.
          Ahora bien, pensemos un momento. ¿Por qué venían ellas a cumplir ese rito acostumbrado con el cuerpo de Jesús? ¿Qué significa que vinieran trayendo las especias aromáticas que habían preparado para ungirlo? ¿No se lo han preguntado? Significa que ellas creían y estaban convencidas -como también todos los discípulos- de que Jesús estaba bien muerto, que su carrera en la tierra había concluido, y que se quedaría en el sepulcro hasta el día de la resurrección de los muertos.
          Ellas ciertamente no entendían lo ocurrido. Ese Jesús cuya vida estaba tan llena de promesas, de quien las profecías anunciaban tantas cosas bellas para el destino de su pueblo: que restauraría el trono de David y se vengaría de los enemigos de su nación, ese Jesús había muerto. Todo había terminado para ellas y ellos. Con Él su esperanza había muerto. Todo lo que ellas creían que estaba a punto de suceder, de acuerdo a las profecías -tal como ellas las entendían- en la vida de su Maestro y Mesías, y en la vida de sus discípulos con Él, había concluido (4). Ahora sólo les quedaba consolarse con su recuerdo. Y al ungir su cuerpo con las especias aromáticas, pondrían el sello definitivo a la muerte de sus esperanzas y de sus sueños.
          Ellas ciertamente habían escuchado algunas palabras extrañas de la boca de Jesús acerca de destruir el templo y reconstruirlo en tres días (Jn 2:19), y de que sería apresado por sus enemigos y moriría para resucitar enseguida (Mt 16:21;17:23; Mr 8:31;9:31; Lc 9:22), pero no las habían entendido. No calzaban con la concepción que los judíos piadosos tenían de las cosas futuras. Era frecuente que Jesús dijera cosas misteriosas y estaban acostumbradas a no entenderlas. Sus oídos estaban cerrados y su inteligencia era demasiado torpe para captar su significado.
          El sol había salido esa madrugada, pero aún no había iluminado sus almas, y venían pesarosas, cansadas de llorar. ¿Habrá habido en el mundo una compañía de mujeres más triste que la de ellas?
          Pero he aquí que al llegar al sepulcro la piedra que cerraba la entrada, -de la que ellas, según otro relato (Véase Mr 16:3) se preocupaban pensando quién les ayudaría a retirar- no estaba allí, había sido removida.
        
  Muchas veces nosotros nos preocupamos pensando qué podríamos hacer para remover las dificultades que nos acosan y los obstáculos que encontramos en el camino de nuestros proyectos. Y juntamos nuestras fuerzas para vencerlos. Pero hay alguien que puede hacerlo por nosotros. Alguien que tiene todo el poder y que lo puede hacer sin ningún esfuerzo, a quien nosotros podemos acudir para que nos ayude y que lo hará porque se goza socorriendo a sus hijos.
          Ese alguien que puede hacerlo, ese alguien que mandó mover la piedra; ese alguien cuyo cadáver ellas habían venido a embalsamar, ese alguien que suponían muerto, no estaba ahí: la tumba estaba vacía. ¿Podemos imaginar su sorpresa?
          Tratemos de penetrar en su pensamiento. La antevíspera ellas habían visto cómo el cuerpo de Jesús era depositado en esa cueva y se había hecho rodar una enorme piedra para tapar la entrada (Mr 15:46,47; Lc 23:55). Ahora la piedra no estaba en su lugar y en la tumba no había rastros de Jesús.
          No tenía sentido. Habían dejado el cadáver envuelto en una sábana, y he aquí que, según otro evangelio, la sábana estaba al lado doblada, pero lo que había estado envuelto en ella había desaparecido (Jn 20:4-7).
          Los muertos no caminan. Lo sabemos muy bien, ni se hacen humo. Por eso es que una de ellas, la Magdalena, según relata Juan, pensó que lo habían robado (Jn 20:13-15).
          Ellas no sólo estaban desconcertadas y perplejas, estaban también  apenadas porque, aun muerto, querían ver a Jesús, así como los parientes se aferran al cadáver del familiar que amaron. Si no lo podían oír hablar, al menos podrían tocarlo y besarlo.
          A menos que ellas recordaran y comprendieran las palabras que alguna vez habían escuchado decir a Jesús, no podrían entender lo que veían. Necesitaban de alguien que se lo explicara. En ese momento vino Dios en su ayuda.
          De pronto "se pararon dos varones junto a ellas". (5) Sin duda pensaron que eran ángeles porque sus vestiduras resplandecían. Atemorizadas inclinaron el rostro a tierra para no ver. Nosotros tampoco osamos mirar al que nos inspira temor o respeto, más aun si nos sentimos indignos de una aparición sobrenatural.
          Pero los varones las consuelan dándoles la buena noticia con una pregunta que tiene un tono de reproche: "¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?" (6).
          En una ocasión Jesús le dijo a uno a quien llamaba para seguirlo: "Deja que los muertos entierren a sus muertos." (Lc 9:60). Los muertos a los que Jesús se refería en esa frase eran los que carecen de fe y no han nacido de nuevo.
          Pero los muertos a los que los ángeles se referían con esa pregunta no eran los muertos espirituales, sino todos los seres humanos como ellas y nosotros (7).
          ¿Por qué buscáis entre los muertos, entre los mortales como vosotros, entre los que se creen vivos pero no lo están, al Único que realmente está vivo? (8).
          Nosotros que amamos tanto nuestros cuerpos, que amamos tanto esta vida pasajera, nosotros, aunque hayamos recibido la vida del Espíritu, no gozamos de la que es verdadera vida, si la comparamos con la que algún día tendremos en el cielo. Comparada con esa vida abundante, esta vida terrenal tan limitada es muerte (Jn 10:10).
          Jesús no está entre vosotros, les dicen. No está su cadáver y en vano lo buscáis, porque ya no es. Ha sido transformado en un cuerpo glorioso, que tiene manos y pies y boca como el vuestro, pero es diferente. Su cuerpo está vivo de una vida que no conocéis. Es un cuerpo que parece atravesar las paredes, pero que no las atraviesa, porque las paredes no existen para él; un cuerpo que come, pero que no necesita comer, porque no se desgasta ni debilita (Lc 24:41-43); un cuerpo que es tocado (Lc 24:39; Jn 20:27), pero que no puede ser tocado (Jn 20:17); un cuerpo que es visto cuando quiere, pero cuando no quiere, no lo es (Lc 24:31).
          Él está vivo y muy pronto lo veréis. Ha resucitado a una vida gloriosa y ya no muere más. Está aquí y no está aquí porque vive en otra esfera.
          Pero lo más maravilloso es que porque Él ha resucitado nosotros también resucitaremos (Rm 8:11; 1Cor 15:51,52). Él lo ha prometido y estaremos algún día para siempre con Él (Jn 14:2,3).
          ¡Oh! ¿Por qué nos aferramos tanto a esta vida que es muerte comparada con la vida eterna? ¿Por qué buscamos entre los muertos, entre cadáveres, a las personas y las cosas que llenen nuestras aspiraciones y nuestros sueños? Aspiremos más bien a esa vida sin dolor, cansancio y muerte, tan diferente de la que conocemos y que nunca termina. Suspiremos por el cielo al cual estamos destinados.
          Jesús ha resucitado y nosotros resucitaremos con Él.
Notas: 1. Claro está que en nuestro tiempo la numeración de los días de la semana se ha adaptado al nuevo uso y corrientemente consideramos al lunes como primer día de la semana.
(2) Vale la pena recordar que los primeros cristianos honraban al Señor el primer día de la semana reuniéndose para partir el pan además de escuchar la palabra (Hch 20:7). Por ese motivo lo empezaron a llamar “día del Señor” (Ap 1:10), de donde viene nuestra palabra “domingo”, del latín dóminus”, que quiere decir precisamente “señor”.
(3) Los judíos tenían una forma tradicional peculiar de limpiar y purificar (tahara) a sus cadáveres, además de ungirlos, (codificada en la Mishná –pags. 289 y 653 de la Edición Danby- y con más detalle en legislación posterior), que tenía que hacer con su respeto por la sangre en la que estaba la vida (Lv 17:10-12).Según esas prescripciones la sangre coagulada en el cuerpo del que sufre una muerte violenta no puede ser lavada; la sangre que fluye antes -y al momento- de morir, tampoco puede serlo, sino debe ser recogida con paños, si se vertiera, para ser enterrada con el cadáver. Esa regla otorga cierta verosimilitud al episodio que menciona Catalina de Emmerich en sus visiones de la pasión (incluido, para sorpresa de muchos, en la película “La Pasión de Cristo” de Mel Gibson), en el que su madre y la Magdalena limpian con unos paños la sangre de Jesús aún fresca que estaba sobre el enlosado donde había sido flagelado. Es imposible que esa monja iletrada, sirvienta de oficio, hubiera tenido acceso a la literatura rabínica.
(4) Lo que Jesús anunció en Mt 19:28, por ejemplo, era para sus discípulos un acontecimiento inminente. Véase también Hch 1:6,7.
(5) Notemos que dice: “se pararon”, no que vinieran. No necesitaban venir tal como los cuerpos gloriosos tampoco lo necesitan. Ellos están donde quieren. Su vehículo es su pensamiento. Nosotros podemos con el pensamiento transportarnos a cualquier lugar en el espacio y en el tiempo y estamos ahí en un instante, pero nuestros pesados cuerpos carnales no se mueven. Los cuerpos espirituales están instantáneamente en el lugar que desean.
(6) A partir de entonces la Buena Noticia por antonomasia será: "El Señor ha resucitado". Eso fue el meollo de la predicación de los apóstoles y es la esencia de nuestra fe; la razón de nuestro gozo (Las referencias son numerosísimas. Véase entre otras Hch 2:32;3:15;4:10; 1Cor 15:4, etc.). Entre los cristianos ortodoxos es costumbre saludarse en las fiestas diciendo: "El Señor ha resucitado", a lo que se responde: "Verdaderamente ha resucitado".
(7) Aunque es obvio que en primera instancia los ángeles hacen referencia con esa frase a la tumba donde enterraron a Jesús.
(8) William Barclay observa acertadamente que todavía hay muchos que buscan a Jesús entre los muertos. Son los que lo consideran como un gran maestro de sabiduría, cuya vida y enseñanzas admirables merecen ser estudiadas y tomadas como ejemplo a seguir, pero que no creen en un Cristo vivo, resucitado. Por mucho que lo admiren, ese Cristo no los salva.
NB. El presente artículo fue publicado por primera vez el 11.04.04. Lo publico nuevamente debidamente revisado.


Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te animo a adquirir esa seguridad porque de ella depende tu destino eterno. Por eso te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#920 (27.03.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

miércoles, 12 de agosto de 2015

LA RESURRECCIÓN DE JESÚS

 LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA RESURRECCIÓN DE JESÚS
Un Comentario de Lucas 24:1-6a
El Evangelio de Lucas es parco en detalles acerca de la resurrección porque al final se concentra en lo que ocurre en Jerusalén y alrededores, donde también –según su segundo libro, el de los Hechos de los Apóstoles- surge la primera iglesia. No obstante, contiene el bello episodio de los peregrinos de Emaús y algunos pormenores con diálogos muy vívidos.
“El primer día de la semana, muy de mañana, vinieron al sepulcro, trayendo las especias aromáticas que habían preparado, y algunas otras mujeres con ellas. Y hallaron removida la piedra del sepulcro; y entrando, no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. Aconteció que estando ellas perplejas por esto, he aquí se pararon junto a ellas dos varones con vestiduras resplandecientes; y como tuvieron temor, y bajaron el rostro a tierra, les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado.”
El texto del Evangelio comienza con las palabras: "El primer día de la semana". Bajo la
antigua dispensación el día dedicado al Señor era el sétimo, el último día de una semana ocupada en trabajar. Dios había establecido que los israelitas trabajaran durante seis días (Ex 20:10; Dt 5:12-14) -tal como Él había trabajado al crear el mundo- y que el sétimo día reposaran para recuperar sus fuerzas, tal como Él había descansado el día sétimo (Gn 2:1-3; Ex 20:11). A ese día lo llamaban “sábado” (shabbat), palabra que en hebreo quiere decir “descanso”.
            Pero nosotros no dedicamos al Señor el sétimo día sino el primero, cuando la semana recién empieza. ¿Por qué le dedicamos el primer día? Porque Él es para nosotros lo primero. Él es el centro de nuestras vidas, el sol en torno del cual todo lo demás gira, nuestros afectos y pensamientos, nuestras ocupaciones y todo lo que tenemos. A Él le hemos dedicado nuestras energías y las hemos puesto a sus pies. Pero también a causa de lo que celebramos en esta fecha, su resurrección, que ocurrió precisamente un primer día de la semana, según la manera de contar judía. (Nota 1).
            Ciertamente el Señor no es sólo el primero. Es también el último, el Alfa y la Omega (Ap 1:8), el principio y el fin. El comienzo de nuestra existencia, pues a Él le debemos la vida; y el fin de ella, pues a Él volvemos al término de nuestros días. Con Él comenzamos y con Él terminamos.
            Los israelitas, por orden de Dios, dedicaban el sétimo día a honrarlo descansando. Nosotros dedicamos el día siguiente –que ahora llamamos “domingo”, que viene del latín “dominus”, esto es “señor”, y que los primeros cristianos llamaban “día del Señor”- a escuchar su palabra y a la adoración, que es la más alta de todas las ocupaciones, pero una que se hace no con el cuerpo (aunque el cuerpo pueda participar de ella) sino con el alma y el espíritu. Al adorarlo no dirigimos nuestros ojos a la tierra sino los dirigimos al cielo (2).
            Es verdad que también suspendemos nuestras labores durante ese día porque nuestros cuerpos necesitan descanso y porque es una manera excelente de honrar a Dios dejar de ocuparnos de las cosas terrenas para poder ocuparnos de Él y estar con los nuestros, gozándonos y departiendo con ellos. Es el día de la reunión familiar. Dios lo ha querido así puesto que Él es también una familia: Padre, Hijo y Espíritu Santo, así como la vida de la mayoría de los seres humanos en la tierra se desarrolla también en el marco de una familia: padre, madre e hijos.
            La venida de Cristo a la tierra cambió al mundo en muchos aspectos. Uno de ellos es éste del descanso semanal.  Antes de su venida sólo el pueblo elegido conocía un día de reposo cada siete. Los otros pueblos –incluso los más civilizados, los griegos y los romanos- (3), trabajaban toda la semana, o estaban ociosos toda la semana. Pero cuando la fe en Cristo se difundió por el orbe, el día semanal de descanso se volvió norma por todo el mundo. Dios en verdad, a través de Cristo, y de la difusión del cristianismo, ha dado un día de descanso a todos los pueblos de la tierra, y ha cambiado las costumbres, aun de los que no creen en Él, ni han oído hablar de Él.
            Las mujeres que se dirigían a la cueva donde habían sepultado a Jesús, también habían descansado el sábado (Lc 23:56). Ellas y los discípulos ciertamente necesitaban descansar ese sétimo día. Ellos estaban anímicamente destrozados. El día anterior, el día de la preparación (viernes para nosotros), habían sido espectadores silenciosos, testigos impotentes y acongojados, del acontecimiento más terrible de todos los tiempos. Habían visto a su Maestro, al Mesías e Hijo de Dios, sometido a la más horrenda de las torturas, clavado a una cruz de la que lo habían bajado al final de la jornada muerto.
            Ese día había sido terrible para ellas. No habían sido torturadas ni crucificadas, pero en el espíritu lo habían sido con su Maestro y estaban exhaustas. Su alma había sufrido la mayor de las torturas viendo lo que hacían con Él sin que pudieran hacer nada para ayudarlo.
            Ellas no entendían lo que había sucedido y estaban agotadas. Pero tenían un deber que cumplir. Era costumbre inveterada en Israel, como también en muchos pueblos entonces, que los cadáveres fueran embalsamados, es decir, en este caso, lavados y ungidos con ungüentos y especias aromáticas. Era una práctica piadosa y una obligación hacerlo con todos los difuntos (4).
            Nuestro texto dice que vinieron “muy de mañana”, es decir, de madrugada. Todo el que desea ardientemente hacer algo lo hace temprano, cuando sus fuerzas están frescas. Su pensamiento está fijo en lo que quiere hacer, y eso lo despierta y espuela.
            Ahora bien, pensemos un momento. ¿Por qué venían ellas a cumplir ese rito acostumbrado con el cuerpo de Jesús? ¿Qué significa que vinieran trayendo las especias aromáticas que habían preparado para embalsamarlo? ¿No se lo han preguntado? Significa que ellas creían y estaban convencidas -como también todos los discípulos- de que Jesús estaba bien muerto, que su carrera en la tierra había concluido, y que se quedaría en el sepulcro hasta el día de la resurrección de los muertos.
            Ellas ciertamente no entendían lo ocurrido. Ese Jesús cuya vida estaba tan llena de promesas, de quien las profecías anunciaban tantas cosas bellas para el destino de su pueblo: que restauraría el trono de David, y se vengaría de los enemigos de su nación, ese Jesús había muerto. Todo había terminado para ellas y para ellos. Con Él su esperanza había muerto. Todo lo que ellas creían que estaba a punto de suceder, de acuerdo a las profecías -tal como ellas las entendían- en la vida de su Maestro y Mesías, y en la vida de sus discípulos con Él, había concluido (5). Ahora sólo les quedaba consolarse con su recuerdo. Y al ungir su cuerpo con las especias aromáticas, pondrían el sello definitivo a la muerte de sus esperanzas y de sus sueños.
            Ellas ciertamente habían escuchado algunas palabras extrañas de la boca de Jesús acerca de destruir el templo y reconstruirlo en tres días (Jn 2:19), y de que sería apresado por sus enemigos y moriría para resucitar (Mt 16:21;17:23; Mr 8:31;9:31; Lc 9:22), pero no las habían entendido. No calzaban con la concepción que los judíos piadosos tenían de los eventos futuros. Era frecuente que Jesús dijera cosas misteriosas y estaban acostumbradas a no entenderlas. Sus oídos estaban cerrados y, su inteligencia sin la iluminación del Espíritu Santo  que recibirían poco después, era demasiado torpe para captar su significado.
            El sol había salido esa madrugada, pero aún no había iluminado sus almas, y venían pesarosas, cansadas de llorar. ¿Habrá habido en el mundo una compañía de mujeres más triste y desconsolada que la de ellas?
            Pero he aquí que al llegar al sepulcro la piedra que cerraba la entrada, -de la que ellas, según otro relato; (Véase Mr 16:3) se preocupaban pensando quién las ayudaría a retirar- no estaba allí, había sido removida.
            Muchas veces nosotros nos preocupamos pensando qué podríamos hacer para remover las dificultades que nos acosan y los obstáculos que encontramos en el camino de nuestros proyectos. Y juntamos nuestras fuerzas para vencerlos. Pero hay alguien que puede hacerlo por nosotros. Alguien que tiene todo el poder y que lo puede hacer sin ningún esfuerzo, a quien nosotros podemos acudir para que nos ayude, y que lo hará porque se goza socorriendo a sus hijos.
            Ese alguien que puede hacerlo, ese alguien cuyo cadáver ellas habían venido a embalsamar, ese alguien que suponían muerto, no estaba ahí: la tumba estaba vacía. ¿Podemos imaginar su sorpresa?
            Tratemos de penetrar en su pensamiento. La antevíspera ellas habían visto cómo el cadáver de Jesús era depositado en esa cueva, y se había hecho rodar una enorme piedra para tapar la entrada (Mr 15:46,47; Lc 23:55). Ahora la piedra no estaba en su lugar, y en la tumba no había rastros de Jesús.
            No tenía sentido. Habían dejado el cadáver envuelto en una sábana, y he aquí que, según otro evangelio, la sábana estaba al lado doblada, pero lo que había estado envuelto en ella había desaparecido (Jn 20:4-7).
            Los muertos no caminan. Lo sabemos muy bien, ni se hacen humo. Por eso es que una de ellas, la Magdalena, según relata Juan, pensó que lo habían robado (Jn 20:13-15).
            Ellas no sólo estaban desconcertadas y perplejas, estaban también muy apenadas porque, aun muerto, querían ver a Jesús, así como los parientes se aferran al cadáver del familiar que amaron. Si no lo podían oír hablar, al menos podrían tocarlo y besarlo.
            A menos que ellas recordaran y comprendieran las palabras que alguna vez habían escuchado decir a Jesús, no podrían entender lo que veían. Necesitaban de alguien que se lo explicara. En ese momento Dios vino en su ayuda.
            De pronto "se pararon dos varones junto a ellas". (6) Sin duda pensaron que eran ángeles porque sus vestiduras resplandecían. Atemorizadas inclinaron el rostro a tierra para no ver. Nosotros tampoco osamos mirar al que nos inspira temor o respeto, sobre todo si nos sentimos indignos.
            Pero los varones las consuelan dándoles la buena noticia con una pregunta que tiene un tono de reproche: "¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?"  (7)
            En una ocasión Jesús le dijo a uno a quien llamaba para seguirlo: "Deja que los muertos entierren a sus muertos." (Lc 9:60). Los muertos a los que Jesús se refería en esa frase eran los que carecen de fe y no han nacido de nuevo.
            Pero los muertos a los que los ángeles se referían con esa pregunta no eran los muertos espirituales, sino los fallecidos, puesto que venían a la tumba donde Jesús había sido enterrado..
            ¿Por qué buscáis entre los mortales como vosotras, entre los que se creen vivos pero no lo están, al Único que realmente está vivo? (8)
            Nosotros que amamos tanto nuestros cuerpos, que amamos tanto esta vida pasajera, nosotros, aunque hayamos recibido la vida del Espíritu, no gozamos de la verdadera vida, si la comparamos con la que algún día tendremos en el cielo. Comparada con esa vida abundante, esta vida terrenal tan limitada es muerte (Jn 10:10).
            Jesús no está en este lugar, les dicen. No está su cadáver y en vano lo buscáis porque ya no es. Ha sido transformado en un cuerpo glorioso, que tiene manos y pies y boca como el vuestro, pero es diferente. Su cuerpo está vivo de una vida que no conocéis. Es un cuerpo que parece atravesar las paredes, pero que no las atraviesa, porque las paredes no existen para él; un cuerpo que come, pero que no necesita comer, porque no se desgasta ni debilita (Lc 24:41-43); un cuerpo que es tocado (Lc 24:39; Jn 20:27), pero que no puede ser tocado (Jn 20:17); un cuerpo que es visto cuando quiere, pero cuando no quiere, es invisible (Lc 24:31).
            Él está vivo y muy pronto lo veréis. Ha resucitado a una vida gloriosa y ya no muere más. Está aquí  y no está aquí porque vive en otra esfera.
            Pero lo más maravilloso es que porque Él ha resucitado nosotros también resucitaremos (Rm 8:11; 1Cor 15:51,52). Él lo ha prometido y algún día estaremos para siempre con Él (Jn 14:2,3).
            ¡Oh! ¿Por qué nos aferramos tanto a esta vida que es muerte comparada con la vida eterna? ¿Por qué buscamos entre los muertos, esto es, entre cadáveres que caminan, a las personas y las cosas que llenen nuestras aspiraciones y nuestros sueños? Aspiremos más bien a esa vida sin dolor, cansancio y muerte, tan diferente de la que conocemos y que nunca termina. Suspiremos más bien por el cielo al cual estamos destinados, y que será nuestra morada eterna. Entretanto consolémonos con esta verdad: Jesús ha resucitado y nosotros resucitaremos con Él.
Notas 1. Claro está que en nuestro tiempo la numeración de los días de la semana laboral se ha adaptado al nuevo uso y corrientemente consideramos al lunes como primer día de la semana.
(2) Vale la pena recordar que los primeros cristianos honraban al Señor el primer día de la semana, según la manera de contar judía, reuniéndose para partir el pan además de escuchar la palabra (Hch 20:7; 1Cor 16:2; cf Ap 1:10).
(3) Los romanos se burlaban de los judíos, tildándolos de ociosos, porque descansaban un día a la semana.
(4) Los judíos tenían una forma tradicional peculiar de limpiar y embalsamar a sus cadáveres (codificada en la Mishná y con más detalle en legislación posterior), que tenía que hacer con su respeto por la sangre en la que estaba la vida (Lv 17:10-12).Según esas prescripciones la sangre no coagulada en el cuerpo del que sufre una muerte violenta, la sangre que fluye al morir, no puede ser lavada, sino debe ser recogida en paños si se vertiera y ser enterrada con el cadáver. Esa regla otorga cierta verosimilitud al episodio que menciona Catalina de Emmerich (siglo XIX) en sus visiones de la pasión (incluido, para sorpresa de muchos, en la película “La Pasión de Cristo” de Mel Gibson), donde su madre y la Magdalena recogen la sangre de Jesús aún fresca que estaba sobre el enlosado donde había sido flagelado. Es imposible que esa monja iletrada y enferma, sirviente de oficio, hubiera tenido acceso a la literatura rabínica.
(5) Lo que Jesús anunció en Mt 19:28, por ejemplo, era para sus discípulos un acontecimiento inminente. Véase también Hch 1:6,7.
(6) Notemos que dice: “se pararon”, no que vinieran. No necesitaban venir tal como los cuerpos gloriosos tampoco lo necesitan. Ellos están donde quieren. Su vehículo es su pensamiento. Nosotros podemos con el pensamiento, esto es, con la imaginación o la memoria, transportarnos a cualquier lugar en el espacio y en el tiempo, y estamos ahí figuradamente en un instante, pero nuestros pesados cuerpos carnales no se mueven, permanecen donde están. Los cuerpos espirituales de los ángeles están instantáneamente en el lugar que desean.
(7) A partir de entonces la Buena Noticia por antonomasia será: "El Señor ha resucitado". Eso fue el meollo de la predicación de los apóstoles y es la esencia de nuestra fe; la razón de nuestro gozo (Las referencias son numerosísimas. Véase entre otras Hch 2:32;3:15;4:10; 1Cor 15:4, etc.). Entre los cristianos ortodoxos es costumbre saludarse en las fiestas diciendo: "El Señor ha resucitado", a lo que se responde: "Verdaderamente ha resucitado".
(8) William Barclay observa acertadamente que todavía hay muchos que buscan a Jesús entre los muertos. Son los que lo consideran como un gran maestro de sabiduría del pasado, cuya vida y enseñanzas admirables merecen ser estudiadas y tomadas como ejemplo a seguir, pero que no creen en un Cristo vivo. Por mucho que lo admiren, ese Cristo no los salva.
NB. Este artículo fue publicado el 11.04.04. Se vuelve a imprimir ligeramente revisado y ampliado.
Amado lector: Jesús dijo: “De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mr 8:36) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#875 (05.04.15). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).