LA VIDA Y LA
PALABRA
Por José Belaunde
M.
EL
QUE CARECE DE ENTENDIMIENTO
Un
Comentario de Proverbios 11:12-15
12.
“El que carece de entendimiento
menosprecia a su prójimo; mas el hombre prudente calla.”
El entendido
comprende lo que vale un ser humano, rico o pobre, y lo apreciará en sí
mismo. En cambio, el que carece de
entendimiento, en su soberbia menosprecia a
todos. (c.f.14:21; Sir 8:5‑7).
Frente al necio, el malvado y el
imprudente desatan su lengua, insultando o
criticando; en cambio, el prudente calla, porque sabe que el
menospreciado de hoy, puede ser el encumbrado de mañana.
Pero sabe también que responder al
discurso malévolo con la misma moneda, o con cólera, sólo sirve para azuzar la
llama y encender un conflicto en que todos pueden salir perdiendo. La persona
conflictiva debe ser enfrentada siguiendo el ejemplo de Cristo: “quien cuando le maldecían no respondía con
maldición; cuando padecía, no amenazaba; sino encomendaba la causa al que juzga
justamente.” (1P 2:23).
David reaccionó de una manera
semejante cuando Simeí lo maldijo (2Sm 16:5-13). El sendero de sabiduría y de
bendición consiste en encomendar todos nuestros asuntos a Dios, que obra
siempre de la manera más justa. (Ironside).
Por eso es que el hombre justo e
inteligente es “pronto para oír, tardo
para hablar, tardo para airarse.” (St 1:19), es decir, es lento para
condenar y tolerante con las debilidades ajenas.
Si no puede aprobar, al menos guarda
silencio. “El discurso es plata, pero el silencio es oro”, dice un conocido
refrán, que solemos citar incompleto. Eso es cierto especialmente en asuntos
que, de ser divulgados, pueden dañar al prójimo. Si es criticado, evita
contestar, a menos que sea necesario, y no devuelve insulto por insulto.
Suele ocurrir que los que menos
sabiduría tienen se creen más listos que los demás y quedan en ridículo: “En su propia opinión el perezoso es más
sabio que siete que sepan aconsejar.” (Pr 26:16). Porque son más ricos que
otros se imaginan que tienen una respuesta para todo, y que todos deben
escucharlos como si fueran un oráculo. Su suficiencia los lleva a despreciar a
los que, en realidad, son más sabios que ellos. El Sirácida tiene algo que
decir al respecto: “No discutas con el
mal hablado, que es echar leña al fuego; ni trates con el necio, no te vayan a
despreciar los sabios.” (8:3,4)
El Levítico dice
escuetamente: “No andarás chismeando
entre tu pueblo.” Pero es interesante que a continuación diga: “No atentarás contra la vida de tu prójimo.”
(19:16). La conexión entre ambos preceptos parece indicar que el que anda
chismeando pone en peligro la vida ajena. Y en efecto, la maledicencia puede
despertar rencores y celos que impulsen a una persona violenta a vengarse.
Proverbios 20:19 dice: “El que anda en chismes descubre el secreto”
y enseguida añade: “No te entremetas
pues, con el suelto de lengua.” Su
amistad puede resultarte cara porque puedes verte sin querer envuelto en los
problemas que suscita el chismoso.
En cambio, el hombre discreto, de
espíritu fiel, es como una caja fuerte, a la cual uno puede confiar secretos
sabiendo que están muy bien guardados. La fidelidad de espíritu es una de las
virtudes humanas más valiosas, pues dan confianza y representan seguridad.
Quien conoce a una persona que la posee no sabe qué tesoro ha encontrado, pues
en una situación de apremio cuenta con alguien en quien pueda confiar.
El Sirácida dice al respecto: “El que descubre el secreto destruye la
confianza, y no encontrará amigo íntimo… como uno destruye a su enemigo, así
has destruido la amistad de tu prójimo… se puede vendar una herida, se puede
remediar un insulto, pero el que revela un secreto no tiene esperanza.” (27:16,18,21).
Ser fiel de espíritu consiste, pues, entre
otras cosas, en guardar silencio sobre los secretos que nos confían, o de aquellos
que de casualidad nos enteramos y no nos conciernen. Sólo Dios y nosotros los
conocemos, y será un secreto muy guardado que a nadie dañe.
14. “Donde no hay dirección sabia caerá el
pueblo; mas en la multitud de consejeros hay seguridad.”
De la verdad expresada en la primera línea
de este proverbio en nuestro país podemos dar fe, porque ¿cuántas veces nuestro
país se ha encontrado en dificultades debido a políticas equivocadas dispuestas
desde arriba? Y no sólo nuestro país, sino también otros de nuestro continente,
especialmente uno que está pasando por una situación de gran escasez y pobreza,
siendo un país potencialmente muy rico.
Por
eso podemos decir sin temor a equivocarnos que de la dirección sabia depende el
porvenir de la nación, depende el desarrollo de sus potencialidades y de su
progreso, no sólo material sino también cultural y educativo.
De
otro lado, ¡qué gran cosa es cuando uno puede contar con buenos consejeros,
hombres o mujeres de experiencia, y honestos, en cuyo criterio se puede
confiar!
Pr
20:18 aplica el principio de Pr 11:14a a la guerra, que requiere no sólo de un
ejército bien preparado y armado, sino también de una estrategia inteligente y
original, que se puede formular contando con consejeros experimentados, tal como
afirma Pr 24:6b: “Y en la multitud de
consejeros está la victoria.”
Pr
15:22a (“Los pensamientos son frustrados
donde no hay consejo”) hace notar que si no se cuenta con buenos consejeros
la persona a quien incumbe la responsabilidad de tomar decisiones que afectan a
muchos puede sentirse confundida ante la gran variedad de alternativas
posibles. Su segunda línea repite el mensaje de 11:14b.
Pr
20:18 afirma que el buen consejo ayuda a ordenar los pensamientos, y luego
retorna al tema de la guerra. El lector
quizá se pregunte ¿por qué figura tanto el tema de la guerra en estos pasajes?
Porque hacer la guerra era en esos tiempos la ocupación principal del género
masculino. No sólo los pueblos y los reinos, también las ciudades pasaban el
tiempo guerreando unos con otros. Recuérdese lo que dice 2Sm 11:1: “Aconteció al año siguiente, en el tiempo en
que los reyes salen a la guerra…” ¿Qué los movía? La ambición de poder y de
agrandar el propio territorio, el honor herido, las rivalidades comerciales,
etc., etc. Tantos motivos que en nuestro tiempo siguen impulsando a los pueblos
a guerrear y destruirse mutuamente, causando tanto sufrimiento. Pero sabemos
quién es el que está detrás maléficamente impulsando esos conflictos.
La
nación que no cuenta con un gobierno sabio, dice Ch. Bridges, es como un barco
que enfila hacia un mar lleno de rocas. Si no cuenta con un piloto
experimentado, está en peligro de encallar y de hundirse.
Entre
los dones que Dios ha dado a algunos hombres se cuenta el don de gobierno, o de
presidir (Véase Rm 12:8), que debe ejercerse, dice Pablo, “con solicitud”, esto es, esforzándose por ejercerlo de la mejor manera
posible, lo cual supone no sólo rodearse de buenos colaboradores, sino también contar
con una dosis adecuada de humildad, reconociendo de Quién se ha recibido la
autoridad (Rm 13:1). El orgullo, o el capricho, de los gobernantes los impulsa
muchas veces a tomar decisiones equivocadas, basadas con frecuencia en una
sobrevaloración de las propias fortalezas, creyendo que la fuerza puede
reemplazar a la sabiduría. Pero Ecl 10:10 nos advierte de lo contrario: “Si se embotare el hierro y su filo fuere
amolado, hay que añadir entonces más fuerza; pero la sabiduría es provechosa
para dirigir.” Si el filo del cuchillo, o del hacha, está gastado, hay que
usar más fuerza para cortar. Si se le afilara, el esfuerzo requerido sería
menor. La sabiduría puede ser pues más eficiente que la fuerza bruta para
alcanzar el objetivo, según dice Ecl 9:16: “Mejor
es la sabiduría que la fuerza…”.
El caso de Roboam, el hijo necio de
Salomón, muestra el desastre al que pueden conducir los consejos de jóvenes
imprudentes y envanecidos. Cuando subió al trono a la muerte de su padre, el
pueblo acudió a él para pedirle que aliviara los impuestos con que los había
gravado su padre. Pero el novato rey en lugar de seguir los sabios consejos de
los ancianos que habían estado cerca de su padre, que le aconsejaron escuchar
al pueblo, prefirió seguir el consejo contrario de los jóvenes con quienes se
había criado y que se divertían con él. Ellos le aconsejaron hablar duramente
al pueblo y advertirles que él aumentaría los impuestos de su padre, en lugar
de disminuirlos. El resultado fue desastroso: Las diez tribus del norte se
rebelaron contra él, y aunque peleó contra ellas no pudo dominarlas. A partir
de entonces el reino de Israel quedó dividido en dos: el pequeño reino de Judá
al sur, y el reino mayor con las diez tribus del norte (2Cro 10:1-11:4). Y no
cesó de haber guerras fratricidas entre ellos que los debilitaron.
15. “Con ansiedad será afligido el que sale por fiador de un extraño; mas
el que aborreciere las fianzas vivirá tranquilo.”
Aquí se contrasta ansiedad y vivir seguro.
El que ha otorgado una fianza está ansioso, inseguro, porque no sabe si el fiado
permanecerá solvente hasta cancelar la deuda. Si incumple, el fiador tendrá que
salir en su ayuda, y poner su propio peculio. Pero el que se abstiene de
prestar fianza estará tranquilo, al menos por ese lado, ya que no tendrá que responder por las
obligaciones ajenas. Este es uno de los muchos versículos del libro de
Proverbios que desaconsejan otorgar fianzas. (6:1; 17:18; 20:16; 22:26; 27:13).
El original dice “el que odia chocar las
manos…”. Ése era un gesto, que todavía sigue vigente, mediante el cual las
partes manifiestan estar de acuerdo, en este caso, de que uno presta fianza y
que el otro lo acepta.
El
grave error que comete el que afianza a otro es que hace depender su seguridad
económica de un tercero, del cual, por mucho que lo conozca, no puede estar
completamente seguro. Si yo contraigo un préstamo, mi seguridad depende de mí
mismo, de mis propios medios, de mi solvencia, y a nadie podría culpar del mal
fin, si ocurriera, sino a mí mismo. Pero por muy honesta que pueda ser la
persona afianzada, yo no puedo estar seguro de que en el futuro no sufra un
percance que le impida cumplir con su obligación.
Bajo
ciertas circunstancias puede ser un acto de caridad, o de solidaridad familiar,
prestar fianza al que se encuentra en dificultades, pero antes de dar ese paso,
el fiador debe estudiar cuidadosamente los riesgos en que incurre, que dependen
de la naturaleza y monto de la obligación, pero también de la calidad de la
persona beneficiaria de la fianza y de la confiabilidad de los tribunales, si
surgiera un conflicto. Un mal acreedor puede tener la intención secreta de
explotar al fiador, sobre todo si puede contar con la complicidad de los
jueces.
El
Sirácida aconseja al fiado no olvidar el gesto generoso del que lo afianzó, y
nos recuerda que ha habido hombres ricos que se han arruinado por prestar
fianza, y que hay también quienes pretenden lucrar porque cobran por ese
servicio, pero que, al fin, terminan litigando en los tribunales (Sir
29:14-19). Es cierto que los bancos emiten fianzas por una comisión, pero eso
es parte de su negocio.
La
prudencia más elemental aconseja no afianzar a un desconocido, y por eso Pr 17:18
llama “falto de entendimiento” al
fiador. Proverbios 6:1-5 amonesta seriamente al fiador por el peligro en que ha
incurrido por su propia imprudencia, y le aconseja tratar por todos los medios
de exonerarse de la obligación asumida, teniendo en cuenta que al prestar
fianza no pone en riesgo su propia seguridad, sino también la de su familia.
Por lo cual el salmo 112:5, a la vez que exhorta al hombre de bien ayudar al
necesitado prestándole dinero, le aconseja gobernar sus asuntos con prudencia.
Hay personas que buscan fiadores adrede con el fin de hacerles cargar con las
deudas que no tienen la intención de cumplir. Yo tendría algo que contar al
respecto y la trampa en que habría caído de no conocer lo que dice Proverbios
sobre el tema.
Nadie
en su sano juicio se haría fiador de un extraño, y menos de uno que estuviera
en bancarrota. Sin embargo, ha habido una excepción a ese sano principio, y que
pagó terriblemente por ello, nuestro Señor Jesús quien (según palabras de
Ironside que cito libremente a continuación) “se convirtió en nuestro fiador
cuando éramos extraños y enemigos en nuestra mente haciendo obras malas” (Col
1:21). Él murió, “el justo por los injustos para llevarnos a Dios” (1P 3:18). Todo lo que nosotros debíamos fue
exigido de Él cuando murió en el madero por pecados que no eran suyos.
Él
probó plenamente la verdad de este proverbio que comentamos acá; “con ansiedad será afligido el que sale por
fiador de un extraño” cuando el terrible juicio de Dios por el pecado de
los hombres cayó sobre Él. Ningún otro podía satisfacer las demandas de la
santidad de Dios contra el pecado, y salió triunfante al fin. Sólo Él podía
expiar nuestros pecados…y por eso Dios lo levantó de entre los muertos, y lo
sentó a su derecha en la gloria.
¿Qué
nos queda hacer a nosotros sino darle gracias y vivir adorándole y sirviéndole
por su misericordia infinita?
Amado lector: Jesús dijo: “¿De
qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) Si tú
no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios,
yo te invito a arrepentirte de tus pecados, y a pedirle perdón a Dios por
ellos., haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados
cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu
perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces. Me
arrepiento sinceramente de todos mis pecados. Perdóname, Señor, te lo ruego;
lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En
adelante quiero vivir para ti y servirte."
#946 (09.10.16). Depósito Legal #2004-5581.
Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima,
Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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