miércoles, 3 de febrero de 2016

LA ORACIÓN I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA ORACIÓN I


La oración es el aspecto más importante de la vida del creyente.

Podemos quedarnos sin Biblia, pero no podemos quedarnos sin oración. Imaginemos un náufrago que hubiera quedado abandonado, solitario en una isla y que hubiera perdido todo su equipaje en el mar. Aunque él se viera privado de su ejemplar de las Sagradas Escrituras todavía podría comunicarse con Dios a través de la oración y Dios le hablaría directamente al alma. Sin embargo, de poco le serviría haber salvado la Biblia del naufragio si no la lee en espíritu de oración y tratando de oír la voz de Dios en ella.

Es cierto que, privado de la palabra de Dios escrita, aun el hombre que ora puede desviarse de la fe y que la palabra de Dios es su guía objetiva. Oración y Palabra se complementan y ambas son necesarias.

Sabemos, no obstante, que Abraham fue llamado por Dios y fue amigo de Dios y hablaba con Él antes de que el primer libro de la Biblia, el Génesis, fuera escrito (lo cual es obvio, porque cuenta su historia). Es cierto también que él no necesitaba de la palabra escrita de Dios porque tenía su palabra hablada: Dios hablaba con él directamente, como hizo más tarde y con mayor frecuencia con Moisés. Su Biblia fueron las palabras que Dios le dirigía.

Por ello podemos afirmar que la oración es el centro de la vida del hombre con Dios. Oración es diálogo, contacto, intimidad con Dios.

La oración puede compararse con el entrenamiento del atleta. Si no se entrena, si no se ejercita, su capacidad física decae. Igual pasa con el creyente. Si no ora, su vida espiritual decae y puede llegar a perder todo contacto con Dios. Puede volver al pasado y recaer en el pecado. Y, de hecho, eso es lo que lamentablemente ocurre con muchos creyentes y aun con muchos líderes de la Iglesia. Jesús bien claramente lo advirtió cuando dijo: "Velad y orad para que no entréis en tentación." (Mt 26:41).

Es en la oración donde cumplimos para comenzar el mandamiento de amar a Dios. SI NO LE AMAMOS Y ADORAMOS EN LA INTIMIDAD DE NUESTRO SER, NO LE AMAREMOS EN LA PRACTICA DE LA VIDA.

¿Cómo se ama a Dios en la intimidad de nuestro ser? Pues precisamente pasando tiempo a solas con Él en nuestra cámara secreta, como dijo Jesús, hablándole y diciéndole las cosas que nos pesan dentro. Es decir, confiándole todos nuestros asuntos.

¿Como se ama a Dios en la práctica? Jesús dijo: "El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama." Y luego: "El que me ama guardará mi palabra... el que no me ama, no guarda mis palabras..." (Jn 14:21,23,24).

Amamos a Dios en la práctica, obedeciéndole. Nuestra obediencia es la prueba de nuestro amor. Pero si no le amamos primero en la intimidad de nuestro corazón, no le podremos obedecer voluntariamente, sino lo haremos a la fuerza, como una obligación pesada.

En la oración se cultiva y crece el amor a Dios que nos permite obedecerle. Por eso Pablo dice "orad sin cesar" (1Ts 5:17). Todos los actos de nuestra vida pueden ser oración, si todo lo hacemos por obediencia y pensando en Él. ¿Cómo lograríamos esto que parece imposible, puesto que nuestra atención está constantemente solicitada por las ocupaciones del día? Si nos acostumbramos, antes de hacer cualquier cosa, a orar un momento y decirnos: "Esto lo hago en el nombre de Jesús" (Col 3:17), la conciencia de la presencia de Dios llegará a ser habitual en nosotros, de manera que podamos decir con el profeta Elías: "Vive Dios en cuya presencia estoy" (1R 17:1). El original hebreo dice: "delante de quien estoy". Ese estar delante, según la costumbre antigua, es la actitud del siervo que está de pie delante del trono, esperando las órdenes de su señor.

En nuestro trabajo, en nuestra casa, al trasladarnos de un sitio a otro ocupados en nuestras labores diarias, o al empezar una tarea nueva, cualquiera que sea lo que hagamos ¿cómo podemos orar? Elevando nuestra mente a Dios en medio de nuestras ocupaciones, pidiéndole que nos ayude a hacer bien la tarea, o la llamada, o el viaje, etc. Diciéndole que lo hacemos en su nombre y con deseos de agradarle. Ofreciéndole lo que hacemos como un sacrificio de suave olor (Rm 12:1c).

El que ora constantemente se mantiene en comunicación con Dios y puede ser guiado por Dios; se abre a la posibilidad de que el Espíritu Santo lo guíe.

¿Cómo puede ser uno instruido si no se mantiene en comunicación con su instructor?

El piloto que va a aterrizar es guiado por la torre de control. Si apaga su radio no puede ser guiado. Si no mantenemos abierta la línea de comunicación, no podemos ser guiados por Dios.

Pero no nos engañemos. La oración constante, para ser efectiva, necesita del sustento de la oración matinal.  El mejor ejemplo nos lo proporciona Jesús, según narra el Evangelio de Marcos: "De madrugada, siendo aún oscuro, se levantó y fue a un lugar desierto, y ahí oraba." (1:35).

Notemos dos cosas importantes en ese pasaje:

-temprano, de madrugada, que es la mejor hora, cuando uno está fresco;

-en la soledad no hay interrupciones.

Al que ponga el ejemplo de Jesús en práctica Dios lo va a bendecir abundantemente.

A su vez, para ser efectiva la oración matinal debe estar inflamada por el amor a Dios. La oración rutinaria, casual, fría, no es efectiva, mata el espíritu (St 5:16b).

La oración no debe ser aburrida. Si es aburrida, algo está fallando. La oración debe llegar a ser el momento más gozoso y vital del día, en el cual todo se sustenta.

El que se aburre orando, aburre también a Dios.

Pero la oración es también una lucha: "Pero os ruego, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu Santo, que luchéis juntamente conmigo en vuestras oraciones a Dios por mí." (Rm 15:30). La palabra griega "sunagonizo", que se suele traducir como "ayudéis", quiere decir "luchar juntamente".

¿Contra quién luchamos?

1) Contra nosotros mismos: contra la pereza, contra el cansancio.

Hay en nosotros una resistencia interna: "No me siento con ánimo de orar". Esta es una tentación constante. "Mejor leo o descanso."

Crea el ánimo de orar, orando como si lo tuvieras, y luego el ánimo vendrá solo.

2)       Contra el infierno. Satanás se empeña en hacernos difícil la oración y en oponerse a nuestros deseos y a los designios de Dios. Tratará de distraernos o de tentarnos.

3)  Con Dios mismo: "Y se levantó aquella noche y tomó sus dos mujeres y sus dos siervas y sus once hijos y pasó el vado de Jaboc. Los tomó, pues, e hizo pasar el arroyo a ellos y a todo lo que tenía. Así se quedó Jacob solo; y luchó con él un varón hasta rayar el alba. Y cuando el varón vio que no podía con él, le tocó en el sitio del encaje de su muslo y se descoyuntó el muslo de Jacob mientras con él luchaba. Y dijo: Déjame, porque raya el alba. Pero Jacob le respondió: No te dejaré si no me bendices. Y el varón le dijo: No te llamarás más Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres y has vencido." (Gn 32:22-28).

En este pasaje vemos cómo Jacob, ante una situación difícil, se puso a luchar con Dios sin descanso hasta arrancarle una respuesta a su oración.

Se aferró a Dios y le dijo: no te soltaré si no me bendices. No te dejaré hasta que me des lo que te pido.

Como consecuencia, Jacob recibe un nuevo nombre: Israel, que quiere decir: el que lucha con Dios, que será después el nombre de su descendencia.

Luchó y venció. ¿Cuál fue su victoria? Dios le concedió lo que le pedía.

Luchó toda la noche y venció al rayar el alba. Esto es para nosotros un modelo de la insistencia en la oración.

Enseguida vino el temido encuentro con su hermano Esaú, guerrero implacable que podía cumplir la venganza que había jurado. Pero Jacob salió bien librado y en paz.

El que ha luchado con Dios en un grave aprieto y obtiene que Dios le dé lo que pide, conoce por experiencia el poder de la oración.

Dios quiere que luchemos con Él porque quiere poner a prueba nuestra fe y nuestra perseverancia. En cierta medida Él quiere que le obliguemos a hacer lo que le pedimos, aunque Él desea hacerlo. Por eso baja y lucha con Jacob para que Jacob venza.

El más grande talento que el cristiano puede tener es el talento para orar, no el de predicar, o el de explicar la Biblia, o el de sanar, porque a través de la oración se obtienen todos los demás.

La oración nos acerca a Dios y, como resultado, Dios con todos sus dones se nos acerca: "Acercaos a Dios y Él se acercará a vosotros" (St. 4:8a).

La oración es el canal a través del cual descienden las bendiciones de Dios al hombre. Dios quiere derramar sobre nosotros muchas cosas buenas, pero no puede hacerlo porque no oramos.

Está esperando que oremos para dárnoslas cuando oremos. Cuanto más importante sea lo que le pidamos, tanto más querrá Dios que se lo pidamos con insistencia.

Si no oramos atamos las manos de Dios. ¿Cuántas cosas buenas nos habremos perdido porque no oramos, o porque no oramos lo suficiente?

NB. Este artículo fue publicado por primera vez en 2002 en una edición limitada, y fue vuelto a publicar hace nueve años. Lo pongo nuevamente a disposición de los lectores.


 Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#887 (28.06.15) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).