LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA ORACIÓN II
Revisando mi charla anterior (La Oración I), al llegar al texto que
decía: Si no le amamos y adoramos en la
intimidad de nuestro ser, no le amaremos en la práctica de la vida, me
di cuenta de que antes de preguntar ¿Cómo se ama a Dios en la práctica? debí
haber preguntado ¿Cómo se ama a Dios en la intimidad de nuestro ser? No lo hice
porque pensé que todos mis lectores lo saben. Pero quizá no sea tan evidente
para todos.
Así que contestemos a esa pregunta. Lo primero que debemos tener en
cuenta es que nosotros somos indignos de acercarnos a Dios. Aunque tengamos la
sincera intención de honrarlo en nuestras vidas, en los hechos muchas veces le fallamos
y nos comportamos de una manera que no le agrada. Por ese motivo, la primera
forma de amarlo es decirle que reconocemos nuestra indignidad, que sabemos que
no merecemos que nos atienda, y enseguida pedirle perdón por las muchas veces
que le hemos sido ingratos, en lo poco y en lo mucho. Y a continuación, suplicarle
que nos admita en su presencia. Lo hará porque de todos modos lo desea, y ya
nos ha perdonado.
¿Cómo se ama a Dios? Pues simplemente amándolo. Diciéndole todas
las cosas gratas que nos vengan en mente y que nuestro amor inspire. Dios no se
cansará de oírlas. Más bien, Él hará que nuestro amor crezca al decirlas.
Amamos a Dios en nuestro ser más íntimo dándole gracias por los muchos
favores y bendiciones que hemos recibido de Él, comenzando por la vida misma,
por la salud y el bienestar de que gozamos. Podemos decirle con el rey David: "Bendice
alma mía al Señor, y todo mi ser bendiga su santo nombre" (Sal 103:1).
En ese salmo el poeta real enumera algunas de las bendiciones que recibió
de Dios. Nosotros podríamos hacer lo mismo, recordando las muchas cosas que
Dios ha hecho a favor nuestro desde nuestro nacimiento, y dándole gracias por cada
una de ellas. Nosotros las conocemos bien, pero no deberíamos olvidarlas nunca,
porque tenerlas siempre en mente
fortalece nuestra fe y nuestra confianza en Él, y nos ayuda a esperar cosas mejores.
Alabar a Dios es darle el lugar que le corresponde: "Señor,
digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder..." (Ap 4:11).
Jesús nos enseñó a decir en el Padre Nuestro: "Santificado sea tu
nombre" (Mt 6:9), esto es, sea tu nombre alabado, bendito, exaltado,
por encima de todas las cosas.
Cuando alabamos a Dios, atraemos su presencia sobre nosotros: "Dios
habita en medio de las alabanzas de Israel." (Sal 22:3), esto es, de
su pueblo, que somos nosotros. ¿Y qué puede darnos la presencia de Dios sino
gozo? Como nos lo recuerda el salmista: "Te alabaré, oh Señor; con todo
mi corazón; contaré todas tus maravillas. Me alegraré y me regocijaré en
ti." (Sal 9:1,2).
Cuando nos alegramos en Él, Él se regocija en nosotros. ¿No quisiéramos
nosotros, sus hijos, que nuestro Padre se alegre en nosotros? ¿Qué mayor
alegría podemos tener en la tierra sino que Dios nos visite con su presencia y
su gozo? Si alguna vez estamos cansados, deprimidos, tristes, el mejor remedio es
empezar a alabarlo, aunque no tengamos ganas de hacerlo. En poco tiempo el gozo
de Dios vendrá sobre nosotros y disipará las nubes que ensombrecen nuestra
alma.
Frente a las desgracias y tribulaciones, frente a las ingratitudes e
incomprensiones,
frente a las injusticias de la vida, el mejor remedio es
gozarse en Dios, alabarle y darle gracias, aun por aquello que nos aflige. Con
el gozo de Dios retornarán nuestras
fuerzas, si acaso las hubiésemos perdido: "El gozo del Señor mi
fortaleza es." (Nh 8:10). ¡Cuántas veces lo hemos cantado!
Más importante es experimentarlo. Pero ése no es el único
beneficio: Al alabarle y darle gracias a Dios por todos sus favores,
convertimos nuestros sinsabores en fuente de bendiciones, y nos atraemos otras nuevas:
"Haz del Señor tus delicias y Él te dará los deseos de tu
corazón." (Sal 37:4). Cuando nos deleitamos en Dios, Él se deleita en
concedernos nuestros deseos más íntimos, más preciados, sin que tengamos necesidad
de pedírselos.
¿Cuál es la diferencia entre la alabanza y la adoración? Creo que todos
lo sabemos de una manera instintiva. Pero una manera de hacer explícita la
diferencia sería decir que la primera es expansiva, y la segunda intimista; que
la primera lleva naturalmente a elevar la voz; la segunda conduce al silencio: "Guarda
silencio ante el Señor y espera en Él." (Sal 37:7a). Sí, bien podemos adorarlo
en silencio y Él escucha nuestros más ocultos pensamientos como si los
gritáramos a voz en cuello. Podríamos agregar que se alaba mayormente con la
boca ("alabar" quiere decir "dar gracias"), y se adora
sobre todo con la actitud corporal.
El verbo griego que traducimos por "adorar", "proskuneo",
quiere decir literalmente "postrarse". Esa es la actitud que
expresa mejor la adoración, así como el estar de pie, cantando o bailando,
expresa la alabanza. Cuando adoramos nos arrodillamos, nos postramos con la frente
en el suelo, como el esclavo ante su señor, en señal de sumisión.
Hay un episodio en los evangelios que manifiesta muy bien lo que es
la adoración: el de la pecadora que cubre de besos y lágrimas los pies de Jesús
(Lc 7:37,38). Los hombres objetarán quizá: ¡la que hacía eso era una mujer! En
el espíritu no hay sexo, no hay hombre, no hay mujer, como dijo Pablo (Gal
3:28). Todos somos iguales. (Nota
1).
Generalmente asociamos en nuestro espíritu las palabras
"oración" y "petición". Si oramos es porque necesitamos
algo, y se lo pedimos a Dios para que nos lo conceda. La conexión es cierta. La
petición forma parte de la oración. Pero hemos visto que no es su único
aspecto, ni es el primero.
Es de mal gusto y una descortesía acercarse a una persona y, sin
más, pedirle algo sin ni siquiera saludarlo (2). Si no lo somos con
los hombres, mucho menos debemos ser maleducados y descorteses con Dios. Después
de todo la cortesía y las buenas maneras surgen del amor. ¿Amaremos menos a
Dios que al prójimo? ¿Seremos menos considerados con Él que con el vecino?
Si dedicamos la mayor parte de nuestra oración a alabarlo y bendecirlo,
nos habremos ganado su favor, y sólo necesitaremos decirle llanamente, y en
pocas palabras, lo que necesitamos para que nos lo conceda.
Pero hay quienes sostienen que no se debe utilizar a Dios como si
fuera el duende de la lámpara de Aladino: "¡Dame! ¡Tráeme! ¡Consígueme!"
No está bien, dicen, pedirle a Dios cosas todo el tiempo.
Sin embargo, su palabra dice: "Pedid y recibiréis; buscad y
hallaréis; tocad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama,
se le abrirá." (Lc 11:9,10). La primera parte es una orden; la
segunda, una promesa. Él mismo nos exhorta a pedirle. Él quiere que le pidamos.
Nuestras peticiones no le aburren, no le molestan, no le cansan; al contrario, le
agradan. Si deseamos algo y no queremos pedírselo a Dios ¿no será quizá porque
no queremos recibirlo de sus manos, o porque no queremos que Él tenga que ver
nada con eso? Quizá pensemos que no nos
lo daría si lo mencionamos. Queremos tenerlo sin que Él lo sepa.
Pero si hay algo que deseamos recibir, mas no de sus manos, mejor será
que ni siquiera lo deseemos. Porque no nos
convendría. Pero si de algo pensamos que sí lo podríamos recibir de Él,
pidámoselo aunque no lo recibamos, porque el sólo hecho de orar nos hace
mejores, nos cambia para bien. Ésa es la razón, creo yo, por la que Él, aunque
sabe muy bien todo lo que necesitamos, quiere, no obstante, que se lo pidamos
(Mr 10:51).
Notas:
1. Por si acaso alguien
nos entienda mal, digamos que sí hay diferencia en la tierra entre uno y otro, es
decir, mientras estemos en la carne. Diferencia pero no preeminencia. Hay
quienes sostienen, sin embargo, que las características psicológicas de los sexos
se mantienen en el más allá, porque en la dualidad masculino/femenino Dios se expresa a sí mismo, expresa la
multiforme naturaleza de su ser.
2. Aunque muchas veces
lo hacemos en la práctica. El peruano se ha vuelto descortés. Pero el cristiano
no debe serlo. Ése es un tema al cual valdría la pena dedicar toda una enseñanza.
NB. Como el artículo anterior, este artículo fue publicado por primera
vez en febrero del 2002, y fue reimpreso nuevamente cuatro años después. Se publica
de nuevo, pero dividido en dos partes debido a su extensión.
Amado lector: Jesús
dijo: "De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su
alma?" (Mr 8:36) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a i r
a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad,
porque no hay seguridad en la tierra que se le compare, y que sea tan necesaria.
Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados, y te invito a
pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
"Jesús, tú viniste
al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo
los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente
muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero
recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que
he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu
sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti
y servirte."
#888 (05.07.15). Depósito Legal #2004-5581. Director: José
Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel
4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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