LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA
ORACION III
Hay algunos requisitos que nuestras peticiones deben reunir
para que seamos escuchados. En primer lugar,
que sean específicas, concretas, no vagas. Si queremos que Dios nos escuche debemos saber qué es lo
que queremos: "Señor, dame un trabajo". Está bien, te dirá el Señor,
pero ¿qué clase de trabajo quieres? ¿Cualquiera
te da lo mismo? De repente, para enseñarte a pedir bien, te da un trabajo que
no te gusta y, encima, mal pagado. Si le has de pedir algo, no desconfíes de su
generosidad.
En segundo lugar, es
bueno que nuestras peticiones contengan detalles, para que Él pueda satisfacer nuestros
deseos. ¿Cómo quieres ese trabajo? ¿Dudas acaso de que Él pueda darte
exactamente lo que deseas? Si no lo hace es porque desea darte algo mejor.
En tercer lugar,
nuestras peticiones han de ser sinceras, porque Él ve nuestro corazón. No vale
la pena que le pidamos cosas que realmente no deseamos, o que no nos importan.
Él desea cumplir nuestros deseos, no nuestros caprichos, o veleidades del momento.
Por último, nuestras peticiones
han de ser sencillas. No necesitamos usar de grandes palabras para impresionarlo.
Es cierto que también podríamos
no pedirle nada concreto a Dios, sino simplemente decirle: Haz de mí lo que
quieras. Y ésa podría ser en algunos casos la mejor oración. Pero hay veces en que
necesitamos pedirle cosas concretas.
Hay también algunos principios
básicos que debemos observar para que nuestras oraciones sean contestadas: En primer lugar, debemos orar con
fe. Como en casi todas las cosas referentes a nuestra vida espiritual, la fe es
una condición esencial. Jesús lo dijo: "Si tuvierais fe como un grano
de mostaza, podríais decir a este sicómoro: Desarráigate y plántate en el mar,
y os obedecería." (Lc 17:6). Es
decir, con que sólo tuviéramos una mínima dosis de fe, obtendríamos todo lo que
quisiéramos, aunque nos parezca imposible. Lo malo es que a veces no tenemos ni
esa mínima dosis. No le creemos a Dios; no confiamos en su poder absoluto, ni en
su deseo de concedernos lo que necesitamos.
En otra ocasión Jesús
dijo: "Conforme a vuestra fe os sea hecho" (Mt 9:29). Nuestra
fe es la medida de lo que obtenemos orando: si mucha, mucho; si poca, poco.
Santiago también nos amonesta:
"Pero pida con fe, sin dudar; porque el que duda es semejante a una ola
del mar que es arrastrada por el viento, y echada a un lado y a otro. No
piense, pues, quien tal haga que recibirá alguna cosa del Señor" (St
1:6,7).
Si pedimos sin fe es
como si le dijéramos a Dios: "Te ruego que me concedas tal cosa, pero yo
ya sé que no me lo vas a dar". Nuestra desconfianza, nuestra falta de fe,
lo ofende. Entonces nos contestará: "Conforme a tu falta de fe te será hecho".
Y no podremos quejarnos.
Pero si pedimos algo a
Dios y confiamos en Él, debemos esperar resultados, porque para eso pedimos, no
por hablar. Si no los esperamos, tampoco nos vendrán. Nadie hace ninguna
gestión para no obtener nada. De lo contrario, no la haría. Igual es en la
oración. Si oramos debemos estar a la espera del resultado, y si demora,
insistir. Dios no se ofende por ello; al contrario, se agrada.
Precisamente para enseñarnos
a perseverar en la oración Jesús narró la corta parábola del juez impío, que no
creía en Dios ni en nadie, y a quien una viuda venía a molestar todos los días
con su queja. Para que no le agotara la paciencia, el juez dijo que le haría
justicia. Jesús termina diciendo: "¿Y acaso Dios no hará justicia a sus
escogidos, que claman a Él día y noche?" (Lc 18:7). Orar perseverando
es pues el segundo principio.
En tercer lugar, hemos
de pedir cosas que estén de acuerdo con la voluntad de Dios (1 Jn 5:14,15).
¿Nos dará Dios algo que Él no quiere? ¿Algo que sea contrario a su ley? ¿Algo
que nos haga daño? No podemos obligar a Dios. Más bien, si queremos obtener
algo de Dios, debemos pedir cosas que Él quiera darnos, algo que sea para
nuestro bien, no para nuestro daño, puesto que Él nos ama.
Pudiera ser, sin
embargo, que en algún caso excepcional Dios nos conceda algo que no sea conforme
a su voluntad y que suframos las consecuencias. Así aprendemos a no desear lo
que Él no desea.
¿Pero cómo sabemos que
nuestras peticiones están de acuerdo con su voluntad? Primero, tenemos su
palabra que nos ilustra al respecto. No podemos pedirle algo que su palabra
dice que es pecado, algo que Él prohíba. Pero la Escritura no cubre todos los
casos particulares. Para que podamos saber si lo que deseamos es conforme a su
voluntad específica para nosotros en un momento dado, tenemos el recurso de
preguntarle a Dios en oración: ¿Es este deseo mío conforme a tus propósitos
para mí? Si nos acercamos a Él confiadamente como un hijo a su padre, no
dejaremos de oír en nuestro espíritu la respuesta.
En cuarto lugar, la
manera más segura de obtener lo que queremos es vivir conforme a la voluntad de
Dios, obedeciéndola en nuestra vida diaria: "Y cualquier cosa que
pidiéremos la recibiremos de Él, porque guardamos
sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de Él." (1
Jn 3:22).
Hacer su voluntad es
el camino más directo para vivir en comunión con Él. Si vivimos en comunión con
Él no desearemos nada que Él no desee, y si acaso lo deseáramos, sentiríamos en
nuestro espíritu un reproche, y nos avergonzaríamos. Pablo dijo: "El que
se une al Señor es un espíritu con Él." (1Cor 6:17). Si nuestro espíritu
está unido al suyo, nos dejaremos guiar por Él en toda nuestra vida, y Él nos
comunicará lo que desea que le pidamos. Si nuestro espíritu está unido al suyo,
no querremos hacer nada que Él no pueda hacer junto con nosotros.
En quinto lugar, Jesús
nos ha dado un arma: "De cierto, de cierto os digo, que todo lo que pidiereis
al Padre en mi nombre, os lo dará." (Jn 16:23; 14:13,14). Pedir algo
en su nombre es pedir en su lugar, como si Él mismo lo hiciera. ¿Le negará Dios
algo a su Hijo? Por supuesto que no. Por eso Jesús nos asegura que todo lo que
pidamos en su nombre nos será hecho, para que demos por seguro que lo hemos
obtenido.
¿Reemplazará el nombre
de Jesús a la fe? De ninguna manera. Más bien, se le añade. Porque ¿cómo podríamos pedir algo en el nombre de alguien
en quien no creemos? Nuestra incredulidad haría vacío el uso de su nombre.
Pero no sólo nuestra incredulidad.
Si con nuestra conducta deshonramos el nombre de Jesús, mal podríamos usarlo para
alcanzar algo de Dios.
Por último, y en sexto
lugar, obtenemos lo que pedimos si confiamos enteramente en Él, y descansamos
en esa confianza: "Encomienda al Señor tus caminos, confía en Él y Él
obrará" (Sal 37:5).
Dios nunca defrauda al
que en Él confía. Lo dice de muchas maneras su palabra. ¿Y cómo no descansar
plenamente en Él si "Él tiene cuidado de nosotros"? (1P 5:7).
Si ello es así, bien podemos echar en Él nuestras cargas, descartando toda
inquietud, y esperando que Él intervenga a su manera y en su tiempo (Sal
55:22). Orando así ponemos enteramente el resultado en sus manos, sabiendo que
Él hará lo mejor.
Estas condiciones que
he enumerado no son pasos que han de cumplirse sucesivamente, uno tras otro,
para obtener de Dios lo que solicitamos: Primero hacer esto, después aquello,
como quien cumple un plan. No, son principios y observar uno solo de ellos
puede bastar, provisto que no vivamos en contradicción con los otros. Pero hay
veces en que seremos guiados a pedir de una manera, según tal principio, y
habrá otras en que seremos impulsados a rogar de una forma distinta, según
otro, de acuerdo a las circunstancias.
Dios no sigue reglas.
No es un Dios de un solo método, de un solo sistema. Él siempre se renueva aunque
siempre es el mismo. Eternamente nuevo y eternamente igual. En su fidelidad "que
llega hasta los cielos," y que se prolonga "de generación en
generación" está nuestra confianza (Sal 36:5; 119:90).
NB. Esta es la continuación de un artículo que fue publicado
por primera vez en febrero del 2002, y que fuera reimpreso nuevamente cuatro
años después.
Amado
lector: Jesús dijo: "De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde
su alma?" (Mr 8:36) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a
ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa
seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare, y que sea
tan necesaria. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados, y
te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
"Jesús,
tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los
hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he
ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces
gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente
de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname,
Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y
gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."
#889
(12.07.15). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección:
Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución
#003694-2004/OSD-INDECOPI).
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