Por José Belaunde M.
EL DIOS
DE LAS VENGANZAS II
Un Comentario del Salmo
94:16-23
16,17. “¿Quién se levantará por mí contra los
malignos? ¿Quién estará por mí contra los que hacen iniquidad? (Nota 1) Si no me ayudara el Señor, pronto moraría mi alma en el silencio.” (2)
La frase repetida: “Quién
se levantará por mí…?” es como un llamado desesperado del justo clamando
que venga alguien en su ayuda cuando se encuentra estrechado por las fuerzas
del mal y a punto de perecer (Ecl 4:1). ¡Qué cierto es que con frecuencia los
justos se ven abandonados frente a los inicuos que complotan contra ellos, o
los persiguen! Pablo se encontraba en una situación semejante cuando compareció
ante el tribunal del César: “En mi
primera defensa ninguno estuvo a mi lado, sino que todos me abandonaron…pero el
Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas…” (2Tm 4:16,17). Jesús también
anunció a sus discípulos que ellos lo dejarían solo en el momento de la prueba,
y así ocurrió en efecto, pese a sus protestas en sentido contrario (Mt 26:31,35b;
56b).
“Si no
me ayudara el Señor..” (Sal 124:1,2) Esta
frase expresa una gran verdad que es válida para todos: las fuerzas adversas,
impulsadas por el demonio, habrían terminado conmigo hace tiempo si no fuera
porque Dios me protege. Estos dos versículos contrastan la necesidad que tiene
el hombre de ser ayudado en sus luchas para no ser arrollado por sus enemigos,
con la inutilidad de toda ayuda que no sea la que venga de Dios mismo.
Todo lo que el hombre pueda hacer en sus propias fuerzas es
insuficiente. Si no fuera porque Dios estuvo de su lado ya sus enemigos habrían
dado cuenta de su vida. Este es el mensaje del Antiguo y del Nuevo Testamento
por doquier: “Separados de mí nada podéis hacer” (Jn.15:5), “Alzaré
mis ojos a los montes. ¿De dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene del
Señor…” (Sal.121:1,2). Ciertamente con frecuencia Dios utiliza mensajeros
humanos (no siempre angélicos) para brindarnos su ayuda. Pero lo cierto y
consolador para nosotros es que esos hombres o mujeres que nos socorrieron, no
habrían actuado si no fuera porque Dios los impulsó a hacerlo y los guió. En
otros casos la ayuda que recibe el hombre viene de adentro, de las fuerzas
renovadas que Dios suscita en su interior y de la inspiración que recibe para
hacer lo adecuado: “Tú aumentas mis fuerzas como las del búfalo; me unges
con aceite fresco.” (Sal 92:10).
18. “Cuando yo decía: Mi pie resbala, tu
misericordia, oh Señor, me sustentaba.”
Muchas veces cuando ya estaba a punto de caer (Sal 17:5; 18:36) y
no tenía de dónde agarrarme porque mis enemigos me vencían, tú venías, Señor,
en mi ayuda y me protegías. Lo hacías no porque yo mereciera tu apoyo, sino lo
hacías por el puro amor tuyo que se compadecía de mi necesidad y de mi angustia
(3). Tú eres
por eso mi Señor; el único en quien yo puedo confiar. Tu misericordia y tu
fidelidad no tienen límites. ¡Cómo no te agradecería!
Bueno es que reconozcamos cuando estamos a punto de resbalar y
que no presumamos de nuestras propias fuerzas, como Pedro, que se jactaba de
que nunca negaría a su Maestro, y fue lo primero que hizo cuando se vio en
peligro, confrontado por una muchacha (Mt 26:30-35;69-75).
19. “En la multitud de mis pensamientos dentro
de mí, tus consolaciones alegraban mi alma.”
Cuando los malos pensamientos me atormentan, cuando el temor
ante los peligros que me acechan detiene mi aliento, cuando la angustia o la
tristeza me oprimen (Sal 138:7), tu Espíritu viene en mi ayuda para consolarme
y hacer que el sol de la alegría brille nuevamente en mi pecho para darme
esperanza (Sal 119:50,76). Tú sacas mi alma del pozo de aflicción que lo
consume. Por eso, Señor, yo te canto y mi voz se eleva para alabarte y
agradecerte por todas tus bondades. El salmista podría decir con Pablo: “Sobreabundo de gozo en medio de mis
tribulaciones.” (2Cor 7:4d)
¿Cuántos
hay que puedan sinceramente decir que sus pensamientos no los han atormentado
alguna vez? No hay tormento que se le parezca ni que se iguale a las
tempestades del alma. Sin embargo, muchas veces ese sufrimiento es oportuno
pues Dios lo usa para purificar la escoria de nuestras almas (Pr 25:4).
20. “¿Se juntará contigo el trono de iniquidades
que hace agravio bajo forma de ley?”
El trono de iniquidades al que se refiere el salmista en este
lugar es posiblemente algún centro de poder local, o el del soberano de su
tierra en ese momento, o simplemente alguna influencia poderosa que le es
contraria. Pero quién quiera que sea a quien se refiera concretamente (y es
indudable que en este versículo y en el siguiente el salmista se refiere a un
hecho concreto de su propia experiencia), sabemos que detrás de todo poder o
influencia negativa o impía está el trono de Satanás, la potestad de las
tinieblas que mueve a sus agentes en el mundo (Ap 2:13).
Es sabido que quienes detentan el poder disfrazan sus
intenciones y ambiciones bajo formas legales para dar a sus manipulaciones una
apariencia de legitimidad y justicia. Ocurre a diario en la vida privada y
empresarial, y en la política: “En el
corazón maquinan iniquidades y hacen pesar la violencia de sus manos…” (Sal
58:1,2).
Y son más condenables esos esfuerzos cuando se escudan bajo
pretextos religiosos, o tratan de aliarse con las autoridades de ese campo,
asumiendo una apariencia de piedad. Pero ¿aceptará Dios esa alianza? ¿bendecirá
Dios sus intrigas?
La respuesta a esa pregunta ya se ha dado en el v. 15 (Véase “El
Dios de las Venganzas I”), donde escribe el salmista que el juicio será vuelto
a la justicia. Es decir, que los intentos de vestir de legalidad los proyectos
malévolos serán descubiertos y frustrados, y Dios hará que los juicios humanos
reflejen los suyos y la justicia sea restablecida.
¿Cuántos tronos de iniquidad ha habido en el mundo que se creían
inexpugnables y se imaginaban que reinarían para siempre? Hay varios ejemplos
en la Biblia ,
como el de Jeroboam, que prohibió a su pueblo ir a adorar a Dios a Jerusalén, y
le puso dos becerros de oro en el Sur y en el Norte de su reino, para que les
rindan culto, por lo que su casa fue cortada de raíz (1R12:25-33; 13:34); o el
de Acab que, impulsado por su inicua esposa Jezabel, levantó altares a Baal y a
Asera, y persiguió al profeta Elías, y fue herido mortalmente en una batalla
(1R22:29-38), y su esposa fue comida por los perros (2R 9:30-37); o el del rey
Belsasar que banqueteaba con sus príncipes cuando apareció una escritura en la
pared que anunciaba su fin esa misma noche (Dn 5). ¿Pero cuántos ha habido a lo
largo de la historia, y los hay todavía en nuestro tiempo, que se creen
invencibles? Durante un tiempo se levantan altivos y amenazantes, y hacen todo
el mal que se les permite hacer, pero no tardan en caer cuando Dios dice:
¡Basta!
Los tres últimos versículos del salmo forman una unidad que
describe una situación frecuente: el justo es acosado por sus enemigos que
tratan de acabar con su vida; formulan la sentencia de muerte (2Cor 1:9). Pero
sus planes malvados no prosperan porque Dios viene en su ayuda. Aquí se
encuentra la historia tantas veces repetida en la vida: en medio del acoso,
Dios es mi amparo; en Él me refugio y las fuerzas desencadenadas del enemigo
pasan a mi lado sin tocarme (Sal 91:1,2,7,10). ¡Quién no ha hecho esa
experiencia! Dios permite esas situaciones para templar nuestro carácter y
probar nuestra fe.
21. “Se juntan contra la vida del justo, y
condenan la sangre inocente.”
En este versículo puede verse una referencia a Cristo, que fue
condenado a muerte por una coalición de fuerzas enemigas entre sí, pero que se
aliaron cuando quisieron eliminar al adversario común cuya rectitud los acusaba
(Mt 27:1; cf Ex 23:7; Pr 17:15). En verdad, si ha habido alguna sangre
inocente, ésa ha sido la de Jesús, más pura que la de Abel, por lo cual habla
más elocuentemente que la de éste (Hb 12:24).
El crimen cometido por Caín es figura y anticipo de todos los
homicidios que se han cometido en la tierra y de sus motivaciones: el malvado
envidia al recto, o codicia uno de los bienes de su prójimo (Véase el episodio
de Acab y la viña de Nabot en 1R 21).
Pero el autor alude aquí también, sin duda, a la situación de
peligro en la cual él se encontraba personalmente cuando escribió el salmo.
22. “Mas el Señor me ha sido por refugio, y mi
Dios por roca de mi confianza.”
El salmista declara que en la grave situación de peligro que
enfrentaba, Dios, que nunca falla, vino en su auxilio y lo salvó.
Sabemos que Dios permitió que su Hijo fuera sacrificado por los
aliados del maligno, porque había un propósito de salvación detrás de su
muerte. Pero en el caso de muchos de los justos Dios acude en su ayuda y los
salva de las garras enemigas. Él quiere preservarlos para poder seguir
utilizándolos para su obra.
Pero ¿puede decirse que el Padre abandonara a su Hijo? Jesús tenía
que pasar por la prueba de la muerte para salvar al género humano, pero los
lazos del sepulcro no lo podían retener (Hch 2:24). Su Padre le dio la victoria
haciendo que resucitase y sentándole en su trono (Mt 26:64). Guardando las
distancias eso es lo que Él hace con todos aquellos que Él permite que sean
sacrificados. Lo permite porque, de alguna manera para nosotros impenetrable,
su muerte sirve sus propósitos (Sal 116:15). Pero luego ellos serán ampliamente
recompensados por su firmeza y fidelidad.
23 “Y Él hará volver sobre ellos (es decir, sobre los impíos) su
iniquidad, y los destruirá en su propia maldad; los destruirá el Señor nuestro
Dios.”
No sólo me guarda Dios del furor de mis adversarios, sino que
todo el mal que ellos querían hacerme caerá sobre sus propias cabezas (Sal
7:16; Pr 5:22). Ésta fue, por citar un ejemplo, la historia de Mardoqueo, a
quien su rival, Amán, quiso hacer colgar del patíbulo. Pero fue Amán quien
subió al cadalso que su odio había levantado (Est cap. 3 al 5).
Aquí se cierra el círculo de la venganza con que empieza el
salmo. Dios hace que los dardos que me apuntaban se volteen en el aire y caigan
sobre el que me disparó. No quieras pues tú hacer mal a nadie, porque el mal
que hagas recaerá sobre tu propia cabeza.
Vemos también aquí que lo que el salmista llama “venganza” en el
lenguaje guerrero y todavía carnal del Antiguo Testamento no es otra cosa sino
la justicia divina. El salmista, que vivía en un tiempo y en un mundo de
encendidas pasiones -aún no transformadas por “la gracia y la verdad que
vinieron por nuestro Señor Jesucristo” (Jn.1:17)- contempla y comprende los
hechos de acuerdo a la mentalidad que reinaba en su época. La venida de Jesús
cambió la manera de pensar y sentir de la gente y su perspectiva del mundo. Por
eso es que algunos aspectos y cosas del Antiguo Testamento a veces nos chocan.
Son las verdades eternas de Dios expresadas en el lenguaje y la manera de
sentir de una época que aún no había sido tocada por la gracia que derramó el
Cordero en su venida. En el lenguaje de nuestros días al Dios de las venganzas
lo llamaríamos el Dios justiciero.
Notas: 1. Esta repetición de una
frase es un caso de paralelismo sinónimo, muy frecuente en la poesía hebrea.
2. Es decir, en el lugar del silencio, esto es,
en el Sheol, la tumba, donde nadie alaba a Dios. (Sal 115:117).
3. El ataque de los
enemigos que estuvo a punto de hacer que cayera puede también interpretarse en
el sentido de que se trataba de tentaciones del maligno que lo hacían
trastabillar.
NB. El presente articulo fue publicado por primera vez en abril
del 2003. Se publica nuevamente, ligeramente revisado, pero dividido en dos
partes debido a su extensión. Puede leerse la versión original en la página web
de “Desarrollo Cristiano”.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar
de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la
tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Para obtener esa seguridad
tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a
Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración
como la que sigue:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados
cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no
merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas
veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero
recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que
he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu
sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para
ti y servirte.”
#745
(23.09.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección:
Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución
#003694-2004/OSD-INDECOPI).
No hay comentarios:
Publicar un comentario