Por José Belaunde M.
DESPEDIDA DE PABLO EN
MILETO I
Un
Comentario al libro de Hechos 20:13-24
13-15. “Nosotros,
adelantándonos a embarcarnos, navegamos a Asón para recoger ahí a Pablo, ya que
así lo había él determinado, queriendo él ir por tierra. Cuando se reunió con
nosotros en Asón, tomándolo abordo, vinimos a Mitilene. Navegando de allí, al
día siguiente llegamos delante de Quío, y al otro día tomamos puerto en Samos;
y habiendo hecho escala en Trogilio, al día siguiente llegamos a Mileto.
Al día siguiente del incidente del joven Eutico que
cayó de la ventana, Pablo se separó de sus acompañantes, porque quería ir por
tierra a pie a Asón, mientras que ellos tomaban un barco. No sabemos por qué
motivo quiso Pablo hacer esta parte del viaje solo. Quizá quería estar un
tiempo a solas para meditar sobre el extraordinario acontecimiento del día
anterior y dar gracias a Dios por él.
Como la distancia que separaba ambas localidades era
de veinte kilómetros, podemos pensar que se reunió al día siguiente con sus
compañeros y subió al barco en que ellos viajaban.
La siguiente escala era Mitilene, en la famosa isla
de Lesbos, famosa, entre otros motivos, porque en ella vivió, entre los siglos
VII y VI AC, la poetisa Safo, de cuya intensa poesía amorosa se han conservado
algunos fragmentos.
La nave pasó a lo largo de la isla de Quío e hizo
escala en Samos. Estas dos islas, pequeñas de tamaño, jugaron un papel
importante en la historia helénica. La nave bordeó el promontorio de Trogilio
–donde, según algunos textos, permanecieron un día- y llegaron finalmente al
puerto de Mileto, en la desembocadura del río Menandro.
Esta ciudad iónica, de
agitada historia, fue conocida como un centro de la filosofía griega. Uno de
los filósofos que dieron lustre a la ciudad fue el geómetra Tales, a quien se
atribuyen cinco importantes teoremas de la geometría griega, cuya demostración
todos los escolares de mi tiempo estudiaban.
16,17. “Porque
Pablo se había propuesto pasar de largo a Éfeso, para no detenerse en Asia, pues
se apresuraba para estar el día de Pentecostés, si le fuese posible, en
Jerusalén. Enviando, pues, desde Mileto a Éfeso, hizo llamar a los ancianos de
la iglesia.”
Por qué motivo tenía Pablo tanto interés en llegar a
Jerusalén antes de Pentecostés, no sabemos. Quizá era para él importante tomar
parte de las festividades de esa fiesta.
Llegado a la ciudad que
hacía las veces de puerto de Éfeso, Pablo mandó llamar a los ancianos de esta
última, situada 48 kilómetros al Norte. A continuación el libro pasa a narrarnos
una de las escenas más conmovedoras de todas sus páginas. Vamos a dividir el
emocionado discurso de despedida de Pablo en cinco secciones: 1) de los vers.
18 al 21; 2) del v. 22 al 24; 3) del v. 25 al 31; 4) del v. 32 al 35; y 5) del v.
36 al 38. (Nota 1)
18-21. “Cuando
vinieron a él, les dijo: Vosotros sabéis cómo me he comportado entre vosotros
todo el tiempo, desde el primer día que entré en Asia, sirviendo al Señor con
toda humildad, y con muchas lágrimas, y pruebas que me han venido por las
asechanzas de los judíos; y cómo nada que fuese útil he rehuido de
anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas, testificando a
judíos (2) y a gentiles acerca del
arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo.”
La primera parte del discurso sirve de introducción
al mismo y es un recuento o reivindicación de su actividad y predicación entre
ellos.
Los ancianos han sido testigos de cómo se comportó él
desde el primer día de su arribo a la provincia de Asia (Hch 18:19). Tres cosas,
dice Pablo, caracterizaron su servicio al Señor en su ciudad. En primer lugar
su comportamiento humilde. Debe haber mucho de verdad en eso porque en uno de
sus escritos (2 Cor 10:10) él hace alusión al hecho de que los corintios decían
que sus cartas eran fuertes pero su presencia no inspiraba miedo.
En segundo lugar, él les recuerda que al dirigirse a
ellos, en efecto, él les exhortaba con “muchas
lágrimas”, no con voz estentórea y autoritativa, sino que con voz
emocionada les rogaba que creyeran en el Señor Jesús y en su mensaje.
En tercer lugar, él hace mención de las pruebas que
tuvo que afrontar en su ciudad por “las
acechanzas de los judíos”, que se oponían a su prédica.
Nosotros desconocemos cuáles puedan haber sido esas
pruebas porque, aparte del hecho de que él tuviera que retirarse de la sinagoga
de la ciudad debido a los que rechazaban su mensaje, y refugiarse en la escuela
de Tiranno (Hch 19:8,9), el texto no menciona ningún complot de los judíos de
la ciudad en su contra (3). Si nos atenemos al libro de los Hechos la mayor
prueba por la que él pasó estando allí fue el alboroto provocado por los
plateros descontentos por la disminución de sus negocios, que su líder Demetrio
atribuyó a la prédica de Pablo contra los ídolos (Hch 19:23-26. Véanse los
artículos “El Alboroto en Éfeso I y II” Nos. 731 y 732). Pero es posible, como
ya se ha indicado, que el libro de Lucas, omita algunos conflictos y amenazas
mayores que Pablo habría experimentado en la capital de la provincia de Asia. Los
omitiría posiblemente porque hubiera sido inoportuno mencionarlos si el libro
tenía el carácter de un alegato en el juicio que Pablo debía enfrentar, según
se verá más adelante (Hch 25:1-12) ante el tribunal del César, como ya se ha
señalado (Véase el artículo “Viaje de Pablo a Macedonia y Grecia” #739).
Es muy posible que el hecho de haberse enfrentado
constantemente a lo largo de sus viajes misioneros con la oposición obstinada
de sus connacionales, fuera el motivo que lo impulsó a escribir los capítulos 9
al 11 de la epístola a los Romanos, redactada poco antes de su paso por Mileto.
Él asegura a los ancianos de Éfeso que nada había omitido
de enseñarles (aunque pudiera serles poco grato de escuchar) que no les fuera
útil para su crecimiento espiritual, y que eso él lo había hecho tanto en las
calles, públicamente, como privadamente en las casas de algunos de ellos, en
las que tenía costumbre de reunirse.
Los temas centrales de su predicación fueron aquellos
que deben ser los primeros de toda predicación del Evangelio, como lo fueron
también del inicio de la predicación de Juan Bautista (Mt 3:2; Mr 1:4) y de Jesús
(Mr 1:15) esto es, el arrepentimiento y la fe (Lc 24:47; Hch 26:20).
Pablo dice “el
arrepentimiento para con Dios” porque es hacia Él hacia quien debemos
voltearnos cuando reconocemos nuestra condición de pecadores; Él es quien debe
recibir nuestras súplicas de perdón porque es el único que puede otorgarlo,
siendo nosotros responsables ante Él de nuestros actos. Luego dice “la fe en nuestro Señor Jesucristo”,
porque una vez vueltos hacia Dios, es en su Hijo en quien debemos creer, esto
es, en la obra de expiación que Él realizó por nosotros en el Calvario, pagando
por nuestros pecados.
Arrepentimiento y fe son
los pilares de la vida cristiana, sin los cuales nada puede ser edificado.
Porque ¿de qué le serviría a alguno pretender llevar una vida cristiana si
sigue cometiendo los mismos pecados? El signo más patente de que alguien se ha
convertido es su cambio de vida. Aquel cuya vida no ha cambiado, que sigue
pecando igual que antes, por mucho que asista al templo y haga profesión de
tener fe en Jesús, no es cristiano, porque la fe se manifiesta en obras, esto
es, en nuestra manera de vivir. Cuánto de Cristo haya en nosotros se hará visible
en cuánto de su ejemplo y de su manera de hablar y comportarse se manifieste en
nosotros. Como escribió Juan: “El que
dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo” (1Jn 2:6), es decir,
debe convertirse en un imitador de Cristo. Para ello necesita conocer y estudiar
sus palabras y su vida. Porque ¿cómo podría imitar a Jesús si desconoce cómo Él
actuaba y hablaba? No tendría ningún modelo por delante que seguir; no tendría
ningún Maestro que le enseñe.En la segunda sección de su discurso Pablo habla
de su condición espiritual al emprender este viaje.
22. “Ahora,
he aquí, ligado yo en espíritu, voy a Jerusalén, sin saber lo que allá me ha de
acontecer”
Aquí podemos ver la
profundidad de su entrega a Dios, pues él va a donde no le conviene ir, va a
entregarse a pesar suyo en manos de sus enemigos (4). Pero él va “ligado (o encadenado) en espíritu”, como si dijéramos,
espiritualmente prisionero de una obligación superior que le es impuesta, y que
no puede eludir…
23. “salvo
que el Espíritu Santo por todas las ciudades me da testimonio, diciendo que me
esperan prisiones y tribulaciones.”
Esto es, no obstante la firmeza de su decisión, él
está siendo advertido en todas las ciudades por donde pasa, y por boca de los
profetas que hay en las congregaciones locales que lo acogen, que en Jerusalén
le esperan grandes pruebas, incluyendo la de ser apresado (5). Es decir, antes
de que sus enemigos lo tomen prisionero, él ya lo estaba en espíritu.
¿Qué cadenas son más
fuertes, las espirituales o las materiales? Para los que viven no en función de
las cosas de la tierra, sino en función de las de arriba (Col 3:1-3), las
primeras pueden ser más imperiosas, y son cadenas que producen gozo. Pero no
sólo para ellos, también para los que viven encadenados al pecado, o a algún vicio,
las ligaduras espirituales que los atan pueden ser muchas más poderosas que las
materiales, pero son amargas.
24. “Pero de
ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que
acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar
testimonio del evangelio de la gracia de Dios.”
Pablo afirma que él no hace caso de ninguna de esas
advertencias bien intencionadas. Tal como Jesús cuando afirmó su rostro para ir
a Jerusalén sabiendo que iba para morir en cumplimiento de la misión que le
trajo a la tierra (Lc 9:51), Pablo es conciente de que él va a Jerusalén cumpliendo
el destino que Dios le ha fijado y que él conocía hace tiempo: ser derramado
como libación al servicio de la fe que le ha sido encomendada. (Flp 2:17).
Él no rehúye ese destino sino, al contrario, lo asume
con gozo, pues ése es el propósito de su vida (1Ts 3:3). Él lo ha dicho
anteriormente: “pues si vivimos, para
Dios vivimos; y si morimos, para el Señor morimos, porque sea que vivamos, o que
muramos, del Señor somos.” (Rm 14:8).
Esta es una declaración de fe respecto del propósito
de la vida de todo cristiano, y que cada uno de nosotros debe hacer suya. Porque
¿para qué cosa, es decir, con qué fin, o para quién vivimos? ¿Para cumplir
nuestras propias metas, o para cumplir las de Dios? ¿Para satisfacer nuestras
ambiciones personales, o para agradar a Dios? Es cierto que a veces –y es lo
deseable- asumimos los objetivos y propósitos de Dios con el entusiasmo de
quienes persiguen sus propios objetivos personales porque son coincidentes.
Pero nadie puede afirmar que actúa en espíritu de esa manera si no está
dispuesto a renunciar a sus designios egoístas y, como aconsejó Jesús al joven
rico, está también dispuesto a vender todo lo que tiene y dárselo a los pobres
como condición para ser su discípulo (Lc 18:22). Es decir, si no está dispuesto
a desprenderse realmente de todo para seguir a Cristo.
Esta disposición interior es la que da la medida de
nuestra entrega al Señor. La mayoría en verdad, si hemos de ser sinceros,
vivimos tratando de llegar a un compromiso entre nuestras metas personales y
las que Dios nos propone. Oscilamos entre desprendimiento y egoísmo, consolándonos
con la idea de que no a todos exige Dios un sacrificio supremo.
Pero como bien sabía
Pablo, y ése era el motivo de su gozo, la gloria de nuestra recompensa depende
del costo que asumamos al servir a Dios. Cuanto más doy ahora de mí mismo a
Dios, más recibiré algún día en pago. Jesús lo expresó en otros términos en una
frase que también puede aplicarse a esta situación cuando dijo: “El que ama su vida, la perderá; y el que
aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará.” (Jn 12:25) (6)
Notas: 1. Este discurso es muy distinto de los discursos
pronunciados por Pablo en Pisidia, Listra y Atenas, que estaban dirigidos a
auditorios judíos o paganos (Hch 13:16ss; 14:15ss; y 17:22ss, respectivamente) mientras
que el de Mileto es el único que está dirigido a un auditorio cristiano.
2. Pablo, llamado “el
apóstol a los gentiles” reitera aquí, sin embargo, que su tarea evangelizadora
está dirigida en primer lugar a los de su nación (Véase Hch 18:4,5; 19:10), por
amor de los cuales él dice en otro lugar, que está dispuesto a ser anatema, es
decir, a ser separado de Cristo, si fuera posible (Rm 9:3).
3. Poco antes de este
episodio sí había habido un complot de los judíos de Asia en su contra cuando,
estando en Corinto, él se preparaba para embarcarse para Siria (Hch 20:3. Véase
“Viaje de Pablo a Macedonia y Grecia” #739). No es improbable que ellos le
reprocharan haber excitado a los habitantes de Éfeso en su contra al predicar
contra la idolatría. Los judíos preferían mantener un perfil bajo. Es posible,
sin embargo, que su encono procediera simplemente del hecho de que él hubiera
renunciado a la religión de sus mayores abrazando el cristianismo que él antes
perseguía.
4. Ya en Rm 15:30,31 él
había pedido a los destinatarios de esa epístola que oren “para que sea librado de los rebeldes que están en Judea”.
5. Véase, por ejemplo, Hch
21:4,10,11, a su paso por Tiro y Cesarea.
6. En los siguientes
pasajes de sus epístolas Pablo expresa el carácter absoluto de su entrega a
Cristo: 2Cor 4:7-12; 6:4-10; 12:9,10; Flp 1:20; 2:17; 3:8-11; Col 1:24.
Amado lector: Si tú no estás seguro
de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy
importante que adquieras esa seguridad,
porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria.
Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus
pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús,
haciendo una sencilla oración como la que sigue:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a
expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los
míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y
voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin
merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados
y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava
mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante
quiero vivir para ti y servirte.”
#741 (26.08.12). Depósito Legal
#2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231,
Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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