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(Vol 1). RECOMIENDO LEERLO. (Informes Tel.
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LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
DESPEDIDA DE PABLO EN
MILETO II
Un
Comentario al libro de Hechos 20:25-31
25. “Y ahora, he aquí, yo sé que ninguno de todos
vosotros, entre quienes he pasado predicando el reino de Dios, verá más mi
rostro.”
En esta tercera sección
Pablo empieza su despedida propiamente dicha, y lo primero que les dice a los
ancianos efesios debe haberles llegado al corazón: “Yo sé que no volveréis a ver mi rostro.” Esta es la última vez que
nos vemos. Pablo puede afirmar solemnemente que lo sabe con seguridad porque le
había sido revelado por el Espíritu. (Nota 1).
Para
quienes habían compartido con Pablo tantas experiencias en la fe, para quienes
habían sido evangelizados y luego instruidos, discipulados por él, este anuncio
tiene que haberles entristecido enormemente. Ellos lo amaban como a un padre,
como verdaderamente lo era para ellos en un sentido espiritual. Saber que no lo
verían más, que no gozarían más de su compañía ni escucharían más su voz amada,
debe haberles dolido enormemente, porque todos deseamos ver y hablar con las
personas que amamos entrañablemente.
Pablo les recuerda que lo que él había hecho entre ellos durante tres años
había sido predicarles el reino de Dios. Él lo había hecho no sólo de palabra,
sino también con su conducta que seguía el ejemplo de Jesús. El reino de Dios, la
fe en Cristo, era el mensaje casi diríamos obsesivo de Pablo, porque era la tarea
que Dios le había encomendado: ganar almas para su Hijo.
26,27. “Por tanto, yo os protesto en el día de hoy (2), que estoy limpio de la sangre de todos; porque
no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios.”
La expresión que usa
Pablo “estoy limpio de la sangre” se
remonta a un pasaje del libro de Ezequiel en que Dios le dice al profeta que lo
ha puesto por atalaya a la casa de Israel, y le dice: “Cuando yo dijere al impío: De cierto morirás; y tú no le amonestares
ni le hablares, para que el impío sea apercibido de su mal camino a fin de que
viva, el impío morirá por su maldad, pero su sangre demandaré de tu mano. Pero
si tú amonestares al impío, y él no se convirtiere de su impiedad y de su mal
camino, él morirá por su maldad, pero tú habrás librado tu alma.” (Ez 3:
18,19; cf 33:1-9).
Pablo
puede decir a los ancianos: Yo estoy limpio de la sangre de ustedes porque yo
os he predicado “todo el consejo de Dios”.
En otras palabras: “Yo os he enseñado todo lo que necesitáis conocer para
salvaros; os he advertido del peligro que corren los obstinados que no se
arrepienten y convierten; os he anunciado a Cristo muerto y resucitado, le
único en quien nosotros tenemos salvación.” (3)
En
teoría la frase “todo el consejo de Dios”
abarcaría todo eso y sin duda mucho más, al punto de estar más allá de la
comprensión humana, porque “¿Quién
entendió la mente de Dios?” (Rm 11:34; cf 1Cor 2:16). Pero puesto que él ha
cumplido fielmente el encargo que Dios le ha dado, Pablo puede decirles
categóricamente: Si alguno de ustedes se pierde no es por negligencia o
descuido mío, sino por su propia culpa.
¿Cuántos
de nosotros podemos sostener algo semejante respecto de las personas que Dios
nos ha puesto para que les hablemos? ¿Qué hemos advertido a los que están en
torno nuestro del peligro en que se encuentra su alma de perderse si no se
arrepienten y se vuelven a Dios?
¡Ah, qué difícil es hablar de Dios y de la salvación a nuestros parientes,
colegas y amigos cercanos! Si lo hacemos se apartan de nosotros y no quieren
vernos. Somos unos pesados para ellos, unos fanáticos. En verdad es difícil
encontrar un equilibrio entre la prudencia y la responsabilidad de proclamar la
verdad. Pero si no siempre sea oportuno hablar –aunque Pablo le advierte a
Timoteo “predica a tiempo y destiempo”
(2Tm 4:2)- por lo menos nuestra conducta debe dar siempre testimonio de la
verdad, y nunca debemos rehuír presentarnos ante el mundo como cristianos,
aunque se rían de nosotros. El ejemplo de conducta recta que demos puede ir más
lejos de lo que imaginamos. Sobre todo si está acompañado de la oración por los
perdidos.
28. “Por tanto, mirad por
vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por
obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia
sangre.”
“Por tanto” quiere decir aquí: Si yo he cumplido
con la responsabilidad que me ha sido asignada, ahora os toca a vosotros asumir
plenamente la vuestra. En primer lugar, la de cuidaros a vosotros mismos, como
él en otro lugar ha advertido: “El que
cree estar firme, mire que no caiga”, (1Cor 10:12) porque el que no sabe
cuidar de sí mismo, mal puede cuidar de otros. Y en segundo lugar, cuidando de
esta responsabilidad que no yo sino el Espíritu Santo ha puesto sobre vuestros
hombros, esto es, el pueblo que Dios tiene en esta ciudad. (4)
Esa
congregación le pertenece a Dios porque Jesús la adquirió al precio de su
sangre; no os pertenece a vosotros, porque vosotros no la habéis conquistado (5).
Implícitamente les está diciendo que algún día deberán dar cuenta de cómo la
han cuidado. ¡Qué enorme responsabilidad la que asumen en verdad los pastores!
Muchos creyentes aspiran al “cargo” de pastor como si fuera una “posición”
semejante a la que está abierta a las ambiciones de la gente del mundo, pero no
son concientes de que ésa es ante todo una responsabilidad espiritual tremenda,
a la que está unida una amenaza de juicio futuro si no se desempeña con la
fidelidad que Dios requiere, como dice Hebreos: “porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar
cuenta.” (Hb 13:17)
Ese
es el pensamiento que Pablo quiere enfatizar a los que lo rodeaban con cariño
para despedirlo. Él está siempre conciente de la tarea que Dios le ha confiado,
como le dice a su discípulo Timoteo en el pasaje citado: Predica, reprende,
anima, conforta en todo momento. Y tal como a él, lo dice a
todos los que están al
frente de congregaciones. ¡Oh, si todos los pastores y sus colaboradores
estuvieran imbuidos de ese mismo espíritu!
Es
interesante que en este momento él no use la palabra más general de “ancianos”
sino la más específica de “supervisores” que es lo que “epískopo” -de donde viene la palabra “obispo” (6)- quiere decir: el que mira sobre algo.
Al
referirse al pueblo que Dios le ha encomendado Pablo emplea la palabra “rebaño” (que está compuesto de ovejas), y, junto con ella, el verbo “apacentar” (es decir, dar de comer,
cuidar) para referirse a la misión específica que respecto de ellos tienen. Esos
términos están tomados de la terminología pastoril que se empleaba tradicionalmente
en las Escrituras de Israel, que había sido en sus orígenes un pueblo de
pastores, y lo seguía siendo todavía en parte en ese tiempo, aunque ya se
hubiera en cierta medida urbanizado. Son muchos los ejemplos en las Escrituras
hebreas (y en el Nuevo Testamento) en que se emplea imágenes pastoriles para
referirse al pueblo de Dios. Para mencionar sólo el más conocido, citemos el
famoso salmo 23 que empieza con las
palabras: “Jehová es mi pastor.” (7)
En conjunción con el término “obispo”
él emplea el término “iglesia” en el
sentido de una congregación organizada, ya no de un mero rebaño. (Véase al
respecto Nota 2 en “El Alboroto en Éfeso II”).
29. “Porque yo sé que
después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no
perdonarán al rebaño.”
En este versículo y en
el siguiente Pablo anuncia proféticamente dos clases de dificultades que tendrá
que afrontar la naciente iglesia. La primera es una agresión que vendrá de
afuera, de gente que él, a imitación de Jesús (Mt 7:15), califica de “lobos rapaces”. Sabemos con qué
ferocidad destruyen y devoran los lobos a sus víctimas para saciar su hambre. ¿Es
esta frase un anuncio de las próximas persecuciones que sufrirán los
cristianos? Pareciera serlo, sólo que Pablo ha dicho “después de mi partida”, es decir, de su muerte (8), y la
persecución neroniana empezó antes de que él muriera. De hecho, él mismo –si
hemos de creer a las tradiciones que sobre su muerte subsistieron- fue una de sus
primeras víctimas. Como esa feroz persecución prosiguió después de muerto él,
bien podrían sus palabras referirse a ella.
Pero podemos dar a sus palabras un sentido más amplio, porque de hecho, a
lo largo de la historia, y en muchos lugares y latitudes, los cristianos han
sido perseguidos, y aún lo están siendo, por hombres llenos de odio contra Dios
y contra sus hijos. Eso no debe sorprendernos, porque Satanás aborrece la
verdad y donde quiere que puede la ataca a través de seres humanos que él azuza
(9).
30. “Y de vosotros mismos
se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los
discípulos.”
La segunda dificultad
surgirá dentro del seno de la misma iglesia: La aparición de las herejías.
Personas que pregonarán ideas falsas, que pretenderán estar imbuidas de una
sabiduría superior que les permite interpretar más auténticamente los oráculos
divinos, y que se inventarán cristos diferentes, hechos a su medida. ¿Cuál de
ambos peligros es mayor? Sin duda alguna el segundo. (10)
En
efecto, las herejías que no tardaron en aparecer constituyeron un peligro más
grave para la vida de la iglesia que las persecuciones, pues amenazaban
corromper, o diluir su mensaje, quitándole su fuerza salvadora, mientras que
las persecuciones, contrariamente, por crueles que fueran, siempre han
fortalecido a la iglesia, como la expresa la famosa frase de Tertuliano (siglo
II): “La sangre de los mártires es la semilla de la iglesia”.
Los
cuatro primeros siglos de la iglesia fueron de lucha y debate teológico para
definir su doctrina con precisión. En ese proceso las herejías jugaron paradójicamente
un papel providencial, pues ellas obligaron a la iglesia a hacer un esfuerzo de
reflexión para formular con exactitud el contenido de la fe, e identificar los
puntos en que las precisiones eran necesarias. Fruto de ese esfuerzo fueron los
diferentes credos elaborados y promulgados en los sucesivos concilios del siglo
IV: En particular, el Credo de Nicea, el año 325, y el Credo Nicenonapolitano,
el año 381.
El
aspecto clave de las definiciones doctrinales, así como el blanco principal al
que apuntaban las herejías, era la persona de Cristo: ¿Quién fue Jesús? ¿Cuál era
su relación con el Padre? ¿Y cuál con el Espíritu Santo? ¿Fue Él un mero hombre,
aunque superiormente dotado, o fue Él verdaderamente Dios? Y si lo fue, ¿cómo
se conjugan ambas naturalezas, la humana y la divina, en su persona? He aquí
interrogantes cruciales que debían ser claramente contestados.
Los
mayores ataques instigados por los seguidores de Satanás estaban dirigidos
contra la divinidad de Jesús. Hubo una herejía que casi llegó a ahogar la
verdad, la herejía promovida por el presbítero Arrio de Alejandría, y que
negaba la deidad de Cristo. A ella adhirieron durante cierto tiempo –seducidos
por la engañosa elocuencia de ese vanidoso predicador- gran número de los obispados
de Oriente, y la mayoría de los reinos bárbaros de la naciente Europa.
Sin embargo, gracias a los esfuerzos de un hombre, pequeño de talla pero
de carácter indomable, el obispo Atanasio (296-373), perseguido y expulsado
varias veces de su sede, Alejandría, la verdad triunfó oficialmente en Nicea, y
se fue extinguiendo poco a poco en las regiones donde se resistía a morir. No
obstante, la pureza de la doctrina cristiana siguió siendo asaltada, pues otras
herejías surgieron en las décadas posteriores que intentaron corromper la concepción
que la iglesia tenía de su Salvador como Dios y hombre verdadero.
31. “Por tanto, velad,
acordándoos que por tres años, de noche y de día, no he cesado de amonestar con
lágrimas a cada uno.”
“Por tanto” (11) debéis estar alertas, atentos a
los brotes de ambos peligros para que podáis fortaleceros en la fe, en el
primer caso, y combatirlos y sofocarlos, en el segundo, apenas empiecen a
manifestarse, no dejando que se fortalezcan y sean más difíciles de combatir.
Su preocupación no es vana pues se recordará que en la tercera carta dirigida a
las iglesias en Apocalipsis, Jesús reprocha a las iglesias de Éfeso y Pérgamo que
hayan dejado su primer amor, y tengan en su seno a los que siguen la doctrina
de los nicolaítas (Ap 2:6,15) (12).
Pablo
les recuerda cómo durante tres años él permaneció con ellos en Éfeso predicándoles
en grupos, o exhortándolos personalmente con el corazón conmovido, que
permanezcan fieles a la verdad que han recibido y que perseveren en la unidad
que es necesaria para que se manifiesten entre ellos los frutos del espíritu.
La emoción de Pablo viene de la intensa carga que él siente por cada uno de sus
discípulos y por cada una de las personas que a través de su ministerio han
llegado a conocer al Señor.
Él no es como el agricultor que siembra la semilla en el campo y después
se despreocupa de ella, sino es como uno que está atento al desarrollo de la
siembra apenas surge el primer brote, que cultiva y abona el suelo, arranca las
malas hierbas y combate las plagas, etc., para que la cosecha sea exitosa. El
cuidado que él ha demostrado tener por la salud de la grey en su ciudad debe
servirles a ellos de ejemplo a imitar.
Notas: 1. Sin embargo hay quienes interpretan
dos alusiones a Éfeso contenidas en una epístola posterior (1 Tm 1:3 y 4:13),
como una indicación de que él retornó a esa ciudad más adelante. Es poco
probable aunque no imposible que lo hiciera dado que la cronología y las etapas
finales de la vida de Pablo no están claramente establecidas.
2. O “yo tomo este día como testigo ante
vosotros.”
3. El falso maestro es
culpable de la sangre de los que reciben su enseñanza y que por ese motivo se
condenan. Pero también lo es el que por comodidad o por no ofender, omite decir
la verdad que podría salvar a los que están a su cargo, y que por ese motivo
pudieran perderse. Pero el que no hace caso de la reprensión justa recibida es
un asesino de sí mismo.
4. ¿De qué manera el
Espíritu Santo los había nombrado para esa responsabilidad? No parece haber
sido por medio de alguna profecía –aunque no haya que descartarlo del todo. Más
bien puede haber sido a través de los dones y cualidades personales que en
ellos se manifestaban, y que Pablo, o la congregación misma, reconocieron.
5. Mathew Poole anota al
respecto: Si Cristo no hubiera sido hombre, no hubiera tenido sangre que
derramar; pero si no hubiera sido Dios, la sangre que derramase no hubiera
podido pagar el precio de nuestra redención.
6. De “epi”=sobre, y “skopeo”=mirar, vigilar. Se notará que las mismas personas que en
el vers. 17 son llamadas “ancianos” ahora son llamados “obispos” (supervisores).
La división especializada de las diversas funciones en la iglesia aún no había
sido determinada, de manera que los términos “anciano”, “pastor” y “obispo” son
usados indistintamente, pudiendo haber varios de cada uno de ellos en una misma
congregación.
7. Los ejemplos, sobre
todo pero no únicamente en los salmos y en los profetas, son numerosísimos.
Citemos algunos: “Pueblo suyo somos, y
ovejas de su prado.” (Sal 100:3b; cf Sal 79:13). “El que esparció a Israel lo reunirá y lo guardará, como el pastor a su
rebaño.” (Jr 31:10b; cf 13:17;
23:1; Is 40:11). Respecto del verbo “apacentar”, además del último ejemplo de
Isaías véase Jr 23:4 y Jn 21:17.
8. En estas palabras
podría verse el eco de una advertencia semejante que hace Moisés a los hebreos
en Dt 31:29.
9. Los cristianos son
particularmente perseguidos en países del Oriente mayoritariamente musulmanes,
como Pakistán e Irán, y ahora recientemente Egipto; o en los países cristianos
en los que el Islam tiene una presencia significativa, como en Nigeria, donde
el movimiento “Boko Haram” se ha propuesto aniquilar a todos los cristianos con
los que comparten territorio. Pero los cristianos son también perseguidos en
algunos estados de la India
(donde predomina el hinduismo) y en Nepal, de mayoría budista, y en muchos
países más de manera abierta, como en Corea del Norte, o encubierta, como en la China.
10. De que lo previsto
por Pablo se cumplió en Éfeso hay indicios en las advertencias que él hace a su
discípulo que se había quedado en esa ciudad (1Tm 1:19,20; 2Tm 2:16-18), las
cuales coinciden con lo que Espíritu dice claramente (1Tm 4:1-5; 2Tm 3:1ss).
11. Aquí “por tanto” (“dió” una preposición distinta a “nun” en el v. 28) se refiere a lo que
él anunció en los dos versículos anteriores sobre las persecuciones y las
herejías.
12.
El obispo Irineo de Lyons (siglo II), uno de los primeros padres de la iglesia,
en su tratado “Contra los Herejes”, menciona una herejía que llevaba ese
nombre, pero no se sabe a ciencia cierta qué es lo que propugnaba.
Amado lector: Si tú no estás seguro
de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy
importante que adquieras esa seguridad,
porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria.
Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus
pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús,
haciendo una sencilla oración como la que sigue:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a
expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los
míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y
voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin
merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados
y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava
mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante
quiero vivir para ti y servirte.”
#742 (02.09.12). Depósito Legal
#2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231,
Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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