Por
José Belaunde M.
CONTRASTES
EN JESÚS
A propósito de Mateo 23
Todos hemos oído hablar, o hemos leído, acerca de las cualidades del
carácter de Jesús que se manifestaban en la forma cómo Él hablaba y actuaba.
Los cuadros que se han pintado de Él lo representan como amable, compasivo,
tierno, dulce. Los relatos de los evangelios nos hablan de su amabilidad, de su
gentileza, de su ternura, de su compasión…
Él dijo: “Aprended de mí que soy
manso y humilde de corazón” (Mt 11:29).
Él dijo también: “Yo he venido para que tengan vida y la
tengan en abundancia.” (Jn 10:10) Vino para darnos su vida misma, para
entregarse a sí mismo en sacrificio por nuestros pecados.
A la pecadora que iban a
apedrear, cuando se retiraron sus acusadores Él le preguntó: “¿Dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno
te condenó? Ella dijo: No señor. Entonces Jesús le dijo: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más.”
(Jn 8:10,11).
Esa frase ha sido malinterpretada
por algunos, como si Jesús fuera tolerante con el pecado, o como si Él expresara
mediante esas palabras su oposición a la pena de muerte. Pero no es el caso,
sino que Jesús vio que ella, al encontrarse frente a frente con Él, se había
arrepentido de su vida pasada y estaba lista para empezar una nueva vida.
Es muy conocida la frase del
Sermón de la Montaña :
“Oísteis que fue dicho: Amarás a tu
prójimo y aborrecerás a tus enemigos. Pero yo os digo: Amad a vuestros
enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced el bien a los que os aborrecen,
y orad por los que os ultrajan y persiguen.” (Mt 5:43,44)
¿Cómo Señor? ¿Tengo que amar a
los que me odian y hacer el bien a los que me hacen daño? Si quieres ser un
hijo digno de tu Padre que está en los cielos, así debes actuar, porque “Él hace salir su sol sobre malos y buenos,
y hace llover sobre justos e injustos.” (v. 45). El calor del sol que nos
ilumina es una manifestación del amor con que Dios ama a todos los seres
humanos sin distingos.
También dijo: “Si alguien te hiere en la mejilla derecha,
ponle también la otra.” (Mt 5:39).
Señor, ¿Tan manso debo ser? Si
quieres ser mi discípulo, sí.
Los rasgos de su carácter habían
sido profetizados por Isaías: “No gritará,
ni alzará su voz…”. Es decir, Él hablará siempre con una voz suave.
“No
quebrará la caña cascada...” Es decir, la caña que está a punto de romperse Él no la quebrará, sino
más bien la enderezará. Tendrá compasión de ella.
“No
apagará el pabilo que humeare…” Si alguien estuviere a punto de desfallecer, Él lo levantará. En suma,
los débiles tendrán en Él consuelo y fortaleza (Is 42:2,3).
Pero veamos algunos ejemplos
adicionales de la dulzura de Jesús:
“¡RAZA DE VÍBORAS!” (Mt 23:33)
“¡SEPULCROS BLANQUEADOS!” (Mt 23:27).
“¡AY DE VOSOTROS, ESCRIBAS Y
FARISEOS HIPÓCRITAS!”
(v. 14)”
“¡AY DE VOSOTROS, GUÍAS CIEGOS!” (v. 16).
“¡AY DE VOSOTROS… QUE DEVORÁIS
LAS CASAS DE LAS VIUDAS!”
(v. 14)
“¡INSENSATOS Y CIEGOS!” (v. 17)
“¡QUE CAIGA SOBRE VOSOTROS TODA LA SANGRE INOCENTE
QUE SE HA DERRAMADO SOBRE LA
TIERRA !”
(v. 35)
¿Qué pasó con el dulce Jesús que
dice esas cosas terribles? ¿Cómo explicar que use ese lenguaje? Un autor judío
ha acusado a Jesús de no poner en práctica su propia enseñanza, y de ser un
hipócrita.
¿Por qué no fue compasivo con los
fariseos? ¿Por qué no estuvo dispuesto a perdonarlos? Es que si hay algo que
Dios abomina, y que Jesús detesta, es la falsedad, la simulación y la mentira.
Al fariseo que había ido al
templo a orar, y que se alababa a sí mismo porque cumplía toda la ley, Jesús no
lo elogia, sino al contrario, expone sus pecados; alaba, en cambio, al
publicano que se consideraba indigno reconociendo sus pecados (Lc 18:9,14).
Él condena a los fariseos porque
dicen y no hacen (Mt 23:3). No practican lo que enseñan, sino lo contrario.
Ésa es una acusación que Dios
pudiera estar dirigiendo a nosotros. No vaya a ser que nosotros también decimos
pero no hacemos. Les predicamos a otros, pero no practicamos lo que predicamos.
Examínese cada cual a sí mismo. Mejor será que nuestra conciencia nos reproche
nuestra falsedad, que no que sea Dios quien nos la eche en cara.
Los fariseos, dice Jesús, no
practican lo que enseñan y pretenden ser lo que no son.
Nosotros vemos mucho de eso
también en el mundo cristiano, y ése puede ser quizá uno de los motivos por los
que este capítulo figura en los evangelios. No sólo como historia, sino también
como advertencia. Quizá nosotros alguna vez hemos caído en un pecado que sólo
Dios conocía, pero hemos seguido pretendiendo que éramos buenos cristianos,
pretendiendo ser lo que no éramos. Y Dios, en lugar de exponer a la vista de
todos nuestra falsedad, compasivamente nos dio tiempo para arrepentirnos.
Jesús reprocha a los fariseos que
hagan sus obras para ser vistos por los hombres, no por Dios (Mt 23:5). Quieren
que todos vean lo buenos que son. No las hacen para Dios, sino para
vanagloriarse de ellas.
Jesús nos advierte: “Tú cuando ores no seas como los hipócritas,
que oran en las sinagogas y en las esquinas de las calles para ser vistos por
los hombres. Pero tú cuando ores, entra a tu cuarto y cierra la puerta y ora a
tu Padre en lo secreto, y Él te recompensará en público.” (Mt 6:5,6)
Eso no quiere decir que no
debamos orar en público, pues hay ocasiones para hacerlo. Pero la oración en
público suena vacía, hueca, cuando no tiene el soporte de la oración privada,
que es de donde viene la unción del Espíritu. Si nosotros no oramos en nuestra
cámara secreta, en intimidad con Dios, ¿con qué autoridad podemos orar en
público?
También dijo Jesús: Cuando des
limosna no toques trompeta para que todos lo vean y te alaben, sino aconsejó: “Que tu mano izquierda no sepa lo que hace
tu derecha.” (Mt 6:2,3).
Nos está diciendo que debemos ser
discretos cuando hacemos obras de caridad, porque las hacemos para Dios, que
ama al pobre, no para que nos admiren y elogien nuestra generosidad.
Eso me hace pensar en las
empresas modernas y las instituciones del estado que suelen tener un
departamento de imagen institucional para mostrar una buena cara al público. Eso
es hipocresía institucionalizada.
Pudiera ser que se trate de una
empresa que explote a sus obreros y empleados pagándoles sueldos muy bajos y
que, al mismo tiempo, se jacte, por usar un término de moda, de ser una empresa
con un alto sentido de responsabilidad social, participando en comisiones y
actividades en ese campo. Cuando se produce una denuncia laboral que afecte al
prestigio de la empresa, llaman inmediatamente al especialista en imagen, como
quien llama al bombero, para restablecer el buen nombre de la firma y apagar el
escándalo.
No puedo imaginar una iglesia que
tenga un departamento de imagen institucional, para aparecer ante el público
como lo que no es.
Jesús no tuvo un departamento de
imagen, Él, que decía no tener dónde recostar la cabeza (Mt 8:20). Tampoco lo
tuvieron los apóstoles, que no ocultaron su profesión de modestos pescadores;
ni menos lo tuvo Pablo, que andaba proclamando sus pecados pasados, y
acusándose de todo el mal que había hecho a la iglesia cuando la perseguía, y
que decía de sí mismo, como supremo elogio, que era menos que un abortivo (1Cor
15:8). En el capítulo 7 de Romanos él da a entender que estaba acosado por
tentaciones, al punto que no sabía qué hacer consigo mismo: “¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este
cuerpo de muerte?” (Rm 7:24).
Menos debemos tener un
departamento semejante los cristianos, y si lo tuviéramos, debería ser para que
la gente nos vea como lo que somos: pecadores arrepentidos.
Nosotros podemos engañar y
sobornar a los hombres, pero no podemos engañar ni sobornar a Dios.
De ahí que Jesús preguntara: “¿Por qué miras la paja en el ojo ajeno si
tienes una viga en el tuyo?”. (Mt 7:3,4). ¿Cómo será tener una viga en el
ojo? Jesús usaba con frecuencia un lenguaje exagerado para dar un mayor impacto
a sus enseñanzas.
Notemos que los pecados que la
gente del mundo juzga pequeños, son grandes pecados si los comete un cristiano.
El cristiano debe mantener su túnica blanca impecable. Lo que para el mundo
sería una pequeña mancha, en la túnica del cristiano sería una mancha grande.
Nosotros no nos emborrachamos, pero a veces actuamos como si lo estuviéramos,
estando de hecho completamente sobrios. Y el nombre de Dios es blasfemado entre
los mundanos.
Jesús alaba a su Padre porque “escondiste estas cosas a los sabios y
entendidos, y las has revelado a los niños.” (Lc 10:21). ¿Por qué lo hizo?
Porque hay quienes ven, y no perciben; oyen, pero no entienden (Mr 4:12; cf Is
6:9,10), porque su corazón se ha endurecido por el orgullo y el pecado
disimulado.
Estas dos cosas son perdición
para el hombre. Ése era el pecado de los fariseos. Ellos eran orgullosos y
ocultaban sus pecados para aparentar ser hombres justos y piadosos. Pero Jesús,
que tenía ojos para ver el interior del hombre, tenía buen motivo para echarles
en cara su hipocresía. En cambio, Él se apiada de la mujer pecadora y del publicano
Zaqueo, porque no disimularon su condición.
Él les dice: “Yo no he venido a llamar a (los que se creen) justos, sino a (los que saben que son) pecadores.” (Mt 9:13).
Los fariseos tomaban mal que Jesús
comiera con cobradores de impuestos y pecadores, y no con ellos. Él les
contesta: “Los sanos no tienen necesidad
de médico, sino los enfermos” (Mr 2:17a). Si ustedes reconocieran que están
enfermos, yo me reuniría con ustedes. Pero ustedes están sanos; son justos, son
perfectos, cumplen toda la ley minuciosamente. No tienen necesidad de mí.
Él no había venido a llamar a
justos, sino a los pecadores, que era la gente que los fariseos evitaban, pero
que son los que más necesidad tienen de Dios, y están más dispuestos a
reconocerlo (Mr 2:17b; Lc 5:30-32).
Es a ellos a quienes nosotros
debemos buscar. Sin embargo, debemos reconocer que los creyentes tenemos la
tendencia de juntarnos entre nosotros, y de evitar reunirnos con la gente del
mundo, en parte, porque ya no nos sentimos cómodos con ellos, y en parte
también, porque con frecuencia ellos nos evitan. Aunque nos respeten, nos hemos
convertido para ellos en unos aguafiestas.
¿Cómo hacer entonces para
predicarles? Es un reto que no es fácil de resolver.
Los fariseos –dice Jesús- “aman los primeros asientos en las cenas, y
las primeras sillas en las sinagogas, y las salutaciones en las plazas, y que
los hombres los llamen: Rabí, Rabí.” (Mt 23:6). ¿Por qué es eso? Porque
aman ser reconocidos, que la gente los salude y que los respeten. Pero ¿a quién
no le gusta ser reconocido y que lo respeten? Si no hemos de ser hipócritas,
diremos que a todos.
A nadie le gusta que lo ignoren,
que lo consideren poca cosa, que no lo tomen en cuenta. Ésa es una de las cosas
que más nos duele.
Cuando vas a una reunión
cristiana ¿dónde te colocas? ¿Atrás o adelante? Según la posición que tengas,
procurarás sentarte lo más adelante posible. Eso es normal.
Sin embargo Jesús dijo que cuando
fuéramos invitados a una boda no nos sentáramos adelante, sino atrás, para que
no tuviéramos que ceder ese lugar a otro más distinguido que uno. Y que más
bien nos sentáramos atrás, para que el que nos convidó nos diga que nos
sentemos más adelante (Lc 14:8-10). Él concluye esa enseñanza diciendo: “Porque el que se enaltece será humillado, y
el que se humilla será exaltado.” (Lc 14:11).
Jesús dijo también: “No os hagáis llamar Rabí, porque uno solo
es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos.” (Mt 23:8-10).
No tratemos de ponernos por encima de otros, o de creernos más, ni de alardear
de sabiduría, porque podemos quedar en ridículo.
Él dijo:“El que es el mayor de vosotros, sea vuestro siervo” (Mt 23:11), y
nos dio un ejemplo práctico tan extraordinario, lavándoles los pies a sus
discípulos, que Pedro, escandalizado, cuando le llegó su turno, se opuso a que
se los lavara a él. Después les advirtió que al obrar de esa manera Él les
había dado ejemplo, para que ellos también hicieran lo mismo. Esto es, que nos
sirviéramos unos a otros (Jn 13:5-15). Pero la tendencia natural del hombre no
es servir a los demás, sino servirse de ellos.
También les dirigió estas
palabras terribles: “Diezmáis del eneldo,
la menta y el comino, pero dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la
misericordia y la fe.” (Mt 23:23). Ése era el gran problema con ellos, en
el cual también podemos caer nosotros; esto es, darle importancia a las
minucias y descuidar lo principal, lo esencial.
“Limpiáis
lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robos y de
injusticia.”
(v. 25-28). La gente del mundo dice: Hay que guardar las apariencias, hay que
preservar la imagen. ¡Cuidado con los escándalos, que lo arruinan todo y nos
humillan!
¿Qué es lo que más nos preocupa a
nosotros? ¿Nuestra fachada, o nuestro interior? Sólo Dios ve nuestro interior.
Él nos conoce mejor de lo que nosotros nos conocemos a nosotros mismos. Él sabe
todo lo que sentimos, deseamos y pensamos; y lo que hacemos sin que nadie nos
vea, salvo Él.
Lo malo es que aunque los demás
no lo vean, lo que uno es por dentro con el tiempo se nota. Tarde o temprano
saldrá a luz. Y todo el mundo terminará por enterarse de lo que uno es en
realidad: “Por sus frutos los conoceréis.
Porque el árbol bueno da frutos buenos, y el malo da frutos malos” (Mt
7:16,17).
Jesús dijo en otro lugar: “De la abundancia del corazón habla la
boca.” (Mt 12:34). Las cosas de las que generalmente hablamos son las que
tenemos en el corazón. ¿Cómo te expresas tú de los demás? Eso muestra lo que tú
en realidad piensas de ellos, aunque seas todo sonrisas.
¿Amas a tu prójimo realmente, o
lo miras con desprecio? ¿Está tu corazón lleno de amor, o de indiferencia?
Aunque no lo quieras, tus sentimientos a la larga se reflejarán en tus
palabras.
Terminaré con un pequeño poema
que he traducido del alemán lo mejor que puedo:
* MEJOR QUE ESCUCHAR UNA PRÉDICA
ES VERLA.
* MEJOR QUE MOSTRARTE EL CAMINO
ES QUE VENGAS CONMIGO.
* EL OJO ES MEJOR ALUMNO QUE EL
OÍDO.
* EL MEJOR CONSEJO A VECES
CONFUNDE, PERO EL BUEN EJEMPLO ES SIEMPRE CLARO.
NB. El presente
artículo está basado en la transcripción de una enseñanza dada en la Fraternidad
Internacional de Hombres de Negocios del Evangelio Completo,
el 31.01.11.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar
de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la
tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Para obtener esa seguridad
tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a
Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración
como la que sigue:
“Yo sé, Jesús, que tú
viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los
hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te
he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces
gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente
de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname,
Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y
gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#746 (30.09.12).
Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia
1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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