jueves, 25 de agosto de 2016

MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS XIII - A LA IGLESIA DE LAODICEA II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS XIII
A LA IGLESIA DE LAODICEA II
Un Comentario de Apocalipsis 3:19-22



19. “Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete.”
En el original griego la frase dice: “A los que yo (yo enfático) amo, reprendo y castigo”. Aquí hay un orden pedagógico: amar, reprender, castigar.

Estas palabras de Jesús nos recuerdan el conocido versículo de Proverbios: “No menosprecies, hijo mío, el castigo de Jehová, ni te fatigues de su corrección; porque Jehová al que ama castiga, como el padre al hijo a quien quiere.” (3:12) que cita también Hb 12:5b, 6 (cf Jb 5:17 y Sal 94:12); y encajan bien con el tono severo de esta carta, la más negativa de las siete epístolas. La reprensión de Dios no es una expresión de rechazo sino, al contrario, una manifestación del amor de Padre que corrige y disciplina a sus hijos. Jesús lo hace con los suyos porque quiere que superen el marasmo, la debilidad y peligro en que se encuentran. El verdadero amor no es indulgente sino, al contrario, es severo cuando conviene.  Por ello les amonesta: sé pues celoso. Aviva el celo por las cosas de Dios que antes mostraste, y arrepiéntete de tu actual tibieza. Arrepiéntete de haberte dejado cazar por las redes insinuantes del mundo que quiere atraparte con sus halagos, y reconoce de quién proceden esas trampas. Si quieres seguirme ciñe tus lomos y reanuda tu marcha por el camino estrecho que lleva a la salvación (Mt 7:14).

El uso de las palabras griegas es muy instructivo y elocuente: “Élegjo” es la reprensión que produce convicción en la persona acusada, no rechazo. El verbo “paideúo” viene de “paideia” que es la instrucción del niño. Jesús pues no quiere condenar, sino corregir a sus hijos para que enmienden sus caminos, como un padre hace con sus hijos.

20. “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.”
Como corolario de lo anterior y como una manifestación de su amor indesmayable, Jesús se dirige a los que ha reprendido severamente y les hace una invitación tierna. Yo no te pido que vengas donde mí y renueves nuestros lazos de amistad, sino que yo estoy delante de ti y toco la puerta de tu corazón.

Si tú estás arrepentido, ábreme la puerta y yo entraré a abrazarte. No sólo a abrazarte, sino que he traído conmigo todas mis riquezas para que cenemos juntos y compartamos lo que he traído.

Sentarse a la mesa con una persona era en la antigüedad –y sigue siéndolo hoy día- una manera de tener comunión, de celebrar y fortalecer la amistad con una persona. Eso es lo que Jesús quiere hacer con todos aquellos que habiéndose enfriado en el camino, quieren recuperar el fervor que antes tuvieron. Jesús no te ha desechado porque te hayas alejado de Él; quiere seguir siendo tu amigo.

Este versículo es usado con frecuencia con fines evangelísticos, para hacer el llamado a los que escuchan por primera vez el Evangelio. Y en verdad el versículo se presta muy bien para ese fin, pero ése no es su propósito en la carta a Laodicea, sino el de renovar la comunión perdida. Una muestra más de cómo la palabra de Dios es multifacética, y se presta para diversos fines sin que haya necesidad de forzar su sentido.

Pero examinemos con más detalle, fuera del  contexto de ese uso, el sentido de las palabras de esta frase. Jesús está “a la puerta”. Él no teme humillarse delante de cada discípulo suyo para presentarse como un mendigo que solicita se le atienda. Él es Rey y podría exigir que los que quieren tener amistad con Él acudan a su puerta y sean los que toquen para que se les abra. Pero Él hace al revés: El Rey acude donde su siervo. Quizá Jesús recuerde en ese momento sus propias palabras para ponerlas en práctica: “Llamad y se os abrirá” (Mt 7:7), esperando una respuesta positiva: “Y al que llama se le abrirá.” (Mt 7:8).

¿Habrá un soberano más tierno, amoroso y condescendiente que Él? Y nosotros cuando nos sintamos ofendidos ¿no tomaremos la iniciativa de buscar al ofensor para reconciliarnos, en vez de exigir que sea él quien venga a nosotros?

“Si alguno oye mi voz”, porque Él habla con voz suave, suplicante, no imponente. “Si alguno oye mi voz”, porque es posible que muchos estén tan distraídos en sus propios asuntos, y se hayan enfriado tanto, que no se ponen en el caso de que Jesús venga a ellos. Sus oídos están tapados por el ruido ensordecedor del mundo, y pueden no escuchar el susurro de Jesús en medio de ese estruendo. “Si alguno oye mi voz”, porque habrá ovejas que no habrán olvidado el timbre inconfundible de la voz de Jesús y la reconocerán, y que, confusos, se apresurarán a abrirle.  ¿Serás tú uno de ellos, o te harás el desentendido?

“Abre la puerta”. Jesús no fuerza su entrada, sino espera que se le abra. Su corazón está lleno de paciencia. ¡Ay de aquellos que no se apuren en abrirle! Pudiera ser que hayan perdido la última oportunidad de renovar su amistad con Él, porque Jesús vino otras veces y se le cerró la puerta. ¡Pero felices aquellos que le abran, y se sienten a la mesa con Él! Probarán manjares cuyo sabor nunca imaginaron.

Por eso dice “cenaré con él”. ¡Qué gran privilegio y honor es ser invitado a la mesa de los grandes! Muchos que alguna vez lo fueron lo recuerdan como uno de los momentos más felices de su vida, y se deleitan recordando los detalles de la fiesta suntuosa en la que participaron. Mas aquí está el más grande de los grandes, el Soberano de los reyes de la tierra, y Él no te ha invitado a su palacio, sino que ha venido a tu humilde morada con todas sus riquezas para honrarte. ¿Querrás perder esta oportunidad que muchos ansían de renovar tu comunión con Él? ¡Oh, no seas lerdo, sino deja tu tibieza, y acude pronto a la invitación que Él te hace! (1)

Pero notemos que Jesús ha dicho puntualmente: “Cenaré con él y él conmigo.” Esa cena verá su consumación en el banquete de las bodas del Cordero, al final de los siglos: Ap 19:9; cf Mr 14:25.

21. “Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono.”
Por último, Jesús repite la promesa que ha hecho en las otras cartas: “al que venciere”, aunque cada vez lo prometido es diferente. Al que no se rinda ante los halagos, o la oposición del mundo; al que supere los obstáculos que el enemigo se empeñará en poner en su camino; al que venciere, en fin, como Jesús venció sin temor a la muerte, Él, Jesús, el vencedor que subió al cielo para sentarse a la diestra de su majestad, le dará que se siente junto con Él en su trono. Pablo, en otro contexto, habla de los que se han sentado en lugares celestiales con Cristo Jesús (Ef 2:6). (2)

¿Qué cosa quiere decir “sentarse” en el trono mismo de Jesús? ¿Acaso hay en un trono, que es una silla grande, majestuosa para una sola persona, lugar para dos, o tres, o para muchísimos más, que serían los que vencieren, y a los que Él hace esta promesa?

Jesús dice que Él se ha sentado en el trono de su Padre (Mt 26:64), lo que quiere decir que, según la promesa de un salmo mesiánico, a Él se le ha dado el gobierno del mundo, porque el trono simboliza autoridad, como lo declara el Salmo 110: “Jehová dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies.” (v. 1, cf 1Cor 15:25) (3)

Jesús prometió a sus apóstoles que algún día en su reino ellos regirán a las 12 tribus de Israel (Mt 19:28), es decir, las gobernarían, tendrían autoridad sobre ellas (4). Lo que Jesús les está prometiendo a todos los que vencieren, es que algún día Él compartirá con ellos su autoridad sobre el mundo creado. Ellos serán, por así decirlo, sus ministros o mandatarios, en ese mundo futuro que nosotros no conocemos, que es de una grandeza que apenas podríamos imaginar. Pablo da a entender algo semejante cuando escribe: “¿O no sabéis que los santos han de juzgar al mundo? …¿O no sabéis que hemos de juzgar a los ángeles?” (1Cor 6:2,3).

Toda persona a quien se delega autoridad comparte la autoridad de Aquel que se la ha delegado. Sus escogidos pues, los que le sirvieron en la tierra y no desfallecieron en las pruebas, compartirán la autoridad del Rey del Universo. De esta manera recibirán su recompensa (2Tm 2:12; Rm 8:17; Col 3:4). Ninguna acción suya, aún la más pequeña; ninguna palabra, aún la más furtiva; ningún gesto de caridad, pasará desapercibido; hasta la menor sonrisa, será tenida en cuenta; nada será perdido, todo será considerado para la asignación de la recompensa generosa que a cada uno corresponda, porque Dios es un Dios justo que paga a cada cual según sus obras. (Sal 62:12; Rm 2:6; Ap 2:23; 22:12).

22. “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.”
¿Tienes tus oídos para escuchar y entender la promesa que Jesús te hace? Él no habla en vano, sino que cada palabra suya es “en Él sí, y en Él amén.” (2Cor 1:20), es decir, firme, segura. Si Él lo ha hablado, Él lo hará.

Como ya he dicho en otra parte (Mensajes a las Siete Iglesias IX), Él no habla aquí sólo a una iglesia en particular del pasado, sino que habla a la iglesia universal, a todos los creyentes de todos los tiempos, a ti y a mí.

Notas: 1. Aquí hay una relación de koinonía frecuente en el evangelio de Juan: “Cenaré con él y él conmigo.”  Véase Jn 6:56; 10:38; 14:20,23; 15:4,5; 17:21,26.
2. La carta a los Efesios sería, según algunos eruditos, la carta a la iglesia de Laodicea que  muchos dan por perdida.
3. Véase también las siguientes referencias: Mt 22:44; Mr 12:36; Lc 20:42,43; Hch 2:34,35; Ef 1:20-22; Col 3:1; Hb 1:3,13; 8:1; 10:12,13.
4. En Lucas 22:28-30 Jesús les dice que Él les asignará un reino así como su Padre le asignó un reino a Él.



Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te animo a adquirir esa seguridad porque de ella depende tu destino eterno. Con ese fin te exhorto a arrepentirte de tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo una sencilla oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”


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martes, 9 de agosto de 2016

MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS - A LAODICEA I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS XII
A LA IGLESIA DE LAODICEA I
Un Comentario de Apocalipsis 3:14-18



14. “Y escribe al ángel de la iglesia en Laodicea: He aquí el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios, dice esto:” (Nota 1)

En esta última epístola Jesús se presenta a sí mismo: “He aquí”, es decir, “Aquí estoy yo, el Amén”. Esta palabra es una transliteración de la palabra hebrea “Amén”, que quiere decir "firme", "confiable" y que se traduce a veces como “verdad” o en otros casos como “fidelidad”. (2)
Suele ser traducida a veces, como al final de una oración (el Padre Nuestro, por ejemplo), como “Así sea”. (3)
Jesús la usa con frecuencia al inicio de una declaración importante: “Amén, amén, os digo…” (Jn 3::3; Mr 8:12; Mt 13:17) “En verdad, en verdad os digo” (o “de cierto, de cierto…”). En otras palabras, lo que digo es verdad. Yo certifico que las cosas que digo son verdaderas. ¿Por qué puedo afirmarlo? Porque yo soy la verdad misma. (Jn 14:6) Y porque lo soy, yo soy en sentido absoluto el único “testigo fiel y verdadero” que existe. Por eso puedo llevar ese nombre. Yo soy el testigo fiel y verdadero de las cosas pasadas, de las cosas presentes y de las cosas futuras también, porque mi mirada se extiende sobre todas las edades y todos los tiempos, y todo es presente para mí. Yo estoy por encima y más allá del tiempo, porque yo habito en la eternidad. El tiempo es creación mía.
Todo lo que existe procede de mi boca, y sin mí nada existe, porque Yo era desde el principio”, y estaba junto con Dios antes de que nada existiera (Jn 1:1; Pr 8:22). Todo lo que existe surgió en obediencia a mi palabra que ordenaba que existiera. Tú mismo que lees estas líneas, vives porque yo te llamé a la existencia. Sin mí no serías nada, no existirías, tus padres no te habrían concebido. ¿Y tú te atreves a desafiarme? ¿Tú te atreves a negar que existo? Si me niegas a mí, niegas tu mismo ser, que de mí procede y depende.
La frase “el principio de la creación de Dios” fue usada por los arrianos del siglo IV (y la utilizan sus sucesores modernos, los Testigos de Jehová) para intentar negar que el Verbo fuera eterno, alegando que Él fue creado. Pero la palabra arjé (traducida por “principio”) quiere decir aquí “fuente” u “origen” de la creación: “Todas las cosas fueron hechas por Él” (Jn 1:3).
          Él está por encima de la creación. Él es el primero y el último, el Alfa y la Omega, el que todo lo comprende y abarca. Como dice Pablo: “Y un Señor Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y nosotros por medio de Él,” (1Cor 8:6b). Hebreos lo pone en estos términos: “Porque era propio que Aquel por cuya causa son todas las cosas, y en quien todas las cosas subsisten…” (2:10). Si Él dejara de existir, todo desaparecería con Él.

15. “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente!”
¡Oh, qué reproche el que Jesús dirige al ángel de esa iglesia y con él a todos sus fieles! “No eres frío ni caliente”. No eres como el hielo en el que todo fervor se ha congelado y que parece sin vida, ni como el fuego que hace arder todo lo que toca. Ojalá fueras como lo uno o como lo otro. Es decir, ojalá te definieras y salieras de tu lánguida apatía. Ojalá despertaras y se llenaran tus venas de vida, porque pareciera que por las tuyas no circula sangre sino agua. Si fueras  frío, es decir, totalmente alejado de Dios, habría posibilidades de que te convirtieras a Él. Si fueras caliente, ardiendo en el amor de Dios, te encaminarías derecho al cielo, donde te espera el abrazo de Jesús. Pero tu indiferencia hacia las cosas de Dios es la peor actitud de todas, porque equivale al desprecio. De ahí la condena que sigue:

16. “Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca.”
Así como el agua tibia provoca el vómito, yo te vomitaré a causa de tu tibieza. El Señor te escupe con asco y te rechaza porque no soporta tu maligna tibieza y tu hipocresía con la que aparentas ser lo que no eres, y que quieras estar bien con Dios y con el diablo. ¡Qué terrible es que el Señor le diga a alguien que pretende ser suyo: Te vomitaré de mi boca! No quiere verte ni saber nada contigo.
El Señor Jesús tuvo palabras muy fuertes contra los fariseos a causa de su hipocresía. Pero aquí tenemos un reproche aun mayor, porque los fariseos no eran sus discípulos, no le pertenecían. En cambio, éstos de Laodicea eran cristianos, pertenecían al cuerpo de Cristo, pero eran indignos de estar en Él, no por sus pecados,  sino por su pasividad. No porque toleraran a una Jezabel en su seno, no porque tolerara maestros de falsas doctrinas entre ellos, sino por su tibieza.
El Señor no tolera la tibieza, no tolera las medias tintas, no tolera la mediocridad. Él quiere que los que lo siguen se esfuercen y den lo máximo de sí, porque cuando nosotros damos lo máximo de nosotros mismos, el Señor añade más y colma la medida. Pero si no damos nada de nosotros mismos, cerramos la puerta a la gracia.
En la vida del espíritu no es posible permanecer en el mismo lugar, se ha observado muchas veces. Si no avanzas, retrocedes. Si no nadas contra la corriente, la corriente te arrastra. Y aún lo poco que tienes, lo perderás, como el siervo infiel que no sacó provecho del único  talento que tenía. (Mt 25:24-30).
El peligro de la tibieza consiste, entre otras cosas, en que no es consciente de lo que le falta y necesita adquirir. Se cree suficiente y cree tener asegurado un lugar en el cielo, y no se da cuenta de que está a punto de perderlo todo.
En el reproche de la tibieza parece haber una alusión a las aguas calientes que brotaban de las fuentes de la cercana Hierópolis, al otro lado del valle, frente a Laodicea y que, al correr por la meseta, se volvían tibias. Sabemos que el agua tibia provoca náusea. Eso es lo que el Señor siente por el tibio. ¡Ojalá que nunca le causemos nosotros esa sensación al Señor! ¡Ojalá que nunca le provoquemos náuseas!

17. “Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.”
Más allá del significado que estas duras palabras de reproche tenían para sus destinatarios cuando fueron proferidas, este mensaje se dirige a los ricos de todos los tiempos, a todos aquellos que fundan su seguridad en su riqueza, y que más allá de eso, se enaltecen a causa de la fortuna que han acumulado. “Yo soy rico” se jactan, “y me he enriquecido”, es decir, yo he amontonado dinero gracias a mis esfuerzos, y por ello, cuento con todo lo necesario para vivir a mis anchas y me basto a mí mismo. Como dice un proverbio: “Las riquezas del rico son su ciudad fortificada, y como un muro alto en su imaginación.” (18:11). Pero él ignora cuándo van a pedir su alma y lo que ha acumulado ¿para quién será? (Lc 12:20).
Por eso Jesús contesta: Tú no sabes cuán miserable eres y cuán pobre. Tienes riquezas, pero eso es todo lo que tienes. Eres un desventurado, y estás ciego y desnudo, porque no te das cuenta de que lo que has acumulado son carbones para atizar el fuego del infierno al cual vas a ir, y donde vas a pagar por todo el sufrimiento que causaste a otros en el proceso de hacerte rico; por todos los abusos, por toda la explotación, por todo el engaño y la usura que usaste como instrumento para enriquecerte.
En realidad eres pobre en la gracia de Dios, pobre en amor no sólo divino sino humano, porque si bien hay muchos que te temen o te envidian, no tienes uno solo que te ame de verdad. Y si te muestran aprecio y si te halagan no es por ti, sino por tu dinero. Es un cariño interesado.
El dinero –se ha dicho con razón- puede comprar caricias, pero no puede comprar amor. Tampoco puede comprar el favor de Dios, a menos que se use para calmar el hambre de los pobres.
Naturalmente puede decirse que este versículo de la carta a Laodicea no se refiere a la riqueza material, sino a la supuesta riqueza espiritual que esa iglesia se jactaba de poseer. Pero ¿cómo se compagina la riqueza espiritual con la tibieza? Imposible. La riqueza espiritual destruye la tibieza con su fervor, así como la tibieza apaga toda riqueza espiritual. Las palabras de Jesús tomadas en ese sentido son plenamente justificadas. El que es tibio se ha empobrecido en sentido espiritual, y está cubierto de harapos que dejan ver su desnudez. Vale la pena notar que, contrariamente a los griegos que se exhibían desnudos, para los judíos la desnudez era una vergüenza que los hacía correr para esconderse, como ocurrió con Adán cuando descubrió que estaba desnudo. (Gn 3:10). (4)

18. “Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas.”
Como consecuencia Jesús exhorta a los de Laodicea a “comprar de mí”. Como esta iglesia se jacta de su riqueza con la que pueden adquirir todo lo que desean, les aconseja que “compren” –usando un lenguaje que corresponde a su jactancia- es decir, que adquieran de Él, que es la fuente de toda riqueza, tres cosas que tienen un valor eterno, y no pasajero como las riquezas materiales que poseen.
Son tres cosas que sólo Él puede dar al hombre. La primera es el oro de la fe, que es el inicio de la vida cristiana que asegura la entrada al cielo, el cual es bueno que haya sido refinado por el fuego de las pruebas para que sea perseverante (1P 1:7; 4:12,13). Lo segundo es la pureza del alma sin la cual nadie verá a Dios (Mt 5:8), ni puede permanecer en su presencia (Véase la parábola del Banquete de Bodas, Mt 22:11-13). El que no lleva puestas esas vestiduras, es decir, el que no se ha purificado por el arrepentimiento de sus pecados, deja ver a todos la inmundicia que mancha su alma. Su lugar no es el cielo, sino el fuego del infierno.
Por último, puesto que Jesús en el versículo anterior le ha reprochado su ceguera para las cosas que realmente tienen valor, le aconseja que compre colirio, es decir, gotas para los ojos que remuevan las escamas que entorpecen su visión, y pueda ver por fin realmente lo que constituye el tesoro escondido que deben buscar (Mt 13:44).
En estas palabras puede haber una alusión al renombrado “polvo frigio” que los médicos de la ciudad usaban para curar a los afligidos por enfermedades de los ojos físicos.
Hay también una sutil ironía en la exhortación hecha a los que se creen ricos, de comprar aquellos bienes que con ninguna riqueza material pueden adquirirse, como advierte Isaías en un conocido pasaje: “A los que no tienen dinero venid, comprad sin dinero y sin precio vino y leche..” (Is 55:1). El vino y la leche espiritual que nutren y regocijan el alma se adquieren acercándose a Dios, y no hay riqueza material que los pueda comprar. 

Notas: 1. La antigua ciudad de Diospolis (ciudad de Zeus) fue fortificada a mediados del siglo III AC por el rey seléucida Antígono II, quien le dio el nombre de Laodicea, en honor de su esposa Laodice. (El nombre de la ciudad viene de laos, pueblo, y diké, justicia o juicio) Según Josefo el rey Antíoco III, el Grande (223-187 AC) trajo de la región babilónica a unas dos mil familias judías, y las estableció en Lidia y Frigia. Ellas contribuyeron a la prosperidad de la región pero, según Cicerón, los judíos de Asia Menor estaban prohibidos de enviar dinero a Jerusalén, como era su costumbre, para el sostenimiento del templo. (Esa numerosa colonia judía fue más tarde la base de la fuerte implantación del cristianismo en la ciudad) Laodicea fue conquistada por los romanos el año 133 AC, quienes reconstruyeron los antiguos caminos que convergían en la ciudad. Estaba situada en una planicie sobre el valle del río Licos. Su situación estratégica la convirtió en un próspero centro comercial y bancario. Cuando fue destruida por un terremoto el año 60 DC, pudo reconstruirse sin apelar a la ayuda romana.
Se hallaba no muy lejos de Hierópolis, famosa por sus aguas termales, que llegaban ya tibias a Laodicea (lo que puede explicar la referencia a la tibieza de los creyentes de la ciudad); y cerca también de Colosas, cuyas aguas eran, por el contrario, frías.
En la ciudad se fabricaba el “polvo frigio”, que era usado para tratar enfermedades oftálmicas. La mención del colirio para ungir los ojos puede ser una alusión velada a ese producto. Se distinguía por la fabricación de tejidos de lana negra brillante, lo que puede estar detrás de la alusión a las “vestiduras blancas” que la carta aconseja comprar a los creyentes.
Es probable que la iglesia de la ciudad fuera fundada por Epafras, o algún otro discípulo de Pablo, que no había llegado a visitarla antes de su primera prisión (Col 2:1), aunque tenía una gran preocupación por los creyentes de esa ciudad, a los cuales había escrito una carta que, lamentablemente, se ha perdido (4:12,16).
Si Jesús le reprocha a esta iglesia su tibieza y autocomplacencia, pronto se convertirá en uno de los obispados más distinguidos de la región. Su obispo Sagaris fue martirizado el año 166, y un sucesor suyo participó en el Concilio de Nicea (325 DC). El año 367 tuvo lugar en la ciudad un concilio que se opuso vigorosamente a la herejía montanista. La ciudad fue capturada por los turcos en el siglo XI, pero fue reconquistada por los bizantinos el año 1119. Formó parte del reino latino a raíz de la 4ta. Cruzada, pero fue tomada por el tártaro Tamerlán en 1402, para caer finalmente en manos del Imperio Otomano. Sobre su emplazamiento se hallan las ruinas de Eski Hisar (antiguo castillo).
2. En Isaías 65:16 leemos: “El que sea bendecido en la tierra, en el Dios Amén será bendecido…”, esto es “en el Dios de verdad”. Su uso es también ocasional en los salmos como respuesta de la congregación a la exhortación de alabar a Dios (Sal 41: 13; 72:19; 89:52). En medios evangélicos se usa como señal de asentimiento a las palabras del predicador.
3. En ese sentido lo emplea también Jeremías: “Respondí: Amén, oh Jehová”. Es decir, “Así sea, Señor”, (11:5).
4. Para los hebreos y otros pueblos orientales de la antigüedad, era una vergüenza estar desnudo. Hacer desfilar desnudos a sus enemigos prisioneros era una forma muy usada de humillarlos (1Sm 19:24; 2Sm 10:4; Is 20:2,4).




Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te animo a adquirir esa seguridad porque de ella depende tu destino eterno. Con ese fin te exhorto a arrepentirte de tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo una sencilla oración:

   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”


#908 (03.01.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

miércoles, 27 de julio de 2016

MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS - A TIATIRA II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS VII
A LA IGLESIA DE TIATIRA II
Un Comentario de Apocalipsis 2:24-29

24. “Pero a vosotros y a los demás que están en Tiatira, a cuantos no tienen esa doctrina, y no han conocido lo que ellos llaman las profundidades de Satanás, yo os digo: No os impondré otra carga:”
¿Quiénes son esos “vosotros” y esos “demás” que están en Tiatira? Estas palabras implican que las cartas de Jesús están dirigidas a los responsables, a los ancianos de cada iglesia, no a una sola persona en autoridad. A ellos dirige Jesús, en primer lugar, sus advertencias, aunque ellas alcancen a todos los fieles de la iglesia incluidos en la expresión “los demás”.

Las palabras que siguen conciernen a los que han permanecido fieles, a los que no se han dejado seducir por doctrinas equivocadas, que suponemos eran la mayoría de la iglesia, por muy atractivo que fuera lo que Jezabel, o Satanás por intermedio de ella, ofrecía a los creyentes de Tiatira.

“No han conocido las profundidades de Satanás”. Esas palabras indican que hubo quienes se involucraron a fondo con conceptos y prácticas ocultistas diabólicas, y que se jactaban del conocimiento esotérico que obtenían a través de ellas, sin percatarse del peligro al que se exponían.

Es posible que al hablar de las profundidades de Satanás Jesús haya pensado en los albores del movimiento gnóstico, que amenazó la pureza doctrinal de la Iglesia, pretendiendo estar en posesión de conocimientos profundos acerca de los misterios divinos, y que en el curso del tiempo captó muchísimos seguidores.

En su estudio de las palabras del Nuevo Testamento M. Vincent pone el término “profundidades de Satanás” en relación con la secta gnóstica de los ofitas (adoradores de la serpiente) que perduró hasta inicios del siglo VI, en que fue proscrita por el emperador Justiniano. Su doctrina, cuyo germen es común a muchas sectas gnósticas y ocultistas, invertía el relato de la creación haciendo del Creador un ser malévolo, hostil al Dios supremo, de modo que la caída del hombre como consecuencia de su desobediencia, fuera considerada no como una transgresión contra la voluntad divina, sino como un acto de emancipación frente a una autoridad malvada. La serpiente tentadora no sería entonces una enemiga de la humanidad, sino su benefactora. Ella es un símbolo del intelecto, mediante el cual la primera pareja humana obtuvo el conocimiento de la existencia de seres superiores a su Creador. De esa manera llevaban a cabo lo que denuncia Isaías: “¡Ay de los que al mal llaman bien, y al bien, mal; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz…” (Is 5:20). En su arrogante blasfemia convertían a Satanás en Dios, y a Dios en Satanás. Su uso de la palabra “profundidades” pervertía y se burlaba de la exclamación emocionada de Pablo: “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!” (Rm 11:33). 

Pero a los que no lo hicieron Jesús les dice que no les impondrá otra carga aparte de la que ya tienen, y que Él ha elogiado en el vers. 19. (Véase el artículo anterior “Mensajes a las Siete Iglesias VI”). La carga a la que Jesús alude se refiere, en opinión de muchos, a las normas dictadas por el Concilio de Jerusalén para los gentiles que se convertían a Cristo (Hch 16:28,29).

25. “pero lo que tenéis, retenedlo hasta que yo venga.”
Jesús anima a los creyentes a mantenerse firmes de la manera expuesta hasta que Él vuelva, según su promesa. Aunque la idea de su pronto retorno está presente en todos los mensajes, ésta es la primera vez que lo menciona explícitamente, y no lo volverá a hacer hasta la carta a la iglesia de Filadelfia (Ap 3:11). Sin embargo, la iglesia de esos primeros tiempos vivía en la expectativa del pronto retorno de Jesús, según Él había anunciado repetidas veces. La frustrada expectativa de su pronta vuelta hizo que la fe de muchos se conmoviera, al punto de que el apóstol Pedro consideró necesario tranquilizar a los que se impacientaban por no verlo regresar (2P 3:4-9).

¿A qué se refiere “lo que tenéis” y que debe ser retenido? Pudieran ser las reglas de conducta derivadas de las Sagradas Escrituras, y que expresan la voluntad de Dios para el hombre, la forma en que ha de comportarse para agradarle. Los evangelios están llenos de esas instrucciones prácticas, así como lo están también las porciones parenéticas de las epístolas. Como por ejemplo: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced el bien a los que os aborrecen…” (Mt 5:44). O “Al que te pide, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses. (Mt 5:42). O “Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra.” (Rm 13:7).

No obstante, Jesús afirma claramente: “mi yugo es fácil, y mi carga ligera.” (Mt 11:30). En cambio, los fariseos añadían a los mandamientos contenidos en la Ley, reglas minuciosas que cubrían todos los aspectos de la vida diaria que, tal como denunció Jesús, se convertían en una carga pesada de llevar (Mt 23:4; Mr 7:8).

26, 27. “Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad sobre las naciones, y las regirá con vara de hierro, y serán quebradas como vaso de alfarero; como yo también la he recibido de mi Padre.”
En esta ocasión a la frase “Al que venciere”, que figura en todas las otras cartas, Jesús añade las palabras: “y guardare mis obras hasta el fin.” ¿De qué obras se trata? Las que se acaba de mencionar al comentar al versículo anterior, a las que se podría añadir el fruto del Espíritu de que habla Gal 5:22,23 y, a imitación suya, el predicar el evangelio a las naciones, la enseñanza de su doctrina, y las obras de caridad con los necesitados. O quizá simplemente la obediencia a la ley de Cristo de que habla Pablo (1Cor 9:21; Gal 6:2), que abarca lo mencionado y mucho más.

En estos dos versículos Jesús hace una promesa inusitada a los que le permanezcan fieles hasta el fin: les dará autoridad sobre las naciones, a las que regirán con vara de hierro. Ahora bien ¿cuándo debe cumplirse, o cuándo se cumplió esa promesa? ¿Se trata de un cumplimiento que se realiza en este siglo, o en el siglo venidero? ¿Se cumplirá en el curso normal de la historia, o será un cumplimiento escatológico?

¿Podría decirse que la primera opción se cumplió cuando los emperadores bizantinos acumularon todo el poder, y rigieron el mundo mediterráneo oriental y aún más allá, a partir del siglo IV? ¿O cuando el Sacro Imperio Romano Germánico, fundado por Carlomagno el año 800, unido al poder de la iglesia, se extendió a toda Europa? No lo creo porque en el primer caso su hegemonía fue pronto socavada por las invasiones de árabes y turcos, en su afán por expandir el Islam. Y en el caso del segundo, las luchas intestinas mermaron su autoridad.

Más parece que se tratara de un cumplimiento al final de los tiempos, cuando los cristianos reinen con Cristo, porque la promesa no está reservada a una sola persona, al emperador, sino está destinada a todo el que venza los obstáculos que el enemigo ponga en su camino, es decir, a todos los cristianos vencedores y fieles.

Esta palabra está ligada a lo que se dice en Ap 1:6, 5:10 acerca de los que Jesús hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; y nos hace pensar en lo que Jesús prometió a sus discípulos: “De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido, también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel.” (Mt 19:28 c.f. Lc 22:30). 

Pablo también afirma que los santos han de juzgar al mundo (1 Cor 6:2). El Salmo 2 lo había profetizado respecto de Cristo: “Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra.” (v. 8). Pero Él ejercerá ese poder que ha recibido de su Padre a través de sus apóstoles y discípulos.

El mismo salmo añade una frase a la que Jesús en este pasaje se refiere directamente: “Los quebrantarás con vara de hierro; como vasija de alfarero los desmenuzarás.” (v. 9).

La autoridad que sea entonces delegada a los creyentes será adecuada a la fidelidad que mostraron en esta vida, según dijo Jesús en la parábola de los talentos, a los siervos a los que encargó administrar su dinero: “Bien, siervo bueno y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor.” (Mt 25:21,23). A los que supieron dominar sus pasiones en la tierra, Dios les encargará gobernar a los pueblos en el cielo, escribe acertadamente John Stott.

“Las regirá con vara de hierro; y serán quebrantadas como vaso de alfarero.” Antes de instaurar el nuevo orden, el antiguo debe ser totalmente destruido. Antes de la regeneración de todas las cosas, el bien y el mal convivían. Pero llegará el momento en que la cizaña deberá ser separada del trigo y quemada al fuego (Mt 13: 30,41,42).

En Jeremías Dios nos pone delante la imagen del alfarero que fabrica sus vasijas moldeando el barro en la rueda (Jr 18:1-6). Dios tiene sobre nosotros un dominio mayor que el que tiene el alfarero sobre sus vasijas, porque el alfarero sólo les da forma, pero Dios ha creado tanto a la arcilla como al alfarero (M. Henry). Más adelante Él ordena al profeta realizar una acción simbólica, consistente en quebrar un vaso de barro delante de los ancianos del pueblo infiel (Jr 19:10). Dios trata a su pueblo como el alfarero rompe y descarta las vasijas que salieron mal, y escoge y preserva las que son a su gusto.

Llegará el día en que el jinete del caballo blanco herirá a las naciones con la espada aguda que sale de su boca –es decir, con su palabra- y las regirá con vara de hierro, señal de autoridad absoluta (Ap 19:15).

28. “y le daré la estrella de la mañana". 
Ése es Jesús mismo, según sus propias palabras: “Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana.” (Ap 22:16). Ya muchos siglos atrás Balaam había profetizado a pesar suyo su venida: “Lo veré, mas no ahora; lo miraré, mas no de cerca; saldrá Estrella de Jacob, y se levantará cetro de Israel.” (Nm 24:17).

Así como el lucero de la mañana anuncia un nuevo día, de igual manera cuando Cristo se levante –es decir, cuando aparezca su señal en los cielos (Mt 24:30)- regirá un nuevo día que empiece con su venida y que no tendrá fin. La estrella es señal de autoridad. Recuérdese que fue una estrella de Oriente la que anunció a los magos su nacimiento (Mt 2:2). Entonces dará a sus discípulos fieles la potestad de gobernar a las naciones con Él. Ellos compartirán no sólo su autoridad y su poder, sino también su gloria. Al haberle dado la espalda a la oscuridad del pecado, podrán ver la gloria de Dios reflejada en la faz de Jesucristo (2Cor 3:18).

29. “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.”
Esta frase que aparece al final de todas las cartas, ha sido ya tratada en el comentario de las tres cartas anteriores. No tengo nada que añadir por el momento a lo ya dicho. 

NB. Desde el punto de vista histórico-simbólico la iglesia de Tiatira representa el período que va desde inicios del siglo VII hasta la Reforma protestante, esto es, la era de la grandes catedrales y del inicio de las universidades bajo su sombra; la era de la consolidación del poder del Papado, con las contradicciones que trajo consigo; de la fundación, como contraparte, de las órdenes mendicantes, con su testimonio de pobreza; la era de las cruzadas y de los denodados esfuerzos para detener el avance del Islam; la era de las luchas feudales que condujeron al surgimiento de los reinos de España y Portugal, de Francia, Inglaterra y Austria, mientras Alemania e Italia seguían siendo un mosaico de pequeños estados; la era del surgimiento de las ciudades alrededor de los conventos, y de los primeros pasos de la ciencia experimental; la era del pasmoso desarrollo de la literatura, de las artes plásticas, de la arquitectura y de la música, que llevó al despertar del Renacimiento, sobre todo, pero no sólo en Italia; la era, en fin, de la invención de la imprenta, y del descubrimiento de América.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios por toda la eternidad, yo te exhorto a arrepentirte de tus pecados, y  te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo una sencilla oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

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miércoles, 20 de julio de 2016

MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS VI - A TIATIRA I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS VI
A LA IGLESIA DE TIATIRA I
Un Comentario de Apocalipsis 2:18-23

La ciudad de Tiatira está situada al Sur de Pérgamo, entre esta ciudad y Sardis. A inicios del siglo III AC, Seleuco Nicator estableció en la antigua Pelopia una guarnición de macedonios para defender el acceso al valle, y le puso el nombre de Tiatira. Pasó a manos del reino de Pérgamo el año 190 AC, y de los romanos en 133 AC. No tenía un acrópolis propiamente dicho, como la mayoría de las ciudades griegas, pero tenía un templo dedicado al dios Apolo y otro, a la diosa Artemisa (Diana).

Como apunta W.M. Ramsay, a lo largo de la historia, especialmente durante los siglos de lucha entre los invasores musulmanes, (primero árabes y después turcos), y los defensores cristianos, su destino estuvo marcado por su situación estratégica en la ruta de la invasión. Bloqueaba el camino de los ejércitos invasores, y por eso debía ser conquistada por todo invasor. Pero a la vez, como resguardaba el pasaje a un rico distrito, debía ser defendida a toda costa y ser fortificada. Actualmente la ciudad subsiste con el nombre de Ak-Hisar, y tiene unos cien mil habitantes.

En los años en que se escribieron estas cartas se distinguía sobre todo a causa de su comercio floreciente, y por sus gremios artesanales especializados en trabajos de bronce, cerámica, tejeduría, textiles y tejidos de púrpura, que en esta ciudad era obtenida no de moluscos marinos, sino de una raíz. Su nombre aparece en el libro de los Hechos en conexión con Lidia, la primera mujer gentil convertida al cristianismo. De ella dice Hechos que era "vendedora de púrpura, de la ciudad de Tiatira." (Hch 16:14) Ella era una persona de posición acomodada porque se permitía invitar a Pablo y a su comitiva a posar en su casa. Ella adoraba al Dios verdadero, lo cual quiere decir probablemente que era prosélita del judaísmo. Estando Pablo y sus compañeros en Filipos un día de reposo, salieron fuera de la ciudad, junto al río, donde los judíos piadosos solían reunirse para orar (porque no había sinagoga en la ciudad), y empezaron a hablar a las mujeres que estaban allí. Una de ellas, Lidia, estaba atenta a lo que Pablo decía, creyó y fue bautizada, ella con su familia (Hch 16:13-15).

18. Y escribe al ángel de la iglesia en Tiatira: El Hijo de Dios, el que tiene ojos como llama de fuego, y pies semejantes al bronce bruñido, dice esto:"
La epístola a la iglesia de Tiatira es la más larga de todas las epístolas de nuestro Señor y también la más elogiosa. Quizá por ese motivo Jesús se refiere a sí mismo en una forma que no ha empleado antes, ni lo hará en las subsiguientes cartas, esto es, como el Hijo de Dios, el eterno Hijo Unigénito del Padre. Y luego se describe a sí mismo en los términos resaltantes de la descripción que Juan da de su apariencia al comienzo del libro: "ojos como llama de fuego y pies semejantes a bronce bruñido" (Ap 1:14,15).

Los ojos llameantes son, como ya se ha dicho, de un lado, manifestación de amor encendido y, de otro, expresión de ira santa y de juicio, con los cuales escudriña la mente y el corazón. Los pies de bronce bruñido simbolizan la perfecta sabiduría, y la firmeza con la que Dios actúa.

La fe de los cristianos en Tiatira estaba expuesta a un gran peligro debido a que nadie podía pertenecer a los gremios artesanales -condición indispensable para prosperar en un oficio- sin participar en sus banquetes comunales que podían tener el carácter de festines idolátricos y, posiblemente, al final orgiásticos. Ya en su carta a la iglesia de Pérgamo Jesús había expresado su oposición a toda concesión a las prácticas paganas que podían inducir a los creyentes a pecar. Pero obedecer a esa orden suya significaba aceptar limitaciones en el ejercicio de su oficio o profesión, esto es, empobrecer.

19. "Yo conozco tus obras, y amor, y fe, y servicio, y tu paciencia, y que tus obras postreras son más que las primeras."
La frase “Yo conozco tus obras" es como un estribillo que se repite en cada epístola. Jesús la repite tanto porque quiere que seamos conscientes de que Él conoce todo lo que hacemos, que nuestra vida es un libro abierto delante de sus ojos, y que nada de lo que hacemos escapa a su mirada.

Pero no sólo conoce las obras de la iglesia, sino también las cualidades que posee,
esto es, su amor, fe servicio y paciencia. Que mencione el amor en primer lugar, como nada dice inútilmente, quiere decir que los miembros de esta iglesia se distinguían por su amor acendrado, primero a Dios y, segundo, al prójimo. Este amor debe haber sido algo especial para que Jesús lo destaque, y que ésta sea la única epístola en que Jesús mencione esta virtud como un elogio.

El amor está unido a la fe, formando una pareja en que ambos se apoyan mutuamente. Si el amor sobrenatural (ágape) proporciona el impulso para servir, la fe, junto con la esperanza, es el fundamento de la perseverancia y de la paciencia frente a las pruebas. Sin duda el pastor y sus fieles se desvivían por atender a las necesidades espirituales y materiales de sus hermanos, así como de las personas paganas necesitadas (1Ts 1:3).

La caridad ha sido siempre un testimonio poderoso ante los incrédulos. En esos tiempos lo era especialmente porque el mundo pagano era cruel e indiferente frente a las necesidades ajenas. Los enfermos no eran atendidos por sus familiares, sino eran expulsados de sus casas por temor al contagio, y se hacía escarnio de los pobres. Pero los cristianos cuidaban de sus enfermos y, para sorpresa de sus vecinos, no se contagiaban, así como también atendían a las necesidades de los--pebres. Su conducta-amable y la santidad de su vida atraían la mirada de la población en torno, admirativa en unos casos, burlona en otros.

“Tus obras postreras son más que las primeras." Una rápida revisión de lo que Jesús dice en las otras cartas a continuación de la frase 'Yo conozco tus obras", nos hará ver lo excepcional del elogio contenido en las palabras citadas. Tus obras, es decir, tu conducta, tus esfuerzos actuales, son mejores que al comienzo. ¡Cuánto has progresado en tu devoción a mi causa y en tu entrega!

Ese elogio contrasta con el tierno reproche que dirige a la iglesia de Éfeso, a la cual, después de alabarla, le recrimina: “Has dejado tu primer amor" (Ap 2:4). Tus obras postreras no son más que las primeras, sino lo contrario. Por su lado, al ángel de la iglesia de Sardis le reprocha: "tienes nombre de que vives, pero estás muerto"; y al de Laodicea le recrimina su tibieza: no eres ni frío ni caliente (3:16). El vers. que comentamos nos hace pensar que, pese a los obstáculos, la comunidad de creyentes de Tiatira experimentaba un proceso de crecimiento espiritual, que es un signo de la vitalidad de la fe.

¿Y nosotros cómo andamos? ¿Estamos progresando, o estamos estancados, o quizá, estamos retrocediendo?

20. "Pero tengo unas pocas cosas contra ti: que toleras que esa mujer Jezabel, que se dice profetisa, enseñe y seduzca a mis siervos a fornicar y a comer cosas sacrificadas a los ídolos."
No obstante, a esta iglesia tan elogiada le hace ver, como hizo con la de Efeso y la de Pérgamo, que tiene algo que le disgusta. En el caso de Tiatira se trata de Jezabel, la pretendida profetisa que induce a mis siervos, dice Jesús, a comer lo sacrificado a los ídolos. Pero no sólo a comer esa carne -lo que en sí no sería grave, pues Pablo lo permite- sino también a participar en sus banquetes y rituales idolátricos (Nota). Es decir, a negarme públicamente, porque ¿qué comunión puede haber entre Cristo y Belial (2Cor 6:15)? ¿Entre el culto al Dios invisible y a los ídolos? Este reproche ligado a la palabra "fornicar", quiere decir aquí posiblemente, como ocurre en el lenguaje de los profetas del Antiguo Testamento, adorar a falsos dioses (Jr 3:1,2; Ez 16:15-34; cf Ex 34:15).

Naturalmente Jezabel no era el nombre verdadero de la mujer, sino que Jesús se lo atribuye en términos simbólicos, comparándola con el personaje femenino más execrable de toda la Biblia: la mujer de Acab, que pervirtió a Israel difundiendo el culto a Baal, y apoyando a los falsos profetas. Y que luego quiso matara Elías (1R 16:29-33; 18:20-40).

En los primeros tiempos de la iglesia las mujeres ocupaban un lugar prominente, tanto como evangelistas y maestras, como profetizas. Después la iglesia se masculinizaría y relegaría a la mujer a papeles secundarios. Pero no era así al comienzo. Esta mujer, sin embargo, posiblemente había abusado de la confianza que ingenuamente el pastor tenía en ella, lo había engañado con halagos, y había adquirido una influencia peligrosa en la iglesia.

21. 'Y le he dado tiempo para que se arrepienta, pero no quiere arrepentirse de su fornicación."
Jesús dice que le ha dado largas a la falsa profetiza, quizá en consideración a servicios pasados. Pero en vista de su obstinación en el mal, el plazo de tolerancia se ha terminado. El orgullo suele ser la causa principal de la obcecación de los que se desvían halagados por los elogios que reciben de sus seguidores. Hay quienes especulan que el propio Juan, ministrando en Tiatira, la habría reprendido severamente, pero sin resultados debido a su soberbia.

22. "He aquí yo la arrojo en cama, y en gran tribulación a los que con ella adulteran, si no se arrepienten de las obras de ella."
Jesús anuncia que ha llegado para ella la hora del castigo, el cual se cumplirá mediante una enfermedad que la postrará en cama. No se dice qué clase de enfermedad la afligiría, pero será una enfermedad que pondrá en gran angustia -aparentemente en inminente peligro de contagio- a los que con ella adulteran, es decir, practican la idolatría. En ese tiempo en que la medicina estaba muy poco avanzada, los que se acercaban a los enfermos estaban en grave peligro de contagio, por lo que pocos eran los que se atrevían a cuidarlos.

23. "Y a sus hijos heriré de muerte, y todas las iglesias sabrán que yo soy el que escudriña la mente y el corazón, y os daré a cada uno según vuestras obras."
"Y a sus hijos heriré de muerte..." Es una advertencia solemne: el castigo vendrá indefectiblemente sobre los seguidores de la mujer impía (a los que Jesús llama figuradamente "hijos") si no se arrepienten de las obras que ella les enseñó a practicar, y con las que la imitaban.

Es un hecho que las personas que incurren en ritos ocultos satánicos –que es lo que la alusión a profundidades de Satanás en el versículo siguiente sugiere- difícilmente se arrepienten de lo que hacen, porque viven bajo la ilusión de haber penetrado en secretos de profunda sabiduría y adquirido poderes sobrenaturales. El demonio les ha dado algunas pequeñas migajas de su poder engañoso -que ellos, en su ciega vanidad, se figuran que es un banquete- y se resisten a abandonar la ilusión en que están atrapados.

Sólo una intervención excepcional de la gracia puede hacer que se les caiga el espeso velo que cubre sus ojos y despierten a la realidad. Pero si no obedecen a la gracia que se les concede ¡qué terrible castigo les espera! Su extravío, a mi juicio, forma parte de lo que Jesús llamó "la blasfemia contra el Espíritu Santo" (Mt 12:31).

 El castigo que les sobrevendrá servirá de advertencia a todas las iglesias para que todos sepan que nadie puede ocultar sus intenciones y pecar de forma tan escondida que escape a la mirada escrutadora de Jesús. Él penetra, en efecto, hasta lo más profundo del corazón humano, "hasta la división del alma y del espíritu, y discierne -es decir conoce- los pensamientos y las intenciones" más secretas (Hb 4:12; cf Sal 7:9b; Jr 17:10).

Entre nosotros esto no es conocido, pero en algunas iglesias nominales de otros países el poder feminista de Jezabel se ha extendido y contaminado la enseñanza y la vida de los asistentes.

"Daré a cada uno según sus obras." Este es el principio quizá que con más frecuencia se repite en las Escrituras, y que representa una ley que se aplica a todo ser humano: Dios paga a cada cual según sus obras (Sal 62:12b; Pr 24:12b; Ez 33:20; Mt 16:27). Cada cual recibe indefectiblemente la recompensa, o la sanción, que sus actos, palabras y pensamientos merecen.

Pablo lo pone de otra manera muy pertinente: "Dios no puede ser burlado... lo que el hombre siembra eso cosechará."(Gal 6:7).

El principio es el mismo, sólo que en la primera forma el pago parece venir de Dios; en la segunda parece que viene de las consecuencias naturales. Pero ambas maneras redundan en lo mismo, el pago y el resultado vienen de Dios, porque Él es quien ha hecho el mundo de tal manera que las causas producen efectos congruentes con su naturaleza.

Sin embargo, sí hay una diferencia entre ambas formas de retribución. La primera proviene del aspecto personal de Dios; la segunda, de su aspecto impersonal. En la primera su amor y su misericordia, o su ira justiciera, están involucradas; en la segunda, es como si Dios permaneciera distante e indiferente.

Nota: El Concilio de Jerusalén había instruido a los cristianos de la gentilidad que se abstuvieran de comer carne sacrificada a los ídolos (Hch 15:29). En su 1ra Carta a los Corintios. Pablo trata el tema con cierto detalle y flexibilidad. Comprar carne en los mercados presentaba un problema de conciencia para muchos cristianos porque mucha de esa vianda podía haber sido previamente sacrificada a algún ídolo en un templo. Para los cristianos de conciencia robusta ese hecho no significaba nada, porque sabían que el ídolo es nada en sí, puesto que sólo hay un Dios. Pero algunos cristianos de conciencia débil pensaban que la carne sacrificada a un ídolo podía estar contaminada por el contacto con el ídolo. Por ese motivo él aconseja evitar comer, o participar en banquetes en algún lugar de ídolos, por consideración a la conciencia de los hermanos débiles (1Cor 8:1-13). De otro lado, si un cristiano es invitado a comer por algún incrédulo, puede comer de todo lo que le sirvan sin preguntar por el origen de la carne. Pero si alguno le advirtiera que la carne servida proviene de algún sacrifico idolátrico, mejor es que se abstenga de comerla para no ser tropiezo a ninguno (1Cor 10: 23-31).

Así mismo, el que participa de la mesa del Señor no puede participar de la mesa de los demonios que están detrás de los ídolos a los que los gentiles ofrecen sacrificios (1Cor 10:20,21).

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de   Dios, yo te exhorto a arrepentirte de tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."


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