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martes, 9 de agosto de 2016

MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS - A LAODICEA I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS XII
A LA IGLESIA DE LAODICEA I
Un Comentario de Apocalipsis 3:14-18



14. “Y escribe al ángel de la iglesia en Laodicea: He aquí el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios, dice esto:” (Nota 1)

En esta última epístola Jesús se presenta a sí mismo: “He aquí”, es decir, “Aquí estoy yo, el Amén”. Esta palabra es una transliteración de la palabra hebrea “Amén”, que quiere decir "firme", "confiable" y que se traduce a veces como “verdad” o en otros casos como “fidelidad”. (2)
Suele ser traducida a veces, como al final de una oración (el Padre Nuestro, por ejemplo), como “Así sea”. (3)
Jesús la usa con frecuencia al inicio de una declaración importante: “Amén, amén, os digo…” (Jn 3::3; Mr 8:12; Mt 13:17) “En verdad, en verdad os digo” (o “de cierto, de cierto…”). En otras palabras, lo que digo es verdad. Yo certifico que las cosas que digo son verdaderas. ¿Por qué puedo afirmarlo? Porque yo soy la verdad misma. (Jn 14:6) Y porque lo soy, yo soy en sentido absoluto el único “testigo fiel y verdadero” que existe. Por eso puedo llevar ese nombre. Yo soy el testigo fiel y verdadero de las cosas pasadas, de las cosas presentes y de las cosas futuras también, porque mi mirada se extiende sobre todas las edades y todos los tiempos, y todo es presente para mí. Yo estoy por encima y más allá del tiempo, porque yo habito en la eternidad. El tiempo es creación mía.
Todo lo que existe procede de mi boca, y sin mí nada existe, porque Yo era desde el principio”, y estaba junto con Dios antes de que nada existiera (Jn 1:1; Pr 8:22). Todo lo que existe surgió en obediencia a mi palabra que ordenaba que existiera. Tú mismo que lees estas líneas, vives porque yo te llamé a la existencia. Sin mí no serías nada, no existirías, tus padres no te habrían concebido. ¿Y tú te atreves a desafiarme? ¿Tú te atreves a negar que existo? Si me niegas a mí, niegas tu mismo ser, que de mí procede y depende.
La frase “el principio de la creación de Dios” fue usada por los arrianos del siglo IV (y la utilizan sus sucesores modernos, los Testigos de Jehová) para intentar negar que el Verbo fuera eterno, alegando que Él fue creado. Pero la palabra arjé (traducida por “principio”) quiere decir aquí “fuente” u “origen” de la creación: “Todas las cosas fueron hechas por Él” (Jn 1:3).
          Él está por encima de la creación. Él es el primero y el último, el Alfa y la Omega, el que todo lo comprende y abarca. Como dice Pablo: “Y un Señor Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y nosotros por medio de Él,” (1Cor 8:6b). Hebreos lo pone en estos términos: “Porque era propio que Aquel por cuya causa son todas las cosas, y en quien todas las cosas subsisten…” (2:10). Si Él dejara de existir, todo desaparecería con Él.

15. “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente!”
¡Oh, qué reproche el que Jesús dirige al ángel de esa iglesia y con él a todos sus fieles! “No eres frío ni caliente”. No eres como el hielo en el que todo fervor se ha congelado y que parece sin vida, ni como el fuego que hace arder todo lo que toca. Ojalá fueras como lo uno o como lo otro. Es decir, ojalá te definieras y salieras de tu lánguida apatía. Ojalá despertaras y se llenaran tus venas de vida, porque pareciera que por las tuyas no circula sangre sino agua. Si fueras  frío, es decir, totalmente alejado de Dios, habría posibilidades de que te convirtieras a Él. Si fueras caliente, ardiendo en el amor de Dios, te encaminarías derecho al cielo, donde te espera el abrazo de Jesús. Pero tu indiferencia hacia las cosas de Dios es la peor actitud de todas, porque equivale al desprecio. De ahí la condena que sigue:

16. “Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca.”
Así como el agua tibia provoca el vómito, yo te vomitaré a causa de tu tibieza. El Señor te escupe con asco y te rechaza porque no soporta tu maligna tibieza y tu hipocresía con la que aparentas ser lo que no eres, y que quieras estar bien con Dios y con el diablo. ¡Qué terrible es que el Señor le diga a alguien que pretende ser suyo: Te vomitaré de mi boca! No quiere verte ni saber nada contigo.
El Señor Jesús tuvo palabras muy fuertes contra los fariseos a causa de su hipocresía. Pero aquí tenemos un reproche aun mayor, porque los fariseos no eran sus discípulos, no le pertenecían. En cambio, éstos de Laodicea eran cristianos, pertenecían al cuerpo de Cristo, pero eran indignos de estar en Él, no por sus pecados,  sino por su pasividad. No porque toleraran a una Jezabel en su seno, no porque tolerara maestros de falsas doctrinas entre ellos, sino por su tibieza.
El Señor no tolera la tibieza, no tolera las medias tintas, no tolera la mediocridad. Él quiere que los que lo siguen se esfuercen y den lo máximo de sí, porque cuando nosotros damos lo máximo de nosotros mismos, el Señor añade más y colma la medida. Pero si no damos nada de nosotros mismos, cerramos la puerta a la gracia.
En la vida del espíritu no es posible permanecer en el mismo lugar, se ha observado muchas veces. Si no avanzas, retrocedes. Si no nadas contra la corriente, la corriente te arrastra. Y aún lo poco que tienes, lo perderás, como el siervo infiel que no sacó provecho del único  talento que tenía. (Mt 25:24-30).
El peligro de la tibieza consiste, entre otras cosas, en que no es consciente de lo que le falta y necesita adquirir. Se cree suficiente y cree tener asegurado un lugar en el cielo, y no se da cuenta de que está a punto de perderlo todo.
En el reproche de la tibieza parece haber una alusión a las aguas calientes que brotaban de las fuentes de la cercana Hierópolis, al otro lado del valle, frente a Laodicea y que, al correr por la meseta, se volvían tibias. Sabemos que el agua tibia provoca náusea. Eso es lo que el Señor siente por el tibio. ¡Ojalá que nunca le causemos nosotros esa sensación al Señor! ¡Ojalá que nunca le provoquemos náuseas!

17. “Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.”
Más allá del significado que estas duras palabras de reproche tenían para sus destinatarios cuando fueron proferidas, este mensaje se dirige a los ricos de todos los tiempos, a todos aquellos que fundan su seguridad en su riqueza, y que más allá de eso, se enaltecen a causa de la fortuna que han acumulado. “Yo soy rico” se jactan, “y me he enriquecido”, es decir, yo he amontonado dinero gracias a mis esfuerzos, y por ello, cuento con todo lo necesario para vivir a mis anchas y me basto a mí mismo. Como dice un proverbio: “Las riquezas del rico son su ciudad fortificada, y como un muro alto en su imaginación.” (18:11). Pero él ignora cuándo van a pedir su alma y lo que ha acumulado ¿para quién será? (Lc 12:20).
Por eso Jesús contesta: Tú no sabes cuán miserable eres y cuán pobre. Tienes riquezas, pero eso es todo lo que tienes. Eres un desventurado, y estás ciego y desnudo, porque no te das cuenta de que lo que has acumulado son carbones para atizar el fuego del infierno al cual vas a ir, y donde vas a pagar por todo el sufrimiento que causaste a otros en el proceso de hacerte rico; por todos los abusos, por toda la explotación, por todo el engaño y la usura que usaste como instrumento para enriquecerte.
En realidad eres pobre en la gracia de Dios, pobre en amor no sólo divino sino humano, porque si bien hay muchos que te temen o te envidian, no tienes uno solo que te ame de verdad. Y si te muestran aprecio y si te halagan no es por ti, sino por tu dinero. Es un cariño interesado.
El dinero –se ha dicho con razón- puede comprar caricias, pero no puede comprar amor. Tampoco puede comprar el favor de Dios, a menos que se use para calmar el hambre de los pobres.
Naturalmente puede decirse que este versículo de la carta a Laodicea no se refiere a la riqueza material, sino a la supuesta riqueza espiritual que esa iglesia se jactaba de poseer. Pero ¿cómo se compagina la riqueza espiritual con la tibieza? Imposible. La riqueza espiritual destruye la tibieza con su fervor, así como la tibieza apaga toda riqueza espiritual. Las palabras de Jesús tomadas en ese sentido son plenamente justificadas. El que es tibio se ha empobrecido en sentido espiritual, y está cubierto de harapos que dejan ver su desnudez. Vale la pena notar que, contrariamente a los griegos que se exhibían desnudos, para los judíos la desnudez era una vergüenza que los hacía correr para esconderse, como ocurrió con Adán cuando descubrió que estaba desnudo. (Gn 3:10). (4)

18. “Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas.”
Como consecuencia Jesús exhorta a los de Laodicea a “comprar de mí”. Como esta iglesia se jacta de su riqueza con la que pueden adquirir todo lo que desean, les aconseja que “compren” –usando un lenguaje que corresponde a su jactancia- es decir, que adquieran de Él, que es la fuente de toda riqueza, tres cosas que tienen un valor eterno, y no pasajero como las riquezas materiales que poseen.
Son tres cosas que sólo Él puede dar al hombre. La primera es el oro de la fe, que es el inicio de la vida cristiana que asegura la entrada al cielo, el cual es bueno que haya sido refinado por el fuego de las pruebas para que sea perseverante (1P 1:7; 4:12,13). Lo segundo es la pureza del alma sin la cual nadie verá a Dios (Mt 5:8), ni puede permanecer en su presencia (Véase la parábola del Banquete de Bodas, Mt 22:11-13). El que no lleva puestas esas vestiduras, es decir, el que no se ha purificado por el arrepentimiento de sus pecados, deja ver a todos la inmundicia que mancha su alma. Su lugar no es el cielo, sino el fuego del infierno.
Por último, puesto que Jesús en el versículo anterior le ha reprochado su ceguera para las cosas que realmente tienen valor, le aconseja que compre colirio, es decir, gotas para los ojos que remuevan las escamas que entorpecen su visión, y pueda ver por fin realmente lo que constituye el tesoro escondido que deben buscar (Mt 13:44).
En estas palabras puede haber una alusión al renombrado “polvo frigio” que los médicos de la ciudad usaban para curar a los afligidos por enfermedades de los ojos físicos.
Hay también una sutil ironía en la exhortación hecha a los que se creen ricos, de comprar aquellos bienes que con ninguna riqueza material pueden adquirirse, como advierte Isaías en un conocido pasaje: “A los que no tienen dinero venid, comprad sin dinero y sin precio vino y leche..” (Is 55:1). El vino y la leche espiritual que nutren y regocijan el alma se adquieren acercándose a Dios, y no hay riqueza material que los pueda comprar. 

Notas: 1. La antigua ciudad de Diospolis (ciudad de Zeus) fue fortificada a mediados del siglo III AC por el rey seléucida Antígono II, quien le dio el nombre de Laodicea, en honor de su esposa Laodice. (El nombre de la ciudad viene de laos, pueblo, y diké, justicia o juicio) Según Josefo el rey Antíoco III, el Grande (223-187 AC) trajo de la región babilónica a unas dos mil familias judías, y las estableció en Lidia y Frigia. Ellas contribuyeron a la prosperidad de la región pero, según Cicerón, los judíos de Asia Menor estaban prohibidos de enviar dinero a Jerusalén, como era su costumbre, para el sostenimiento del templo. (Esa numerosa colonia judía fue más tarde la base de la fuerte implantación del cristianismo en la ciudad) Laodicea fue conquistada por los romanos el año 133 AC, quienes reconstruyeron los antiguos caminos que convergían en la ciudad. Estaba situada en una planicie sobre el valle del río Licos. Su situación estratégica la convirtió en un próspero centro comercial y bancario. Cuando fue destruida por un terremoto el año 60 DC, pudo reconstruirse sin apelar a la ayuda romana.
Se hallaba no muy lejos de Hierópolis, famosa por sus aguas termales, que llegaban ya tibias a Laodicea (lo que puede explicar la referencia a la tibieza de los creyentes de la ciudad); y cerca también de Colosas, cuyas aguas eran, por el contrario, frías.
En la ciudad se fabricaba el “polvo frigio”, que era usado para tratar enfermedades oftálmicas. La mención del colirio para ungir los ojos puede ser una alusión velada a ese producto. Se distinguía por la fabricación de tejidos de lana negra brillante, lo que puede estar detrás de la alusión a las “vestiduras blancas” que la carta aconseja comprar a los creyentes.
Es probable que la iglesia de la ciudad fuera fundada por Epafras, o algún otro discípulo de Pablo, que no había llegado a visitarla antes de su primera prisión (Col 2:1), aunque tenía una gran preocupación por los creyentes de esa ciudad, a los cuales había escrito una carta que, lamentablemente, se ha perdido (4:12,16).
Si Jesús le reprocha a esta iglesia su tibieza y autocomplacencia, pronto se convertirá en uno de los obispados más distinguidos de la región. Su obispo Sagaris fue martirizado el año 166, y un sucesor suyo participó en el Concilio de Nicea (325 DC). El año 367 tuvo lugar en la ciudad un concilio que se opuso vigorosamente a la herejía montanista. La ciudad fue capturada por los turcos en el siglo XI, pero fue reconquistada por los bizantinos el año 1119. Formó parte del reino latino a raíz de la 4ta. Cruzada, pero fue tomada por el tártaro Tamerlán en 1402, para caer finalmente en manos del Imperio Otomano. Sobre su emplazamiento se hallan las ruinas de Eski Hisar (antiguo castillo).
2. En Isaías 65:16 leemos: “El que sea bendecido en la tierra, en el Dios Amén será bendecido…”, esto es “en el Dios de verdad”. Su uso es también ocasional en los salmos como respuesta de la congregación a la exhortación de alabar a Dios (Sal 41: 13; 72:19; 89:52). En medios evangélicos se usa como señal de asentimiento a las palabras del predicador.
3. En ese sentido lo emplea también Jeremías: “Respondí: Amén, oh Jehová”. Es decir, “Así sea, Señor”, (11:5).
4. Para los hebreos y otros pueblos orientales de la antigüedad, era una vergüenza estar desnudo. Hacer desfilar desnudos a sus enemigos prisioneros era una forma muy usada de humillarlos (1Sm 19:24; 2Sm 10:4; Is 20:2,4).




Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te animo a adquirir esa seguridad porque de ella depende tu destino eterno. Con ese fin te exhorto a arrepentirte de tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo una sencilla oración:

   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”


#908 (03.01.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

martes, 10 de noviembre de 2015

MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS - SARDIS I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS VIII
A LA IGLESIA DE SARDIS I
Un Comentario de Apocalipsis 3:1-3

1. “Escribe al ángel de la iglesia en Sardis: El que tiene los siete espíritus de Dios, y las siete estrellas, dice esto: Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, y estás muerto”.
Al describirse a sí mismo Jesús combina elementos que aparecen en versículos separados del capítulo 1. En primer lugar, los siete espíritus que están delante del trono de Dios (v.4), que hemos visto que representan al Espíritu Santo, y que Jesús tiene sin medida, gracias a lo cual Él conoce los más íntimos secretos del corazón humano.

En segundo lugar, las siete estrellas que figuran en el v. 16, y que representan, según dice el v. 20, a los siete ángeles de las iglesias, es decir, a sus pastores u obispos, de los que Jesús tanto se preocupa, y a los cuales tiene bajo su absoluto control. Ellos deben ser diligentes en corregir los errores de las ovejas que les han sido confiadas, si no quieren ser objeto de la reprensión de Cristo.

Esta carta, que forma junto con la carta a la iglesia de Laodicea, una pareja de epístolas negativas, contiene un fuerte reproche que denuncia su condición de iglesia que está por morir: “tienes nombre de que vives”, es decir, así fue tu comienzo, pero tus méritos pasados casi se han desvanecido por completo, porque en realidad estás muerta, la vida del espíritu en tus miembros casi se ha apagado totalmente, y sufres de una gran apatía espiritual. Eso es señal de que han descuidado la comunión con el Espíritu Santo. Fue el descenso del Espíritu Santo lo que dio inicio a la vida de la Iglesia en Pentecostés, y es la presencia del Espíritu Santo lo que la mantiene viva y vibrante.

¡Cuántas iglesias hay en nuestro tiempo a las que se podría hacer el mismo reproche que a la iglesia de Sardis! Conservan el prestigio de su gloria pasada, pero ése es sólo un recuerdo que no refleja su realidad presente, pues la fe se ha perdido entre sus miembros, y sus acciones deshonran a Dios y están en contradicción con el Evangelio. Por ello también muchos de sus antiguos miembros las abandonan.

Y si se puede hacer ese reproche a las iglesias corporativamente, también se le puede hacer a las personas cuya piedad se ha enfriado, no quedando sino un triste recuerdo de lo que fue su antiguo entusiasmo, y celo por las cosas de Dios. ¡Con qué frecuencia el nombre no corresponde a la realidad, tanto en las personas como en las instituciones!

El peligro que corren esos cristianos que están muertos es que, si no reaccionan, la muerte de su piedad y entrega al Señor puede convertirse en muerte eterna. Porque no es suficiente que el árbol viva, sino que es necesario que dé fruto, dice Victorino; no basta con confesarse cristiano, si no se hacen las obras propias de un cristiano.

La ciudad de Sardis dominaba el valle del Hermos, y estaba situada donde convergían las rutas que llevaban a Tiatira, Esmirna y Laodicea. La historia de esta ciudad –de donde era oriundo el poeta y fabulista Esopo- parece ser un anticipo de la suerte que correría su iglesia, porque en el pasado había conocido un gran prestigio como capital del reino de Lidia, el último de cuyos reyes fue Creso, famoso por su riqueza, pero que no supo defender su ciudad, y que por un descuido y falta de vigilancia, la perdió. De ahí que la exhortación a ser vigilante, que sigue más abajo, sea muy apropiada para la iglesia de esta ciudad.

Después Sardis fue centro del gobierno del imperio persa, que la conquistó el año 546 AC, y bajo cuyo dominio permaneció hasta que cayó en mano de Alejandro Magno el año 334 AC. El año 214 AC fue tomada y saqueada por Antíoco el Grande, por sorpresa, como “ladrón en la noche”. Bajo los romanos que sucedieron a los griegos en la zona el año 190 AC, se convirtió en un centro comercial e industrial conocido por la manufactura de lana teñida, la acuñación de monedas de oro y plata, y la venta de esclavos. Pero la ciudad era más conocida por el lujo y la vida licenciosa de sus habitantes. En ella se rendía un culto impuro a Cibeles, la diosa de uno de los “misterios” más famosos de su tiempo, cuyos sacerdotes debían ser castrados.

El año 17 DC la ciudad fue destruida por un terremoto que devastó la región. El emperador Tiberio la eximió del pago de impuestos durante cinco años, para facilitar su reconstrucción, por lo que la ciudad era muy fiel a Roma. Uno de sus obispos del siglo II, llamado Melito de Sardis, es el primer comentarista del Apocalipsis que registra la historia. En la ciudad había una próspera comunidad judía que, entre los siglos tercero y sétimo, construyó una lujosa sinagoga. Sobre el emplazamiento de antigua y famosa ciudad subsiste en nuestros días una aldea llamada Sert. 

2. “Sé vigilante, y afirma las otras cosas que están para morir; porque no he hallado tus obras perfectas delante de Dios.”
La palabra que Reina Valera traduce como “vigilante” (gregoreo) significa, entre otras cosas, estar en vela, atento y dispuesto a actuar. Es una exhortación que Jesús repite muchas veces a sus discípulos, como cuando los encuentra dormidos en Getsemaní mientras Él está orando, y les dice: “Velad y orad para que no entréis en tentación” (Mt 26:41). O cuando exhorta a sus discípulos a estar atentos a las señales de los últimos tiempos (Mt 24:42,43); o a las vírgenes necias a no dormirse mientras esperan al novio (25:13). Es una exhortación que nos dirige a todos, para mantenernos despiertos y atentos frente a los signos de decadencia espiritual, y de falta de vigilancia ante las tentaciones del enemigo (1P 5:8), porque, de lo contrario, podemos fácilmente sucumbir a sus engaños. La vigilancia es señal de vitalidad espiritual, y sólo puede mantenerse orando constantemente, como también Pablo recuerda a los Tesalonicenses (1 Ts 5:6-8).

La frase que sigue debería traducirse así: “afirma (o fortalece) las cosas que quedan, es decir, lo que todavía permanece de tus buenas obras pasadas, y de tu antigua constancia y piedad, que están ahora desfallecientes, carentes de vida; fortalece lo que aún queda de tu antiguo celo por las cosas de Dios.

¡Cuánta diferencia hay entre la forma cómo nosotros nos comportábamos antes, cuando dedicábamos nuestro tiempo a orar y a predicar a los inconversos, y a edificarnos unos a otros, y nuestra languidez actual! Nosotros nos hemos dormido en nuestra complacencia de cristianos maduros, y no combatimos por la fe, porque nos consideramos seguros. Pero Pablo nos advierte: “El que piensa estar firme, mire que no caiga.” (1 Cor 10:12). Las peores caídas se producen cuando creemos que hemos alcanzado la cima y estamos al otro lado de la montaña.

“No he hallado tus obras perfectas delante de Dios”. Éste es un reproche suave en su forma, pero severo en el fondo: Tu conducta deja mucho que desear. Quizá para los hombres tú estás actuando de manera encomiable, pero no a los ojos de la majestad y santidad de Dios; en verdad, no satisfaces la medida de lo que espera de ti. Son conocidas las palabras que Dios dirigió al profeta Samuel cuando fue a casa de Isaí a ungir como rey a uno de sus hijos, y le presentaron al mayor de ellos: “No mires a su aspecto, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón.” (1Sm 16:7). ¡Cómo supiéramos todos no mirar las apariencias, sino ver el corazón del hombre con quien tratamos, o a quien brindamos confianza! ¡De cuántos engaños y desilusiones nos libraríamos!

No eran herejías lo que ponía en peligro la fe de la iglesia de Sardis, como ocurría en las iglesias de Esmirna y Filadelfia, sino su propio relajamiento, quizá por la influencia que ejercía el ambiente mundano y corrupto del entorno. A muchos cristianos que circulan en el mundo les ocurre eso. Justamente por ese motivo la vigilancia es indispensable, porque no hay mayor enemigo de la vitalidad de la fe que la sensualidad. El peligro que acechaba a los miembros de esas iglesias no eran desviaciones doctrinales, sino que se vuelvan lo que nosotros llamamos “cristianos nominales”. Ese mismo peligro amenaza a los cristianos en nuestros días ahí donde la vida es cómoda y fácil, y se goza de prosperidad material. Es como si el fervor requiriera de la disciplina de la escasez. David no cayó en adulterio cuando era perseguido por Saúl, y sólo contaba con treinta valientes, sino cuando se hallaba en la cúspide de su gloria y poder, y podía quedarse a descansar en palacio, mientras sus generales salían a hacer la guerra por él (2Sm 11:1-3).

3. “Acuérdate, pues, de lo que has recibido (Nota) y oído; y guárdalo, y arrepiéntete. Pues si no velas, vendré sobre ti como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti.”
Sea que deba entenderse estas palabras como dirigidas a una persona, o a la comunidad entera, el mensaje del Evangelio vino a los que creyeron por medio de la palabra, como escribe Pablo: “¿Cómo pues invocarán a Aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en Aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quién les predique?” (Rm 10:14).

Hubo quienes rechazaron la palabra, y quienes la recibieron, esto es, creyeron en ella, y éstos fueron transformados. Pero no basta con haber recibido. Es necesario mantener vivo en uno el mensaje, porque el enemigo, si bien es consciente de que ya no puede arrancar la semilla de la palabra en algunas personas, sí puede hacer que los cuidados del mundo la ahoguen, y la vuelvan inefectiva.

Todos estamos expuestos a ese peligro. De ahí que sea tan importante “reavivar el fuego” (2Tm 1:6), recordando lo escuchado, recordando la obra que hizo en nosotros la palabra, y cómo nos cambió; cómo nos dio nuevos horizontes y un gozo desconocido hasta entonces. Todo eso debe ser recordado para que nuestra fidelidad al Señor se mantenga viva y firme, y guardemos todo lo que el Señor nos mandó hacer. Y si hubiéramos sido negligentes, es necesario arrepentirse, y comenzar de nuevo con renovado fervor.

Si no velas, si no mantienes despierta tu fe, vendrá a ti el Señor cuando menos lo esperas. Jesús en más de una ocasión habló de la venida del ladrón en las horas de la noche, advirtiéndonos que de esa manera vendría Él a nosotros para darnos el pago, y nos sorprendería porque no sabemos a qué hora vendrá. (Lc 12:40; 1Ts 5:2; cf 2P 3:10).

Estas palabras no se refieren a su venida al final de los tiempos, sino a una visitación disciplinaria intempestiva, como la que ocurrió el año 70, cuando Jerusalén y su templo fueron destruidos por las tropas romanas que actuaron como instrumentos de la ira divina.

Si ello es así, ¡cuánta necesidad tenemos de mantenernos como las vírgenes prudentes, con nuestras lámparas encendidas, habiendo hecho de antemano provisión suficiente de aceite, es decir, de constancia y de ánimo para que nuestras lámparas no se apaguen! (Mt 25:1-13).

Nota: El verbo griego está en tiempo perfecto (eílefas), anota M. Vincent, indicando que se ha recibido la verdad como un depósito permanente. Como tal debe ser celosamente guardado.

Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te animo a adquirir esa seguridad porque de ella depende tu destino eterno. Con ese fin te exhorto a arrepentirte de tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo una sencilla oración:

   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”


#904 (01.11.15). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).