viernes, 7 de junio de 2013

CONSECUENCIAS DEL EGOÍSMO - Pasajes Seleccionados

Pasaje seleccionado de mi libro
“MATRIMONIOS QUE PERDURAN EN EL TIEMPO”
CONSECUENCIAS DEL EGOÍSMO
El hombre tiende naturalmente a ser egoísta. Ésa es la verdad. En todos los campos de la vida humana, pero más que ninguno en la vida familiar, el mayor obstáculo para la felicidad es el egoísmo. Cuando nosotros preferimos nuestro bien, nuestro provecho, al provecho de los nuestros, la felicidad común se ve disminuida, afectada. Es una regla, una ley de la vida, que está en la Palabra de Dios, que nosotros cosechamos lo que sembramos. Si siembras egoísmo y das la preferencia siempre a tus intereses; o sea, si no siembras amor, no vas a cosechar amor de los tuyos, sino que vas a cosechar una actitud semejante a la tuya. Si siembras desinterés, eso es lo que vas a conseguir. Se van a portar contigo con la misma indiferencia con que tú te portas con ellos y no mostrarán ningún interés por ti. Pero, sobre todo, no vas a tener la felicidad que deseas encontrar en tu hogar. En cambio, si muestras siempre interés por cómo les va a los tuyos y tratas de ayudarlos de las mil maneras que están a tu alcance, ellos también se interesarán por tu bienestar.
(Pág 173. Editores Verdad y Presencia, Tel. 4712178)


MADRES EN LA BIBLIA I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
MADRES EN LA BIBLIA I
Aunque la sociedad israelita era profundamente patriarcal y la mujer ocupaba un lugar inferior, siendo dependiente sea del padre, primero, y de su marido, o de su hijo mayor, después, la madre ocupaba un lugar muy especial, como puede verse en la exposición de las leyes de santidad en el libro de Levítico, donde a la madre se le menciona antes que al padre: “Cada uno temerá a su madre y a su padre, y mis días de reposo guardaréis…” (19:3. Cf Lv 21:2).
El Decálogo ordena honrar no sólo al padre sino también a la madre (Ex 20:12; Dt 5:16). El libro del Éxodo añade que el que hiera a su padre o a su madre, o los maldiga, debe ser muerto (Ex 21:15,17; cf Lv 20:9).
El libro de Proverbios manda repetidas veces honrar y escuchar a la madre: “…mas el hombre necio menosprecia a su madre.” (15.20b). “Y cuando tu madre envejezca, no la menosprecies.” (23:22b; cf 30:17).
La función de la madre era principalmente tener hijos y criarlos, concepción que sobrevive en el largo párrafo que Pablo dedica a la mujer en 1ra de Timoteo, en que subraya que no fue Adán quien fue engañado sino la mujer, y que termina diciendo que ella “se salvará engendrando hijos, si permanece en fe, amor y santificación, con modestia.” (1Tm 2:14,15). En muchos lugares del Antiguo Testamento vemos cómo la maternidad era venerada, pero la mujer estéril era tenida en menos.
Según Proverbios también era función de la madre instruir en la fe y en las buenas costumbres a sus hijos: “Escucha, hijo mío, la reprensión de tu padre, y no desprecies la instrucción de tu madre…” (Pr 1:8, cf 6:20), y advierte seriamente a los que desechen sus consejos: “El ojo que escarnece a su padre, y menosprecia la enseñanza de la madre, los cuervos de la cañada lo saquen, y lo devoren los hijos del águila.” (30:17). Finalmente el último capítulo del libro consigna las sabias instrucciones (que el texto llama “oráculo”) que su madre le enseñó a su hijo Lemuel, rey de Massá (31:1-9), y que todos los jóvenes harían bien en guardar.
La madre llora por los hijos que se desvían (¿Qué madre no puede decir amén a eso?): “…el hijo necio es tristeza de su madre.” (Pr 10:1c; cf 29:15b); pero se regocija con el padre cuando el hijo le sale bueno: “Mucho se alegrará el padre del justo, y el que engendra al sabio se gozará con él. Alégrense tu padre y tu madre, y gócese la que te dio a luz.” (Pr 23:24,25). Yo puedo confesar en cuanto a mí, que yo fui de joven durante un tiempo motivo de preocupación y tristeza para mis padres, pero luego, cuando Dios me rescató del pecado –y gracias quizá a sus constantes oraciones- les fui también motivo de satisfacciones. Pero ¿cuántos hombres y mujeres que están aquí pueden decir que ése fue también su caso?
El profeta Ezequiel (hablando del pueblo de Israel) y el libro de los Salmos exaltan la fecundidad de la madre (Ez 19:10; Sal 128:3).
Jesús se refiere alegóricamente al dolor de la madre que da a luz, y a su alegría cuando ha nacido su hijo, como símbolos de su pasión y de su victoria sobre la muerte (Jn 16:20).
La constancia del amor maternal es usada como símbolo del amor imperecedero de Dios por el hombre: “¿Se olvidará la mujer de su niño de pecho, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Pues aunque ella se llegue a olvidar, yo nunca me olvidaré de ti.” (Is 49:15). Y más adelante dice Dios por boca del profeta: “Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros…” (Is 66:13).
Vamos a examinar a continuación la vida de algunas de las madres que figuran en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, aunque no sean necesariamente las más conocidas.
1. Agar, la sierva egipcia de Sara, acepta tener un hijo de su patrón, Abraham, convirtiéndose de hecho en su concubina, para que ese hijo sea como si Sara misma, que era estéril, lo hubiera tenido. De esa manera podría finalmente –según pensaba Sara- cumplirse la promesa que Dios le había hecho a Abraham de que tendría por ella un heredero, antes de que él fuera demasiado viejo para engendrarlo (Gn 16:1-3).
Extraña idea la de Sara, que le iba a traer grandes dolores de cabeza más adelante, porque cuando Agar queda encinta, la sierva empieza a mirar con desprecio a su patrona (Gn 16:4). (Nota 1) Ella se enorgullece de que será su hijo y no el de su patrona, quien heredará los bienes de Abraham.
Sara se queja a Abraham por esta situación que, en realidad, ella misma ha provocado y él, sabiamente, le da la razón a su esposa, diciéndole: “Ella está en tu mano. Haz con ella como te parezca” (v. 6). Entonces Sara empieza a molestar y a afligir a su sierva, al punto que ella huye de su casa.
Cuando la sierva, cansada del camino, se sienta para reposar junto a una fuente de agua en el desierto, se le aparece el ángel de Jehová y le pregunta: “¿De dónde vienes y adónde vas?”, como si no lo supiera. Ambas preguntas son en realidad un reproche velado, porque ella no está donde debería (v. 7,8).
Ella le contesta: “Huyo de mi patrona porque me trata mal”. Pero el ángel de Jehová le dice: “Vuélvete a tu señora y ponte sumisa bajo su mano.” (v.9). Es decir, no seas insolente con ella, estando orgullosa de esperar un hijo de su marido, que ella no le ha podido dar. “Pórtate como sierva que eres”.
Pero el ángel de Jehová le agrega: Multiplicaré tu descendencia al punto que no podrá ser contada (v. 10). Y añade: He aquí has concebido un hijo  y cuando lo des a luz le pondrás por hombre Ismael (que quiere decir: Dios oye) porque Jehová ha oído tu aflicción (v. 11).
Estas frases nos muestran que Dios está no sólo con los grandes de este mundo, con los poderosos, sino también está con los pequeños, con los siervos, porque Él no hace acepción de personas.
El ángel de Jehová le profetiza a Agar que su hijo será un hombre fiero, que estará contra todos y todos estarán contra él (v. 12). Me parece como si él iba a heredar algo del carácter indómito de ella.
Cuando el ángel –que no se había identificado- se fue de su presencia, ella le puso por nombre: “Tú eres un Dios que ve.” Y le puso por nombre al pozo: “Pozo del Viviente que me ve.” (v.13,14)
Agar pues, regresó donde su patrona y, en su momento, dio a luz un hijo al que puso por nombre Ismael, según le había dicho el ángel (v. 15).
Catorce años después Dios se acordó de la promesa que había hecho a Abraham y a Sara de que tendrían un hijo (Gn 17:15,16), y ella, la que se creía estéril, concibió y dio a luz a un hijo, al que pusieron por nombre Isaac. ¿Habrá algo imposible para Dios? (Gn 21:1-3)
Cuando llegó el día del destete de Isaac (a los dos o tres años), Abraham dio un banquete para celebrarlo, pero Sara vio que Ismael se burlaba de su medio hermano (v. 8,9), posiblemente de celos porque veía que su padre le daba una importancia que a él nunca le había dado, siendo como él era hijo de la sierva. Allí vemos cuántas tensiones, odios y resentimientos se originan a causa de la poligamia y del concubinato, como ocurre con tanta frecuencia en nuestro país, donde los hombres suelen tener hijos de varias mujeres.
Entonces Sara le exigió a su marido que despidiera a su sierva y a su hijo, porque él no heredaría con Isaac. Eso apesadumbró a Abraham, que mal que bien, quería a Ismael y a su madre (v. 10,11), pero Dios le habló y le dijo que obedeciera a la voz de su mujer “porque en Isaac te será llamada descendencia.” (v. 12). A la vez le aseguró que del hijo de su sierva haría también una gran nación, porque era hijo suyo. La promesa de Dios de multiplicar su descendencia como las estrellas del cielo alcanzaba también al hijo ilegítimo (v. 13).
Al día siguiente Abraham le dio provisiones a Agar y un odre lleno de agua, y la despidió junto con su hijo adolescente. Agar se fue por el desierto de Beerseba, hasta que se le acabó el agua del odre. Entonces, conciente de que, faltándoles el agua, eso sería su final, dejó al muchacho bajo un arbusto y se alejó como un tiro de flecha, porque no quería ver morir a su hijo. Pero éste, viéndose solo, empezó a llorar (v. 14-16). Y lo oyó Dios y su ángel llamó a Agar preguntándole: “¿Qué tienes? No temas; porque Dios ha oído la voz del muchacho. Levántate y sostenlo con tu mano, porque yo haré de él una gran nación” (v. 17,18).
Entonces Dios le abrió los ojos y vio una fuente de agua (¿Estaría la fuente allí escondida, o la abriría Dios en ese momento?) y llenó el odre y dio de beber a su hijo (v. 19).
La historia concluye diciendo que Dios estaba con Ismael, que creció y habitó en el desierto de Parán, y su madre le dio una mujer de la tierra de Egipto. Nada extraño pues ella era de ese país (v. 20,21). (2)
Notemos que Pablo, en un importante pasaje en Gálatas 4:21-31, usa a las dos mujeres, a la esclava Agar y a la libre (Sara), como símbolo, la primera, del antiguo pacto, y la segunda, del nuevo.
2. Dirijamos ahora nuestra atención a Jocabed, la madre de Moisés. Muchos años después de muerto José, cuando ya su memoria se había borrado, el faraón se inquieta al ver cómo crecía el pueblo hebreo en medio de ellos. Al ver que las medidas que toma para frenar su crecimiento no dan resultado, él ordena a las parteras de Israel que maten a los niños varones de ese pueblo que nazcan, dejando con vida a las mujeres. Pero ellas, temiendo más a Dios que al faraón, no obedecen esa orden impía. Entonces el faraón ordena echar al río Nilo a todos los niños hebreos varones que nazcan, para que se ahoguen (Ex 1:18-22).
Jocabed, esposa de Amram, descendiente de Leví, desafió la orden del faraón cuando le nació un hijo y lo mantuvo en vida oculto durante tres meses. Pero era imposible que pudiera seguir haciéndolo más tiempo, porque el llanto del niño lo delataría (2:1,2).
Entonces concibió un plan confiando a su hijo a la Providencia divina. Puso al niño en una canastilla de mimbre que había previamente calafateado para que fuera impermeable y flotara en el agua, y la colocó en medio de los carrizales del río, mientras su hermana escondida vigilaba lo que pasaba (v. 3,4).
Al poco rato vino al río la hija del faraón para bañarse y, alertada por el llanto de la criatura, descubrió la canastilla en medio de los carrizales. Ella se dio cuenta de que era un hijo de los hebreos, pero viéndolo bello, se compadeció de él y se propuso que viviera (v. 5,6).
En eso apareció la hermana de Jocabed y le propuso a la princesa conseguirle una nodriza hebrea para que criara al niño. Aceptada su propuesta, ni corta ni perezosa la muchacha trajo a Jocabed, y la hija del faraón le encargó que lo criara, asegurándole que le pagaría bien por ese servicio (v. 7-9). Así vemos cómo la fe de Jocabed fue premiada porque no sólo conservó en vida a su hijo, contra la orden del faraón, sino que le pagaron por hacer lo que ella de todos modos, por puro amor y gratuitamente, habría hecho de buena gana.
Y cuando el niño creció, ella lo trajo a la hija de Faraón, la cual lo prohijó y le puso por nombre Moisés, diciendo: Porque de las aguas lo saqué.” (Ex 2:10).
3. En el bello libro de Rut se encuentra la historia de Noemí. Ella emigra con su marido Elimelec y sus dos hijos a la tierra de Moab, porque hay hambre en Israel (Rt 1:1,2). Estando allá su marido muere (v. 3). Los dos hijos de ambos se casan con muchachas moabitas, pero antes de que ellas puedan darles hijos, ellos también mueren. Noemí se queda pues sin marido y sin hijos (v. 4,5).
Ella había querido huir del mal en Israel, pero el mal le dio alcance en Moab. Ella reconoce que su desgracia viene de Dios: “la mano de Jehová pesa contra mí.” (Rt 1:13).
Cuando ella oye que hay de nuevo abundancia en Israel, decide regresar a su tierra, a la ciudad de Belén de donde había salido (v. 6). Sus dos nueras, Orfa y Rut, quieren acompañarla, pero ella se niega y les pide que se queden en Moab donde ellas, siendo todavía jóvenes, pueden volver a casarse (v. 8-13). Orfa se deja convencer y se queda, pero Rut está decidida a acompañarla (v. 14,15), y pronuncia una de las frases más bellas de todo el Antiguo Testamento: “No me ruegues que te deje, y me aparte de ti; porque adonde quiera que tú vayas, iré yo, y dondequiera que vivas, viviré. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios.” (v. 16). Ella debe haber sentido que eso que la hacía amar tanto a su suegra tenía que ver con el Dios a quien Noemí servía.
Cuando ella regresó a Belén, toda la ciudad se conmovió diciendo: ¿No es ésta Noemí, a quien habían visto partir con marido y con hijos? (v. 19). Pero ella respondió: “No me llaméis Noemí (es decir, agradable), sino llamadme Mara (esto es, amarga), porque en grande amargura me ha puesto el Todopoderoso.” (v. 20).
Entonces sucede algo extraordinario, porque después de muchas peripecias, Rut, sabiamente aconsejada por su suegra, se casa con Booz, un pariente de Noemí y hombre rico del lugar, del que concibe y da a luz un hijo. Este niño, del cual Noemí será el aya, será como un hijo para ella (4:13-16).
Al tronco de la familia de Elimelec, que había sido cortado al morir él y sus hijos sin descendencia, le nace indirectamente un renuevo, Obed, hijo de Booz y de la moabita Rut (v. 17), y una mujer extranjera se introduce en el linaje del cual, a través de su descendiente, el rey David, nacerá el Mesías (Véase Mt 1:5,6).
Notas: 1. Esta idea de Sara no debe haber sido muy insólita en ese tiempo porque Raquel, la esposa preferida de Jacob, al ver que no tenía hijos, le propone a su marido que los tenga por medio de su sierva Bilha. Luego, cuando Lea deja de concebir, imita su ejemplo y tiene dos hijos por medio de su sierva Zilpa (Gn 30:1-24).
2. Más adelante, cuando Abraham muere es enterrado por sus dos hijos, Isaac e Ismael (sin que se mencione a los varios hijos que Abraham tuvo de su concubina Cetura, a los que él envió –sin duda bien provistos- lejos de donde vivía Isaac, obviamente para que no se peleen con él. En el mismo pasaje se menciona a los doce hijos que tuvo Ismael antes de morir a los 137 años. (Gn 25:7-18). Se dice que de Ismael descienden los beduinos árabes, pueblo que vive en tiendas en el desierto, fiero y celoso de su independencia, y que todavía sobrevive.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios por toda la eternidad, es muy importante que adquieras esa  seguridad. Con ese fin yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#778 (12.05.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).


miércoles, 29 de mayo de 2013

MATRIMONIO Y FELICIDAD - Pasajes Seleccionados

Pasaje seleccionado de mi libro
“MATRIMONIOS QUE PERDURAN EN EL TIEMPO”

MATRIMONIO Y FELICIDAD

La primera obligación del hombre casado es hacer feliz a su mujer. Los hombres se casan para ser felices, pero ¿puede un hombre ser feliz en el matrimonio si su mujer no es feliz? Para casarse se necesitan dos. Para ser felices en el matrimonio también se necesitan dos. No puede ser el hombre feliz él solo si es que ella no es feliz. Y viceversa, la mujer no puede ser feliz ella sola si no hace feliz a su marido.
Naturalmente es obligación de ambos hacerse felices el uno al otro… Es algo recíproco. Para eso se casan. Dios los creó para que sean uno no en la infelicidad sino en la felicidad. Pero la responsabilidad principal en esta tarea incumbe al hombre. Para eso él es el sacerdote de su casa.
(Pág 107.  Editores Verdad y Presencia, Tel. 4712178)


¿EXISTE EL INFIERNO? III

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
¿EXISTE EL INFIERNO? III
La Eternidad Del Castigo
Habría que considerar, en primer lugar, por qué motivo todo pecado que no haya sido expiado y perdonado en vida, debe ser castigado más allá de la muerte.
La palabra de Dios dice muchas veces que Él paga a cada cual según sus obras. La misericordia divina borra las faltas de todos los que arrepentidos se acogen a ella, pero Dios no sería Dios si Él no impusiera un orden justo en su creación, esto es, si Él no añadiera a sus leyes justas una sanción adecuada, proporcional a la ofensa, que recaiga sobre los que las violen y no se arrepientan. La justicia de Dios demanda que haya retribución y castigo, así como que también haya premio.
En el mundo todo el que viola el orden social es sancionado con todo el peso de la ley. De lo contrario reinaría el caos; es decir, si los delitos quedaran impunes, peligraría el orden establecido. Similarmente, en la esfera moral, todo delito debe ser castigado de una manera adecuada, a fin de que se mantenga el orden en esa esfera.
Si Jesús no hubiera sabido qué terrible destino aguarda a los pecadores empedernidos, no les habría advertido con tanta insistencia acerca del peligro que corren. Si Él hubiera creído que al final todos se salvan, no hubiera hecho advertencias tan solemnes como las que pronuncia en la escena del Juicio de las Naciones en Mateo 25:46, donde dice textualmente: “E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.” De no ser el infierno el lugar de tormento sin fin que Él anuncia solemnemente, Él habría mentido en ese crucial pasaje.
Vale la pena notar que la noción del infierno eterno no es exclusiva del Antiguo Testamento ni del cristianismo. También creían en él autores paganos que no tenían el beneficio de la revelación (Por ejemplo, Platón en “Gorgias”, Píndaro en “Olimpia”, Plutarco en “De Sera Vindicta”). En cambio, según el judaísmo rabínico, el infierno dura tan solo once meses, siendo en realidad una especie de purgatorio. Es natural pues, que ellos no sientan la necesidad de un redentor que asuma las culpas humanas.
Hay que reconocer, sin embargo, que no es posible demostrar la eternidad del castigo por medio de argumentos lógicos irrefutables, porque es una verdad revelada. Hay verdades que no pueden ser probadas apodícticamente fuera de la revelación, tales como la trinidad, o la eternidad de Dios, o la encarnación de Jesús, etc. Pero sí pueden darse razones que muestren lo razonables que son.
Hay muchas razones que nos pueden mostrar, asimismo, lo razonable que es que la sanción del pecado sea eterna.
En primer lugar, el pecado no arrepentido produce en el alma un desorden moral irreparable, esto es, la separación de Dios (Is 59:2), cuya sanción debe mantenerse mientras el desorden no sea reparado. Sólo el arrepentimiento y el perdón subsanan el desorden. Si ambos no se producen antes de la muerte, la sanción no puede ser levantada. Para que sea adecuada, la sanción debe durar tanto como el desorden producido, es decir, mientras no haya arrepentimiento y perdón. Si el hombre muere sin arrepentirse, por lógica elemental, la sanción será necesariamente eterna, puesto que no hay lugar para el arrepentimiento después de la muerte.
En segundo lugar, el pecado es una ofensa contra la dignidad infinita de Dios. Es una verdad axiomática que cuanto mayor sea la dignidad de la persona ofendida, mayor es la gravedad de la falta. Dicho de otro modo, la gravedad de la ofensa aumenta con la dignidad de la persona ofendida. Por ejemplo, no es lo mismo ofender a un ciudadano común y corriente, que ofender al Presidente de la República, que encarna a la nación.
Al cometer un pecado grave el pecador prefiere un bien finito (una satisfacción personal momentánea, o poco o más duradera) al bien infinito y eterno que es Dios. Se ama sí mismo más que a Dios.
Siendo Dios infinito, la gravedad de la ofensa hecha a Dios es infinita y sólo puede, por tanto, ser reparada por un ser que sea él también infinito, esto es, por Dios mismo. No hay acto o sacrificio humano, cuyo valor es inevitablemente finito, que pueda repararla. Esa es la razón principal de la encarnación de Jesús. Sólo Dios mismo puede expiar el pecado humano y redimir su falta.
Habiendo hecho esa expiación por medio del sacrificio de su Hijo, Dios le ofrece al hombre la posibilidad de beneficiarse de ella. ¿Cómo? Creyendo en Jesús y reconociendo que Él lo salvó expiando sus pecados. El que rechaza esa oferta generosa, se condena a sí mismo al castigo eterno del que Jesús le ofrece librarlo.
Si el pecador desprecia el don de la salvación y el beneficio de la redención que Dios gratuitamente le ofrece, como vemos que ocurre con trágica frecuencia, su ofensa es irreparable y el castigo sin término.
En tercer lugar, Dios no puede ser burlado. La ofensa hecha a Dios debe tener una sanción eficaz y adecuada. Si la pena del infierno no fuera eterna, el pecador permanecería en su rebelión. En otras palabras, si el infierno no fuera eterno, no sería realmente infierno.
En cuarto lugar, por una razón de equilibrio y de justicia, si el premio del justo es eterno, el castigo del pecador que no se arrepiente debe serlo también.  Si la misericordia  de  Dios  es eterna, su justicia por necesidad lo es también. De ahí que el ángel que Daniel vio en visión le dijera: “Y muchos de los que duermen serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua.” (Dn 12:2). El destino final de unos y otros es igualmente interminable.
¿Podemos imaginar a un  juez que condene a un delincuente a la pena de muerte por un lapso de diez años? Sería absurdo, porque una vez ejecutado, el sentenciado no vuelve a vivir. Su sentencia es definitiva. Igual sucede con el castigo divino, cuando su intención es retributiva y no sólo correctiva. Su sentencia es irreversible.
Sin embargo, se ha objetado que la perpetuidad del castigo es incompatible con la perfección de la justicia divina, porque el sufrimiento debe ser proporcionado a la falta. Si la satisfacción del pecado dura un momento, ¿cómo puede merecer un castigo eterno? Hay ahí, se aduce, una desproporción demasiado grande y manifiesta para ser ignorada. De otro lado, se objeta que si el castigo de todos los pecados es eterno, todos los pecados, cualquiera que fuera su gravedad o su naturaleza, recibirían un castigo igual, lo que es contrario al sentido común. Por último, se argumenta que la eternidad del castigo haría que el sufrimiento inflingido sea mucho mayor que el placer proporcionado por el pecado.
Pero el castigo debe ser proporcionado no al placer fugaz proporcionado por el pecado, sino a la gravedad de la ofensa hecha a Dios. El asesinato, por ejemplo, dura un instante, pero es castigado con la pena de muerte, o con la prisión perpetua, porque el castigo debe ser proporcionado a la gravedad del delito cometido, no a su duración. ¿Debería durar el castigo del asesino sólo los segundos que demoró en matar? No, porque el acto de matar suele ser precedido de muchas acciones separadas que conducen a él y, con frecuencia, es resultado de una larga planificación.
Pero aun si ése no fuere el caso, hay faltas cuya gravedad no se mide en términos del tiempo que dura cometerlas, sino en función de la gravedad del hecho en sí.
A la objeción mencionada poco más arriba de que la eternidad del castigo hace que todos los pecados sufran igual pena, cualquiera que sea su gravedad, se contesta diciendo que aunque la eternidad del castigo sea para todos los pecados igual, eso no significa que la severidad del castigo sea en todos los casos igual, porque puede variar y ser graduada de acuerdo a la gravedad de la falta. Es decir, no todos los condenados al infierno eternamente sufren  por  igual.  La  intensidad  de  su sufrimiento está condicionada por la gravedad de los pecados cometidos.
La intensidad del castigo debe ser proporcional no al placer o al beneficio proporcionado por el pecado, sino a la gravedad de la ofensa hecha a Dios que además, en parte, depende del grado de conciencia que tenga el ofensor al pecar. A mayor conciencia, mayor culpa.
Contra la eternidad del castigo se han alzado varias posiciones doctrinales que la cuestionan. Mencionaremos tres de las más importantes: el aniquilacionismo, la inmortalidad condicional, y la “apokatastasis” o restauración final.
Los promotores de la primera sostienen que la justicia divina demanda la aniquilación del ofensor, cancelando el beneficio de la existencia. El ser humano fue creado inmortal y con derecho a gozar de vida eterna, pero el pecado cancela ese derecho. “La paga del pecado es muerte.” (Rm 6:23) en sentido literal. Según esa teoría, al morir el pecador, Dios ordenaría su extinción. Pero si todos los pecados fueran castigados con la aniquilación del ofensor, todos los pecados recibirían igual castigo, no un castigo proporcionado a la gravedad de la falta. La perfección de la justicia divina exige que se imponga en todos los casos un castigo proporcional a la gravedad de la falta.
Decía un teólogo del pasado: El pecador obstinado desea su aniquilación porque ella lo libra de Dios, el juez justo. Sin embargo, si accediera a ese deseo Dios se vería obligado a deshacer algo que Él ha creado con la intención de que dure para siempre, esto es, la vida humana. El universo no fue creado para que perezca. ¿Debería el alma humana extinguirse solamente porque no desea reconocer la existencia y soberanía de Dios? No, el alma y el espíritu humanos, la creación más preciosa de Dios, vivirán para siempre, a imagen de su Creador. Es posible manchar el alma, pero no es posible destruirla. Dios, cuya justicia ha sido desafiada por el pecador, convierte aún a las almas perdidas en imágenes de su ley eterna, en heraldos de su justicia.
Según la teoría de la inmortalidad condicional el hombre es un ser mortal. La muerte pone punto final a su existencia, pero a los que creen Dios les concede como premio el privilegio de la inmortalidad, de modo que vuelvan a la vida y resuciten.
Pero las dos teorías antedichas chocan con el repetido testimonio de las Escrituras que afirman que el castigo de los impíos es interminable. Isaías 66:24 dice: “Y saldrán, y verán los cadáveres de los hombres que se rebelaron contra mí; porque su gusano nunca morirá ni su fuego se apagará, y serán abominables a todo hombre.” La frase subrayada es citada por Jesús en Mr 9:43-48, pasaje en el cual Jesús afirma cuatro veces que el fuego del infierno no puede ser apagado.
Son muchos los lugares del Antiguo y del Nuevo Testamento que afirman sin ambages la eternidad del castigo. Para muestra mencionemos Isaías 33:14: “¿Quién de nosotros morará con el fuego consumidor? ¿Quién de nosotros habitará con las llamas eternas?” (cf Jr 17:4).
Mt 18:8: “Por tanto, si tu mano o tu pie te es ocasión de caer, córtalo y échalo de ti; mejor te es entrar en la vida cojo o manco, que teniendo dos manos o dos pies ser echado en el fuego eterno.” (cf Jd 6 y 7, donde el autor habla de prisiones eternasy del “castigo del fuego eterno.”)
2Ts 1:9: “los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder.” Ese versículo, dicho sea de paso, define en qué consiste la pena mayor del infierno: ser excluido para siempre de la presencia de Dios, que el hombre, liberado del velo de la carne, anhela con todas sus fuerzas.
Ap 14:11a: “Y el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos…” Ap 20:10: “Y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche, por los siglos de los siglos.”
La doctrina de la “apokatastasis”, o restauración final, sostiene que al final de los tiempos todas las cosas serán restauradas en Cristo, los condenados al infierno serán liberados de su prisión, y hasta Satanás mismo se arrepentirá y será perdonado. Esta teoría, que tendría cierto apoyo bíblico en Col 1:18-20, pero que choca abiertamente con Ap 20:10, citado arriba, tiene su origen en las ideas del padre de la iglesia, Orígenes (185-254), acerca de la preexistencia de las almas y de la libertad humana, e influyó en parte en el pensamiento de algunos maestros de la Escuela de Antioquía (siglos 3ro al 5to). Sin embargo, fue combatida por la mayoría de los teólogos de ese tiempo, especialmente por Jerónimo y Agustín, y fue condenada severamente como herética en el 2do. Concilio Ecuménico de Constantinopla, el año 553.
Nótese que las teorías que niegan la eternidad del castigo chocan con la realidad del sacrificio sustitutorio de Cristo en la cruz. Si el castigo después de la muerte es sólo correctivo y, por tanto, transitorio, y no retributivo e interminable, ¿qué necesidad había de que el Verbo de Dios se hiciera hombre y viniera a expiar nuestros pecados en lugar nuestro? Como bien dice W. Shedd, “Si el pecador mismo no está obligado por la justicia a sufrir para satisfacer la ley que ha violado, entonces ciertamente nadie necesita sufrir por él con ese propósito.” En otras palabras, si el infierno no es eterno, no hay necesidad del Calvario. Jesús vino a morir a la tierra precisamente a causa de la eternidad del infierno.
Hay algunas conclusiones implícitas en la doctrina del destino final que debemos señalar. En primer lugar, las decisiones que tomamos en esta vida determinan nuestra condición futura por toda la eternidad. ¡Tengamos cuidado!
Segundo, las condiciones de esta vida son transitorias. Por muy penosas que puedan ser, son poca cosa comparadas con la eternidad.
Tercero, nuestro estado futuro será de una intensidad vivencial desconocida en la tierra. La felicidad del cielo será algo inimaginable para nosotros ahora. Asimismo, la intensidad del sufrimiento eterno es inimaginable en términos humanos, mucho más allá de lo que el hombre está acostumbrado a soportar en la tierra. Pero ese sufrimiento es consecuencia natural de haber rechazado a Dios.
Muchos son, oh Jesús, los que pretenden negar la eternidad del castigo del que tú viniste a librarnos. Yo reconozco que con tu muerte en la cruz tú me salvaste de las llamas del infierno que merecían mis faltas. Me arrepiento sinceramente de todas ellas. Perdóname, Señor y lávame con tu sangre. Entra en mi corazón y toma control de mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.


#777 (05.05.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

miércoles, 22 de mayo de 2013

LOS PADRES Y SUS HIJOS


Pasaje seleccionado de mi libro
“MATRIMONIOS QUE PERDURAN EN EL TIEMPO”

LOS PADRES Y SUS HIJOS
La fuerza del hombre se manifiesta en el cariño, en la ternura con que trata a sus hijos, pero suele ser al revés, o pretende ser al revés. Yo creo que no hay mayor debilidad en un hombre que tratar con dureza a sus hijos cuando no es necesario, o sea, cuando no es cuestión de disciplina.
Es importante que los niños sean tratados con respeto… porque su seguridad futura en sí mismos va a depender del respeto que les muestran sus padres. Si sus padres los tratan sin respeto, sin consideración, como es común entre nosotros, el niño se siente inferior, y cuando salga más tarde a luchar por la vida se va a sentir en inferioridad de condiciones frente a los que son seguros de sí mismos. Muchos complejos vienen de ahí. Trata a tu hijo con respeto para que no se sienta inferior, no para que se sienta superior tampoco, sino que sienta que él es capaz de muchas cosas y tenga seguridad ante los demás.
(Págs. 168 y 169 Editores Verdad y Presencia, Telf 471-2178)

ANOTACIONES AL MARGEN XXXV


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
ANOTACIONES AL MARGEN XXXV
Para interiorizar el sentido de cada idea sugiero no leer este artículo de corrido sino hacerlo meditando cada párrafo.

* A Dios le gusta hacerse rogar y dejarse vencer por el que ora. ¡Qué bella idea y qué cierta! Me recuerda la parábola de la viuda y del juez injusto (Lc 18:1-8).
* El tiempo pasado futilmente es tiempo robado a Dios.
* ¿Qué pensaríamos de alguien que no quisiera dar a los demás lo mejor de sí, en su profesión, en su trabajo, o en su ocupación, cualquiera que fuere, sino que pensara que basta que dé lo menos bueno de sí, es decir, que no quiera hacer mayor esfuerzo para desempeñar su oficio? Lamentablemente eso es lo que ocurre con mucha gente que ocupa cargos públicos, o que se desempeña como médico, como abogado, magistrado, funcionario, etc. ¡Cuánto daño hacen y cuánto sufrimiento causan!
* “El primer enemigo al que hay que vencer es el yo”. Es decir, yo soy mi propio enemigo. Por eso tengo que vencerme a mí mismo, para convertirme en mi mejor aliado.
* “Lo que tú les das, me lo das a mí.” Éste es un pensamiento que está grabado con letras de fuego en los Evangelios: Todo lo que hacemos al hombre se lo hacemos a Dios. Todo el bien, todo el mal. ¡Cuánta responsabilidad asumimos! ¡Y cuántas lágrimas derramaremos algún día por haber tratado a Dios de la manera como lo hicimos, como al más miserable de los seres humanos!
* Nosotros tenemos por costumbre imponer nuestra manera de ser, nuestros hábitos, nuestros gustos, nuestros intereses, a los demás como si fuera lo más natural del mundo, pero nos rehusamos a hacer lo recíproco.
* La justicia retributiva de Dios se manifiesta en las guerras que asolan a los pueblos, incluso a los que son inocentes. Pero una guerra en el Medio Oriente no afectaría mucho a los pueblos europeos. En cambio la crisis del Euro sí está haciendo sufrir a muchos de ellos. Los economistas y las autoridades ignoran que las causas de esa crisis son espirituales.
* El que busca la riqueza material por lo general la encuentra, pero como no busca la riqueza espiritual, carecerá de ella. A la larga ¿cuál es mejor? Pero muchos no le dan importancia a la segunda y se ríen de ella. No saben cuán grande es su pérdida.
* La gente se enamora de los “gadgets” que inventa la tecnología y que pronto quedan obsoletos o pasan de moda, pero que los distraen de las cosas que tienen verdadero valor.
* Las cruces que abrazamos nos acercan a Dios.
* El lujo en que vivimos es un augurio de la pobreza de nuestra morada eterna, o quizá peor, del ardor del fuego eterno.
* La felicidad que no se encuentra en Dios es pasajera y engañosa.
* Todo acto malvado tiene su origen en falta de amor. El criminal que mata para robar no siente nada por su víctima, salvo quizá odio, porque tiene lo que él codicia. Pero quién sabe si el instinto del amor fue ahogado en su infancia por el maltrato que sufrió, o por la indiferencia con que fue tratado por quienes debieron amarlo. Así pues, la falta de amor tiene consecuencias de largo alcance. Así se encadenan las causas que provocan el sufrimiento humano. El menosprecio conduce al resentimiento, y éste, al deseo de venganza. ¿Quién sale ganando? El enemigo que se goza en el sufrimiento humano.
* Cuanto más te acoges a Dios, más estrechamente te cierra Él contra su pecho.
* Dar de comer al hambriento es una obra que trae gran recompensa. Pero pocos la practican. Creen que hay otras cosas más importantes. Pero fue la primera cosa que mencionó Jesús en el famoso pasaje del juicio de las naciones en Mateo 25:35, y que tiene muchos antecedentes en el Antiguo Testamento (Sal 146:7; Ez 18:7,16). En suma, satisfacer las necesidades de nuestros semejantes es lo que Dios espera de nosotros porque es lo que ordena el segundo mandamiento: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22:39). Si no lo ayudas no lo amas. Si no lo socorres es porque ha muerto un lado de tu alma. Pero no es lo mismo dar para que otros den por ti, que dar uno mismo. Esto tiene más valor, porque nos pone en contacto con el pobre al que se debe amar por muy desagradable que sea.
* El pecado produce oscuridad en el alma, pero el arrepentimiento hace que de nuevo brille el sol en ella y disipe las tinieblas.
* El premio que recibiremos en el cielo será mayor que el que hayamos merecido porque Jesús suple a nuestras deficiencias.
* Apocalipsis dice que sus obras siguen a los salvos (Ap 14:13) y determinan cómo se porte Jesús con ellos.
* Jesús habita en todos los creyentes, pero nos hace sentir su presencia en mayor o menor medida según sea la intensidad de nuestro amor por Él.
* Dios es nuestra esperanza, nuestra única esperanza.
* Jesús recibe los golpes que el mundo asesta a sus discípulos, y los recibe antes que ellos, porque Él conoce el futuro.
* La sociedad moderna quiere expulsar del mundo a Dios que lo ha creado. Ellos lo ignoran, no lo reconocen como su Creador; quieren ser autónomos. No se dan cuenta de que sin Él son nada, menos que marionetas, porque Dios es el sustento de su existencia. ¿Qué pensaríamos de unas marionetas que se rebelaran contra el titiritero que mueve los hilos que a su vez los mueven a ellos? Diríamos que están locos. Permanecerían inútiles, tirados en el piso, sin vida. Eso sucede a todos los que se rebelan contra Dios.
* “El amor que me brindas viene de mí”. En efecto, si nosotros amamos a Dios es porque su amor ha sido derramado en nuestros corazones (Rm 5:5).
* Si yo deseo intensamente estar unido a Cristo, lo estaré; pero si lo deseo sólo tibiamente no haré muchos progresos.
* ¿Cómo abandonarnos totalmente a la voluntad de Dios cuando nos aferramos a nuestros deseos y preferencias?
* Si reconozco que soy incapaz, Dios me capacita. Pero si me creo capaz, Él me abandona a  mis propias fuerzas.
* Que mucha gente nazca, crezca y muera sin conocer a Dios es una tremenda tragedia, pero al menos tienen la luz de su conciencia que puede salvarlos (Rm 2:14-16); aunque no todos, porque algunos, a fuerza de violarla, la han apagado.
* ¿Por qué buscan los hombres ser reconocidos y aclamados? Nada puede evitar que seamos reconocidos por Dios y eso es lo único que importa.
* Jesús dijo: “Entrad por la puerta estrecha” (Mt 7:13). Nadie puede entrar por la puerta estrecha sin ser humilde. Los piadosos orgullosos se quedan afuera.
* El rico debe cultivar un desprendimiento absoluto de sus riquezas.
* Hay quienes disfrazan su amor descontrolado de sí mismos en amor por una persona en particular. La aman por el bien que obtienen de ella.
* Dios puede hacer que muchos imposibles se vuelvan posibles. De hecho eso es lo que ha ocurrido con los avances tecnológicos de los últimos tiempos. Lo imposible, lo inimaginable, se ha vuelto posible. No es el hombre, es Dios quien lo ha hecho.
* He aquí la gran tragedia de muchos de los que se condenan: No quieren ser salvados, sea porque niegan que exista el infierno, sea porque no reconocen que viven en pecado, o que están obrando mal. Justifican sus actos de mil maneras a pesar de que no ignoran la ley de Dios. Dios puede tocar los corazones de muchos y cambiarlos, pero hay algunos cuyo endurecimiento es definitivo.
* Cuanto más suframos por seguir a Cristo mayor será nuestra recompensa. Eso es una idea que muchas almas tibias rechazan, pero que inspiró y dio constancia a los mártires de los primeros siglos.
* ¡Qué cierto es que el amor encendido que unos tienen por Cristo inspira a otros a imitarlos y a contagiarse del mismo amor!
* ¡Cuán grande es el pecado de rebelión en la iglesia y cuánto daño hace! Los más dañados son los rebeldes mismos.
* Si los que han recibido el encargo de alimentar la devoción al Señor en otros, son ellos mismos tibios ¿qué cosa pueden inspirar en otros sino tibieza?
* Sólo el que es santo en toda su manera de vivir (1P 1:15) puede guiar a otros a la santidad.
* Cuando el pecado corrompe el corazón del creyente, su fe se enfría y el amor muere.
* ¿Cómo podemos nosotros, estando en el mundo, ocuparnos de dar gloria al Nombre de Dios? Haciéndolo de una manera franca y directa, siempre que se presente la ocasión, aunque el mundo nos rechace y ridiculice. Pero hay que hacerlo también con tino.
* Las cosas tienen para uno el valor que uno les da. Sin embargo, aparte de eso, tienen un valor objetivo, intrínseco, que no depende del que uno les otorga, y es el que más cuenta.
* ¡Ay de aquellos que son piedra de tropiezo para otros! ¡Ay de aquellos que hacen caer a otros en pecado! Jesús dijo: Mejor sería que les atasen una piedra de molino al cuello y que los echasen al mar (Lc 17:1,2). Ese sufrimiento sería menor que el que les espera en el infierno. Si los responsables de los medios de comunicación, de las radios, y de los canales de TV, y de los diarios y revistas; si los dueños de las discotecas que promueven una vida de pecado presentándolo como una cosa atractiva y hacen caer a tantos, supieran el daño que hacen y el suplicio que les espera, renegarían de lo que están haciendo y se arrepentirían. Pero carecen de fe. Si la tuvieron alguna vez, la han perdido. El amor al dinero se la ha robado. No creen en el castigo eterno. ¡Qué necesidad hay de advertir a esa gente acerca de la condenación al fuego inextinguible que les espera!
* Jesús dijo: “No juzguéis, para que no seáis juzgados” (Mt 7:1). Podría también haber dicho en nuestro idioma: No acuséis para que no seáis acusados. Aunque a veces, debido a nuestra posición, podemos vernos en la obligación de juzgar, o de acusar a otros, siempre es mejor que nos acusemos a nosotros mismos, pues tenemos delante de Dios muchos motivos para hacerlo.
* Desgraciadamente no todo lo que yo hago le da gloria de Dios, y eso es un lastre muy pesado en mi vida espiritual.
* Las campanas de las iglesias deberían doblar a duelo por cada persona que muere sin reconciliarse con Dios.
* Dios es débil con sus criaturas en el sentido de que se apiada de ellas y no se anima a castigarlas cuando lo merecen.
* Mi miseria, mi debilidad, conmueven a Dios.
* ¿Puede Jesús sufrir en el cielo a causa de la infidelidad e ingratitud de los hombres?
* Muchos creyentes cuando hacen algo para Dios, cuando predican y la gente se convierte, tienden a creer que son algo, olvidando que no son ellos sino el Espíritu Santo que actúa a través de ellos quien hace la obra, y que ellos siguen siendo nada más que siervos inútiles (Lc 17:10).
* Cuanto más sencillamente vivamos, aún gozando de comodidades, o aún siendo ricos, más cerca de Dios estaremos.
* Cuando estábamos lejos de Dios ya Él pensaba en nosotros esperando el momento de atraparnos en sus redes de amor.
* Estar atentos al sufrimiento de otros y estar siempre dispuestos a ayudarlos es algo que todos deberíamos aprender para asemejarnos a Jesús, pues Él lo practicaba.
* ¿Por qué hiere la maledicencia tanto al maldiciente como a su víctima? Porque tarde o temprano se vuelve contra el primero y sufrirá inevitablemente las consecuencias.
* Aunque nos cueste admitirlo, Jesús, siendo Dios, está presente aun en los antros más asquerosos del pecado. Está sufriendo e intentando salvar a los que ahí se arrastran.
* Un pecador que se arrepiente ha dejado de serlo.
* La humildad es mucho más poderosa que la soberbia aunque parezca lo contrario, porque a la larga triunfa.
* Hay grandes pecadores que se convierten, y otros que no. ¿De dónde viene la diferencia? Sólo Dios lo sabe, pero me atrevería a especular que el elemento crucial es la presencia del orgullo en los segundos.
* Los que rechazan convertirse no saben lo que les espera. Si lo supieran retrocederían aterrorizados.
* Los cristianos nunca deben hablar mal de otros cristianos, de los que pertenecen a otras iglesias, a otras denominaciones, porque sus palabras son latigazos que Cristo recibe. Si discrepamos debemos hacerlo en amor.
* En el cielo no hay lugar para los soberbios, así hayan salvado a miles (Mt 7:21-23)
* Todo el que se jacta de lo que Dios le da, lo pierde.
* Los avances de la tecnología de las comunicaciones, en particular el Internet y los celulares, que atrapan la atención de la gente en sus redes fascinantes, conspiran para alejar a los cristianos de la lectura de la palabra de Dios, que es su alimento. Al alejarse de la palabra los creyentes empiezan a padecer de desnutrición. De esa manera pueden ser fácilmente victimas del león rugiente que merodea buscando a quién devorar (1P 5:8).
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios por toda la eternidad, es muy importante que adquieras esa  seguridad. Con ese fin yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#776 (28.04.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).