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lunes, 16 de agosto de 2010

¡CUÁN AMABLES SON TUS MORADAS! II

Por José Belaunde M.
Un comentario al Salmo 84
Después de haber publicado mi comentario sobre el bello salmo 84, como primer artículo de esta serie, he pensado que podría ser enriquecedor publicar también lo que otros autores del pasado, algunos de ellos famosos, han escrito sobre este salmo. Con ese fin he traducido y adaptado del inglés algunos textos especialmente bellos de algunos autores escogidos. (Nota 1)

El encabezamiento de este salmo dice “para los hijos de Coré”. Creo que es pertinente reproducir la introducción que Franz Delitzsch escribe sobre el salmo 42, que tiene las mismas palabras en su encabezamiento. (2) El hecho de que la anotación diga “para los hijos de Coré” y no “de”, ha hecho pensar a muchos que el autor del salmo 84 podría ser David mismo. Pero es un hecho que en ambos casos puede traducirse como “de” o como “para” por lo que ese detalle no sería significativo. No obstante, muchos comentaristas adjudican el salmo a David por razones de estilo y del tono devocional que lo impregna. Sin embargo, como el autor del salmo se encontraba fuera de Jerusalén al momento de escribirlo, para que David fuera el autor, él tendría que haber estado impedido por algún motivo de estar en esa ocasión en la ciudad santa, esto es, tendría que haberlo escrito antes de ser ungido rey, lo que hace improbable que lo hubiera compuesto específicamente para uso de los “hijos de Coré”.

Franz Delitzsch (3)
Es probable que los doce cánticos coraíticos del Salterio originalmente formaran un libro que tenía como título la frase “de los hijos de Coré” y que después ese título pasara a cada salmo individual cuando se incorporaron en dos grupos de salmos en el Salterio. O podemos suponer que se había vuelto una costumbre familiar en el círculo de los cantores coraítas dejar que el individuo se oculte detrás de la responsabilidad conjunta de la familia unida, que pugnaba por limpiar el nombre de su infortunado antepasado por medio de las mejores producciones litúrgicas.

Porque Coré, el bisnieto de Leví, y nieto de Coat, es aquel que pereció bajo el juicio divino, tragado por la tierra a causa de su rebelión contra Moisés y Aarón (Nm 16). Sus hijos, sin embargo, no fueron involucrados en el juicio (Nm 16:11), -contrariamente, diría yo, a lo ocurrido con los hijos de Dotán y Abiram y de los otros de su séquito, que sí perecieron junto con sus padres (Nm 16:27,31-33)-
En tiempos de David los coraítas eran una de las más prestigiosas familias de los coatitas.

El reino de la promesa encontró pronto en esta familia valiosos adherentes y defensores porque ellos acudieron a Siclag para defender con la espada a David y su derecho al trono (1Cro 12:6).

Después del exilio los coraítas eran guardianes de las puertas del templo en Jerusalén (1Cro 9:19; Nh 11:19), y el cronista nos informa que ya en tiempos de David eran guardianes del umbral donde estaba el arca en Sión; y que más temprano, bajo Moisés, tenían a su cargo custodiar la entrada del campamento de Yavé. Retuvieron su antiguo llamado, al que alude el Salmo 84:11, en relación con las nuevas disposiciones tomadas por David. El puesto de portero fue asignado a las dos ramas de la familia coraíta junto con una meradita (1Cro 23:1-6).

San Agustín (4)
La palabra “Gitit” del encabezamiento puede significar tres cosas: un instrumento parecido al arpa; el nombre de una canción que se tocaba con el acompañamiento de ese instrumento –que es lo más probable; o una prensa del vino. Este último significado es el que San Agustín escoge y sobre el cual desarrolla buena parte del sermón en que comenta este salmo (y que figura en su libro “Enarrationes in Psalmis”).

Como habrán observado, amados míos, nada se dice en el texto mismo de este salmo acerca de una prensa, o de una cesta, o de una botella, o de cualquier cosa relacionada con el vino, por lo que no es una cosa fácil averiguar cuál es el significado de las palabras “para la prensa del vino” inscritas en el título. Porque ciertamente si después del título mencionara algo relacionado con esas cosas, las personas carnales podrían pensar que es una canción que trata de las prensas del vino visibles. Pero como no dice nada acerca de esas prensas que conocemos muy bien, yo no dudo de que el Espíritu Santo quiere hablarnos de otra clase de prensas del vino. Por tanto, recordemos lo que ocurre en esas prensas visibles y veamos cómo eso mismo tiene lugar espiritualmente en la iglesia.

Las uvas cuelgan de la vid, y las aceitunas, del olivo. Es para esta clase de frutos que suelen hacerse prensas, y mientras cuelgan de las ramas parecen gozar del aire en libertad, y no hay vino ni óleo mientras no sean puestas bajo presión. Así ocurre con el hombre a quien Dios ha predestinado a ser conforme a la imagen de su Hijo Unigénito, que fue el primero a ser estrujado en su pasión como el gran racimo.

Hombres de esta clase, por tanto, antes de que se acerquen al servicio de Dios, gozan en el mundo de una libertad deliciosa, como uvas u olivas colgantes. Pero como ha sido dicho: “Hijo mío, cuando te acerques al servicio de Dios, tiembla y prepara tu alma para la prueba”. Porque todo el que se acerca al servicio de Dios, halla que ha venido a la prensa del vino para experimentar tribulaciones; y será aplastado, será estrujado, no para que perezca en este mundo, sino para que pueda fluir hacia las bodegas de Dios. Se le arranca la cubierta de los deseos carnales, como el hollejo a la uva, porque esto ocurre con los deseos carnales, de los que el apóstol escribe: “despojaos del viejo hombre y vestíos del nuevo.” (Ef 4:22). Esto es algo que no se hace sino mediante la presión. Por eso las iglesias de Dios son llamadas “prensas del vino”.

Bellarmino (5)
Él basa su comentario en el texto de la Vulgata latina, e interpreta la palabra “tabernáculos” en el sentido de las moradas celestiales a las cuales aspira llegar el cristiano al término de su carrera. Tabernáculo, a su vez, corresponde a mishkán, que otras versiones, como RV 60, traducen como “moradas”.

1,2.
“!Cuán amables son tus tabernáculos, oh Señor de los Ejércitos! Mi alma suspira y desmaya por los atrios del Señor. Mi corazón y mi carne se alegran en el Dios vivo.”

Tales son las efusiones del alma piadosa que se encamina a su patria, y que expresan el deseo de llegar al final de su viaje. Tales deseos proceden de la felicidad que se encontrará en el hogar, así como de las dificultades con que se tropieza en el peregrinaje. El alma piadosa, cualquiera que pueda ser la felicidad que tenga aquí abajo, siempre se ve a sí misma como miserable y sufriendo persecución. Porque la prosperidad de este mundo es una gran tentación y una persecución. Ella exclama admirada: ¡Cuán amables son tus tabernáculos!” ¡Oh, qué gran amor tienen los piadosos por tus tabernáculos, por aquellas mansiones tuyas, oh Señor de los Ejércitos!

“¡Señor de los Ejércitos!” ¿Qué puede hacer que tus tabernáculos sean más bellos y más deleitosos que las huestes innumerables de ángeles dotados de toda sabiduría, perfección, poder y belleza, de los cuales una sola mirada bastaría para alegrar todo el peregrinaje aquí abajo? Mientras que el brillo combinado y el esplendor del mundo entero no es más que oscuridad comparada con el fulgor de Aquel a quien esperamos ver allá cara a cara.

En la Jerusalén judía había sólo un tabernáculo, por lo que al hablar aquí de muchos no puede de ninguna manera pensarse que se refiera al de madera y hecho por mano de hombre, sino a aquellos “tabernáculos no hechos por manos humanas” (Hb 9:11) de los que el Señor habló cuando dijo: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay.” (Jn 14:2).

“Mi alma suspira y desmaya por los atrios del Señor.” Habiendo dicho que los tabernáculos del Señor son objeto de gran afecto para los piadosos en su exilio, ahora se coloca entre ellos diciendo: “Mi alma suspira y desmaya” al pensar en los atrios del Señor y considerar su belleza. Suspiro tanto que languidezco y desmayo.

“Mi corazón y mi carne se alegran en el Dios vivo.” Para darnos una idea de lo grande de su anhelo y de su amor, él nos dice los efectos que producen, porque cuando uno es herido por un amor o un deseo vehemente, no solamente ellos dan vuelta en su mente sino que expresan su admiración por el objeto de su amor.

“Mi corazón y mi carne”, es decir, mi mente y mi lengua se han unido para alabar al Dios viviente, de belleza increada e infinita, por el cual suspiro. Esta segunda parte del versículo no contradice a la primera, porque aunque allá hable de su alma como desmayando, y acá como regocijándose, porque son diversos los sentimientos de los que aman, un momento deploran la ausencia del amado, pero pronto se regocijan cuando recuperan al amado y prorrumpen en su alabanza.

Lo llama “el Dios vivo” no sólo para distinguirlo de los ídolos “que tienen ojos, pero no ven; oídos, pero no oyen” (Sal 115:4-7; 135:15-17) porque son objetos inanimados, sino también porque solamente de Dios puede decirse, estrictamente hablando, que vive. Porque vivir es tener el poder de moverse por sí mismo y no por otro. Pero de las cosas creadas se dice que viven porque tienen en sí cierto principio de movimiento, pero sin Dios no tuvieran ninguno; porque “en Él vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser.” (Hch 17:28). La vida de Dios es tal que no requiere del impulso de ningún otro ser, esto es, que tiene sólo por sí mismo el poder del entendimiento y de la voluntad, siendo Él mismo la fuente de toda vida; no derivándola de ninguno, sino dándola a todos.

John Gill (6)
1. “!Cuán amables son tus tabernáculos, oh Señor de los Ejércitos!”
Lo que hacía que el tabernáculo de Moisés fuera agradable no era su exterior, que era más bien humilde, como lo es la Iglesia de Dios exteriormente por la persecución, la aflicción, la pobreza, sino lo que contenía dentro, teniendo muchos vasos de oro y esos objetos que son típicos de cosas más preciosas
(es decir, que las simbolizan). Ahí se veía a los sacerdotes en sus vestiduras sagradas cumpliendo su servicio; y en ciertos momentos, al sumo sacerdote con su rica vestimenta. Ahí se veían los sacrificios inmolados y ofrecidos por los cuales se enseñaba al pueblo la naturaleza del pecado, la severidad de la justicia y (simbólicamente)
la necesidad y eficacia del sacrificio de Cristo. Ahí se veía a los levitas entonando sus canciones y tocando sus trompetas. Pero mucho más amable es la Iglesia de Dios y sus ordenanzas en tiempos del Evangelio, en donde Cristo, el gran Sumo Sacerdote, es visto en la gloria de su persona y en la plenitud de su gracia; donde los sacerdotes de Sión, o los ministros del Evangelio, están de pie vestidos, plenamente adornados con la salvación y sus noticias; donde Cristo es presentado como crucificado y muerto, mediante el ministerio de la palabra y la administración de las ordenanzas. Aquí son tocadas las trompetas y se oye su eco gozoso; aquí los cánticos de amor y gracia son entonados por todos los creyentes. Pero lo que hace a estos tabernáculos aun más preciosos es la presencia misma de Dios, de manera que no sean otra cosa sino la casa de Dios y la puerta del cielo.

Spurgeon (7)
3. “Aun el gorrión halla casa…”
El salmista envidia a los gorriones que vivían alrededor de la casa de Dios y que recogían las migajas en sus atrios. Sólo deseaba que él pudiera también frecuentar las solemnes asambleas y llevarse un poco del alimento celestial.
“Y las golondrinas un nido para sí donde poner sus polluelos…”
Envidiaba también a las golondrinas cuyos nidos estaban bajo los aleros de las casas de los sacerdotes, donde encontraban un lugar para sus pequeñuelos así como para sí mismas. Nos regocijamos no sólo en nuestras oportunidades religiosas personales, sino también en la gran bendición de poder llevar a nuestros niños con nosotros al santuario. La iglesia de Dios es una casa para nosotros y un nido para nuestros pequeños.
“Cerca de tus altares, oh Señor de los Ejércitos…”
Estos pequeños pájaros se acercan a los mismos altares. Nadie podía impedírselo, ni hubiera querido hacerlo. David hubiera querido ir y venir tan libremente como ellos.
“Mi Dios y mi rey.”
Él expresa su lealtad desde lejos. Si no podía pisar los atrios, al menos amaba a su Rey. Podía ser un desterrado, pero no un rebelde. Cuando no podamos ocupar un lugar en la casa de Dios, Él tendrá un asiento en nuestra memoria y un trono en nuestro corazón. El doble “mi” es muy precioso; él se aferra con ambas manos a su Dios, y está resuelto a no soltarlo hasta que le conceda el favor que le ha venido solicitando desde hace tiempo.

Cosas Nuevas y Antiguas (8)
3. ”Aún el gorrión halla una casa…”
Aquí se alude al tierno cuidado que Dios tiene por la menor de sus criaturas. El salmista, estando en exilio, envidia sus privilegios. Desearía poder hacer su nido, si fuera posible, en la morada de Dios. El creyente encuentra casa perfecta y descanso en los altares de Dios; o más bien, en las grandes verdades que ellos representan. Pero su confianza en Dios es endulzada y fortalecida por el conocimiento de su cuidado minucioso, universal y providencial. Es un motivo de admiración gozosa para él. “Dios no falla” –ha expresado alguien brillantemente- “en encontrar una casa para el menos valioso de los pájaros, y un nido para el más inquieto de ellos.” ¡Qué confianza debería este pensamiento darnos! ¡Qué descanso! ¡Qué reposo encuentra el alma que se echa en el cuidado tierno y vigilante de Aquel que provee tan plenamente a las necesidades de sus criaturas!
Pero hay algo que me llama poderosamente la atención en estos pájaros: Ellos no conocen a Aquel de quien todas estas bondades fluyen. Gozan de la rica provisión de su cuidado cariñoso, porque Él piensa en todo lo que necesitan, pero no hay ninguna comunión entre ellos y el Gran Proveedor. De aquí, alma mía, puedes sacar una útil lección: Nunca te des por satisfecho por frecuentar tales lugares, o por gozar ahí de ciertos privilegios, sino levántate en espíritu, y busca, encuentra y goza de una comunión directa con el Dios vivo a través de Jesucristo, nuestro Salvador. El corazón de David se vuelve hacia Dios mismo:
“Mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo.”

4. “Bienaventurados los que habitan en tu casa.”
Bienaventurados, en verdad, podemos nosotros exclamar, y lo serán por siempre. Ellos son moradores, no visitantes en la casa de Dios. “Habitaré en la casa del Señor para siempre.” (Sal 61:4) Esto es cierto de todos los que confían en Jesús ahora. Pero aunque todos los hijos de Dios son sacerdotes por nacimiento, como eran los hijos de Aarón, no todos son, lamentablemente, sacerdotes por consagración (Ex 29). Comparativamente pocos conocen su lugar sacerdotal en el altar de oro. Muchos dudan si sus pecados –raíz y ramas- fueron consumidos fuera del campamento (9) y, consecuentemente, temen entrar en el atrio, y aun cuando se les asegure que han sido plenamente justificados y santificados en el Resucitado, dudan seriamente y temen que esa bendición pueda no ser suya.

Spurgeon
4. “Bienaventurados los que habitan en tu casa.”
El salmista estima que son más favorecidos aquellos que están constantemente ocupados en el servicio divino: los canónigos residentes, los que abren los púlpitos, los sirvientes que limpian y barren el polvo. Ir y venir es refrescante, pero permanecer en la casa de oración debe ser el cielo aquí abajo. Ser los huéspedes de Dios, gozar de la hospitalidad del cielo, ser apartado para el trabajo santo, protegido del ruido mundano, y estar familiarizado con las cosas sagradas, esta es ciertamente la mejor heredad que un hijo del hombre puede poseer.
“Perpetuamente te alabarán.”
Estando tan cerca de Dios su vida misma debe ser adoración. Seguramente sus corazones y sus lenguas nunca cesan de magnificar al Señor. Tememos que David hizo aquí una pintura de lo que debía ser y no de lo que es en realidad. Porque aquellos que se ocupan de las cosas necesarias para la adoración pública no son siempre los más devotos. Sin embargo, en un sentido espiritual es muy cierto lo que David dice, porque los hijos de Dios, que en el espíritu permanecen siempre en su casa, están siempre llenos de alabanzas a Dios. La comunión es la madre de la adoración. Cesan de alabar a Dios los que se alejan de Él, pero los que moran en Él le están magnificando siempre.

Notas: 1. Aparte del libro “Enarrationes in Psalmis” de San Agustín y de los comentarios a los Salmos de Bellarmino y de Franz Delitschz, los textos seleccionados están tomados de la espléndida obra de Charles Spurgeon, “El Tesoro de David”, la cual, además de los comentarios del propio predicador, contiene pasajes selectos de otros autores.
2. El encabezamiento que tienen la mayoría de los salmos es probablemente muy antiguo, pero no forma parte del texto mismo. En la mayoría de los casos debe haber sido añadido por los escribas antes de Cristo, en el proceso editorial por el cual cada salmo fue incorporado al Salterio.
3. Franz Delitzsch (1811-1890) fue un erudito judío, convertido al cristianismo, quien junto con J.C.F.Keil escribió un importante y masivo comentario del Antiguo Testamento. Se dedicó también a combatir el creciente antisemitismo de la época.
4. El gran teólogo y escritor, obispo de Hipona (354-430), dejó una vasta obra doctrinal y homiléctica en la que figuran los sermones que pronunció sobre cada uno de los salmos. Su pensamiento ejerció gran influencia en los reformadores Lutero y Calvino.
5. El cardenal Bellarmino (1542-1621) fue un polemista y predicador, cuya gran elocuencia y erudición atraía incluso a los teólogos protestantes con los cuales discutía. Entre otras cosas se distinguió por haber defendido a Galileo en el juicio que le entabló la Inquisición.
6. John Gill (1697-1771) gran pastor y predicador bautista británico. Dejó un vasto comentario de ambos testamentos.
7. Ch. Spurgeon (1834-1892), predicador bautista que alcanzó desde joven tan gran notoriedad que hubo de construirse para él un templo con una capacidad para seis mil asistentes.
8. Debe tratarse de una publicación evangélica colectiva de la época.
9. Es decir, en la cruz de Cristo, que fue levantada fuera de las murallas de Jerusalén.

#639 (08.08.10) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

lunes, 12 de julio de 2010

¡CUÁN AMABLES SON TUS MORADAS! I

Por José Belaunde M.

Un Comentario del Salmo 84

Este es uno de los salmos más bellos de todo el Salterio, según la mayoría de los comentaristas. Es uno de los salmos compuestos “para los hijos de Coré”, que posiblemente era uno de los coros que cantaban en el templo. Algunos atribuyen su composición al rey David, sea por su estilo, o porque no figura el nombre de otro autor al inicio. El encabezamiento (“Al músico principal; sobre Gitit”) es idéntico al del salmo 8, que menciona el nombre de David, pero también al del salmo 81, que fue escrito por Asaf, de manera que ése no es un argumento conclusivo a favor de la autoría davídica. El autor bien pudiera ser un cantor o sacerdote. “Gitit” es un instrumento musical, posiblemente un arpa, o cítara de ocho cuerdas.
No se tiene idea de cómo pudo haber sido la melodía con que se cantaba en el templo, que naturalmente no ha llegado a nosotros. Pero el compositor alemán del siglo XIX, Johannes Brahms, compuso sobre este texto uno de los movimientos más bellos de su “Réquiem Alemán”, para solistas, coro y orquesta, refiriendo la palabra “moradas” a las moradas celestiales.


1. "¡Cuán amables son tus moradas, oh Señor de los ejércitos!" (Nota 1)
Este salmo expresa el deseo de un israelita piadoso, posiblemente un levita o sacerdote, de habitar en el templo, en la casa del Señor, o, por lo menos, de vivir lo más cerca posible para poder visitarlo con frecuencia. Recuérdese que los sacerdotes oficiaban en el templo por turnos de 15 días una vez al año, y que su número estaba dividido en 24 “cursos” anuales (1Cro 24:3-19). Terminado el tiempo de su servicio regresaban a la ciudad de residencia que les estaba asignada.

El salmista empieza pregonando lo amables que son las moradas del Señor, agradables, deleitosas. ¿Por qué lo serían? Porque en ellas se sentía la presencia del Señor, expresada en la solemnidad del culto y de los sacrificios, en la belleza de los cánticos de alabanza, y en el perfume del humo del incienso. (Nota 2)

2. “Anhela mi alma, y aun ardientemente desea los atrios del Señor; mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo.”
Los pensamientos expresados por este versículo están inspirados por un intenso amor al Señor. Mi anhelo y aun más que eso, mi ardiente deseo (la repetición refuerza el ansia), es estar en los atrios del templo del Señor, que los tenía varios en su recinto. Este amor que palpita en mí es tan fuerte que mi corazón (es decir, mi alma) y mi carne (es decir, mi cuerpo) cantan al unísono a Dios, que no es inmóvil como los ídolos que están muertos, sino que, en verdad, aunque sea invisible, se mueve y es real en nuestras vidas.

¿Puede el hombre amar a un ídolo inmóvil y que no habla? Difícilmente, pero sí puede amar a un Dios que está vivo y que habla silenciosamente al corazón.

De conformidad con la interpretación brahmsiana –que es la tradicional- podemos considerar que estos dos versículos iniciales expresan el deseo del alma de llegar al término de su carrera terrestre, y de entrar en las mansiones celestiales, cuya belleza no puede compararse con ninguna morada o templo acá abajo. Jesús dijo: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay.” (Jn 14:2), y que Él iba a prepararnos un lugar que sería nuestra morada definitiva.

3.
“Aun el gorrión halla casa, y la golondrina nido para sí, donde ponga sus polluelos, cerca de tus altares, oh Señor de los ejércitos, Rey mío y Dios mío.”
El salmista siente una santa envidia por dos géneros de avecillas –el gorrión y la golondrina- que hacen su nido en los recovecos de la arquitectura del templo, no lejos del altar de los sacrificios. ¡Quién pudiera ser como ellos que viven constantemente tan cerca de ti, oh Señor, mi rey y mi Dios!

4. “Bienaventurados los que habitan en tu casa; perpetuamente te alabarán.”
¡Qué felices son esas criaturas que no siendo sino avecillas, que hoy están vivas, y que en poco tiempo estarán muertas; y que se venden en el mercado por unas cuantas monedas, pero que residen en tu casa! Los que tienen ese privilegio tienen sobradas razones para alabarte sin cesar. ¡Bien pueden considerarse, y ser llamados bienaventurados, porque lo son realmente!

Pero nosotros, que no tenemos un templo visible como tenían los antiguos israelitas en Jerusalén, sabemos que nuestro cuerpo es un templo del Espíritu Santo (1Cor 3:16) y que, por tanto, podemos entrar en todo momento en los atrios de su presencia dentro nuestro sin desplazarnos, para alabarlo sin cesar.

La palabra “bienaventurados” nos recuerda a personas como el anciano Simeón, que vivía tan cerca del templo de Jerusalén como para ir rápidamente, movido por el Espíritu Santo, a tomar al niño Jesús en sus brazos (Lc 2:25-27); o como la profetisa Ana, que “no se apartaba del templo, sirviendo de día y de noche con ayunos y oraciones.” (Lc 2:36,37).

5. “Bienaventurado el hombre que tiene en ti sus fuerzas, en cuyo corazón están tus caminos.”
El salmista prosigue llamando feliz al hombre que vive en la cercanía del Señor, esta vez por dos motivos nuevos y diferentes. El que tiene en Dios sus fuerzas es el que no se apoya en las propias, sino que descansa enteramente en las de Dios. Es bienaventurado porque Dios es omnipotente y sus fuerzas son inagotables e incontrastables. Pero lo es además, en segundo término, y con mayor motivo, si los caminos del Señor están grabados en su corazón indeleblemente, de modo que nunca se aparte ni se desvíe de ellos.

Todos hemos experimentado alguna vez, estando en una situación apremiante, cómo de una manera inesperada el Señor ha intervenido para ayudarnos, o para guiarnos a buen puerto. De ello hay abundantes promesas en la Biblia: “Entonces tus oídos oirán a tus espaldas palabra que diga: Este es el camino, andad por él.” (Is 30:21). O “En todas estas cosas somos más que vencedores, por medio de Aquel que nos amó.” (Rm 8:37).

Algunas versiones traducen: “En cuyo corazón están los caminos de peregrinaje,” lo que haría que este cántico fuera afín a los salmos llamados graduales o de las subidas (120 al 134), que entonaban los peregrinos que subían a Jerusalén para las fiestas.

6. “Atravesando el valle de lágrimas lo cambian en fuente, cuando la lluvia llena los estanques.”
De este versículo viene probablemente la expresión “valle de lágrimas” con que se designa a este mundo terreno donde existe tanta aflicción. Las lágrimas en cuestión son las que derrama el hombre o la mujer afligidos. En la visión del salmista es como si el valle estuviera inundado por su llanto. Pero gracias a la ayuda de Dios esa inundación se transforma en una fuente alimentada por la bendita lluvia del cielo que llena los estanques donde se almacena el agua que regará la tierra y que beberá la gente para calmar su sed.

Algunas versiones traducen: “atravesando el valle de Baca”, que habría sido un paraje desértico sumamente seco, y que es, por tanto, símbolo de las dificultades que uno puede encontrar en el camino de la vida o, como lo sugiere el versículo siguiente, en el trayecto hacia la montaña de Sión.

7. “Irán de poder en poder; verán a Dios en Sión.”
¿Quién es el sujeto de esta frase? Los hombres que tienen en Dios sus fuerzas, los que mediante su ayuda transforman el valle de lágrimas en uno donde crece una cosecha abundante de toda clase de frutos. Porque confían en Dios ellos verán cómo su poder aumenta de día en día y de victoria en victoria, hasta llegar a la cima del monte santo. (Nota 3)

En el monte Sión estaba ubicado el templo construido por Salomón como casa de Dios en la tierra, para que la gloria del Señor habitara en ella (1R 6). Los que ponen su esperanza en Dios podrán contemplar en el templo en el que sirven como sacerdotes o levitas, o al que se acercan como peregrinos para adorarlo, la manifestación de su gloria, que es como si lo vieran a Él mismo.

8.
"Señor Dios de los ejércitos, oye mi oración; escucha, oh Dios de Jacob.”
¿Por qué se le llama a Dios “Señor de los ejércitos”? En esa época eminentemente guerrera -en la que la principal ocupación de los pueblos, además de las labores agrícolas, consistía en hacerse mutuamente la guerra- los ejércitos concitaban una gran parte de la atención de la gente. El tamaño del ejército era una manifestación del poder del rey (Véase a ese respecto Pr 14:28).

Contar con ejércitos bien armados y poderosos, pero sobre todo, contar con la ayuda de Aquel que podía decidir el desenlace de las batallas, era una preocupación vital. Al dirigirse a Dios de esa manera el salmista le está diciendo que el ejército de Israel es suyo, y que suyas son las batallas que libra su pueblo.

Este versículo contiene la doble invocación de un hombre que pone su confianza totalmente en el Señor. La segunda invocación es dirigida al “Dios de Jacob”, al Dios del que fuera padre de las doce tribus del pueblo escogido, de quien descienden todos los miembros del pueblo que lleva el nombre que fue dado a su antepasado en Peniel (Gn 32:28-30).

Con frecuencia se usa en la Biblia la expresión “el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob”, y a veces se le invoca solamente como el “Dios de Abraham”, o como el “Dios de Jacob”, pero nunca, que yo sepa, se le invoca sólo como el “Dios de Isaac”. ¿Cuál será el motivo? Creo yo porque en la historia del surgimiento del pueblo escogido, Isaac es un personaje menor, de transición; un personaje sin mayor brillo, que jugó un papel de puente entre Abraham, el padre de la fe, y su nieto Jacob, el progenitor de las doce tribus, y que no tuvo otro papel que ése, recibir las promesas y bendiciones hechas a su padre y transmitirlas al hijo que Dios había escogido, desechando al primogénito Esaú (Gn 27).

9. “Mira, oh Dios, escudo nuestro, y pon los ojos en el rostro de tu ungido.”
El salmista le pidió primero a Dios que oiga. Ahora le pide que mire y fije su mirada en el que clama. No sólo oye mi oración, le dice, sino mira además mis circunstancias para que comprendas cuál es mi situación –como si Dios no lo supiera y lo entendiera mejor que él.

La petición tiene un carácter bien preciso: Pon tus ojos en el rostro de tu ungido. ¿De qué ungido se trata? Podría ser el rey de Israel –el mismo David, si fue él quien compuso el salmo. Pero como el salmo fue escrito para “los hijos de Coré”, bien podría tratarse del sumo sacerdote, o también ¿por qué no? del Mesías esperado, que es el Ungido por antonomasia, que traducido al griego es “Cristo”.

Pero ¿por qué pide a Dios que ponga sus ojos en el rostro del que clama? En primer lugar, es una manera de decir: Fíjate en mí. Pero también porque la expresión del rostro delata el estado del alma, la aflicción de su espíritu. La expresión de nuestro rostro refleja nuestros sentimientos, nuestra angustia, nuestra pena, o nuestra alegría. Es como si dijera: Mira el estado en que me encuentro, mi aflicción, y socórreme.

Al dirigirse a Dios el salmista lo llama “escudo nuestro”. Esta expresión es también reflejo de la cultura guerrera de ese tiempo, que ya hemos mencionado. Dios es nuestro escudo contra los ataques del enemigo. San Pablo habla en Efesios del “escudo de la fe” que nos protege de los dardos encendidos del enemigo (Ef 6:16). Pero para el salmista Dios mismo es el escudo. Sea lo uno o lo otro, sabemos que nuestra protección viene de Dios. Estando en situaciones de peligro, es bueno mirarlo a Él como al escudo que nos guarda de toda clase de amenazas.

10.
“Porque mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos. Escogería antes estar a la puerta de la casa de mi Dios, que habitar en las moradas de maldad.”
¿Podemos imaginar cuál sería el ambiente en los atrios del templo de Jerusalén en esos lejanos tiempos? ¿Qué atmósfera de piedad y de unción prevalecía? Ahí se sentía la presencia de Dios, la Shekiná, pues Dios lo había escogido como su casa. Por eso el salmista escribe que prefiere pasar un día en los atrios del templo que mil días gozando de toda clase de satisfacciones fuera de ellos. Si se tiene en cuenta, como ya hemos dicho, que los sacerdotes servían en el templo por turnos anuales de quince días, podemos imaginar cuánto ansiaban ellos que les llegara la oportunidad anual de ministrar en el templo y de vivir en las habitaciones reservadas para los sacerdotes. El salmista, que era él mismo probablemente sacerdote o levita, dice que prefiere estar a la puerta del templo, esto es, como portero o guardián (un oficio que era entonces muy apreciado), o incluso, estar fuera de su recinto bajo la lluvia o el sol inclemente, que estar con los malvados que prosperan, y participar en sus diversiones y deleites.

Pero nosotros podemos habitar en los atrios del Señor, esto es, en su presencia, todos los días sin restricción alguna, pues nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, según se dijo, y Él vive dentro de nosotros. Para gozar de su presencia sólo necesitamos retirarnos al interior de nuestra cámara secreta, de nuestro corazón, para tener intimidad con Él.

Y ciertamente para nosotros es mil veces preferible gozar de su compañía que la de los hombres, por muy atractiva que sea su conversación, o seductoras las comodidades que el mundo nos ofrece. ¡Oh, cómo debemos estimar la presencia del Señor en el interior de nuestra alma! Teniéndolo tan cerca ¿Cómo podemos vivir a diario tan lejos de Él? ¿Cómo despreciamos la compañía de Aquel a quien debemos todo, y que está esperando que le dirijamos tan sólo una mirada, una palabra? Se nos ha concedido un tesoro que no estimamos como debiéramos. ¿No es acaso la presencia de Dios en nosotros un adelanto del cielo?

11.
“Porque sol y escudo es el Señor Dios; gracia y gloria dará el Señor. No quitará el bien a los que andan en integridad.”
Dios es el sol en cuyos rayos nos calentamos apenas amanece y dirigimos nuestro pensamiento a Él. Es sol porque nos hace sentir el calor de su amor, y porque ilumina nuestra mente disipando las tinieblas de nuestra ignorancia y confusión. Y es escudo porque nos defiende y protege de los ataques del enemigo, que con sus dardos encendidos trata de perturbar nuestra fe y debilitar nuestra constancia, tentándonos con la duda.

Dios tiene reservada para nosotros una maravillosa recompensa si perseveramos en su amor, por encima de los halagos con que el mundo trata de desviarnos del recto camino.

La gracia es su favor, su benevolencia, con la cual Él derrama sus beneficios sobre nosotros; y la gloria es la exaltación con que premia a los que le son fieles hasta el final. Él revindica a los que le sirven y los defiende de sus acusadores.

La garantía más firme de que podemos contar con el favor de Dios es caminar en integridad. A los que lo hacen, Dios les promete que no les quitará el bien prometido. ¿Qué es la integridad? La integridad es más que honestidad, aunque la comprende. Abarca todos los actos, actitudes y palabras de la persona, e incluye la rectitud, la veracidad, la fidelidad, la santidad y la pureza. Sólo la persona íntegra es enteramente confiable.

12. “Señor de los ejércitos, dichoso (o bienaventurado) el hombre que en ti confía.”
¡Cuántas veces aparece en la Biblia esta frase! (Sal 34:8: Sal 2:12; Pr 16:20; Jr 17:7). Ella es la exclamación que profiere el hombre que ha experimentado los beneficios de la protección divina. ¿De qué depende el que podamos contar siempre con su protección? De que confiemos indesmayablemente en Él. La confianza en Dios es un aspecto de la fe y actúa como un seguro que nos cubre contra todo riesgo. Si confías en Él, lo tienes. Si no confías en Él, no lo tienes. La confianza es, por así decirlo, la moneda con que pagamos el derecho a su protección. ¿Quiere eso decir que a los que no confían en Él Dios los abandona a su suerte? No ciertamente, porque Él ama a todas sus criaturas, incluso a los que lo ignoran. Pero Él se ocupa de una manera preferente de los que ponen toda su confianza en Aquel que no defrauda a los que en Él confían, de los que voluntariamente “habitan al amparo del Altísimo y viven a la sombra del Omnipotente.” (Sal 91:1).

Notas: 1. La palabra hebrea que Reina Valera 60 y otras versiones traducen como “moradas”, es mishkán, tiene el sentido básico de residencia, y por eso se aplicó al santuario o “tabernáculo de reunión” construido por Moisés en el desierto (Ex 25:8,9), y más tarde al templo de Jerusalén, construido por Salomón. Por ese motivo la King James Version y la Vulgata la traducen como “tabernáculo”. Más tarde llegó a designar todo el gárea que rodeaba al templo.
2. Nótese que la solemnidad del culto litúrgico tiene un atractivo que toca el corazón de mucha gente.
3. Según algunos este salmo expresa los sentimientos del peregrino que acude a Jerusalén para asistir al festival de otoño, o de los tabernáculos, llamado Sucot en hebreo.

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