LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
PARÁBOLA DE LOS DOS DEUDORES
Un Comentario de Mateo 18:23-35
Esta bella parábola, con la que Jesús ilustra
la enseñanza acerca del perdón que acaba de dar (Véase el artículo anterior,
"Cómo se Debe Perdonar al Hermano" No. 883 del 31.05.15), contiene
una bella enseñanza sobre la necesidad de perdonar a los que nos ofenden.
Indirectamente habla también acerca de la redención.
Por una curiosa circunstancia la
publicación de éste y el artículo anterior ha coincidido con unas preciosas
enseñanzas recibidas en la iglesia sobre el tema del perdón. Como puede verse,
sin embargo, el enfoque de mis artículos es diferente, siendo básicamente
expositivo e histórico.
23.
"Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso
hacer cuentas con sus siervos."
Jesús compara a su Padre con un soberano
terreno que ajusta cuentas con sus administradores. Eso nos hace pensar en Dios
como un juez delante de cuyo tribunal todos los seres humanos tendremos que
comparecer algún día para darle cuenta de toda nuestra vida y de lo que
hicimos, bueno o malo, con ella, y con los dones y talentos que nos fueron
asignados. Como escribe Pablo: "todos compareceremos ante el tribunal
de Cristo." (Rm 14:10, cf 2 Cor 5:10), y también: "cada uno de
nosotros dará a Dios cuenta de sí." (Rm 14:12).
¿Quiénes son los siervos en la parábola?
Son los administradores, o mayordomos, que los reyes solían poner al frente de
sus asuntos, negocios y propiedades, a fin de que los administraran para obtener
de ellas el mayor beneficio posible para
su soberano, al mismo tiempo que recibían una parte de los beneficios como
remuneración.
24.
"Y comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez
mil talentos."
He aquí pues uno que, sea porque había sido
negligente en su administración, sea porque había tomado para sí una parte
excesiva del beneficio que correspondía a su señor, le adeudaba una suma
sumamente alta. Un talento equivalía aproximadamente a 21 Kg de plata; 10 mil
talentos alcanzaban a 210 mil kilos, una suma exorbitante. Y si se tratara de
oro, el importe sería muchísimas veces mayor.
25.
"A éste, como no pudo pagar, ordenó su señor venderle, y a su mujer e
hijos, y todo lo que tenía, para que se le pagase la deuda."
Era costumbre en aquellos tiempos que
cuando una persona incurría en deudas que no podía pagar, se le vendiera a él,
a su esposa e hijos, incluyendo sus posesiones, como esclavos, para reembolsar
el monto adeudado. (Nota
1) Esa venta significaba en
la práctica que la familia fuera destruida, con el marido, la mujer y los hijos
separados, porque eran vendidos a diferentes compradores. (2).
26.
"Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba, diciendo: Señor, ten
paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo."
Puesto ante esa terrible amenaza el siervo
le pidió al rey que le diera tiempo para recabar todas las sumas que debía
entregarle como fruto de su administración, suplicándole que no vendiera a los
suyos, ni lo separara de su mujer e hijos. ¿Pero era sólo paciencia y tiempo lo
que él necesitaba? Él necesitaba una
gracia mucho mayor. Pero, primero que nada, necesitaba arrepentirse,
porque él sólo había pedido tiempo para pagar, pero no le había pedido perdón a
su señor por haberle defraudado.
27.
"El señor de aquel siervo, movido a misericordia, le soltó y le perdonó
la deuda."
El rey, que era un hombre de corazón
magnánimo, se compadeció de la situación de su siervo negligente, porque en
lugar de concederle el plazo que le pedía para pagarle, yendo más allá de lo solicitado,
le perdonó toda la deuda. ¡Quién haría
algo semejante sino Dios!
La gracia excepcional recibida debió haber
cambiado su corazón, y de avaro como había sido, debió haberse vuelto generoso
y compasivo. No fue el caso como vemos a
continuación.
28.
“Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien
denarios; y asiendo de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes."
Sin embargo, el siervo que había sido
liberado del peso de su enorme deuda por la misericordia de su señor, se
encontró con un colega suyo que le debía una cantidad mucho menor, esto es, el
salario de cien días de un obrero, una suma de cierto valor, pero
insignificante comparada con la que a él le había sido perdonada. Y el mal hombre, olvidando el enorme beneficio que
había recibido, se abalanzó sobre su consiervo, y casi ahorcándolo, le exigió que le pagase lo que
le debía. ¡Qué diferencia de comportamiento tan grande! Actuó de manera
completamente opuesta al trato que había recibido.
29,30.
"Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten
paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. Mas él no quiso, sino fue y le echó
en la cárcel, hasta que pagase la deuda."
El pobre hombre, imitando la actitud que su
colega había tenido con el rey, se echó por tierra humildemente, y le rogó que
le diera un plazo para que pudiera cumplir con su obligación. Posiblemente le
enumeró también las razones por las que,
a pesar suyo, hasta ahora no había podido pagarle.
Pero el miserable acreedor no quiso
escuchar su clamor, sino que, endureciendo su corazón, fue a acusarlo ante los
tribunales, y obtuvo que echaran a su deudor a la cárcel. Eso puede
sorprendernos, pero en esa época no era
inusual que la gente fuera echada en prisión por deudas impagas. Las leyes eran
tan inmisericordes como el corazón de los hombres.
Cabe entonces preguntarse: Si estaba en la
cárcel, ¿cómo podía pagar su deuda? Suponemos que pidiendo a los suyos que
vendan todo lo que tengan en casa para reunir el dinero necesario, o que soliciten
a amigos y parientes una ayuda para
cumplir con su obligación monetaria.
Notemos que el siervo inicuo no quiso
tratar a su deudor con la misma compasión con la cual él había sido tratado, y
ni siquiera le quiso acordar el plazo para pagar que él le había pedido al rey.
31.
"Viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y fueron
y refirieron a su señor todo lo que había pasado."
Cuando los consiervos del pobre deudor se
enteraron de lo que había pasado se afligieron y, sin duda, también se
indignaron, porque fueron a denunciar el hecho al rey, seguros de que éste,
siendo un hombre justo, se indignaría tanto como ellos. Y así sucedió
efectivamente.
32,33.
"Entonces, llamándole su señor, le dijo: Siervo malvado, toda aquella deuda
te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu
consiervo, como yo tuve misericordia de ti?"
El rey, enfurecido, no podía menos que
echarle en cara su comportamiento al siervo inmisericorde, recordándole lo generoso que él había sido
cuando, accediendo a sus súplicas de concederle un plazo, le había perdonado la enorme deuda que le debía,
algo que él no se había atrevido a pedir.
Si yo he sido compasivo contigo ¿no debías
tú serlo también con quien te debía una cantidad muchísimo menor? Si tú me guardas un ápice de respeto
¿mi conducta contigo no debía servirte de modelo de actitud frente a tu colega?
Aquí Dios nos dice: "Yo te he perdonado
la deuda infinita que habías contraído conmigo a causa de tus pecados, ¿y tú no
eres capaz de perdonar la pequeña deuda que tu hermano ha contraído contigo al ofenderte?" El que ha recibido
misericordia ¿no debe, a su vez, mostrar misericordia?
34,35.
"Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos, (3) hasta que pagase todo lo
que le debía. Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis
de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas."
El rey pues, finalmente, revocó la sentencia
misericordiosa que había pronunciado primero, y le aplicó la sentencia más dura
a su disposición: Que sea entregado a los cobradores más exigentes y severos a
causa de su mal corazón, para que lo atormenten hasta que pague el último
centavo adeudado. El hombre pasó de tener
toda su deuda remitida, a tenerla toda exigida y, ahora sí, sin compasión
alguna. Él había sido librado de la cárcel por la compasión del rey, pero como
no quiso ser a su vez compasivo con su consiervo, él mismo se echó en la cárcel.
La misma justicia dura que él quiso aplicar a su colega, le fue aplicada a él.
No hay peor prisión que la del corazón que
no perdona. El rencor que guardamos a los que nos han ofendido nos atormenta a
nosotros, no al que ofendió, y puede incluso enfermarnos. La verdadera libertad
de la cárcel del rencor en que tendemos a encerrarnos se alcanza sólo
perdonando de todo corazón a los que nos han ofendido.
Jesús concluye la parábola diciendo: "Así
también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón
cada uno a su hermano sus ofensas."
Tal como vosotros hagáis con las personas
que os ofendan, así obrará mi Padre con vosotros. Si no estáis dispuestos a
perdonar, tampoco hallaréis perdón en la corte celestial. Jesús lo dijo: "Bienaventurados
los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia." (Mt 5:7)
No debe sacarse, sin embargo, conclusiones
equivocadas de la parábola, como algunos han hecho, en el sentido de que Dios,
como hizo el rey, puede revocar el perdón ya concedido al pecador. Una vez perdonados
los pecados, lo están para siempre. Pero otra cosa es cuando el pecador fuera
reincidente, y no mostrara arrepentimiento.
Si los pecados viejos le fueron perdonados, los nuevos no lo serán, si no se arrepiente.
De otro lado, ésta no es más que una
parábola, es decir, un relato que ilustra una enseñanza. Si al perdonar al
siervo que le debía una enorme suma el rey hizo un gesto de una generosidad
excesiva, porque él no conocía el corazón del mal siervo, y no podía prever
cómo el mal siervo se comportaría con su colega, Dios conoce perfectamente
nuestros corazones y sabe muy bien cómo nos comportaremos ante cada situación
que enfrentemos.
Esta parábola es, en el fondo, un desarrollo
en forma de narración, de una de las peticiones del Padre Nuestro y de la
explicación que sigue: "Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros
perdonamos a nuestros deudores". (Mt 6:12) Notemos que en el idioma
arameo que hablaba Jesús una misma palabra significaba deuda y pecado, reflejando el hecho básico de
que, al pecar, el hombre contrae una deuda con Dios. "Porque si perdonáis
a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial;
mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os
perdonará vuestras ofensas". (Mt 6:14,15).
Hay otras escrituras que expresan pensamientos
afines: "Con la medida con que midáis, os será medido" (Lc 6:38);
y "Trata a los demás como tú deseas ser tratado". (Lc 6:31).
Pablo expresa el mismo pensamiento: "...perdonándoos unos a otros si alguno
tuviere queja contra otro. De la manera como Cristo os perdonó, así también
hacedlo vosotros." (Col 3:13).
La parábola contiene, por lo demás, una
enseñanza valiosa acerca de la relación que existe entre la redención y la
compasión que debemos mostrar con el hermano que nos ofende. No hay nada que el
hombre pueda hacer para expiar la culpa
de sus pecados, pues constituyen una deuda inmensa e impagable. Pero Dios,
consciente de nuestra incapacidad, cuando le pedimos perdón sinceramente, nos perdona
por pura gracia, porque Jesús, al morir en la cruz por nosotros, expió todas
nuestras culpas y canceló nuestra deuda.
Si Dios se porta así con nosotros, ¿cómo
debemos nosotros comportarnos con nuestro prójimo? Al que mucho se le concede,
dijo Jesús, mucho se le demanda (Lc 12:48). Si Dios te perdonó una deuda tan
grande ¿no debes tú, aunque te cueste, perdonar la pequeña deuda (comparativamente
hablando) que te debe tu prójimo?
Notas: 1. La ley mosaica permitía que se vendiera a
alguien como esclavo si no podía hacer restitución de lo robado (Ex 22:3 cf Is
50:1) aunque después el profeta Amos (Am 2:6; 8:6) y Nehemías (Nh 5:4,5) denunciarían
esa práctica. Cabe preguntarse ¿cómo es posible que la ley de Dios autorizara esa
costumbre inhumana que era común entre las naciones entonces, e incluso bajo la
ley romana? Como dijo Jesús alguna vez, por la dureza de sus corazones Dios
permitía algunas cosas. Él expresaba de esa manera su condena del hurto.
También autorizaba la ley que, si un hombre empobrecía, se vendiera a otro
israelita, pero no como siervo, sino sólo como criado, y que en el año del
Jubileo él y sus hijos recuperaran su libertad y sus posesiones (Lv 25:39-41).
Véase en 2R 4:1-7 el episodio del aceite de la viuda donde el acreedor se iba a
llevar a sus dos hijos.
2. Como podemos enterarnos por los diarios, esa práctica salvaje
subsiste todavía en el Medio y Cercano Oriente.
3. Basanistais, es decir, atormentadores.
Amado
lector: yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados, y te invito a pedirle
perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
"Jesús,
tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los
hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido
consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente
y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis
pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo
ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida.
En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#884
(07.06.15) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección:
Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú.18. Tel 4227218. (Resolución
#003694-2004/OSD-INDECOPI).
No hay comentarios:
Publicar un comentario