jueves, 14 de enero de 2016

QUIÉN ES EL MAYOR (B)

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
QUIEN ES EL MAYOR (B)
Un Comentario de Lucas 9:46-48
Aunque acabo de publicar un artículo con el mismo título ("Quién es el Mayor" No. 880, 10.05.15), basado en el pasaje paralelo de Mateo, publico el presente texto, basado en Lucas, -e impreso originalmente hace once años- para que pueda verse cómo pueden escribirse comentarios relativamente diferentes, y sacarse, hasta cierto punto, diferentes conclusiones, sobre un mismo episodio.
46. "Entonces entraron en discusión sobre quién de ellos sería el mayor".
Jesús acaba de hablarles de su muerte y ellos, como hemos visto, tapan inconscientemente con el velo de su incomprensión, el significado de sus palabras para no verlas. Sin embargo, esas palabras, aunque contrarias a sus ambiciones y expectativas, les evocan la esperanza de la próxima venida del reino de Dios. Y como reino supone cargos, posiciones, promociones y honores, el gusanillo de la rivalidad levanta su cabecilla y los inquieta (Nota 1)
Cuando hay cargos y honores, hay jerarquía. Inevitablemente a uno le tocará el primer lugar. ¿Quién de ellos será? "Me toca a mí por tal motivo". "No, a mí por tal otro". Empiezan a disputar por el reparto de las ganancias de la leche aún no vendida -según la conocida fábula-, sin adivinar que el cántaro lleno se quebrará antes de llegar a venderse. ¡Cuánta verdad hay en el dicho de Jeremías sobre lo perverso del corazón! (Jr 17:9)
Jesús los ha llamado a seguirlo en una misión superior, trascendente, que implica el sacrificio de su propia vida, y ellos están pensando en las ventajas personales que pueden obtener, en el poder del que pueden gozar. Es casi como si hicieran anticipadamente un festín sobre los despojos mortales de su Maestro.
¿Pero no somos nosotros muchas veces así? ¿No hacemos de la iglesia el ring de box de nuestras ambiciones? ¿No nos disputamos los cargos, la preeminencia, el púlpito, el pastorado? ¿No estamos dispuestos a vender a nuestro Maestro por las monedas inmundas de los homenajes y de los primeros lugares?
Este pequeño episodio no es tanto una historia como una pintura de nuestros  corazones, y un adelanto de lo que empezaría a suceder pronto en la iglesia que Jesús fundaría. Y está allí no para que critiquemos a los apóstoles, sino para que miremos dentro de nosotros mismos, para que descubramos las raíces de nuestras ambiciones personales, y nos corrijamos. Porque si no lo hacemos Jesús lo hará y nos avergonzará algún día públicamente.
47. "Y Jesús, percibiendo los pensamientos de sus corazones, tomó a un niño y lo puso delante de Él."
Él conocía lo que había en los corazones de sus discípulos más allá de lo que expresaban sus palabras. Jesús sabe siempre qué es lo que realmente perseguimos cuando expresamos nuestra opinión, o sostenemos una idea, o defendemos una causa. Sabe qué propósito verdadero se oculta detrás de nuestro lindo discurso, conoce nuestras intenciones (Hb 4:12) ( 2 ). Todos protegen sus intereses, defienden sus ambiciones sin reconocerlo. Pero Dios lo sabe todo.
Jesús tenía una manera sutil de arrancarles la máscara a sus discípulos sin que les duela. Como ejemplo de su enseñanza les pone delante un niño, un pequeño a quien  los adultos no suelen dar importancia. ( 3 )
48. "Y les dijo: Cualquiera que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y cualquiera que me recibe a mí, recibe al que me envió; porque el que es más pequeño entre todos vosotros, ése es el más grande."
Si un gobernante o un hombre importante desea enviar a otro de su mismo rango un mensajero, un embajador, ¿a quién escogerá? Al más distinguido de sus colaboradores, sin duda. Jesús nos envía para que lo recibamos en su nombre como embajador suyo, no al más distinguido, o al más importante de sus seguidores según el mundo, sino a un niño. El niño lo representa, porque dice: "Si alguno lo recibe en mi nombre, a mí me recibe." Los que son como niños son, en última instancia, en la jerarquía de valores de Jesús, más importantes que los que se precian de sus logros, o que los que el mundo más admira.
Pero no sólo al niño nos envía Jesús, también nos envía al enfermo, al pobre, al desvalido, al descastado. Si los recibimos en su nombre, a Él lo recibimos, porque es Él quien nos los envía. (Mt. 25:37-40) ¡Oh, no le cierres la puerta de tu casa al pobre, al humilde, al zarrapastroso! Interrógalo para saber qué es lo que quiere, trátalo bien aunque te cueste, y si piensas que su necesidad es verdadera, recíbelo, es decir acoge benévolamente su pedido, y dale algo de lo tuyo –una moneda, un pan, una fruta o, por lo menos, una sonrisa porque es Jesús quien te tiende la mano. No lo trates mal, no lo despidas con dureza, no vaya a ser que en el día del juicio Jesús te lo recuerde delante de todos y, sonrojado, te avergüences.
Jesús añade: el que me recibe a mí, recibe al que me envió, esto es, a mi Padre. ¿Despreciarías tú a Dios? Pues eso haces cuando desprecias a los que Él te envía. Él te envía a los pobres y humildes con un buen motivo: para probar tu corazón. Para probar si tienes sentimientos semejantes a los suyos, si eres capaz de mirar por encima de las apariencias, por encima de la miseria de las realidades humanas, a la gloria de su Redentor que se esconde tras ellas.
A veces despreciamos al que quiere darnos un buen consejo, porque nosotros somos los dueños de la verdad, y no necesitamos que venga nadie a enseñarnos. ¿No reaccionamos a veces así? "Nosotros ya sabemos eso; lo hemos estudiado, lo dominamos", pensamos. Pero Dios quiere que abramos los ojos a ciertas verdades que desconocemos, que seamos conscientes de nuestra ignorancia y, para ello, nos envía a un hermano humilde, a un niño, a uno que es ignorante como niño. ¿Qué sabe él? Sabe lo que el Espíritu le sugirió que te dijera. Y tú, gran sabihondo, lo desprecias.
Por último, Jesús corta por lo sano sus ambiciones, y junto con las de ellos, las nuestras: "Este niño que veis aquí, este inocente que nada pretende porque es humilde, es el mayor entre vosotros".
En el reino de los cielos los papeles están invertidos. El mayor es el menor, y el menor, el mayor; el primero es el último; y el último, el primero. Y el ambicioso queda por los suelos.
Él nos ha llamado a que nuestra meta sea servirlo, borrándonos nosotros; a que nuestra mayor ambición sea pasar desapercibidos, desempeñar el rol más humilde. Para el que voluntariamente se reserva ese papel, reserva Dios la corona más bella. ¿Quieres tú que un día adorne tu cabeza? No quieras ponerte ahora corona alguna. Más bien deséchalas todas y ponte al final de la cola, en el lugar que nadie pretende.
Si Él quisiera que pases adelante, a un lugar prominente, que sea Él quien te llame, no hagas tú nada por ocuparlo. No te disputes los primeros asientos en el banquete. Espera más bien que a los demás les sirvan antes de servirte tú. Y da gracias por el honor que se te confiere de ser el último. (4) (13.06.04)
Notas: 1. A veces pienso que la sola mención de su muerte que Jesús, por lo demás, ya había hecho antes- les evoca, como en una reacción inconsciente de rechazo, el pensamiento de la victoria sobre sus opresores romanos que ellos esperan que Jesús logre, y se aferran a esa idea para no admitir que los proyectos de Jesús puedan ser contrarios a sus deseos y esperanzas. Está en la naturaleza del corazón humano reaccionar de esa manera frente a lo que no deseamos.
2. Qué profundo y qué peligroso, en cierta manera, es el hecho de que Dios sepa siempre lo que hay en nuestros corazones, que no podamos engañarlo. Porque muchas veces, engañándonos a nosotros mismos, queremos engañarlo a Él, justificándonos. Pero, ¿quién podría hacerlo si de antemano estamos condenados, y sólo nos salvamos por su misericordia?
3. Marcos, de paso, nos da el precioso detalle de que al traer al niño Jesús lo tomó cariñosamente en sus brazos (Mr 9:36). Pero la escena muestra, de paso, que había entre sus discípulos, mujeres que lo seguían con sus niños, pues sin sus madres ellos no estarían allí.
4. El Evangelio de Marcos, que narra con más detalle este episodio (Mr 9:33-37), puntualiza que Jesús preguntó a sus discípulos sobre qué estaban discutiendo, y ellos no se atrevieron a decirle cuál era el motivo, obviamente porque tenían vergüenza de que Jesús lo supiera. Ellos sabían que hacían mal al disputarse los primeros puestos. Ya lo que habían escuchado enseñar a su Maestro, y su sola compañía les había hecho comprender que Él condenaba la ambición. Pese a ello, su carne, es decir, su orgullo y su deseo de destacar, era más fuerte que su docilidad a las enseñanzas de su Maestro. Pero Jesús, que se cuidaba tanto de no herir los sentimientos de nadie, no los corrige directamente, sino lo hace por medio de un ejemplo, tomando a un niño en sus brazos. ¡Qué vergüenza deben haber sentido de haber discutido sobre un tema que quisieron ocultar! ¡Pero también cuán profundamente debe haber calado en su espíritu la enseñanza que Jesús les dio suavemente ese día cuando, una vez muerto, la recordaron! Porque en ese mismo momento, por lo que viene en los versículos siguientes de Lucas -que veremos otro día-, no parece que la hubieran entendido: El que quiera ser el primero, hágase el siervo de todos.
Hay pocas enseñanzas de Jesús que hayan sido más descuidadas y contradichas en la práctica por nosotros, los cristianos, a lo largo de los siglos que ésta, porque todos quieren ocupar los primeros puestos.
Amado lector: Jesús dijo: "De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?" (Mr 8:36) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare, y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para t i y servirte."

#885 (14.06.15). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

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