LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
QUIEN
ES EL MAYOR (B)
Un Comentario de Lucas 9:46-48
Aunque acabo de publicar un artículo con el mismo título ("Quién es
el Mayor" No. 880, 10.05.15), basado en el pasaje paralelo de Mateo,
publico el presente texto, basado en Lucas, -e impreso originalmente hace once
años- para que pueda verse cómo pueden escribirse comentarios relativamente
diferentes, y sacarse, hasta cierto punto, diferentes conclusiones, sobre un
mismo episodio.
46. "Entonces entraron en discusión sobre quién de ellos sería el
mayor".
Jesús acaba de hablarles de su muerte y ellos, como hemos visto, tapan inconscientemente
con el velo de su incomprensión, el significado de sus palabras para no verlas.
Sin embargo, esas palabras, aunque contrarias a sus ambiciones y expectativas,
les evocan la esperanza de la próxima venida del reino de Dios. Y como reino
supone cargos, posiciones, promociones y honores, el gusanillo de la rivalidad
levanta su cabecilla y los inquieta (Nota 1)
Cuando hay cargos y honores, hay jerarquía. Inevitablemente a uno le
tocará el primer lugar. ¿Quién de ellos será? "Me toca a mí por tal motivo".
"No, a mí por tal otro". Empiezan a disputar por el reparto de las
ganancias de la leche aún no vendida -según la conocida fábula-, sin adivinar que
el cántaro lleno se quebrará antes de llegar a venderse. ¡Cuánta verdad hay en
el dicho de Jeremías sobre lo perverso del corazón! (Jr 17:9)
Jesús los ha llamado a seguirlo en una misión superior, trascendente, que implica
el sacrificio de su propia vida, y ellos
están pensando en las ventajas personales que pueden obtener, en el poder del
que pueden gozar. Es casi como si hicieran anticipadamente un festín sobre los
despojos mortales de su Maestro.
¿Pero no somos nosotros muchas veces así? ¿No hacemos de la iglesia el
ring de box de nuestras ambiciones? ¿No nos disputamos los cargos, la preeminencia,
el púlpito, el pastorado? ¿No
estamos dispuestos a vender a nuestro Maestro por las monedas inmundas de los
homenajes y de los primeros lugares?
Este pequeño episodio no es tanto una historia como una pintura de
nuestros corazones, y un adelanto de lo
que empezaría a suceder pronto en la iglesia que Jesús fundaría. Y está allí no
para que critiquemos a los apóstoles, sino para que miremos dentro de nosotros
mismos, para que descubramos las raíces de nuestras ambiciones personales, y
nos corrijamos. Porque si no lo hacemos Jesús lo hará y nos avergonzará algún
día públicamente.
47. "Y Jesús, percibiendo los pensamientos de sus corazones, tomó
a un niño y lo puso delante de Él."
Él conocía lo que había en los corazones de sus discípulos más allá de lo
que expresaban sus palabras. Jesús sabe siempre qué es lo que realmente perseguimos
cuando expresamos nuestra opinión, o sostenemos una idea, o defendemos una
causa. Sabe qué propósito verdadero se oculta detrás de nuestro lindo discurso,
conoce nuestras intenciones (Hb 4:12) ( 2 ). Todos protegen sus intereses, defienden sus ambiciones sin reconocerlo.
Pero Dios lo sabe todo.
Jesús tenía una manera sutil de arrancarles la máscara a sus discípulos
sin que les duela. Como ejemplo de su enseñanza les pone delante un niño, un pequeño
a quien los adultos no suelen dar
importancia. ( 3 )
48. "Y les dijo: Cualquiera que reciba a este niño en mi nombre, a
mí me recibe; y cualquiera que me recibe a mí, recibe al que me envió; porque
el que es más pequeño entre todos vosotros, ése es el más grande."
Si un gobernante o un hombre importante desea enviar a otro de su mismo rango
un mensajero, un embajador, ¿a quién escogerá? Al más distinguido de sus colaboradores,
sin duda. Jesús nos envía para que lo recibamos en su nombre como embajador suyo,
no al más distinguido, o al más importante de sus seguidores según el mundo, sino
a un niño. El niño lo representa, porque dice: "Si alguno lo recibe en mi
nombre, a mí me recibe." Los que son como niños son, en última instancia,
en la jerarquía de valores de Jesús, más importantes que los que se precian de
sus logros, o que los que el mundo más admira.
Pero no sólo al niño nos envía Jesús, también nos envía al enfermo, al
pobre, al desvalido, al descastado. Si los recibimos en su nombre, a Él lo recibimos,
porque es Él quien nos los envía. (Mt. 25:37-40) ¡Oh, no le cierres la puerta
de tu casa al pobre, al humilde, al zarrapastroso! Interrógalo para saber qué
es lo que quiere, trátalo bien aunque te cueste, y si piensas que su necesidad
es verdadera, recíbelo, es decir acoge benévolamente su pedido, y dale algo de
lo tuyo –una moneda, un pan, una fruta o, por lo menos, una sonrisa porque es
Jesús quien te tiende la mano. No lo trates mal, no lo despidas con dureza, no
vaya a ser que en el día del juicio Jesús te lo recuerde delante de todos y,
sonrojado, te avergüences.
Jesús añade: el que me recibe a mí, recibe al que me envió, esto es, a mi
Padre. ¿Despreciarías tú a Dios? Pues eso haces cuando desprecias a los que Él
te envía. Él te envía a los pobres y humildes con un buen motivo: para probar
tu corazón. Para probar si tienes sentimientos semejantes a los suyos, si eres
capaz de mirar por encima de las apariencias, por encima de la miseria de las realidades
humanas, a la gloria de su Redentor que se esconde tras ellas.
A veces despreciamos al que quiere darnos un buen consejo, porque nosotros
somos los dueños de la verdad, y no necesitamos que venga nadie a enseñarnos.
¿No reaccionamos a veces así? "Nosotros ya sabemos eso; lo hemos estudiado,
lo dominamos", pensamos. Pero Dios quiere que abramos los ojos a ciertas verdades
que desconocemos, que seamos conscientes de nuestra ignorancia y, para ello, nos
envía a un hermano humilde, a un niño, a uno que es ignorante como niño. ¿Qué sabe
él? Sabe lo que el Espíritu le sugirió que te dijera. Y tú, gran sabihondo, lo
desprecias.
Por último, Jesús corta por lo sano sus ambiciones, y junto con las de
ellos, las nuestras: "Este niño que veis aquí, este inocente que nada pretende
porque es humilde, es el mayor entre vosotros".
En el reino de los cielos los papeles están invertidos. El mayor es el
menor, y el menor, el mayor; el primero es el último; y el último, el primero. Y
el ambicioso queda por los suelos.
Él nos ha llamado a que nuestra meta sea servirlo, borrándonos nosotros; a
que nuestra mayor ambición sea pasar desapercibidos, desempeñar el rol más
humilde. Para el que voluntariamente se reserva ese papel, reserva Dios la
corona más bella. ¿Quieres tú que un día adorne tu cabeza? No quieras ponerte
ahora corona alguna. Más bien deséchalas todas y ponte al final de la cola, en
el lugar que nadie pretende.
Si Él quisiera que pases adelante, a un lugar prominente, que sea Él quien
te llame, no hagas tú nada por ocuparlo. No te disputes los primeros asientos
en el banquete. Espera más bien que a los demás les sirvan antes de servirte
tú. Y da gracias por el honor que se te confiere de ser el último. (4) (13.06.04)
Notas: 1. A veces pienso que la sola mención de su muerte que Jesús, por lo demás,
ya había hecho antes- les evoca, como en una reacción inconsciente de rechazo,
el pensamiento de la victoria sobre sus opresores romanos que ellos esperan que
Jesús logre, y se aferran a esa idea para no admitir que los proyectos de Jesús
puedan ser contrarios a sus deseos y esperanzas. Está en la naturaleza del
corazón humano reaccionar de esa manera frente a lo que no deseamos.
2. Qué profundo y qué peligroso, en cierta manera, es el hecho de que Dios
sepa siempre lo que hay en nuestros corazones, que no podamos engañarlo. Porque
muchas veces, engañándonos a nosotros mismos, queremos engañarlo a Él, justificándonos.
Pero, ¿quién podría hacerlo si de antemano estamos condenados, y sólo nos salvamos
por su misericordia?
3. Marcos, de paso, nos da el precioso detalle de que al traer al niño Jesús
lo tomó cariñosamente en sus brazos (Mr 9:36). Pero la escena muestra, de paso,
que había entre sus discípulos, mujeres que lo seguían con sus niños, pues sin
sus madres ellos no estarían allí.
4. El Evangelio de Marcos, que narra con más detalle este episodio (Mr
9:33-37), puntualiza que Jesús preguntó a sus discípulos sobre qué estaban
discutiendo, y ellos no se atrevieron a decirle cuál era el motivo, obviamente
porque tenían vergüenza de que Jesús lo supiera. Ellos sabían que hacían mal al
disputarse los primeros puestos. Ya lo que habían escuchado enseñar a su Maestro,
y su sola compañía les había hecho comprender que Él condenaba la ambición.
Pese a ello, su carne, es decir, su orgullo y su deseo de destacar, era más
fuerte que su docilidad a las enseñanzas de su Maestro. Pero Jesús, que se
cuidaba tanto de no herir los sentimientos de nadie, no los corrige
directamente, sino lo hace por medio de un ejemplo, tomando a un niño en sus brazos.
¡Qué vergüenza deben haber sentido de haber discutido sobre un tema que quisieron
ocultar! ¡Pero también cuán profundamente debe haber calado en su espíritu la enseñanza
que Jesús les dio suavemente ese día cuando, una vez muerto, la recordaron! Porque
en ese mismo momento, por lo que viene en los versículos siguientes de Lucas
-que veremos otro día-, no parece que la hubieran entendido: El que quiera ser
el primero, hágase el siervo de todos.
Hay pocas enseñanzas de Jesús que hayan sido más descuidadas y
contradichas en la práctica por nosotros, los cristianos, a lo largo de los siglos
que ésta, porque todos quieren ocupar los primeros puestos.
Amado lector: Jesús
dijo: "De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su
alma?" (Mr 8:36) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a
gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad,
porque no hay seguridad en la tierra que se le compare, y que sea tan
necesaria. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados, y te
invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
"Jesús, tú
viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres,
incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente
y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo.
Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el
mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados
con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir
para t i y servirte."
#885
(14.06.15). Depósito Legal
#2004-5581. Director: José
Belaunde M. Dirección: Independencia 1231,
Miraflores, Lima, Perú 18. Tel
4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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