Por José Belaunde
M.
COMO EL CIERVO BRAMA II
Un Comentario de los Salmos 42 Y 43 (Continuación)
42:6.
“Dios mío, mi alma está abatida en mí; me
acordaré, por tanto, de ti desde la tierra del Jordán, y de los hermonitas,
desde el monte de Mizar.”
El salmista
reconoce que su ánimo está abatido “dentro
de mí.” Lo que él siente es algo interior de lo que nadie participa. Como
remedio para su estado anímico él escoge acordarse de Dios, es decir, levantar
su espíritu a su Creador y pensar en las muchas veces que lo ha socorrido y
librado de angustias.
“El Señor es nuestro pronto
auxilio en toda necesidad.” (Sal 46:1) Cualquiera que sea
la situación en que nos encontremos, por grave o triste que sea, Él es nuestro
remedio infalible. Acordarse de Dios en esas circunstancias es un bálsamo para
el alma afligida. Acordarse de las múltiples misericordias, de las muchas
ocasiones en que nos ha socorrido, alegra el alma.
¿Y
por qué tiene ese efecto para nosotros? Porque –como dice un autor antiguo- “Aunque
yo sea pobre, tú eres rico; aunque yo sea débil, tú eres fuerte; aunque yo sea
un miserable, tú eres bienaventurado”.
Me
acordaré de que tú eres mi Dios y de que tú te has manifestado muchas veces a
mi alma; me acordaré de tus promesas y de que nunca me has fallado. En verdad
son muy felices en medio del infortunio los que se refugian en Dios en medio de
las pruebas.
Los
hermonitas que se menciona acá pueden ser los habitantes de la región del
Hermón, la más alta montaña de Israel, situada al extremo Noreste de su
territorio, y que contrasta con el monte Mizar (que quiere decir pequeña
montaña) cuya ubicación se desconoce.
7.
“Un abismo llama a otro a la voz de tus
casadas; todas tus olas y tus ondas han pasado sobre mí.”
En la visión
cosmológica del primer capítulo del Génesis que subyace este versículo, las
aguas de abajo (llamadas aquí “abismos”) en medio de las cuales se encuentra la
tierra firme -esto es, los continentes- están separadas de las aguas de arriba
por la expansión del cielo (Gn 1:6-8).
El
salmista imagina que los abismos, es decir, los océanos, dialogan unos con
otros, siendo el sonido de sus cascadas (de sus lluvias torrenciales) la voz
que utilizan para conversar, mientras el viento huracanado empuja los espesos nubarrones
que se ciernen sobre el mar agitado.
“Tus olas y tus ondas…” Pablo,
que naufragó varias veces en el Adriático en el curso de sus incesantes viajes,
podría aplicar estas palabras a sí mismo. Es interesante que el profeta Jonás
emplee estas mismas palabras para describir la situación en que se encontraba
cuando fue arrojado al mar por los marineros del barco en que viajaba (Jon
2:3).
El
espectáculo terrible de las olas del mar que pasan sobre el náufrago es un
símbolo de las tribulaciones incesantes que afligen al hombre, amenazando
ahogarlo (Sal 69:1,2; 88:7).
8.
“Pero de día mandará Jehová su
misericordia, y de noche su cántico estará conmigo, y mi oración al Dios de mi
vida.”
Al despuntar el
nuevo día, con el sol brillará la misericordia de Dios como la aurora rescatándolo
de su aflicción y consolándolo. Por la noche la consolación divina seguirá
confortándolo, y él podrá elevar su oración a Dios sin la opresión de la
angustia que había experimentado las noches anteriores (cf Sal 77:6,9; 119:62).
Dice
que Dios enviará de día su misericordia porque la salvación del Señor será
manifiesta a la vista de todos, como dice otro salmo: “Tu salvación, oh Dios, me ponga en alto…” (Sal 69:29b).
9.
“Diré a mi Dios: Roca mía, ¿por qué te
has olvidado de mí? ¿Por qué andaré yo enlutado por la opresión del enemigo?”
No obstante, el
salmista se dirige a Dios en tono de reproche, echándole en cara que lo haya
olvidado y él esté lejos de su protección. Se queja de que él deba llevar los
signos del luto mientras sus enemigos se alegran. Si tú eres mi roca, el
bastión sobre el cual estoy parado, ¿cómo puedes haberme abandonado? (Nota)
¿Qué
diríamos de un cristiano que estuviera delante de las cámaras de TV para dar su
testimonio y dijera: Dios se ha olvidado de mí, y ando triste por la opresión
de mi enemigo? Nos sorprendería. Sin embargo, esa persona no habría hecho otra
cosa sino decir lo que escribe el autor de esta estrofa.
Pero
¿puede Dios olvidarse de los que ponen su confianza en Él? ¿No dice otro salmo
que “aunque mi padre y mi madre me
dejaran, con todo Jehová me recogerá.”? (Sal 27:10). Ésta es una promesa
firme, pero hay ocasiones en que parece que Dios se hubiera olvidado de
nosotros. Son tiempos de prueba en que vemos una cara del amor de Dios que no
nos agrada tanto: su solicitud por hacernos madurar a través de los golpes de
la vida.
10.
“Como quien hiere mis huesos, mis
enemigos me afrentan, diciéndome cada día: ¿Dónde está tu Dios?”
Los golpes más
duros que puede recibir un hombre son los que golpean sus huesos porque no hay
músculos ni grasa que amortigüen el golpe. Ésa es la imagen que usa el salmista
para describir la afrenta que recibe de sus
adversarios que se burlan de él preguntándole: ¿Dónde está tu Dios que
no viene a ayudarte? Aunque parezca que Él no está presente, aunque parezca que
Él se oculta, aunque Él parezca indiferente a nuestras cuitas, Él está siempre
ahí, al lado nuestro.
Parafraseando
a Agustín diríamos: “Yo no puedo preguntarle al pagano ¿Dónde está tu Dios?, porque
él me responderá con la misma pregunta. Si yo se la hago a él, él me señalará
un ídolo; y si yo me río, me señalará al sol en el cielo: “Ahí está mi Dios”.
Pero si él me hace esa pregunta a mí me coloca en una situación incómoda, no
porque yo no tenga nada que mostrarle, sino porque él no tiene ojos para ver lo
que yo le muestre.”
11.
“¿Por qué te abates, oh alma mía, y por
qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios porque aún he de alabarle, Salvación
mía y Dios mío.”
Esta estrofa –que
también figura en el vers. 5- cierra el salmo 42, y dará fin también al salmo
siguiente.
Nota:
Dios es llamado “roca” con frecuencia en las Escrituras: Dt 32:4; 2Sm 23:2,3;
Sal 18:2; 1Cor 10:4.
Salmo
43
Este salmo
se distingue del anterior en que es todo oración y en que en él predomina una
nota de alegría.
1. “Júzgame, oh
Dios, y defiende mi causa; líbrame de gente impía, y del hombre engañoso e
inicuo.”
¿Cómo puede Dios
ser a la vez juez que juzga y abogado que defiende? Puede serlo porque Él es la
verdad misma que juzga imparcialmente y sin acepción de personas y, a la vez,
ama al acusado.
Notemos
que si el salmista le dice a Dios que lo juzgue y que defienda su causa, es
porque él está convencido de su inocencia. Pero ¿quién puede decir que es
inocente delante de Dios? Sin embargo, en la situación adversa concreta en que
se encuentra, él sí puede afirmar que es inocente de las acusaciones que le han
dirigido sus enemigos. Cualquiera que sean sus defectos personales, él es, en
términos del Antiguo Testamento, un hombre justo que se ve acosado sin motivo
por gente impía, de la que él le pide al Señor librarlo. (Nota 1)
2.
“Pues que tú eres el Dios de mi
fortaleza, ¿por qué me has desechado? ¿Por qué andaré enlutado por la opresión
del enemigo? (2)
La
frase que inicia este versículo proclama una gran verdad: Dios es la fortaleza
de mi vida. Es decir, Él es quien me hace fuerte. Mi fortaleza no reside en mis
propias escasas fuerzas, sino en las suyas infinitas, que son incontrastables.
Pero si eso es así, y tú me has prometido estar conmigo y apoyarme, ¿por qué me
has abandonado frente a los ataques e intrigas del enemigo que busca
destruirme? Si tú eres mi fortaleza, ¿por qué he de andar cabizbajo, temeroso y
sin fuerzas?
Si
Dios es el defensor de los justos ¿por qué permite que hombres injustos me
persigan y me acosen? ¿Por qué he de andar afligido, sintiendo que mi Dios me
ha abandonado? ¡Que nunca se diga que Dios abandona a los que en Él confían!
Más bien diré confiado:
3.
“Envía tu luz y tu verdad; éstas me
guiarán; me conducirán a tu santo monte, y a tus moradas.”
Ahora que estoy
desorientado y sin saber qué hacer, envía tu luz y tu verdad para que me guíen y
me ayuden a encontrar el camino seguro y recto a tu monte santo donde tú
resides.
Envía
tu luz que disipe mis tinieblas; envía tu verdad para que venza mi mentira y mi
ignorancia.
Las
palabras de este versículo pueden entenderse en un doble sentido: La luz del
espíritu y su verdad llevarán al salmista a la presencia de Dios, a las alturas
espirituales donde Él mora. Pero también pueden referirse al monte de Sión,
donde se yergue el templo visible de Dios, al cual él espera regresar cuando
haya triunfado la verdad de su causa.
Los
autores antiguos entendían esta petición como clamando por la venida del
Mesías, que dijo de sí mismo: “Yo soy la
luz del mundo…” (Jn 8:12); y también: “Yo
soy el camino, la verdad y la vida.” (Jn 14:6)
4.
“Entraré al altar de Dios, al Dios de mi
alegría y de mi gozo; y te alabaré con arpa, oh Dios, Dios mío.”
El salmista está
seguro de su retorno al templo, porque Dios es fiel. Entonces podrá acercarse nuevamente
al altar de Dios en donde se ofrecen sacrificios y holocaustos, y la alegría de
la presencia de Dios se hace manifiesta. Entonces podrá volver a tomar parte en
el culto como acostumbraba, cantando y tocando su arpa.
Cuando
los sacerdotes piadosos ofrecían sacrificios sobre el altar, no sólo ofrecían
animales que habían sido degollados previamente, sino se ofrecían también a sí
mismos juntamente con sus sentimientos más personales y sus aspiraciones, como
un holocausto, habiendo degollado su ego, es decir, habiendo muerto a sí mismos,
para ofrecerse enteramente a Dios.
Todos
podemos hacer eso figuradamente, ofreciendo sobre el altar todo nuestro ser,
junto con los dones y talentos que Dios nos ha dado, y junto con nuestros
planes, proyectos y esperanzas.
5.
“¿Por qué te abates, oh alma mía, y por
qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios porque aún he de alabarle, Salvación
mía y Dios mío.”
Nuevamente se
repite la estrofa-estribillo, pero ahora, aunque sus palabras no han cambiado, resuena
una nota de esperanza y optimismo: ¡Espera en Dios, sí, porque aún he de
alabarle! No obstante la distancia y los obstáculos, aún he de alabarle con mi
voz, y no me cansaré de hacerlo, porque yo he puesto mi confianza en Él, y sé
que Él vendrá en mi ayuda para salvarme del enemigo, y traerme de vuelta a su
santa morada.
Esta
es la esperanza bendita de todo creyente: Que al final de su existencia Dios lo
va a conducir a su santo monte en el cielo para gozar para siempre de su compañía.
Notas:
1. En el sentido del Antiguo Testamento justos son
todos los que viven tratando de cumplir la ley de Moisés lo mejor que pueden.
2.
La segunda pregunta de este versículo es idéntica a la segunda pregunta del
vers. 42:9.
Amado lector: Jesús dijo: “De qué le sirve al hombre ganar el mundo si
pierde su alma?” (Mr 8:36) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a
ir a gozar de la presencia de Dios por toda la eternidad, es muy importante que
adquieras esa seguridad, porque no hay
seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin
yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo la siguiente
oración:
“Jesús,
tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los
hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he
ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces
gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente
de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname,
Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y
gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
MATRIMONIO
Y FELICIDAD.
La primera obligación del hombre casado es hacer feliz a su
mujer. Los hombres se casan para ser felices, pero ¿puede un hombre ser feliz
en el matrimonio si su mujer no es feliz? Para casarse se necesitan dos. Para
ser felices en el matrimonio también se necesitan dos. No puede ser el hombre
feliz él solo si es que ella no es feliz. La mujer por su lado no puede ser
feliz ella sola si no hace feliz a su marido.
Naturalmente es obligación de ambos hacerse felices el uno al
otro. Obviamente es algo recíproco. Para
eso se casan. Dios los creó para que sean uno, no en la infelicidad sino en la
felicidad. Pero la responsabilidad principal en esta tarea incumbe al hombre.
Para eso él es el sacerdote de su casa.
Alguno quizá pregunte ¿Dónde dice la Biblia que la primera
obligación del hombre casado es hacer feliz a su mujer? (Este pasaje está tomado de la página 107 de mi libro
”Matrimonios que Perduran en el Tiempo”
#768 (03.03.13). Depósito Legal #2004-5581.
Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima,
Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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