Por José Belaunde M.
JESÚS ORA POR SUS DISCÍPULOS III
Un Comentario de Juan 17:18-26
18. “Como tú me
enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo.”
¿Cómo envió el Padre a Jesús al mundo? Como una
víctima inocente y sin mancha, para cumplir un santo y recto propósito, una
santa misión como mediador: la de reconciliar al mundo con Dios. Ahora que yo
me voy, le dice Jesús a su Padre, yo los envío a ellos al mundo con el fin de
continuar la obra que tú me confiaste, llevando tu mensaje hasta los confines
de la tierra para que todos los que crean en él sean reconciliados contigo.
Los envío como tú me
enviaste a mí, como corderos inocentes, incapaces de quebrar cañas cascadas y
dispuestos a ser perseguidos por mi causa (Mt 5:11,12).
Ellos no son perfectos
porque son humanos, y son falibles pero, auxiliados por tu Espíritu, se mantendrán
fieles a la misión que les encomiendo, conscientes de los riesgos, de los
peligros y de los sacrificios que su misión conlleva.
No los abandones ¡oh
Padre! a los peligros que los asechan, sino guárdalos como yo hasta ahora los
he guardado, y como tú a mí me has guardado hasta la hora del sacrificio
supremo. (Nota 1)
Como yo he afrontado
oposición, así también ellos la afrontarán. Como yo he confiado en ti, ellos
también confiarán en tu protección, ¡oh Dios! que nunca defraudas al que en ti
confía (Sal 22:5b).
Como tú me enviaste
para que sea fiel a tu propósito y lo cumpla hasta el fin, así también yo los
envío a ellos para que sean fieles a tu propósito y lo cumplan hasta el fin que
tú reservas para cada uno de ellos.
Así como yo te he
glorificado en todos mis actos y palabras, que ellos también te den gloria en
todos sus actos y palabras.
19. “Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para
que también ellos sean santificados en la verdad.”
Jesús acaba de pedirle a su Padre (v.17) que
santifique a sus discípulos en la verdad, porque “tu palabra es verdad”. Ahora reitera ese pensamiento diciendo que
Él se santifica a sí mismo para que ellos también lo sean en la verdad.
Pero ¿qué necesidad
tiene Jesús de santificarse, esto es, de apartarse para Dios, si eso es lo que
ha hecho su vida entera, y si Él es la verdad que santifica? Así como Él
voluntariamente se sometió al bautismo de arrepentimiento de Juan sin
necesitarlo, pero lo hizo para darnos ejemplo, de manera semejante Él, sin
necesitarlo tampoco, pues no había huella de pecado en Él, se santifica a sí
mismo en la verdad para ser ejemplo para sus discípulos que, siendo falibles,
iban a necesitarlo después de su partida.
El proceso de
santificación es un proceso continuo que sólo termina en el cielo. Siguiendo el
ejemplo de Jesús y de sus discípulos, santifiquémonos pues nosotros,
consagrémonos a Dios cada día para que Él pueda usarnos.
Pero hay otro sentido
de santificar que debemos considerar. El verbo griego hagiazó significa también “apartar” con un fin determinado. Así
pues, en este
sentido, Él se aparta a sí mismo como víctima
sacrificial para expiar los pecados del mundo (Hb 9:11-14).
20,21. “Mas
no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por
la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en
ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me
enviaste.”
Jesús extiende su oración más allá de sus
discípulos presentes a aquellos que han de creer en Él después de su muerte y resurrección
por la palabra que stos que están con Él les prediquen. ¿Cómo se difunde la fe
en Cristo que salva? Por medio de la predicación. “La fe es por el oír y el oír por la palabra de Dios.” (Rm 10:17). No
hay otro medio, aunque el testimonio de vida silencioso también puede tocar los
corazones de la gente.
Jesús ora aquí por
todos los que en los siglos venideros van a conformar su iglesia en todo lugar
y nación (y eso nos incluye a ti y a mí); ora para que se mantengan unidos,
porque sabe que la desunión cunde fácilmente entre los creyentes, como lo ha
demostrado la historia, no sólo por opiniones discrepantes en temas de doctrina
que pueden convertirse en diferencias irreconciliables, sino también a causa de
rivalidades personales o de grupo.
Él pide que sus
discípulos de todos los tiempos se mantengan unidos como Él y su Padre son uno,
con el mismo grado de unidad indisoluble que hay entre ambos, que es fruto del
amor; una unidad que sea más fuerte que todas las posibles discrepancias doctrinales
que puedan surgir entre ellos, y que todas las diferencias de temperamento y de
carácter.
La razón por la cual Jesús
pide que haya unidad entre sus discípulos es porque la unidad es una condición
necesaria para que el mundo crea en Él. (2) Porque ¿cómo ha de
creer la gente en Él si sus discípulos están divididos y se pelean entre sí?
Las divisiones en la iglesia son un escándalo ante el mundo y el más grande
obstáculo para que la gente crea.
¿Y de dónde vienen
esas divisiones? En la mayoría de los casos de la vanidad y del orgullo de los
hombres que el diablo estimula sabiendo a qué conduce.
Por eso la primera
obligación de los creyentes es mantener la paz y la unidad de pensamiento, como
escribió Pablo: “Os suplico hermanos …que
habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que
estéis perfectamente unidos en una misma mente y un mismo parecer.” (1Cor
1:10). “La unión hace la fuerza” es una verdad demasiado conocida para ser ignorada.
En cambio, como dijo Jesús en otro lugar: “Una
ciudad o casa dividida contra sí misma, no permanecerá.” (Mt 12:25).
Si toda la gente
creyera que Jesús ha sido enviado por el Padre a la tierra, ¿no creerían todos
en su mensaje y se salvarían? El secreto del éxito de la evangelización es que
se crea que Jesús fue enviado por Dios.
Jesús dice que Él ora
por los que han de creer. ¿No ora Él también por los que no creen? También ora
por ellos para que se conviertan y crean. Los únicos por los que no ora son los
condenados, porque es inútil hacerlo ya que su destino es inmutable.
22. “La
gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos
uno.”
En este capítulo 17 Jesús menciona varias cosas que
el Padre le ha dado. Ellas son las siguientes: En el v. 2 dice que le ha dado “potestad sobre toda carne”. En el v. 4,
una obra por hacer. En el v. 6, discípulos, y lo repite en los v. 9, 11, 12 y
24. En el v. 8, palabras. En el v. 22, gloria, y lo repite en el v. 24. Son
cinco cosas que tienen significados diferentes. ¿Qué cosa es la gloria que el
Padre le ha dado a Jesús, y que Él ha dado a sus discípulos?
En el v. 4 Jesús le
dice a su Padre que Él lo ha glorificado en la tierra haciendo su voluntad,
cumpliendo la obra que le había encomendado. Pero enseguida (v. 5) Jesús le
pide que lo glorifique al lado suyo con la gloria que tuvo desde el inicio.
En este vers. 22
“gloria” es el resultado, o el premio debido por cumplir la obra encomendada y,
a la vez, el poder para llevarla a cabo haciendo sanidades, milagros y
prodigios (Hch 4:30; 5:12,15,16; 8:13). En este versículo el tiempo pasado (“me diste”) tiene un significado, o
proyección futura: Es la gloria que Jesús va a recibir al resucitar y ascender
al cielo. Pero al mismo tiempo se refiere al poder que Jesús les dará, mediante
el Espíritu Santo, para llevar a cabo la Gran Comisión (Mt 28:19,20), la tarea
de llevar las Buenas Nuevas a todas partes y de hacer discípulos, en una unidad
perfecta entre ellos, semejante a la que existe entre el Padre y el Hijo –una
unidad cuyo vínculo es el amor. “Gloria” es también, por último, el premio prometido
que algún día han de recibir por su fidelidad en la tarea.
Cuando después de
Pentecostés los apóstoles empiecen a predicar el nombre de Jesús, un poder
especial, un nimbo singular, los va a acompañar donde quiera que vayan, que
derribará obstáculos y que atraerá a la gente hacia ellos. Eso que atraerá a la
gente no es solamente el poder de la palabra que ellos tendrán en su boca, sino
también el amor visible que existe entre ellos, un amor mutuo que el mundo no
está acostumbrado a ver y que llamará mucho la atención de la gente, y que constituirá
un argumento poderoso para convencerlos de la verdad de su mensaje.
23. “Yo en
ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca
que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has
amado.”
Este versículo puede dividirse en tres partes:
1. “Yo en
ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad”. Jesús está en sus
discípulos (de hecho, en todos los creyentes) así como
el Padre está en Jesús (“mi Padre y yo
somos uno”, Jn 10:30) de modo que el Padre está también en ellos. La
presencia de Dios en ellos hace que formen un solo cuerpo perfecto en unidad, semejante,
guardando las distancias, a la que existe entre Jesús y el Padre (Gal 3:28).
2. “para que el mundo conozca que tú me
enviaste”. La unidad que existe entre sus discípulos será un argumento
poderoso de que Jesús no vino de sí mismo, no apareció y se puso a predicar, movido
por iniciativa personal, sino que fue el Padre mismo quien lo envió al mundo.
Una vez más la unidad entre los cristianos comunica a su mensaje la fuerza de
la verdad, así como la desunión lo socava, lo debilita y hace que sea
cuestionado. La unidad entre los cristianos de todas las latitudes es pues una
obligación suprema, un mandato aún no cumplido que el enemigo se esfuerza en
frustrar con todos los medios que tiene a su alcance, alimentando las
ambiciones, las rencillas y las pasiones humanas que separan.
Notemos cuál es el
resultado de la unidad entre los cristianos: Que el mundo reconozca que el
mensaje de Cristo que ellos proclaman no es humano sino que procede de Dios. Y
si reconocen su procedencia divina, ¿cómo no van a creer en él? Que el mundo
crea o rechace el mensaje del Evangelio depende de nosotros, de que guardemos
nuestra unidad. ¡Qué tremenda responsabilidad!
3. “y que los has amado a ellos como también a
mí me has amado.” Puesto que el Padre ama al Verbo con un amor infinito,
cuando el Padre vea a su Hijo en sus discípulos, Él los amará con el mismo amor
infinito con que ama a su Hijo unigénito.
24. “Padre,
aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén
conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes
de la fundación del mundo.”
Este es un versículo complejo en el que se
presentan varios pensamientos encadenados que debemos examinar. Veamos:
En esta ocasión Jesús no
le pide ni ruega a su Padre, sino expresa con la confianza del Hijo, cuál es su
voluntad respecto de aquellos que Él le ha dado. Estos son, en primer lugar,
sus discípulos inmediatos, los once quitando a Judas. Pero también incluye, -puesto
que los ha mencionado en el v. 20– a todos los que han de creer en Él más
adelante.
Por ellos pide que
donde Él esté, -entiéndase en sentido de futuro: donde yo estaré, en tu
compañía en el cielo- ellos también estén. En suma, que todos los que hayan creído
en mí estén algún día para siempre conmigo. (3)
¿Con qué fin? Podría
pensarse que el propósito es que gocen con Él de la compañía de Dios Padre.
Pero aunque esto se da por supuesto, la finalidad concreta en este caso es
otra: que vean la gloria que el Padre le ha dado desde toda la eternidad, que
es lo que la frase “desde antes de la
fundación del mundo” –que como sabemos, no es eterno- quiere decir. Esto
es, desde antes que empezara el tiempo, que comenzó con la creación. Jesús
quiere que éstos que han creído en Él vean la gloria de que Él gozaba con el Padre
antes de tomar carne humana; que vean no sólo la gloria de su humanidad
exaltada al lado del trono de su Padre (Mt 26:64), sino que comprendan quién es
realmente Aquel en quien han creído, la segunda persona de la Trinidad, el
Verbo por medio del fueron hechas todas las cosas (Jn 1:3).
En este versículo se
subraya que la unidad que existe entre el Padre y el Hijo desde siempre, es una
unidad en el amor. El amor ha sido, y es, el lazo que los unía, y une, a ambos
en uno solo, porque la vida de Dios, en efecto, no es otra cosa sino amor. De
ahí que el apóstol Juan pueda decir en una frase cuyo sentido es más profundo
de lo que, en primera instancia, podríamos pensar: “Dios es amor” (1Jn 4:8,16).
25. “Padre
justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos han conocido
que tú me enviaste.”
Jesús reitera una vez más el hecho de que el mundo (en
este caso, el mundo oficial judío, el de los sacerdotes, escribas y fariseos) no
ha conocido al Padre sino que, al contrario, lo ha rechazado. ¿”Conocido” en qué sentido? En el sentido
que se explicó al comentar el vers. 3. No es un conocimiento intelectual de
Dios –porque aquellos que constituían el mundo, los judíos que rechazaron a
Jesús- tenían ese conocimiento y conocían bien las Escrituras, sino se trata de
un conocimiento íntimo que sólo puede dar la fe; un conocimiento que
proporciona una relación de intimidad y certidumbre, y que, en la práctica, es
casi un sinónimo de “creer”.
Si ellos lo hubieran “conocido” no habrían rechazado su
mensaje, sino al contrario, lo habrían acogido y se habrían adherido a Él.
Jesús reitera que Él
tiene ese conocimiento del Padre y que los discípulos que lo rodean –aquellos
que el Padre le ha dado- han creído que ha sido el Padre mismo quien lo ha
enviado a Él al mundo con una misión.
A lo largo de esta
oración Jesús se ha dirigido a Dios diciéndole Padre. Una vez ha agregado el
adjetivo “santo” (ver. 11). En este
versículo lo llama “Padre justo”.
¿Tiene algún significado este calificativo? Creo que significa que el conocer o
no conocer a Dios, el creer o rechazar a Dios, en el caso de cada individuo, pues
es Dios quien lo da, procede de la justicia eterna y perfecta de Dios. Todo lo
que Dios hace es resultado de esa justicia sin mancha. Nadie podrá alegar que
la sentencia o recompensa que algún día reciba es injusta o inmerecida.
26. “Y les he
dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me
has amado, esté en ellos, y yo en ellos.”
Jesús termina su oración diciendo que Él les ha
hecho conocer a Dios a sus discípulos, lo que Él es en su intimidad, y que
seguirá haciéndoles conocer más aun en las horas de vida que le quedan –y más
allá de su resurrección mediante el Espíritu Santo- a fin de que el amor que lo
une al Padre, y el amor eterno con que el Padre lo ha amado a Él, lo reciban
también ellos, a fin de que su unión con ellos sea perfecta, y que, en
consecuencia, Él viva en ellos. Ése es un deseo que Jesús hace extensivo -pues
lo dijo en el vers. 20- a todos los que algún día creerán en Él por el
testimonio de la iglesia.
Notas: 1. Así como es propio
que los gobernantes protejan a sus embajadores, lo es también que Dios proteja
y guarde a sus apóstoles.
2. “Mundo” quiere decir
aquí, en primer lugar, el mundo judío en medio del cual vivió y predicó Jesús,
y en medio del cual vivirán y predicarán inicialmente los apóstoles. Es un
hecho notorio, sin embargo, que esta oración de Jesús fue contestada
gloriosamente en los primeros tiempos de la iglesia, pues en Hch 4:32 se dice
que “la multitud de los que habían creído
eran de un corazón y de un alma”.
3. Ya Él había expresado
anteriormente este pensamiento en Jn 14:3.
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Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar
de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la
tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te invito a
pedirle a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú
viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los
hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he
ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces
gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente
de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname,
Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y
gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#762 (20.01.13). Depósito Legal
#2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231,
Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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