Por
José Belaunde M.
JESÚS ORA POR SUS DISCÍPULOS II
Un Comentario de Juan 17:9-17
9. “Yo ruego por
ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son”
Jesús le dice al Padre que Él ora por los doce que le ha dado. No sólo
ora sino, más que eso, ruega, es decir, suplica por ellos. El verbo que Jesús
usa (erotáo en griego) expresa la
intensidad de su oración. Él comprende los peligros que los van a acechar
cuando Él no esté. Él ora para que el Padre los preserve y los haga crecer en
el conocimiento y el amor de ambos.
Él recalca que en ese momento no ora por el
mundo, sino por aquellos que lo han acompañado durante los últimos tres años y
de los que ahora se despide, que no le pertenecen a Él sino a su Padre, porque
fue su Padre quien se los dio, es decir, quien hizo que los encontrara y los
escogiera.
No ora por el mundo, es decir, por los que
pertenecen al mundo, –como dice F.F. Bruce- no porque no le preocupe su
salvación, sino porque la salvación del mundo dependerá en adelante del
testimonio de aquellos que el Padre le ha dado, y son ellos los que necesitan
de su intercesión en esta coyuntura.
Notemos, de otro lado, que Jesucristo, en
tanto que Dios, es Aquel a quien se ora y se intercede por otros; pero en tanto
que hombre en la tierra, Él ruega al Padre por otros. Su oración es un diálogo
de Hijo con su Padre, de lo cual hay varios ejemplos en los evangelios (Mr
1:35). Pero aún ahora, estando sentado a la diestra de su Padre en la gloria
(Hb 10:12), sigue intercediendo por los que por medio de Él se acercan a Dios
(Hb 7:25).
10. “y todo
lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y he sido glorificado en ellos.”
Jesús afirma en este punto su unidad trascendental con su Padre, porque
dice: “Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo
es mío”. Hay una unidad en la pertenencia como la hay en el ser, en la
esencia. Si somos en verdad uno no hay nada tuyo que no sea mío, y nada mío que
no sea tuyo.
Ésta es una afirmación extraordinaria. No
hay atributo del Padre, no hay omnipotencia, omnisciencia, eternidad, etc. que
no sea a la vez propio de Jesús; ni hay atributo de Jesús, su humildad, su
mansedumbre y su paciencia, y para culminarlo todo, su infinito amor, que no
sea también propio de Dios Padre.
Pero las palabras “lo tuyo” y “lo mío” se
refieren más concretamente a sus discípulos, de quienes Él reitera que eran
suyos porque eran del Padre, y afirma aquí que Él ha sido glorificado en ellos,
porque han creído en Él, lo han amado y lo han seguido. Todo el que cree en
Jesús, en lo que Él es (“Dios verdadero de Dios verdadero”, como dice el Credo)
le da gloria, así como también todo el que se niega a creer en Él, lo denigra,
lo rebaja y rehúsa rendirle la gloria que le corresponde y pertenece; y por eso
“la ira de Dios está sobre él”. (Jn 3:36)
¿Cómo puede Jesús decir –objeta Bruce- que
Él ha sido glorificado en ellos cuando Él les había advertido que se
dispersarían y lo dejarían solo (16:32), y que uno de ellos le negaría tres
veces antes de que cante el gallo (13:38); y sus preguntas poco inteligentes y
sus interrupciones inoportunas mostraban cuán poco habían entendido ellos los
propósitos de su Maestro y la gravedad de la hora? Pero Él contemplaba su
futuro con la perspectiva de la fe y viendo su potencial, y cómo ellos,
mediante la gracia de Dios y la llenura del Espíritu, iban a cumplir la misión
que se les encomendaría, y de esa manera le darían gloria.
11. “Y ya no
estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a
los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como
nosotros.”
Aunque Él está todavía en el mundo, pues está vivo en su cuerpo, Él dice
de sí mismo que ya no está en el mundo porque vive esas últimas horas de su
vida terrena como si ya no lo estuviera. Su espíritu y su mente están
concentrados en su próximo regreso al Padre. Cabe preguntarse: ¿En qué forma
puede estar Jesús separado del Padre, con el que es uno, para que pueda decir
que va a Él?
Él y el Padre están unidos en una sola
esencia o sustancia (hypóstasis es el
término teológico). Sin embargo, al haberse Él encarnado en un cuerpo físico, se
creó entre Él y el Padre una separación circunstancial en los hechos. Él no
vive en dos esferas a la vez, la terrena y la celestial, como lo hará durante cuarenta
días, entre su resurrección y su ascensión, sino que su ser espiritual habita como
cualquier ser humano en un cuerpo, no en apariencia, como algunos herejes del
pasado sostenían, sino en realidad (Nota 1). Por eso puede Él decir en un sentido pleno que va al Padre, esto es, que
pasará, mediante su muerte, del plano terreno al plano celestial.
Pero sus discípulos permanecen en este
mundo, y Él se preocupa por ellos, pues el mundo les es hostil y Él los siente
débiles. “Por eso, por lo más excelso que puedo yo invocar, esto es, en tu
nombre, Padre, yo te pido que los guardes, para que ellos se mantengan unidos
en un solo espíritu, sin divisiones ni contiendas, como tú y yo somos uno, unidos
en una unidad que sea reflejo de la nuestra.”
Parece como si Jesús hubiera previsto las divisiones y luchas doctrinales internas
que afligirían a la iglesia dentro de poco tiempo y que desgarrarían el cuerpo
que siempre debió mantenerse unido.
12. “Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los
guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se
perdió, sino el hijo de perdición (2),
para que la Escritura
se cumpliese.”
Para reforzar en cierta manera su ruego Jesús le recuerda a su Padre que
mientras Él estuvo actuando en el mundo y rodeado por sus discípulos, Él los guardaba
“en tu nombre”, es decir, en tu poder, y para los fines que tú tenías previstos
para ellos (3).
Tú me los habías confiado y yo he sido fiel a la confianza que depositaste en
mí, pues a todos ellos los he guardado, pese a que eran débiles y expuestos a
muchas tentaciones y peligros; los guardé a todos ellos, salvo a uno que estaba
destinado, según lo habías previsto, a la condenación, tal como la Escritura lo había
anunciado: “Aún el hombre de mi paz, en
quien yo confiaba, el que de mi pan comía, alzó contra mí el calcañar.” (Sal
41:9).
Nada ocurre en el mundo que no sea previsto
por Dios (querido o permitido por Él). Sin embargo, el traidor no se perdió sin
que su propia voluntad perversa estuviera involucrada, y sin que la
misericordia de Dios le diera más de una oportunidad de arrepentirse y de
repudiar sus impíos planes. Estaba predestinado a la perdición pero se perdió
porque quiso. El hecho de que Dios –que vive en un eterno presente en el que no
hay pasado ni futuro- supiera desde siempre que Judas era un traidor, no quita
que él por codicia escogiera voluntariamente serlo.
13. “Pero
ahora voy a ti; y hablo esto en el mundo, para que tengan mi gozo cumplido en
sí mismos.”
Para Jesús, terminar de cumplir su misión y regresar al Padre era un
motivo de gozo supremo, esto es, retornar al lugar que le era propio
despojándose de la envoltura terrena que lo separaba, resucitando y ascendiendo
al cielo. Estando todavía en ella, en este mundo, Él les dice estas cosas a sus
discípulos para comunicarles el gozo que Él experimenta.
¿Cómo podrían ellos experimentar este gozo si
no comprendían sino a medias lo que Jesús les decía? Podrían porque las
palabras de Jesús tenían el poder de transmitir irresistiblemente ese gozo como
quien vierte el agua de un recipiente en un vaso.
Ya en una ocasión anterior (Jn 15:11), Él
les había hablado del gozo que Él tenía y que Él quería que ellos también
tuvieran. Todo el que tiene un tesoro quiere que los que ama participen de él.
Jesús, que nos ama a cada uno de nosotros con un amor semejante al que Él
sentía por sus discípulos, quiere también que nosotros participemos de ese gozo
suyo. Está a nuestra disposición si hacemos su voluntad, si nos hacemos
verdaderos discípulos suyos.
Un autor del pasado escribe acerca de este
gozo: “Verdaderamente este es el verdadero y único gozo, que viene no de la
criatura sino del Creador, y que nadie puede quitar al que lo posee. Comparado
con él toda otra alegría es pena, todo otro placer es dolor, toda dulzura es
amargura, toda belleza es fealdad, y cualquiera otra cosa que pudiera ser
deleitosa, es una carga.”
14. “Yo les
he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como
tampoco yo soy del mundo.”
Jesús repite lo que ya había dicho unos versículos antes (v. 8), que Él
había dado (es decir comunicado, transmitido) a sus discípulos las palabras (4) que el Padre le había dado a Él para
ellos. No se trata sólo, en efecto, de las palabras que Jesús enseñó
públicamente, sino de las palabras dirigidas especialmente a ellos y que les
dio en privado. Implícito está que ellos creyeron en ellas. La palabra que
Jesús dirige a una persona en particular tiene un poder de convicción
irresistible. Por eso el mundo los aborreció desde el momento en que ellos se
adhirieron a Él. (5)
Hay una contradicción irresoluble entre
Jesús y los suyos, de un lado, y el mundo de otro. Nadie puede pertenecer a las
dos esferas a la vez: a la de Dios y de Cristo, y a la del mundo, que está
gobernada por Satanás. Si Jesús no pertenece al mundo en sentido espiritual,
aunque lo esté en sentido físico, material, sus discípulos tampoco pueden pertenecer
a él. Si el mundo lo aborreció a Él, también los aborrecerá a ellos (cf
15:18,19).
Ellos, por haber creído en las palabras de
Jesús fueron rescatados del reino de las tinieblas y llevados al mundo de la
luz admirable de Dios (1P 2:9), como lo hemos sido todos los que hemos creído
en el mensaje de Cristo y hemos sido transformados por Él. Nosotros tampoco
somos del mundo, aunque vivamos en él, y por eso el mundo también en cierto
sentido nos aborrece, nos mira como extraños, como seres diferentes, que no
participamos como antes en las cosas vanas que a ellos los alegran y en cuya
inmundicia se deleitan, como lo hacíamos nosotros también antes de ser rescatados.
¿Y cuál es el fruto de su extravío?
Inquietud, tormento en el alma, enfermedad del cuerpo y ruina. ¿Cómo no hemos
de agradecer a Dios que nos haya rescatado del mundo? ¡Pero ay de aquellos
ciegos que aún permanecen en él!
15. “No ruego
que los quites del mundo, sino que los guardes del mal.”
¿En qué sentido podrían sus discípulos ser quitados del mundo? Sea
muriendo, sea retirándose del mundo para vivir aislados en el desierto, como
muchos después en siglos posteriores harían –pero si lo hicieran no podrían
cumplir la tarea para la cual Él los había formado.
Pero Jesús no ruega que sean quitados del
mundo, pues su misión es permanecer en él, sino que sean guardados del mal que
puede sobrevenirles. Eso incluye en primer lugar las asechanzas numerosas del
diablo que anda buscando a quién devorar (1P 5:8,9) y que tratará de apartarlos
de su fidelidad en su caminar en santidad con Cristo y de la Gran Comisión ; pero
también incluye las persecuciones del mundo que los aborrecerá como lo
aborreció a Él. ¡Guárdalos del mal! Ese es el pedido que Jesús nos enseñó a todos
a hacerle diariamente a Dios, o quizá más exactamente: ¡Guárdalos del maligno y
de sus tentaciones!. (6).
16. “No son del mundo, como tampoco yo soy del
mundo.”
Ellos como yo –repite Jesús- no son del mundo, aunque vivan en el mundo,
que está gobernado por quien ya sabemos (1Jn 5:19; Jn 12:31; 14:30). Ellos
tienen puesta su mirada en las cosas de arriba no en las cosas de abajo;
aspiran al cielo que es su verdadera patria mientras peregrinan en esta tierra
(1P 2:11).
¡Oh, que el mundo con sus halagos no
contamine a los siervos de Cristo! Hemos sido sacados, arrancados
espiritualmente del mundo, para vivir exclusivamente para Dios, consagrados a
Él, y cargando la cruz que Él le asigna a cada uno para que, crucificado en
ella, muera a sí mismo (Lc 9:23).
No los quites del mundo, no, pero guárdalos
del mundo y de las trampas del demonio que tratará de hacerlos tropezar.
17. “Santifícalos
en tu verdad; tu palabra es verdad.”
Santifícalos, purifícalos con tu palabra, que es la verdad, con la
palabra que tú me diste para ellos y que yo les he dado; con la palabra que tú
has hablado para todos y que consta en las Escrituras.
Jesús dijo una vez: “Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres.” (Jn 8:32). Sólo
Jesús, que es la palabra de Dios, es la verdad que puede hacernos libres del
pecado y de las ataduras del mal. Poco antes les había dicho: “Ya vosotros estáis limpios por la palabra
que os he hablado.” (15:3).
Que sean santificados es una condición indispensable
para la obra que les será encomendada, porque una vida santa es un testimonio
irrebatible contra la cual no hay argumentos. Eso nos hace ver cuán necesario
es que nosotros también llevemos una vida santa y sin reproche, porque sólo así
podremos dar un testimonio digno de Jesús.
Notas: 1. Entre las varias corrientes teológicas heréticas que surgieron en los
primeros siglos de la iglesia como parte del movimiento gnóstico, se encuentra
la de los docetas (del griego dokésis=apariencia)
que sostenían que como Dios no puede sufrir, los sufrimientos de Cristo fueron
sólo aparentes y que su cuerpo físico no era real.
2. Cf
Mt 23:15; 2Ts 2:3.
3. Con
frecuencia en la Biblia
el nombre de Dios es sinónimo de su poder: Dt 28:58; Sal 20:1b; 33:21; 54:1; Pr
18:10.
4. “Tu
palabra” en singular representa aquí todas las palabras que Él les habló a
ellos de parte del Padre.
5. Agustín
dice al respecto que Jesús aquí usa el tiempo pasado para anunciar el futuro.
Esto es, no es tanto que el mundo los haya aborrecido ya, como que serán
aborrecidos cuando después de su muerte empiecen las persecuciones.
6. La
palabra “ponerós” puede ser entendida
en neutro como el mal en sí, o en masculino como “el Maligno” (cf Mt 6:13).
Amado lector: Si
tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de
Dios, es muy importante que adquieras esa
seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que
sea tan necesaria. Con ese fin yo te invito a pedirle a Dios por tus pecados
haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los
pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no
merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas
veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero
recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que
he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu
sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para
ti y servirte.”
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José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel
4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
1 comentario:
Creo firmemente que el Señor es misericordioso y justo .Cuando venga en su segunda venida el sabrá a quien llevar y a quien dejar.
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