Por
José Belaunde M.
¿Qué cosa es una familia? Es
difícil definir lo que sea una familia porque existen en el mundo y en las
diversas culturas, concepciones diferentes acerca de ella. Pero basándonos en
lo que tenemos cerca de nosotros podemos decir que una familia es un grupo
de personas unidas entre sí por lazos sanguíneos o de parentesco.
Esta definición sencilla cubre
muchísimos casos. Pero, más concretamente, en el mundo occidental cristiano, la
familia es la entidad social que surge de la unión de un hombre y de una mujer
que hacen vida común y que, como resultado de su convivencia, engendran hijos
que viven con ellos.
En ese sentido la familia es la
célula básica de la sociedad.
En el mundo moderno el papel
tradicional de la familia está siendo cuestionado por tendencias que subvierten
su contenido, oficializando, por ejemplo, un supuesto matrimonio de personas
del mismo sexo, e incluso llegando a dar a tales parejas el derecho de adoptar
niños. Eso es una abominación que Dios condena.
Esas tendencias son muy
peligrosas porque es un hecho innegable que a la sociedad le va tal como le va
a la familia. Por eso podemos formular, sin temor a equivocarnos, el siguiente
axioma: familias sanas, sociedad sana; familias enfermas, sociedad enferma.
Ése es un hecho que bien podemos
constatar en el Perú donde hay tanto ausentismo de parte del padre que abandona
a la madre de los hijos que engendró, dejándola sumida en la pobreza, con todas
las consecuencias negativas para la madre y los hijos que eso trae consigo.
Gran parte de las deficiencias que se constatan a diario en nuestra sociedad
son consecuencia del desorden de la vida familiar en nuestro país.
En la Biblia la familia surge
como culminación del proceso de la creación. Dios creó el mundo en seis días, y
en el sétimo día descansó. En el sexto día Dios creó al hombre a su imagen y
semejanza: “Varón y hembra los creó.” (Gn
1:27b).
Y luego añade: “Y los bendijo Dios y les dijo: Fructificad
y multiplicaos.” Es decir, tengan hijos. (v. 28a)
En el segundo capítulo del
Génesis hay una narración más detallada de la creación del hombre, hecho del
polvo de la tierra (v. 7), que es seguida de la creación de la mujer, formada
de la costilla del hombre (v. 21,22).
El vers. 24 es la partida de
nacimiento de la familia: “Por tanto,
dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una
sola carne.”
En ese momento Dios inventó el
matrimonio y con él nace la familia.
En Gn 4:1 se narra el nacimiento
del primer hijo de Adán y Eva, y con ese nacimiento (y con los nacimientos que
vinieron después) se completa la familia formada por padre, madre e hijos.
Pero la presencia de hijos no es
indispensable para que la pareja de esposos sea considerada una familia, aunque
lo sea incompleta. Ocurre con cierta frecuencia que uno de los dos cónyuges no
puede engendrar o concebir hijos. En la Biblia se dan varios casos (Sara, Raquel, Ana,
Elisabet, etc.).
Padre, madre e hijos son una
figura de la Trinidad
formada por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
La familia que la Biblia nos presenta como
ideal es la formada por José, María y Jesús, a la que solemos llamar la Sagrada Familia ; sagrada porque
en ella nació y creció el Hijo de Dios, y también por la santidad de sus miembros.
En el matrimonio bien constituido
las capacidades físicas, psicológicas y espirituales de los esposos se
complementan y aseguran su felicidad.
¿Qué quiere decir que se
complementan? Por un lado, para mencionar un ejemplo obvio, el vigor del hombre
compensa por la relativa fragilidad de la mujer. Por otro lado, el sentido
práctico doméstico de la mujer suple a la falta usual de ese instinto en el
hombre. La mujer se ocupa de los hijos pequeños con un cuidado del que el
hombre carece. Ella tiene una disposición especial para ese propósito, aparte
de que ha sido dotada por la naturaleza de senos para amamantar a las criaturas
pequeñas que tienen en la leche materna el alimento más adecuado. Pero el
hombre es el responsable de proveer al sostenimiento de su mujer e hijos.
¿Cuál es el propósito principal
de la familia en el plan de Dios? ¿Para qué creó Dios a la familia? Aparte del
hecho de que Dios creó a la mujer para que el hombre tuviera una ayuda idónea,
y para que ambos se realizaran como seres humanos y fueran felices en el amor
que los une, uno de los fines de la familia, si no el principal, es el de
perpetuar la raza humana, y al mismo tiempo, proveer un ambiente adecuado para
la procreación y la crianza de los hijos. Si Adán y Eva no hubieran tenido
hijos ellos hubieran sido los primeros y los últimos habitantes del planeta tierra.
La familia, se ha dicho, es la
célula básica de la sociedad, pero es anterior a ella y al estado. La familia
es autónoma y no depende ni de la sociedad ni del estado. Tiene derechos que el
estado no puede inflingir, sino más bien, que debe proteger. Sabemos, sin
embargo, que en las dictaduras los derechos de la familia suelen ser
restringidos a favor del estado, que en muchos caso se arroga el derecho de
disponer de los hijos, quitándoles a los padres, entre otras cosas, la
capacidad de decidir acerca de la educación que reciban ellos, con el fin de
inculcarles desde pequeños la ideología del régimen.
En hebreo, que es el idioma en
que fue escrito el Antiguo Testamento, la palabra bayt, que quiere decir “casa”, quiere decir también “familia”. (Nota 1)
El Antiguo Testamento juega con la ambivalencia del significado de esa
palabra. Por ejemplo, el rey David, en el libro de Samuel, se propone edificar
una casa para Dios (es decir, un
templo), pero Dios le dice por medio del profeta Natán que es Él quien le va a
edificar a David una casa, es decir,
una familia, en el sentido de linaje, de descendencia, de la que, como bien
sabemos, desciende Cristo (2Sm 7, en particular los vers 4,11,18,27,29). (2)
En Pr 14:1 leemos: “La mujer sabia edifica su casa (es decir,
su familia, porque no puede tratarse ahí de una casa física), mas la necia la destruye.” Esto es,
actúa de tal manera que perturba la vida de los suyos.
El bien conocido pasaje sobre la
mujer fuerte de Pr 31:10-31, muestra cuán importante es la mujer, la esposa y
madre, en el hogar, en la familia. En gran medida el clima espiritual que
prevalece en el hogar está determinado por el carácter y actitudes de la mujer.
El Sal 127:1 dice: “Si Jehová no edifica la casa (e.d. la
familia), en vano trabajan los que la
construyen.” Si Dios no es tenido en cuenta por los esposos y los ayuda, su
proyecto matrimonial está destinado al fracaso.
También dice este salmo que los
hijos son herencia de Jehová (v. 3), esto es, que provienen de Él. Él es quien
los da a los padres (es decir, se los confía), porque Él es quien gobierna la
concepción (Sal 139:13).
Voy a concentrarme en esta exposición en cuatro elementos claves de la
familia: Unión, autoridad, amor y apoyo mutuo. No son los únicos, pero son muy
importantes. Estudiémoslos.
1. La familia surge de la UNIÓN de un hombre y una
mujer, unión que es a la vez física, anímica y espiritual. Esa unidad se
extiende a los hijos a medida que vengan.
Conocemos el dicho: “La unión
hace la fuerza”. Cuando marido y mujer son unidos, la familia es fuerte. Si los
esposos se pelean y discuten constantemente, ¿será la suya una familia fuerte?
Fuerte quizá en golpes.
La unión de los esposos provee un
ambiente adecuado, cálido y seguro para la procreación y la crianza de los
hijos.
La familia unida resiste a los
embates de las dificultades de la vida que pueden venir a acosarla, y que
pueden ser muchos: pobreza, enfermedad, caos social, guerras, etc.
El diablo, consciente de la
importancia de la familia en el plan de Dios para el hombre, trata de socavar
la unidad de la familia, trayendo división entre los esposos. Para eso cuenta
con todo un arsenal de armas que usa astutamente para alcanzar sus propósitos:
interferencia de parientes cercanos, falta de casa propia, diferencias de
sueldo entre los esposos (cuando la mujer gana más que el hombre), dificultades
económicas, desempleo del marido, rivalidad entre los hijos que el diablo
fomenta, alejamiento de uno de los esposos por motivos de trabajo, viajes al
extranjero, etc.
Las rivalidades entre los hijos
son uno de los factores que más conspiran contra la unidad de la familia. Con
frecuencia son consecuencia de la preferencia del padre, o de la madre, por uno
de ellos (como en el caso de la familia de Isaac, donde Esaú y Jacob pelearon
por la primogenitura, Gn 27).
Pero la más peligrosa de las
armas del diablo son las tentaciones contra la fidelidad conyugal. Esas
tentaciones pueden presentarse en el lugar de trabajo, en la calle, en
encuentros casuales, en reuniones sociales, y hasta en la iglesia. Se presentan
como un señuelo que ofrece emoción y placer, pero suelen terminar en amargura y
en drama.
La infidelidad de uno de los
esposos destruye el amor y el respeto mutuo, y causa mucho sufrimiento. Crea
heridas difíciles de sanar y, a veces, provoca terribles dramas familiares;
lleva al divorcio y puede llevar en casos extremos, incluso al asesinato.
Pero la familia unida puede
sobrevivir a todas esas tempestades cuando se coloca concientemente bajo la
protección de Dios (Sal 91); cuando los esposos se sujetan a su palabra, y
buscan su ayuda. (Continuará)
Notas: 1.
Ocurre lo mismo en el griego del Nuevo Testamento, en el que la palabra oikos quiere decir a la vez “casa” y
“familia”.
2.
Un ejemplo del doble significado de oikos se da en el cap. 16 del libro de
los Hechos, en donde Lidia le dice a Pablo: “Si
habéis juzgado que yo soy fiel al Señor, entrad en mi casa, y posad.”
(Hch 16:31). Poco después Pablo le dice al carcelero de Filipos: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo
tú y tu casa.” (Hch 16:31).
NB. Este artículo y el siguiente
del mismo título están basados en una enseñanza dada en una reunión del
Ministerio de la Edad
de Oro, el 26.09.12.
Amado lector: Si tú no estás seguro
de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy
importante que adquieras esa seguridad,
porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria.
Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus
pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús,
haciendo una sencilla oración como la que sigue:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados
cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no
merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas
veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero
recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que
he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu
sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para
ti y servirte.”
#747 (07.10.12).
Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia
1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución
#003694-2004/OSD-INDECOPI).
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