Por José Belaunde
M.
ANOTACIONES AL
MARGEN XXXIII
v Jesús tiene más prisa en llevarnos a su reino eterno
que nosotros en ir a él. Nosotros nos aferramos a esta vida, a pesar de que es
un valle de lágrimas (Ecl 2:22,23) y de que con Dios estaremos muchísimo mejor (Flp
1:23) ¿Qué es lo que nos ata a esta existencia?
v Si yo no amo a los pobres a quienes ayudo y más bien
los trato con cierta dureza es porque mi amor a Dios se ha enfriado y ya no veo
en ellos a Jesús. Por eso a veces me son una carga (1Jn 4:11).
v Si yo viera a Jesús en las personas cargosas y
desagradables con las que a veces me encuentro, su trato me sería menos pesado
y sería con ellas más amable. Asumiendo esa apariencia ingrata Él nos prueba y
no nos damos cuenta (1Jn 2:9,10).
v La vida que llevamos, nuestra conducta y fidelidad a
Dios da poder a nuestras oraciones (St 5:17,18). Es como un sello que las
respalda. En cambio, nuestra indiferencia con el prójimo, nuestro egoísmo,
nuestra falta de consideración, les resta fuerza y las vuelve inefectivas. En
ese caso no podemos quejarnos de que Dios no nos oiga (Is 59:1-3).
v Al ser desconsiderados con el prójimo imitamos al
diablo, ¡y después queremos que Dios nos escuche! Al escuchar nuestra oración cuando
nos comportamos de esa manera con el prójimo quizá Dios nos diga: Dirige tu
oración al diablo, puesto que le sirves. Quizá te atienda.
v El que sufre puede maldecir a Dios (Jb 2:9;3:1), o
adorarlo en sus sufrimientos (Jb 1:20-22), y llenarse de Él. En lugar de
renegar puede –como un nuevo Job- reconocer que el sufrimiento lo limpia, lo
purifica y lo fortalece (1P 1:7), y puede aceptarlo como un medio de acercarse
a Cristo, varón de dolores, que nos dio ejemplo de resignación (Is 53:3; Rm
8:17; Flp 3:10).
v Dios está donde están los que le adoran en silencio.
v Dios, que es amor, vive de amor, como la planta vive
del aire que respira. Por eso nos necesita, para que aceptemos su amor y a
nuestra vez, le amemos (1Jn 4:19).
¿Acaso Dios que
es todo, necesita de nosotros? En rigor, no, pero al acercarse a nosotros Él se
humilla como si nos necesitara (Flp 2:7,8).
v Dios tiene razones para demorar su misericordia (2P
3:9), o su ira (Sal 103:8; Ez 34:6).
v La gracia de Dios no interviene para salvar a muchos
pecadores porque no hay quien interceda por ellos (Ez 22:30). ¡Qué misterio es
que Dios necesite a veces de nuestras oraciones para actuar!
v
No sólo la fe
limpia nuestros pecados. También lo hace el amor (1Jn 4:7b).
v Dios habla todo el tiempo a justos y pecadores. Pero
si los primeros no le hacen caso, ¿cómo lo harán los segundos? (1Sm 15:22)
v El mundano se siente libre de todas las ataduras
morales que podrían limitar su búsqueda del placer, pero termina siendo aun más
limitado haciéndose esclavo de sus pecados y pasiones (Jn 8:34; Rm 6:16,17).
v El hombre espiritual es intensamente fiel en lo
grande y lo pequeño. Es fiel porque Dios es fiel (1Cor 1:9; 1Ts 5:24) y él está
lleno de Dios. Por eso la infidelidad le repugna.
v Todo lo que nosotros le damos a Dios, no sólo en
términos de dinero, sino en términos de amor, de tiempo, de esfuerzo, de
paciencia, de sacrificios, de adoración, Él nos lo devuelve centuplicado (Mt
19:29). ¿Podemos creerlo? ¿Hay verdad más maravillosa que ésa? ¿O será Dios
deudor de nadie?
Al
mismo tiempo, todo lo que Dios nos retribuye es inmerecido, porque Él nos
recompensa de pura generosidad suya, ya que si hicimos algo, fue Él quien lo
hizo en nosotros (1Cor 15:10).
v ¿Cuántas de las cosas más profundas puede la ciencia
penetrar? ¿De las cosas que no se expresan en números, fórmulas, o símbolos, y
que no tienen dimensión material? Sus instrumentos perfeccionadísimos han
develado los secretos de la naturaleza, pero no les permiten observar las
realidades espirituales y por eso niegan que existan (2Cor 4:18; Hb 11:3).
v ¡Qué terrible es que no podamos ocultarle nada a
Dios! ¡Y cómo quisiéramos esconder de su mirada algunos pensamientos que nos
avergüenzan! (Hb 4:12) Él lo sabe todo, pero con frecuencia no somos concientes
de ello, o no lo recordamos.
¡Cómo fuera si
tuviéramos que pasar revista todas las mañanas delante de Él, como lo hacen los
soldados en el cuartel, donde el jefe revisa cómo están vestidos hasta los más
mínimos detalles, y cuán bien tendida está su cama y están en orden todas sus
cosas! ¡Si Dios revisara todos los días cuán limpios y en orden están nuestra
mente y nuestra alma! Pero ¿no lo hace acaso constantemente?
v “Nuestras vidas son un río que va hacia la mar”
escribió el poeta Manrique. Ríos que fluyen rápidamente hacia su meta. Pero
mientras no le llegue la hora o no se enferme, el hombre se cree inmortal o, al menos, obra
como si lo fuera. Pero cuando las luces del puerto asoman inesperadamente en el
horizonte el pecador aterrado se desespera y acude a Dios para que lo salve del
peligro de morir. En sus años felices no tuvo tiempo de pensar en ese trance al
que se acerca ahora a toda velocidad. “Señor, sálvame” clama angustiado, si es
que recibió alguna educación religiosa de niño (Rm 10:13) . Si no, sólo la
misericordia de Dios lo puede salvar del infierno. En ese momento se le da a
escoger entre dos posibilidades: Arrojarse al mar de la misericordia divina, o
arrojarse al lago de fuego y azufre (Ap 20:10). En realidad sólo se condenan
los que escogen este último destino, ¡pero cuántos son los que lo hacen! ¡Si
los hombres supieran lo que ahí les espera!
v Las gracias más profundas de Dios son interiores y
sin palabras, y nuestras oraciones más intensas también, como las “Canciones
sin Palabras” de Mendelssohn.
v Dios está en todas partes, pero no se hace
presente en todas. Lo primero viene de que Dios lo llena todo; lo segundo
es una gracia (Gn 28:16,17).
v Dios nunca abandona al que en Él confía (Sal 37:5;
55:22ª; 125:1) Sólo abandona a su suerte al que obstinadamente lo rechaza (Pr
1:24-31; 29:1; Is 65:13,14; Hb 10:26,27).
v Muchos odian a Dios porque les pone vallas a la
satisfacción de sus deseos y de sus instintos. Dios les incomoda y por eso
terminan por negar su existencia. Esa es la clase de ateos que le dicen a Dios:
No te metas en mi vida.
v ¿Cómo estar alegres en medio del sufrimiento?
Uniendo nuestros sufrimientos a los de Jesús en la cruz. (Col 1:24)
v El amor de Dios es como el sol que irradia su luz y
su calor aun sobre el estiércol sin contaminarse.
v La presencia del amor de Dios en una persona se
manifiesta en su amabilidad y su gentileza, en su paciencia y generosidad. “Por sus frutos los conoceréis.” (Mt
7:15-20)
v
Con la razón se
avanza paso a paso; con el amor se avanza a saltos.
v Todo lo que Dios hace despierta la oposición del
diablo y del mundo. Es inevitable. Y aquellos a quienes Dios usa sufren las
consecuencias. Sin embargo, hay veces en que las obras de Dios caminan como
sobre rieles, porque Él las rodea con un muro inexpugnable hasta que se
consoliden. Una vez logrado eso, el diablo puede empezar a atacarlas.
v Si surgen obstáculos es señal de que la obra es de
Dios.
v
El ideal en la
acción es combinar la lógica razonadora con el espíritu fervoroso.
v
No hay nada más
grande en el mundo que el amor de Dios. Es el dinamo que lo mueve todo.
v Cada acto de caridad hecho a un pobre es en realidad
hecho a Jesús y, por tanto, es un bien que nos hacemos a nosotros mismos (Mt
25:45).
v Haz a otros el bien que tú quisieras que otros te
hagan a ti. (Mt 7:12).
v El corazón de los que rechazan a Jesús es como un
témpano de hielo. El amor verdadero no tiene cabida en ellos, porque sólo se
aman a sí mismos. (2Tm 3:2,3) ¡Pero lo hacen con todo el alma!
v El sol de nuestra alma es Jesús, pero está cubierto
por la nube espesa de nuestros pecados y defectos que lo oculta a nuestros ojos.
Por eso aún en los salvos no brilla tan poderosamente como pudiera, y
naturalmente, menos brilla en los que viven en pecado consuetudinario, es
decir, sin arrepentirse.
v ¡Qué terrible es la muerte de los que pusieron toda
su esperanza en los bienes y deleites de esta vida (1Tm 6:17), y sienten que se
les termina antes de haber podido gozar todo lo que querían! ¡Y más aun si
negaron que hubiera un más allá y un Dios que los juzgaría! (Sal 14:1) El que
ha vivido obstinadamente sin Dios, morirá también sin Él. Sin embargo, Dios
ofrece su perdón a todos los que quieran recibirlo. Por eso bien puede decirse
que sólo se condenan los que quieren.
v Son muchos los que se condenan porque no quieren
acogerse al salvavidas que Dios les ofrece: Creer en Él (Rm 10:9). Han escogido
concientemente el camino de Satanás y su señorío.
Lo van a tener
para siempre. ¡Si supieran qué horrendo es! Si pudiéramos contemplar por una
fracción de segundo el infierno nunca volveríamos a pecar ni con el pensamiento.
(Mt 8:12; 13:42; 24:51)
v Todos los bienes y deleites terrenos que perseguimos
los perderemos algún día. Hay quienes dicen: Nadie me quita lo bailado. Pero la
muerte sí lo quita y, lo que es peor, lo bailado puede ser un lastre que empuje
al abismo (Mt 7:13; Lc 12:19,20).
v Cuanto más amamos a una persona, más estamos
dispuestos a escucharla y a seguir sus consejos (Ex 18:19,24). En cambio, la
indiferencia y el odio nos cierran los oídos (1R 12:6-8).
v “Los últimos
serán los primeros.” (Lc 13:30) Si
los que ambicionan posiciones de poder en el mundo recordaran esta frase de
Jesús, no se empeñarían tanto en ocupar los primeros puestos.
v Cuando nació Jesús ¿en qué pensaría? ¿Era un bebé
como cualquier otro, o ya era conciente de su misión y de quién era? (Lc 2:7) ¿Cómo
se conjugarían en ese momento lo humano y lo divino?
v La sangre que salva a algunos, condena a otros (Ef
1:7).
v Nosotros tenemos que compartir con otros las luces que
hemos recibido de Dios para que produzcan frutos también en otros.
v El fruto que produzca nuestra acción depende de lo
que tenemos dentro, de lo que la alimenta. Si no es el amor, será un fruto
raquítico. (1Cor 13:1-3)
v Jesús está en el hombre y en la mujer pobres que
tocan a mi puerta. Viene disfrazado de mendigo. ¡Cuántas veces lo habré tratado
mal sin darme cuenta! (Mt 25:42-45)
v Los hombres creen que las cosas que tienen les
pertenecen, cuando les han sido confiadas por un tiempo para que las administren
(Mt 25:14-30). Si supieran que son de Dios y, por tanto, en principio, de
todos, estarían más dispuestos a compartirlas.
v ¿Cómo puede nadie ser santo si cree ser algo en el
Reino? ¿Si estima que tiene un ministerio importante, o si cree (se imagina)
que Dios lo ha llamado a grandes cosas? Claro que Dios llama a muchos a grandes
cosas, pero no a quienes creen que es por sus grandes méritos (2Sm 7:18), y que
en sus propias fuerzas lo pueden lograr.
v Cuanto menos nos creamos –sinceramente- más recibiremos
de Dios. Él abomina la presunción (1P 5:5b).
v ¡De cuántas maneras podemos traducir el amor que
hemos recibido de Dios en obras, palabras y gestos que bendigan a nuestros
semejantes! Ya una sonrisa es bastante, pero no basta, si se me permite la
paradoja.
v ¡De cuántas cosas inútiles estamos llenos! Pero no
sólo de lo inútil, también de lo innecesario debemos despojarnos. ¡Y cuántas de
nuestras palabras son vanas! De todas ellas daremos algún día cuenta (Mt
12:36,37). “En las muchas palabras no
falta pecado” dice Proverbios 10:19.
v Si la santidad es contagiosa, la impiedad también lo
es. (1Cor 5:6: Gal 5:9).
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar
de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la
tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo
si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que
desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te
invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a
entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a
expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los
míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y
voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin
merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados
y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava
mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante
quiero vivir para ti y servirte.”
#738 (05.08.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M.
Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218.
(Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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