Por
José Belaunde M.
SI EL SEÑOR
NO EDIFICA LA CASA
COMENTARIO DEL SALMO 127
Introducción: Este salmo forma parte de la colección de quince
salmos “graduales” o de “las subidas” (mahalaj
en hebreo) que siguen al salmo 119 en el Salterio (del 120 al 134). En la Introducción a mi
comentario al salmo 121 (“Alzaré mis Ojos a los Montes” #706), a la cual me
remito, he mencionado algunas de las hipótesis más aceptadas acerca del origen
y uso de la colección. Como se señala ahí, es muy probable que estos salmos
fueran escritos después del exilio. Sin embargo, este salmo lleva el
encabezamiento “para (o de) Salomón”, lo que ha sido interpretado en dos
sentidos: el salmo fue escrito por David para su hijo Salomón, con vistas a la
construcción del templo que él iba a levantar; o fue escrito por Salomón mismo.
No obstante, los encabezamientos que figuran al comienzo de la mayoría de los
salmos no forman parte del texto inspirado, sino que fueron añadidos algún
tiempo después de escritos, y su valor histórico es dudoso.
Según la “Jewish
Study Bible” el salmo se divide en dos partes, la primera, formada por los
vers. 1 y 2, se enfoca en la “casa” y en la “ciudad”; y la segunda (vers. 3 al
5), en los hijos. Ambas partes están conectadas porque “casa” puede ser una
metáfora de “familia” (cf 2Sm 7:11), y “aljaba” puede ser una metáfora de
“casa”, que está llena de “flechas”, es decir, de “hijos”.
Es de notar
que el prócer norteamericano, Benjamín Franklin, se refirió a este salmo es su
discurso a la asamblea reunida para redactar la Constitución de los
EEUU el año 1787, para expresar su convicción de que Dios gobierna todos los
asuntos del hombre, y pedir que todas las sesiones de la asamblea comenzaran
con una súplica al Altísimo pidiendo su ayuda para llevar bien a cabo la
responsabilidad que tenían por delante. ¡Que bueno fuera que las sesiones de
nuestro Congreso, y las de todas sus comisiones y grupos de trabajo comenzaran
con una oración semejante! Eso aseguraría su éxito.
La noción de
que Dios es el origen de todas las cosas, y el garante del buen fin de todos
los esfuerzos humanos, es la tesis principal de este salmo didáctico. Al
respecto cabe recordar el proverbio que dice: “El caballo se alista para el día de batalla, mas Jehová es el que da
la victoria.” (21:31).
1.
“Si el Señor no edifica la casa, en vano
trabajan los que la construyen. Si el Señor no guarda la ciudad, en vano vela
la guardia.”
Lo
que este versículo dice es que todos nuestros esfuerzos serán vanos en todo lo
que emprendamos si es que el Señor no nos apoya, si es que Él no está en lo que
hacemos, si no surge de iniciativa suya. (Nota 1).
Para expresarlo el salmista utiliza dos imágenes
sencillas pero conectadas. La primera es la de la construcción de una casa. Si Él
no es el que la construye, es decir, si no es su voluntad y deseo suyo que se
edifique, son inútiles todos los esfuerzos de los que la levantan, porque no
llegarán a buen término. (2).
La palabra “casa” puede referirse a un palacio, o a
un templo, puesto que el salmo está dedicado, o es atribuido, a Salomón,
constructor de ambos (1Cro 28:10; 29:19). O puede referirse a la casa propia
que uno edifica con esfuerzo. O puede entenderse, en sentido figurado, de una
familia –a la que el Antiguo y el Nuevo Testamento llaman con frecuencia “casa”
(Hch 16:31)- o de una empresa, o del estado mismo.
La segunda imagen es la seguridad de una ciudad. Si
no es Dios el que la guarda, de nada sirve toda la atención que pongan los
vigías que atisban el horizonte para ver si el enemigo se acerca; de nada sirve
el armamento y la preparación de la guarnición que defiende la ciudad. De algún
modo el enemigo los sorprenderá y la tomará, o, aún en tiempos de paz, si Dios
no la preserva, puede sobrevenir una catástrofe que la destruya, como podría
ser un terremoto, o un incendio pavoroso, o una plaga que diezme a sus
habitantes.
De mucha mayor utilidad para la ciudad son los
ángeles que acampan alrededor de ella (Sal 34:7) que un ejército que patrulle
sus murallas.
El pueblo judío tenía alguna experiencia en este
aserto, pues Jerusalén había sido tomada e incendiada por sus enemigos el año
586 AC, pese a todas las medidas que tomaron para defenderse de los babilonios.
Pero también tuvieron la experiencia opuesta, unos 150 años después, cuando
Nehemías reconstruía los muros derribados de la ciudad. Sus enemigos quisieron
impedir la obra (Nh 4:7,8), pero no pudieron, no sólo porque Nehemías
precavidamente había armado a los que edificaban el muro, sino sobretodo porque
Dios guardaba la ciudad (Nh 4:13-18; pero léase todo el capítulo).
2.
“Por demás es que os levantéis de
madrugada, y vayáis tarde a descansar, y que comáis pan de dolores; pues que a
su amado dará Dios el sueño.”
El
autor añade que todos los sacrificios que puedan hacerse negándose el sueño,
trabajando hasta tarde en la noche, y levantándose en la madrugada, son
inútiles; o que se ahorre al máximo en la comida, negándose toda satisfacción
en la mesa, pues no es de esa manera como se obtiene el éxito si Dios no
bendice esos esfuerzos, porque es Él quien lo otorga a quien quiere. ¡Cuántos
ejemplos hay, en efecto, de personas que exigen lo máximo de sus fuerzas,
levantándose temprano y acostándose tarde, sin que lleguen a obtener la ansiada
recompensa en la que ponen tanto empeño! Hay un proverbio que expresa un
pensamiento semejante: “La bendición de
Jehová es la que enriquece, y no añade tristeza con ella.” (Pr 10:22).
La frase: “a
su amado dará Dios el sueño,” alude al dulce descanso del que ha alcanzado
sus metas porque puso en el Señor su confianza, y Él lo ha bendecido (Sal
4:8;Pr 3:24). Pero no es la intención del salmista elogiar la negligencia, o la
pereza que se disfrazan de confianza en Dios, o de piedad, ni menos condenar el
esfuerzo honesto que la Biblia
en otro lugar con mucha razón alaba (Pr 10:4; 31:15,18).
3.
“He aquí, herencia del Señor son los
hijos; cosa de estima el fruto del vientre.”
El
salmista cambia de asunto y dedica los tres últimos versículos del poema al
tema de los hijos. Comienza diciendo que los hijos son herencia del Señor, esto
es, que de Él provienen como un don que Él ha preparado. Así como todo padre
prepara una herencia para sus hijos, de manera semejante Dios prepara para cada
hijo suyo un tesoro que enriquezca su vida en la forma de una descendencia
numerosa que lo alegre y llene de satisfacciones.
La gente suele pensar que los hijos son engendrados
y nacen simplemente por un proceso natural en el que Dios no interviene. Pero
el Salmo 139 dice: “Porque tú formaste
mis entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi madre.” (v. 13). Es Dios
quien da la vida y el alma a cada ser humano que viene al mundo. Si Él no
estuviera presente en la concepción, no nacería ninguna criatura. Es bueno que
reconozcamos con el apóstol Santiago que también en el caso de la vida “toda buena dávida… desciende de lo alto.”
(St 1:17)
¿Y qué diremos de los hijos que nos causan dolores
de cabeza, sea por su conducta o por su mala salud? Esa es una realidad que no
podemos negar. Muchas veces lo primero ocurre por deficiencias en la educación,
lo cual es con frecuencia responsabilidad de los propios padres, o por el mal
ejemplo que brinda el entorno, o es simplemente consecuencia de la corrupción
de la naturaleza humana causada por el pecado, especialmente en el caso de las
enfermedades de la infancia, que suelen ser causa de tanta preocupación para los
padres.
El verso paralelo llama a los hijos “fruto del vientre”. Es el mejor
calificativo que se les podría dar. Los árboles dan frutos que deleitan y
alimentan al hombre; el vientre de la mujer produce frutos igualmente
deleitables que son algo de mucha estima.
¿Qué padre no se deleita en el hijo pequeño que le
ha dado su esposa? La criatura pequeña es la alegría de sus padres (y abuelos)
que observan embobados sus mohines, sus menores gestos, sus caprichos y su llanto. No hay ser humano, me atrevería
a decir, que a esa edad no haya sido encantador. Hasta los cachorros de las
fieras son simpáticos.
Pero no sólo a esa edad temprana son los hijos
motivo de satisfacción para sus padres. También lo son cuando crecen y toman
parte en la vida familiar, tal como afirma poéticamente el salmo 128: “Tu mujer será como vid que lleva fruto a
los lados de tu casa; tus hijos como renuevos de olivo alrededor de tu mesa.” (v.
3).
4.
“Como saetas en mano del valiente, así
son los hijos habidos en la juventud.” (3)
El
salmista emplea una imagen tomada de la guerra: los hijos que se tienen en la
juventud son como flechas en mano del arquero. Esto es, le permiten alcanzar lo
que desea, eliminando o atemorizando a los que quieran oponerse a sus planes.
Esta comparación supone una gran unidad familiar, pues implica que los hijos
son solidarios con sus padres. El padre que tiene hijos que lo secunden y lo
apoyen puede estar orgulloso de ellos. Ellos son el instrumento mediante el
cual él se defiende y se impone en el mundo frente a sus rivales. El que no
llenó temprano su aljaba de ellos, es decir, el que no los engendró cuando era
joven, no los tendrá consigo más tarde cuando los necesite. (4)
Por eso dice a continuación:
5.
“Bienaventurado el hombre que llenó su
aljaba de ellos; no será avergonzado cuando hablare con los enemigos en la
puerta.” (5)
Las
familias numerosas son un baluarte frente al mundo, frente a los peligros que
esconde, y a las rivalidades y enemistades porque, siendo muchos, tienen cómo
defenderse y apoyarse mutuamente. De ahí que la Biblia diga con frecuencia
y de diferentes maneras, que tener muchos hijos es una prueba del favor de
Dios.
Pero de poco servirían contra el enemigo esas
flechas si estuvieran torcidas y no derechas. Es el buen ejemplo y la educación
basada en los principios de la
Escritura , la que asegura que los hijos crezcan como troncos
derechos y no torcidos.
En nuestro tiempo los padres no llenan su aljaba de
numerosas flechas. Más bien, al contrario, procuran tenerlas semivacías. Hay
muchas razones para ello. Algunas justificadas por el alto costo de la vida y
de la educación de los hijos. Pero muchas veces es por puro egoísmo. Desean
estar libres de las cargas, responsabilidades y ataduras que representan los
hijos, pero también en muchos casos, por falta de fe en que Dios provee.
Olvidan que cuando los padres se aman los hijos
suelen crecer más sanos y felices en las familias grandes que en las pequeñas.
Las familias numerosas cristianas son en realidad remansos de felicidad y baluartes
de fuerza cuando son unidas. Si han sido bien educados, los hijos serán algún
día motivo de orgullo y no de vergüenza para sus padres.
La frase “No
será avergonzado”, según el comentarista Aben Ezra (siglo XII), se refiere en
concreto a los padres y a sus hijos. En la antigüedad se honraba a los que
tenían muchos hijos. Así por ejemplo, los romanos preferían a sus ciudadanos
que daban más hijos a su patria, que a los que le daban menos; e igual hacían
los persas (Est 5:11).
“Cuando
hablare…” porque sus
hijos los defenderán cuando tengan que presentarse ante los tribunales (Véase
Nota 5), o ante la opinión pública. ¿Y por qué no aplicar también esa frase a
los discípulos de Cristo que defienden su causa contra los enemigos de la fe? (6)
Notas:
1. Un buen ejemplo de este aserto,
referido a toda construcción en general, es el de la torre de Babel que fue
abandonada inconclusa por sus audaces constructores, porque Dios no estaba con
ellos (Gn 11:8).
2. Bellarmino comenta sobre este versículo: “Estas
palabras están también dirigidas a los ministros de la iglesia quienes, al
predicar la palabra de Dios, tratan de atraer las almas a Él y con ellas
levantar un templo para el Señor, esto es, la misma iglesia, como escribe
Pablo: ‘¿No sabéis que sois templo de
Dios?’ (1Cor 3:16). Poco antes él había también escrito: ‘Yo como perito arquitecto puse el
fundamento, y otro edifica encima’ (v. 10). Pero a menos que el arquitecto
principal esté presente, el cual dijo: ‘Sobre
esta roca edificaré mi iglesia.’ (Mt 16:18) en vano construirán los hombres
y predicarán los ministros porque, como el Señor mismo dijo: ‘Separados de mí nada podéis hacer.’ (Jn
15:5) (Traducido libre del inglés).
3.
Hay un proverbio chino que dice: “Cuando nace un niño en la familia se cuelga
un arco y una flecha en la puerta”.
4.
Los hijos tenidos en la juventud son en cierta forma cumplimiento de la
exhortación que hace Pr 5:18,19.
5.
En la antigüedad las explanadas que solía haber delante de las puertas de las
ciudades eran el lugar donde se realizaban las transacciones comerciales
importantes, y donde se sentaban a juzgar los ancianos (Dt 25:7; Rt 4:1-4).
6.
Los tres últimos párrafos están basados en el comentario de J. Gill.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar
de la presencia de Dios, yo te animo a hacer la siguiente oración:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a
expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los
míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y
voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin
merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados
y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava
mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante
quiero vivir para ti y servirte.”
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