Por José Belaunde M.
EL ALBOROTO EN ÉFESO II
Un Comentario al libro de Hechos 19:31-41
31. “También algunas de las autoridades de
Asia, que eran sus amigos, le enviaron recado, rogándole que no se presentase
en el teatro.”
Es
interesante que el texto agregue que algunas autoridades de la ciudad, los
llamados “asiarcas”, que eran amigos de Pablo, se preocuparon por su seguridad.
¿Quiénes eran estos asiarcas? Eran personas notables de las ciudades de la
provincia, entre las cuales se elegía a los sumos sacerdotes del culto al
emperador que se celebraba en la ciudad de Pérgamo (Ap 2:12) y que estaban
además encargados de supervisar los juegos públicos. ¿Por qué le tendrían
simpatía a Pablo? Quizá alguno de ellos había sido tocado por su prédica,
aunque es más probable que ellos vieran en Pablo a un aliado de sus propósitos,
porque el culto a Diana competía con el culto al emperador del que ellos eran
responsables. Ésta ciertamente no es más que una hipótesis para explicar una
amistad que parece sorprendente, ya que el culto al Dios verdadero era un rival
mucho más poderoso del culto al emperador, (que era un simple hombre) como se vería
patentemente en las décadas siguientes cuando empezaron las persecuciones de los
cristianos.
El teatro mencionado aquí en el cual la multitud se congregó (y cuyas
espléndidas ruinas pueden admirarse todavía), no era un edificio techado como
los que nosotros conocemos, sino un anfiteatro, es decir, una construcción
semicircular sin techo en forma de abanico, con gradas escalonadas que podían
llegar a dar asiento hasta a unos 25,000 concurrentes. Su forma aconchada
permitía que la voz de una persona situada abajo en el centro del escenario
pudiera escucharse con facilidad en las graderías. Ese teatro –o más propiamente,
anfiteatro- era pues un punto natural de reunión del pueblo.
32. “Unos, pues, gritaban una cosa, y otros
otra; porque la concurrencia estaba confusa, y los más no sabían por qué se
habían reunido.”
¡Qué
bien describe este versículo la confusión reinante! Una buena parte de los que
habían concurrido al teatro habían ido porque vieron que la multitud corría a
ese lugar y se sumaron a ella, pero no sabían cuál era el motivo que los
convocaba. Y como no sabían cuál era la causa de la asamblea, en su ignorancia decían
una cosa y se contradecían unos a otros. Podemos imaginar que en las
discusiones que surgieron en medio de la confusión algunos podrían llegar a las
manos. El asunto sería ocasión de risa si no fuera porque las grandes
aglomeraciones de gente exaltada pueden derivar fácilmente en violencia.
33.
“Y sacaron de entre la multitud a
Alejandro, empujándole los judíos. Entonces Alejandro, pedido silencio con la
mano, quería hablar en su defensa ante el pueblo.”
Los
judíos de la ciudad que, como la mayoría, habían acudido al teatro intrigados
por lo que sucedía, cuando comprendieron cuál era la causa del descontento de
la multitud, percibieron que la furia colectiva podría volverse contra ellos,
ya que era sabido que ellos tampoco reconocían a los ídolos como dioses. Uno de
ellos, Alejandro, empujado por sus correligionarios, quiso dirigirse a la
multitud posiblemente para deslindar responsabilidades, puntualizando que ellos
no pertenecían al grupo de los cristianos que había provocado el furor de los
devotos de la diosa.
34.
“Pero cuando le conocieron que era judío,
todos a una voz gritaron casi por dos horas: ¡Grande es Diana (esto es,
Artemisa) de los efesios!” (Véase la Nota
1 del artículo anterior, la siguiente Nota 1).
Sin
embargo, la multitud no distinguía entre cristianos y judíos. ¿Acaso los
cristianos no eran también judíos? Al menos lo eran Pablo y algunos de sus
colaboradores. En todo caso, tanto los judíos como los cristianos no rendían
culto a la diosa que veneraba la ciudad, y podían ser considerados igualmente
responsables del ataque a la preeminencia de la diosa.
Como consecuencia, como para revindicar sus sentimientos
ofendidos y el prestigio de su diosa, la multitud se puso a gritar en coro: “Grande es Artemisa de los efesios”, -como
dice el texto griego- durante dos horas.
35,36.
“Entonces el escribano, cuando había
apaciguado a la multitud, dijo: Varones efesios, ¿y quién es el hombre que no
sabe que la ciudad de los efesios es guardiana del templo de la gran diosa Artemisa,
y de la imagen venida de Júpiter? Puesto que esto no puede contradecirse, es
necesario que os apacigüéis, y que nada hagáis precipitadamente.”
El
secretario de la ciudad –o escribano, según la versión RV 60 (2)- era el
funcionario local más importante y constituía el nexo entre el gobierno
democrático de la ciudad y el procónsul romano que representaba al poder
imperial. De producirse un desorden grave, él hubiera sido considerado
responsable por las autoridades romanas.
El discurso que él dirige a la multitud enfurecida, tal como lo
transmite Lucas, es un modelo de habilidad oratórica, pues él comienza
halagando los sentimientos de patriotismo local de la multitud: ¿Quién no sabe
que nuestra ciudad es guardiana del templo de la gran diosa Artemisa cuya
imagen había caído del planeta Júpiter? (Zeus
es su nombre griego). Estos son hechos que no pueden negarse porque son
demasiado evidentes y conocidos de todos. Entonces ¿por qué os inquietáis
corriendo peligro de cometer alguna injusticia por apresuramiento?
37.
“Porque habéis traído a estos hombres,
sin ser sacrílegos ni blasfemadores de vuestra diosa.”
Estos
hombres a los que acusáis no han cometido ningún crimen contra nuestra venerada
diosa. Posiblemente el secretario, o escribano, alude al hecho de que al predicar
en Éfeso acerca de la vanidad de los ídolos, Pablo prudentemente se guardaba
bien de mencionar de manera directa el templo de Artemisa y el nombre de la
diosa favorita de la ciudad. Su predicación era esencialmente evangelística, dirigida
a la conversión de las personas, y nunca pretendió alterar el orden
establecido.
38.
“Que si Demetrio y los artífices que
están con él tienen pleito contra alguno, audiencias se conceden, y procónsules
hay; acúsense los unos a los otros.”
Si
Demetrio y los de su oficio tienen alguna queja que presentar para eso están
los tribunales legalmente instituidos. Soliciten una audiencia y aboguen, o
acusen, a quienes ellos consideran que los perjudican.
El hecho de que Lucas diga en plural “procónsules hay”, es una prueba de la historicidad de su relato,
pues en ese tiempo preciso el cargo de procónsul estaba vacante porque Marcus Julius
Silanus había sido envenenado por instigación de Agripina, la madre de Nerón. Mientras
se nombraba a un sucesor sus funciones fueron desempeñadas por dos funcionarios
transitorios.
39-41.
“Y si demandáis alguna otra cosa, en
legítima asamblea (3) se puede
decidir. Porque peligro hay de que seamos acusados de sedición por esto de hoy,
no habiendo ninguna causa por la cual podamos dar razón de este concurso. Y
habiendo dicho esto, despidió la asamblea.”
Él
concluye su discurso haciendo notar a la multitud que su reunión improvisada no
constituía una asamblea legal legítima, y
que, por tanto, la ciudad podía ser acusada de sedición por los romanos,
que eran muy celosos del orden público.
Eso podría traer serios perjuicios a la ciudad que gozaba de
algunos privilegios concedidos por las autoridades imperiales y que podían
serles revocados.
Con estas palabras inteligentes y sensatas él logró que la muchedumbre
se retirara pacíficamente.
Se ha observado que el relato que Lucas hace de la estadía de
Pablo en Éfeso es como una selección de cuatro viñetas, o episodios destacados
que él describe con cierto detalle (4), pero que omite muchas de las cosas que
deben haber ocurrido durante la larga estadía de Pablo ahí. Eso es comprensible
dado que él no estuvo con Pablo en esa ciudad y que debe haber escrito su
relato en base al testimonio de terceros que inevitablemente era fragmentario.
Entre los eventos ocurridos en Éfeso que Lucas no menciona está
lo sugerido por la frase enigmática que figura en 1Cor 15:32: “Si como hombre batallé contra fieras en
Éfeso ¿qué me aprovecha?” (es decir, implícitamente, si los muertos no
resucitan). Esta frase apunta a una situación en que la vida de Pablo debe
haber corrido grave peligro en manos de enemigos encarnizados. No se refiere al
episodio ocurrido en el teatro porque ahí la vida de Pablo no estuvo en
peligro. ¿Guarda esa frase alguna relación con las que figuran en 2Cor 1:8-10: “…no queremos que ignoréis acerca de nuestra
tribulación que nos sobrevino en Asia; pues fuimos abrumados sobremanera más
allá de nuestras fuerzas, de tal modo que aun perdimos la esperanza de
conservar la vida, etc.…”? Si
estas frases no se refieren a alguna enfermedad grave ¿se trataría de un
peligro de muerte a manos de sus adversarios judíos en la ciudad? Recuérdese
que la grave acusación hecha contra él en Jerusalén algún tiempo después, provino
de “judíos de Asia”, (es decir,
probablemente de Éfeso), que lo odiaban a muerte (Hch 21:27).
¿En qué ciudad sino en Éfeso puede haber ocurrido el incidente
en el que Aquila y Priscila arriesgaron la vida por Pablo? (Rm 16:3,4) Tiene
que haber sido una situación muy grave.
Pablo alude también en 2Cor 11:23-27 a las muchas penalidades
que tuvo que afrontar a causa del Evangelio, entre las que menciona haber
estado preso muchas veces. ¿No habrá sido una de ellas en Éfeso? ¿No sería en
esta ciudad, y en una de esas ocasiones, cuando sus parientes Andrónico y
Junias fueron sus compañeros de prisión? (Rm 16:7). (5)
Estas preguntas nos muestran cuántas cosas ignoramos de la
accidentada vida de Pablo que no han sido descritas en Hechos, y de las muchas pruebas
por las que tuvo que pasar -y que no conocemos- para llevar a cabo la misión
que el Señor le encomendara de llevar el Evangelio a las naciones. (Hch 9:16).
Notas:
1. Vale la pena señalar que el gran poeta alemán Goethe (1749-1832), admirador
del paganismo escribió un poema titulado “Grande es Diana de los Efesios”, y
que él se consideraba (figuradamente) a sí mismo como uno de los artífices
efesios, admiradores del templo de la diosa. (Este dato está tomado del 3er
tomo del Comentario del NT escrito por Jamieson, Fausset y Brown, que contiene
edificantes reflexiones sobre este episodio de Hechos.)
2.
Grammateus. Esta es la misma palabra
que en los evangelios y en varios pasajes de Hechos es traducida como
“escriba”.
3.
Es ilustrativo para nosotros que la palabra ekklesía
que Lucas emplea aquí, para designar una asamblea cívica que se reunía
regularmente tres veces al mes para discutir y decidir asuntos de la ciudad,
sea la misma palabra que solemos traducir como “iglesia”.
4.
Ellos son el encuentro con los doce discípulos del Bautista, las discusiones de
Pablo en la sinagoga de la ciudad, su enfrentamiento con los siete exorcistas
hijos de Esceva, y el alboroto en el teatro que comentamos.
5.
En las afueras de la ciudad hay unas ruinas conocidas como la “Prisión de San
Pablo”, y existe una antigua tradición según la cual él estuvo preso en Éfeso.
UN PABLO CONTEMPORÁNEO.
Nosotros vivimos en un país y en una sociedad que goza de
libertad religiosa y en la que hoy felizmente nadie es perseguido por difundir
sus creencias o por predicar. Por eso quizá nos cueste imaginar que haya países
en donde los que tal hacen corren grave peligro y son cruelmente atormentados.
Eso ocurre, entre otros países asiáticos, en Nepal, pequeña república –hasta
hace poco monarquía- al pie del Himalaya. El episodio que reproduzco a continuación
(y que está tomado del libro “Revolution in World Missions” del evangelista hindú
K.P. Yohannan) nos muestra el caso de las penalidades sufridas por alguien que,
salvadas las epístolas, podría ser llamado un Pablo de nuestro tiempo.
Un misionero nepalés
estuvo preso en 14 diferentes prisiones entre los años 1969 y 1975. De esos 15
años, 10 estuvieron marcados por la tortura y el ridículo a causa de su empeño
en predicar el Evangelio a su pueblo. Su terrible odisea comenzó cuando bautizó
a nueve personas y lo arrestaron por ese motivo. Los nueve convertidos, cinco
hombres y cuatro mujeres, fueron también arrestados y condenados a un año de
prisión. Él fue condenado a seis años de cárcel por haberlos bautizado.
La
prisión en la que fueron encerrados era literalmente un mazmorra de muerte. 25
personas confinadas en un cuarto pequeño sin servicios higiénicos ni
ventilación. El hedor era tan terrible que los que entraban se desmayaban al
poco rato.
El
lugar donde el hermano P. y sus compañeros fueron encerrados estaba saturado de
piojos y cucarachas. Los prisioneros dormían en el piso de tierra. Ratas y
pericotes les mordían los dedos de manos y pies por la noche. En invierno no
había calefacción y en verano no había ventilación. Como comida los prisioneros
recibían una taza de arroz al día, pero tenían que encender un fogata en el
suelo para cocinarla. El cuarto estaba constantemente lleno de humo porque no
había chimenea. Dado lo inadecuado de la alimentación la mayoría de los
prisioneros se enfermaron gravemente, y el hedor de su vómito se mezclaba con
los otros olores pútridos. No obstante, ninguno de los cristianos
milagrosamente se enfermó durante el año.
Cumplida
su sentencia los nueve creyentes fueron puestos en libertad. Entonces las
autoridades decidieron quebrar al Hno. P. Le quitaron su Biblia; le encadenaron
manos y pies, y luego lo forzaron a entrar por una puerta baja en un minúsculo
cubículo que anteriormente había sido usado para depositar los cadáveres de los
prisioneros muertos mientras sus familiares los reclamaban.
El
carcelero predijo que en esa húmeda oscuridad el Hno. P. iba a perder la razón
en pocos días. El cuarto era tan pequeño que él no podía ponerse de pie ni
estirar su cuerpo en el piso. No podía encender fuego para cocinar su ración
por lo que otros presos le deslizaban algo de comida bajo la puerta para que
sobreviviera.
Los
piojos mordían su ropa interior pero él no podía rascarse a causa de las
cadenas, que pronto le ajustaron muñecas y tobillos hasta los huesos. En invierno
casi murió congelado varias veces. No podía distinguir el día de la noche, pero
cuando cerraba sus ojos Dios le hacía ver las páginas del Nuevo Testamento.
Aunque le habían quitado su Biblia él todavía podía leerla en la más absoluta
oscuridad. Eso lo sostuvo mientras padecía esa tortura terrible. Durante tres
meses no se le permitió hablar con ninguna persona.
El
Hno. P. fue transferido a muchas otras prisiones. En cada una de ellas él
compartía su fe con los guardias y los otros presos.
Aunque
el Hno. P. siguió entrando y saliendo de la cárcel siempre se negó a fundar
iglesias secretas. “¿Cómo puede un cristiano quedarse callado?”, preguntaba.
“¿Cómo puede una iglesia pasar a la clandestinidad? Jesús murió públicamente
por nosotros. No trató de esconderse cuando lo llevaban a la cruz. Nosotros
tenemos también que hablar osadamente de Él sin importarnos las consecuencias.”
Amado lector: Si tú no estás seguro
de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy
importante que adquieras esa seguridad,
porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria.
Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus
pecados, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a
expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los
míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y
voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo.
Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo
el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis
pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante
quiero vivir para ti y servirte.”
#732 (24.06.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José
Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel
4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). DISTRIBUCIÓN GRATUITA.
PROHIBIDA LA VENTA.
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