Por José
Belaunde M.
El libro de los Hechos nos narra en su capítulo 12
(del vers. 1 al 19) cómo Pedro fue liberado de la cárcel por medio de la
intervención de un ángel. Más allá de su interés histórico ese episodio
encierra un significado espiritual muy instructivo que vamos a examinar en las
próximas líneas.
Ese capítulo cuenta cómo el rey Herodes --no el
Herodes que quiso matar al niño Jesús y ordenó la matanza de los niños de Belén;
ni su hijo, Arquelao, que gobernaba cuando nació Jesús; ni tampoco su otro hijo,
Herodes Antipas, que reinaba cuando Jesús fue crucificado; sino Herodes Agripa,
nieto del primero y sobrino de los segundos, que tuvo un final terrible,
narrado a continuación del episodio que nos ocupa (Hch 12:20-23). Este Herodes
pues, cuarto en la línea de los reyes de Judea que llevan ese nombre, para
congraciarse las simpatías de las autoridades judías, ordenó matar a Santiago, o
Jacobo, no el hermano del Señor sino hermano del apóstol Juan, llamado Boanerges
(Mr 3:17), uno de los hijos del trueno (Nota 1).
Dado el buen resultado que obtuvo con ese martirio a
los ojos de parte del pueblo, Herodes quiso hacer lo mismo con el apóstol
Pedro. Para ello ordenó meterlo en prisión y tenerlo fuertemente custodiado,
para que no se escape (2).
Entretanto la Iglesia de Jerusalén, afligida, oraba por él.
El texto sagrado dice así: "Aquella misma
noche estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, sujeto con dos cadenas, y los
guardias delante de la puerta custodiaban la cárcel. Y he aquí que se presentó
un ángel del Señor y una luz resplandeció en la celda; y tocando a Pedro en el
costado, le despertó diciendo: 'Levántate pronto'. Y las cadenas se le cayeron
de las manos." (Hch 12:6,7).
Si miramos más allá del significado literal,
histórico, del relato a lo que los hechos y personajes representan simbólicamente, podemos ver que Pedro es aquí
figura del hombre que vive alejado de Dios, prisionero de la carne y de los
atractivos del mundo, que está ciego espiritualmente, teniendo el entendimiento
entenebrecido por el velo del error. Y he aquí que, atravesando las paredes de
esa cárcel espiritual, se le acerca un ángel compasivo. "Ángel"
quiere decir "mensajero", alguna persona con carga por los perdidos que
le trae las buenas nuevas del Evangelio, de la palabra de Dios, al pecador.
Al acercarse esa persona al extraviado y hablarle,
brilla una luz en medio de la oscuridad en que se halla encerrado el hombre: la
luz de Cristo que "resplandece en medio de las tinieblas" (Jn
1:5). De ese Jesús que dijo de sí mismo: "Yo soy la luz del mundo; el
que me siga de ninguna manera andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la
vida." (Jn 8:12).
El ángel, dice la Escritura, le toca el costado,
donde está el corazón, que, simbólicamente es el centro de la vida emocional y
mental del individuo, el asiento de sus pensamientos y sentimientos. El corazón
del hombre alejado de Dios está tan ajeno a las realidades espirituales y tan
dormido espiritualmente como lo estaba Pedro físicamente, cansado por las
privaciones y el hambre. Y el ángel le dice: "¡Despierta! ¡Levántate! ¡Resurge
a la vida!"
Tan pronto como el pecador oye la voz del que lo
llama y se despierta, obedece y se levanta, se le caen de las manos las cadenas
que le ataban. Las cadenas del pecado, de los vicios, del orgullo y de la
ignorancia espiritual. Así como Pedro estuvo libre en ese momento, el pecador
está libre a partir de ese instante para caminar y moverse. Jesús dijo: "Si
el Hijo os libertare seréis verdaderamente libres" (Jn 8:36).
Continúa la Escritura: "Le dijo el ángel:
'Cíñete y cálzate las sandalias. Y lo hizo así. Y le dijo: 'Envuélvete en tu
manto y sígueme'" (v. 8).
El ángel le da a Pedro una orden cuádruple: 1)
Cíñete; 2) Cálzate; 3) Envuélvete en tu manto; y 4) Sígueme.
Pienso que toda persona familiarizada con el significado
de las Escrituras entenderá el sentido espiritual de estas instrucciones.
Cuando le dice: "Cíñete", está hablando de ajustarse la cintura con
el cinturón de la verdad (Ef 6:14a), que nos hace libres, como se ajustaban los
antiguos la ropa ancha con un cinto para poder moverse con libertad. Por eso
"ceñirse los lomos" en las Escrituras es sinónimo de estar listo,
dispuesto.
Cuando le dice: "cálzate", se está
refiriendo a las sandalias "del evangelio de la paz" (Ef
6:15), que le ayudan a caminar apoyando los pies firmemente en el suelo y no caerse.
El calzado, a la vez fuerte y ligero, que llevaban puestos los soldados era una
parte importante de su apresto (o uniforme, como diríamos hoy) porque le
permitía pararse y correr con seguridad, sin peligro de ser herido por las
piedras y objetos filudos del camino.
Es interesante que Dios le diga a Moisés en el desierto que se quite el calzado (Ex 3:5), y
que a Pedro le diga lo contrario: "cálzate". Para entrar en la
presencia del Señor debemos quitarnos el calzado que está contaminado con la
suciedad del mundo, es decir, purificarnos. Para salir al mundo nos calzamos con
el Evangelio de la paz para poder pisar seguro y fuerte.
El manto con que Pedro debe envolverse puede
interpretarse de dos maneras diferentes, aunque afines. En primer lugar, el
manto es la sangre de Cristo que nos cubre y nos limpia todas nuestras manchas.
En segundo lugar, el manto es el hombre nuevo con que el cristiano debe
vestirse una vez que ha arrojado de sí las cadenas del antiguo, que lo ataban
al pecado (Ef 4:22-24). El hombre nuevo, sabemos, es la naturaleza regenerada,
nacida de lo alto por obra de la Palabra de Dios y que ha de ir desarrollándose
y creciendo.
Por último el ángel le dice: "Sígueme". Esa palabra es la que Jesús les dice a todos
aquellos que han escuchado su voz con oídos abiertos y han creído en Él.
"Sígueme" es el llamado del Buen Pastor a sus ovejas que se hallan
extraviadas, pero que reconocen su voz. "Sígueme" es la voz del
Galileo que continúa resonando todavía en nuestros oídos: "El que
quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame."
(Mt 16:24).
Prosigue la Escritura: "(Pedro) saliendo le
seguía, pero no sabía si era verdad lo que hacía el ángel, o si estaba viendo
una visión." (v.9).
Al comienzo el hombre recién regenerado no atina a
entender bien qué es lo que le ocurre. Duda si es verdad o un engaño de su
fantasía, o autosugestión, esa paz, esa alegría que le embarga; esa nueva
esperanza que brilla en su alma. Le parece que lo que experimenta es demasiado
bello para ser verdad.
Y sigue el relato: "Cuando pasaron la
primera y la segunda guardia, llegaron a la puerta de hierro que daba a la
ciudad, la cual se abrió sola y salieron; avanzaron por una calle y, de pronto,
el ángel desapareció." (v.10).
El hombre recién renacido debe superar diversos
obstáculos que se oponen al goce pleno de su nueva libertad, y que corresponden
a la primera y segunda guardia. Ellos son el espejismo de su mente engañada por razones
sutiles, que lo tuvo sugestionado tanto tiempo y del que todavía no acaba de
librarse; y la atracción del mundo que ahora deja, pero que aún a ratos
seductoramente le reclama: "Ven a mis brazos, querido, y gocémonos como
antes."
Cada persona tiene barreras internas diferentes, de
acuerdo a su personalidad y al camino que ha recorrido en la vida. Para unos
pueden ser conocimientos pretendidamente ocultos que lo tenían fascinado, o la
suficiencia que otorga el dinero, o viejos resentimientos con sus padres o
hermanos, etc. Hay tanta variedad de ataduras.
Pero más allá de esos obstáculos comunes que los
asedian, todos suelen tener una barrera personal más difícil de superar que las
otras, una verdadera puerta de hierro que les cierra la salida de la prisión en
que se hallan y que amenaza frustrar su libertad recién ganada. Para unos puede
ser un vicio degradante, o un mal hábito muy pernicioso. Para otros puede ser
el amor desordenado al dinero, o la atracción del sexo, o el alcohol o las
drogas; o el ansia excesiva de figuración social o de poder. Cada cual tiene su
talón de Aquiles al cual el diablo puede apuntar una flecha certera. Pero,
siguiendo fielmente a la voz del que los llama, todos pueden atravesar esas
barreras, aun las más férreas, y alcanzar la libertad plena.
Cuando el hombre nacido de nuevo ha pasado por la
última puerta y gana la calle, es decir,
cuando ha madurado, ya no tiene necesidad de la ayuda cercana y constante que
lo ha acompañado hasta ahora, como a Pedro el ángel, que lo ha guiado y
protegido como a un bebito que empieza a caminar. Ahora él está librado a sí
mismo. Ya ha crecido como cristiano y tiene que caminar con sus propios pies,
aunque no esté realmente solo, pues el Espíritu no deja de acompañarlo y
guiarlo.
Finalmente la Escritura dice: "Entonces
Pedro, volviendo en sí, dijo: 'Ahora sé verdaderamente que el Señor ha enviado
su ángel y me ha arrebatado de la mano de Herodes y de todo lo que el pueblo de
los judíos esperaba." (v.11)
Una vez afianzado en la fe y más seguro de sí, el
pecador convertido comprende que lo que le ha ocurrido no es un sueño irreal
sino la más maravillosa realidad. El ha pasado de muerte a vida (Jn 5:24); del
reino de las tinieblas al reino de la luz (1P 2:9). Ha sido librado de las
cadenas del mundo que lo retenían con sus atractivos.
Herodes representa al mundo y al poder engañoso de
las cosas visibles que lo tenían capturado con sus halagos en una prisión
dorada pero inflexible. Pedro escapó a la sentencia del rey impío que quería
cortarle la cabeza. El pecador escapa de la condenación eterna que le esperaba
al final de su vida.
Este corto relato describe simbólicamente el
itinerario espiritual que han seguido en principio todos los convertidos,
cuando escucharon la palabra de Dios y
no fueron rebeldes a ella, sino que obedecieron a su llamado. Hay, sin embargo,
quienes escuchan la voz del que los llama, pero prefieren permanecer en la
cárcel de su situación presente, de su error y de su engaño, de los vicios y
del pecado, sea porque no creen posible alcanzar la libertad, sea porque esa
cárcel tiene para ellos atractivos inconfesados que no quieren dejar. Prefieren
la prisión a la libertad, la comodidad del momento al riesgo futuro, como los israelitas
que querían retornar a Egipto (Ex 14:12; Nm 14:3,4). Son ciegos u ociosos
engreídos que caminan por la ruta ancha y cómoda del pecado, cuyo fin es la
muerte eterna.
Demos gracias a Dios si por su gracia nosotros no
nos contamos entre ellos, si hemos escapado de la perdición que nos amenazaba.
Pero si fuéramos del número de los primeros que aún resisten al llamado,
démonos vuelta inmediatamente y dirijamos nuestra mirada a Jesús en la cruz,
que tiene sus brazos extendidos para librarnos. El está cerrando el camino que
lleva al abismo. No te escapes de sus brazos que quieren atraerte a su pecho.
No deseches esa salvación que se te ofrece gratuitamente, y que puede ser tuya
con sólo decir: la acepto. "Sí Jesús, yo vengo a tí a pedirte que me
perdones y me salves. No me rechaces. Escóndeme en tu seno"
Notas: (1) El texto dice "agradar a los judíos".
Cuando la palabra "judíos" aparece en el Nuevo Testamento a partir
del Evangelio de Juan, no suele significar todo el pueblo judío de Judea y
Galilea, sino específicamente, los dirigentes judíos que se opusieron a Jesús y
que perseguían a la naciente iglesia. Pablo (Saulo) era al comienzo uno de
ellos.
(2) A Herodes le interesaba mantenerse en buenas
relaciones con las autoridades del templo y de la sinagoga, y hacerse popular,
porque los judíos, en principio, no reconocían su autoridad como legítima y la
toleraban sólo porque les había sido impuesta por los romanos.
NB. Este
artículo fue publicado hace ocho años en una edición limitada después de haber
sido transmitido como charla en una radio local. Lo vuelvo a publicar
nuevamente sin cambios.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando
mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que
adquieras esa seguridad, porque no hay
seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo
Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar
el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el
éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan
importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios
por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como
la que sigue:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a
expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los
míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y
voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin
merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados
y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava
mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y
servirte.”
#728 (27.05.12). Depósito Legal
#2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231,
Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
5 comentarios:
Lo felicito.exelente interpretacion.Dios lo siga iluminando.bendiciones.atte.luis felipe
Gracias .. Dios lo bendiga y siga avanzando
Me encantó salí d muchas dudas y todo tiene mucho sentido Amen Dios le BENDIGA
Muchísimas bendiciones para ti y gracias por explicarme.... gracias a Dios
No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados.
Lucas 6:37
CÓMO EL DIABLO DERRIBA A UN HOMBRE O UNA MUJER DE DIOS
Por favor, lea.
Las 3 primeras armas son:
1. Dinero
2. Orgullo
3. Vida sentimental y la
4ª arma es....
Ahora vamos a nuestra historia para que descubras cuál es la 4ª arma usada por el diablo para destruir a quienes hacen la obra de Dios.
Había un hermano en una iglesia que tenía éxito en todo lo que hacía. Tenía comunión con Dios y andaba en santidad, oraba, ayunaba y leía la Biblia. Adónde él iba, muchas personas se convertían, había sanidades, milagros, etc.
El diablo, al ver eso, hizo una reunión en el infierno y envió al primer demonio, ADULTERIO. Y éste le habló al hermano, diciéndole: ¡Te voy a derribar!
El hermano canceló lo que el demonio le dijo, oró, ayunó, leyó la Biblia, fortaleció su matrimonio, y el demonio se fue.
El diablo convocó una reunión más y resolvió mandar al espíritu de AVARICIA para llenar los ojos del hermano de ambición material.
Nuevamente, el hermano oró, ayunó, leyó la Biblia, sacrificó todo lo que tenía y el diablo cayó por tierra.
Irritado, el diablo envió el espíritu de ORGULLO para llenar el corazón del hermano de orgullo propio.
Pero el hermano oró, ayunó, leyó la Biblia y se humilló delante de Dios. Hasta que una vez más, el diablo cayó por tierra.
El diablo vio que todas sus tentativas habían sido frustradas. Airado, resolvió mandar a aquellos tres demonios a quedarse en la iglesia de aquel hermano para ver dónde él fallaba. Y para allá fueron, a estudiarlo y marcar sus pasos.
Un día, los tres demonios, todavía sin conseguir nada que pudiesen usar contra el hermano, vieron a otro demonio pasar por aquella iglesia. Venía bastante lento y con una apariencia cansada.
Y los tres demonios comenzaron a burlarse de él, “viejo cansado, ¿qué estás haciendo aquí?”
Entonces le preguntaron su nombre, y él los miró de lado, abrió una sonrisa lateral sarcástica y dijo: “¿Mi nombre? Yo soy el espíritu del tiempo. ¿Y ustedes, qué hacen por aquí?”
Y los otros demonios le contaron su misión y cómo habían fracasado hasta ahora.
Enseguida él les dijo a los tres: “Esperen que yo voy a dar orden cuando ustedes deben actuar.”
Y dijo: “No tengan prisa, pues yo sé cómo trabajar”
Y aquel demonio comenzó a actuar sutilmente.
Primero, le quitó tiempo a aquel hermano, llenando su agenda de cosas para hacer.
Asi que, él no tuvo más tiempo para ayunar ni orar, y se enfrió espiritualmente.
Después, le quitó el tiempo que dedicaba a leer la Biblia, y él no oyó más la voz de Dios. Y sin oír la voz de Dios, su comunión se enfrió.
Fue entonces cuando el demonio del tiempo dio la orden para que los otros entren en acción. Y, así, aquel hermano cayó.
El tiempo es la 4ª arma usada por el diablo para enfriar la fe de los que no perseveran.
A veces, él hace que estemos muy atareados. Otras veces, produce un falso sentido de bienestar, hace que las luchas cesen por un tiempo para que nos acomodemos en la fe. Y así es como él nos derriba.
Acuérdese siempre de donde vino, de donde Dios lo rescató y de lo que Dios ha hecho en su vida, para siempre mantenerse en la fe.
El vencedor no es el que comienza, sino el que terminal la carrera 🗣️
Publicar un comentario