Por José Belaunde
M.
PABLO EN ÉFESO I
Un Comentario al libro de Hechos 19:1-9
1,2. “Aconteció que entre tanto que Apolos
estaba en Corinto, Pablo, después de recorrer las regiones superiores, vino a
Éfeso, y hallando a ciertos discípulos, les dijo: ¿Recibisteis el Espíritu
Santo cuando creísteis? Y ellos le dijeron: Ni siquiera hemos oído si hay
Espíritu Santo.”
Después de su
prolongada estancia en Corinto, y de visitar en el curso de su tercer viaje
misionero las ciudades de Galacia del Sur y de Frigia donde posiblemente había
estado antes (Hch 18:23), Pablo vino a detenerse (en la primavera del año 52) un
buen tiempo en Éfeso, ciudad que era un importante centro comercial e
industrial del imperio que albergaba, además, el culto de varias divinidades
paganas, y en donde había estado antes por un corto lapso de tiempo (Hch
18:19-21).
Al llegar a la ciudad encontró a “ciertos discípulos”. Cuando Lucas emplea la palabra “discípulos” él se refiere siempre a
personas que han creído en Jesús. ¿De dónde venían éstos? No se dice. ¿Cómo y
cuándo habían llegado a creer en Jesús? Tampoco se explica (Nota 1). Pablo debe haber
sentido intuitivamente que su conocimiento del “camino” era incompleto, pues
enseguida les pregunta por aquello que para él era una de las gracias
principales que acompañaban a la fe: “¿Recibisteis
el Espíritu Santo cuando creísteis?” Una traducción más exacta sería:
“¿Recibisteis el Espíritu Santo después de que hubisteis creído?” (cf Ef 1:13).
(Esa es una pregunta que cada uno de nosotros debería
hacerse: ¿He recibido yo el Espíritu Santo? ¿Soy guiado por el Espíritu Santo?
¿Vivo yo en el Espíritu y camino en él?)
Recuérdese que cuando Pedro predicó en casa de Cornelio, el
Espíritu Santo se derramó sobre los que escuchaban su sermón y (aunque el texto
no lo diga explícitamente, está implícito) creyeron en lo que él les exponía.
Eso quiere decir que en los primeros tiempos la recepción del Espíritu Santo
solía acompañar al acto de creer (Hch 10:43,44), aunque no ocurriera siempre
necesariamente. Veámoslo:
Si examinamos los casos de fe y conversión que menciona
Hechos, podemos ver, para comenzar, que el día de Pentecostés, después del
sermón de Pedro, unos tres mil hombres creyeron y fueron bautizados (Hch 2:41)
¿Recibieron el Espíritu Santo en ese momento? No se afirma explícitamente, pero
está implícito en Hch 2:38 (cf 1:4) (2).
En Hch 4:1-31 cuando Pedro y Juan, que habían sido llevados
ante el Concilio acusados de predicar a Jesús, fueron soltados después de ser
amenazados si persistían, ellos fueron donde los suyos, y después de contarles
lo que había sucedido, los que estaban congregados empezaron a orar y todos
fueron llenos del Espíritu Santo. A este evento se le ha llamado “el segundo
Pentecostés”, porque los asistentes, que eran sin duda parte de los 120 de Hch
1:15 que estuvieron en el Aposento Alto (Hch 2:1-4) recibieron una segunda
llenura del Espíritu. (Hch 4:31).
Tal como leemos al comienzo del sexto capítulo de Hechos,
cuando empezó a crecer el número de los discípulos, fue necesario nombrar a personas
que atendieran en la distribución de alimentos a las viudas de los creyentes
griegos. Al designar a los siete diáconos, o servidores, a quienes se
encargaría ese trabajo se puso como condición que los elegidos estuvieran “llenos del Espíritu Santo”, lo que haría
suponer que no todos los discípulos lo estaban o que, por lo menos, no todos
demostraban estarlo en la misma medida, sino que había algunos que estaban más
ungidos que otros (Hch 6:1-3).
Al comienzo del capítulo 8, cuando el evangelista Felipe
predica el Evangelio por primera vez en Samaria, el texto dice explícitamente
que los que habían creído en su predicación solamente habían sido bautizados,
pero no habían recibido el Espíritu Santo (Hch 8:14-16), lo cual ocurrió apenas
los apóstoles les impusieron las manos (v.17), con lo cual se da a entender que
eran los apóstoles en particular los que tenían el poder de impartir el
Espíritu Santo.
Eso es confirmado por el episodio del eunuco egipcio que
retornaba de Jerusalén, leyendo al profeta Isaías, y de quien se dice que cuando
Felipe le anunció el Evangelio, el hombre fue bautizado porque creyó que
Jesucristo es el Hijo de Dios, pero no se afirma que recibiera a la vez de
manos de Felipe el Espíritu Santo (Hch 8:37-39).
Sin embargo, cuando Pablo, después de su encuentro
inesperado con Jesús, se encontraba ciego y orando en Damasco, el discípulo Ananías
vino donde él por encargo del Señor, y le impuso las manos para que recobre la
vista y reciba el Espíritu Santo; y enseguida fue bautizado en agua (Hch
9:17,18).
En estas situaciones vemos cómo Dios no actúa según reglas
establecidas, como solemos hacer los seres humanos, porque unas veces se recibe
el Espíritu Santo después de haber sido bautizado en agua, y en otras, antes de
serlo. Y suelen ser los apóstoles los que lo imparten, pero no siempre sólo
ellos.
Adelantándome un poco al comentario del texto que tenemos a
la mano, quiero referirme a la última ocasión en que se menciona en éste al
Bautismo del Espíritu Santo. Eso está en el v. 6, cuando después de haber
bautizado a los discípulos que había encontrado, Pablo les impone las manos y “vino sobre ellos el Espíritu Santo”.
Me gusta mucho esta expresión en particular: el Espíritu Santo vino sobre
ellos, les cayó encima, como algo inesperado, tal como ocurrió en Pentecostés
con los 120 (Hch 2:1-4), y con los gentiles que estaban en casa de Cornelio,
donde el Espíritu Santo “cayó
sobre los que oían el discurso.” (Hch 10:44; 11:15). Recuérdese que eso
ocurrió antes de que ellos fueran bautizados (Hch 10:47,48; 11:16,17; cf 1:5).
Pero la pregunta que hace Pablo a esos discípulos implica
también que él era conciente de que había casos en que, por algún motivo, la
conversión no era siempre seguida inmediatamente por la recepción del Espíritu
Santo. La respuesta de los discípulos debe haber sido también para él una sorpresa
mayor, porque ellos admitieron que no tenían idea de la existencia del Espíritu
Santo.
Esta respuesta plantea un problema porque en los tres evangelios
sinópticos (esto es Mateo, Marcos y Lucas) y en el de Juan, que narran el
bautismo de Jesús por mano de Juan Bautista, se menciona la venida del Espíritu
Santo sobre Jesús en una apariencia corporal como de paloma. Según Mateo esto fue
algo que sólo Jesús habría visto; según Juan también fue visto por el Bautista,
pero habría estado oculto a los ojos de los espectadores. No obstante Juan
Bautista dio testimonio de lo que había visto y de que Jesús era el Hijo de
Dios. Pero adicionalmente, según el evangelista Juan, el Bautista recibió una
revelación especial acerca de la futura recepción del Espíritu Santo por los
creyentes que sería impartida por Jesús (Jn 1:32,33).
El Bautista había recibido pues revelación acerca del
Espíritu Santo, aunque sólo fuera limitada, pero habría que suponer que guardó parte
para sí y no la divulgó toda. Por ese motivo estos discípulos que encontró
Pablo, no sabían nada acerca de la existencia del Espíritu Santo. Esta
suposición es confirmada por la explicación que el propio Pablo dará en Hch 19:.4
acerca del bautismo que practicaba Juan. (3)
3. “Entonces dijo: ¿En qué, pues, fuisteis
bautizados? Ellos dijeron: En el bautismo de Juan.”
Esta nueva
pregunta de Pablo alude a la costumbre de sumergirse en agua como un rito de purificación
que era común en Israel y era practicada por muchos grupos. Los fariseos
bautizaban a sus prosélitos, y los sectarios de Qumram también lo hacían.
La pregunta de Pablo equivale a decir: ¿Con qué grupo, o por
quién fuisteis bautizados? (4) La respuesta fue directa: Fuimos bautizados en el bautismo
de Juan por alguno de sus discípulos (como lo había sido Apolos: Hch 18:25), es
decir, probablemente por uno que tenía un conocimiento deficiente. Entonces
Pablo les dio una explicación clara de lo que ese bautismo significaba y hacia
quién apuntaba:
4. “Dijo Pablo: Juan bautizó con bautismo de
arrepentimiento, diciendo al pueblo que creyesen en aquel que vendría después
de él, esto es, en Jesús el Cristo.”
Juan exhortaba a
los pecadores a confesar sus pecados y a arrepentirse de ellos, y enseguida los
sumergía en agua como señal de que su arrepentimiento era sincero y de que, por
tanto, sus pecados les eran perdonados (Mr 1:4). Cuando él veía que se
acercaban a él hipócritas que carecían de arrepentimiento –personas que, en
realidad, venían a espiar lo que él hacía- les echaba en cara su falsedad y los
rechazaba (Mt 3:7-9).
Pablo les recuerda además que Juan señalaba que después de
él vendría otro, que sería el Mesías, (palabra que quiere decir “ungido”, al
igual que la palabra griega “Cristo”) en quien todos debían creer, y del cual
él era sólo el precursor (Jn 1:26,27).
5. “Cuando oyeron esto, fueron bautizados en
el nombre del Señor Jesús.”
Apenas lo oyeron
esos doce discípulos comprendieron que faltaba algo a su fe y se hicieron
bautizar en el nombre de Jesús. Notemos que este es el único caso en el Nuevo
Testamento de personas que hayan sido rebautizadas. Los apóstoles, por ejemplo,
que habían sido bautizados por Juan (si no todos, ciertamente por lo menos dos de
ellos: Andrés y su hermano Simón Pedro (Jn 1:40,41) no fueron nuevamente
bautizados por Jesús. Al contrario, Jesús mismo no bautizaba, sino dejaba que
sus discípulos lo hicieran por Él (Jn 4:1-3). Nótese que antes de la exaltación
de Jesús el bautismo de Juan y el de Jesús eran esencialmente el mismo
bautismo.
Vale la pena notar que Juan no bautizaba “en el nombre” de alguien. Él, como los
fariseos y los esenios, bautizaba simplemente. Pero desde el inicio (Hch 2:38) los
cristianos empezaron a bautizar “en el
nombre de Jesús”. Este bautismo, una vez muerto y resucitado Jesús, era más
que un bautismo de arrepentimiento y de perdón de pecados. Era una confesión
pública de fe en Aquel en cuyo nombre eran bautizados, y era por ende un
bautismo de regeneración que llevaba a una nueva vida (Rm 6:4).
6,7. “Y habiéndoles impuesto Pablo las manos,
vino sobre ellos el Espíritu Santo; y hablaban en lenguas, y profetizaban. Eran
por todos unos doce hombres.”
Pablo entonces
hace un gesto, que era común en el judaísmo de su tiempo para significar
diversas cosas:
Ordenación (Hch 6:6; 1Tm 4:13,14); encargo de una tarea
(Hch 13:2,3); sanidad (Mr 5:23; 16:18; Lc 13:13; Hch 28:8); pero también, para
los seguidores de Jesús, impartir el Bautismo en el Espíritu Santo (Hch 8:17; 9:17;
Hb 6:2, y el presente pasaje). El Espíritu Santo tomó entonces posesión entera
de los doce, de modo que empezaron a hablar en lenguas –tal como ocurrió en
Pentecostés- y a profetizar. Aunque en el Antiguo Testamento no se conocía el
Bautismo en el Espíritu Santo, y apenas se habla del Espíritu de Dios, sí hay instancias
de personas que, sin ser profetas, movidas por el Espíritu, se ponen a
profetizar (Saúl, por ejemplo: 1Sm 10:6,10), e incluso un profeta pagano a
pesar suyo (Balaam: Nm 23:5-10;17-26; 24:1-9;13-25).
8,9. “Y entrando Pablo en la sinagoga, habló con
denuedo por espacio de tres meses, discutiendo y persuadiendo acerca del reino
de Dios. Pero endureciéndose algunos y no creyendo, maldiciendo el Camino
delante de la multitud, se apartó Pablo de ellos y separó a los discípulos,
discutiendo cada día en la escuela de uno llamado Tiranno.”
Enseguida Pablo,
como era su costumbre, entró en la sinagoga de los judíos y empezó a hablarles
con valor y abiertamente, y con la elocuencia que le daba el Espíritu Santo.
Recuérdese que Pablo ya había visitado antes la sinagoga de Éfeso a su paso
para Jerusalén (Hch 18:19-21). En esa ocasión había encontrado una acogida más
favorable pues sus oyentes le rogaron que se quedara con ellos. Como eso no le fue
posible en ese momento, él les prometió volver. De modo que este retorno suyo a
la sinagoga de Éfeso fue en parte en cumplimiento de su promesa.
¿Cuál era el tema de sus discursos persuasivos? El texto
dice “el reino de Dios”. Podemos
pensar que eso incluía toda la doctrina acerca del sacrificio y muerte de
Cristo, de su resurrección y de su próximo retorno, tal como él lo expone en
sus cartas. Podemos imaginar también que él encontró mucha oposición –o al
menos escepticismo- entre sus oyentes, pues dice el texto que discutía con los
asistentes. Sin embargo, es de notar que antes que él Apolos ya había discutido
con los judíos en la sinagoga, de modo que los asistentes ya habían escuchado,
aunque incompleto, el evangelio del reino (Hch 18:26). ¿Quién sabe si la
exposición de Apolos no habría alertado a los principales de la sinagoga acerca
de este “camino” que se venía difundiendo, y si ellos no habrían solicitado
información acerca de él a sus congéneres de Jerusalén? Eso podría explicar que
en esta segunda visita él hubiera encontrado una audiencia menos dispuesta.
De hecho Pablo se encontró con algunos recalcitrantes que
no sólo cuestionaban su mensaje, y se negaban a creer en lo que él les exponía,
sino que adoptaron una actitud tan agresiva que lo persuadió de que era inútil
que siguiera discutiendo con ellos, por lo que él abandonó la sinagoga
llevándose consigo a los que habían creído en su mensaje. Notemos que así como
el calor ablanda algunas cosas y endurece otras (como el huevo), la predicación
del Evangelio ablanda algunos corazones pero endurece otros.
Las sesiones de indoctrinamiento prosiguieron, dice el
texto, en la escuela de un hombre que se llamaba Tiranno. No sabemos nada
acerca de él, aunque es probable que él fuera un maestro de retórica griego que,
por algún motivo, asistía a la sinagoga, o que, habiendo entrado una vez, se
había sentido atraído por el mensaje de Pablo.
La fe tiene caminos misteriosos y Dios había provisto por
medio de este hombre un local donde Pablo pudiera seguir predicando y enseñando
(5), al cual acudían muchos hombres que de otro modo no
habrían escuchado su mensaje.
Notas: 1. Algunos
estudiosos creen que ellos podrían haber recibido su conocimiento incompleto de
la misma fuente que Apolos, e incluso, que podrían haberlo recibido de él antes
de ser instruido por Aquila y Priscila.
2. En la versión
impresa había escrito que era sólo muy probable.
3. Yo he
dedicado hace seis años un artículo a tratar del escaso conocimiento que acerca
del Espíritu Santo se tenía en tiempos del Antiguo Testamento (dentro del cual,
según dijo Jesús en Lc 16:16, se enmarca el Bautista): “El Espíritu Santo
Desconocido y Conocido”. # 411 del 05.03.06).
4. La sorpresa
de Pablo se explica en gran parte si se tiene en cuenta que esos discípulos
habían recibido el bautismo después de que Jesús hubiera muerto y resucitado. Si
ellos ignoraban ese hecho fundamental ¿en qué consistía su fe?
5. Según el
texto occidental Pablo enseñaba de la hora quinta a la hora décima (es decir,
de las 11 am a las 4 pm) las horas más calurosas del día (¡las horas de la
siesta!). Posiblemente dedicaba la mañana y la noche a su oficio de fabricante
de tiendas para proveer a sus necesidades y a la de sus acompañantes (cf Hch
20:34). Es curioso que Lucas no mencione para nada en este episodio a los
esposos Aquila y Priscila, fieles colaboradores suyos, que, sin embargo, se
habían quedado en Éfeso (Hch 18:19). Pero nótese que en los saludos finales de
la primera epístola a los Corintios, escrita en Éfeso, Pablo dice: “Aquila y Priscila, con la iglesia que está
en su casa, os saludan mucho en el Señor.” (16:19), lo que quiere decir que
en casa de ambos (que tiene que haber sido para ello suficientemente espaciosa)
se reunía una parte de la iglesia de Éfeso. Según F.F. Bruce, es probable que
fuera en Éfeso donde ellos arriesgaron su vida por Pablo (Rm 16:3,4), episodio
que el libro de Hechos no consigna. A tenor del versículo siguiente de Romanos,
cuando Pablo escribió esa epístola (estando en Corinto, año 56 o 57), ya ellos
habían regresado a Roma, y en su casa se reunía también una parte de la iglesia
de esa ciudad. El emperador Claudio, que había expulsado a los judíos de la
capital del imperio el año 50, o poco después, había muerto el año 54.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar
de la presencia de Dios, yo te animo a hacer la siguiente oración:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a
expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los
míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y
voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin
merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados
y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava
mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante
quiero vivir para ti y servirte.”
#729 (03.06.12).
Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia
1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución
#003694-2004/OSD-INDECOPI).
1 comentario:
Dr. Belaunde, tanto en Hechos 19:2, como en Efesios 1:13, el verbo "creer" está en tiempo continuo: "creyendo". Favor considere esta observación para un más acertado entendimiento del pasaje. Salomòn.
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