Por
José Belaunde M.
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El amor es vida. Al contacto del amor las almas decaídas reviven como las
flores marchitas cuando se las riega. El amor ilumina las sonrisas y hace
brillar los ojos de los enamorados. Sin amor –es decir, sin amar y ser amado-
el ser humano es desgraciado. ¡Cuántos hay que caminan por la vida sin haber
conocido el amor! Por eso es que tantos buscan sustitutos vanos que no los
llenan.
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Todo el bien que hacemos es en beneficio propio, aunque lo hagamos a otro.
Recíprocamente, todo el mal que hacemos es en perjuicio propio, aunque lo
hayamos hecho a otro.
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Es más noble perdonar que vengarse; olvidar las injurias, que alimentar el
deseo de desquitarse.
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El que mejor habla es el que más escucha; el que en la conversación dialoga, no
el que la convierte en monólogo.
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Es inevitable que tengamos que soportar los defectos de las personas con las
cuales vivimos, pero sí es evitable que ellos tengan que soportar los nuestros.
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Todos nos dejamos influenciar por las personas que frecuentamos, aunque no lo
queramos. Por eso es bueno tener por amigos a personas que son mejores, o más
sabias, que nosotros, para que su influencia nos mejore, y no que sea al revés.
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¡Ay de aquellos que abusan de su poder o influencia para atropellar los
derechos de los indefensos! Tendrán que vérselas con Dios.
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La reputación ajena es un bien muy valioso que a veces perjudicamos hablando
irresponsablemente, o propalando habladurías. Hacer daño a la reputación ajena
es un verdadero robo que no nos beneficia, salvo que por nuestro dicho la
víctima de nuestra maledicencia sea desplazada y nosotros ocupemos su lugar.
Tanto más grave sería nuestra responsabilidad moral y nuestra culpa en ese
caso.
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Mejor es hablar bien del que no lo merece, que mal del que sí.
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Todos los rincones de nuestro tiempo deben estar ocupados en hacer algo útil, o
en una sana distracción que relaje nuestras tensiones. Pero malgastar el tiempo
en cosas inútiles o dudosas es pecado.
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¿De qué sirve el placer que es luego causa de arrepentimiento? Nos roba mucho
más de lo que imaginamos, y afea nuestra alma.
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El que ansía tener mucho se desvive por adquirir cada vez más, al punto que
termina por no gozar de lo que tiene (Ecl 5:6).
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Este es el tiempo de gracia. Hoy es el día de salvación. Aprovéchalo, porque
después viene el juicio.
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¿Qué puede ser el cielo sino un intercambio eterno de amor?
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Que a Dios le guste conversar conmigo me parece increíble. ¿Acaso me agrada a
mí conversar con un tartamudo? El tartamudo es menos torpe e ignorante que yo.
Pero ¿qué cosas es orar sino conversar con Dios? Él nos manda hacerlo.
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Las Escrituras dicen en varios lugares que Dios vela no sólo por el hombre sino
por todas sus criaturas. Jesús lo dijo puntualmente al hablar de las avecillas
que caen a tierra (Mt 6:26). ¿Por qué tendría que angustiarme entonces el
futuro?
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La santidad en las palabras y en las acciones surge de la santidad de los
pensamientos.
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¡Qué frustración para Jesús que a pesar de su enorme sacrificio muchos lo
rechacen para su mal! ¿Por qué lo rechazan si lo que Él les ofrece es el mayor
bien posible? Porque no quieren abandonar el pecado, y porque han sido cegados
por Satanás y por el espejismo de las seducciones del mundo que algún día se harán
humo entre sus manos.
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¡Qué mayor alegría y qué mayor privilegio que pertenecer a Dios! Los que lo
rechazan no saben lo que se pierden.
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Da amor y recibirás amor; da indiferencia y recibirás indiferencia. Odia y te
odiarán. Desprecia y te despreciarán. Pero sirve y te servirán.
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No obstante, a veces nos odian aunque amemos y sirvamos.
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Muchos quieren ser servidos, pero pocos servir. Pero los que sirven de buena
gana, de buena gana serán servidos. Los que no quieren servir, a la larga no
encontrarán quién los sirva ni por dinero, salvo que se arrepientan de la
dureza de su corazón.
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Los que sirven sólo por dinero, odian a quien les paga.
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En verdad Jesús vino al mundo sobre todo para expiar, sufriendo indeciblemente,
los pecados del hombre. Nació con un destino: el suplicio y el cadalso. Todo lo
demás, enseñanzas y milagros, aunque muy importante y valioso, es eclipsado por
la cruz.
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Este es el secreto de la oración contestada: que lo que pidamos sea conforme a
Su voluntad (1Jn5:14,15).
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Pocas cosas detesta más el hombre que su falsedad y su hipocresía sean puestas
al descubierto. El hipócrita odia que lo descubran como tal.
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¡Ser paciente con todos! Así era Jesús. Pero solemos comportarnos al revés. Nos
impacientamos fácilmente y ofendemos con nuestra brusquedad a los que dependen
de nosotros.
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Todas las cualidades que pueda haber en mí, son efecto de la amorosa gracia de
Dios y no mérito alguno mío. Es Él quien planta su semilla en mí y la hace germinar
y crecer, pese a mis esfuerzos por sofocarla.
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Los que están llenos de sí mismos y de las cosas del mundo no pueden comprender
las cosas más profundas y duraderas. Les parecen tontas o irrelevantes. ¡Cómo
serán desengañados algún día! Pero ya será tarde.
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¿Por qué es que los seres humanos podemos estar a veces tan ciegos y tan
sordos? Es el orgullo y la suficiencia lo que nos cierra los ojos y tapa nuestros
oídos.
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El deseo que tengo de que venga a nosotros Su reino es la medida de mi amor por
Dios. Si esta regla se aplicara a mí ¡qué pequeño sería el resultado! ¿Cómo
aumentar mi deseo de su gloria?
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Dios aplica cuando es necesario y a pesar suyo, una sanción justa y a la vez
misericordiosa. Pero el sentimiento de culpa del pecador le hace sentir como si
fuera castigo.
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Nosotros debemos consagrar a Dios todo nuestro ser y nuestra vida. Al hacerlo
no hacemos otra cosa sino devolverle lo que nos ha dado y le pertenece.
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Morir a sí mismo es una condición indispensable para unirse a Jesús y vivir en
Él. Porque ¿cómo podríamos los dos reinar a la vez? O reina Él en mi vida, o
reino yo.
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Más creo, más amo. Más amo, más creo. Amor y fe se alimentan mutuamente.
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El enemigo dentro de mí son mis muchos defectos y debilidades; y fuera de mí,
la influencia de Satanás en el mundo. Al primero se le combate con la
autodisciplina y la oración. Al segundo se le combate de muchas formas: la
batalla espiritual, la intercesión, el amor al prójimo llevado a la práctica…
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El famoso pretencioso se vuelve odioso.
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Que tu fama deslumbre a otros, no a ti.
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¿Cuáles son los mayores pecados del hombre? La codicia, el afán de poseer que
lo vuelve inescrupuloso; la soberbia inspirada por Satanás que venda sus ojos y
le hace cometer grandes errores; el amor exagerado de sí que lo hace insaciablemente
ambicioso y susceptible a la menor ofensa. Los noticieros están llenos de
ejemplos. La lujuria no es el peor de los pecados, pero es quizá el que más
seres humanos arrastra al infierno. El antídoto contra los tres primeros es la
mansedumbre; contra el cuarto es la pureza.
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¡Cómo pudiera yo decir que mi corazón late al unísono del de Jesús!
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¿Hasta dónde llegan las consecuencias de las decisiones que a veces sin sopesar
bien tomamos? Sólo Dios lo sabe, pero algún día nosotros también lo sabremos.
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Los hombres (esto es, los científicos, los comentaristas) atribuyen las
catástrofes naturales a fenómenos inusuales e impredecibles de la naturaleza,
pero ninguno piensa que pueden ser manifestaciones del juicio de Dios, que
puede provocarlas o evitarlas, según quiera.
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¡Qué cierto es que a veces bajo un bello rostro se esconde un alma horrible!
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¿Es posible ser feliz sufriendo? Pocos lo admitirían. Sin embargo Pablo
escribió: “Sobreabundo de gozo en medio
de mis tribulaciones.” (2Cor 7:4) Todo depende de por quién sufrimos y a
quién servimos.
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De todo aquello que yo no puedo resolver se encarga Dios…si confío en Él, y aun
a veces si no confío.
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No hay tarea más bella que dar a conocer al mundo el amor con que Dios nos ama.
¿Pero por qué es que a muchos, si no a la mayoría, esa verdad los deja
indiferentes? Porque piensan que no necesitan de Dios.
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Entre las necesidades e inclinaciones naturales del cuerpo y nuestras
aspiraciones espirituales hay una lucha constante. De ahí la importancia de
vencerse a sí mismo. Pero sin la ayuda de Dios estamos de antemano vencidos.
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Si la bondad embellece al alma, la indiferencia la afea; y aun más la maldad.
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¡Quién pudiera contemplar el alma como se ve el cuerpo! Se asustaría del alma
de muchos. Pocas lo embelesarían. Pero pensándolo bien, ¡qué bueno es que no la
veamos! No podríamos casi tratar con nadie, porque nos veríamos tal cual somos,
y los seres humanos, asustados unos de otros, viviríamos aislados como
ermitaños.
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“Ofrece tu ayuda a quien la necesita.” Esta idea, o mejor, esta práctica, es la
esencia de nuestra semejanza con Jesús, que no niega su ayuda a nadie.
*¡Qué
importante es el arrepentimiento! Restablece nuestra comunión con Dios que es
empañada por la menor falta, por el menor pensamiento indebido. De ahí que
debamos vivir en un estado de arrepentimiento permanente. Eso combate nuestra
tendencia natural a la presunción.
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“La calidad del amor se mide según la generosidad del que lo posee.” Esta es
una gran verdad, porque el amor impulsa a dar, o es fingido.
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Cuanto más llevemos el amor a la práctica dando, más nos llenaremos del amor de
Dios. Ahí se cumple la regla: “Dad y se
os dará.” (Lc 6:38).
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Los que no dan pierden mucho más cerrando el puño que aquello de lo que se
desprenderían dando. ¿Cómo así? Porque al final Dios nos devuelve multiplicado
lo que dimos.
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Los hombres buscan toda clase de pretextos para alejarse de Dios. En cambio, Dios
tiene toda clase de pretextos para acercarse al hombre.
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¿Cuál será el remordimiento de los que abjuraron (o se avergonzaron) de su fe
frente a la persecución?
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La oración es el gran remedio para todas las dificultades. Esta es una gran
verdad que no debemos olvidar, porque la oración es el arma más poderosa. Nada
se compara con ella.
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Jesús dijo: “Yo he vencido al mundo.”
(Jn 16:33) El que ha vencido pelea por
nosotros nuestras batallas, si dejamos que Él las pelee y no tratamos de obtener
victoria en nuestras propias fuerzas.
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Nuestro problema mayor es que somos tibios y nos desalentamos fácilmente cuando
no vemos resultados inmediatos.
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Jesús es la medicina más poderosa para nuestras enfermedades. Además, no cuesta
nada, salvo el esfuerzo de buscarlo.
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El Señor conoce todos tus problemas y tus temores. Sabe lo que el futuro te
depara y que tú esperas con aprensión. Por eso, no temas. Confía en el que
nunca defrauda. Él hará que puedas esquivar los golpes del adversario, o te
protegerá contra ellos, porque Él todo lo puede.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar
de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la
tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo
si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que
desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te
invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a
entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a
expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los
míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y
voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin
merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados
y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava
mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante
quiero vivir para ti y servirte.”
#727 (20.05.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José
Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel
4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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