lunes, 17 de mayo de 2010

MADRE E HIJO

Por José Belaunde M.
El salmo 22 es el salmo mesiánico por excelencia, el salmo que proféticamente anuncia algunos detalles de la pasión. En él figuran aquellas conocidas frases que son citadas (parcialmente algunas) en los relatos evangélicos: "...los que me ven me escarnecen...menean la cabeza, diciendo: Se encomendó al Señor; que lo libre Él..." (vers.7,8; Mt 27:39,43); "repartieron entre sí mis vestidos y sobre mi túnica echaron suertes." (vers.18; Mt 27:35). Las palabras "horadaron mis manos y mis pies" (vers.16c) no son citadas en ninguno de los evangelios, pero su cumplimiento está implícito en la crucifixión.

Si las frases citadas del salmista pueden aplicarse proféticamente a Jesús deberían poder ponerse también en su boca otras del mismo salmo como : "Sobre ti fui echado desde el seno; desde el vientre de mi madre tú eres mi Dios." (vers.10). Pero ¿cómo podría haber dicho Jesús de sí mismo esas palabras? Jesús podía haber dicho "desde el vientre de mi madre tú eres mi Dios", porque Él había absorbido el amor de Dios con la sangre de su madre que le pasaba por la placenta. La santidad del alma de ella, su amor y entrega a Dios, y su espíritu de oración, establecieron la atmósfera espiritual bendita en la que el alma humana en ciernes del niño se fue formando. (Nota 1)

De manera semejante las madres forman a sus hijos en el temor de Dios (esa virtud cristiana tan olvidada hoy) desde antes de que nazcan, si sus pensamientos durante el embarazo están centrados en Él. Así como el humo y la nicotina de los cigarrillos que la madre gestante fuma pasan a los pulmones y a las células del pequeño que ella lleva en su seno, de igual manera los pensamientos y sentimientos que ella cultiva pasan al feto, se graban en su alma e impregnan su personalidad antes de que vea la luz.

Por eso también podía decir Jesús: "sobre ti fui echado desde el seno de mi madre...". Si mi madre echó sobre Dios todas sus preocupaciones y confió enteramente en Él, yo, que estaba íntimamente unido a ella en esa etapa, fui también echado sobre Él en confiado abandono desde entonces. De hecho el desarrollo del embrión y todas las circunstancias de la vida de Jesús durante la gestación estaban íntegramente en las manos de Dios que lo cuidaba y protegía.

María necesitó hacer un enorme acto de confianza en Dios al aceptar el encargo que le había transmitido el ángel Gabriel, porque salir embarazada en esas condiciones, siendo aún virgen, suponía para ella asumir un gran riesgo. Recordemos que ella estaba comprometida en matrimonio con el carpintero José, lo que, bajo la ley judía, constituía un compromiso formal que la obligaba a igual fidelidad que si estuviera casada (Dt 22:23-25) (2). Al aceptar concebir un hijo antes de hacer vida en común con José no sólo arriesgaba ella perder a su novio, sino peor, comprometía gravemente su reputación. De hecho, José, (a quien Mateo llama “su marido” aunque aún no convivían), "siendo un hombre justo, no quiso denunciarla y resolvió dejarla en secreto" (Mt 1:19), para no perjudicarla.

Si José hubiera sido otra clase de hombre podría no sólo haber denunciado a su novia, sino hubiera podido haber exigido que sea apedreada por adúltera, pues la ley mosaica preveía esa pena no sólo para la esposa infiel sino también para la novia (Lv 20:10; Dt pasaje citado). Jesús, pues, bien podía decir que desde el vientre de su madre había confiado en Dios, pues ésa había sido la actitud de ella cuando lo esperaba.

Pero las madres de las generaciones modernas, que han sido formadas en la escuela de Hollywood y de la televisión, no tienen en sus mentes pensamiento alguno acerca del temor de Dios. Sus pensamientos, mientras están embarazadas, suelen vagar en torno a otras cosas más terrenas o frívolas. Si viven sin angustias económicas su pensamiento está ocupado en modas y vestidos, en chismes y habladurías, en celos y disputas, en telenovelas y en novelas rosa, cuando no en cosas peores, aunque también, sin duda, en el ajuar para el bebé, en el médico y en la clínica donde darán a luz. Y esas son las cosas, algunas buenas y otras malas, que transmiten a la criatura que crece en su seno; con esos pensamientos alimentan su mente y forman su alma. (3)

Las madres son ignorantes de la influencia que ellas ejercen sobre la futura personalidad de sus hijos. Ahora se está empezando a crear conciencia acerca de la influencia que lo que la madre gestante come y bebe tiene sobre el cuerpo y la salud de la criatura que lleva en el seno. Pero aún no se ha creado conciencia acerca de la influencia que sus pensamientos y sentimientos ejercen en el ser al cual dan la vida (en el hebreo la palabra "nefesh" quiere decir a la vez “alma” y “vida”). A lo más los ginecólogos y terapeutas le recomiendan que lleve en lo posible una vida tranquila y que evite las emociones fuertes; y le advierten sobre los efectos nocivos que sobre el temperamento del futuro ser pueden tener la angustia y las tensiones emocionales que ella experimente durante ese período. Pero acerca de la influencia formativa que el alma de la madre tiene sobre la de su hijo o hija en los meses de embarazo no se enseña nada. Sin embargo, tal influencia es decisiva.

La sabiduría popular sí reconoce la influencia moral que la madre ejerce sobre sus hijas, tal como lo expresa el antiguo refrán: “Al hilo por la trama y a la mujer por la mama.” Es decir, si quieres saber cuál es el talante moral de la hija, conoce a su madre.

Leí hace poco sobre una pareja de esposos que adoptó el hábito de bendecir a los hijos que esperaban cuando todavía estaban en el vientre, y que siguieron haciéndolo todas las noches una vez que nacieron. Años después, ya adultos, y viviendo en otra ciudad, ellos llamaban a sus padres con frecuencia por teléfono para que los bendijeran.

Mi padre, siguiendo una antigua costumbre familiar, solía hacer lo mismo con mis hermanos y conmigo antes de irnos a acostar. ¡Cuánto siento no haber seguido yo esa costumbre y no haber hecho yo lo mismo con mis hijos todas las noches!

Notas: 1. Se podría aducir que Jesús no necesitaba de la influencia de su madre para tener todo eso, pues Él era Dios. Pero no olvidemos que Él era también hombre, y que así como Él cuando niño creció "en gracia para con Dios y con los hombres" (Lc 2:52), como puede desarrollarse todo infante, de igual manera su alma humana pasó por el mismo proceso formativo por el que pasan todos los seres humanos durante el embarazo, estuvo sujeto a las mismas influencias físicas y psíquicas a las que están sometidos ellos. Aunque las Escrituras no lo dicen, es obvio que al escoger a la madre de su Hijo, Dios tuvo un especial cuidado, y que la preparó y asistió con gracias especiales para asegurarse que el desarrollo del niño se realizara bajo las mejores condiciones espirituales posibles.
2. Nótese que en Dt 22:24 el texto llama a la muchacha todavía virgen “la mujer de su prójimo”. En Gn 19:21 Jacob llama a Raquel “mi mujer” aunque sólo estaban comprometidos.
3. No sé quién fue el que escribió: "el que generaliza se equivoca siempre". Soy conciente de que hay muchas madres y parejas de esposos que no responden a la descripción que he hecho aquí y que se preparan seriamente a la misión que asumen al concebir un hijo. Pero me temo que sean minoría.

Consideraciones adicionales.- También pudo Jesús haber dicho esa frase del salmo que comento porque, desde que fue concebido por obra del Espíritu Santo, su desarrollo fue guiado de una manera especialísima por la mirada atenta de Dios que deseaba poner en su Hijo todos los dones y cualidades que necesitaba desplegar durante su ministerio en la tierra.

Pero podríamos preguntarnos: ¿Estaba conciente de sí mismo Jesús durante el tiempo que permaneció en el vientre de su madre? Aunque eso es algo que no ha sido revelado y, por tanto, es un misterio en el que no podemos penetrar, sí podemos pensar, usando la inteligencia que Dios nos ha dado, que siendo Jesús un ser humano en todo sentido, Él tenía de sí la misma conciencia que tiene la criatura en ciernes mientras permanece en el seno materno; pero que, siendo a la vez Dios, su espíritu no había perdido contacto con su Padre. Naturalmente esas son cosas sobre las cuales apenas podemos hacer otra cosa sino especular.

Sin embargo, la relación de Jesús con su madre no terminó con el alumbramiento, sino que, como ocurre con todo ser humano, se prolongó durante los años de la primera infancia en los que la criatura depende enteramente de la que le dio a luz. El aspecto más importante de esa relación es la lactancia que, en la cultura judía, podía prolongarse más allá del primer año de vida. Es una relación de intimidad: el niño se alimenta de la sustancia de su madre. Ella le provee el alimento que necesita. De hecho, la leche materna provee nutrientes que ninguna leche artificial proporciona. Es también una etapa de intercambio de cariño en que la criatura se alimenta del amor de su madre.

El bebé ama a la madre que le da de mamar porque alimentarse es durante los primeros meses de su vida su ocupación principal. Las madres que sea por vanidad –ya que dar de mamar afea sus pechos- sea porque limita su independencia, no dan de mamar a sus hijos, no saben el daño físico y espiritual que les hacen y el que se hacen a sí mismas. (Nota 4) No por nada Pablo dice que las mujeres se salvarán criando hijos (1Tm 2:15. El verbo teknogoneo, que Reina Valera 60 traduce como “engendrar”, significa “tener hijos”, lo que incluye criarlos). Eso quiere decir que la crianza tiene un valor muy especial para Dios.

La tuvo para el niño Jesús. ¿Podemos imaginar cómo la divina criatura hambrienta levantaba sus bracitos hacia su madre, y mordía con ansia su pecho, como suelen hacerlo los niños en esa tierna edad? Nos cuesta imaginar que Jesús, siendo Dios, tuviera una relación de dependencia con su madre como la que tienen todos las criaturas, una relación en la que el amor filial se desarrolla y se fortalece. Pero así debe haber sido.

Sin embargo, la relación madre/hijo no se limita a la lactancia, sino que se extiende a todos los campos de la vida del niño que en esa primera etapa gira en torno de su madre. Ella es, en efecto, en esa etapa el centro de su vida. Ella lo limpia, lo lava, lo viste y sobre todo lo acaricia. ¡Qué importantes son para el niño las caricias que recibe de su madre y cuánto sufre si por algún motivo es privado de ellas!

¿Cómo trataría María a su Hijo? ¿Con cuánto cariño lo limpiaría, lo vestiría, lo estrecharía contra su pecho y lo besaría? ¿Y cómo la besaría Jesús y se abandonaría en sus brazos? Siendo Jesús un ser perfecto, no creo que haya habido niño alguno que haya amado a su madre más que Él.

Cuando el niño empezó a crecer María le enseñó a dar sus primeros pasos, le enseñó a hablar, y seguramente más adelante le enseñó las primeras letras. Ella fue su primera maestra, pero pronto, a los cinco años, Jesús iría a la escuela en la que los niños judíos aprendían de memoria la Torá. Por eso podía Jesús de adulto citarla con tanta facilidad.

Cuando el niño llega a los tres años y -con la facilidad adquirida en el caminar- empieza a hacerse algo independiente, comienza también a dirigir su atención a su padre, a observar lo que hace y a tratar de imitarlo. El niño se hace hombre admirando y queriendo ser como su padre. José lo llevaría a su taller y le enseñaría el uso de las herramientas de carpintería. A su lado Jesús aprendería el oficio con el que se ganaría el sustento diario antes de empezar su ministerio público.

Pero no por eso se separó Jesús de su madre, como no se independiza el niño de la que le dio a luz hasta la adolescencia. El Evangelio dice que Jesús estaba sujeto a sus padres (Lc 2:51). Podemos pensar que la obediencia de Jesús a sus padres era perfecta, porque de no haberlo sido habría habido pecado en Él (2Cor 5:21; 1P 2:22). Jesús escucharía atentamente los consejos y las direcciones que le daba su madre, como era usual en las familias judías. Por eso dice Proverbios: “Oye, hijo mío, la instrucción de tu padre y no desprecies la dirección de tu madre.” (Pr 1:8).

¿Cumplen las madres cristianas esa misión de aconsejar a sus hijos, de guiarlos en el buen camino y de enseñarles las buenas costumbres? ¿Los corrigen cuando es necesario? A juzgar por la forma cómo se comportan, a veces incluso en la iglesia, me temo que algunos padres y madres malcríen a sus hijos, por temor de ejercer su autoridad, o porque no se toman la molestia de corregirlos con firmeza. Algún día lo lamentarán porque cosecharán el fruto de su negligencia. El niño bien educado nunca deja de adulto de respetar a sus padres y de seguir sus consejos.

¿Oraría María por su Hijo, ella que guardaba en su corazón las cosas que decían de Él? (Lc 2:19,51) ¿Ella que había escuchado decir a Simeón que su Hijo sería un signo de contradicción, y que una espada atravesaría su alma? (Lc 2:34,35) Su alma se llenaría de aprehensión, pues bien podía ella imaginar que la misión que Dios confiaba a su Hijo suscitaría mucha oposición. Ella conocía por la historia de su pueblo cuál era la suerte que habían corrido algunos profetas. Ella era una mujer de oración, porque sólo una mujer que amara profundamente a Dios podía contestar sumisa e intrépidamente al reto que le planteaba el ángel: “He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra.” (Lc 1:38). (5)

¿Oran las madres por sus hijos para que el Señor guarde sus caminos? No saben ellas cuánto necesitan sus hijos de sus oraciones, sobre todo cuando empiezan a pasar la mayor parte de su tiempo fuera de casa, y empiezan a juntarse con amigos y amigas que sus padres no conocen, y están en peligro de caer bajo malas influencias. Las madres deben pedir a Dios que guarde a sus hijos y los defienda de las asechanzas del enemigo. La madre que ora puede levantar una muralla de protección en torno de su hijo que el maligno no puede penetrar.

Por lo que cuenta Agustín de Hipona, podemos decir que él fue hijo de su madre Mónica no sólo porque ella le había dado a luz, sino porque él, ya adulto, había hallado la luz verdadera y abandonado la vida de pecado que llevaba, gracias a las oraciones y lágrimas de ella.

¡Oh madre cristiana! ¿Cuántas lágrimas has derramado por tu hijo? ¿Cuánto has clamado al cielo por él, cuando empieza a transitar por caminos que no le convienen? Si tú oras y clamas al cielo por él, puedes darlo a luz dos veces.

Notas: 4. El diario “El Comercio” ha publicado este domingo un interesante artículo sobre los beneficios únicos de la leche materna que aconsejo leer. Transcribimos algunos párrafos: “En la leche materna existen dos grasas especiales que promueven el crecimientos y el desarrollo de las neuronas y de la médula espinal del bebé. Esos ácidos grasos… no se encuentran en la leche de ninguna otra especie ni en las fórmulas maternizadas.” “Los beneficios de la lactancia también se extienden a la madre. Las mujeres que amamantan pierden el peso ganado durante el embarazo más rápido y tienen menos posibilidades de tener anemia, hipertensión y depresión posparto. Asimismo, la osteoporosis y los cánceres de mama y de ovario son menos frecuentes en aquellas mujeres que amamantaron a sus hijos.” Es también una cosa sabida que los niños que fueron amamantados son más sanos que los que no lo fueron.
5. Como se ha observado en muchas ocasiones, ésta es una de las frases más extraordinarias que haya pronunciado ser humano alguno, porque muestran la disposición del corazón de estar al servicio de Dios sin condiciones, cualesquiera que sean las circunstancias. Muestra una confianza irrestricta en Dios. Ojalá ese espíritu impregne nuestra vida.

NB. La primera parte de este artículo fue publicado en la revista “Oiga” hace unos 25 años, bajo el pseudónimo de Joaquín Andariego que usaba entonces. Lo he revisado y he añadido una segunda parte para esta ocasión, como un homenaje a todas la madres a quienes se festeja este domingo.

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martes, 4 de mayo de 2010

CONSIDERACIONES ACERCA DEL LIBRO DE JEREMÍAS II

Por José Belaunde M.
En la carta que dirige Jeremías a los deportados en Babilonia hay una frase que debe haber sorprendido, y quizá hasta irritado a los atribulados judíos: "Y procurad la paz de la ciudad a la cual os hice transportar, y rogad por ella a Jehová; porque en su paz tendréis vosotros paz". (Jr 29:7). Hay que tener en cuenta que Babilonia era la capital de sus enemigos, que los habían tratado cruelmente y deportado en gran número a esa ciudad extraña para ellos. Sin embargo, Dios les ordena que oren por ella; les ordena que oren por sus enemigos, diciéndoles, además, que ellos serán prosperados en la medida en que la odiada ciudad también lo sea (Nota).

Estas palabras deben haber sonado inusitadas a los oídos de los patriotas israelitas y contienen el comienzo de una lección que el pueblo escogido sólo absorberá poco a poco y que, aun para nosotros, que tenemos el ejemplo de Cristo, es difícil de digerir: el amor y el perdón de nuestros enemigos.

En cierto sentido todos estamos deportados en la tierra, pues nuestra patria verdadera es el cielo (Véase 1P 2:11). La frase de Jeremías citada arriba nos exhorta a desear el bien del país en que vivimos, seamos ciudadanos de él o emigrantes, pues nuestra prosperidad depende de su prosperidad.

Hay que notar, además, dos cosas:
1) Dios quiere que se ore por el país en que se vive, cualquiera que sea, y que se ore por su bienestar, lo cual incluye –y esto es muy importante- ser buenos ciudadanos, porque si no lo fuéramos nuestras acciones serían contrarias a nuestra oración.
2) Los vers. 4-6 (“Así ha dicho el Señor de los ejércitos, Dios de Israel, a todos los de la cautividad que hice transportar de Jerusalén a Babilonia: Edificad casas, y habitadlas; plantad huertos, y comed del fruto de ellos. Casaos, y engendrad hijos e hijas; dad mujeres a vuestros hijos, y dad maridos a vuestras hijas, para que tengan hijos e hijas; y multiplicaos ahí, y no os disminuyáis.”) nos muestran que la prosperidad que Dios desea para su pueblo comporta todo aquello que normalmente la acompaña; es una prosperidad completa que incluye construir casas, sembrar y cosechar, casarse, ser fecundos y procrear familias numerosas.

Pero el vers. 29:7 contiene una lección adicional: Dios necesita de nuestras oraciones para llevar a cabo lo que Él se ha propuesto realizar. Pero, ¿por qué podría Él tener necesidad de nuestra colaboración? ¿Acaso no es Dios omnipotente? Pienso que no es que Él tenga necesidad de nuestras oraciones para llevar a cabo lo que Él se propone, ya que Él realiza muchas cosas sin nuestro conocimiento, que nosotros ni siquiera soñamos, y mal podríamos orar por ellas si las desconocemos. Lo que ocurre es que Él ha dado a los hombres la responsabilidad del mundo en que vivimos, así como nos ha hecho responsables de nuestras propias vidas. Por tanto, quiere que nosotros tomemos nuestro destino en nuestras manos, orando en aquellas situaciones en que podamos necesitar su ayuda. De lo contrario Él tendría que estar constantemente interviniendo para corregir las consecuencias de nuestros errores, o para impedir que seamos víctimas de injusticias, o para prevenir catástrofes, etc., situaciones que nosotros podríamos evitar orando. Pero Él no quiere hacerlo porque quiere que el hombre experimente las consecuencias de sus actos y omisiones, y que, en ese proceso, se vuelva sabio.

Por ese motivo cuando Él desea intervenir en favor de alguno, Él busca personas que intercedan, generalmente parientes o amigos. El testimonio de muchos creyentes nos muestra que si Él nos impulsa a orar por algún motivo, es porque Él ya tiene la intención de concedernos aquello por lo cual oramos. Algunos se han enterado “a posteriori” de que la persona por la cual sintieron súbitamente una carga y por la cual oraron, atravesaba en ese preciso momento por una situación difícil, o afrontaba un grave peligro, del cual fue milagrosamente salvado. ¿Qué habría pasado si la persona que sintió el impulso de orar hubiera sido indolente y no lo hubiera hecho? No lo sabemos, pero es muy probable que Dios no hubiera cumplido su propósito, y se habría abstenido de intervenir. Eso es lo que enseña Ez 22:30,31: “Y busqué entre ellos hombre que hiciese vallado y que se pusiese en la brecha delante de mí, a favor de la tierra, para que yo no la destruyese; y no lo hallé. Por tanto, derramé sobre ellos mi ira; con el ardor de mi ira los consumí; hice volver el camino de ellos sobre su propia cabeza, dice el Señor.”. Si alguien hubiese intercedido, Dios habría retenido el castigo, o lo habría moderado.

"Aún te edificaré y serás edificada, oh virgen de Israel..." (Jr 31:4). Este "aún" está diciendo: a pesar de lo que ves ahora, de las circunstancias adversas, de la casi total destrucción de tu país, todavía hay esperanza para ti, todavía hay esperanza para tu tierra. Y esto le dice Dios a cada ser humano: cualesquiera que sean las circunstancias desfavorables en que te encuentres, aún hay un porvenir y una esperanza para ti, si confías en mí, "porque yo sé los pensamientos (planes) que tengo acerca de vosotros, pensamientos de paz y no de mal..." (Jr 29:11)

“Serás edificada”, esto es, reconstruida, restaurada, alma mía, a tu antigua fuerza. Más aun, serás adornada, embellecida y te regocijarás en tu nueva prestancia. En los lugares que parecían desolados, ahí mismo plantarás tus viñas, tus empresas, tus planes, y te darán el fruto que esperas. (31:4,5).

"...correrán al bien de Jehová, al pan, al vino, al aceite, y al ganado de las ovejas y de las vacas…." (31:12). ¡Qué promesa maravillosa que se hace al pueblo escogido y que se hace a nosotros! Como cuando a la gente que sufre hambre se le anuncia: ¡Aquí hay alimento en abundancia! Y la gente acude en desbandada. El pueblo que crea en el Señor será saciado del bien del Dios de Jacob (31:14).

¡Oh sí, no correrán en vano! Allí hallarán todo lo que buscaban, lo que ansiaba su alma. Así también nosotros seremos saciados "de la grosura de su casa" (Sal 36:8) cuando nos acerquemos a Él.

"...por eso mis entrañas se conmovieron por él..." (31:20). Las entrañas de Dios se conmueven por sus hijos. Él no los castiga por placer, sino a pesar suyo, por necesidad, y por amor. Pero le duele infinitamente el sufrimiento de sus hijos infieles, y está pronto a acogerlos apenas se arrepientan, apenas respondan al impulso que Él mismo les inspira de volverse a Él: "conviérteme y seré convertido" (31:18).

"¿Hasta cuándo andarás errante, oh hija contumaz?" (v. 22). ¿Hasta cuándo, oh alma extraviada, andarás errante? ¿Hasta cuándo andarás perdida, buscando sosiego donde no hay paz? Vuélvete a mí que soy tu Hacedor, el que te ha creado, el que te ha llevado en sus brazos y tiene todo lo que tú necesitas.

Quisiera ahora volver atrás para examinar un texto del 4to capítulo que creo es muy pertinente para nuestros días.

4: 23-28: “Miré a la tierra, y he aquí que estaba asolada y vacía; y a los cielos, y no había en ellos luz. Miré a los montes, y he aquí que temblaban, y todos los collados fueron destruidos. Miré, y no había hombre, y todas las aves del cielo se habían ido. Miré, y he aquí el campo fértil era un desierto, y todas sus ciudades eran asoladas delante del Señor, delante del ardor de su ira. Porque así dijo el Señor: Toda la tierra será asolada; pero no la destruiré del todo. Por esto se enlutará la tierra, y los cielos arriba se oscurecerán, porque hablé, lo pensé, y no me arrepentí, ni desistiré de ello.”

¿Son estos versículos una representación simbólica de la destrucción sufrida por la tierra de Judá como consecuencia de la invasión de sus enemigos anunciada por Jeremías? ¿O son la descripción literal de un acontecimiento futuro que abarca a toda la tierra, y que Jeremías percibió en la lejanía?

Si así fuera, la erupción de un volcán en Islandia -cuyo nombre es difícil de escribir y pronunciar- nos hace pensar que Dios está dando a la humanidad un grave aviso de que su ira está a punto de estallar por la desfachatez con que el pecado se exhibe en todas partes y por la forma cómo su nombre es blasfemado.

Pero miren: Ha bastado que la ira de Dios sople un momento para que el complejo sistema de vuelos internacionales que la orgullosa tecnología humana ha desarrollado se paralice durante unos días, dejando a millones de pasajeros abandonados a su suerte en los aeropuertos, y haciendo que las compañías de aviación tengan pérdidas de 200 millones al día; y que la paralización del transporte de alimentos perecibles cause también millonarias pérdidas a los productores. La fragilidad de la estructura de transporte aéreo construida por el hombre ha sido puesta de manifiesto.

Si esto ha sido el efecto de una erupción pasajera ¿qué consecuencias podría tener si la nube de humo siguiera fluyendo a torrentes al espacio? La tierra es un caldero de humo y fuego que puede explotar en cualquier momento, derramando por doquier nubes negras que oscurezcan los cielos y perturben las comunicaciones en todo el mundo, paralizando la actividad económica de toda la tierra.

El pasaje citado de Jeremías nos recuerda un pasaje de Apocalipsis cuando se abre el sexto sello: “…el sol se puso negro como tela de cilicio, y la luna se volvió toda como de sangre; y las estrellas cayeron sobre la tierra (porque se oscureció su luz)… y el cielo se desvaneció como un pergamino que se enrolla…. (porque sólo se veía tinieblas en torno)… Y los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?” (Ap 6:12-17)

En verdad de nada sirve la arrogancia humana que se atreve a desafiar en la cara a su Creador. Así como Dios aniquiló a la humanidad por medio del diluvio en tiempos de Noé, a causa del pecado de los hombres, puede Él también ahora destruirla por medio del fuego: “Pero los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos.” (2P 3:7). Si la humanidad no se arrepiente, ese día terrible puede estar más cerca de lo que pensamos.

Nota : El Sal 137 expresa de forma conmovedora la nostalgia que los desterrados en Babilonia sentían por Sión, y los deseos de venganza que los dominaban. El mensaje de Jeremías que ellos no querían oír se dirigía a este segundo sentimiento.

NB. Este artículo, como el anterior, está basado en trabajos escritos para un curso de “Entrenamiento Ministerial” seguido hace más de veinte años. Ha sido actualizado y puesto al día para ésta su primera impresión.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que se desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a hacer una sencilla oración como la que sigue, entregándole a Jesús tu vida:

“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo y quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#625 (02.05.10) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

viernes, 30 de abril de 2010

CONSIDERACIONES ACERCA DEL LIBRO DE JEREMÍAS I

Por José Belaunde M.

3:8. "Ella vio que por haber fornicado la rebelde Israel yo la había despedido y dado carta de repudio; pero no tuvo temor la rebelde Judá, su hermana, sino que también fue ella y fornicó."

¡Adónde llegó la dureza de corazón de Judá, que no obstante haber visto el castigo que venía sobre el reino de Israel, ella hizo lo mismo! Así somos los hombres: no escarmentamos en pellejo ajeno. Creemos que aunque el vecino, el amigo, el conocido, sufren las consecuencias de sus maldades, nosotros somos más listos o más suertudos que ellos y que a nosotros no nos tocará. Creemos que Dios tendrá una especial misericordia de nosotros. Esa no es confianza en Dios sino presunción. Olvidamos lo que se dice en Pro 22:3: "El avisado ve el mal y se esconde; mas los simples pasan y reciben el daño".

3:9. "Y sucedió que por juzgar ella cosa liviana su fornicación..."

Este es el secreto de la dureza de corazón del hombre: juzga cosa liviana su pecado. El peruano juzga cosa liviana el adulterio, el concubinato, la poligamia de hecho, el robo, la coima, etc., y después se sorprende de los males que afligen al país.

3:10. "Con todo esto... no se volvió a mí de todo corazón, sino fingidamente".

Nuestro pueblo se vuelve fingidamente a Dios porque no corrige su conducta. Multiplica sus actos de culto externos como si Dios se pudiera complacer en ellos. Pero Él les dice: "Circuncidaos a Jehová y quitad el prepucio de vuestro corazón" (4:4), palabras que ellos no entienden y persisten en sus ceremonias vacías, aunque Dios les diga: "¿Para qué a mí este incienso de Sabá y la buena caña olorosa de tierra lejana?" (6:20). Esta es la ceguera de los pueblos hipócritas: creen que aunque su conducta viole todo precepto, todavía pueden levantar sus manos a Dios. Pero ya lo había dicho Dios por boca de Samuel: "Mejor es la obediencia que los sacrificios..." (1S 15:22).

4:14. "Lava tu corazón de maldad, oh Jerusalén, para que seas salva."

Los castigos preparados por Dios pueden ser desviados si es que el pecador se arrepiente de su maldad y se vuelve hacia Él. Entonces es cuando se apacigua la cólera divina y cede su furor. Pero si el hombre persiste en su mal camino la ira de Dios se descargará sobre él con toda su fuerza. No obstante, Dios no se cansa de llamar al hombre al arrepentimiento: "Convertíos hijos rebeldes y sanaré vuestras rebeliones..." (3:22) y "Si te volvieres, oh Israel, vuélvete a mí..." (4:1). Su paciencia con nosotros parece infinita porque Él "no quiere que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento." (2P3:9) y "que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad." (1Tm2:4).
"¿Hasta cuando permitirás en medio de ti los pensamientos de iniquidad?" El mal que obra el hombre se origina en su pensamiento. Si el hombre no pensara pensamientos inicuos no haría iniquidad. El ladrón no piensa en trabajar honestamente sino en robar, y el trabajador honesto no está urdiendo planes para desvalijar a su patrón, sino quiere quedar bien con él. Aunque a veces nos abandonamos a pensamientos que nunca pondríamos en práctica, nuestras acciones, en términos generales, han sido prefiguradas mentalmente, o responden a nuestros sentimientos habituales.
Una idea semejante se expresa en 6:19: "Oye tierra: He aquí yo traigo mal sobre este pueblo, el fruto de sus pensamientos..." No dice que trae el fruto de sus actos, sino de sus pensamientos, porque los primeros responden a los segundos. Él dice que trae las consecuencias, a pesar de que éstas sobrevienen solas, como los frutos de un árbol crecen solos. Es que Él ha hecho el mundo de tal manera que ninguna causa quede sin efecto y que aun los pensamientos secretos del corazón traigan su fruto. ¡Oh, si pudiéramos tener esto siempre en cuenta! "Guarda tu corazón con toda diligencia, porque en él están las fuentes de la vida." (Pr 4:23). No hay pensamiento consentido, aunque sea fugazmente, que no deje una huella en nuestra alma. Y no es sólo diciendo: “Yo cancelo este pensamiento” como lo neutralizamos, sino arrepintiéndonos de haberlo consentido.

4:22. "...sabios para hacer el mal..."

Hay una sabiduría de este mundo que los hijos de este siglo poseen y que los capacita para llevar a cabo sus malas acciones (St 3:14-16). Son astutos, prudentes, precavidos, solapados y engañadores. ¡Cuánta astucia despliegan los secuestradores, por ejemplo! Hay que ser muy inteligente, y hasta sabio, para hacer el mal con tanto éxito. Esto lo vemos no sólo en el ambiente de la delincuencia o del terrorismo, sino también en la vida de los individuos, en el mundo de los negocios y en la política, donde se engaña tan hábilmente a la gente.
¡Con cuánta frecuencia cuando queremos hacer el bien, fracasamos porque no sabemos hacerlo! Nos falta la sabiduría necesaria, somos ingenuos, presuntuosos para evaluar las circunstancias, imprudentes... De ahí que debamos pedirle a Dios que nos dé sabiduría para hacer su obra, ya que muchas veces fallamos por carecer de ella y obramos en nuestra sabiduría propia que es limitada. “Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada.” (St 1:5).
La sabiduría de este mundo es impura; no tiende a la paz sino, al contrario, promueve conflictos, porque "a río revuelto ganancia de pescadores". Encubre sus malas intenciones con palabras halagüeñas y falsas sonrisas. O en otras ocasiones es dura e implacable para ablandar al contrario; persigue hacer daño para beneficio propio sin importarle las consecuencias, porque carece de escrúpulos. Los buenos frutos que acarrea son más aparentes que reales, se pudren rápidamente. Con frecuencia las normas que enuncia son inciertas y producen confusión en los que quieren seguirlas. Y, al final, no llevan a la paz sino a conflictos. ¿No lo vemos a cada rato en la política?

15:1-4. “Me dijo el Señor: Si Moisés y Samuel se pusieran delante de mí, no estaría mi voluntad con este pueblo; échalos de mi presencia, y salgan. Y si te preguntaren: ¿A dónde saldremos? Les dirás: Así ha dicho el Señor: El que a muerte, a muerte; el que a espada, a espada; el que a hambre, a hambre; y el que a cautiverio, a cautiverio. Y enviaré sobre ellos cuatro géneros de castigo, dice el Señor: espada para matar, y perros para despedazar, y aves del cielo y bestias de la tierra para devorar y destruir. Y los entregaré para terror a todos los reinos de la tierra, a causa de Manasés hijo de Ezequías, rey de Judá, por lo que hizo en Jerusalén.”

Moisés y Samuel habían intercedido por el pueblo en numerosas ocasiones e impedido el castigo que Dios iba a descargar sobre ellos. Pero aquí Jeremías dice que el pecado de Manasés es tan grande que ni aquellos intercesores habrían podido salvar a Judá de la destrucción. Manasés, según 2R21, hijo del piadoso rey Ezequías, fue el más impío de los reyes de Judá, pero, según 2Cro33, se arrepintió al final de su vida, e incluso rectificó parcialmente el mal que había hecho.
Los castigos con que Dios, por medio del profeta, amenaza al pueblo a causa del pecado de su rey son terribles. ¿Por qué al pueblo y no al rey? El rey también fue castigado cuando fue llevado en cautiverio por los asirios. Pero el pueblo se había hecho su cómplice en sus crímenes, cuando debió haberle resistido (2R 21:9; 2Cro 33:9).

15:6. “Tú me dejaste, dice el Señor; te volviste atrás; por tanto, yo extenderé sobre ti mi mano y te destruiré…”.

La frase siguiente: "estoy cansado de arrepentirme," indica porqué Dios castiga sin remedio: todas las veces que ha perdonado a Judá anteriormente han sido inútiles, porque no escarmienta; una y otra vez cae en lo mismo.

l6:5. “Porque así ha dicho el Señor: ‘No entres en casa de luto, ni vayas a lamentar, ni los consueles; porque yo he quitado mi paz de este pueblo’, dice el Señor, ‘mi misericordia y mis piedades.’”.

La misericordia de Dios sostiene a todos los pueblos y les da paz, orden, tranquilidad, sean creyentes o no. Pero cuando Él les retira su misericordia se desatan toda clase de males sociales, guerras, divisiones internas, plagas y catástrofes. Eso lo hemos vivido en el Perú con el terrorismo en la década del ochenta.

16:13. "Por tanto, yo os arrojaré de esta tierra a una tierra que ni vosotros ni vuestros padres habéis conocido, y ahí serviréis a dioses ajenos de día y de noche."

Como me habéis sido infieles y habéis servido a dioses ajenos en la tierra que yo os di para que me sirvierais solo a mi, yo haré que en adelante sirváis a dioses ajenos hasta hartaros, pero en otra tierra que nunca habíais conocido, pues ésta la habéis perdido por haberme desechado.
"No os mostraré clemencia". La dureza de mi trato corresponde a la dureza e impiedad de vuestro corazón.

17:1. "El pecado de Judá está..esculpido en la tabla de su corazón".

Por eso gobierna todos sus actos. Ha sido grabado en sus corazones principalmente por los pensamientos inicuos que entretuvieron sus madres durante el embarazo, los cuales, a su vez, eran los pensamientos que prevalecían en sus vidas diarias: frivolidad, envidia, chismes, sensualidad, adulterio, etc. Ese pecado escrito en el corazón del ser humano determina su naturaleza y su conducta. "Cual es su pensamiento en su corazón, tal es él". (Pr 23:7).
El versículo que comentamos debe contrastarse con Jr 31:33,34, en donde se dice que el pueblo escogido tendrá la ley de Dios escrita en su corazón y nadie tendrá necesidad de ser enseñado, porque todos conocerán a Dios: “Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Señor; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice el Señor; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado.”. ¿Qué es lo que determina la diferencia entre uno y otro estado? En gran medida la vida interior de la madre durante el embarazo, sus pensamientos y sentimientos, su comunión con Dios, o su comunión con el diablo. En un caso el niño nace santificado; en el otro, nace corrompido. Por eso dice un salmo: "Los impíos se desviaron desde el seno materno." (Sal 58:3).
En cambio, muchos grandes hombres de Dios, como Samuel, fueron piadosos desde su infancia. ¿Por qué? Ciertamente por una gracia especial de Dios, pero también, en el caso de Samuel, porque tuvo una madre sinceramente piadosa que, antes de que lo concibiera, lo consagró a Dios.

18:1-10. “Palabra del Señor que vino a Jeremías, diciendo: Levántate y vete a casa del alfarero, y allí te haré oír mis palabras. Y descendí a casa del alfarero, y he aquí que él trabajaba sobre la rueda. Y la vasija de barro que él hacía se echó a perder en su mano; y volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla. Entonces vino a mí palabra del Señor, diciendo: ¿No podré yo hacer de vosotros como este alfarero, o casa de Israel? dice el Señor. He aquí que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano, oh casa de Israel. En un instante hablaré contra pueblos y contra reinos, para arrancar, y derribar, y destruir. Pero si esos pueblos se convirtieren de su maldad contra la cual hablé, yo me arrepentiré del mal que había pensado hacerles, y en un instante hablaré de la gente y del reino, para edificar y para plantar. Pero si hiciere lo malo delante de mis ojos, no oyendo mi voz, me arrepentiré del bien que había determinado hacerle.”

Dios tiene un propósito para cada pueblo y para cada individuo, así como el alfarero se propone hacer una vasija con determinada forma, o para determinado uso. Pero los seres humanos se diferencian de la arcilla en que tienen libre albedrío. Al alfarero el vaso se le malogra por accidente; no así a Dios, sino porque el vaso mismo se niega a plegarse a los movimientos de su mano. Dios le ha dado esa facultad. Pero así como el alfarero desecha el vaso que le salió mal, Dios desecha también al pueblo, al grupo humano, o a la persona que no se pliega a sus deseos, que no sigue el camino que Él le ha trazado.
Sin embargo, por la misericordia divina el desechar de Dios no es definitivo; el vaso puede recapacitar y dejarse moldear nuevamente al gusto de Dios. Entonces Dios no lo bota sino lo restaura. Del mismo modo, si el vaso que al principio fue dócil de pronto se resiste y no se deja moldear, aunque al comienzo se plegara, si no rectifica su rebeldía, Dios puede desecharlo.

26: 8-24. “Y cuando terminó de hablar Jeremías todo lo que el Señor le había mandado que hablase a todo el pueblo, los sacerdotes y los profetas y todo el pueblo le echaron mano, diciendo: De cierto morirás. ¿Por qué has profetizado en nombre del Señor, diciendo: Esta casa será como Silo, y esta ciudad será asolada hasta no quedar morador? Y todo el pueblo se juntó contra Jeremías en la casa del Señor. Y los príncipes de Judá oyeron estas cosas, y subieron de la casa del rey a la casa del Señor, y se sentaron en la entrada de la puerta nueva de la casa del Señor. Entonces hablaron los sacerdotes y los profetas a los príncipes y a todo el pueblo, diciendo: en pena de muerte ha incurrido este hombre; porque profetizó contra esta ciudad, como vosotros habéis oído con vuestros oídos. Y habló Jeremías a todos los príncipes y a todo el pueblo, diciendo: El Señor me envió a profetizar contra esta casa y contra esta ciudad, todas las palabras que habéis oído. Mejorad ahora vuestros caminos y vuestras obras, y oíd la voz del Señor vuestro Dios, y se arrepentirá el Señor del mal que ha hablado contra vosotros. En lo que a mí toca, he aquí estoy en vuestras manos; haced de mí como mejor y más recto os parezca. Mas sabed de cierto que si me matáis, sangre inocente echaréis sobre vosotros, y sobre esta ciudad y sobre sus moradores; porque en verdad el Señor me envió a vosotros para que dijese todas estas palabras en vuestros oídos. Y dijeron los príncipes de todo el pueblo a los sacerdotes y profetas: No ha incurrido este hombre en pena de muerte, porque en nombre del Señor nuestro Dios nos ha hablado. Entonces se levantaron algunos de los ancianos de la tierra y hablaron a toda la reunión del pueblo, diciendo: Miqueas de Moreset profetizó en tiempo de Ezequías rey de Judá, y habló a todo el pueblo de Judá, diciendo. Así ha dicho Jehová de los Ejércitos: Sión será arada como campo, y Jerusalén vendrá a ser montones de ruinas, y el monte de la casa como cumbres de bosque. ¿Acaso lo mataron Ezequías rey de Judá y todo Judá? ¿No temió al Señor, y oró en presencia del Señor, y el Señor se arrepintió del mal que había hablado contra ellos? ¿Haremos, pues, nosotros tan gran mal contra nuestras almas? ….Pero la mano de Ahicam hijo de Safán estaba a favor de Jeremías, para que no lo entregasen en las manos del pueblo para matarlo.”
En este pasaje se juega todo un drama. Los sacerdotes y profetas, furiosos de que Jeremías haya hablado al pueblo en un sentido contrario al que ellos profetizan, arman un alboroto para acusarlo públicamente y hacerlo condenar (en esto Jeremías es un tipo de Cristo). Pero ¡oh maravilla imprevista! Esta gran reunión de gente es ocasión para que Jeremías pueda predicar a una multitud aun más grande. Él, por su parte, no teme nada y está dispuesto a morir. Y he aquí que el mismo pueblo, sus príncipes y los ancianos, lo defienden de sus acusadores. ¡Cómo hubiera ocurrido lo mismo cuando Jesús fue acusado ante Pilatos! Pero Él en esa ocasión no predicó al pueblo ni se defendió, porque ser condenado a muerte y crucificado formaba parte del plan que Dios había concebido.

NB. Este texto y su continuación fueron escritos como trabajos para el curso de “Entrenamiento Ministerial” que seguí hace unos veinte años. Lo doy a publicación por primera vez.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a hacer una sencilla oración como la que sigue, entregándole a Jesús tu vida:

“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo y quiero recibirlo. Yo me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, y entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

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jueves, 29 de abril de 2010

¿QUÉ ES EL JUDAÍSMO? VII

Por José Belaunde M.
Los dos yetzer, el libre albedrío, el pecado

Yendo más allá del estudio de la Torá, en este artículo, y en los dos o tres siguientes, se describirán algunos aspectos importantes del judaísmo que es necesario conocer para tener una idea cabal de esta religión. Nótese que, salvo indicación en contrario, todo lo que a continuación se expone no son ideas propias del autor sino lo que, en su mejor entender, la literatura rabínica afirma.

1. El Judaísmo no cree en la doctrina del pecado original, según la cual la naturaleza humana fue corrompida a consecuencia del pecado de nuestros primeros padres, Adán y Eva, en el Paraíso. Más bien cree que el ser humano no es bueno ni malo, pero que en él habitan dos tendencias o inclinaciones innatas, una hacia el bien, llamada yetzer ha tov, y otra hacia el mal, llamada
yetzer ha ra.

La noción del impulso malo fue derivada de Gn 8:21: “Porque el intento del corazón del hombre es malo desde su juventud.” De la presencia de dos yods en el verbo “formar” (vayyitzer) en Gn 2:7, (“Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra…”), los rabinos dedujeron la existencia de dos yetzarim (plural de yetzer) en el hombre. Dicho sea de paso, yod es la letra más pequeña del alfabeto hebreo, que en la traducción al español de Mt 5:18, Jesús llama “jota” (iota en griego): “Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido”.

El yetzer ha tov es la conciencia moral, la voz interna que recuerda al hombre la ley de Dios y lo refrena cuando está a punto de hacer algo malo. Curiosamente la inclinación al bien apenas es mencionada en los escritos rabínicos, mientras que la inclinación al mal recibe mucha atención. Esto se debe a la observación natural de que hay un número mayor de malvados en el mundo que de buenos. La inclinación al mal es vista como una fuerza egoísta interna que impulsa al hombre a satisfacer sus necesidades más profundas (comida, alimento, sexo, etc.) actuando, si fuera necesario, en contra de su mejor conocimiento y de su conciencia, esto es, al margen de consideraciones morales. Pero el hombre bueno es capaz de conquistar el impulso del mal mediante la templanza y las buenas obras (Ned 32b). Según San Pablo, sin embargo, (caps 7 y 8 de Romanos), el hombre es incapaz de hacer eso sin la ayuda de la gracia sobrenatural.

El carácter de la persona es determinado por cuál de los impulsos predomine. Sin embargo, mientras que el impulso al mal se manifiesta desde la más temprana edad –y es lo que impulsa al niño a hacer travesuras- el impulso al bien empieza a manifestarse recién a partir de los trece años, como resultado de la reflexión que aparece en esa edad, al llegar a la cual el adolescente recibe el Bar Mitzvá (hijo del mandamiento), ceremonia mediante la cual el joven se convierte en un miembro adulto de la comunidad judía, y está obligado a cumplir todos los mandamientos (mitzvot). Nótese, que según la doctrina cristiana, el niño a la edad de siete años entra en lo que se llama “la edad de la razón”, y es responsable moralmente de sus actos.

El gran peligro de la mala tendencia es que si no es controlada desde temprano, se vuelve cada vez más fuerte y puede empujar al hombre a cometer cada vez excesos mayores y hasta crímenes. Según un dicho conocido, el mal impulso es al comienzo como un viajero, después es como un huésped; finalmente se convierte en el dueño de casa. (Suk 52b). Según otro dicho el mal impulso es dulce al comienzo, pero amargo al final. (Shab 14c)

De otro lado, a pesar de su nombre, se considera que el yetzer ha ra no es esencialmente malo, porque todo lo que Dios ha creado es bueno, según Gn 1:31. Es malo sólo en tanto que pueda ser usado para el mal, porque si no fuera por ese impulso el hombre no emprendería ninguna de las cosas que constituyen los aspectos prácticos de su vida, esto es, no construiría una casa, no se casaría, no engendraría hijos y no conduciría sus negocios. (Genesis Rabba 9.7). Sentir hambre es un deseo natural de la naturaleza humana que le permite subsistir, pero puede llevar al hombre a robar alimento. El deseo sexual no es algo malo en sí mismo pero, si no es controlado, puede empujar al hombre a cometer un incesto, o un adulterio, o a violar a una mujer.

A la vez, la tendencia al mal le da al hombre la oportunidad de convertirse en un ser moral, venciéndola. El mandamiento: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón.” (Dt 6:5) recibió de un rabino el siguiente comentario: “Con los dos impulsos.” (Sifré Deut 73ª). Aun el mal impulso puede ser empleado en el servicio de Dios y ser un medio para demostrar nuestro amor a Él.

Cuanto más grande es el hombre, mayor es el yetzer ha ra en él. Esta observación es muy certera porque la posición que ocupe un hombre en el mundo y en la sociedad, depende en gran medida de la energía vital de que disponga, la cual está inevitablemente ligada al yetzer ha ra. Según algunos la frase del Padre Nuestro: “líbranos del mal” (Mt 5:13) querría decir “líbranos del mal impulso”.

El antídoto contra el mal impulso es la Torá. Stephen Wylen dice que el estudio de la Torá mejora el corazón, pero no es suficiente. El ser humano necesita que se le diga lo que es malo y lo que es bueno. En última instancia, según él, la educación determinará si la persona se inclina mayormente al bien o al mal, lo cual la experiencia enseña que es sólo parcialmente cierto. El conocimiento de la Torá purifica el corazón (lo cual es cierto) y permite que las acciones buenas prevalezcan sobre las malas. Si las acciones buenas pesan en la balanza más que las malas la persona se salva; de lo contrario se condena (Nota 1), pero no se descarta que el hombre impío pueda arrepentirse antes de morir y salvarse. Esa noción no es muy lejana de lo que sostiene el cristianismo, de que aun el peor pecador puede al último momento salvarse si se arrepiente, e invoca el nombre del Señor (Rm 10:13).

El yetzer ha ra pertenece sólo a este mundo y no lo tienen los ángeles ni ningún ser celestial. Por ese motivo en el mundo venidero (olam ha ba) no se come ni se bebe, no hay procreación ni comercio, ni odio ni envidia (Ber 17ª). Compárese ese concepto con la respuesta que dio Jesús a la pregunta maliciosa que le hicieron los saduceos acerca de la resurrección: “Porque en la resurrección no se casarán ni se darán en casamiento, sino serán como los ángeles de Dios en el cielo.” (Mt 22:30). Cabría preguntarse quién influyó en quién en este asunto, si la concepción de los fariseos -predecesores de los rabinos- en Jesús, o el Evangelio en el pensamiento rabínico.

Como el Yetzer ha ra fue creado principalmente para la preservación de la especie humana, al final de los tiempos, en el más allá, Dios lo destruirá en presencia de los justos y de los inicuos.

El mal impulso no es exclusivo del cuerpo, pues está íntimamente asociado al impulso bueno que reside en el alma. De lo dicho puede inferirse que, aunque sean conceptos en el fondo diferentes, no se puede negar que la antinomia yetzer ha ra/ yetzer ha tov tiene cierta afinidad con la oposición entre la carne y el espíritu que describe Pablo en Gálatas 5:16,17. Se trata de dos tendencias básicas que moran en el individuo y que moldean su conducta. La diferencia entre ambos conceptos es que el hombre, según Pablo, privado de la gracia de Dios, es incapaz de resistir a las incitaciones de la carne. Esta es una noción que, como se verá a continuación, los rabinos no comparten.

2. Puesto que la tendencia al mal es una parte inherente e indispensable de la naturaleza humana, ¿no está el hombre, en cierta manera, obligado a pecar? La respuesta de los rabinos es categóricamente negativa. Esa tendencia de la naturaleza está bajo su control. En su apoyo suelen citar Gn 4:7b: “A ti será su deseo (el del pecado), y a ti te será sujeto”. Compárese esa concepción con el lamento contrario de Pablo: “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago.” (Rm 7:16) El hombre pecador sin Cristo no puede evitar el pecado.

Una máxima rabínica muy citada es: “Todo está en manos del cielo (e.d. de Dios) menos el temor del cielo”, (Ber 33b), lo que significa que si bien Dios decide el destino del individuo, no decide el carácter moral de su vida.

Esta noción de la libertad del individuo se apoya en la frase que Dios dirige a los israelitas: “He aquí yo pongo delante de vosotros la bendición y la maldición” (Dt 11:26), se entiende, para que escojas. Y más adelante se les dice: “Mira, yo he puesto hoy delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal.” (Dt 30:15), añadiendo: “Escoge pues la vida para que vivas tú y tu descendencia.” (Dt 30:19).

Los rabinos no trataron de resolver el misterio de la relación entre el preconocimiento divino y la libertad humana (como sí lo haría Agustín), pero admitían que ambas cosas se daban juntas. Sin embargo, según ellos, Dios interviene hasta cierto punto por el hecho de que una vez que el hombre ha tomado su decisión, se le da la oportunidad de perseverar en el curso tomado: “El hombre es guiado en el camino en que desea caminar.” (Mak 10b). Es decir, si el individuo escoge el bien, será guiado para hacerlo; si escoge el mal, el diablo le inspirará la manera de practicarlo. Eso explica porqué los impíos encuentran tantas ocasiones para hacer el mal, y los buenos para hacer el bien.

Sin embargo, para algunos rabinos el hecho de que Dios sepa de antemano todo lo que el hombre va a hacer, significa necesariamente que todo está predeterminado. El tema es demasiado complejo para tratarlo aquí.

La ética rabínica tiene como fundamento la convicción de que la voluntad humana no está sujeta a restricciones y, por consiguiente, la naturaleza de su vida es moldeada por sus deseos. El hombre puede desaprovechar las oportunidades que le ofrece la vida, si lo desea, pero nada le obliga a desaprovecharlas. El mal impulso lo tienta constantemente, pero si cae, la responsabilidad es enteramente suya. En esto la ética de los rabinos no difiere de lo que afirma Santiago: “Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte.” (St 1:13-15). La noción de la concupiscencia está definitivamente emparentada con el concepto del
yetzer ha ra.

3. Siendo el hombre un ser libre y teniendo en su interior un poderoso impulso al mal, es inevitable que el hombre caiga en pecado ocasional o frecuentemente –según cuál sea el impulso que predomine en él.

Algunos rabinos se preguntaban si era posible que hubiera un hombre que estuviera exento de pecado. Aunque existía entre ellos la tendencia a idealizar a algunas de las grandes figuras de su pasado, haciéndolas impecables, esa opinión era contradicha por la frase inequívoca del Eclesiastés: “No hay hombre justo en la tierra que haga el bien y nunca peque.” (Ecl 7:20).

Aunque el Talmud niegue la doctrina del pecado original, la mayoría de los rabinos reconocía que el pecado cometido por Adán y Eva en el Paraíso tuvo graves repercusiones en las generaciones futuras, siendo quizá la más grave de ellas la intrusión de la muerte en la existencia humana, como Dios le advirtió a Adán (Gn 2:17 y 3:19), lo cual supone que, de no haber pecado Adán, el hombre sería inmortal. En esto el pensamiento de Pablo expresado en Romanos 5:12 (“Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.” Véase también 1Cor 15:21,22) se enmarca dentro de la concepción del judaísmo. ¿Fue él influenciado por el judaísmo de su tiempo, o al revés, fueron influenciados los rabinos por sus enseñanzas, a pesar de que se le consideraba un apóstata? Difícil decidirlo porque no existen documentos que permitan elucidar la cuestión, pero lo que sí es cierto es que la carta a los Romanos es dos siglos anterior a la publicación de la Mishná.

Lo que ningún rabino estaría dispuesto a admitir es que la culpa se hereda de padres a hijos, es decir, que el ser humano pueda ser culpable de un pecado que él mismo no ha cometido (Véase Ez 18:20). Algunos textos del Talmud expresan la aspiración de que el hombre pueda vivir sin pecado: “Bienaventurado el hombre cuya hora de la muerte es como la hora de su nacimiento.” Es decir, que muera tan inocente como vino al mundo, lo cua,l sabemos, es humanamente imposible. Sin que ellos lo quieran admitir, esa aspiración suya apunta a Jesús que fue el único ser humano que “no conoció pecado.” (2Cor 5:21).

La concepción rabínica acerca del pecado coincide en muchos aspectos con la cristiana: El pecado es para ellos una rebelión contra Dios. Él ha revelado su voluntad en la Torá. Violarla es cometer una trasgresión (“el pecado es infracción de la ley.” 1Jn 3:4). La virtud consiste en conformar la propia conducta a sus dictados. El mérito del hombre consiste en refrenar sus impulsos egoístas para llevar una vida conforme a la voluntad de Dios.

Hay tres pecados que el hombre no puede cometer ni siquiera para escapar de la muerte en épocas de persecución: Idolatría, impureza y asesinato. (2) A ellas se añade la calumnia, que es una forma de asesinato moral. La idolatría es tan grave como las otras tres juntas y es el mayor de los pecados, porque implica negar la revelación y, por tanto, destruir la base de todo el sistema judío de culto y de moral.

La inmoralidad sexual es comparada en el Talmud con la idolatría. Hay una frase en un midrash que recuerda a la admonición de Jesús contra el que adultera mirando con codicia a una mujer (Mt 5:28): “No sólo el que peca con su cuerpo es llamado adúltero; también lo es el que peca con sus ojos.” (Lev Rabba 23:12).

El asesinato es una ofensa contra Dios porque supone destruir una vida que fue creada a Su imagen. El odio es denunciado, no como hizo Jesús con la ira, porque sea la negación del amor (Mt 5:22), sino con un sentido más bien pragmático, porque puede llevar fácilmente al asesinato. (3)

No sólo el calumniador es severamente denunciado; también lo es el que escucha la calumnia, y el que la repite, así como el que da falso testimonio. El Pirke Avot recoge un dicho del Rabí Eliécer: “Que el honor de tu prójimo sea tan valioso para ti como el tuyo propio.” Por un motivo semejante la mentira es equiparada al hurto. Hay un dicho talmúdico que expresa una verdad que confirma la experiencia: “El castigo del mentiroso consiste en que nadie le cree cuando dice la verdad.” (Sanh 89b).

Notas: 1. El judaísmo básicamente enseña que la salvación se alcanza mediante las obras.
2. Implícitamente se entiende que sí hay algunos pecados que el hombre puede cometer para salvar la vida. Para entender esta salvedad debe tenerse en cuenta que el pueblo judío estuvo sujeto durante la mayor parte de la era cristiana a una cruel persecución constante.
3. Según algunos autores recientes no judíos la condenación del enojo por Jesús constituiría una valla erigida por Él, a la manera de los rabinos, en torno al mandamiento que prohíbe el asesinato. A mi juicio esa es una distorsión del pensamiento de Jesús. Él condena la ira como un mal en sí mismo, no porque pueda ser en los hechos antesala de un pecado mayor.

NB. Este artículo está principalmente basado en el bello libro de A.Cohen, “Everyman’s Talmud”.

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miércoles, 14 de abril de 2010

ANOTACIONES AL MARGEN XXIV

* ¿Santidad o separación?

El libro del Levítico amonesta: “Seréis santos porque yo el Señor vuestro Dios soy santo”. (Lv 19:2) La palabra hebrea kadosh quiere decir en realidad separado, apartado. (Nota 1) Generalmente hemos interpretado esta exigencia en el sentido de una separación individual del hombre piadoso respecto del incrédulo. Pero en verdad lo que Dios pide al pueblo hebreo en este pasaje es que se mantenga separado de los pueblos paganos, para no contaminarse con sus prácticas idolátricas. Por eso es que el pueblo judío a lo largo de la historia ha tratado siempre de mantenerse aparte de los demás pueblos, incluso vecinos. En la práctica se trató inicialmente de una separación voluntaria, que se convirtió en el curso del tiempo en una separación impuesta por el entorno que los rechazaba, especialmente en la Europa cristiana.

* Dios permite el mal –es decir, el pecado- para sacar un bien. Eso es algo que sólo Dios puede hacer. Por ejemplo, -y éste es el ejemplo supremo- Dios permitió el pecado de Adán y Eva, que Él fácilmente hubiera podido impedir, para generar un bien muchísimo mayor, esto es, la encarnación de Jesús y la redención del género humano a través de la cruz.

* El mal que algunos me hacen me puede hacer más bien que la bondad de muchos.

* Los malvados que maquinan males contra el prójimo de un lado le hacen daño, y de otro, son instrumentos de la justicia divina.

* Cuando tú das gracias a Dios por el mal que te ocurre, lo conviertes en un bien.

* Hay ocasiones en que Dios nos protege del daño ajeno, como dice el Salmo 34: “El ángel del Señor acampa en torno de los que le temen, y los defiende.” (v. 7). Pero hay otras en que pareciera que Dios no interviene a favor nuestro. ¿Por qué no lo haría? Hay tres motivos por los que Dios permite que nos sobrevengan molestias y tribulaciones: castigar nuestros pecados, probar nuestra paciencia, y multiplicar nuestra recompensa al aceptar sin protestar lo que Él nos manda.

Sin embargo, el bien que redunda de un mal hecho a alguno, no disminuye la culpa del que obró mal.

* ¡Qué extraño sería que alguien le pidiera a Dios “bendíceme”, como en la oración de Jabes, y que quisiera que Dios le envíe sufrimientos! Sin embargo, las torturas que muchos mártires sufrieron fueron bendiciones encubiertas. Eso es algo que sigue ocurriendo en nuestros días en los países donde los cristianos son perseguidos. El obispo Ignacio de Antioquía, de comienzos del segundo siglo, cuando era llevado a Roma como Pablo, para ser juzgado, escribía a las iglesias que oraban por él, pidiéndoles que no intervinieran a su favor, ni que abogaran para que los jueces fueran clementes con él, porque él, por amor a Cristo, ardía en deseos de ser triturado por las fieras, y así poder dar testimonio de su fe en el estadio ante la multitud enardecida, sedienta de sangre, como efectivamente ocurrió.

* La historia sagrada está llena de paradojas. El rey Asa que había sido un rey piadoso, al final de su vida se enorgulleció y fue castigado por ello con una enfermedad en las piernas. (2Cro 16:7-13). En cambio Manasés, que figura en la historia como el más impío de los reyes de Judá, al final de su vida se arrepintió y fue perdonado. (2Cro 33:1-20).

* En el libro de los Hechos hay un ejemplo de cómo Dios a veces no contesta de inmediato a nuestras preguntas, sino lo hace más adelante y a través de una persona que no conocemos. Cuando Pablo, camino a Damasco, fue derribado a tierra por la visión de Jesús resucitado, al levantarse, cegado por el resplandor, preguntó: “Señor, ¿qué cosa quieres que haga?” Y el Señor le contestó. “Levántate y anda a la ciudad, y allí se te dirá lo que tienes que hacer.” Llegado a Damasco, y estando en ayuno por tres días, el Señor envió a un discípulo llamado Ananías, a quien no conocía, para que le impusiera las manos a fin de que recobrara la vista, fuera lleno del Espíritu Santo, y se bautizara. Y de inmediato comenzó a predicar en las sinagogas impulsado por el Espíritu. Eso era lo que Dios quería que hiciera (Hch 9:1-22). Dios nos contesta, en efecto, a veces de manera inesperada.

* Este es un gran principio: Lo que agrada a la voluntad humana, suele desagradar a Dios. Como escribe Pablo en Gálatas: “Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo.” (Gal 1:10). Pero lo contrario es también cierto: Lo que agrada a Dios provoca con frecuencia el rechazo de los hombres. Y muchas veces tenemos que pagar duramente por ello.

* ¿Quieres saber cuál es la voluntad específica de Dios para ti? Sé celoso en cumplir la voluntad de Dios que ya conoces.

* ¿Para qué revelaría Dios su voluntad al que no le obedece?

* Dios “quiere que todos se salven y vengan al conocimiento de la verdad” (1Tm 2:4), pero no todos hacen lo que Dios ha puesto como condición para salvarse.

* Estamos acostumbrados a pensar que lo bueno viene de Dios (es decir, prosperidad, éxito, salud, etc.) y lo malo del diablo, y es cierto que él lo causa. Pero no podría hacerlo si Dios no lo permitiera. De modo que si Él lo permite es porque me conviene y debo aceptarlo gozoso.

* Los sufrimientos que Dios permite nos purifican.

* La cruz divide a la humanidad en dos. De un lado están los que creen en ella y se salvan; de otro, los que rechazan creer en ella y se condenan. De un lado está el buen ladrón; del otro, el malo.

* A partir de inicios del siglo XIX, los eruditos racionalistas que estudiaban el Nuevo Testamento y la vida de Jesús, empezaron a distinguir entre lo que ellos llamaron el “Cristo de la fe” (lo que los evangelios dicen de Él) y el “Cristo de la historia” (lo que a su juicio se puede rescatar de los relatos evangélicos como evidencias verificables, o creíbles de su existencia, o de la autenticidad de las palabras que los evangelios le atribuyen). A juicio de algunos de ellos lo que queda como evidencias creíbles son apenas migajas.

Migajas es el fruto de su pseudociencia, porque nosotros sabemos que el Cristo de la fe es el Cristo de la historia. Sin el Cristo de la historia el Cristo de la fe no existiría. En otras palabras, son el mismo.

En cambio, el Cristo mutilado de la historia que ellos reconstruyen, sí es una fábula increíble.

En apoyo de la verdad cristiana han surgido en los últimos tiempos estudiosos –algunos de ellos agnósticos- que afirman, respaldados por argumentos muy sólidos, que todos los libros del Nuevo Testamento fueron escritos antes de la destrucción del templo de Jerusalén, es decir, antes del año 70; y que los evangelios fueron escritos pocos años después de la muerte de Jesús, alrededor del año 50 ó 60, (Véase “Redating the New Testament” de John A.T. Robinson y “The Hebrew Christ” de C. Tresmontant) contrariamente a la teoría liberal que sostiene que son documentos tardíos, que datan de fines del primer siglo, o de mediados del segundo, y por tanto, muy alejados de los acontecimientos que narran.

* Si la información acerca de la huida a Egipto de los padres de Jesús hubiera sido negada por sus contemporáneos, antes o después de su muerte, como lo hubiera sido inevitablemente de haber sido falsa, ¿por qué le prestaría credibilidad un enemigo declarado del cristianismo como el filósofo Celso, que escribió a mediados del siglo segundo?

Por su lado, el historiador fariseo Josefo, que después de haber combatido heroicamente al lado de los suyos, se pasó al bando de los romanos (2), escribió hacia el año 90 su libro “Antigüedades de los Judíos”. Si él no niega la historicidad de Jesús, si no niega que existiera y que realizó milagros, sino al contrario lo afirma, así como que fue crucificado por orden del procurador romano Poncio Pilato, ¿por qué lo haría si él no era cristiano? Porque la vida y la muerte de Jesús eran entonces hechos conocidos de todos, que a nadie se le hubiera ocurrido negar, y que él, como historiador veraz, no podía dejar de consignar.

* Hay quienes rechazan el relato del nacimiento virginal de Jesús como una fábula inverosímil. Pero pensemos un momento: el que creó el mundo de la nada y creó al hombre del polvo de la tierra, ¿no sería capaz de hacer que una mujer conciba sin intervención de varón? ¿Esto es, de sustituir al espermatozoide con su poder creador?

* Gracias a la predicación del Evangelio el Dios de Israel se convirtió en el Dios de todas las naciones de la tierra, porque es el único Dios que existe; y si es el único y no hay otro, Él es el Dios de todos.

* Aunque al comienzo la secta de los nazarenos, como llamaban a los discípulos de Jesús, era un movimiento más de los varios que convivían en Palestina en el primer siglo, pronto surgió un antagonismo entre ellos y buen número de los judíos. La hostilidad mutua es visible a partir del 3er capítulo del libro de Hechos, y viene del hecho de que las autoridades del pueblo rechazaron a Jesús y complotaron para hacerlo crucificar. Era inevitable que si rechazaron al Maestro, rechazaran también a sus discípulos. Pero éstos no rechazaban a los que los rechazaron sino, al contrario, trataban de ganarlos, al comienzo con buen resultado, pero después cada vez con menos éxito, a medida que aumentaban los creyentes gentiles, muchos de los cuales creyeron en el Evangelio cuando asistían, como “temerosos de Dios”, o como prosélitos judíos, a las sinagogas donde Pablo predicaba. Esa es la historia que nos pinta ese libro que narra los comienzos de la iglesia y del ministerio de Pablo.

* El judaísmo rabínico que surgió después de la destrucción del templo el año 70, es la cristalización persistente y organizada del fenómeno que describe Jn 1:11: ”Vino a lo suyo, y los suyos no lo recibieron.” Rechazaron el don de Dios que vino a ellos, y se encerraron en sí mismos después del castigo que Jesús había previsto y anunciado; y se endurecieron porque no reconocieron el motivo por el cual les había sobrevenido esa desgracia.

Después de la primera destrucción del templo y del exilio babilónico, ocurridos el año 586 AC, (2 R 25:8-10) los judíos reconocieron que esa calamidad les había venido porque habían adorado a otros dioses y sido infieles a Dios, y nunca más fueron idólatras. Pero después de la segunda destrucción, que fue más terrible que la primera porque no quedó piedra sobre piedra, como Jesús había anunciado –la catástrofe que ellos llaman Hurbán- ya no quisieron reconocer su verdadera causa, sino que, más bien, aun reconociendo que Dios los estaba disciplinando por sus pecados, se dijeron: “No necesitamos de templo alguno. Nos basta con asistir a la sinagoga y cumplir la ley,” y empezaron a consignar por escrito las tradiciones orales que Jesús había criticado, a las que dieron igual o mayor valor que a la Torá escrita, convirtiéndolas en la norma suprema de su vida.

* Podría preguntarse si la fe cristiana contiene en sí misma la semilla de la hostilidad hacia los judíos. Pero no es así. Ellos se condenaron a sí mismos cuando sus dirigentes exclamaron: “Su sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos.” (Mt 27:25). Esas palabras han resonado ominosamente a través de los siglos y no cabe duda que han inspirado sentimientos anti judíos en la población cristiana. De otro lado Pablo escribe que las ramas naturales fueron desgajadas del tronco del olivo a causa de su incredulidad (Rm 11:19,20). Ellos mismos provocaron su caída, como también la provocan los cristianos apóstatas. Pero a las ramas naturales les está prometido que algún día serán reinjertadas en el olivo si no permanecen en su incredulidad. (Rm 11:23,24). Es cierto que la enemistad mutua de judíos y cristianos fue adquiriendo con el correr de los años un carácter cada vez más violento, -especialmente a partir de la conversión al cristianismo del Imperio Romano en el siglo IV- con quema recíproca de sinagogas y de iglesias, y ataques de las masas fanáticas de uno y otro lado, hechos que hoy a nosotros nos avergüenzan.

Pero eso no impedía que en algunas ciudades durante los primeros siglos, los cristianos fraternizaran con los judíos y asistieran a las sinagogas, atraídos por su conocimiento de las Escrituras; al punto de que las autoridades de unos y otros se vieron obligados a tomar medidas para disuadirlos de asistir.
* Una de las ventajas que para mí ha significado haber dedicado tiempo al estudio del judaísmo es que he llegado a comprender que Jesús, el hombre, no fue un maestro cristiano que caminó, enseñó e hizo milagros en un país exótico para Él, sino que Él fue un rabí judío, que se vestía como judío, que llevaba una túnica con tzitzit bordados en sus cuatro extremos (3), como manda Moisés; que llevaba el pelo y la barba largos a la manera de los nazareos; que hablaba arameo (o hebreo) y posiblemente también griego; que no comía nada impuro (sólo comida kosher diríamos hoy día), y que guardaba el sábado como todo judío; que celebraba la Pascua y asistía a la sinagoga como todo judío, y oraba en el Templo; que vivió en un país judío (ocupado por los romanos), teniendo poco contacto con los no judíos, y que se rodeó de discípulos judíos como Él, celosos de la Torá (o de la ley, como decimos nosotros). Aunque no se sabe cómo era su semblante se han pintado muchísimos cuadros en que aparece un Jesús de bello aspecto europeo, de pelo largo y barba cuidada, pero no he visto uno solo en que se le retrate como el judío oriental que era, probablemente de piel cetrina, barba hirsuta y cabello que le caía hasta los hombros. Si se pintara, la mayoría de nosotros no reconocería a su Maestro y más bien se escandalizaría. (4)
¿Por qué entonces no vivimos nosotros cumpliendo la ley mosaica fielmente como la cumplió Jesús? Porque, como dice Pablo, la ley fue nuestro ayo (o pedagogo) para llevarnos a Cristo pero, venida la fe, una vez Él resucitado, la ley antigua con sus preceptos minuciosos –exceptuado el Decálogo- dejó de estar vigente. (Gal 3:23-29; Ef 2:14-16).

Notas: 1. La Septuaquinta la traduce como hágios, que quiere decir: santo, separado, santificado, consagrado.

2. El año 66, como consecuencia de los abusos que cometían los romanos, los judíos se rebelaron y estalló la guerra feroz que Jesús había predicho, y que terminó con la destrucción del templo y de Jerusalén. (Lc 21:5,6, 20-24). Los romanos, que no conocían las palabras de Jesús, las cumplieron con una exactitud asombrosa porque, tomada la ciudad, la destruyeron totalmente, y para que no quedara huella de ella, arrojaron a los valles circundantes todas las piedras de sus grandes construcciones, y araron su superficie, de modo que sólo quedó en pie el muro de los lamentos.

3. Mateo consigna dos episodios en que personas enfermas tocan el borde del manto de Jesús y son sanadas (9:20 y 14:36. Véase también Mr 6:56 y Lc 8:44). El borde de que ahí se trata es el tzitzit, o franja, que la ley mosaica ordena a todo hebreo poner en sus vestidos (Nm 15:38-40). La especificación de coser franjas en los cuatro extremos del manto está consignada en Dt 22:12. Debido a la dificultad de coser esas franjas en la vestimenta moderna los judíos piadosos se ponen para orar el talit, una especie de chal que lleva cosidas las cuatro franjas.

4. La sábana de Turín, que es el lienzo con el que el cadáver de Jesús fue envuelto, tiene grabados ambos lados de la huella de su cuerpo a la manera de un negativo fotográfico, el cual, al ser fotografiado con una máquina de las antiguas, muestra nítidamente en la placa los rasgos de su cara y las huellas de las heridas de su pasión. El rostro de Jesús aparece en ella alongado y de una expresión severa. La imagen se grabó posiblemente en el instante en que fue vivificado, porque el ángulo en que están los pies es el de una persona que está siendo alzada y que no toca el suelo.

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ANOTACIONES AL MARGEN XXIII

* ¿Por qué existe Dios? ¿Por qué existe un ser así? En nuestra miopía la mayoría de los seres humanos tendemos a pensar que Dios es algo que se añade a la existencia humana, como algo que fuera exterior a nuestra vida, que es lo central. Cuando en realidad es al revés. Lo central es Dios, y lo demás es accesorio. Pero eso no responde a la pregunta ¿Por qué hay un Dios? Si no lo hubiera no habría nada, nada existiría. Dios es el Ser que lo llena todo, y todos los demás seres que hay giran alrededor suyo. Pero muchos lo ignoran y son para sí mismos un pequeño sol alrededor del cual todo gira.

* Toda la recompensa que debemos esperar de Dios es más amor y nada más. Pero el amor es todo y basta para hacernos felices. ¿No ama acaso Dios a todos por igual y sin merecerlo? Sí, pero hay algunos que están más cerca de Él que otros. Santiago escribió: “Acercaos a Dios, y Él se acercará a vosotros.” (St 4:8). De nosotros depende cuán cerca de Él estemos.

* Dios es un coleccionista de miserias humanas. ¡Qué linda frase y qué cierta! Entre ellas me encuentro yo.

* Dios planta en nuestro pensamiento todo lo que necesitamos. Eso es lo que me permite redactar estos escritos.

* Dios permite que le ayudemos. ¿Pero necesita acaso Él realmente de nuestra ayuda? No. ¿Por qué lo hace entonces? Para ayudarnos. Colaborando con Él crecemos. Él quiere asociarnos a su obra para unirnos a Él.

* Nuestros gritos desesperados de auxilio le agradan a Dios. Le agradan porque arde en deseos de ayudarnos. Cuanto más necesitados de ayuda estamos, más nos ama. Nuestra miseria lo enternece.
Nosotros somos todo lo contrario. Los defectos de los pobres nos desagradan y hasta nos indignan, y hacen que cerremos el puño. Si Dios se portara con nosotros como nosotros nos portamos con los pobres, le tendríamos miedo y no nos atreveríamos a pedirle nada, salvo obligados por la necesidad. Pero lo peor es que si Él obrara a nuestra medida, Él sería mezquino con nosotros. Nosotros somos severos con los pobres. Los ayudamos más con asco que con amor.

* Dios se alegra de que lo invitemos a entrar en nuestros corazones para conversar un rato. ¿Cuántas veces lo hacemos? Preferimos a la suya la compañía de los hombres, que son tan fríos y egoístas como lo somos nosotros.

* Yo debo ser conciente siempre de que Jesús está en mí y me está viendo. Ve todo lo que hago, digo y pienso. ¿Estoy yo dispuesto a compartir todos mis pensamientos con Él como si estuviéramos conversando? Lo dudo. Sin embargo, eso es lo que hago sin querer todo el tiempo. ¡Cómo deben desagradarle algunas de mis palabras y algunos de mis pensamientos!

* En cada ser humano Dios ve la imagen de su Hijo que murió para salvarlo. Eso es lo que Él ve en nosotros, y por eso, cuando está a punto de condenarnos, detiene su mano como detuvo Abraham la suya que blandía el cuchillo.

* Así como todo el que ama se goza haciendo regalos a la persona amada, Dios se goza derramando sus dones sobre nosotros.

* El que ama a Dios y trata de agradarlo en todo, crecerá espiritualmente de una manera tan natural como crece la planta cuando es regada. Y si no crece es porque su amor se ha enfriado.

* Dios se alegra cuando nosotros acudimos a Él con la confianza de un niño pequeño que sabe que su papá lo escucha y lo levanta cuando le tiende sus brazos.

* Cuando oramos necesitamos ser concientes de que Dios responde a nuestras oraciones siempre aunque no nos demos cuenta. Por eso debemos tomar nota de sus respuestas concretas a nuestros pedidos. Eso aumenta nuestra fe en el poder de la oración.

* Todos hemos sido “ordenados” por el Espíritu Santo para servir a Dios en la capacidad que Él nos señale.

* ¿Qué quiere Dios de mí? ¿Qué trabaje y me esfuerce por su causa? No. Primero que nada quiere que lo ame.

* Adoramos a Dios no sólo arrodillándonos y orando con la frente en el suelo. También ganando almas para el cielo, o enseñando.

* Debería pensar en Dios todo el tiempo a lo largo del día. Pero estoy cautivo de otros intereses y de muchas lecturas que me distraen.

* ¿Cuál será la misericordia que algún día mostrará Dios con los delincuentes que cayeron temprano en el delito porque nunca fueron amados? Buena parte de los malhechores contumaces no lo habrían sido si hubieran sido criados con amor y amados de niños.

* La bondad humana no es más que una copia imperfecta y borrosa de la infinita bondad divina.

* ¿Cuántas cosas me ha dado Dios que eran exactamente lo que necesitaba? Él se ocupa de mi vida y de mis asuntos como el “manager” más eficiente y solícito.

* Los actos humanos brotan de amor o de odio, de simpatía o de antipatía, de admiración y respeto, o de desconfianza y temor; de codicia o de filantropía; y según sea la fuente son los efectos y las consecuencias. Según el árbol son los frutos.

* ¡Compasión, humildad, gentileza! ¿Quién quiere poseer esas cualidades? Más bien deseamos mostrarnos no arrogantes, pero sí seguros de nosotros mismos; no indiferentes, pero tampoco sensibleros, y menos, crédulos; amables, pero no obsecuentes.

* ¿Cuántas son las personas en el mundo que invitan a Jesús a entrar en su corazón y en su vida, y más aun, para tener comunión con Él como con un amigo?

* ¡Qué cierto es que la presencia de Dios en nosotros nos cambia, nos transforma, nos limpia y nos purifica! Cuanto más unidos estemos a Él más nos hacemos semejantes a Él.

* Ser compasivo con quienes no se lo merecen sino más bien abusan de nosotros es muy difícil, pero así obraba Jesús. En el fondo si lo imitamos y nos portamos de esa manera nos hacemos estimables a los ojos de los otros, aunque algunos nos ridiculicen.

* Te amo, Jesús. Esa es la mejor de todas las oraciones, mil veces repetida. Cuanto más la digamos, más lo amaremos y más su amor se reflejará en nosotros, en nuestra conducta, en nuestros gestos y nuestras palabras, y más nos pareceremos a Él.

* La fe debe ser cultivada para que crezca, es decir, practicada, y hay que pedir también por ella, como le pidieron los apóstoles a Jesús: “¡Auméntanos la fe!” (Lc 17:5).

* Si creyéramos más, nos esforzaríamos menos; es decir, tendríamos que luchar menos por las cosas que deseamos.

* Cuanto más lejos Él parece estar, más cerca lo tengo en realidad.

* Todo lo que hacemos por los demás, se lo hacemos a Jesús, como Él mismo lo explicó (Mt 25:40). Pero ¿por qué nos cuesta tanto recordarlo? ¿Será que Jesús es tan antipático como esa mujer que me importuna con sus pedidos constantes de ayuda? Sin embargo, aun en el mendigo antipático, en la pordiosera odiosa, Jesús está presente.

* Dios es el principio de todas las cosas, pero Él no tiene principio, porque existe desde siempre; y es el fin de todo sin tener fin Él mismo, porque todo lleva a Él y termina en Él, siendo la meta de todo.

* Nuestro amor a Dios se manifiesta en nuestra obediencia a su voluntad. Sin obediencia no hay amor a Dios. “Si alguno me ama –dijo Jesús- guardará mi palabra.” (Jn 14:23)

* Si quiero ser amigo de Dios debo amar lo que Él ama y odiar lo que Él odia. Por tanto, debo amar y aceptar lo que Él disponga para mi vida. Y debo también odiar el pecado, no tanto en los otros sino en mí.

* Dios dispone que seamos castigados, o disciplinados para nuestro bien, es decir, para que nos arrepintamos y enmendemos nuestra vida. Eso es lo que Él busca, no que suframos por el sufrimiento mismo, sino por lo que el sufrimiento trae consigo, esto es, arrepentimiento y purificación.

* Nada ocurre de casualidad, porque todo lo que ocurre en la tierra, incluyendo las catástrofes naturales, está bajo su control. Él puede demorarlas, moderarlas, impedirlas, o provocarlas, y hasta agravarlas, según los designios inescrutables de su providencia que siempre busca lo mejor para el hombre.

* Si alguno me perjudica o me hace daño, no es por mala suerte, o porque el ángel a quien Él ha confiado mi camino se haya descuidado, sino porque Él así lo ha querido, o permitido, para mi bien. La Escritura dice: “¿Habrá algún mal en la ciudad que Él no haya hecho?” (Am 3:6).

* Isaías escribió por inspiración divina: “Yo soy Jehová y ninguno más hay; no hay Dios fuera de mí…Yo Jehová y ninguno más que yo, que formo la luz y creo las tinieblas, que hago la paz y creo la adversidad (es decir, el mal). Yo Jehová soy el que hago esto.” (Is 45:5-7). ¿De qué mal se habla aquí? ¿Del mal en sí mismo, o de hechos y acontecimientos que causan dolor? No es lo mismo. Del mal en sí mismo, del mal ontológico, Dios no es el autor, sino el maligno.

* Dios le habló al rey David por medio del profeta Natán: “He aquí yo haré levantar el mal sobre ti de tu misma casa, y tomaré a tus mujeres delante de tus ojos, y las daré a tu prójimo, el cual yacerá con tus mujeres a la vista del sol. Porque tú lo hiciste en secreto; mas yo haré esto delante de todo Israel y a pleno sol.” (2Sm 12:11,12). Estas palabras se refieren a lo que hizo Absalón cuando derrotó a su padre y entró triunfante en Jerusalén. ¿Cómo puede el profeta anunciar que Dios lo haría cuando fue el rebelde Absalón quien lo hizo? Porque Dios obró permitiendo que Absalón diera rienda suelta a sus malos sentimientos y dándole la victoria. San Agustín comenta: “Dios instruye a los hombres buenos por medio de los malos.”

* ¡Cuántas veces nos hemos sorprendido de que tal o cual tirano se adueñe del poder en un país! A veces Dios pone (o permite que el diablo ponga) a malos gobernantes que hacen daño a los pueblos. ¿Es para que nos sometamos a ellos, o para que los resistamos y nos rebelemos contra ellos? Muchas veces los pueblos reciben los gobernantes que se merecen. “Por la rebelión de la tierra sus gobernantes son muchos”, -dándose a entender que hay inestabilidad en el gobierno porque no son buenos- mas por el hombre entendido y sabio permanece estable.” (Pr 28:2). Los gobernantes deciden la felicidad o la desgracia de los pueblos: “Cuando los justos dominan, el pueblo se alegra; mas cuando domina el impío, el pueblo gime.” (Pr 29:2). Hay ocasiones en que los gobernantes malos traen bienestar pasajero a su pueblo, pero luego inevitablemente empiezan a manifestarse las consecuencias de su iniquidad. Eso ocurrió de una manera manifiesta con los gobiernos de Hitler y Mussolini en Alemania e Italia, que trajeron inicialmente gran progreso material a esas naciones, pero que luego los condujeron a una guerra terriblemente destructora que devastó a esos países.

* Podemos preguntarnos con buen motivo ¿por qué la providencia divina usa a los malvados como instrumentos de su justicia? Porque difícilmente encontraría a un hombre bueno para castigar al malo. Aunque a veces sí ha encontrado a algún justiciero airado, que después tuvo pagar por los excesos que cometió.

* La Escritura dice que “un espíritu malo de parte de Jehová” atormentaba al rey Saúl (1Sm 16:14,23). ¿Cómo podía ser malo si venía de parte de Dios? Dios permitía que el diablo le atormentara porque Saúl había abrigado malos sentimientos respecto de David que le servía con toda dedicación. Si Dios no lo hubiera permitido ese espíritu no podría atormentarlo.

* Todo ocurre por la voluntad de Dios, incluso los males para probarnos, o para castigarnos. Por eso podemos decir que nada malo ocurre que nosotros no hayamos provocado, o que no nos sea necesario. ¿Quiere eso decir que debemos aceptar con resignación todo lo que nos sobreviene? Hay males inevitables que sí debemos aceptar resignados, pero si me enfermo sería insensato no emplear todos los medios posibles para curarme; o si alguien me acusa injustamente sería insensato no contratar al mejor abogado para defenderme.

* Hay males que nos sobrevienen como consecuencia directa de nuestros pecados, como cuando nos enfermamos a causa de nuestros excesos. Pero ¿por qué permite Dios que pequemos? Porque nos ha creado libres de actuar contra su voluntad. Sin embargo, muchas veces Dios no permite, o trata de evitar, que pequemos (Véase para lo primero 1Sm 25). Por eso oramos: “No nos metas en tentación”, (Mt 6:13), es decir, no permitas que seamos tentados. Pablo escribió que Dios no permite que seamos tentados más de lo que podemos resistir, sino que da con la tentación la salida (1Cor 10:13). Eso naturalmente es algo que Dios garantiza no a todos, sino a los que con todo corazón le sirven, porque a los que persisten en el mal, Dios los abandona a sus malos impulsos.

* En el Perú ocurren terribles accidentes de tránsito que enlutan las pistas a diario porque queremos que ocurran. En un gran número de casos los principales responsables son los propietarios de los vehículos, primero porque, para ahorrar, no los mantienen en buen estado; y segundo porque, también para ahorrar, contratan como choferes a jóvenes que no están en edad de asumir la responsabilidad de conducir un vehículo de transporte de pasajeros, o porque obligan a sus choferes a conducir más horas de las que pueden manejar despiertos. Y sin embargo, rara vez se detiene o se acusa al propietario. En ningún país civilizado se confía la vida de los pasajeros a una persona menor de 35 años. La razón es obvia. Recién a esa edad el hombre suele tener la madurez requerida para no asumir riesgos innecesarios y actuar en el volante responsablemente. No debería tampoco permitirse que los choferes de esos vehículos manejen más de cuatro horas seguidas.
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LA ADMINISTRACIÓN DE LAS COMPRAS Y DEL CRÉDITO

Hoy vamos a hablar de la administración de las compras y del crédito en el seno del hogar. Pero para poder abordar ese tema inteligentemente necesitamos tener una idea clara de lo que es el dinero, cuál es su naturaleza, porque la mayoría de la gente no sabe lo que es el dinero. Los economistas tampoco saben lo que realmente es el dinero, aunque lo estudian. Porque lo que el dinero es, es un secreto. Un secreto en verdad muy sencillo, tan sencillo que permanece ignorado.

Si tú eres funcionario, o empleado u obrero, cuando llega el fin de semana, o de la quincena, o del mes, tu empleador te entrega unos billetes, o un cheque, o te abona determinada suma en tu cuenta. Es decir, te paga tu salario. Pero no lo hace por tu linda cara, o porque tú le caigas simpático.

Él no se dice: "¡Qué bien me cae este muchacho! ¡Qué simpático es! Le voy a regalar unos cuantos billetes para que esté contento y siga viniendo a mi compañía."

No. Él te paga tu sueldo porque tú has realizado un trabajo que él valora, que para él es necesario en su negocio o en su empresa. Es decir, porque has empleado tu tiempo y tus fuerzas haciendo algo que él considera útil para sus intereses, que lo beneficia, y porque lo has hecho bien. De lo contrario, no te daría nada y te despediría.

En buenas cuentas, tú le has entregado durante la semana, o durante el mes, una parte de tu vida, es decir, de tus fuerzas y de tu tiempo, que son tu vida, y él te compensa pagándote lo que él piensa que vale en billetes esa pequeña porción de tu vida que tú le has dado.

Los billetes que recibes son el contravalor del tiempo y de las fuerzas que has empleado en su servicio. El dinero de tu sobre de pago es eso: lo que tú recibes a cambio de tu vida. Y fíjate que en el mercado del trabajo la vida de unos vale mucho y la de otros vale poco. Y a veces ese valor guarda poca relación con el esfuerzo desplegado.

Así pues, cuando tú vas a una tienda, o al mercado, a comprar alimentos o alguna cosa, no la estás pagando con billetes como crees. Esos son sólo un símbolo que facilita el intercambio de bienes. La estás pagando en verdad con tu vida. Eso que compras lo pagas con un pedazo de tu tiempo y de tus energías, que ahora se han convertido en billetes. Y como tu vida es limitada, porque algún día has de morir, y tus fuerzas también lo son, porque algún día flaquearán, lo estás pagando con algo de ti mismo que es irreemplazable, que nunca volverá y que entregas para siempre.

Sí, eso que tú adquieres lo recibes a cambio de algo de ti mismo que nunca vas a recuperar. ¿Te das cuenta?

Ahora bien, eso que compras, examínalo bien, ¿vale un pedazo de tu vida? Tienes tantas ganas de poseerlo, o te han hecho creer que es tan necesario para ti, que no vas a poder ser feliz si no lo tienes. Pero, si en lugar de dártelo a cambio de algunos billetes, te dijeran: “Te lo damos gratis si vienes a trabajar aquí en la tienda algunos días”, ¿estarías dispuesto a dar tus horas y tus días y tu cansancio para poseerlo? ¿O lo dejarías pasar? Piensa bien antes de comprar, si lo que deseas vale lo que das a cambio.

Ese celular sofisticado, ese equipo de sonido tan potente, ese vestido tan bonito, ¿valen realmente un pedazo de tu vida?

Toma en tus manos ese billete que tienes en el bolsillo y que has ganado con tanto esfuerzo. Y dile a ti mismo: “Esto es un pedazo de mi vida. No es papel como parece. Es vida.”

Más aun. Cuando compras al crédito, o pides un préstamo con algún fin, lo que estás empeñando es un pedazo de tu vida. Estás hipotecando tu tiempo futuro, tu sudor del mañana, de muchos mañanas.

Cuando firmas el contrato que te alcanzan, y que no has tenido tiempo de leer ni entiendes, y pones tu nombre en la línea punteada, estás poniendo tu firma debajo de una cláusula no escrita, que es implícita, pero que es tan verdadera: "Por este documento yo entrego a la firma tal y tal una parte de mi sudor, de mis fuerzas y de mi vida." Y debajo pones tu nombre para que no queden dudas de que estás de acuerdo.

Los intereses que te cobra la empresa, o el banco, tú los pagas con tu vida, y muchas veces terminas pagando en intereses mucho más del doble del precio que pagarías si compraras al contado. ¿Te das cuenta de que es tu vida la que entregas? Eso que compras, ¿vale un pedazo de tu vida?

Los que venden artefactos, o autos, a plazos, o los que prestan con ese fin, no están pensando en el servicio que su propaganda engañosa dice que te prestan, o en las ventajas que mentidamente dicen que te ofrecen, sino en el pedazo de tu vida que tú les vas a entregar.

Por eso es que la Biblia, para ahorrarte ese desperdicio de tu vida, te dice: No tomes prestado. En Romanos San Pablo nos advierte: "No debáis nada a nadie sino el amor mutuo." (Rm 13:8). Eso es todo lo que puedes deber a otros, sin experimentar una pérdida.

Y el libro de Proverbios recalca: "El que toma prestado es siervo del que presta" (22:7).
Sí, siervo. Una vez que tomas prestado ya no eres dueño de tu dinero -es decir, de tu vida. Ya no puedes disponer de ella a tu antojo. Antes de pensar en cuánto vas a gastar en esto o en aquello, tienes que separar la parte que necesitas para pagar las cuotas de tu préstamo. Sólo el saldo que queda es tuyo. Una parte de tu sueldo ya lo entregaste de antemano.

Veamos las cosas desde otro punto de vista. Cuando el comerciante, o el fabricante, recarga el precio de un artículo mucho más allá de su costo, al recibir los billetes con que pagas para tenerlo, te está chupando un pedazo de tu vida.

Cuando el delincuente asalta un banco, no se está llevando billetes. Se está llevando el esfuerzo ajeno, la vida ajena, de la que quiere apoderarse sin dar nada a cambio.

Cuando el financista monta una estafa y se queda con el dinero de los ahorristas, o cuando el timador hace una operación dolosa que desvía de su destino una ingente suma, ambos se están apoderando de muchas vidas ajenas.

Por eso es que Jesús llama al dinero: "riquezas injustas" (Lc 16:9). Porque los que tienen riquezas muchas veces las acumularon al precio del sudor y lágrimas de otros. Lamentablemente, tal como está estructurado, el sistema legal condona las trampas de los comerciantes y banqueros.

¿Cuándo dijo Jesús: “Bienaventurados los ricos porque de ellos es el reino de los cielos”? Al contrario. Él dijo: “Bienaventurados los pobres….(Mt 5:3) Él dijo también que era más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de los cielos (Mt 19:24).

La vida está llena de ironía. Los billetes que llevamos en la cartera han sido diseñados con arte y buen gusto. Llevan a ambos lados algunos dibujos bonitos y el retrato de algún personaje de nuestra historia.

Pero, en realidad, el retrato que deberían llevar es el de cada uno de nosotros, y las figuras que llevan deberían ser dibujos de gotas de sangre, de sudor y de lágrimas. La sangre, el sudor y las lágrimas que derramamos para ganar esos billetes.

¿Y los que viven del dinero que han heredado y que ellos nunca ganaron? Pues están viviendo de lo que otros con su vida acumularon para sus descendientes. Es también vida aunque no sea propia.

¿Es el mundo injusto? Sabemos que sí lo es, porque también es injusto el príncipe de este mundo que lo controla.

Hay una gran disparidad entre lo que unos y otros reciben a cambio de su vida. El jornalero suda bajo el sol desde que amanece hasta que anochece y no tiene descanso. Pero recibe una pequeña suma a cambio. Otro, por el contrario, trabaja en una oficina alfombrada y con aire acondicionado. Él no suda ni hace ningún esfuerzo físico. Otros lo hacen por él. Él sólo da órdenes y piensa. Pero recibe diez o veinte veces más que el jornalero. ¿Vale su vida acaso más que la del otro? Y si no, ¿por qué la diferencia?

Es que la recompensa que recibe el ejecutivo es no sólo por el tiempo y el esfuerzo que él dedica a su trabajo, sino también por el tiempo que dedicó a formarse, a adquirir la educación y la capacidad profesional que le permiten desempeñar el cargo que ocupa. Pero también por el esfuerzo de aquellos que están a sus órdenes y cuya vida, en cierta medida, él controla. Él es dueño de parte de la vida de sus subordinados. Y cuanto más alto se encuentra en la jerarquía de una organización, mayor será el fruto de la vida de otros que reciba.

¿Entiendes ahora lo que es el dinero y por qué la Biblia y Jesús hablan tanto de él? Porque el dinero no es lo que la gente piensa. Tiene mucho más valor. Vale lo que vale la vida.

Por eso es que cuando le damos a Dios la décima parte de lo que ganamos, le estamos dando en realidad una parte de nuestra vida. O mejor dicho, le estamos devolviendo una parte de lo que Él nos ha dado. Porque tus fuerzas, tu tiempo, tu vida y todo lo que tienes te lo ha dado Él. Te lo ha dado para que goces de ello, pero también para que le sirvas.

En vista de todo lo anterior podemos ahora preguntar: ¿Cuál debe ser la actitud del cristiano frente a la posibilidad, o a la tentación, de endeudarse, sobre todo frente a las ofertas seductoras de crédito fácil que publicitan las instituciones financieras para atraer a los incautos. ¿Quién no ha recibido ese tipo ofertas?

Quizá no esté de más recordar aquí el proverbio: “El avisado ve el mal y se esconde; mas los simples pasan y reciben el daño.” que por alguna buena razón figura dos veces en ese libro: 22:3 y 27:12.

El avisado es el que descubre la trampa detrás del seductor aviso y no muerde el anzuelo. El simple no se da cuenta y se deja pescar, y después gime bajo el peso de las cuotas que no puede pagar.

¡Cuántos incautos, atraídos por el señuelo de adquirir algo que está por encima de sus posibilidades, aceptan tarjetas de crédito de las casas comerciales, o se enganchan en créditos de los que después sólo pueden salir trabajosamente! Cuando terminan de pagar constatan que lo comprado les costó el doble, o el triple, de lo que les hubiera costado si lo pagaban al contado.

En esto consiste el engaño: Te ofrecen facilitarte la compra de lo que deseas, pero no te dicen cuánto te va a costar el capricho; no te dicen que te van a chupar la sangre.

Una vez más debemos recordar la frase de Pablo: “No debáis nada a nadie, salvo el amor mutuo.” (Rm 13:8ª), que debe regir nuestra conducta en este campo. La regla sana es: Si no lo puedes comprar al contado, no lo compres.

¿Quiere eso decir que no debemos endeudarnos en ningún caso? Dejando de lado las emergencias en las que puede ser inevitable endeudarse, hay algunos casos en que sí se puede justificar tomar un préstamo.

El más obvio es la vivienda. La compra de una casa, o de un departamento, al contado es algo que está por encima de las posibilidades de la gran mayoría de la gente. Para solucionar esa dificultad se han creado los créditos hipotecarios que ofrecen los bancos y otras instituciones financieras, a tasas que son por lo general razonables.

Una regla que siguen los bancos es que la cuota mensual no debe ser superior al 30%, es decir, a la tercera parte de los ingresos de la persona, o de la familia que adquiere la vivienda.

Es obvio que si se va a pagar un alquiler por la vivienda que uno ocupa, que es un dinero que nunca regresa, tiene mucho sentido dar esa misma cantidad, o una cantidad semejante, para adquirir un inmueble que luego será propio. El ideal es que todo hogar sea dueño de la casa que habita. Tener una casa propia da una gran seguridad a la persona, que se refleja en cómo se comporta.

Otro motivo por el cual puede justificarse contraer un préstamo sería para comprar un taller, o una oficina, o una herramienta de trabajo necesaria. Allí los factores que han de sopesarse son el rendimiento mensual esperado frente al monto de las cuotas del crédito. El rendimiento esperado de forma realista, y calculado sin vanas ilusiones, debe superar ampliamente la obligación mensual contraída. De lo contrario pueden surgir dificultades y hasta se puede sufrir la pérdida del bien comprado, así como del dinero pagado hasta ese momento.

Adquirir un automóvil es un deseo que todo el mundo tiene, y es explicable, porque el auto da gran libertad y facilidad de movimientos, aunque en los últimos tiempos, con el enorme aumento del tráfico que se ha vuelto pesado, y la dificultad para encontrar estacionamiento, esa libertad y rapidez de desplazamiento ha disminuido considerablemente. Hay lugares a los que a veces es mejor ir en taxi que en el carro propio.

Hoy día se puede comprar un auto usado a la cuarta o quinta parte del precio de uno nuevo. Por eso no tendría sentido endeudarse para comprar uno, salvo que se le vaya a usar como taxi.

Si no tienes a la mano el dinero para comprar el carro de tus sueños al contado, mejor es que esperes y ahorres. Hay que tener en cuenta que un carro genera gastos, que se van a sumar a las cuotas del crédito. Por lo pronto, la gasolina, el aceite, y las inevitables reparaciones, grandes y pequeñas. Luego vienen el seguro del auto y el SOAT. Pero si cedes a la tentación de comprar un auto nuevo al crédito –como mucha gente hace endeudándose al máximo- vas a terminar pagando por lo menos un 50% más de lo que te costaría pagarlo al contado. ¿Vale la pena hipotecar tus ingresos por dos o tres años para darte el gusto de pasearte en un carro nuevo?

Otra cosa es si lo compras para hacer taxi. En ese caso se justificaría quizá endeudarse, siempre y cuando los intereses no sean leoninos, y el auto esté en buen estado.

Esto me lleva a hacer una grave advertencia. Nunca recurras a un prestamista informal, de esos que llaman tiburones, porque, aparte de que los intereses que suelen cobrar son exorbitantes, si no les pagas puntualmente pueden recurrir a tácticas delincuenciales para cobrar lo que les debes. No te metas con esa clase de gente, porque no suelen tener escrúpulos.

Otra advertencia importante: Nunca te endeudes para gastos de consumo (comida, bebida y otros rubros domésticos como luz y agua), salvo en casos de emergencia. Puede tener sentido comprar una refrigeradora, o una cocina, a plazos, siempre y cuando las cuotas no representen un incremento en el precio de más del 30%, y que puedas pagarlas sin dificultad. Pero es mucho mejor que ahorres y lo compres al contado. Si la refrigeradora cuesta al contado mil soles, y a plazos, mil cuatrocientos, ¿por qué quieres regalar cuatrocientos soles?

Me queda hablar de las tarjetas de crédito. Últimamente los diarios han venido hablando del gran abuso que cometen las casas comerciales y algunos bancos con las tarjetas que emiten. Felizmente la Superintendencia de Banca y Seguros ha empezado a ajustarle las clavijas a unos y otros.

Si usas una tarjeta para tus compras ordinarias, paga lo gastado puntualmente a fin de mes, o el día que te toque. Nunca compres en cuotas. Resulta carísimo. Hay bancos que cobran hasta un 200% al año de intereses. Eso significa que pagas el triple del precio al contado. Si te cobran el 100%, pagas el doble, sin contar las comisiones, y los cargos por cualquier pretexto. ¿Vale la pena? ¿Así administras el dinero que Dios te ha confiado? (Nota 1).

No caigas en la trampa de Navidad: el primer mes no pagas. Te ofrecen eso no por hacerte un favor, sino para chuparte tu vida, tu sudor y tus lágrimas. Ni muerdas el señuelo de las “cómodas cuotas mensuales”, a menos que quieras regalar tu dinero.

Hace años cuando trabajaba en Banca Corporativa de un banco local, me asignaron la cuenta de Sears, empresa que entonces estaba en su apogeo. Eso me permitió examinar sus estados financieros. Para gran sorpresa mía descubrí que sólo la mitad de sus utilidades provenía del margen entre el costo y el precio de venta de los productos que vendían. La otra mitad de sus utilidades provenía de la tarjeta rotativa de crédito que ofrecían a los ingenuos como yo, es decir, de lo que nos cobraban en intereses y comisiones por el privilegio de tener su tarjeta. (2).

Cuando me enteré de eso, rompí mi tarjeta y nunca he vuelto a usar una tarjeta emitida por una tienda comercial.

Para terminar diremos: Acatar la norma paulina de no deber nada a nadie salvo el amor mutuo, es cosa de sabios. Ignorarla es cosa de necios.

Notas: 1. El mes pasado se realizó en el Congreso un Foro sobre la Defensa de los Derechos del Consumidor convocado por la presidenta de la Comisión que lleva ese nombre, la congresista Alda Lazo, y en el cual participaron los presidentes de INDECOPI y de ASPEC, así como una funcionaria de la Superintendencia de Banca y Seguros. En esa reunión muy ilustrativa se expusieron las muchas mañas y trampas, lindantes con el delito, que usan los bancos y casas comerciales para abultar los cobros que hacen a sus ingenuos clientes por el crédito que les otorgan. Es un hecho que las utilidades que tienen los bancos actualmente son el triple de lo que solían ser hace unos años. Sus políticas crediticias están regidas por una codicia y angurria de ganancias insaciable, porque el nivel ético que gobierna sus actividades ha descendido mucho.

2. También me enteré de que su tienda en Lima era su filial internacional más rentable. Eso era porque los peruanos aguantamos que nos cobren en intereses lo que en otros países no permiten.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a hacer una sencilla oración como la que sigue, entregándole a Jesús tu vida:

“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo y quiero recibirlo. Yo me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, y entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

NB. Este texto fue escrito para la cuarta de una serie de charlas sobre la “Administración del Dinero” propaladas en el programa “Llenos de Vida” por Radio del Pacífico en febrero pasado. En la redacción de su primera parte utilicé un articulo publicado en un periódico hace más de veinte años y luego en esta serie.

#620 (28.03.10) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).