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miércoles, 22 de agosto de 2018

PABLO ES ENVIADO AL PROCURADOR FÉLIX


    LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
PABLO ES ENVIADO AL PROCURADOR FÉLIX
Un Comentario de Hechos 23:23-35

En vista del complot que cuarenta conjurados fanáticos habían tramado para asesinar a Pablo, el tribuno toma las medidas necesarias para enviar al apóstol al procurador en Cesarea, donde estaría a buen recaudo.
23,24. “Y llamando a dos centuriones, mandó que preparasen para la hora tercera de la noche doscientos soldados, setenta jinetes y doscientos lanceros, para que fuesen hasta Cesarea; y que preparasen cabalgaduras en que poniendo a Pablo, le llevasen en salvo a Félix el gobernador.”
Al enterarse del complot de los conjurados el tribuno actúa rápidamente para sacar a Pablo de Jerusalén, donde su vida corre peligro, y enviarlo sin tardanza a Cesarea, sede del procurador de Judea, donde estará seguro. Él no quiere que se le pueda acusar de no proteger la vida de un ciudadano romano al que no se le acusa de nada que sea un delito bajo las leyes del imperio.
Para ello ordena que dos centuriones se preparen para salir de la ciudad a eso de las 9 de la noche con doscientos soldados (que llevaban escudos y la famosa espada corta mortífera), sumados a setenta cabalgaduras (caballos o mulas), con sus respectivos jinetes, y a doscientos lanceros, esto es, soldados de  pie con armas ligeras. Ordenó que tomasen a Pablo consigo, subido a una de las cabalgaduras, y partiesen rápidamente.
Cabe preguntarse ¿vivían estos cuatrocientos setenta soldados en la Torre Antonia? Habría que pensarlo porque de lo contrario, reunir toda esa tropa al comenzar la noche produciría un alboroto que alertaría a los conjurados. El éxito de la operación  dependía de que se hiciera en secreto. Pero la partida de setenta caballos, más cuatrocientos hombres no podría pasar desapercibida. Si los conjurados se dieran cuenta de la maniobra nocturna es posible que no se atrevieran a obstaculizar la salida, o a perseguir a un contingente tan considerable de soldados. Resguardado por una tropa tan numerosa, bien se puede decir que Pablo viajaba seguro. Bien se puede aplicar a su caso la frase de David: “El ángel del Señor acampa en torno de los que le temen y los defiende.” (Sal 34:7) El poder de la guardia celestial se manifestaba en una numerosa guardia humana.
25-30. “Y escribió una carta en estos términos: Claudio Lisias al excelentísimo gobernador Félix: Salud. A este hombre, aprehendido por los judíos, y que iban ellos a matar, lo libré yo acudiendo con la tropa, habiendo sabido que era ciudadano romano. Y queriendo saber la causa por qué le acusaban, le llevé al concilio de ellos; y hallé que le acusaban por cuestiones de la ley de ellos, pero que ningún delito tenía digno de muerte o de prisión. Pero al ser avisado de asechanzas que los judíos habían tendido contra este hombre, al punto le he enviado a ti, intimando también a los acusadores que traten delante de ti lo que tengan contra él. Pásalo bien.”
Ahora nos enteramos de que el tribuno se llamaba Claudio Lisias, nombre que había tomado cuando adquirió la ciudadanía romana mediante el pago de una fuerte suma (Ver Hch 22:28) (Nota 1)
¿Cómo conoció Lucas el texto de la carta para poder reproducirla? Posiblemente pudo tenerla en sus manos, pues estaría archivada en Cesarea, o la reconstruyó con los datos que sus investigaciones obtuvieron, lo que no quiere decir que la reprodujera literalmente. Pero lo primero es más probable.
El texto de la carta es escueto pero suficientemente informativo como para que el procurador supiera qué decisión tomar respecto del preso. En ella indica que el prisionero judío que se le envía es un ciudadano romano que estaba a punto de ser linchado por la plebe cuando él lo rescató y, convocado al día siguiente el Sanedrín, con el fin de averiguar de qué se le acusaba, se enteró de que no se trataba de ningún delito bajo las leyes del imperio, sino de algo concerniente a las leyes religiosas judías. Pero enterado de una conjura para matarlo, lo envía para que esté a salvo, y que el procurador decida qué hacer con él, al mismo tiempo que le informa de que ha avisado a las autoridades judías a fin de que presenten sus acusaciones ante él.
31,32. “Y los soldados, tomando a Pablo como se les ordenó, le llevaron de noche a Antípatris. Y al día siguiente, dejando a los jinetes que fuesen con él, volvieron a la fortaleza.”
Obedeciendo a las órdenes dadas, la compañía de soldados partió a las nueve de la noche llevando a Pablo consigo, e hicieron a marchas forzadas el recorrido de más de 50 Km que separa Jerusalén de Antípatris, a donde llegaron al día siguiente. Se ha cuestionado que la comitiva a pie pudiera hacer el viaje en tan poco tiempo. Quizá Lucas ha omitido un día en su narración para hacerla más dinámica.
Antípatris, dicho sea de paso, era una ciudad situada en la fértil llanura al norte de Galilea, que había sido fundada por Herodes el Grande en honor de su padre, el general idumeo Antípater, que brindó valiosos servicios a los romanos, y que fuera el iniciador de la dinastía herodiana.
Llegados a esta ciudad, y ya lejos del alcance de los conjurados, la infantería regresó a Jerusalén, mientras los setenta jinetes proseguían su viaje de 40 km a Cesarea a través de la llanura.
33-35. “Cuando aquellos llegaron a Cesarea, y dieron la carta al gobernador, presentaron también a Pablo delante de él. Y el gobernador, leída la carta, preguntó de qué provincia era; y habiendo entendido que era de Cilicia, le dijo: Te oiré cuando vengan tus acusadores. Y mandó que le custodiasen en el pretorio de Herodes.”
Llegados a su destino el jefe de la caballería, o alguno de los centuriones, entregó al procurador Félix la carta que le enviaba el tribuno, y dejaron a Pablo en sus manos.
Cuando Félix hubo leído la carta le preguntó a Pablo de dónde era. Era muy importante tener este dato porque según las leyes imperantes el prisionero estaba bajo la jurisdicción de su lugar de origen, y Félix no hubiera podido retenerlo, sino hubiera tenido que reenviarlo a las autoridades que correspondían, tal como, por ejemplo, hizo Pilatos cuando se enteró de que Jesús era de Galilea, y lo envió al tetrarca Herodes Antipas. Pero, dado que Pablo procedía de la provincia romana de Cilicia, a él le correspondía ocuparse de su caso.
Vemos aquí al apóstol a merced de las autoridades humanas ciertamente, pero al cuidado de una autoridad superior invisible que velaba por él, y eso lo hacía sentirse seguro.
El procurador dijo entonces que cuando vinieran a Cesarea los acusadores del prisionero él se ocuparía de su caso, y ordenó que entretanto Pablo permaneciera en custodia en el pretorio (2), enorme y lujoso palacio que Herodes el Grande había hecho construir para sí en esa ciudad, y que ahora servía de residencia al gobernador romano.
Antonius Félix (es decir, feliz) fue procurador de Judea entre los años 52 y 59 DC. Él era posiblemente un esclavo liberto del emperador Claudio, o de su madre Antonia (de quien había tomado su “nomen gentile”). Él fue nombrado procurador pese a no formar parte de la orden ecuestre, a la cual estaban reservados esos cargos, gracias a la influencia de su hermano Pallas, uno de los favoritos de Claudio, y que era, a su vez, un esclavo liberto de la madre de Claudio, Antonia (3). Antes de su nombramiento él parece haber ocupado una posición secundaria en Samaria bajo su predecesor, Ventidium Cumanus.
Su gobierno fue marcado por intensas agitaciones, porque él aplastó sin misericordia los levantamientos que se produjeron en esos años (entre ellos, el del año 55 del pretendido mesías de origen egipcio con el que el tribuno confundiera inicialmente a Pablo, Hch 21:38). De él dice el historiador Tácito que “ejerció con salvajismo y avidez los poderes de un rey con la mentalidad de un esclavo”. La narración de Lucas hace resaltar dos aspectos poco favorables de su carácter: Su escaso sentido de la justicia y su codicia. Él mantuvo a Pablo en prisión dos años a pesar de la evidencias que existían a favor de su inocencia (Hch 23:27-29), porque esperaba que Pablo le pagara por obtener su libertad (24:26). Cuando fue removido, debido a su infortunada y violenta intervención en la disputa entre las comunidades judía y griega de Cesarea, en vez de liberarlo, dejó a Pablo en prisión para congraciarse con los judíos (24:27). Se salvó de ser enjuiciado por Nerón, ante quien los judíos se quejaron por su crueldad, sólo por la influencia de su hermano Pallas. Pese a su humilde origen se casó tres veces con mujeres de alcurnia.
La primera fue una nieta de Antonio y Cleopatra, y la tercera, Drusila, era una hija de Herodes Antipas (Hch 24:24), y hermana de Herodes Antipas II. Félix era pues, lo que nosotros llamaríamos hoy día, un típico arribista sin muchos escrúpulos.
Extraño destino el de Pablo puesto en mano de hombres injustos, crueles y ávidos de dinero, que no conocían a Dios, y más bien rechazaban su palabra (24:25). A través de ellos, sin embargo, obraba Dios sus propósitos con Pablo, no librándolo de tribulaciones, pero sí protegiendo su vida de sus más encarnizados opositores.  Observando a los personajes de esta historia podemos percibir el gran contraste que existe entre la mentalidad del discípulo de Cristo, cuya mirada está dirigida hacia las realidades eternas, y la del hombre mundano, cuyas aspiraciones están dirigidas exclusivamente a las realidades terrenas.
Cuánta razón tuvo Juan al escribir: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.” (1Jn 2:15-17). Aunque somos cristianos es oportuno que nos preguntemos, ¿cuánto del mundo y del amor por lo transitorio permanece en nosotros?
Notas: 1. Según el historiador romano Dio Cassius, durante el reinado del anciano Claudio, su mujer Mesalina y sus cortesanos vendían el derecho de ciudadanía a fin de llenarse los bolsillos. Lisias debe haber sido un hombre de medios económicos y de buenos contactos para haber podido comprar la ciudadanía romana y hacerse nombrar funcionario del ejército al mando de mil hombres.
2. Esta palabra de origen latino designaba al palacio donde residía la autoridad romana del lugar. Así, por ejemplo, Pilatos residía en el pretorio de Jerusalén (Mt 27:27; Mr 15:16; Jn 18:28,29; 19:9). Cuando Pablo estuvo prisionero en Roma, él permaneció en el pretorio, o palacio del César (Flp 1:13).
3. La sociedad romana estaba organizada en cuatro órdenes o clases (sin contar los esclavos), siendo la orden ecuestre la segunda debajo de la orden senatorial (los miembros del senado), y encima de la orden decurional y de la plebe. Los miembros de la segunda en su origen –como su nombre indica- eran los dueños de dos caballos, animal caro de mantener, y debían demostrar poseer una fortuna no menor de 400 mil sestercios. Entre las diversas funciones que se les asignaba en la administración pública estaba el arrendamiento de los impuestos imperiales, tal como hacían los publicanos en Palestina en tiempos de Jesús.


Amado lector: Jesús dijo: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26). Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo una sencilla oración:
   "Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."
#965 (05.03.17). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).


viernes, 13 de julio de 2018

DEFENSA DE PABLO ANTE EL PUEBLO II


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
DEFENSA DE PABLO ANTE EL PUEBLO II
Un Comentario de Hch 22:12-29
Pablo continúa ante la multitud airada el relato de su conversión para explicar el cambio de su actitud frente a los seguidores de Jesús, al haber pasado de activo perseguidor a denodado apóstol suyo.

12,13. “Entonces uno llamado Ananías, varón piadoso según la ley, que tenía buen testimonio de todos los judíos que allí moraban, vino a mí, y acercándose, me dijo: Hermano Saulo, recibe la vista. Y  en aquella misma hora recobré la vista y lo miré.”
Enseguida Pablo relata cómo Ananías vino a verle de parte de Dios recalcando, para que tomen nota los que lo escuchan, que se trataba de una “varón piadoso según la ley”, que gozaba de buen nombre entre los judíos de la ciudad. Pero nada dice de cómo el Señor se le había parecido en visión a Ananías y cómo le había ordenado que fuera a buscarlo y le impusiera las manos para que recobrara la vista, ni menciona la resistencia que Ananías opuso inicialmente a cumplir ese encargo, dada la fama de perseguidor de los discípulos que precedía a Saulo (Hch 9:10-18).
 Sin embargo, cuenta cómo, llegado Ananías, él efectivamente, y a su sola palabra, recobró la capacidad de ver que había perdido.
14,15. “Y él dijo: el Dios de nuestros padres te ha escogido para que conozcas su voluntad, y veas al Justo (Nota 1), y oigas la voz de su boca. Porque serás testigo suyo a todos los hombres, de lo que has visto y oído.”
Pablo resume las palabras que Ananías le dirigió además de parte de Dios: Él te ha escogido, en primer lugar, para que veas y oigas al Justo (esto es, implícitamente, a Jesús resucitado y en gloria; y segundo, para que seas testigo ante todos los hombres de que Él está vivo. De esta manera Pablo recibe, por boca de Ananías, el encargo, o comisión, de Dios de predicar el Evangelio a los gentiles. Por eso él puede escribir en Gálatas que así como a Pedro le había sido confiado el Evangelio de la circuncisión, a él le había sido confiado el de la incircuncisión (Gal 2:7,8); y que él había recibido esa comisión no de hombre alguno, sino directamente de Dios (1:1).
16. “Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre.”
Las últimas palabras de su relato contienen una confesión de fe en la divinidad de Jesús, porque sólo el nombre de Dios puede ser invocado. Jesús había dicho una vez a un paralítico, para escándalo de los escribas y fariseos: “Tus pecados te son perdonados” (Mr 2:5). Jesús tiene el poder de perdonar los pecados, algo que sólo Dios puede hacer. Vale la pena notar que el bautismo era entonces la introducción a la vida cristiana, en la que el creyente hacía una confesión pública de fe en Jesús, a la vez que sus pecados le eran perdonados. (Mt 28:19; Mr 16:16; Hch 2:38; 8:12; 8:36-38; 9:18; 10:47,48; 16:30-33; 18:8; 19:4,5). Lamentablemente para muchos, con el paso del tiempo, el bautismo se ha convertido en un rito meramente simbólico, o en una mera formalidad.
Pero esta parte del relato de Pablo no suscitó en ese momento ninguna reacción airada de parte de sus oyentes que le seguían escuchando, quizá algunos atentamente, quizá otros intrigados, y otros, desconfiados y desafiantes.
17,18. “Y me aconteció, vuelto a Jerusalén, que orando en el templo me sobrevino un éxtasis. Y le vi que me decía: Date prisa, y sal prontamente de Jerusalén; porque no recibirán tu testimonio acerca de mí.”
Pablo condensa en su relato los acontecimientos posteriores a su conversión, tales como su predicación en Damasco y su fuga de esa ciudad, así como su estadía en Arabia y su retorno a Damasco, de la cual vino a Jerusalén, y cómo los discípulos lo evitaban hasta que Bernabé, que había sido testigo de su obra en Damasco, lo trajo a los apóstoles y les habló a favor de él.
Pablo narra en este punto un acontecimiento importante que no figura en el relato que hace Lucas de su conversión y del inicio de su labor apostólica (Hch 9:26-30): el éxtasis que experimentó mientras oraba en el templo, y las palabras que Jesús le dirigió instándole a salir pronto de Jerusalén porque los judíos de la ciudad rechazarían su testimonio.
19-21. “Yo dije: Señor, ellos saben que yo encarcelaba y azotaba en todas las sinagogas a los que creían en ti; y cuando se derramaba la sangre de Esteban tu testigo, yo mismo también estaba presente, y consentía en su muerte, y guardaba las ropas de los que le mataban. Pero me dijo: Ve, porque yo te enviaré lejos a los gentiles.”
En su diálogo con Jesús Pablo da como motivo del rechazo de su testimonio por los judíos, el que ellos hubieran sido testigos de cómo antes de su conversión, él era un furibundo perseguidor de los cristianos, y cómo él había aprobado el lapidamiento de Esteban (Hch 7:58). El cambio inesperado de actitud hacia los seguidores de Cristo que había experimentado Pablo era no sólo causa de que no aceptaran su testimonio, sino que, más allá de eso, explica el odio que sus connacionales concibieron contra él, al considerarlo un apóstata de la religión de sus mayores y un traidor a su patria.
Por lo mismo Jesús le reitera la comisión que ya le había dado cuando fue bautizado, de ir a predicar su nombre a los gentiles.
22-24. “Y le oyeron hasta esta palabra; entonces alzaron la voz, diciendo: Quita de la tierra a tal hombre, porque no conviene que viva. Y como ellos gritaban y arrojaban sus ropas y lanzaban polvo al aire, mandó el tribuno que le metiesen en la fortaleza, y ordenó que fuese examinado con azotes, para saber por qué causa clamaban así contra él.”
La multitud le había estado oyendo hasta ese punto, pero cuando le oyeron contar que el Señor lo enviaba a predicar a los gentiles, comenzaron a gritar indignados que Pablo debía morir.
¿Qué es lo que había de ofensivo para ellos en esa palabra? El pueblo judío mantenía una estricta separación con los no judíos que eran, a su entender, impuros por la vida pecadora que llevaban. Las normas y prescripciones alimenticias y de otro tipo de la ley, y de las tradiciones de sus mayores (es decir, lo que los fariseos habían agregado con el tiempo y que Jesús tanto criticó, la llamada “ley oral”) tenían por finalidad mantener esa estricta separación, que aun los creyentes de origen judío respetaban. Ese es el motivo del incidente de Antioquía que relata Pablo en Gálatas, causado por el hecho de que Pedro, que no tenía inconvenientes en comer junto con cristianos gentiles, se apartó de ellos cuando vinieron cristianos judíos de Jerusalén (Gal 2:11,13). Y explica también el reproche que le hicieron a Pedro los apóstoles y los hermanos en Jerusalén, de que hubiera entrado a casa de incircuncisos (el centurión Cornelio) y comido con ellos (Hch  11:1-3); así como su sorpresa de “que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida.” (11:18).
El pueblo judío consideraba que el mensaje de salvación, y el mandato que adorar a un solo Dios dado a Moisés, era sólo para ellos; que era algo que ellos no tenían por qué compartir con ningún otro pueblo. Ellos eran el pueblo elegido y ningún otro pueblo o nación tenía parte en sus privilegios.
Aunque los romanos en general despreciaban a los judíos, habían reconocido y aceptado sus costumbres peculiares, como la de descansar un día a la semana, y su negativa a rendir culto al emperador, a fin de preservar la paz en los territorios que hoy llamamos Palestina, donde vivía buena parte del pueblo judío, pues otra parte, quizá la mayoría, vivía dispersada en el imperio.
Al ver el alboroto que se estaba armando, el tribuno ordenó que metieran a Pablo rápidamente en la fortaleza, y mandó que, según la costumbre de entonces, le azotasen para que confesase porqué motivo la multitud estaba indignada contra él. ¿No había otra manera más justa de interrogarlo? Sí, pero ésa era la más rápida y efectiva.
25,26. “Pero cuando le ataron con correas, Pablo dijo al centurión que estaba presente: ¿Os es lícito azotar a un ciudadano romano sin haber sido condenado? Cuando el centurión oyó esto, fue y dio aviso al tribuno, diciendo: ¿Qué vas a hacer? Porque este hombre es ciudadano romano.”
Pablo, que en medio de la agitación había conservado la sangre fría, al ver con qué fin lo estaban atando, le preguntó al centurión encargado de cumplir las órdenes del tribuno: ¿No obras contra las leyes que protegen al ciudadano romano al querer azotarme sin que se haya pronunciado sentencia contra mí? Tengamos en cuenta que ésa era una práctica común que los romanos no dudaban en aplicar contra el común de los mortales. Pero el ciudadano romano estaba protegido; no se podía actuar con él de esa manera.
Pensemos: Los hombres de todos los tiempos han tendido a hacer distinciones entre una y otra clase de seres humanos, y dondequiera que ha habido dominación de un pueblo sobre otro, como era  el caso en los antiguos países coloniales, se han establecido privilegios para los dominadores. Sólo en tiempos recientes, y por influencia, -aunque no se quiera admitirlo- del cristianismo, se ha reconocido que todos los seres humanos gozan de los mismos derechos (2).
27-29. “Vino el tribuno y le dijo: Dime, ¿eres tú ciudadano romano? Él dijo: Sí. Respondió el tribuno: Yo con una gran suma adquirí esta ciudadanía. Entonces Pablo dijo: Pero yo lo soy de nacimiento. Así que, luego se apartaron de él los que le iban a dar tormento; y aun el tribuno, al saber que era ciudadano romano, también tuvo temor por haberle atado.”
En este corto diálogo entre el tribuno –cuyo nombre se revela después que era Claudio Lisias (27:23)- y Pablo, se mencionan las dos formas comunes cómo una persona podía acceder a la ciudadanía romana: Por nacimiento, o comprando ese derecho. La primera era superior a la segunda.
Pablo era ciudadano romano por nacimiento, habiendo nacido en una ciudad a una parte de cuya población, el imperio le había concedido un derecho comparable al de los oriundos de la misma Roma, esto es, que los descendientes de un grupo privilegiado, fueran al nacer automáticamente ciudadanos romanos. El tribuno confesó que él había tenido que pagar una fuerte suma para serlo.
Al enterarse de que Pablo gozaba del privilegio de la ciudadanía romana, se apartaron de él, y el propio tribuno temió que Pablo pudiera acusarlo de haberlo atado para azotarlo sin que hubiera sido condenado por un tribunal legítimo.
Pero ¿cómo podía Pablo alegar fácilmente que era ciudadano romano, y cómo así le creyó el tribuno tan fácilmente sin que le mostrara las pruebas? Era un delito grave alegar ser ciudadano romano sin serlo, y el tribuno debe haber pensado que Pablo no se arriesgaría a cometerlo. Por lo demás, él podría verificarlo fácilmente, si lo deseaba, pues todas las ciudades guardaban registros del nacimiento de sus habitantes.

Notas: 1. Jeremías 23:5,6 llama así al Mesías esperado, descendiente de David, que debía redimir a Israel. Esteban lo llama también así (Hch 7:52). ¿Y quién mejor que Jesús tiene derecho a ese título?
2. Hoy se habla mucho en el mundo, y en los organismos y foros internacionales, sobre los derechos humanos, sin ser conscientes de que los derechos humanos son un producto, o invención, del cristianismo, y que, estrictamente hablando, fuera del ámbito occidental cristiano, casi no se respetan, salvo por imitación, y la vida humana no tiene valor, siendo mirada como algo desechable.

Amado lector: Jesús dijo: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26). Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."

#962 (12.02.17). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). DISTRIBUCIÓN GRATUITA. PROHIBIDA LA VENTA.