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jueves, 23 de abril de 2015

JESÚS ANUNCIA SU MUERTE I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
JESÚS ANUNCIA SU MUERTE I
Un Comentario de Mateo 16:21-25

Después de que Pedro, bajo inspiración divina, confesara que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo, como preparación, o paso previo a su viaje final a Jerusalén, Jesús confió en Pedro la responsabilidad de asumir el liderazgo de la iglesia que Él anuncia que va a edificar (Mt 16:16-18).
21. “Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día.”
A partir de este momento la vida pública de Jesús toma un nuevo y dramático giro inesperado e incomprensible para sus discípulos: Su carrera hacia su trágico destino final.
Jesús anuncia que “le era necesario”, esto es, no era un capricho inesperado de su parte, sino que estaba previsto en los planes de su Padre para Él. “Le era necesario”. (Nota 1) Tenía que cumplir la misión para la cual había venido a la tierra.
Tenía que padecer de manos de las autoridades religiosas de Jerusalén (esto es, del Sanedrín), morir y resucitar al tercer día. (2)
Parece que esto último no fue captado por sus discípulos pues, de haberlo sido, debió haberlos asombrado y, aunque no lo comprendieran, debió haberlos tranquilizado acerca del anuncio de su muerte. Pero es obvio que no lo captaron, pues continúa diciendo el Evangelio:
22. “Entonces Pedro, tomándolo aparte, comenzó a reconvenirle, diciendo: Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca.”
Pedro, en su impetuosidad, no tiene pelos en la lengua para regañar a Jesús por lo que acaba de decir. ¿Y qué le dice Pedro? Ten compasión de ti mismo.
¡Qué consejo tan humano! Lo primero que tienes que hacer, tu más alta prioridad, es preservar tu vida, buscar tu bien, no tu mal. Además, si mueres ¿cómo vas a cumplir tu misión como rey de Israel? Cuando agrega: “De ninguna manera esto te acontezca” Pedro está diciendo que Jesús tiene los medios, o el poder, para evitar ese cruel destino.
Pero notemos que lo hace en privado, “tomándolo aparte”, no delante de sus compañeros. Él no se atreve a contradecir a Jesús delante de todos. Pero es obvio que los sentimientos que él expresa eran compartidos por los demás. Todos ellos consideraban impensable que su Maestro pudiera sufrir tal suerte.
La reconvención de Pedro estaba inspirada por su sincero amor a Jesús y por su esperanza en la restauración del trono davídico. Sin embargo, Jesús no lo toma así, sino al contrario:
23. “Pero Él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás! Me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres.
¡Qué tal reproche! Lo llama Satanás a Pedro. Es decir, mi enemigo, mi adversario. Le acaba de declarar que le entregará las llaves del Reino y que sobre él edificará su iglesia, pero ahora le reprocha: Tú eres como Satanás para mí, eres un obstáculo. ¿Por qué? Porque no piensas en las cosas de Dios, es decir, no las tienes presente. Sólo piensas en los fines y propósitos de la carne, que sólo piensa en satisfacerse a sí misma, y aborrece el sacrificio (Rm 8:7). Tus palabras están inspiradas por el afecto que me tienes, pero desconoces el propósito redentor por el cual mi Padre me envió al mundo.
¡Cuántas veces nosotros, aun sirviendo a Dios, no entendemos sus propósitos y, peor aún, pensamos  en nuestro beneficio, no en las miras superiores de Dios! ¿Qué beneficio personal voy a obtener de esta obra, de esta prédica, de esta campaña que estoy llevando a cabo? ¿Aumentará con ella mi prestigio? ¿Asegurará mi futuro económico? Nuestro amor a Dios no es desinteresado, sino al contrario, mayor es el amor con que nos amamos a nosotros mismos, que el amor que tenemos por Dios y su obra.
Enseguida Jesús aprovecha este intercambio para darles a sus discípulos, y darnos a todos, una gran lección, una de sus lecciones más importantes:
24. “Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame.”
Habiendo reprendido severamente a Pedro en privado, Jesús se torna a los discípulos que estaban cerca, y quizá sorprendidos de lo que ocurre entre su Maestro y Pedro, y dice una frase que es uno de los principios básicos de su doctrina y del cristianismo: “El que quiera ser mi discípulo –y por tanto, parecerse a mí- niéguese a sí mismo.” Detengámonos en esta palabra un momento antes de seguir adelante.
           
Jesús podía dar este consejo a sus discípulos con más autoridad que nadie, porque nadie se ha negado a sí mismo como Él lo hizo. Su propia encarnación, es decir, su venida al mundo humano del sufrimiento, del dolor y del pecado, dejando la gloria de que gozaba al lado de su Padre, era una renuncia para nosotros inimaginable, porque no podemos imaginar, ni comprender cuál era esa gloria.
Su vida en la tierra no fue otra cosa sino un constante negarse a sí mismo, al aceptar y someterse a todas las incomodidades que la naturaleza humana padece: hambre, sed, cansancio, dolor, frío, tentaciones, incomprensiones, ataques, odio, etc. No sabemos si Jesús estuvo alguna vez enfermo –Él que era la vida misma- pero no podemos descartarlo, pues fue como uno más de nosotros en todo menos en el pecado.
¿Y qué mayor negarse a sí mismo que renunciar a lo que estaba fácilmente en sus manos, cuando iba a ser arrestado en Getsemaní? Cuando Pedro trató de defenderlo, Jesús le dijo: ¿Acaso no puedo pedir a mi Padre que mande doce legiones de ángeles para protegerme de estos esbirros? Jesús se entregó mansamente en sus manos –como oveja que es llevada al matadero- cuando podía haber escapado de sus captores con sólo desearlo.
(En otra ocasión Él les dijo a sus discípulos: El que no renuncie a sus afectos naturales para amarme a mí, no es digno de ser mi discípulo: Lc 14:26).
Pero notemos –como escribe Juan Crisóstomo- que Jesús no dice: Quieras o no quieras, tienes que pasar por esto, sino dice: “Si alguno quiere…” Yo no fuerzo ni obligo a nadie. Es voluntario; libre eres de tomarlo, o dejarlo.
Pero ¿en qué consiste en concreto negarse a sí mismo? Negarse satisfacciones en sí lícitas, comodidades y ventajas; o ayunar, o dejar de ver espectáculos, o la TV, para ir a buscar a un perdido; tomar de mi bolsillo el dinero que hubiera podido gastar en mí mismo para dárselo a un pobre; armarse de paciencia para escuchar a un desventurado que busca con quien compartir sus desdichas y consolarlo. Más aun, puede ser negarse sueños y aspiraciones personales por amor de Dios y del prójimo; despreciar riquezas, honores y gloria; afrontar peligros y soportar insultos y humillaciones por Cristo, como Él sugirió en Mt 5:11, etc.
Jesús continúa diciendo: “Tome su cruz y sígame.” Él podía decirles eso a ellos, y a todos nosotros, porque sabía que en poco tiempo Él iba a cargar con el madero en el que iba a ser crucificado para morir. Él tomó sobre sí el cruel instrumento de tortura en el que iba a exhalar el último suspiro. La cruz fue para Él el lecho donde moriría.
¿Qué cosa es nuestra cruz que Jesús nos exhorta a tomar? El lugar, la ocasión, el momento, las circunstancias en que morimos a nosotros mismos. Así como Él no rechazó cargar con la cruz que le imponían, nosotros no debemos rechazar la cruz que Dios nos presente para morir a nosotros mismos. ¿Qué cosa es esa cruz? Cada cual lo sabe y alguna vez la ha tomado, y en otra quizá, la ha rechazado. ¡Y no sabe lo que se ha perdido! Porque tomar la cruz que Jesús nos ofrece nos hace semejantes a Él.
En otra ocasión Jesús dijo que el que no tomaba su cruz y lo seguía (entiéndase: en el camino del negarse a sí mismo) no podía ser su discípulo (Lc 14:27). Anteriormente había sido incluso más directo: “El que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí.” (Mt 10:38). En otras palabras, al que no esté dispuesto a morir en la cruz que yo le presente, yo lo rechazo como discípulo. Éstas son palabras duras. Pero ¿acaso vino Jesús a la tierra a divertirse, o a gozar? ¿Puede el discípulo ser más que su Maestro? ¿Puede el discípulo gozar de gollorías de que no gozó Jesús? Por algo dijo Jesús en el mismo contexto que el que quiera seguirlo debe primeramente calcular el costo para asegurarse, de que está realmente dispuesto a asumirlo y a perseverar hasta el fin. (Lc 14:28-30). De lo contrario, terminaría siendo objeto de burla. ¿Puede alguien pretender ser discípulo de Jesús sin tomar su vida como modelo?
¡Ah no, Jesús, lo que tú me pides es demasiado! Yo no quiero renunciar a todo lo bueno y lícito que el mundo y la vida me ofrecen. Yo no quiero ser echado al ruedo para ser comido por leones. Yo creo en ti ciertamente, y en tu sangre que ha lavado mis pecados, pero ahora que soy salvo quiero llevar una vida cristiana cómoda, no sacrificada. Aunque sea paradójico, quiero seguir tus enseñanzas sentado plácidamente en mi sillón.
¿Quién no ha sido tentado alguna vez a pensar de esa manera? Yo confieso que alguna vez lo he sido. Quizá la mayoría de los cristianos sinceros del mundo ha cedido a esa tentación, y por eso el testimonio que da la iglesia es tan débil, y por eso tan pocos la siguen.
Nadie podrá acusar a Jesús de haber sido un hipócrita, de haber ofrecido a sus seguidores una vida fácil. Lo que Él ofrece es “sangre, sudor y lágrimas”, como reza el título de una canción. Lo que Él ofrece es una vida como la suya, una vida sacrificada. Nadie te obliga a aceptarla, nadie te obliga a seguirlo. Pero si quieres hacerlo, calcula primero el costo, y asegúrate de que puedes pagarlo hasta el fin.
25. “Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará.”
Esta frase de Jesús puede entenderse de dos maneras: Una dentro del contexto del anuncio  que ha hecho Jesús de su próxima pasión y muerte, y otra en un sentido más amplio.
Veamos la primera. Si yo voy a ir a Jerusalén a cumplir la misión por la cual he venido al mundo, a afrontar la muerte por la redención de los pecadores, el que quiera seguir en pos de mí no puede ser menos que yo; es decir, si quiere salvar su pellejo, por así decirlo, si quiere conservar su vida negándome, la perderá.
En cambio, el que permanezca fiel a mí y pierda su vida por mi causa (y por causa
del Evangelio, como se dice en Mr 8:35), lo cual es el “súmmum” del negarse a sí mismo, ése tal se salvará una vez muerto, porque será recibido en los cielos. Este es el sentido que Jn 12:25 recalca: El que aborrece su vida, es decir, en el sentido de que la deseche por causa mía, la está guardando para la vida eterna. Como señala “The Jewish Annotated New Testament”, Jesús formula en este versículo una paradoja: El que se aferra fuertemente a algo, corre el riesgo de perderlo; en cambio, el que lo suelta por una buena causa, lo preserva.
El segundo sentido indirecto es: El que quiere gozar de esta vida, el que la ama y quiere disfrutar de todos los placeres que ella le ofrece, desechando todo llamado mío al arrepentimiento, se condenará. Pero el que rechace la seducción del mundo para seguir mis pasos, negándose a sí mismo, como se ha dicho antes, ese tal recibirá una gran recompensa en los cielos. A eso apunta lo que dirá unas líneas más abajo: Que cuando Él venga en la gloria de su Padre, pagará a cada cual según sus obras (Mt 16:27).
Los mártires de los primeros siglos tomaron muy en serio estas palabras de Jesús en el primer sentido que hemos señalado, pues ellos estuvieron dispuestos a afrontar la muerte, negándose a ofrecer sacrificios a los dioses, como les exigían las autoridades romanas, y confesando su fe en Cristo sin importarles las torturas a los que los sometían, y con las que querían obligarlos a apostatar de su fe. De ellos se dice en Apocalipsis: “Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte.” (12:11).
El ejemplo que dieron de entereza hizo que muchos paganos se convirtieran a Cristo y engrosaran las filas de la iglesia, estando incluso dispuestos a ofrendar también sus vidas. La sangre de los mártires –dijo Tertuliano- es la semilla del Evangelio.
Notas: 1. En griego dei: Una necesidad urgente, inevitable, exigida por la naturaleza de las cosas (cf Jn 3:7; Lc 2:49; 4:43).
2. Es interesante que Jesús diga que tiene que padecer en Jerusalén, la ciudad santa, que fue fundada por David, y donde su hijo Salomón construyó un gran templo dedicado a la gloria de su Padre, y que tenga que sufrir y morir de manos precisamente de aquellos que tenían un mayor conocimiento de las Escrituras, de los que esperaban ardientemente el advenimiento del Mesías, y que hubieran debido reconocerlo. Nótese que si bien fueron los romanos quienes lo ejecutaron, ellos lo hicieron por instigación de las autoridades judías (Hch 3:17; 4:10; 7:52).
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
 “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
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miércoles, 14 de mayo de 2014

JUAN BAUTISTA II


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
JUAN BAUTISTA II
Juan empieza su ministerio
Siendo de estirpe sacerdotal Juan hubiera podido reclamar un lugar como sacerdote en el
servicio del templo, pero al irse al desierto él renunció a esa prerrogativa. Esa renuncia era una denuncia implícita del formalismo y de la hipocresía del culto establecido.
Lucas, como historiador acucioso, se ha tomado la molestia de indicar en qué año comenzó Juan a predicar a las multitudes: el año 15 del emperador Tiberio (Lc 3:1), esto es, el año 26 o 27 DC, cuando él tendría unos treinta años. (Nota 1)
Dice además Lucas: “Vino palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.” (v. 2). Él no empezó su ministerio por propia iniciativa, sino fue Dios quien le ordenó hacerlo, diciéndole además lo que tenía que proclamar. Lucas subraya la semejanza del comienzo del ministerio de Juan con el de Jeremías y Ezequiel, a quienes también vino palabra del Señor (Jr 1:2; Ez 1:3).
Juan comenzó su ministerio público predicando en las regiones desérticas no muy lejanas de la desembocadura del río Jordán en el Mar Muerto, frente a Jericó y a la vista del Monte Nebo (Mt 3:1-12), precisamente el lugar por donde los israelitas siglos atrás entraron a la tierra prometida para conquistarla.
Su mensaje era sencillo pero contundente y sin concesiones: “Arrepentíos porque el reino de los cielos se ha acercado. ” (v. 2). ¿Qué es lo que tiene que hacer la gente para preparar la venida del Señor en todos los tiempos? Arrepentirse. Si no hay arrepentimiento Dios no puede hacer su obra en nosotros. Los avivamientos han sido siempre tiempos de arrepentimiento individual y colectivo.
Es el mismo mensaje que predicará Jesús cuando Él, a su vez, empiece poco después su ministerio, añadiendo las palabras: “Creed en el Evangelio.”, esto es, en las buenas nuevas que yo predico. (Mr 1:14,15).
La predicación de Juan había sido anunciada por Isaías: “Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor; enderezad sus sendas.” (Lc 3:4; cf Is 40:3).
Él estaba vestido como solía vestirse Elías: con una piel de camello –que no debe haber sido muy suave- y un cinto de cuero alrededor de sus lomos (2R 1:8); y se alimentaba de langostas y de miel silvestre. (Mt 3:4) Notemos que él no se alimentaba de las langostas que se ofrecen en los restoranes de lujo actuales como un plato exquisito y caro, sino de las langostas que pululan en el desierto, alimento al que las personas carentes de recursos solían recurrir.
Su predicación tuvo una gran acogida popular, porque las multitudes de Jerusalén, de toda Judea y de las regiones alrededor del Jordán venían a él para ser bautizadas confesando sus pecados (v. 5,6). La palabra de Juan estaba tan ungida que al escucharla la gente era tocada por el Espíritu Santo, y se volvían concientes de que eran unos pecadores y de que necesitaban cambiar de vida.
El bautismo de Juan será imitado por los discípulos de Jesús (Jn 4:1-3), y prefigura el bautismo que practicará la Iglesia después de Pentecostés (Hch 2:38-41). Jesús, retando a los fariseos a que le respondan, dio a entender que el bautismo de Juan era del cielo, es decir, le había sido inspirado por Dios (Mr 11:30-32).
Juan reprendía sin miedo a los fariseos y sacerdotes que venían a escucharlo: “¡Raza de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?” (Lc 3:7) ¡Qué amables eran sus palabras! Los profetas no siempre son amables al transmitir el mensaje de Dios.
También les decía: “Haced pues frutos dignos de arrepentimiento.” (v. 8a). Es decir, mostrad con vuestras obras que vuestra conversión es sincera.
Ellos creían que el hecho de ser “hijos de Abraham” (v. 8b), es decir, descendientes suyos, les aseguraba la salvación. Pero él los disuade: los vínculos de sangre y la ascendencia, por noble que sea, no significan nada delante Dios. Cada cual debe responder por sí mismo delante de su trono, y recibirá la recompensa que merece. También hoy día muchos creen que por pertenecer a una familia cristiana y asistir regularmente a la iglesia, tienen el cielo asegurado. Pero no es así.
Según Lucas, él incluye en su discurso las palabras: “Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles.” Y les advierte que el árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego (v. 9), (2) para mostrarles la urgencia de tomar una decisión. Ése es un mensaje que debemos repetir hoy día.
Tocados por sus palabras, la gente, como ocurrirá luego en Pentecostés (Hch 2:37), le preguntaba: ¿Qué cosa debemos hacer? “El que tiene dos túnicas dé una al que no tiene.” Y el que tiene qué comer, comparta de lo suyo. Es decir, lo que tú posees no es sólo para ti. Dios te lo ha dado no sólo para tu propio beneficio, sino también para que bendigas a otros (cf Is 58:7). A los publicanos (la clase social más despreciada por los judíos) que le hacían la misma pregunta les contestó: “No exijáis más de lo que está ordenado.” Es decir, no abuses de tu posición para enriquecerte. Y a los soldados les dijo: “No hagáis extorsión a nadie, ni calumniéis; y contentaos con vuestra paga.” (Lc 3:10-14). ¡Qué actuales son estos consejos! ¡Cómo viniera el Bautista a predicárnoslas por calles y plazas y edificios públicos para reprendernos por nuestra conducta! Los tiempos habrán cambiado, pero no las malas costumbres.
Juan anuncia enseguida la venida de uno mayor que él, de quien él no es ni siquiera digno de llevar su calzado (que era una tarea de esclavos). Notemos la humildad de Juan.
“Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (Mt 3:11) Pero Él hará algo más: “Limpiará su era.” (v. 12) Es decir, su heredad, su propiedad.
Él es el dueño del mundo. Separará la paja del trigo. El trigo irá a su granero (el cielo), y la paja será quemada en el lugar cuyo fuego nunca se apaga (el infierno). ¿Tú eres paja o eres trigo?
¿Qué cosa eres tú? ¿Cómo vives? ¿Como paja o como trigo? ¿Cómo tratas a tu prójimo? (1Cor 3:12-15).
¿Por qué debemos predicar el Evangelio a los perdidos? No porque seamos buena gente, no sólo porque amamos a Jesús, sino porque los pecadores están en grave peligro de condenarse para siempre, como lo estábamos nosotros antes de convertirnos.
Juan da testimonio tres veces acerca de Jesús
Juan dio un testimonio extraordinario de Jesús ante los sacerdotes y levitas que las autoridades del templo habían enviado para averiguar quién era él. (Jn 1:19-28).
Él negó ser el Cristo, negó también ser Elías (es decir, ser Elías en persona, cuya aparición al final de los tiempos estaba anunciada, Mal 4:5), y también negó ser el profeta anunciado por Moisés (cf Dt 18:15,18, que no sería otro sino Jesucristo). Le preguntaron entonces: “¿Tú quién eres?” Y contestó como sabemos: “Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías.” (Jn 1:19,23; cf Is 40:3). ¿Qué quiere decir con esto? Cambien su manera de vivir, para que puedan recibir al Enviado de Dios como conviene.
Y añadió: “En medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis... Él viene después de mí, pero es antes de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su calzado.” (Jn 1:26-28).
¿Cómo es eso de que “es antes de mí” si Juan era seis meses mayor? Es antes de él porque existía desde siempre. Las palabras de Juan son una referencia a la eternidad del Verbo (Jn 1:1), y nos recuerdan la palabras que Jesús dijo en otra ocasión: “Antes que Abraham fuese, yo soy.” (Jn 8:58).
Al día siguiente Juan vio a Jesús que venía hacia él y dijo: “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.” (Jn 1:29). Ésta es la primera vez en los evangelios en que se menciona esta figura simbólica del cordero, que para nosotros tiene tanto significado.
Para los judíos el cordero era el animal que Abraham ofreció en holocausto en lugar de su hijo Isaac sobre el monte Moriah (Gn 22:13); era el animal que fue sacrificado la noche de la Pascua en Egipto antes de que salieran de ese país (Ex 12:1-36); y el animal que era ofrecido diariamente en el templo como expiación por la culpa (Lv 14:12-21). En boca de Juan es una referencia velada al sacrificio de Cristo en la cruz, muerto en expiación de los pecados de los hombres, como había profetizado Isaías (53:3-10).
La noción del cordero que quita el pecado del mundo tiene un antecedente en los machos cabríos que se menciona en el libro de Levítico: el macho cabrío que fue sacrificado en expiación de los pecados del pueblo (Lv 9:3,15), y el otro macho cabrío que en el Día de Expiación llevaba todas las iniquidades del pueblo y era enviado al desierto (Lv 16:20-22).
¿Cómo quita el Cordero de Dios el pecado del mundo? Llevándolo en su cuerpo sobre el madero, como dice Pedro (1P 2:24), pero también perdonando los pecados de todos los que se arrepienten sinceramente de ellos y creen en Él.
Juan añade que él no lo conocía, aunque lo conocía ciertamente pues era su pariente, pero no conocía hasta ese momento el papel que Jesús iba a desempeñar en los planes de Dios. Y sigue diciendo Juan que “el que lo envió a bautizar con agua…me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu Santo, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo. Yo le vi y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios.” (Jn 1:33,34). Él va a administrar un tipo diferente de bautismo, el bautismo anunciado por Ezequiel, que confiere el propio Espíritu de Dios al que lo recibe (Ez 36:25-27).
Nuevamente al siguiente día Juan estaba con dos de sus discípulos, y al ver a Jesús que pasaba por ahí, dijo de nuevo: “He aquí el Cordero de Dios.” (Jn 1:35,36). Entonces los dos discípulos siguieron a Jesús. Posiblemente intrigados por la frase de Juan querían averiguar más acerca de Él. Esos dos discípulos de Juan, que después lo fueron de Jesús, eran Andrés, hermano de Pedro, y Juan, el evangelista (v. 37-40).
Bautismo de Jesús (Mt 3:13-17)
(Es muy probable que este episodio ocurriera durante los días en que Juan Bautista dio testimonio acerca de Jesús)
Jesús le pide a Juan que lo bautice, pero Juan se niega diciendo que más bien debería ser al revés, que Jesús lo bautice a él. Pero Jesús insiste diciendo que “conviene que cumplamos toda justicia.” (v. 15). ¿Qué quería decir con eso?
Jesús no tenía pecados que confesar ni necesidad alguna de que le fueran perdonados. ¿Por qué se hizo bautizar por Juan diciendo: “cumplamos toda justicia”? Jesús había venido a salvar a los pecadores. Al hacerse bautizar como si fuera uno de ellos, Él se identifica con los pecadores a los que Él había venido a salvar. Él se humilla haciéndose como uno de ellos.
Entonces Juan accede a ese pedido que le parece extraño, lo sumerge en el río, y cuando Jesús sale del agua ve que los cielos se abren y el Espíritu Santo desciende en forma de paloma para posarse sobre Jesús, al mismo tiempo que se oye una voz del cielo que proclama: “Este es mi hijo amado en quien tengo complacencia.” (v. 16,17).
Aquí en este episodio vemos una manifestación única de la Trinidad: el Padre que hace escuchar su voz, el Hijo que es bautizado, y el Espíritu Santo que desciende como paloma sobre la cabeza de Jesús.
La voz de Dios en ese momento está diciendo: Este es un acto muy importante.
Esas mismas palabras, que son una cita de Isaías 42:1, se volvieron a oír cuando Jesús fue transfigurado en el monte Tabor delante de los tres apóstoles que lo acompañaban. (Mt 17:5).
De esa manera se empezó a cumplir la profecía de Isaías acerca del Siervo de Jehová en la que figura esa frase, y en la que se dice entre otras cosas: “Él traerá justicia a las naciones. No gritará ni alzará su voz…no quebrará la caña cascada, ni apagará el pabilo humeante…” (Is 42:1ss).
En otra ocasión, cuando Juan para seguir bautizando, se había ido a Enón, cerca de Salim, porque allí había muchas aguas, le dijeron que Aquel a quien él había bautizado también bautizaba y todos iban a Él, que es como si le dijeran: Mira, te ha salido competencia. Juan les contestó diciendo entre otras cosas: “Es necesario que Él crezca y que yo mengüe.” (Jn 3:22-30) Esta frase, que muestra la grandeza de alma de Juan, se puede aplicar a todos nosotros: Es necesario que mi ego mengüe para que Cristo crezca en mí, para que sus virtudes y su manera de ser se hagan patentes en mí. En suma, que yo muera a mí mismo y me haga como es Él, dispuesto a sacrificar mi comodidad para servir a mi prójimo. En la práctica sabemos que muchas veces hacemos lo contrario, queremos engrandecernos nosotros a costa de que Cristo mengüe.
Notas: 1. En la antigüedad era costumbre contar el tiempo a partir del inicio del reinado del soberano. Por ejemplo: “En el año 18 del rey Jeroboam…” (1R 15:1). En el caso concreto de la fecha indicada por Lucas existe la duda de si el primer año del emperador fue el año de la muerte de su predecesor Cesar Augusto (el año 14 DC), o el año en que Tiberio fue asociado como coregente al gobierno de su tío (el año 11 o 12 DC). Esta última posibilidad es la más probable, por lo que el inicio de su predicación se situaría entre los años 26 y 27 DC. Pero hay quienes sostienen que los años del reinado de Tiberio deben contarse a partir del año en que él gobernó solo, lo que colocaría los acontecimientos descritos aquí entre los años 28 y 29 DC.
2. Las imágenes que usa Juan, y usará luego Jesús, están en gran parte tomadas de Isaías: El derramamiento del Espíritu de lo alto (Is 32:15); raza de víboras (59:5); árboles cortados (10:33,34), etc.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#809 (22.12.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).