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martes, 30 de diciembre de 2014

CONSEJOS PATERNALES III

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
CONSEJOS PATERNALES III
Un Comentario de Proverbios 4:20-27
Esta última sección del capítulo dirige su atención a las diferentes partes de nuestro cuerpo que intervienen en nuestra conducta: oídos (v. 20), ojos (v. 21,25), corazón (v. 23), labios (v. 24), pies (v. 26,27).
20. “Hijo mío, está atento a mis palabras;
Inclina tu oído a mis razones.”
21. “No se aparten de tus ojos;
Guárdalas en medio de tu corazón;”
22. “Porque son vida a los que las hallan,
Y medicina a toda su carne.”
Esta pequeña perícopa de tres versículos dedica los dos primeros a exhortar encarecida e intensamente al hijo, (o discípulo) a prestar atención a los consejos paternos, y en el tercero expresa la razón de su insistencia, la cual encierra uno de los secretos del valor que tienen las Escrituras para nosotros. Los dos primeros versículos son una exposición de cómo debe ser la escucha: 1) estar atento, es decir, prestar atención a las palabras; 2) escuchar detenidamente su significado e intención (inclinarse es el gesto con el cual uno se acerca a algo); 3) tenerlas siempre presente, es decir, tener los ojos puestos en ellas, lo que quiere decir que no se trata solamente de escuchar la palabra hablada, sino también de leerla escrita. Leer con atención, en efecto, es una forma de escuchar. Finalmente 4) de nada serviría todo ese ejercicio si lo escuchado y leído no penetrara en el corazón, es decir, si no fuera apropiado internamente, incorporado a la propia vida y llevado a la práctica, convirtiendo sus consejos en normas y directrices concientemente vividas.
La razón, el secreto, de esta exhortación es –como ya se ha dicho anteriormente- que las palabras de Dios son vida, es decir, dan vida a los que las escuchan y ponen en práctica.
¿Qué quiere decir dar vida en este contexto? Teniendo en cuenta lo que se dice más adelante, que son medicina para los huesos (Pr 16:24), dar vida quiere decir que tienen, primero que nada, una virtud curativa para sanar las enfermedades del cuerpo. Pero, sobre todo, que, viniendo de Dios, refrescan el ánimo, dan vitalidad, alegran, aumentan las fuerzas, etc. Esto en el plano de la vida material, pero en el plano espiritual, comunican, infunden vida en el alma, acercan a Dios, limpian del pecado y sus secuelas, incentivan el desarrollo de las virtudes, y muy especialmente, avivan el amor a Dios.
Acerca de la virtud curativa de la palabra de Dios hay muchos testimonios escritos, y muchos textos en el Antiguo Testamento que lo confirman. Me limitaré a citar sólo uno: “Envió su palabra y los sanó.” (Sal 107:20). Pero acerca de su efecto espiritual, el Salmo 119 está lleno de instancias concretas: corrige (v. 67,71), redarguye (v. 21), exhorta (v. 25,50,93), guía (v. 105), guarda del pecado (v. 9,11,121,133), consuela (v. 52), etc. Siendo tan grande el poder de la palabra ¿cómo vamos a descuidar alimentarnos de ella cotidianamente? Hacerlo sería descuidar nuestro propio bien y despreciar nuestro provecho. Si Dios la ha puesto a nuestra disposición para que nos valgamos de ella, sería una grave negligencia no aprovechar la oportunidad que se nos brinda de ser enriquecidos por este don suyo de valor eterno.
23. “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón;

Porque de él mana la vida.”
Este versículo es uno de los más importantes de toda la Biblia, porque trata de la posesión más valiosa que haya sido encomendada al hombre. En efecto, no hay cosa más digna de estima, de mayor valor para nosotros, que nuestro corazón en sentido espiritual. Es decir, nuestro ser interior, con todo lo que ello comprende: mente, sentimientos, decisiones, sueños, aspiraciones e intenciones. El corazón ha sido llamado con acierto “la ciudadela del hombre”. Debemos vigilar su contenido con toda diligencia, porque así como del órgano del corazón mana la vida del cuerpo por la sangre que envía a todo el organismo, llevando el oxígeno que necesitan nuestras células, de manera semejante de ese centro de nuestro ser fluye nuestra vida espiritual, pues nuestros pensamientos, sentimientos y deseos definen y determinan la calidad de esa vida, si es vital o está como muerta.
Notemos que si la fuente está contaminada, sucia, el agua que brote de ella también lo estará. De ahí que deba vigilarse todo lo que entra a nuestra mente y todo lo que nuestra mente rumia, por así decirlo, porque lo que entra en ella y lo que ella elabora, determina lo que sale, esto es, nuestras acciones y conducta (16:9a).
Jesús lo dijo muy claro: “No es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre, sino lo que sale de la boca, eso lo contamina. Porque lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre. Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias.” (Mt 15:11,18,19). Todo lo que nosotros hacemos y decimos existió primero potencialmente en nuestro corazón. Bien lo dijo Orígenes: “La fuente de todo pecado está en los malos pensamientos, porque a menos que ellos ganen dominio sobre nosotros no existirían los asesinatos ni los adulterios. Recuerda que las fuerzas espirituales de maldad de las regiones celestes andan alrededor nuestro como león rugiente (1P 5:8) tratando de apoderarse de nuestro corazón para gobernar nuestras vidas. Pon pues, por ello, una valla alrededor de tu corazón para que nada impuro lo contamine. El diablo también lo está vigilando, para ver en qué momentos de descuido tuyo puede asaltarlo para clavar sus dardos.
Algunos se guardan de pecar con el cuerpo, pero pecan con el corazón teniendo pensamientos de lujuria, o de odio y venganza. Pero si pecaste con el corazón es como si hubieras pecado con el cuerpo. Tu mano no asestó el golpe para herir, pero tu corazón si lo hizo, y no quedará inadvertido, porque “el Señor aclarará lo oculto de las tinieblas y manifestará las intenciones del corazón.” (1Cor 4:5).
24. “Aparta de ti la perversidad de la boca,
Y aleja de ti la iniquidad de los labios.”
Habiendo hablado del corazón, ahora pasa a los labios. Sabemos que hay una conexión
estrecha entre la boca y el corazón porque, como dijo Jesús: “de la abundancia del corazón habla la boca.” (Mt 12:34b) Nosotros solemos hablar de las cosas que llenan nuestro corazón, es decir, de las cosas que nos interesan, que ocupan nuestra mente; de las cosas con las que tenemos una vívida relación emotiva; sea positiva, porque las amamos, o negativa, porque nos son odiosas y las detestamos. Todo lo que tenemos en el corazón saldrá algún día por nuestros labios, aun sin quererlo ni darnos cuenta; y a veces nuestras propias palabras inadvertidamente nos acusarán. Más aun, como ya se ha dicho, lo que guardamos en el corazón determinará nuestras actitudes, y nuestros gestos y reacciones, sin que nos demos cuenta.
Si la frase de Jesús es cierta –como lo es sin duda- puede decirse que a quien guarde su corazón con toda diligencia no es necesario aconsejarle que aparte la perversidad de su boca, porque no se hallará en él. Pero no hay hombre tan perfecto en la tierra que no esconda alguna iniquidad en su alma, de modo que aun a ése tal hay que exhortarle a que aleje la iniquidad de sus labios. Si le da expresión con la boca la refuerza en su corazón y se mancilla con ella. Si tiene la tentación de expresar sus malos sentimientos hacia alguna persona, o llevar a la práctica los malos deseos de su mente sensual, será mejor que se refrene para no dar lugar a que el diablo le venza y retome aquella parte de su corazón que ya había cedido a Dios.
L.A. Schökel traduce: “Aparta de ti la lengua tramposa; aleja de ti los labios falsos.” Su versión expone la necesidad de ser siempre veraz, de no engañar a nadie para obtener alguna ventaja, o ganancia. ¡Cómo escucharan este consejo algunos comerciantes! La ganancia mal obtenida puede agujerear su bolsillo, o su estómago, después de agujerear su alma. Aconseja además no mentir ni manchar la honra de nadie, acusándolo falsamente de cosas que no ha cometido. El día menos pensado el daño hecho a la honra, o buen nombre ajeno, rebotará en perjuicio del mentiroso.
El libro de Proverbios tiene mucho que decir de la boca, de los labios y de la lengua: Condena los labios mentirosos (12:22); denuncia al chismoso (20:19) (Nunca caigas en ese defecto al que son proclives no sólo las mujeres, como se cree, porque, como dice Ecl 7:21,22, si hablas mal de otro, algún día oirás a alguno hablar mal de ti). En cambio, encomia al corazón del sabio que “hace prudente su boca y añade gracia a sus labios.” (16:23; cf 10:19; 13:3); afirma que “la lengua de los sabios es medicina.” (12:18), y árbol de vida “la lengua apacible” (15:4). Proclama por último que “la vida y la muerte están en el poder de la lengua” (18:21). Cuida pues tu lengua, porque, quiéraslo o no,  comerás del fruto de lo que ella diga.
25. “Tus ojos miren lo recto,
Y diríjanse tus párpados hacia lo que tienes delante.”
Que los propósitos que persigues sean siempre honestos y las metas que deseas alcanzar sean siempre honorables. En ellos fija tu mirada sin vacilar. La persona que anda mirando de un lado a otro al caminar, como espiando el entorno de manera furtiva para ver qué oportunidad se le ofrece de aprovecharse del descuido o ingenuidad de algún incauto, guarda pensamientos de dudosa índole en su corazón. No es una persona confiable. Es mejor que no tengas trato con ella; no vayas a caer en una de sus trampas.
Pero este versículo advierte también del peligro de dejar que nuestra mirada sea atraída por una mujer ajena, con la cual, si uno la mira con deseo, ya ha cometido adulterio en su corazón, según dijo Jesús (Mt 5:28). Por eso es que Job dice que él se había impuesto por ley no mirar con deseo ni siquiera a una virgen (Jb 31:1). Por eso también dijo Jesús muy apropiadamente que los ojos son la lámpara del cuerpo. Si nuestros ojos son malos, es decir, si la intención con que miramos es torcida, todo nuestro ser estará en oscuridad; pero si son buenos, es decir, si nuestras intenciones son rectas e inocentes, todo nuestro ser estará iluminado (Mt 6:22,23). Eso se refiere no sólo a la sensualidad, sino también a la codicia.
26. “Examina la senda de tus pies,
Y todos tus caminos sean rectos.”
27. “No te desvíes a la derecha ni a la izquierda;
Aparta tu pie del mal.”
26. Este proverbio nos exhorta a hacer el examen continuo del camino que llevamos, de lo que estamos haciendo, si es recto, conforme a la palabra de Dios, o no. Este versículo, además,  respalda la noción de que el examen de conciencia es algo bíblico. "Examina la senda de tus pies" quiere decir: examínate a ti mismo, examina tu conducta, práctica que Pablo recomienda (2 Cor 13:5), no vaya a ser que sin darte cuenta estés incurriendo en faltas. Mejor es que te juzgues tú sinceramente, que no que sea Dios quien lo haga cuando ya no puedes rectificar nada de lo hecho en tu vida.
Nuestros caminos están abiertos a los ojos de Dios que los considera (Pr 5:21), y tiene en cuenta todas nuestras acciones (1Sm 2:3). No hay nada que escape a su mirada.
Esa misma exhortación nos la hace Efesios 5:15: “Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios.”
27. La exhortación a no desviarse del camino aparece frecuentemente en Deuteronomio y Josué (Dt 5:32; 17:11,20; 28:13,14; Js 1:7; 23:6), y anima a perseverar en el camino trazado que debe siempre perseguir el bien, tal como hizo el piadoso rey Josías (2R 22:2).
En Isaías se da un consejo semejante: “Este es el camino, andad por él; y no echéis a la mano derecha, ni tampoco torzáis a la mano izquierda.” (Is 30:21). No dudemos de que Dios, en su infinita compasión, enviará su voz como un aviso que oiremos a nuestras espaldas cuando más lo necesitemos, alertándonos del peligro de desviarnos que enfrentamos.
Conviene recordar lo que dice otro proverbio: “Todo camino del hombre es recto en su propia opinión; pero Jehová pesa los corazones.” (Pr 21:2). Para no desviarnos del camino debemos siempre pedirle a Dios que nos guíe y nos guarde, porque mientras vivamos seremos inevitablemente tentados a dejar una y otra vez el camino recto y seguro por el que andamos; y habrá incentivos que atraigan nuestra ambición, o nuestra concupiscencia, y que nos inciten engañosamente a gozar de ellos (Sal 27:11; cf 5:8). Bien advirtió Pablo: “El que piensa estar firme, mire que no caiga.” (1Cor 10:12).
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
 “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
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jueves, 21 de agosto de 2014

AMONESTACIONES DE LA SABIDURÍA I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
AMONESTACIONES DE LA SABIDURÍA I
Un Comentario de Proverbios 1:8-19
Los versículos del 8 al 19 constituyen un discurso en el que el autor da al lector una
serie de consejos prácticos semejantes a los que los  padres suelen dar a sus hijos. Los dos primeros (v.8 y 9) son una amonestación general introductoria, o exordio, en que se menciona a ambos progenitores, porque uno y otro tienen algo que enseñar al hijo y ambos deben ser escuchados. Vale la pena notar la importancia que se daba a la esposa y madre en la cultura patriarcal hebrea (cf 31.10-31, véase también 10:1; 23:22; 29:15; 30:17; 31.1).
8. “Oye, hijo mío, la instrucción de tu padre, y no desprecies la dirección de tu madre;” (Nota 1) 9. “Porque adorno de gracia serán a tu cabeza, y collares a tu cuello.”
Estos dos versículos contienen una advertencia muchas veces repetida al hijo para que escuche los consejos y exhortaciones de sus padres, (cf. 2:1; 3:1; 4:1,20; 5:1; 6:20; 7:1). Debe ser repetida porque los hijos, en la soberbia de la adolescencia y de la juventud, tienen la tendencia a no escuchar a sus padres, o a considerarlos desfasados en el tiempo e incapaces de comprender las inquietudes de los jóvenes. Olvidan ellos que sus padres también fueron jóvenes, que pasaron por las mismas tumultuosas emociones –porque la naturaleza humana no cambia- y experimentaron la misma tensión entre deseos y aspiraciones, y la cruda realidad, aunque las circunstancias sociales y las costumbres hayan cambiado mucho desde la época en que se escribió este libro, y muchísimo más en las últimas décadas.
Pero el factor que los hijos más ignoran es que los padres, por el amor instintivo que sienten por sus hijos, suelen tener una aguda intuición de lo que les conviene y de los peligros que les acechan. Cuanto más desinteresado sea el amor de los padres por sus hijos, mejor comprenden la situación de éstos y más deberían éstos escucharlos.
La sabiduría que adquiere el hijo que escucha a sus padres lo viste de una gracia especial que atrae las miradas ajenas. Los hijos que escuchan a sus padres caminan con más facilidad al éxito, no sólo porque al ser guiados pueden evitar muchas trampas, sino también porque la obediencia trae bendición. Bien dice Pablo que el mandamiento de honrar padre y madre es el primer mandamiento con promesa (Ef.6:2). Pero no sólo es larga vida la bendición de este mandato, otras bendiciones lo acompañan pues Dios honra al que honra a quienes lo representan. En otras palabras: el que honra a sus padres, le honra a Él.
De otro lado, ¿no hemos comprobado muchas veces lo antipáticos que son los niños engreídos que no obedecen a sus padres y, por el contrario, lo simpáticos que son los niños bien educados y obedientes?
Desde otro punto de vista estos dos versículos describen dos posibles actitudes negativas del hijo frente a los consejos amorosos de sus padres. Una, es simplemente no oír, cerrar los oídos. La otra es indiferencia, no dar importancia, encogerse de hombros. En última instancia, aunque se expresen en gestos distintos, ambas actitudes son una sola cosa: desprecio. Prov 30:17 advierte del terrible castigo que espera al hijo que tal haga.
Pero si el hijo no tiene esa actitud necia, y escucha en cambio con atención la amonestación de su padre y la enseñanza de su madre, en la imaginación pictórica del autor esos consejos bien atendidos serán como joyas que adornan su cabeza y su cuello. (2)
Aquí las palabras usadas: amonestación, por el padre; y enseñanza, por la madre, corresponden a dos maneras de aconsejar distintas: una con voz robusta, imponente, imperiosa; y otra con voz suave, delicada, paciente. La primera es susceptible de originar rechazo; la segunda, en cambio, predispone a oír.
Es una cosa cierta que el porte seguro del joven, que pese a su corta edad, haya adquirido una sabiduría precoz escuchando atentamente a sus padres y siéndoles obediente, tendrá algo de grácil y de espontáneo que conquistará a los que lo traten, (Pr 4:1; 6:20-22; Sir 6:18-37), algo mejor que el más costoso adorno. El episodio del niño Jesús conversando con los sabios en el templo ilustra bien el caso (Lc 2:46-50).
Otro es el caso del joven Timoteo que fue instruido en las Escrituras por su madre y su abuela (2Tm 1:5; 3:15). ¡Qué bendición es para un hijo o una hija, contar con padres que les den buenos consejos, y que los instruyan en el buen camino!, porque hay muchos padres lamentablemente que descuidan esa responsabilidad, o que si aconsejan a sus hijos, lo hacen mal porque carecen de temor de Dios. El hijo o la hija que han sido mal aconsejados por sus padres o tutores, se extravían temprano en la vida y pueden terminar teniendo problemas con la justicia. ¡Padre o madre que lees estas líneas, ten en cuenta la enorme responsabilidad que Dios ha puesto sobre tus hombros de guiar sabiamente a tus hijos por el camino del bien! Si lo haces tus hijos serán para ti algún día motivo de satisfacciones y de sano orgullo; de lo contrario lo serán de tristeza y vergüenza.
Es bueno que los padres tengan en cuenta que la enseñanza más eficaz y duradera es la que se imparte con el ejemplo. El modo de vida, las costumbres, las aficiones y los gustos, los buenos y los malos hábitos de los padres, sientan un patrón que los hijos tienden a imitar inconcientemente. Ellos tienden a comportarse y a reaccionar frente a las circunstancias de la vida tal como vieron que hacían sus padres. De ahí que con frecuencia padres honestos, o piadosos, o trabajadores, o solidarios, suelen tener hijos que exhiben esas cualidades; así como lo contrario es también cierto. Si los padres son deshonestos, o irreligiosos, u ociosos, o desconsiderados, los hijos tenderán también a serlo. El ambiente espiritual, moral e intelectual en que crecieron marca a los hijos de por vida y deja una huella indeleble en su personalidad, aunque a veces ocurre, cuando ese ambiente es negativo, que ellos, por un sano instinto, reaccionen contra las actitudes que les disgustaron de pequeños, y se esfuercen en actuar de manera contraria. Es bueno recordar que la fibra moral de una nación es determinada en gran parte por la formación moral que reciben los hijos en el hogar, y que, en ausencia de ésta, se desencadena el caos en la sociedad (cf Pr 29:18).
Vienen a continuación dos estrofas de cinco versos cada una:
10. “Hijo mío, si los pecadores te quisieren engañar, no consientas.”
11. “Si dijeren: Ven con nosotros; pongamos asechanzas para derramar sangre, acechemos sin motivo al inocente;”
12. “Los tragaremos vivos como el Seol, y enteros, como los que caen en un abismo;”
13. “Hallaremos riquezas de toda clase, llenaremos nuestras casas de despojos;”
14. “Echa tu suerte entre nosotros; tengamos todos una bolsa.”
15. “Hijo mío, no andes en camino con ellos. Aparta tu pie de sus veredas”,
16. “Porque sus pies corren hacia el mal, y van presurosos a derramar sangre.”
17. “Porque en vano se tenderá la red ante los ojos de toda ave;”
18. “Pero ellos a su propia sangre ponen asechanzas, y a sus almas tienden lazo.”
19. “Tales son las sendas de todo el que es dado a la codicia, la cual quita la vida de sus poseedores.”
La primera estrofa es de advertencia; la segunda, de amonestación. Los versículos 10 al 14 contienen una advertencia ferviente al hijo para que no se deje seducir por el discurso engañoso de los impíos que lo quieren hacer su cómplice. Ellos se gozan atrayendo a otros al mal camino. Tan pronto como Lucifer se rebeló contra Dios, se convirtió en un tentador. Él es un experto en este oficio, y entrena a sus secuaces para que sean tan hábiles como él.
Los tentadores con frecuencia tratan de apartar a los jóvenes de la obediencia a sus padres, diciéndoles: Ya estás grande, ya puedes independizarte y obrar de acuerdo a tu propio criterio. Los pecadores endurecidos y atrevidos, que se jactan de su impiedad, tratan de que otros se unan a su pandilla, y se complacen en corromper a los sanos.
Los versículos 15-19, por su lado, dan las razones paternas por las que el hijo no debe ceder a sus requerimientos. Una preocupación destaca aquí: Las invitaciones de los pecadores son engañosas porque ocultan el resultado trágico final que trae obrar como ellos proponen.
A partir del v.11 el padre cita las palabras seductoras que los malvados podrían dirigir a su hijo. Lo hace para que el hijo sepa reconocerlas cuando las oiga y no se deje sorprender: “Ven, únete a nosotros….Acechemos al inocente.” Ellos no ocultan sus malos propósitos, tan osado es su cinismo: De lo que se trata es de asesinar para apoderarse del dinero de las víctimas (Sir. 11:32; Sal. 10:8), personas desprevenidas y desarmadas que no les han hecho ningún daño, pero a quienes envidian.
Ellos se jactan de sus malvadas proezas (“los tragaremos vivos…”). Están ilusionados con el botín que hallarán y por la forma cómo se enriquecerán rápidamente sin haber trabajado. Y deslizan un sutil engaño que pierde a muchos que no lo captan: “Tendrán una bolsa común que ellos controlarán”. Le están adelantando -esperando que el joven no se dé cuenta- que él no tocará el dinero que reúnan, porque todo se pondrá en una sola bolsa que los cabecillas manejarán. Pero unirse a la suerte de los criminales es compartir su castigo cuando se acabe la ilusión de compartir su botín.
Hay muchas maneras de asaltar a la gente y robarles su dinero sin llegar a matarla. Al contrario, piensan algunos malhechores. Es mejor que sigan viviendo para poder seguir explotándolos. Notemos que en el mundo de los negocios con frecuencia surge la tentación de enriquecerse a costa de los clientes, sea ofreciéndoles productos cuya calidad inferior no corresponde a lo publicitado, sea recargando los precios de manera desproporcionada. La naturaleza humana no ha cambiado a través de los siglos, aunque los métodos hayan variado. Los que carecen de temor de Dios no tienen escrúpulos en explotar a sus semejantes. Algún día el dinero mal ganado arderá en sus entrañas.
15. El padre implora: “No vayas con ellos…”. La experiencia que dan los años y la intuición que le da el amor, le hacen comprender al padre que su hijo puede ser tentado por la emoción de la aventura y del dinero fácil, y de la camaradería con tipos hábiles, pero sin pensar que su compañía puede serle fatal.
16. Ten cuidado. Ellos se apuran a matar como si fuera una hazaña. Si no tienen respeto de la vida ajena ¿quién te garantiza que algún día la sangre que derramen no sea la tuya, cuando les seas incómodo?
Nótese la relación entre los versículos 11 y 16: Las palabras comunes en ambos
versículos: “derramar sangre” (3) (c.f. Pr 12:6) son un circunloquio usado para expresar el homicidio. Pero es a su propia sangre a la que los impíos tienden lazo, porque así como ellos matan sin escrúpulos a algunos, alguien los matará algún día a ellos sin pena. El camino que se anunciaba exitoso termina en el sepulcro.
El pecado puede tener consecuencias nunca imaginadas (pero que el diablo sí conoce). Cuando la muchacha se deja seducir por su galán, no piensa en que más adelante va a querer abortar para ocultar las consecuencias de su debilidad. Cuando David tramó seducir a Betsabé, no pensó en que iba a tener que mandar matar al marido, al fiel Urías, para ocultar el escándalo. El ladronzuelo que coge a escondidas una prenda que le gusta en el supermercado, no piensa que puede terminar en la cárcel.
17,18. Con frecuencia se tiende inútilmente una red para capturar a las aves del cielo porque ellas ven cuando el pajarero echa la red y su instinto les hace evitarla, y por eso escapan antes de quedar atrapadas. Pero los malhechores son menos avisados que las aves, porque aunque son concientes del peligro al que su conducta criminal los expone, corren para caer en las redes que tendieron a los pies de otros, y cuando ilusamente creían que sus planes y emboscadas les iban a salir bien, terminan por ser cogidos en sus propias trampas.
19. Este versículo recuerda la advertencia que Pablo dirige a su discípulo Timoteo: “Los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo…” (1 Tm.6:9). La codicia es homicida. Asesina no sólo a los que despoja sino también a los que la cultivan en su corazón.
Notas : 1. La palabra “torá” que aparece en el original hebreo del vers. 8, y que generalmente se traduce por “ley”, quiere decir primordialmente “dirección” tal como aparece correctamente aquí. (Véase el comentario de D. Kidner en “Proverbs” pags. 56 y 57.)
2. Para entender la intención del autor en el versículos 9 debe tenerse en cuenta que era costumbre en la antigüedad que no sólo las mujeres, sino también los hombres usaran joyas y ornamentos en la cabeza y en el cuello (Gn 41:42). En el caso concreto de este versículo se trata de la guirlanda que se colocaba en la frente de los héroes victoriosos, y del collar que usaban los magistrados y que simboliza protección. Crisóstomo anota al respecto: “Mientras que en los juegos olímpicos la corona de la victoria no es más que una guirlanda de laurel, o el aplauso y la aclamación de las multitudes, todo lo cual desaparece y se pierde al caer la noche, la corona de la virtud y sus luchas no es material en absoluto. No está sujeta a decadencia en este mundo, sino que es imperecedera, inmortal.”
3. Estos dos versículos parecen una cita de Is 59:7, sólo que en el caso del profeta sus palabras son una acusación dirigida al pueblo de Israel.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo una sencilla oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#816 (09.02.14). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).