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viernes, 15 de junio de 2012

PABLO EN ÉFESO II


Estimados lectores:
QUIERO APROVECHAR LA OPORTUNIDAD PARA ENVIAR UN SALUDO CORDIAL A TODOS LOS PADRES DE FAMILIA EN SU DÍA.

Por José Belaunde M.
Un Comentario al libro de Hechos 19:10-20

10.  “Así continuó por espacio de dos años, de manera que todos los que habitaban en Asia, judíos y griegos, oyeron la palabra del Señor Jesús.”
La ciudad de Éfeso se convirtió en el centro de actividad de Pablo, y dada la importancia de la ciudad como centro comercial al que acudía mucha gente de las poblaciones vecinas, su ministerio empezó a irradiar en todo el territorio cercano, porque se dice que todos los habitantes de la provincia de Asia oyeron el mensaje del Señor.
La provincia romana de Asia ocupaba la zona occidental de la moderna Turquía (incluyendo los territorios de Lidia y Misia). Era la zona más rica de la región y era gobernada por un procónsul que residía en Éfeso. Cuán importante era esta provincia puede deducirse del hecho de que, con el tiempo, el nombre de “Asia” llegara a aplicarse a todo el continente que se extendía hacia el Este.
En ella se encontraban las siete iglesias a las que Juan dirige sus cartas (Ap 2 y 3), como la propia Éfeso y Laodicea, así como otras ciudades como Colosas (a la que Pablo dirigió una famosa epístola) y Hierápolis, cuyas iglesias pueden haber sido fundadas si no por el mismo Pablo, al menos por alguno de sus colaboradores durante este período.
Por la evidencia de versículos posteriores (Hch 20:33-35) podemos ver que durante el tiempo de su prolongada permanencia en esta ciudad Pablo no percibió ayuda económica de nadie, sino que él se ganó su sustento con sus propias manos en el oficio que ya conocemos. Y no sólo el suyo sino también, cuando era necesario, el de sus colaboradores más cercanos, dándoles de esa manera ejemplo de que predicar el Evangelio no debe servir de excusa para no trabajar, como él había escrito en 2Ts 3:10: “Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma.” Eso no quita el hecho de que en los períodos en que él se dedicaba a viajar de un sitio a otro dependiera de la ayuda de terceros porque, estando en movimiento, le hubiera sido difícil ganarse el sustento trabajando con sus manos.

11,12. “Y hacía Dios milagros extraordinarios por mano de Pablo, de tal manera que aun se llevaban a los enfermos los paños o delantales de su cuerpo, y las enfermedades se iban de ellos, y los espíritus malos salían.”
Tal como ocurrió durante los días iniciales de la predicación apostólica en Jerusalén, en que se hacían muchos milagros y señales por mano de Pedro y los apóstoles (Hch 5:12-16), de manera semejante una unción poderosa reposaba ahora sobre Pablo, de modo que Dios hacía muchas curaciones extraordinarias por medio de él, incluso a distancia, porque llevaban a los enfermos y endemoniados las prendas que habían estado en contacto con su cuerpo para ponerlas en el cuerpo de los afectados y eran sanados. (Nota 1)
Podemos imaginar la efervescencia que había en los círculos cristianos por causa de estas maravillas y cómo Dios usaría el asombro que ellas causaban para atraer a la gente a la fe. El texto griego dice que hacía “obras de poder” (dunámeis) (2) fuera de lo común, que deben haber llamado poderosamente la atención de la población. Jesús había anunciado a sus discípulos que cuando viniera el Espíritu Santo sobre ellos, ellos harían cosas más maravillosas que las que Él hacía (Jn 14:12), porque si bien sabemos del caso de una mujer que fue sanada del flujo de sangre con sólo haber tocado el borde de su manto (Lc 8:44), no sabemos de ningún milagro semejante a los que menciona este versículo hecho por Él. (3)
El que Dios realizara estos prodigios por medio de Pablo cobra un especial sentido si se tiene en cuenta que Éfeso era famosa por ser la capital de la magia. Con las cosas que Pablo hacía Dios demostraba ante un público ansioso de contemplar maravillas que en la palabra del Evangelio residía un poder más extraordinario que las cosas que Satanás hacía por medio de sus servidores.

13. “Pero algunos de los judíos, exorcistas ambulantes, intentaron invocar el nombre del Señor Jesús sobre los que tenían espíritus malos, diciendo: Os conjuro por Jesús, el que predica Pablo.”
Es un rasgo común de la naturaleza humana que cuando uno ve a otro hacer algo con éxito, o que suscita admiración, trata de imitarlo o de emularlo.
Este fenómeno explica lo que narra este versículo. Unos exorcistas –exorkistés en griego, palabra que designa a los que expulsan demonios de una persona- judíos ambulantes (4), al ver el éxito de Pablo quisieron usar el mismo procedimiento que él para exorcizar (5).
¿Por qué querrían hacerlo? Posiblemente habían observado que Pablo tenía más éxito que ellos, y sacaron la conclusión fácil de que si usaban el mismo procedimiento que él, tendrían un éxito semejante.
Pero estaban totalmente equivocados. Pablo no usaba el nombre de Jesús como una fórmula mágica para exorcizar. Pablo usaba el nombre de Jesús porque él creía en Jesús y, por tanto, el poder de Dios habitaba en él, por el Espíritu Santo.
¿Recuerdan el episodio en que Jesús dice que si Él expulsa demonios por el dedo de Dios (e.d. por el poder de Dios) es porque el reino de Dios ha venido a nosotros? (Lc 11:20).
Los exorcistas judíos no podían usar el nombre de Jesús –es decir el poder de Dios- para expulsar demonios porque no creían en Jesús y, por tanto, la unción del Espíritu Santo no estaba sobre ellos. (6)
Peor aún, ellos no conocían a Jesús, porque decían: “Os conjuro por Jesús, el que Pablo predica ”, que es como admitir que sólo conocían a Jesús de oídas, porque Pablo mencionaba su nombre, pero ellos no sabían nada de él, no lo conocían personalmente.
¿Cuán importante es conocer a Jesús personalmente, no sólo de oídas? ¿Cómo se conoce a Jesús personalmente? Por la fe, creyendo en Él. Cuando uno cree en Jesús, el Espíritu Santo habita en uno y puede usar el nombre de Jesús para pedirle algo al Padre, como Jesús mismo nos exhorta a hacer (Jn 14:13; 15:16).
Aquellos que sólo conocen a Jesús de oídas, pero no personalmente, no pueden usar el nombre de Jesús para lo que fuera, ni entender su mensaje. Y menos son salvos en virtud de su nombre, porque les falta la fe.
Hebreos dice que de nada sirve escuchar el Evangelio si escucharlo no está acompañado de fe. (Hb 4:2). No les sirve, es decir, no los salva, no los regenera. Pero ¿no dice Pablo en otro lugar que “la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios”? (Rm 10:17). Es decir, ¿qué la fe viene oyendo la predicación de la palabra de Dios? ¿Por qué el oír la palabra produce en unos fe y en otros no? Sólo Dios lo sabe. La fe es un don de Dios. Unos escuchan la palabra y creen; otros la rechazan. En algunos es porque aún no ha llegado el tiempo de ellos, en otros porque su disposición interna, la vida que llevan, los predispone a rechazarlo. ¡Son tantos los factores que, humanamente hablando, influyen en que brote la fe al oír la palabra!
Unos reciben la palabra con gozo porque el Evangelio es el mensaje que estaban con ansiedad esperando. Otros, al contrario, lo rechazan porque su mensaje los acusa y no quieren ser confrontados. A los primeros el Evangelio les abre las puertas de la salvación. A los segundos, si perseveran en su actitud, el Evangelio les abre la puerta del infierno. Lo que a unos salva, a otros condena.
¡Qué importante es la disposición con que se escucha una palabra, sea de corrección, de exhortación, o de consejo! ¡Que Dios nos dé siempre la disposición correcta para escuchar su mensaje!

14. “Había siete hijos de un tal Esceva, judío, jefe de los sacerdotes, que hacían esto.”
Entre esos exorcistas ambulantes que querían emular a Pablo había siete hermanos que eran hijos de un jefe de los sacerdotes llamado Esceva. Esta precisión plantea un problema. Cuando Lucas usa la palabra jefe ¿qué quiere  decir? ¿Esceva sería el jefe de uno de los 24 “turnos” o “clases” de sacerdotes que se turnaban quincenalmente para servir en el templo? (1 Cro 24:3; Lc 1:5) Si así fuera ¿qué hacían sus siete hijos en Éfeso oficiando de exorcistas ambulantes si el cargo de sacerdotes era hereditario? ¿No habían sido incluidos en la nómina de sacerdotes a quienes una vez al año les tocaba el servicio? ¿O quizá viajaban como exorcistas durante el tiempo en que no les tocaba servir? Esceva no es un nombre judío, por lo que se hace difícil creer que el padre de ellos fuera realmente un sumo sacerdote. Podría tratarse de un impostor que quería aprovecharse de la fama que los sumos sacerdotes judíos tenían de conocer el nombre secreto de Dios y su pronunciación, lo que tenía fama de ejercer un gran poder sobre el mundo de los espíritus.
En todo caso, Lucas no nos da suficiente información como para poder contestar a esas interrogantes y conciliar las diversas alternativas. Pero sigamos con el relato.

15. “Pero respondiendo el espíritu malo, dijo: A Jesús conozco, y sé quién es Pablo; pero vosotros, ¿quiénes sois?” 
A la invocación del nombre de Jesús el demonio que habían querido exorcizar respondió diciendo a los exorcistas que él no reconocía que tuvieran autoridad para usar ese nombre. El espíritu les contestó: “Conozco a Jesús”. El espíritu malo sabe de la existencia de Jesús que venció al que tenía dominio sobre la muerte (Hb 2:14), y que, por tanto, él debe obedecerle. Conoce también a Pablo porque usa el nombre de Jesús con autoridad para imponerse sobre los espíritus como él. “Pero ustedes, ¿quiénes son?” Si no creéis en Jesús no tenéis autoridad para usar su nombre, porque Él solo la concede a los suyos, (Lc 9:1) y vosotros no le pertenecéis. Los demonios conocen las realidades espirituales porque viven en la esfera espiritual aunque puedan operar en la realidad material. Nosotros los seres humanos vivimos en la realidad material, pero operamos muy limitadamente en la realidad espiritual porque no la vemos, ni la percibimos. Sólo nos movemos en ella por fe.

16. “Y el hombre en quien estaba el espíritu malo, saltando sobre ellos y dominándolos, pudo más que ellos, de tal manera que huyeron de aquella casa desnudos y heridos.”
Sabemos que los espíritus comunican a las personas que poseen una fuerza extraordinaria sobrehumana (Mr 5:3,4; Lc 8:29). Como el espíritu que poseía a ese hombre no reconocía la autoridad de los hijos de Esceva para reprenderlo usando el nombre de Jesús, se lanzó sobre ellos de una forma incontenible, de manera que ellos no pudieron sujetarlo. Y no sólo eso sino que los golpeó y los dejó maltrechos y sin ropa.
¿Tenemos nosotros autoridad para usar el nombre de Jesús para reprender demonios y para elevar nuestras peticiones al Padre? Sí, porque Él nos la ha dado. (Lc 10:19; Jn 15:7). Pero sólo estamos investidos de esa autoridad si estamos en buen pie con Jesús. Si estamos en pecado, o vivimos de una manera indigna de un cristiano, los espíritus malos se reirán de nosotros. Mejor sería en ese caso que no lo usemos porque podríamos sufrir daño.

17. “Y esto fue notorio a todos los que habitaban en Efeso, así judíos como griegos; y tuvieron temor todos ellos, y era magnificado el nombre del Señor Jesús.”
Este hecho se divulgó por toda la ciudad, tanto entre los judíos como entre los gentiles, de modo que sirvió para que todos los que no habían oído acerca de Jesús lo hicieran, y lo honraran admirándose de que tuviera tal poder. Y no sólo le honraran sino que también temieran a Dios con el temor que inspira lo sobrenatural, como deben hacerlo todos aquellos a quienes su conciencia acusa. (7)

18. “Y muchos de los que habían creído venían, confesando y dando cuenta de sus hechos.”
Cuando la fe transforma el corazón de una persona, la primera reacción es el arrepentimiento –el cambio de mente, -metanoia- mediante el cual la persona comprende que todo lo que hacía antes, y de lo que a veces se jactaba, estaba muy mal, y no era cuestión de jactarse sino de avergonzarse.
En los primeros tiempos del cristianismo la primera consecuencia de este “cambio de mente” era el impulso de ir y confesar públicamente sus pecados, sin pretender justificarse sino, al contrario, humillándose.
Esta confesión pública tenía un valor testimonial muy grande, pues –como ha ocurrido en todos los tiempos- induce al arrepentimiento a otros. La gracia de Dios se derrama cuando se confiesa abiertamente los pecados. En muchas ocasiones eso lleva a un avivamiento. (8).
El ministerio de Juan Bautista, unos veinte años antes, debe haber provocado un fenómeno semejante. Por eso dice la Escritura que él preparó el camino para la venida de Jesús (Mal 3:1).

19. “Asimismo muchos de los que habían practicado la magia trajeron los libros y los quemaron delante de todos; y hecha la cuenta de su precio, hallaron que era cincuenta mil piezas de plata.” 
Siendo como era Éfeso capital de la magia y centro de muchos cultos paganos que ahí proliferaban, es comprensible que muchos de los que oían la palabra y se convertían, hubieran practicado anteriormente la magia. Cuando comprendieron lo malo que era eso, y que al practicar la magia se habían concertado con el demonio, que es quien inspira la magia y provoca los fenómenos con que engaña a la gente, se desprendieron de los libros (9) de magia que antes atesoraban y que tenían mucho valor, y los traían y los quemaban delante de la congregación. (10)
Para apreciar plenamente el enorme monto de 50,000 dracmas de plata que menciona el texto (una millonada en nuestros días), debe tenerse en cuenta que antes de la invención de la imprenta, unos 1400 años después de los acontecimientos narrados, la publicación de libros se hacía por el lento método de copiado manual. Por ese motivo los libros tenían mucho valor porque eran escasos. En contraste con nuestra época en que hay imprentas que imprimen miles de ejemplares en poco tiempo, en esa época había equipos de copistas profesionales que sacaban un número limitado de copias.

20. “Así crecía y prevalecía poderosamente la palabra del Señor.”
Ver que la gente sacrifica sin dolor cosas que tienen mucho valor económico, tiene un valor testimonial muy grande. El resultado de todo ello fue que se produjo un gran avivamiento en toda la ciudad, posiblemente semejante al que se produjo en Jerusalén al comienzo de la predicación del Evangelio después de Pentecostés (Hch 2:41; 6:7). Bien dijo Pablo que se le abría una puerta grande en esta ciudad (1Cor 16:8,9).

Notas: 1. Aunque el libro de los Hechos no registre milagros hechos por Pablo en Corinto, por sus epístolas a esa ciudad sabemos que sí los hizo (“Con todo las señales de apóstol han sido hechas entre vosotros en toda paciencia por señales, prodigios y milagros.” (2Cor 12:12) Aparte del cojo sanado en Listra (Hch 14:8-10), y de la curación de la muchacha que tenía un espíritu de adivinación en Filipos (Hch 16:16-18), Lucas no dice que Pablo hiciera más milagros durante sus viajes misioneros anteriores, pero eso no excluye que hiciera otros. O quizá Dios no consideró necesario obrar de esa manera en esas etapas.
2. Ver 1Cor 12:10 donde entre los dones del Espíritu se menciona el de “hacer milagros”, en griego: energémata dunámeon = “operaciones de poder”.
3. A nosotros puede llamarnos la atención la gran importancia que se daba entonces al poder milagroso de sanar enfermedades. No debería sorprendernos si se tiene en cuenta que en esos tiempos la situación de los enfermos era desesperada, porque las posibilidades y recursos de la medicina eran muy limitados (como siguieron siéndolo hasta finales del siglo XIX).
4. ¿De dónde venían? ¿De Judea o Galilea? ¿Quién les había encomendado esa tarea? Sabemos por el Evangelio que los fariseos también expulsaban demonios (Mt 12:27). Puede haberse tratado de algunos pertenecientes a ese grupo.
5. El historiador Josefo en su libro “Antigüedades de los Judíos” dice que las fórmulas mágicas, o conjuros, que los exorcistas judíos usaban para expulsar demonios usando el nombre del Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, así como otros nombres divinos como Sabaot, o Adonai, procedían de Salomón. No sabemos cuánto de verdad pueda haber en esto, pero por el hecho de que en la misma sección (8.2.5.45) hable de encantamientos para sanar enfermedades, su relato es sospechoso.
6. Recordemos el episodio, que Lc 9:49,50 y Mr 9:38-40 reportan, de uno que expulsaba demonios usando el nombre de Jesús, pero que no estaba con ellos, y al que Juan le prohibió hacerlo. Pero Jesús le reprendió por ello. Quizá ese hombre era un discípulo de Juan Bautista.
7. El enorme prestigio que adquirió el nombre de Jesús para efectuar curaciones en ese tiempo puede verse en el hecho de que se haya conservado un papiro de magia que dice: “Yo te conjuro por el nombre de Jesús, el Dios de los hebreos”. De otro lado, en los escritos rabínicos se denuncia la tendencia de algunos judíos de invocar el nombre de Jesús para sanar enfermedades.
8. El sentido de la frase “dando cuenta de sus hechos” (En griego: “Anangélontes tas praxías auton”) es probablemente, según F.F. Bruce, “divulgando sus conjuros”, con lo que eran privados de su poder mágico.
9. Esto es, los rollos de papiro.
10. Esta es la tercera vez que Pablo se enfrenta triunfante al poder de la magia. La primera fue en Chipre (Hch 13:6-12); la segunda, fue en Filipos (Hch 16:16-18). Esta vez, como veremos más adelante, su audacia lo llevó a ser amenazado de muerte.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te animo a hacer la siguiente oración:
   “Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#730 (10.06.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 



viernes, 13 de abril de 2012

PABLO EN ATENAS

Por José Belaunde M.
PABLO EN ATENAS
Consideraciones acerca del libro de Hechos XV

Los discípulos de Berea que sacaron a Pablo de su ciudad lo acompañaron no sólo hasta el puerto donde tenía que embarcarse, sino fueron con él hasta su destino que era Atenas (Hch 17:14,15. Nota 1). Ellos querían asegurarse de que llegaba bien. Amaban y respetaban tanto al hombre que les había hecho conocer la verdad, que no podían quedarse tranquilos si su maestro no llegaba con bien al término de su viaje.

Ahora, cabe preguntarse ¿Por qué escogió Pablo ir a Atenas? Ya esa ciudad no ocupaba el lugar privilegiado de antaño, pues Grecia había pasado a formar parte del Imperio Romano. No obstante, retenía su prestigio como antiguo centro del poder griego pero, sobre todo, por la calidad de su vida intelectual, aunque habían surgido también otros centros académicos.

Antes de partir sus acompañantes, Pablo les había pedido que dijeran a Silas y Timoteo, que se habían quedado en Berea para fortalecer a los hermanos, que vinieran a reunirse con él a Atenas a la brevedad.

Mientras los esperaba, dice el texto, Pablo “se enardecía viendo la ciudad entregada a la idolatría” (v.16), (2) seguramente porque contemplaba los grandes templos, comenzando por el majestuoso Partenón, que adornaban la ciudad con su arquitectura, y el culto que se rendía a sus numerosos dioses.

Para él, que sabía que sólo hay un Dios, ese espectáculo debe haberle parecido triste, extraño y deprimente. No porque él no se hubiera enfrentado antes al fenómeno de la idolatría, con sus estatuas, sacrificios y templos, sino porque ahí en Atenas, sus esfigies, templos y monumentos brillaban por su esplendor, y los atenienses se sentían orgullosos de ellos. Pero vistas bien las cosas, de lo que ellos estaban orgullosos era en verdad de las manifestaciones de su tremenda y trágica ignorancia, a pesar de que, por otro lado, fueran sin duda, muy cultos e inteligentes.

Ese paradójico contraste ocurre también en nuestro tiempo. Hay muchísimos hombres y mujeres que poseen un intelecto muy desarrollado, que están repletos de conocimientos y habilidades, y que desempeñan funciones de mucha utilidad en la sociedad, y que, sin embargo, en las cosas fundamentales del espíritu están en la luna, por así decirlo, porque no tienen fe y no conocen al Dios verdadero. Por ese motivo, aunque gocen de gran prestigio en el mundo de la ciencia, de la política, o de los negocios, muchos de ellos caminan dando tumbos en su vida privada y caen a veces del pedestal que los encumbra. (El caso reciente de un alto funcionario internacional famoso que perdió se encumbrada posición en medio de un escándalo, es un buen ejemplo de lo que afirmo).

Es que en verdad, el que tiene a Dios lo tiene todo, aunque sea un indigente, o un ignorante. Pero el que no tiene a Dios no tiene nada aunque sea dueño de una fortuna, o de grandes conocimientos.

Vemos ahora que aquí en Atenas, aunque Pablo no deja de acudir a la sinagoga para debatir con los judíos acerca de Jesús, su atención principal se centra en los paganos de la ciudad, a quienes deseaba dar a conocer a Cristo.

Con ese propósito en mente él va al ágora (o plaza principal), esto es, al lugar central en donde, como era usual en las ciudades griegas, solía reunirse la gente para tratar de sus asuntos y negocios, o para discutir de política o de filosofía. Ahí encontró a algunos cultores de las dos corrientes filosóficas predominantes entonces, a los seguidores de Epicuro y a los estoicos (3). A ellos lo que Pablo les decía debe haberles sonado extraño, pues les hablaba en términos a los cuales ellos no estaban acostumbrados pero, sobre todo, porque lo hacía desde una perspectiva que ellos desconocían: la de un Dios personal que se acerca a los hombres y se hace como uno de ellos; que desciende a la tierra para morir y resucitar (v.18).

Intrigados por su mensaje y deseando oírlo en un marco más adecuado lo llevaron a la corte del Areópago (v.19,20), que se reunía en la columnata real del ágora. La corte del Areópago, así llamada porque originalmente se reunía en la colina (pagos) de Ares (nombre griego del dios Marte), era la más venerable de las instituciones atenienses, que había cumplido las funciones de un senado en épocas pasadas. Aunque sus atribuciones habían sido recortadas con el advenimiento de la democracia, retenía parte de su antiguo prestigio y tenía bajo su responsabilidad los asuntos relativos a la religión, la moral y el homicidio, entre otros.

Aquí Lucas hace una acotación muy pertinente acerca del carácter de los atenienses en esa etapa de decadencia de su ciudad, pasados sus tiempos de gloria, pero que es característica también de los habitantes de muchas ciudades del mundo contemporáneo (v. 21). Y era que los atenienses estaban siempre pendientes, y no les interesaba otra cosa que no fueran las novedades que llegaban a su atención (4). En esto, en realidad, no se diferenciaban mucho del hombre moderno de todas las latitudes que está pendiente de lo nuevo que ocurre. Si no fuera eso cierto no se venderían tantos diarios en los kioskos cuyo atractivo principal es traer la noticia fresca, ni se difundirían tantos programas noticiosos (o chismográficos) por la radio y la TV.

Esas publicaciones y esos programas viven de la curiosidad del público por saber qué ha ocurrido en las últimas horas, y rara vez invitan a sus lectores, o a sus oyentes, a reflexionar sobre el significado, o la trascendencia, de los acontecimientos locales o mundiales que presentan. Si nosotros leyéramos esos diarios, u oyéramos esas noticias, en oración, es posible que el Señor nos hablara y nos hiciera ver qué hilos se mueven detrás de la trama de los sucesos cotidianos cambiantes, y qué espíritu mueve a los personajes que aparecen en los titulares.

Pero Pablo, siempre atento para aprovechar la menor oportunidad que se le presentara para predicar el Evangelio, se puso de pie en medio del Areópago -posiblemente sobre un podio que le permitiera ser escuchado por todos y dominar a la audiencia- y pronunció un discurso (5) que procuró adaptar a la mentalidad de sus oyentes atenienses.

Lo hace con bastante habilidad pues empieza halagándolos y refiriéndose a cosas que estaban a la vista de todos. Él elogia el sentido que tienen de los elementos invisibles y espirituales de la vida, pues honran a las divinidades conocidas con monumentos y templos, dándoles el culto que creen se merecen (6). E incluso, les dice él, habéis dedicado, por si acaso, una estatua al dios que todavía no conocéis, pero cuya existencia os parece probable, si no segura.

Fíjense en el sentido de oportunidad que tiene Pablo. Él ha identificado un objeto singular en el Acrópolis, en medio de los templetes y las estatuas que lo adornan, e inmediatamente lo aprovecha para dirigir su plática al objetivo de sus palabras: presentar a Cristo.

Pablo dice: Yo vengo a hablarles del Dios a quien ustedes adoran sin conocer (v.22,23). No podía haber escogido una frase mejor para capturar la atención de sus oyentes. Sus palabras siguen luego un curso racional, explicando en un lenguaje que se asemeja al de los filósofos, lo que las Escrituras hebreas dicen acerca de Dios, esto es, en primer lugar, que Dios creó el mundo y todo lo que existe, lo cual incluye a todos los seres que lo habitan.

Por tanto, en segundo lugar (v. 24), Él es el Señor de toda la creación. Implícitamente ahí está contenida la idea de que Dios es más grande que el universo creado por Él. De donde se desprende que Él no habita en templos edificados por el hombre, como los que se veían en esa ciudad –en donde en cada templo había una estatua, si no varias, dedicada a una divinidad- puesto que el universo entero no lo contiene. ¿Cuántos de sus oyentes captarían la fuerza de su argumento contra la idolatría?

En tercer lugar, Pablo les habla de la futilidad de los sacrificios de animales que se ofrecen en los templos como si Dios tuviese necesidad de ellos para alimentarse ya que, por el contrario, Él es quien da aliento y vida a todos los seres que pueblan la tierra (v.25; cf Is 42:5) (7).

En cuarto lugar, Dios ha creado a la raza humana de un solo primer hombre –lo que significa que todos los hombres son iguales porque descienden del mismo antepasado- para que habiten y pueblen toda la tierra. Les ha fijado los lugares donde pueden establecerse y ha fijado, por medio de las estaciones, los tiempos sucesivos que regulan sus actividades (v. 26).

Todo lo ha hecho Dios de esa manera, en quinto lugar, para que los hombres lo busquen, aunque Él es invisible, palpando en la oscuridad como el ciego palpando encuentra su camino, reconociendo su existencia en la multiforme variedad de las cosas creadas. Aquí expresa Pablo una idea que aparece también en el primer capítulo de Romanos, esto es, que Dios se revela a sí mismo en su creación: “Porque las cosas invisibles de Él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas” (Rm 1:20), de modo que los hombres no tienen excusa si no reconocen su existencia, pues Él no está lejos de elos, sino que, al contrario, “en Él vivimos, nos movemos y existimos”. El hombre está rodeado de Dios, inmerso en Él y no puede escapar de su presencia, pues está en todas partes. La frase que Pablo cita es un verso del poeta Epiménides, que Pablo intercala en su discurso, junto con otro de Aratus a continuación: “Pues linaje suyo somos” (Hch 17:28).

Cuando Pablo habla en una sinagoga judía él refuerza sus argumentos citando pasajes de las Escrituras hebreas que sus oyentes conocen. Es natural que, dirigiéndose a un público griego, él apoye su discurso citando a algunos de sus poetas más conocidos (prueba, dicho sea de paso, de que los conocía bien).

En sexto lugar, siendo pues nosotros linaje de Dios, esto es, familia suya, como acaba de decir, –y aquí apunta él implícitamente a la idea del Génesis de que Dios nos hizo a su imagen y semejanza- no debemos nosotros pensar que Dios esté hecho de cosas materiales, (“oro, o plata, o piedra”) como las esculturas e ídolos que el hombre fabrica usando su imaginación, y que se ven en vuestros templos, les dice él; es decir, no debemos pensar que Él sea obra humana, hecha de cosas de las que el hombre dispone, cuando es al revés, el hombre fue hecho, creado, por Dios (v.29).

Pero así como el hombre es muy superior a las cosas que él crea, de manera semejante Dios está muy por encima de sus criaturas y de toda su creación.

Llegado a este punto él expone a sus oyentes el objetivo de todo su discurso, el llamado al arrepentimiento. Él les dice que Dios ha pasado por alto los tiempos en que el hombre ha vivido en ignorancia de su existencia, así como todos los pecados que por causa de esa ignorancia ha cometido (8), pero ahora exige de ellos que se arrepientan de sus malas obras, porque ha fijado un día, que no ha de tardar, en que va a juzgar al mundo entero por medio de un hombre al cual ha confirmado para esa exaltada misión al haberlo resucitado de entre los muertos (v.30,31).

Antes de llegar a este punto el discurso de Pablo ha estado perfectamente adaptado a la mentalidad de sus oyentes, pero la mención de la resurrección provoca en ellos un inmediato rechazo, mezclado con burlas y desprecio. ¿Por qué esa reacción? Porque dentro de su mentalidad racionalista la posibilidad de que el hombre muerto pueda volver a la vida, está totalmente excluida, y quien hable de ese fenómeno como de una posibilidad efectiva está mezclando fábulas con la realidad.

Siglos atrás, Esquilo, uno de sus más grandes poetas, había puesto en boca del dios Apolo estas palabras: “Una vez que el polvo ha absorbido la sangre del hombre y él está muerto, ya no hay resurrección.”

Es posible que el rechazo y la burla de los asistentes impidiera a Pablo culminar su discurso haciendo una presentación completa del mensaje de salvación. Sin embargo, pese al rechazo general, hubo algunos que sí creyeron en su mensaje, y que se le juntaron. Entre ellos figuraba un tal Dionisio, a quien el texto llama “el areopagita”. Que se le llame así podría indicar que se trataba de un miembro de la corte de hombres ilustres que sesionaba en el Areópago y que examinaba las credenciales de los maestros visitantes (9). Figuraba además una mujer llamada Dámaris (que según algunos manuscritos sería su esposa) y a quien no se vuelve a mencionar.

Es de notar que no se tiene noticia de que Pablo fundara una iglesia en Atenas, o de que regresara a esa ciudad. Pero hay un pasaje en Primera de Corintios que ha hecho pensar a algunos que él no quedó muy contento de haber adaptado su mensaje a la mentalidad pagana y de no haber mencionado la cruz en su discurso: “Así que hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado.” (1 Cor 2:1,2. Pero léase el pasaje hasta el v.5). Esto es, en adelante voy a dejar todo alarde de filosofía para hablarles sólo de la redención obrada por Cristo.

Después de estas cosas –empieza diciendo el siguiente capítulo- Pablo salió de Atenas y fue a Corinto”, donde se le abriría un nuevo y fecundo campo de trabajo, como veremos a continuación.

Notas: 1. Atenas, cuyo origen se remonta al siglo XII AC, si no antes, es con razón llamada la cuna de la democracia, pues en ella se forjó este sistema de gobierno. Era la principal de las ciudades-estado griegas a inicios del siglo V por el destacado papel que jugó en la derrota de los invasores persas (490-478 AC). Vencida por Esparta en la guerra del Peloponeso (431-404 AC), recuperó el liderazgo al resistir la agresión macedonia. Aún después de la victoria de Filipo en 338 AC, retuvo parte de su antigua libertad. Después de la conquista de Grecia por los romanos (146 AC), éstos le permitieron conservar sus instituciones como una ciudad aliada del Imperio, que estaba además exenta del pago de impuestos. La literatura, escultura y oratoria atenienses de los siglos V y IV AC nunca han sido superadas. En sus academias enseñaron filosofía Sócrates, Platón, Aristóteles, además de Epicuro y Zenón.
2. El poeta satírico Petronio hace decir a uno de sus personajes que Atenas es un lugar tan lleno de divinidades que es más fácil toparse allí con un dios que con un hombre.
3. Los epicúreos seguían la escuela filosófica fundada por Epicuro (341-240 AC) que basaba su doctrina en el atomismo de Demócrito (circa 460-370 AC), según el cual el universo es el resultado del choque casual de los átomos, los dioses no se interesan por los asuntos humanos, y al llegar la muerte los átomos constitutivos del ser humano se dispersan. No hay pues castigo que temer después de la muerte. Apoyado en esas ideas Epicuro sostenía que el fin de la existencia es experimentar emociones y sensaciones placenteras, y llevar una vida serena rodeado de amigos, libre de pasiones perturbadoras. La noción de que los epicúreos iban tras los placeres sensuales extremos es una deformación calumniosa de sus enseñanzas.
El estoicismo es una escuela filosófica fundada por Zenón (335-263 AC), sistematizada por Crísipo (280-207 AC) y que luego fue modificada absorbiendo elementos del platonismo. Tomó su nombre del pórtico (stoa en griego) en Atenas bajo el cual Zenón empezó a enseñar. Grandes pensadores estoicos romanos fueron el educador Séneca, el político y orador Cicerón, el emperador filósofo Marco Aurelio, y el esclavo Epicteto.
El estoicismo considera que detrás de la realidad material se encuentra el Logos, o razón dinámica del universo, del cual las almas humanas son una emanación, que controla el destino de todas las cosas, y que es sabio y bueno. La virtud –y la felicidad que depende de ella- consiste en adaptarse al impulso del destino dominando las pasiones y emociones. Por ese medio puede llegarse a la indiferencia frente a las situaciones cambiantes, favorables o desfavorables de la realidad. De ahí que popularmente se diga que estoico es alguien que lo soporta todo.
Pese a algunos puntos de contacto con el pensamiento paulino y el cristianismo en general, el estoicismo no reconoce la existencia de un Dios personal y no tiene una concepción radical del pecado. No obstante, el estoicismo influyó en la teología y en la ética de los primeros padres y apologistas cristianos, que se apropiaron de algunos de sus términos y conceptos.
4. Ya Demóstenes (384-322 AC) les había echado en cara ese rasgo de su carácter: “Ustedes se contentan con correr de un sitio a otro preguntando: ¿Hay alguna noticia hoy día?” cuando la amenaza que Filipo de Macedonia representaba exigía acciones y no palabras.
5. El discurso pronunciado por Pablo ha sido llamado “Areopagítica” en la literatura especializada, y ha sido objeto de multitud de estudios de los eruditos.
6. Él emplea el comparativo de una palabra (deisidaimonía) que puede significar tanto “muy religioso” como “muy supersticioso”, en el sentido de reverencia o temor de la divinidad. (Véase Hch 25:19).
7. Aquí naturalmente pudiera objetarse que el mismo Dios de quien él habla prescribió a los israelitas que se ofrecieran sacrificios y holocaustos en el templo de Jerusalén. Es cierto, pero eso fue antes del sacrificio de Jesús en la cruz que anuló e hizo obsoletos todos los sacrificios del templo. Pero debe tenerse en cuenta además que, aparte de los holocaustos en que todo era quemado, una parte de la carne de los animales sacrificados en el templo servía de alimento a los sacerdotes y levitas, y que la mayor parte de lo sacrificado era comida por las propias personas que ofrecían la carne a Dios. Esto es, no era una ofrenda presentada como alimento para Dios.
8. A los de Listra Pablo les dijo que Dios había permitido que los hombres siguieran sus propios caminos, aunque no dejó de darles testimonio de sí mismo (Hch 14:16,17).
9. A inicios del siglo VI empezó a circular una obra de teología mística neoplatónica atribuida a “Dionisio, el Areopagita”, que ha ejercido mucha influencia en el desarrollo de la mística cristiana. Naturalmente el nombre del supuesto autor de ese escrito es un seudónimo detrás del cual se oculta el verdadero autor.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
   “Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#720 (01.04.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

martes, 13 de marzo de 2012

PABLO EMPRENDE SU SEGUNDO VIAJE

Por José Belaunde M.


Consideraciones acerca del Libro de Hechos XI

Quiero retomar la serie del subtítulo, interrumpida hace un año. En el último artículo de la misma (El Concilio de Jerusalén II) dejamos a Pablo y Bernabé en la ciudad de Antioquía, adonde habían sido enviados por los apóstoles llevando la carta que fue dirigida a esa ciudad por la asamblea reunida en la capital judía para decidir acerca del tema de la circuncisión de los creyentes gentiles que inquietaba a los creyentes antioqueños (Véase los artículos “El Concilio de Jerusalén I y II). La carta que daba cuenta de la decisión adoptada por esa trascendental reunión no mencionaba para nada la circuncisión entre las cuatro normas cuyo cumplimiento debía exigirse a los creyentes de la gentilidad, y que consistían en no comer carne sacrificada a los ídolos, ni sangre, ni carne no hubiera sido desangrada (ahogado), así como abstenerse de fornicación. Por ese motivo la lectura de la carta les fue de gran consuelo (Hch 15:28-31).

El versículo 36 del capítulo 15 de Hechos comienza con las palabras: “Después de algunos días”, frase que es una forma bastante imprecisa de indicar el tiempo que había transcurrido desde su llegada a la capital siria. ¿Cuánto tiempo puede haber sido? ¿Uno o dos años? ¿Algunos meses? No hay manera de saberlo, pero me parece poco probable que superase el año. El hecho es que Pablo sintió que era conveniente ir a ver cómo andaban las iglesias que ambos fundaron en su periplo. Ellos podían confiar que, habiéndoselas encomendado al Espíritu Santo al nombrar ancianos en cada una de ellas, las iglesias estaban en buenas manos y estarían llenas de vida y creciendo. Pero era muy prudente de su parte el que quisieran constatar personalmente si continuaban siendo fieles al Evangelio que les habían predicado, y si estaban creciendo en la fe, en la gracia y en el conocimiento del Señor Jesús.

Estando ambos de acuerdo en partir surgió entre ambos un grave desacuerdo acerca de Juan Marcos, a quien su tío Bernabé (Hch 12:12) quería llevar consigo, a lo que Pablo se oponía porque los había abandonado al empezar la parte más dura de su viaje anterior. (Nota 1)

Pablo sin duda pensaba que Marcos, que era quizás todavía muy joven, no tenía el temple necesario para enfrentar los peligros y penalidades de su nueva aventura misionera y que, si los abandonaba nuevamente, las cargas para ellos serían mayores. Bernabé, posiblemente menos exigente que Pablo, estaba encariñado con su sobrino, el hijo de su hermana María, y percibía que él tenía muchas cualidades pese a su inmadurez.

El desacuerdo fue tan grave (2) que ambos decidieron separarse y partir cada uno por su lado en expediciones independientes, llevando Bernabé a su sobrino, y Pablo escogiendo por compañero a Silas.

Vale la pena destacar la honestidad de Lucas como narrador, pues no disimula la gravedad del desacuerdo surgido, ni se pone de lado de uno ni de otro, reconociendo que ambos compañeros eran –como el propio Pablo había admitido en Hch 14:15, según reza el original- hombres de pasiones semejantes a las de los demás seres humanos.

¿Fue Pablo demasiado severo con Juan Marcos? El hecho es que Marcos –que debe haber ido madurando entretanto- fue más tarde un colaborador eficaz de Pedro, quien en su primera epístola lo llama “mi hijo” (1Pedro 5:13); y lo fue también de Pablo, pues en su segunda carta a Timoteo, al ordenar a éste que venga a verlo a Roma, donde estaba prisionero, le pide que traiga consigo a Marcos, pues le “es útil para el ministerio” (2Tm 4:11). Su deseo fue cumplido ya que en una de las cartas escritas desde la prisión lo menciona entre los que le acompañaban, añadiendo que pronto le iba a encomendar una misión, y recomendando a los colosenses acogerlo si iba donde ellos (Col 4:10). En los saludos finales a la epístola a Filemón (v. 23), Pablo menciona a Marcos entre los cuatro colaboradores que le acompañan, junto con Lucas entre otros.

Es sabido, de otro lado, que este Juan Marcos fue muy posiblemente el autor del segundo evangelio, en el cual, se sostiene, él habría plasmado lo que él había escuchado predicar al apóstol Pedro acerca de Jesús. Si esa conjetura es correcta, Marcos ha ejercido a través de su evangelio una influencia decisiva en la vida de la iglesia, que ha visto en el relato escrito por él una de las fuentes principales de nuestro conocimiento de la vida y enseñanzas de Jesús, pues contiene dichos e información que no figuran en los otros evangelios.

Nótese también que por la feliz circunstancia de haber estado vinculado con ambos, Marcos constituye un vínculo entre Pedro y Pablo. Sea como fuere, la Providencia divina sacó provecho de esa disputa pues en lugar de una sola expedición misionera partieron dos a difundir el Evangelio.

No sabemos si Pablo y Bernabé se volvieron a encontrar. En todo caso el libro de Hechos no vuelve a mencionar a Bernabé. Cómo prosiguió su misión y qué lugares visitó después Bernabé nos es desconocido, pues el libro de Hechos se concentra en las actividades de Pablo. En todo caso Pablo lo menciona dos veces con aprecio en dos epístolas posteriores: Primero, en la ya nombrada epístola a los Colosenses; y segundo, en 1Corintios 9:6, defendiendo la política que él y Bernabé seguían de proveer a su propio sostenimiento con su trabajo sin depender de las iglesias. Como esta epístola fue escrita unos 5 ó 6 años después del incidente, la mención que Pablo hace de su ex compañero parece indicar que estaba enterado de sus actividades. El hecho de que lo mencione en esta última epístola muestra también la importancia que Pablo daba al ministerio conjunto que había desarrollado con su antiguo colega.

Ahora pues Pablo se prepara para ir a visitar las iglesias fundadas por él y Bernabé en el Sur de Anatolia. Con ese propósito escoge como compañero de viaje a Silas. Esa elección no podría haber sido más oportuna por varios motivos. Silas había sido uno de los enviados por la iglesia de Jerusalén para comunicar a las iglesias de Siria y Cilicia los acuerdos tomados en la reunión apostólica celebrada en Jerusalén, prueba del prestigio de que él gozaba en esa iglesia. Él estaba pues en la mejor situación para poder absolver las dudas que los creyentes judíos de los territorios visitados pudieran tener acerca de las decisiones que les eran comunicadas.

De otro lado Silas era también –como su “cognomen” latino de Silvanus da a entender- ciudadano romano tal como era Pablo (algo que también Hechos 16:37 sugiere pues en ese versículo Pablo habla en plural en nombre de ambos). Esta circunstancia les permitía a ambos enfrentar en igualdad de condiciones –como el incidente en Filipos lo demuestra- cualquier dificultad que se pudiera presentar, evitando cualquier situación que hubiera sido embarazosa para Pablo si él hubiera estado protegido por sus derechos como ciudadano y su compañero no.

Silas acompañaría a Pablo a través del Asia Menor hasta Macedonia y se reuniría nuevamente con él en Corinto (Hch 16-18; véase 2 Cor 1:19). En el saludo inicial de las dos cartas a los Tesalonicenses, Pablo lo menciona junto con Timoteo.

Silas constituye también un vínculo entre los dos principales apóstoles, pues las palabras de saludo finales de la primera epístola de Pedro en que éste dice que escribe “por conducto de Silvano” (1P 5:12), muestran que Silas fue colaborador suyo. Estas palabras sugieren además que Silas no fue sólo un mero amanuense usado por Pedro para dictar su carta, sino que, por la calidad literaria del griego de esa epístola, se puede deducir que él tuvo un rol literario activo en su redacción. (3)

Salió pues Pablo junto con Silas “encomendados por los hermanos a la gracia de Dios” para visitar las iglesias que él había fundado en Siria y Cilicia (Hch 15:40,41), en la misión que menciona en Gal 1:21, durante el largo período que separa sus dos visitas a Jerusalén (ver Hch 9:26-30). No sabemos exactamente en qué ciudades de esas regiones las había establecido, de modo que su nombre no ha llegado a nosotros.

De ahí partió para visitar las iglesias en Derbe y Listra que había fundado en su viaje anterior realizado con Bernabé (Ver Hch 14:5-7). Pablo no tenía reparos en volver a Listra, a pesar de que en esa ciudad había sido apedreado por la turba, porque el celo por el Evangelio que lo consumía le hacía desechar todo temor.

Para llegar a esas ciudades Pablo y Silas deben haber pasado a través de las famosas “Puertas de Cilicia”, que permiten atravesar la formidable cordillera del Tauro: un largo desfiladero –como los que hay en nuestro país entre la costa y la sierra- y que a ratos se estrecha hasta no ser más que una garganta angosta.

Por ese mismo desfiladero pasaron los ejércitos conquistadores hititas, asirios, persas y griegos durante mil años de historia. Por ese mismo desfiladero bajó el joven general macedonio Alejandro –al que la historia ha dado el calificativo de “Magno”- hacia la costa siria para conquistar Judea. Es irónico pensar que ahora por ese mismo desfiladero subía en sentido contrario el judío Pablo tres siglos después no con un ejército poderoso sino con un solo compañero, y no para conquistar para su propia gloria sino para la gloria de Cristo los territorios paganos de Asia Menor y, cruzando el Mar Egeo, de Macedonia, de donde venía Alejandro, y luego Grecia y Europa. La historia tiene ironías elocuentes. Las conquistas de Alejandro sirvieron para extender el uso del idioma griego por el Oriente, idioma común que fue el vehículo usado para la difusión del Evangelio por todo el mundo civilizado de entonces.

La conquista iniciada por Pablo y los demás apóstoles cambió la faz de la civilización e inició una nueva era en la historia de la humanidad. Si bien no fue una conquista material sino espiritual, fue mucho más poderosa y de consecuencias más duraderas para las fulgurantes conquistas militares de Alejandro. Pablo era consciente de que, por la gracia de Dios, el triunfo coronaría la conquista que él emprendía (2 Cor 2:14). (4)

Notas: 1. De retorno del viaje que hicieron a Jerusalén, Pablo y Bernabé trajeron consigo a Juan Marcos (Hch 12:25) que había regresado a la capital judía cuando abandonó a los apóstoles en Panfilia (Hch 13:13). ¿Estaría Marcos arrepentido de su deserción? Es posible.
2. El texto usa la palabra paroxismós, esto es, sentimiento agudo, de donde viene nuestra palabra “paroxismo”.
3. Los apóstoles, como era costumbre entonces, no escribían personalmente sus cartas, sino las dictaban a un amanuense, lo cual aseguraba que estuvieran escritas con una letra legible. Véase al respecto el saludo final de las epístolas a los Colosenses y 2ª a los Tesalonicenses, que Pablo dice escribir con su propia mano, esto es, en contraste con el cuerpo de la carta que fue escrito por un amanuense.
4. Según una antigua leyenda judía, que consigna el historiador Josefo, antes de dejar Macedonia Alejandro tuvo un sueño en que veía al Sumo Sacerdote judío invitándolo a conquistar el Oriente. Cuando el Sumo Sacerdote –obedeciendo también a un sueño- salió de Jerusalén en una procesión solemne a recibir al conquistador, Alejandro lo reconoció por el sueño que había tenido y respetó la ciudad. (Relatado por A. Schlatter en “La Historia de la Primera Cristiandad”). El sumo sacerdote había llamado a Alejandro de Macedonia venir a Judea, así como, siglos después, según veremos un poco más adelante, un macedonio llamaría al judío Pablo a venir a su tierra (Hch 16:9).

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”


#716 (04.03.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).