LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
EL COMPLOT CONTRA PABLO
Un Comentario de
Hechos 23:12-22
Después de la gran
discusión que se suscitó en el sanedrín por las palabras de Pablo acerca de la
resurrección, y estando él en custodia, Jesús se le presentó por la noche en
visión para animarlo y decirle que era necesario que él testifique también en
Roma.
12-15. “Venido el día, algunos de los judíos tramaron un complot y se
juramentaron bajo maldición, diciendo que no comerían ni beberían hasta que
hubiesen dado muerte a Pablo. Eran más de cuarenta los que habían hecho esta
conjuración, los cuales fueron a los principales sacerdotes y a los ancianos y
dijeron: Nosotros nos hemos juramentado bajo maldición, a no gustar nada hasta
que hayamos dado muerte a Pablo. Ahora pues, vosotros, con el concilio,
requerid al tribuno que le traiga mañana ante vosotros, como que queréis
indagar alguna cosa más cierta acerca de él; y nosotros estaremos listos para
matarle antes que llegue.”
Al día siguiente un grupo
de más de cuarenta judíos -no sabemos si eran los mismos judíos de Asia que
habían acusado a Pablo de introducir a un gentil en el templo, (Hech 21:27) o
si eran otros de sentimientos similares, (Nota 1) se comprometieron
bajo juramento a no comer ni beber nada hasta que hubieran matado a Pablo. El
original dice “se anatematizaron”, esto es, hicieron un voto solemne e indisoluble
que los maldecía si no lo cumplían (2). Utilizaron el
ayuno, que es una práctica piadosa que se emplea con fines buenos, como medio
para alcanzar sus malvados propósitos.
El Venerable Beda (autor
del siglo VIII) comenta al respecto: “Jesús dijo: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia” (Mt 5:6).
Pero estos hombres tenían hambre de iniquidad y sed de sangre, al punto que
renunciaron al alimento del cuerpo para ser saciados por la muerte de un justo.”
(3).
¿Qué era lo que les impulsaba a odiar a
Pablo tan intensamente? No podemos saber plenamente cuál era el origen de ese
aborrecimiento, pero sabemos que Pablo era para ellos un apóstata que había
renunciado a la religión de sus padres para unirse a la odiada secta de los
nazarenos. Pero sobre todo, lo que más les indignaba era que Pablo enseñase por
las sinagogas de la dispersión que ya no era necesario cumplir las normas y
prescripciones rituales de la ley de Moisés, y otras que su tradición había
agregado. En suma, ellos acusaban a Pablo de negar a Moisés, cuya obra era la esencia
de su identidad nacional y, encima de eso, que él pretendiera incorporar a los
gentiles a su pueblo, derribando la pared que separaba a los judíos de los
gentiles. En suma, era un traidor a su nación. Recuérdese que, según su
concepción, la diferencia entre judío y gentil era el abismo más grande que
separaba a los seres humanos, algo de lo cual ellos se enorgullecían, pues eran
el “pueblo escogido”. (4)
Este derribar de la pared que separaba a los
judíos de los gentiles –simbolizada por la pared que separaba el atrio de
Israel en el templo, del atrio de las mujeres, y del atrio de los gentiles- haciendo
de ellos un solo pueblo en Cristo, era uno de los puntos capitales de la
doctrina que Pablo enseñaba (Ef 2:14-16): “que
los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la
promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio” (3:6), esto es, de la
iglesia, como él escribe en otro lugar: “Ya
no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en
Cristo Jesús.” (Gal 3:28).
Esta frase paulina tiene su
contraparte en la oración matinal que pronunciaba todo varón judío dando
gracias a Dios por no haber nacido gentil, esclavo, o mujer, y que Pablo mismo
debe haber dicho de joven diariamente como buen judío, antes de su encuentro
con Jesús. Esta oración, dicho sea de paso, refleja la situación de
inferioridad que la mujer ocupaba en el mundo antiguo, incluso en el judío, de
la cual fue rescatada por Jesús.
Hecho este pacto malévolo
se lo comunicaron a las autoridades del templo y del Sanedrín, (que pertenecían
principalmente al partido de los saduceos) y les propusieron que le pidieran al
tribuno (5) que trajera nuevamente a Pablo ante el Sanedrín, para hacer las
indagaciones que no se pudieron hacer el día anterior debido a las discusiones
que se produjeron.
Ellos por su lado estaban
preparados para matar a Pablo en el camino entre la Torre Antonia y el recinto
en que se reunía el Sanedrín. Éste era un proyecto muy osado, pues suponía
arrancar a Pablo de las manos de los soldados romanos, –es decir, agredirlos-
para asesinarlo en el instante, antes de que los soldados pudieran reaccionar. Era
éste un acto de rebelión que podía costarles la vida y provocar una ola de
represalias contra el pueblo de parte de los romanos. Pero los peligros que
comportaba su acción no los amilanaban, tan grande era su odio. ¿Cuál era la
causa de ese odio? El enemigo incansable de nuestras almas era el que fomentaba
ese odio feroz al apóstol que, difundiendo el mensaje del Evangelio en
territorio pagano, arrancaba a las almas de sus garras, salvándolas del fuego
eterno.
En realidad, al escucharlos,
las autoridades del Sanedrín debieron haberlos disuadido de su proyecto, que
encerraba peligros para la población, pero no lo hicieron, pese a que era una
acción ilegal, sino que la aprobaron, convirtiéndose en cómplices de su mortal
proyecto. Ellos estaban dispuestos a permitir que se utilizase el órgano de
gobierno máximo de Israel y su sistema legal, como pretexto para tender una
trampa mortal a Pablo.
16. “Mas el hijo de la hermana de Pablo, oyendo hablar de la celada, fue y
entró en la fortaleza, y dio aviso a Pablo.”
Para gran suerte de Pablo (si
se puede llamar suerte a la protección divina) un sobrino suyo oyó hablar del
complot, y fue donde el apóstol, y le informó de lo que estaban tramando.
Este incidente posa una
serie de interrogantes acerca de las relaciones de Pablo con su familia. En Flp
3:8 él escribió que, por amor de Cristo, él lo había perdido todo, frase que se
suele interpretar en el sentido de que, al hacerse seguidor de Cristo, su familia
lo había rechazado, y quizá hasta desheredado. Pero si él tenía una hermana es
muy probable que algún vínculo de afecto hubiera permanecido entre ambos, y que
su hijo hubiera participado de él. Nada sabemos de ella ni en dónde vivía. Si
en Jerusalén, y ambos hubieran mantenido relaciones cordiales, él se habría
alojado donde ella, pero nunca lo hizo. La conjetura más probable es que ella
permaneció en Tarso, mientras que su hijo había sido enviado a Jerusalén para
estudiar la ley bajo un maestro reconocido, tal como lo había sido Pablo en su
momento.
Al respecto vale la pena
recordar que cuando Pablo escapó de Damasco porque los judíos de la ciudad
querían matarlo, y fue a Jerusalén donde “disputaba
con los griegos” (es decir con judíos de la diáspora de habla griega), y
éstos también querían matarlo, los hermanos de Jerusalén lo enviaron a Tarso
(Hch 9:29,30). Si él hubiera estado en malos términos con su familia, no lo
habrían hecho, ni él lo habría aceptado. Si él permaneció en su ciudad natal
algún tiempo, posiblemente recobrando fuerzas, es porque sus relaciones con sus
parientes no habían sido rotas.
Pero ¿quién era el padre de
ese muchacho? Nada se dice. En todo caso, el chico mantenía buenas relaciones
con su tío, que podrían ser fraternales como las de su madre.
¿Cómo se había enterado el
muchacho de una celada que, suponemos, había sido tramada en secreto? Quizá no
lo fuera tanto. Si el joven estuvo presente cuando ellos se juramentaban, su
presencia no los habría inquietado, porque desconocían su parentesco con Pablo.
Sea como fuere, el joven comprendió el peligro, y fue a avisarle a su tío que,
siendo ciudadano romano –como lo era probablemente también su sobrino- podía
recibir visitas en la fortaleza no obstante estar preso.
17-22. “Pablo, llamando a uno de los centuriones, dijo: Lleva a este joven
ante el tribuno, porque tiene cierto aviso que darle. Él entonces tomándole, le
llevó al tribuno, y dijo: El preso Pablo me llamó y me rogó que trajese ante ti
a este joven, que tiene algo que hablarte. El tribuno, tomándole de la mano y
retirándose aparte, le preguntó: ¿Qué es lo que tienes que decirme? Él le dijo:
Los judíos han convenido en rogarte que mañana lleves a Pablo ante el concilio,
como que van a inquirir alguna cosa más cierta acerca de él. Pero tú no les
creas; porque más de cuarenta hombres de ellos le acechan, los cuales se han
juramentado bajo maldición, a no comer ni beber hasta que le hayan dado muerte;
y ahora están listos esperando tu promesa. Entonces el tribuno despidió al
joven, mandándole que a nadie dijese que le había dado aviso de esto.”
Lo que sigue a continuación
es una muestra de las consideraciones con que Pablo era mantenido en custodia
en la fortaleza, pues el centurión hizo lo que Pablo le solicitaba y llevó al
joven donde el tribuno, quien, a su vez, lo recibió cortésmente, y quiso
escuchar, sin que nadie más oyera, lo que el sobrino tenía que comunicarle.
El muchacho entonces le
informó en detalle del complot que esta cuarentena de hombres había tramado
para asesinar a Pablo. Con ese fin iban a pedirle al tribuno que llevara nuevamente
a Pablo al Sanedrín, para tener ocasión de asesinarlo durante el trayecto.
El tribuno tomó muy en
serio la advertencia pues él era responsable de la vida del ciudadano Pablo, y
tenía que tomar todas las precauciones que fueran necesarias para que nadie
pudiera asesinarlo.
Para lo que seguiría
enseguida era muy importante que el sobrino no dijera a nadie que él lo había
informado de la celada, y así se lo dijo, porque si los conjurados se enteraban
de que su plan había sido descubierto, inmediatamente hubieran adoptado otras
medidas para llevar a cabo su propósito de matar a Pablo.
Aquí vemos pues cómo Dios en
su divina providencia, y en vista de sus propósitos futuros, estaba protegiendo
la vida de Pablo de las amenazas que se urdían contra él, pues era ciertamente Él
quien había hecho que el sobrino se enterara del plan de los conjurados, y se había
asegurado de que el tribuno romano lo escuchara, y tomara enseguida las medidas
necesarias para mantener a Pablo a salvo de las asechanzas contra su vida.
Notas: 1. Según A. Schlatter,
se trataba de zelotes. Otros piensan que eran principalmente saduceos.
2. El sustantivo anáthema es un regalo u ofrenda, o
cualquier cosa entregada para ser destruida y, por tanto, maldita. Por ej. en Dt
13:16,17 Moisés ordena que si de alguna ciudad salieran hombres que incitaran a
los israelitas a adorar dioses ajenos, la ciudad, sus habitantes y todo lo que
contiene deberá ser destruido por fuego, y nadie se quedará con algo del
anatema (aquí esta palabra es traducción del hebreo jerem = maldito). Un ejemplo clásico del cumplimiento y de la
violación de esta orden está en el cap. 6 del libro de Josué donde se narra la
destrucción de Jericó y donde los israelitas mataron a todos sus habitantes
(excepto a Rahab y sus familiares), y a todo su ganado, y quemaron la ciudad,
salvando los utensilios de oro y plata, de bronce y de hierro que podían ser incorporados
al tesoro de Jehová. Josué dio orden de que nadie tomara por su cuenta cosa
alguna del anatema para no hacer que el campamento de Israel fuera a su vez
anatema (Jos 6:18). Pero un israelita de nombre Acán se dejó tentar, y tomó del
anatema un manto babilónico, objetos de plata y un lingote de oro y los
escondió en su tienda, lo que causó que los israelitas fueran derrotados al
intentar tomar la pequeña ciudad de Hai. Descubierto el culpable, él y su
familia junto con su ganado fueron apedreados y después quemados (Jos 7).
Dt 7:26 dice que los ídolos
de los paganos son anatema, es decir, destinados a ser quemados, así como todo
aquel que los tenga en casa. Dt 21:23 dice que el que cuelga de un madero es
maldito y no deberá permanecer ahí durante la noche porque contaminaría la
tierra, lo cual empalma con Gal 3:13 que dice que “Cristo nos redimió de la maldición de la ley” haciéndose maldición
por nosotros al haber sido suspendido de un madero, esto es, de la cruz.
En Rm 9:3 Pablo dice que él
desearía “ser anatema, separado de
Cristo” por sus hermanos los israelitas, si fuera posible, con tal de que
ellos se conviertan. Dice también que el que no ame al Señor Jesús sea anatema,
es decir, maldito (1Cor 16:22). Véase también 1Cor 12:3 y Gal 1:8,9.
De la palabra anatema se
deriva el verbo anathemizó, que
significa hacer un voto o juramento indisoluble que maldice al que lo incumple,
que fue precisamente lo que hicieron los conjurados que se propusieron asesinar
a Pablo.
3. Cabría preguntarse: Puesto
que no llegaron a cumplir su malévolo cometido, como veremos luego, ¿qué pasó
con ellos y con el terrible juramento que hicieron? Aunque la Escritura insiste
en la seriedad de los compromisos contraídos bajo juramento o voto (Véase Nm
30:2; Dt 23:21-23), es sabido que en la práctica posterior del judaísmo, los
rabinos tenían autoridad para exonerar a las personas de los votos incumplidos.
Aunque la diferencia entre ambos no es muy clara, Jesús prohibió los
juramentos, mas no los votos (Mt 5:33-37).
4. Respecto de la
elección de Israel debe notarse que ella procede del puro amor de Dios, no de que
ellos fueran más dignos que los otros pueblos, “pues vosotros eráis el más insignificante de todos los pueblos”, sino
porque Dios quiso guardar el juramento que hizo a sus padres (Dt 7:7,8). La elección supone un privilegio, pero
también una obligación que se expresa de diversas maneras. La primera es la de
mantenerse separado de los demás pueblos para no contaminarse con sus prácticas
idolátricas. Eso explica la prohibición de tomar mujeres extranjeras para sí o
para sus hijos, dada en Ex 34:15,16, y reiterada en Nh 13:25. La segunda es la
obediencia fiel a los mandamientos del pacto celebrado en el Sinaí (Ex
20:1-17), y a todas las disposiciones que se fueron dando después. Buena parte
de los libros históricos del Antiguo Testamento están dedicados a narrar cómo
Israel fue infiel a las obligaciones que le imponía el pacto celebrado con
Dios, especialmente el alejarse de la
idolatría.
5. Jilíarjos = comandante de mil, término
que viene de las palabras jília (mil)
y arjós (jefe). En latín tribunus militum.
Amado lector: Jesús
dijo: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26). Si tú no estás seguro de
que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a
pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en
la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé
que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente
muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo
quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el
mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados
con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir
para ti y servirte."
#964 (26.02.17). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde
M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución
#003694-2004/OSD-INDECOPI).
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