jueves, 9 de marzo de 2017

LA ESPERANZA DE LOS JUSTOS ES ALEGRÍA

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA ESPERANZA DE LOS JUSTOS ES ALEGRÍA
Un Comentario de Proverbios 10:28-32
28. “La esperanza de los justos es alegría; mas la esperanza de los impíos perecerá.”

La esperanza del justo es alegría porque sabe que es cierta; en cambio, la del impío se desvanece, se frustra y, por tanto, no produce alegría sino tristeza.
¿Quiénes son los justos? Justos, en el sentido del Antiguo Testamento, del que forma parte el libro de Proverbios, son los que conforman su vida a la voluntad de Dios, acatando con un corazón sincero sus leyes, normas y principios. Ellos le honran con su conducta pero, además, justos son todos los que procuran el bien de la comunidad y le sirven, sabiendo que eso agrada a Dios. En el sentido del Nuevo Testamento justos son todos los que han sido justificados por la fe en Jesús (Rm 3:21-24).  
 El que vive sólo para sí, encerrado en sí mismo, buscando sólo su propio provecho, no agrada a Dios, por muy justo que parezca, o pretenda ser. El amor al prójimo, que es la otra cara del amor a Dios, demanda darse. Dar es lo propio del amor, y cuanto más alto, o sublime, sea el amor, mayor será el don. Da de sí la madre que amamanta al hijo que dio a luz y a quien ama casi más que a su propia vida. Da el padre lo mejor de sus fuerzas para poder sostener a la familia que ha constituido, y de la que está orgulloso.
Porque nos amaba Dios dio a su Hijo unigénito entregándolo a la muerte: “Porque de tal manera amó Dios al mundo que dio a su Hijo para que todo el que crea en Él tenga vida eterna.” (Jn  3:16). Si no nos amara, no lo hubiera dado.
¿Sufriría Dios al dar a su Hijo? No, no lo creo, sino más bien pienso que se gozaba contemplando el bien que con su sacrificio otorgaría a la humanidad salvándola de la condenación eterna. Dios Padre es el prototipo del “dador alegre”, del que habla Pablo a propósito de las ofrendas (2Cor 9:7), y de todo justo que mira al futuro con alegría porque da lo mejor de sí en el servicio de su Creador, a quien ama sobre todas las cosas.
Los que temen a Dios tienen su esperanza puesta en su misericordia, en que no los juzgará severamente como lo merecen, de acuerdo a sus fallas, sino que su amor cubrirá todas sus faltas, porque han sido lavadas por la sangre derramada de su Hijo (Ef 1:7; Ap 1:5).
El Padre se complace en ellos, esto es, los mira con agrado, porque tienen su esperanza puesta en Él, y ésa es la mejor garantía de su dicha futura, porque Él no defrauda a los que en Él confían (Is 49:23).
Esa seguridad les proporciona desde ya una gran alegría en su corazón, un gozo íntimo que se refleja en su rostro (Sal 105:3), y que edifica a todos los lo que los tratan; el gozo que la paz de Dios, “que supera todo entendimiento”, produce en el alma de los que sinceramente le buscan (Flp 4:7). Ése es el gozo con que Jesús premia a los que sinceramente le sirven (Mt 25;21,23; Jn 15:11; 16:24).
En cambio, la esperanza de los impíos perece, porque la pusieron en un objeto equivocado, en bienes que no perduran, sino que perecen como toda carne; porque la pusieron en las cosas que se ven, que son transitorias (riquezas, honores y placeres), en vez de haberla puesto en las cosas invisibles que son eternas (2Cor 4:18). Bien lo expresa el patriarca Job: “¿Cuál es la esperanza del impío, por mucho que hubiere robado, cuando Dios le quitare la vida?” (Jb 27:8; cf 8:13).
La maldad acorta la vida de los impíos porque los hace ir por caminos errados llenos de peligros imprevistos y de amenazas para su vida, como lo son los vicios en los que el malvado se deleita. Toda la felicidad temporal que el impío se promete con sus torpezas se tornará en tristeza y desesperación interminable cuando coseche el fruto de su ceguera al negarse a creer en las verdades que podían salvarlo (Jn 3:34).
29. “El camino de Jehová es fortaleza al perfecto; pero es destrucción a los que hacen maldad.”
El profeta Oseas dijo algo que casi parece un comentario a este proverbio: “Los caminos de Jehová son rectos, y los justos caminarán en ellos; mas los rebeldes caerán en ellos.” (14:9), porque nadie se opone impunemente a su voluntad.
No basta con que escuchemos una vez las advertencias que nos da el Señor. Debemos detenernos en ellas, estudiarlas y meditar en ellas para ponerlas en práctica. Sabemos que “el gozo del Señor es nuestra fortaleza” (Nh 8:10). Aunque el camino sea difícil y escarpado, seguir sus caminos es motivo de alegría para todos los que buscan hacer la voluntad de Dios en todo, porque tienen la seguridad de que Él los va a apoyar, como lo promete por boca de Isaías: “Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas del que no tiene ninguna.” (40:29). Y también: “Pero los que esperan en Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán.” (v. 31).
¡Cuántos no hemos experimentado alguna vez la verdad de estas promesas cuando estábamos a punto de abandonar la lucha desanimados, a punto de “tirar la toalla”, como se dice!
Así como los israelitas en el desierto no necesitaban guardar maná para el día siguiente, porque cada día recibían lo necesario para la jornada (Ex 16:4,16-18), de manera semejante el justo puede estar seguro de que día a día el Señor le proveerá de lo necesario. Bien nos enseñó Jesús a orar al Padre: “El pan nuestro de cada día…” (Mt 6:11), no para todo el mes, o para todo el año. No las fuerzas que sean necesarias para el día siguiente, o para la semana entrante, sino las que necesitamos hoy, y Él no nos fallará si hacemos lo que Él nos pide y espera de nosotros.
Es en Dios en quien debemos confiar, no en nosotros mismos. El que confía en sí mismo y no en Dios, porque cree no necesitarlo, verá cómo sus fuerzas algún día le fallan y sus rodillas flaquean. Por eso los que abandonan al Señor, o le hacen la guerra, escucharán algún día las terribles palabras: “Apartaos de mí, hacedores de maldad.” (Lc 13:27), y nada podrá salvarlos, porque ellos mismos en su ceguera escogieron el camino que lleva a la perdición.
Los que se apoyaron en Dios y desecharon el mal camino que se les presentaba con todos los atractivos de la seducción, como le ocurrió a José en casa de Potifar (Gn 39:8-12), saben que Dios no los abandonará en medio de la prueba, sino que dará junto con la tentación la salida (1Cor 10:13); como lo experimentó Pedro cuando estaba en la cárcel, y un ángel vino a librarlo (Hch 12:6-11); o como lo experimentó Daniel cuando estaba en la fosa de los leones y no lo tocaron (Dn 6:10-24).
La práctica constante de la virtud fortalece nuestros corazones y nos hace más fácil caminar por senderos rectos sin desviarnos. Como ocurrió con Pablo (Hch 23:1), una buena conciencia nos vuelve osados para enfrentar los peligros que nos acechan y constantes en el cumplimiento del deber; nos da paz y serenidad en medio de las tempestades, confiados en que el timón de nuestra barca está en las mejores manos.
30. “El justo no será removido jamás; pero los impíos no habitarán la tierra.”
Podría objetarse que los justos son a veces removidos de su lugar por las persecuciones, o que en ocasiones pueden pasar de la prosperidad a la adversidad, de la riqueza a la pobreza, como le ocurrió a Job; y que algún día correrán inevitablemente la suerte asignada a todos los hombres, de pasar de este mundo, que no quisieran abandonar, a otro que es mucho mejor, aunque la partida sea dolorosa. Pero nunca serán removidos del amor de Dios, pues nada los puede separar del amor de Cristo (Rm 8:39).
Dios nos dice por boca de Isaías que Él nos tiene grabados en las palmas de sus manos (Is 49:16). ¿Y quién nos podrá borrar? En virtud de la fe el justo posee desde ya la vida eterna (Jn 3:36; 5:24; 6:40) y nadie se la puede quitar.
En cambio, el impío no habita en esta tierra sino por un lapso limitado de tiempo, porque la vida humana es breve, pero no habitará ni un instante en la nueva tierra que Dios creará y en la cual morará la justicia (Is 65:17; 66:22; 2P 3:13). No siendo hijos de Dios, los impíos no tienen derecho a heredar la tierra prometida a los que siguen las pisadas de Cristo. Antes bien, ellos serán cortados de esta tierra y desarraigados (Pr 2:22).
Los dos proverbios siguientes expresan ideas afines, que hablan del poder de nuestras palabras, y que nos recuerdan las palabras de Jesús: “El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca cosas buenas; y el hombre malo, del mal tesoro saca cosas malas.” (Mt 12:35). De modo que lo que el hombre diga depende de lo que tenga en su corazón. Pero nunca deberíamos olvidar las palabras de Jesús que siguen: “Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. (¡Oh Dios, cuántas palabras ociosas habré yo pronunciado en mi vida!) Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado.” (Mt 12:36,37).
La sabiduría es una recompensa que recibe el hombre que agrada a Dios, según dice Eclesiastés 2:26. Pero es también fruto de sus esfuerzos por alcanzarla, como nos insta a hacer el proverbista: “Sabiduría ante todo; adquiere sabiduría; y sobre todas tus posesiones adquiere inteligencia.” (Pr 4:7). Porque el premio que recibirás de ese empeño será grande: “Engrandécela, y ella te engrandecerá; ella te honrará cuando tú la hayas abrazado.” (v. 8).
Al leer estos dos proverbios haríamos bien en recordar lo que Salomón ha dicho ya en este capítulo acerca de la boca (vers. 10, 20 y 21). Y sería bueno que recordemos el enorme efecto que pueden tener las palabras dichas en el momento oportuno, como cuando Gedeón aplacó la ira de los de Efraín (Jc 8:1-3). O como cuando Abigaíl retuvo la mano de David que estaba decidida a derramar sangre para vengar la ofensa que Nabal le había hecho (1Sm 25:23-33). O como cuando Daniel encaró al poderoso rey Nabucodonosor (Dn 4:24-27).
31. “La boca del justo producirá sabiduría; mas la lengua perversa será cortada.”
La boca del justo “produce” en el sentido de “to bring forth” (NKJV). Esto es, dice, o manifiesta, cosas sabias que instruyen, y por ese motivo permanece; al contrario de la lengua perversa que no habla sabiduría, sino maldades, necedades y pecado, y por eso corrompe en vez de edificar; y desalienta en vez de alentar. Como una rama seca que cuelga inútil del árbol, será cortada y quemada en el fuego.
No puede el árbol malo producir buenos frutos, ni el bueno producirlos malos, dijo Jesús (Mt 7:18) porque el árbol da fruto de acuerdo a su naturaleza, o condición. De manera semejante, las palabras y los hechos del impío serán reflejo, o fruto, del estado de su alma, así como también las palabras y hechos del justo corresponden a su naturaleza.
¿Cuál es nuestro estado? ¿Cuáles son los frutos que producimos? ¿Estamos unidos al tronco por donde fluye la savia divina, esto es, la gracia de Dios? ¿Somos pámpanos que permanecen en la vid verdadera? ¿O seremos cortados como sarmientos inútiles que no rinden buen fruto, para ser quemados más adelante? (cf Jn 15:1-6).
32. “Los labios del justo saben hablar lo que agrada; mas la boca de los impíos habla perversidades.”
Así como dicen cosas sabias, los labios del justo dicen cosas que agradan, no precisamente porque sean siempre agradables a los sentidos, sino porque son verdaderas. La verdad y la sabiduría son siempre agradables de oír para los rectos, aunque pueden ser en sí amargas. Las palabras de sabiduría son como miel para el justo, pero amargas, o insípidas, para los impíos. A ellos sólo les gusta hablar y oír cosas perversas. Sólo las palabras perversas les son sabrosas. Cada cual gusta de aquello a lo que se siente atraído porque corresponde a su naturaleza. El bien y el mal son como los polos positivo y negativo del imán. Lo que uno atrae, rechaza el otro.
¡Y qué importante es que sepamos captar la atención de los oyentes a quienes queremos enseñar o predicar! Debemos ganarnos sus oídos para que podamos ganarnos su corazón, dice acertadamente Ch. Bridges. Debemos persuadirlos con dulzura (2Cor 5:11,20), compasión (Rm 9:1-3) y simpatía (Tt 3:2).
Para que el pueblo busque la ley de labios del sacerdote que debe instruirlos, dice Malaquías, la iniquidad nunca debe ser hallada en su boca (2:6,7). Como sí ocurre, en cambio, con la boca del impío, que está llena de perversidades, y que por eso será cortada (Pr 10:31; Sal 12:3); o como dice otro salmo, porque “amaste el mal más que el bien; la mentira más que la verdad.” (Sal 52:3) ¡Oh Señor, haz que amemos más la verdad que la mentira; más el bien que el mal, y que nos aferremos al uno desechando al otro! ¡Pero sobre todo, que nos aferremos a ti!
NB. Al publicar este artículo quiero reconocer mi deuda con los comentarios de John Gill (1697-1771) y Charles Bridge (1794-1869), que he leído con provecho.
Amado lector: Jesús dijo: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma? (Mt 16:26) "Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."

#935 (24.07.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

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