LA VIDA Y LA PALABRA
Por
José Belaunde M.
LA
ESPERANZA DE LOS JUSTOS ES ALEGRÍA
Un
Comentario de Proverbios 10:28-32
28.
“La esperanza de los justos es alegría;
mas la esperanza de los impíos perecerá.”
La
esperanza del justo es alegría porque sabe que es cierta; en cambio, la del
impío se desvanece, se frustra y, por tanto, no produce alegría sino tristeza.
¿Quiénes
son los justos? Justos, en el sentido del Antiguo Testamento, del que forma
parte el libro de Proverbios, son los que conforman su vida a la voluntad de
Dios, acatando con un corazón sincero sus leyes, normas y principios. Ellos le
honran con su conducta pero, además, justos son todos los que procuran el bien
de la comunidad y le sirven, sabiendo que eso agrada a Dios. En el sentido del
Nuevo Testamento justos son todos los que han sido justificados por la fe en
Jesús (Rm 3:21-24).
El que vive sólo para sí, encerrado en sí
mismo, buscando sólo su propio provecho, no agrada a Dios, por muy justo que
parezca, o pretenda ser. El amor al prójimo, que es la otra cara del amor a
Dios, demanda darse. Dar es lo propio del amor, y cuanto más alto, o sublime,
sea el amor, mayor será el don. Da de sí la madre que amamanta al hijo que dio
a luz y a quien ama casi más que a su propia vida. Da el padre lo mejor de sus
fuerzas para poder sostener a la familia que ha constituido, y de la que está
orgulloso.
Porque
nos amaba Dios dio a su Hijo unigénito entregándolo a la muerte: “Porque de tal manera amó Dios al mundo que dio
a su Hijo para que todo el que crea en Él tenga vida eterna.” (Jn 3:16). Si no nos amara, no lo hubiera dado.
¿Sufriría
Dios al dar a su Hijo? No, no lo creo, sino más bien pienso que se gozaba
contemplando el bien que con su sacrificio otorgaría a la humanidad salvándola
de la condenación eterna. Dios Padre es el prototipo del “dador alegre”, del que habla Pablo a propósito de las ofrendas (2Cor
9:7), y de todo justo que mira al futuro con alegría porque da lo mejor
de sí en el servicio de su Creador, a quien ama sobre todas las cosas.
Los
que temen a Dios tienen su esperanza puesta en su misericordia, en que no los
juzgará severamente como lo merecen, de acuerdo a sus fallas, sino que su amor
cubrirá todas sus faltas, porque han sido lavadas por la sangre derramada de su
Hijo (Ef 1:7; Ap 1:5).
El
Padre se complace en ellos, esto es, los mira con agrado, porque tienen su
esperanza puesta en Él, y ésa es la mejor garantía de su dicha futura, porque
Él no defrauda a los que en Él confían (Is 49:23).
Esa
seguridad les proporciona desde ya una gran alegría en su corazón, un gozo
íntimo que se refleja en su rostro (Sal 105:3), y que edifica a todos los lo
que los tratan; el gozo que la paz de Dios, “que
supera todo entendimiento”, produce en el alma de los que sinceramente le buscan
(Flp 4:7). Ése es el gozo con que Jesús premia a los que sinceramente le sirven
(Mt 25;21,23; Jn 15:11; 16:24).
En
cambio, la esperanza de los impíos perece, porque la pusieron en un objeto
equivocado, en bienes que no perduran, sino que perecen como toda carne; porque
la pusieron en las cosas que se ven, que son transitorias (riquezas, honores y
placeres), en vez de haberla puesto en las cosas invisibles que son eternas
(2Cor 4:18). Bien lo expresa el patriarca Job: “¿Cuál es la esperanza del impío, por mucho que hubiere robado, cuando
Dios le quitare la vida?” (Jb 27:8; cf 8:13).
La
maldad acorta la vida de los impíos porque los hace ir por caminos errados
llenos de peligros imprevistos y de amenazas para su vida, como lo son los
vicios en los que el malvado se deleita. Toda la felicidad temporal que el
impío se promete con sus torpezas se tornará en tristeza y desesperación
interminable cuando coseche el fruto de su ceguera al negarse a creer en las
verdades que podían salvarlo (Jn 3:34).
29.
“El camino de Jehová es fortaleza al
perfecto; pero es destrucción a los que hacen maldad.”
El
profeta Oseas dijo algo que casi parece un comentario a este proverbio: “Los caminos de Jehová son rectos, y los
justos caminarán en ellos; mas los rebeldes caerán en ellos.” (14:9),
porque nadie se opone impunemente a su voluntad.
No
basta con que escuchemos una vez las advertencias que nos da el Señor. Debemos
detenernos en ellas, estudiarlas y meditar en ellas para ponerlas en práctica.
Sabemos que “el gozo del Señor es nuestra
fortaleza” (Nh 8:10). Aunque el camino sea difícil y escarpado, seguir sus
caminos es motivo de alegría para todos los que buscan hacer la voluntad de
Dios en todo, porque tienen la seguridad de que Él los va a apoyar, como lo
promete por boca de Isaías: “Él da
esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas del que no tiene ninguna.” (40:29).
Y también: “Pero los que esperan en
Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no
se cansarán; caminarán, y no se fatigarán.” (v. 31).
¡Cuántos
no hemos experimentado alguna vez la verdad de estas promesas cuando estábamos
a punto de abandonar la lucha desanimados, a punto de “tirar la toalla”, como
se dice!
Así
como los israelitas en el desierto no necesitaban guardar maná para el día
siguiente, porque cada día recibían lo necesario para la jornada (Ex 16:4,16-18),
de manera semejante el justo puede estar seguro de que día a día el Señor le
proveerá de lo necesario. Bien nos enseñó Jesús a orar al Padre: “El pan nuestro de cada día…” (Mt
6:11), no para todo el mes, o para todo el año. No las fuerzas que sean
necesarias para el día siguiente, o para la semana entrante, sino las que
necesitamos hoy, y Él no nos fallará si hacemos lo que Él nos pide y espera de
nosotros.
Es
en Dios en quien debemos confiar, no en nosotros mismos. El que confía en sí
mismo y no en Dios, porque cree no necesitarlo, verá cómo sus fuerzas algún día
le fallan y sus rodillas flaquean. Por eso los que abandonan al Señor, o le
hacen la guerra, escucharán algún día las terribles palabras: “Apartaos de mí, hacedores de maldad.” (Lc
13:27), y nada podrá salvarlos, porque ellos mismos en su ceguera escogieron el
camino que lleva a la perdición.
Los
que se apoyaron en Dios y desecharon el mal camino que se les presentaba con
todos los atractivos de la seducción, como le ocurrió a José en casa de Potifar
(Gn 39:8-12), saben que Dios no los abandonará en medio de la prueba, sino que
dará junto con la tentación la salida (1Cor 10:13); como lo experimentó Pedro
cuando estaba en la cárcel, y un ángel vino a librarlo (Hch 12:6-11); o como lo
experimentó Daniel cuando estaba en la fosa de los leones y no lo tocaron (Dn
6:10-24).
La
práctica constante de la virtud fortalece nuestros corazones y nos hace más
fácil caminar por senderos rectos sin desviarnos. Como ocurrió con Pablo (Hch
23:1), una buena conciencia nos vuelve osados para enfrentar los peligros que
nos acechan y constantes en el cumplimiento del deber; nos da paz y serenidad
en medio de las tempestades, confiados en que el timón de nuestra barca está en
las mejores manos.
30.
“El justo no será removido jamás; pero
los impíos no habitarán la tierra.”
Podría
objetarse que los justos son a veces removidos de su lugar por las
persecuciones, o que en ocasiones pueden pasar de la prosperidad a la
adversidad, de la riqueza a la pobreza, como le ocurrió a Job; y que algún día
correrán inevitablemente la suerte asignada a todos los hombres, de pasar de este
mundo, que no quisieran abandonar, a otro que es mucho mejor, aunque la partida
sea dolorosa. Pero nunca serán removidos del amor de Dios, pues nada los puede
separar del amor de Cristo (Rm 8:39).
Dios
nos dice por boca de Isaías que Él nos tiene grabados en las palmas de sus
manos (Is 49:16). ¿Y quién nos podrá borrar? En virtud de la fe el justo posee
desde ya la vida eterna (Jn 3:36; 5:24; 6:40) y nadie se la puede quitar.
En
cambio, el impío no habita en esta tierra sino por un lapso limitado de tiempo,
porque la vida humana es breve, pero no habitará ni un instante en la nueva
tierra que Dios creará y en la cual morará la justicia (Is 65:17; 66:22; 2P
3:13). No siendo hijos de Dios, los impíos no tienen derecho a heredar la
tierra prometida a los que siguen las pisadas de Cristo. Antes bien, ellos
serán cortados de esta tierra y desarraigados (Pr 2:22).
Los
dos proverbios siguientes expresan ideas afines, que hablan del poder de nuestras
palabras, y que nos recuerdan las palabras de Jesús: “El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca cosas buenas; y el
hombre malo, del mal tesoro saca cosas malas.” (Mt 12:35). De modo que lo
que el hombre diga depende de lo que tenga en su corazón. Pero nunca deberíamos
olvidar las palabras de Jesús que siguen: “Mas
yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán
cuenta en el día del juicio. (¡Oh Dios, cuántas palabras ociosas habré yo
pronunciado en mi vida!) Porque por tus
palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado.” (Mt
12:36,37).
La
sabiduría es una recompensa que recibe el hombre que agrada a Dios, según dice
Eclesiastés 2:26. Pero es también fruto de sus esfuerzos por alcanzarla, como
nos insta a hacer el proverbista: “Sabiduría
ante todo; adquiere sabiduría; y sobre todas tus posesiones adquiere
inteligencia.” (Pr 4:7). Porque el premio que recibirás de ese empeño será
grande: “Engrandécela, y ella te
engrandecerá; ella te honrará cuando tú la hayas abrazado.” (v. 8).
Al
leer estos dos proverbios haríamos bien en recordar lo que Salomón ha dicho ya
en este capítulo acerca de la boca (vers. 10, 20 y 21). Y sería bueno que
recordemos el enorme efecto que pueden tener las palabras dichas en el momento
oportuno, como cuando Gedeón aplacó la ira de los de Efraín (Jc 8:1-3). O como
cuando Abigaíl retuvo la mano de David que estaba decidida a derramar sangre
para vengar la ofensa que Nabal le había hecho (1Sm 25:23-33). O como cuando Daniel
encaró al poderoso rey Nabucodonosor (Dn 4:24-27).
31.
“La boca del justo producirá sabiduría;
mas la lengua perversa será cortada.”
La
boca del justo “produce” en el sentido de “to bring forth” (NKJV). Esto es,
dice, o manifiesta, cosas sabias que instruyen, y por ese motivo permanece; al
contrario de la lengua perversa que no habla sabiduría, sino maldades,
necedades y pecado, y por eso corrompe en vez de edificar; y desalienta en vez
de alentar. Como una rama seca que cuelga inútil del árbol, será cortada y
quemada en el fuego.
No
puede el árbol malo producir buenos frutos, ni el bueno producirlos malos, dijo
Jesús (Mt 7:18) porque el árbol da fruto de acuerdo a su naturaleza, o
condición. De manera semejante, las palabras y los hechos del impío serán
reflejo, o fruto, del estado de su alma, así como también las palabras y hechos
del justo corresponden a su naturaleza.
¿Cuál
es nuestro estado? ¿Cuáles son los frutos que producimos? ¿Estamos unidos al
tronco por donde fluye la savia divina, esto es, la gracia de Dios? ¿Somos
pámpanos que permanecen en la vid verdadera? ¿O seremos cortados como
sarmientos inútiles que no rinden buen fruto, para ser quemados más adelante?
(cf Jn 15:1-6).
32.
“Los labios del justo saben hablar lo que
agrada; mas la boca de los impíos habla perversidades.”
Así
como dicen cosas sabias, los labios del justo dicen cosas que agradan, no
precisamente porque sean siempre agradables a los sentidos, sino porque son
verdaderas. La verdad y la sabiduría son siempre agradables de oír para los
rectos, aunque pueden ser en sí amargas. Las palabras de sabiduría son como
miel para el justo, pero amargas, o insípidas, para los impíos. A ellos sólo
les gusta hablar y oír cosas perversas. Sólo las palabras perversas les son
sabrosas. Cada cual gusta de aquello a lo que se siente atraído porque
corresponde a su naturaleza. El bien y el mal son como los polos positivo y
negativo del imán. Lo que uno atrae, rechaza el otro.
¡Y
qué importante es que sepamos captar la atención de los oyentes a quienes
queremos enseñar o predicar! Debemos ganarnos sus oídos para que podamos
ganarnos su corazón, dice acertadamente Ch. Bridges. Debemos persuadirlos con
dulzura (2Cor 5:11,20), compasión (Rm 9:1-3) y simpatía (Tt 3:2).
Para
que el pueblo busque la ley de labios del sacerdote que debe instruirlos, dice
Malaquías, la iniquidad nunca debe ser hallada en su boca (2:6,7). Como sí
ocurre, en cambio, con la boca del impío, que está llena de perversidades, y
que por eso será cortada (Pr 10:31; Sal 12:3); o como dice otro salmo, porque “amaste el mal más que el bien; la mentira
más que la verdad.” (Sal 52:3) ¡Oh Señor, haz que amemos más la verdad que
la mentira; más el bien que el mal, y que nos aferremos al uno desechando al
otro! ¡Pero sobre todo, que nos aferremos a ti!
NB. Al publicar este artículo quiero
reconocer mi deuda con los comentarios de John Gill (1697-1771) y Charles
Bridge (1794-1869), que he leído con provecho.
Amado
lector: Jesús dijo: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si
pierde su alma? (Mt 16:26) "Si
tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de
Dios, yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo una
sencilla oración:
"Jesús,
tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los
hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he
ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces
gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente
de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname,
Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y
gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."
#935 (24.07.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José
Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel
4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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