LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde
M.
BENDICE, ALMA MÍA, A JEHOVÁ I
Un Comentario del Salmo 103:1-7
Este salmo forma, junto con el que le sigue, el 104, una pareja de poemas de belleza literaria y conceptual extraordinaria. Aunque los temas que abordan son diferentes –el salmo 104 está dedicado a cantar las maravillas de la creación- los une una característica común: ambos empiezan y terminan con la frase “Bendice, alma mía, a Jehová”.
El
salmo 103 consta de 22 versículos, tantos como el número de consonantes que
tiene el alfabeto hebreo, pero no es un salmo alfabético. Se divide en dos
partes, que constan, la primera de dos estrofas de cinco versículos cada una; y
la segunda, de tres estrofas de cuatro versículos cada una.
Aunque la inscripción inicial –que no forma
parte del texto canónico, sino fue añadida después- lo atribuye a David, que él
sea el autor está descartado por el gran número de arameísmos que salpican su
texto, y que apuntan a una época de composición posterior al exilio babilónico.
1,2. “Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo
mi ser su santo nombre. Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de
sus beneficios.” (Nota 1)
Estos dos versículos son una exhortación a bendecir, esto
es, a alabar, a glorificar y a agradecer a Dios con todo lo que uno es, con
cuerpo, alma y espíritu, por todo lo que uno ha recibido de Él, y por todo lo
que aún hará por uno. Son como una orden que el salmista se da a sí mismo: Es
lo que corresponde que yo haga, porque Él se lo merece. Si no lo hiciera sería
un ingrato y faltaría a mi deber.
La segunda parte del vers. 1 podría también
traducirse así: “Bendigan todas mis
entrañas (Qereb) o, como hacen algunas
versiones: “Bendiga todo lo que está
dentro de mí”, es decir, mis pensamientos, mis afectos, mi entendimiento,
mi voluntad, mi memoria, mi conciencia, mi pasión, etc. (2)
Al comenzar este salmo el autor se habla a
sí mismo. Pocos son los que conversan consigo mismos, distraídos como están por
los alicientes del mundo exterior. Son como extraños a sí mismos. Pero sin vida
interior no hay crecimiento espiritual ni madurez. Cultiva tu ser interior en
comunión con Dios para que crezcas como ser humano.
Pero más importante que hablar con uno
mismo es hablar con Dios. ¿Hablas tú con Él? Eso deberíamos hacer nosotros a lo
largo del día, pues Él está dentro de nosotros, y espera que nosotros pongamos
nuestra atención en Él y le hablemos.
“No
olvides ninguno de sus beneficios.” El
salmista nos exhorta a no olvidar nada de lo que Dios ha hecho por nosotros en
el pasado, y puede hacer en el futuro con toda seguridad; a tenerlo siempre en
mente para que nuestro agradecimiento sea constante. Pero también para que el
recuerdo de su fidelidad nos sostenga cuando pasemos por pruebas, y fortalezca
nuestra confianza de que hoy como ayer, nos sacará de ellas. Sería por lo demás
una muestra de ingratitud no recordar todo lo que le debemos a Dios.
¿Cuáles son esos beneficios? En primer lugar
lo que se menciona en los tres versículos siguientes. Pero hay también otros
por los que deberíamos agradecer a Dios, comenzando por la vida misma, esto es,
nuestra existencia, un beneficio que tendemos a tomar como descontado, como si
no fuera un enorme bien en sí mismo el hecho de que existamos. ¿Estás tú
contento de existir? ¿O cambiarías tu vida por el no ser? Job alguna vez
maldijo el día que lo vio nacer (Jb 3:3. Pero véase el capítulo entero). (3)
3-5. “Él es quien perdona todas tus iniquidades,
el que sana todas tus dolencias; el que rescata del hoyo tu vida, el que te
corona de favores y misericordias; el que sacia de bien tu boca, de modo que te
rejuvenezcas como el águila.”
Aquí menciona el salmista los beneficios más importantes,
entre muchos, que Dios otorga a los suyos. Por eso estos son los versículos
claves del salmo. El primero de los beneficios es el perdón de los pecados que
recibimos cuando nos arrepentimos sinceramente de ellos. Este beneficio es
mencionado en primer lugar porque él abre la puerta a todos los siguientes. Si
nosotros no nos hemos reconciliado con Dios, normalmente los demás no nos serán
otorgados (aunque no sabemos de qué maneras Dios bendice a los que le dan la
espalda sabiendo que algún día se volverán a Él). Notemos que el perdón de los
pecados es un beneficio que se renueva constantemente, pues cada vez que
pecamos y nos arrepentimos, Él nos perdona.
Al perdonar nuestros pecados Dios nos
convierte automáticamente en justos, de pecadores que éramos; en amigos de
enemigos; en hijos a los que antes éramos esclavos. Pero Él no nos perdona
solamente los pecados que hemos cometido y confesado, sino que erradica en gran
medida las tendencias maliciosas de nuestra alma cuando nacemos de nuevo y nos
volvemos enteramente hacia Él, de manera que en adelante nos sea difícil volver
a pecar. Eso es algo que experimenta todo el que se ha convertido, porque su
ser interno ha sido radicalmente cambiado.
Al perdón sigue la sanación de nuestras
enfermedades y dolencias que, por lo común, son consecuencias de nuestros
pecados (Ex 15:26). En el proceso de curación de las enfermedades del alma el
médico divino puede verse obligado a usar remedios fuertes, dolorosos, que
debemos sobrellevar con paciencia.
“Rescata
del hoyo…” Pero no sólo eso sino que también nos salva de la muerte
que nos amenazaba (4), y de cualquier
situación angustiosa por la que pudiéramos atravesar (Sal 107:17-20). Y no sólo de la muerte física, sino más
importante aún, de la muerte eterna, al habernos salvado “mediante la redención que es en Cristo Jesús.” (Rm 3:24). Y éste
es ciertamente el más grande de todos los beneficios.
Y por encima de eso, ya superado todo
peligro, dice que nos corona, esto es, derrama sobre nosotros su favor y su
misericordia, como si nos colocara una corona de oro sobre la cabeza, que nos
distingue y adorna, y que es un anticipo de la “corona incorruptible de gloria” (1P 5:4) que algún día recibiremos
en el cielo. Para que podamos recibir esa corona, dice Bellarmino, la
misericordia divina debió haber ido delante nuestro justificándonos
gratuitamente; y la compasión debió protegernos en el camino para que no nos
desviemos.
Por último, sacia de toda clase de bienes
nuestra boca. ¿Por qué dice nuestra boca? Porque es la boca por donde se
reciben, en primer lugar, el alimento y la bebida que nos mantienen en vida. Es
una manera de decir que colma todos nuestros deseos. Pero ¿qué mayor bien que
la Palabra que hemos recibido de Él y que pronunciamos con la boca, y que
guardamos como un tesoro en el corazón? Ella nos asegura que podemos renovar
nuestra juventud, nuestra vitalidad y nuestras fuerzas (como el águila renueva
sus fuerzas cada cierto tiempo, Is. 40:31; o como el ave fénix de la leyenda
que resurgía de sus cenizas) y conservarlas hasta el final de nuestros días.
Cuando estemos en la presencia de nuestro
Padre celestial todos nuestros deseos habrán sido satisfechos, porque gozaremos
de una felicidad perfecta de cuerpo y alma; el primero habiendo sido
transformado mediante la resurrección de la carne; la segunda mediante la
contemplación de la belleza infinita de Dios.
6. “Jehová es el que hace justicia y derecho a
todos los que padecen violencia.”
¿En qué sentido puede decirse esto cuando vemos en
nuestros días cómo miles de cristianos son perseguidos, desplazados, sus casas
destruidas y expropiadas, sus mujeres raptadas y violadas, y muchos de ellos
asesinados por fanáticos, por el solo hecho de ser seguidores de Cristo y de no
querer renunciar a su fe? Aunque no sabemos cómo Dios castiga a los culpables,
sabemos que si no hace justicia a los suyos en esta vida, en la futura
recibirán la recompensa por su fidelidad y perseverancia, y que los culpables
recibirán su merecido.
Pero igual podría preguntarse de muchos
cuya vida no corre peligro, pero que son explotados y oprimidos por gente que
carece de temor de Dios y que es cruel. Sabemos que Dios no sólo es justo y
recto, sino que se ocupa de que la justicia prevalezca sobre la injusticia, y
la rectitud sobre la deshonestidad, aunque no siempre veamos cómo ocurre (Sal
146:7-9).
Sabemos que en el pasado Dios escuchó los
lamentos de los israelitas cuando sufrían bajo el pesado yugo egipcio, y cómo
Él los liberó de la opresión haciendo que las huestes de faraón perecieran en
el Mar Rojo (Ex 14:21-31). De manera semejante no hay sangre de ningún mártir
que sea derramada inútilmente y no sea vengada. No hay tirano que al final no
muerda el polvo (Spurgeon). La justicia puede a veces ausentarse de los
tribunales humanos, pero nunca lo hará del tribunal de Dios.
7. “Sus caminos notificó a Moisés y a los hijos
de Israel sus proezas.”
El salmista continúa diciendo que Dios comunicó a Moisés
en el Sinaí las leyes, mandamientos y ordenanzas que debían regir la vida del
pueblo elegido (Ex 20:1-17), y a ellos mismos las cosas que debían hacer para
agradarle. Y tal como hizo en el pasado con el pueblo elegido, también lo hizo
con nosotros a través de Jesús, que enseñó una nueva ley como norma de vida que
era superior a la anterior (Mt 5-7).
¿Cuáles son esas proezas de que aquí se
habla? Las diez plagas con que afligió a Egipto (Ex 7:14-12:36), el paso del
Mar Rojo, el maná que caía diariamente en el desierto (Ex 16), la conquista de
la tierra prometida (Jos 6-21)… ¿Qué otras proezas ha hecho Dios que no debemos
olvidar? Las que menciona María en su cántico: “Esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones, quitó de
los tronos a los poderosos, y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de
bienes, y a los ricos envió vacíos.” (Lc 1:51-53). Pero a todos los que le
servimos Dios nos ha dado muestras de su misericordia en actos concretos en los
que intervino en nuestras vidas para alentarnos, confortarnos, guiarnos,
corregirnos, librarnos de dificultades y sanarnos.
Al interiorizar los mandamientos nosotros
hacemos nuestro el pacto eterno, renovado en el nuevo y mejor pacto que fue
sellado por la sangre de Cristo. Por eso dice la Escritura: “Pondré mi ley en su mente y la escribiré en
su corazón, y yo seré a ellos por Dios y ellos me serán por pueblo…y no me
acordaré más de su pecado.” (Jr 31:33,34; cf Hb 8:10,12).
Mathew Henry dice con razón que la
revelación divina es uno de los más grandes favores que Dios ha hecho a la
iglesia y a la humanidad en general, porque sin ella no le conoceríamos sino
vagamente (como los filósofos griegos), y andaríamos a oscuras, como los pueblos
a los que no llegó esa revelación. Pero nosotros, gracias a ella, no sólo
conocemos su naturaleza y sus atributos, sino también el gran amor que tiene
por nosotros, y cuánto desea que vivamos en amistad con Él.
Notas: 1. Nefesh, que generalmente se traduce como “alma”, es
el ser completo. En Gn 2:7 se dice que al soplar Dios aliento de vida en el
hombre que había formado, éste fue un nefesh,
esto es, se convirtió en un “ser viviente”.
2. John Stevenson escribe: “Que tu conciencia
bendiga al Señor por su fidelidad; que tu juicio bendiga al Señor por las
decisiones que tomes conforme a su palabra; que tu imaginación lo bendiga por
tus ensueños puros y santos; que tus afectos lo bendigan amando todo lo que Él
ama; que tus deseos lo bendigan al buscar sólo su gloria; que tu memoria lo
bendiga recordando todos sus beneficios; que tus pensamientos lo bendigan
meditando en sus excelencias; que tu esperanza lo bendiga deseando y esperando
la gloria que ha de ser revelada…”
3. El primer vers. es un ejemplo de paralelismo
sinónimo, pues las dos frases expresan la misma idea. El segundo vers. en
cambio, sería un caso de paralelismo sintético pues la segunda línea completa
el sentido de la primera. Los dos vers. juntos serían un caso de paralelismo
sintético no sólo porque empiezan con las mismas palabras, sino también porque
el segundo desarrolla el sentido del primero.
4. El “hoyo” es el sheol, la tumba, el reino de la muerte.
Amado lector: Si tú no estás seguro
de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te exhorto a
arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos
haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la
cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé
que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente
muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo
quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el
mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados
con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir
para ti y servirte.”
#913 (07.02.16). Depósito Legal #2004-5581.
Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima,
Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
2 comentarios:
Le doy gracias a Dios por su misericordia, hay tanto amor en éste Salmo 103, y el siguiente Salmo 104. Bendice alma mía a Jehová y no olvides ninguno de sus beneficios. Gracias por su enriquecido comentario Sr. José Belaunde.
Amén Amén Amén!! Así es bendiciones!!🙏🤲
Publicar un comentario