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lunes, 12 de septiembre de 2016

BENDICE ALMA MÍA A JEHOVÁ I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
BENDICE, ALMA MÍA, A JEHOVÁ I
Un Comentario del Salmo 103:1-7

Este salmo forma, junto con el que le sigue, el 104, una pareja de poemas de belleza literaria y conceptual extraordinaria. Aunque los temas que abordan son diferentes –el salmo 104 está dedicado a cantar las maravillas de la creación- los une una característica común: ambos empiezan y terminan con la frase “Bendice, alma mía, a Jehová”.
          El salmo 103 consta de 22 versículos, tantos como el número de consonantes que tiene el alfabeto hebreo, pero no es un salmo alfabético. Se divide en dos partes, que constan, la primera de dos estrofas de cinco versículos cada una; y la segunda, de tres estrofas de cuatro versículos cada una.
Aunque la inscripción inicial –que no forma parte del texto canónico, sino fue añadida después- lo atribuye a David, que él sea el autor está descartado por el gran número de arameísmos que salpican su texto, y que apuntan a una época de composición posterior al exilio babilónico.


1,2. “Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser su santo nombre. Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios.” (Nota 1)
Estos dos versículos son una exhortación a bendecir, esto es, a alabar, a glorificar y a agradecer a Dios con todo lo que uno es, con cuerpo, alma y espíritu, por todo lo que uno ha recibido de Él, y por todo lo que aún hará por uno. Son como una orden que el salmista se da a sí mismo: Es lo que corresponde que yo haga, porque Él se lo merece. Si no lo hiciera sería un ingrato y faltaría a mi deber.
La segunda parte del vers. 1 podría también traducirse así: “Bendigan todas mis entrañas (Qereb) o, como hacen algunas versiones: “Bendiga todo lo que está dentro de mí”, es decir, mis pensamientos, mis afectos, mi entendimiento, mi voluntad, mi memoria, mi conciencia, mi pasión, etc. (2)
Al comenzar este salmo el autor se habla a sí mismo. Pocos son los que conversan consigo mismos, distraídos como están por los alicientes del mundo exterior. Son como extraños a sí mismos. Pero sin vida interior no hay crecimiento espiritual ni madurez. Cultiva tu ser interior en comunión con Dios para que crezcas como ser humano.
Pero más importante que hablar con uno mismo es hablar con Dios. ¿Hablas tú con Él? Eso deberíamos hacer nosotros a lo largo del día, pues Él está dentro de nosotros, y espera que nosotros pongamos nuestra atención en Él y le hablemos.
“No olvides ninguno de sus beneficios.”  El salmista nos exhorta a no olvidar nada de lo que Dios ha hecho por nosotros en el pasado, y puede hacer en el futuro con toda seguridad; a tenerlo siempre en mente para que nuestro agradecimiento sea constante. Pero también para que el recuerdo de su fidelidad nos sostenga cuando pasemos por pruebas, y fortalezca nuestra confianza de que hoy como ayer, nos sacará de ellas. Sería por lo demás una muestra de ingratitud no recordar todo lo que le debemos a Dios.
¿Cuáles son esos beneficios? En primer lugar lo que se menciona en los tres versículos siguientes. Pero hay también otros por los que deberíamos agradecer a Dios, comenzando por la vida misma, esto es, nuestra existencia, un beneficio que tendemos a tomar como descontado, como si no fuera un enorme bien en sí mismo el hecho de que existamos. ¿Estás tú contento de existir? ¿O cambiarías tu vida por el no ser? Job alguna vez maldijo el día que lo vio nacer (Jb 3:3. Pero véase el capítulo entero). (3)

3-5. “Él es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias; el que rescata del hoyo tu vida, el que te corona de favores y misericordias; el que sacia de bien tu boca, de modo que te rejuvenezcas como el águila.”
Aquí menciona el salmista los beneficios más importantes, entre muchos, que Dios otorga a los suyos. Por eso estos son los versículos claves del salmo. El primero de los beneficios es el perdón de los pecados que recibimos cuando nos arrepentimos sinceramente de ellos. Este beneficio es mencionado en primer lugar porque él abre la puerta a todos los siguientes. Si nosotros no nos hemos reconciliado con Dios, normalmente los demás no nos serán otorgados (aunque no sabemos de qué maneras Dios bendice a los que le dan la espalda sabiendo que algún día se volverán a Él). Notemos que el perdón de los pecados es un beneficio que se renueva constantemente, pues cada vez que pecamos y nos arrepentimos, Él nos perdona.
Al perdonar nuestros pecados Dios nos convierte automáticamente en justos, de pecadores que éramos; en amigos de enemigos; en hijos a los que antes éramos esclavos. Pero Él no nos perdona solamente los pecados que hemos cometido y confesado, sino que erradica en gran medida las tendencias maliciosas de nuestra alma cuando nacemos de nuevo y nos volvemos enteramente hacia Él, de manera que en adelante nos sea difícil volver a pecar. Eso es algo que experimenta todo el que se ha convertido, porque su ser interno ha sido radicalmente cambiado.
Al perdón sigue la sanación de nuestras enfermedades y dolencias que, por lo común, son consecuencias de nuestros pecados (Ex 15:26). En el proceso de curación de las enfermedades del alma el médico divino puede verse obligado a usar remedios fuertes, dolorosos, que debemos sobrellevar con paciencia.
“Rescata del hoyo…” Pero no sólo eso sino que también nos salva de la muerte que nos amenazaba (4), y de cualquier situación angustiosa por la que pudiéramos atravesar (Sal 107:17-20). Y no sólo de la muerte física, sino más importante aún, de la muerte eterna, al habernos salvado “mediante la redención que es en Cristo Jesús.” (Rm 3:24). Y éste es ciertamente el más grande de todos los beneficios.
Y por encima de eso, ya superado todo peligro, dice que nos corona, esto es, derrama sobre nosotros su favor y su misericordia, como si nos colocara una corona de oro sobre la cabeza, que nos distingue y adorna, y que es un anticipo de la “corona incorruptible de gloria” (1P 5:4) que algún día recibiremos en el cielo. Para que podamos recibir esa corona, dice Bellarmino, la misericordia divina debió haber ido delante nuestro justificándonos gratuitamente; y la compasión debió protegernos en el camino para que no nos desviemos.
Por último, sacia de toda clase de bienes nuestra boca. ¿Por qué dice nuestra boca? Porque es la boca por donde se reciben, en primer lugar, el alimento y la bebida que nos mantienen en vida. Es una manera de decir que colma todos nuestros deseos. Pero ¿qué mayor bien que la Palabra que hemos recibido de Él y que pronunciamos con la boca, y que guardamos como un tesoro en el corazón? Ella nos asegura que podemos renovar nuestra juventud, nuestra vitalidad y nuestras fuerzas (como el águila renueva sus fuerzas cada cierto tiempo, Is. 40:31; o como el ave fénix de la leyenda que resurgía de sus cenizas) y conservarlas hasta el final de nuestros días.
Cuando estemos en la presencia de nuestro Padre celestial todos nuestros deseos habrán sido satisfechos, porque gozaremos de una felicidad perfecta de cuerpo y alma; el primero habiendo sido transformado mediante la resurrección de la carne; la segunda mediante la contemplación de la belleza infinita de Dios.

6. “Jehová es el que hace justicia y derecho a todos los que padecen violencia.”
¿En qué sentido puede decirse esto cuando vemos en nuestros días cómo miles de cristianos son perseguidos, desplazados, sus casas destruidas y expropiadas, sus mujeres raptadas y violadas, y muchos de ellos asesinados por fanáticos, por el solo hecho de ser seguidores de Cristo y de no querer renunciar a su fe? Aunque no sabemos cómo Dios castiga a los culpables, sabemos que si no hace justicia a los suyos en esta vida, en la futura recibirán la recompensa por su fidelidad y perseverancia, y que los culpables recibirán su merecido.
Pero igual podría preguntarse de muchos cuya vida no corre peligro, pero que son explotados y oprimidos por gente que carece de temor de Dios y que es cruel. Sabemos que Dios no sólo es justo y recto, sino que se ocupa de que la justicia prevalezca sobre la injusticia, y la rectitud sobre la deshonestidad, aunque no siempre veamos cómo ocurre (Sal 146:7-9).
Sabemos que en el pasado Dios escuchó los lamentos de los israelitas cuando sufrían bajo el pesado yugo egipcio, y cómo Él los liberó de la opresión haciendo que las huestes de faraón perecieran en el Mar Rojo (Ex 14:21-31). De manera semejante no hay sangre de ningún mártir que sea derramada inútilmente y no sea vengada. No hay tirano que al final no muerda el polvo (Spurgeon). La justicia puede a veces ausentarse de los tribunales humanos, pero nunca lo hará del tribunal de Dios.

7. “Sus caminos notificó a Moisés y a los hijos de Israel sus proezas.”
El salmista continúa diciendo que Dios comunicó a Moisés en el Sinaí las leyes, mandamientos y ordenanzas que debían regir la vida del pueblo elegido (Ex 20:1-17), y a ellos mismos las cosas que debían hacer para agradarle. Y tal como hizo en el pasado con el pueblo elegido, también lo hizo con nosotros a través de Jesús, que enseñó una nueva ley como norma de vida que era superior a la anterior (Mt 5-7).
¿Cuáles son esas proezas de que aquí se habla? Las diez plagas con que afligió a Egipto (Ex 7:14-12:36), el paso del Mar Rojo, el maná que caía diariamente en el desierto (Ex 16), la conquista de la tierra prometida (Jos 6-21)… ¿Qué otras proezas ha hecho Dios que no debemos olvidar? Las que menciona María en su cántico: “Esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones, quitó de los tronos a los poderosos, y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes, y a los ricos envió vacíos.” (Lc 1:51-53). Pero a todos los que le servimos Dios nos ha dado muestras de su misericordia en actos concretos en los que intervino en nuestras vidas para alentarnos, confortarnos, guiarnos, corregirnos, librarnos de dificultades y sanarnos.
Al interiorizar los mandamientos nosotros hacemos nuestro el pacto eterno, renovado en el nuevo y mejor pacto que fue sellado por la sangre de Cristo. Por eso dice la Escritura: “Pondré mi ley en su mente y la escribiré en su corazón, y yo seré a ellos por Dios y ellos me serán por pueblo…y no me acordaré más de su pecado.” (Jr 31:33,34; cf Hb 8:10,12).
Mathew Henry dice con razón que la revelación divina es uno de los más grandes favores que Dios ha hecho a la iglesia y a la humanidad en general, porque sin ella no le conoceríamos sino vagamente (como los filósofos griegos), y andaríamos a oscuras, como los pueblos a los que no llegó esa revelación. Pero nosotros, gracias a ella, no sólo conocemos su naturaleza y sus atributos, sino también el gran amor que tiene por nosotros, y cuánto desea que vivamos en amistad con Él.

Notas: 1. Nefesh, que generalmente se traduce como “alma”, es el ser completo. En Gn 2:7 se dice que al soplar Dios aliento de vida en el hombre que había formado, éste fue un nefesh, esto es, se convirtió en un “ser viviente”.
2. John Stevenson escribe: “Que tu conciencia bendiga al Señor por su fidelidad; que tu juicio bendiga al Señor por las decisiones que tomes conforme a su palabra; que tu imaginación lo bendiga por tus ensueños puros y santos; que tus afectos lo bendigan amando todo lo que Él ama; que tus deseos lo bendigan al buscar sólo su gloria; que tu memoria lo bendiga recordando todos sus beneficios; que tus pensamientos lo bendigan meditando en sus excelencias; que tu esperanza lo bendiga deseando y esperando la gloria que ha de ser revelada…”
3. El primer vers. es un ejemplo de paralelismo sinónimo, pues las dos frases expresan la misma idea. El segundo vers. en cambio, sería un caso de paralelismo sintético pues la segunda línea completa el sentido de la primera. Los dos vers. juntos serían un caso de paralelismo sintético no sólo porque empiezan con las mismas palabras, sino también porque el segundo desarrolla el sentido del primero.
4. El “hoyo” es el sheol, la tumba, el reino de la muerte.


Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
 “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”


#913 (07.02.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

viernes, 17 de julio de 2015

JESÚS SANA A UN MUCHACHO ENDEMONIADO

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
JESÚS SANA A UN MUCHACHO ENDEMONIADO
Un Comentario de Mateo 17:14-21
En este episodio, dice W. Wiersbe, pasamos del monte de la gloria (el de la Transfiguración) al valle de la necesidad. Tomar parte de la primera no hace a Jesús insensible a la segunda, sino al contrario. Hay un cuadro del famoso pintor renacentista Rafael, que ilustra muy bien el contraste entre ambas realidades. En la parte superior se ve a Jesús glorificado flotando en el aire, rodeado de Moisés y Elías, mientras que sus discípulos están postrados por tierra. En la parte inferior del cuadro se ve a un numeroso grupo de personas agitadas en torno a un hombre que sostiene a un muchacho atormentado, mientras que los brazos alzados de varias de las personas señalan a Jesús en la parte superior del cuadro.
14. “Cuando llegaron al gentío, vino a él un hombre que se arrodilló delante de él,”
Jesús y sus tres acompañantes descendieron del monte Tabor y fueron donde habían dejado a los otros nueve discípulos, que estaban rodeados de mucha gente que había estado siguiendo a Jesús y que parecía estar agitada.
En el pasaje paralelo de Marcos se dice que, al verlo, el gentío quedó enormemente sorprendido, atónito, como asustados (ékzambos). ¿No sería porque aún quedaba en el rostro de Jesús algún vestigio del brillo que tuvo en la montaña, tal como la cara de Moisés brillaba cuando descendió del Sinaí y la gente tenía miedo de acercarse a él? (Ex 34:30).
De en medio del gentío surgió un hombre que estaba muy angustiado, y que, corriendo donde Jesús, se arrodilló, y con una voz que denotaba desesperación, clamó:
15,16. “Señor, ten misericordia de mi hijo, que es lunático y padece muchísimo; porque muchas veces cae en el fuego, y muchas en el agua. Y lo he traído a tus discípulos, pero no le han podido sanar.”
 ¿Cuál podía ser la condición del chico? El evangelio dice “lunático”, que es una traducción de “seluniásetai”, palabra griega que designa un desarreglo nervioso crónico al que se dio en esa época ese nombre, porque se había observado que sus síntomas variaban con las fases de la luna. Por la descripción que hace Lucas 9:39 de su condición (sacudidas violentas, espuma en la boca) podría pensarse que se trataba de epilepsia. La descripción que hace Marcos 9:24 refuerza esa hipótesis. Pero nosotros sabemos bien que la causa verdadera era otra.
El hecho es que el muchacho, cuando era víctima de los accesos de su enfermedad, se precipitaba sobre las fogatas encendidas, o sobre el fuego abierto de la cocina, como se usaba entonces, o se echaba al agua, corriendo el peligro sea de quemarse, o de ahogarse.
Podemos imaginar la angustia de sus familiares, en especial de sus padres, que estaban siempre pendientes de él, cuidando de que no sufriera un accidente, o se hiciera daño.
El padre, que posiblemente había escuchado que Jesús estaba cerca, lo había traído para que Jesús lo sanara pero, no encontrándolo, pidió a sus discípulos que lo hicieran, pues sabía que ellos también hacían algunas señales por el poder que su Maestro les había conferido. Pero ellos se habían mostrado incapaces de ayudarlo.
17. “Respondiendo Jesús, dijo: ¡Oh generación incrédula y perversa! (Nota 1) ¿Hasta cuándo he de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os he de soportar? Traédmelo acá.”
La respuesta de Jesús parece insólitamente dura e impaciente. ¿A quién estaba dirigida? ¿A sus discípulos, o al gentío? Si a los discípulos, contiene un reproche por su incapacidad de lidiar con el demonio que poseía al joven, que en parte era merecido. Pero si estaba dirigida a la muchedumbre, no es difícil de entender la causa, puesto que se dejaba llevar por las argucias de los escribas, a los cuales también el reproche alcanza, así como al padre angustiado de fe incierta, como veremos enseguida.
Pero lo más probable es que sus palabras estuvieran dirigidas a la gente de su tiempo en general, a la generación en medio de la cual le había tocado vivir, gente incrédula y perversa, calificativos que suelen ir juntos, porque la carencia de fe lleva a toda clase de desvaríos morales.
El reproche de Jesús apunta particularmente al hecho de que la fe pura y ferviente del pueblo elegido con el tiempo se había deteriorado debido a las malas influencias a las que había estado expuesta, sea de los pueblos paganos de los que estaba rodeado, sea de los mismos maestros de Israel, los escribas y fariseos que les enseñaban.
Si viviera en nuestro tiempo ¿con cuánta mayor razón no nos dirigiría ese reproche a nosotros, y cuánto mayor no sería su impaciencia?
Sin embargo Jesús, con los milagros numerosos que hacía, había estado tratando de vivificar la fe de su pueblo. Sus palabras de reproche expresan su tristeza ante la inutilidad de sus esfuerzos, como si dijera: ¿Hasta cuándo perderé mi tiempo tratando de ayudarlos? Ya en oportunidades anteriores Jesús había mostrado su disgusto ante la incredulidad (Véase Mr 8:12 y 3:5), pero en esta ocasión su desagrado se tiñe de una encendida impaciencia.
En el pasaje paralelo de Marcos vemos que Jesús le pregunta al padre: ¿Desde cuándo está el niño así? Y él responde que desde pequeño. Enseguida el padre suplica a Jesús: “Si puedes hacer algo… ayúdanos” (Mr 9:22). Notemos que él no viene a Jesús con la seguridad de que Él puede sanar a su hijo, sino dudando. Quizá su fe se había debilitado oyendo la discusión entre los discípulos y los escribas (v. 14), los cuales posiblemente alegaban las razones por las cuales los nueve no habían podido expulsar al demonio. Jesús responde al padre: “Si puedes creer, al que cree todo le es posible. E inmediatamente el padre del muchacho clamó y dijo: Creo, ayuda mi incredulidad.” (v. 23,24).
¡Cuántos de nosotros, si somos sinceros, podríamos decir esas mismas palabras: “Creo, ayuda a mi incredulidad”! que es como si se dijera: Sí, yo creo en ti; pero soy consciente de que mi fe no basta, porque es débil e indecisa.
La clave del éxito de la vida espiritual es la fe. Si la fe se debilita, todas las otras facultades espirituales, y las virtudes decaen. Nuestra intrepidez, nuestro entusiasmo por las cosas de Dios, desfallecen. Los israelitas cruzaron a pie el mar Rojo sin dudar –recuerda J.C. Ryle- pero cuando llegaron a la frontera de la Tierra Prometida, que era el objetivo de su largo peregrinaje en el desierto, no se atrevieron a entrar y estuvieron pensando en dar vuelta y regresar. Dudaron del poder de Dios que los había sacado con mano fuerte de Egipto (Hb 3:19) y, como consecuencia estuvieron vagando durante casi cuarenta años en el desierto hasta que se les diera una nueva oportunidad de llegar a la frontera de la tierra prometida (Nm 14:21-23; 34,35; 33:49).
La incredulidad suele llevar a la perversión. La fe es el sometimiento de nuestra inteligencia a la revelación divina; la incredulidad se opone a Dios, lo contradice, y por eso es impotente en términos espirituales. Pero puede ser usada con provecho por el demonio para extender su influencia maligna.

“Traédmelo acá”. Pese a estar molesto con la incredulidad de la gente, Jesús no deja de apiadarse del que tiene necesidad de un toque de su poder. Cuando toda ayuda humana falla, la puerta de la misericordia divina está siempre abierta para el que la necesita.
18. “Y reprendió Jesús al demonio, el cual salió del muchacho, y éste quedó sano desde aquella hora.”
Como en tantas ocasiones, bastó que Jesús ordenara al demonio que salga de la persona atormentada para que el espíritu malo obedezca, no sin antes sacudir violentamente al muchacho, según Marcos, dejándolo como muerto, a tal punto que “muchos decían: Está muerto. Pero Jesús tomándolo de la mano, lo enderezó y se levantó” (Mr 9:26,27) (2). A partir de ese momento el muchacho quedó sano, es decir, no volvió a presentar los síntomas que antes lo aquejaban.
Pero sus discípulos se quedaron inquietos:
19. “Viniendo entonces los discípulos a Jesús, aparte, dijeron: ¿Por qué nosotros no pudimos echarlo fuera?”
Era natural que ellos se hicieran esa pregunta. Al elegir a los doce Jesús les había dado autoridad sobre los espíritus malignos (Mt 10:1,8). En otra ocasión Él había enviado en misión a los setenta que había escogido para que sanaran enfermos (Lc 10:1,9), y ellos habían retornado asombrados de que los demonios se les sujetaran en su nombre. En ese momento Él les confirmó a esos discípulos la “potestad de hollar serpientes y escorpiones”, (Lc 10:17-19), facultad que se extiende a todos nosotros, si tenemos fe suficiente para hacerlo. ¿Pero por qué esta vez ellos no habían podido liberar al joven del demonio que lo poseía?
20. “Jesús les dijo: Por vuestra poca fe; porque de cierto os digo, que si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará, y nada os será imposible.”
La respuesta de Jesús es intrigante. Porque carecéis de la fe necesaria; esto es, de la fe que hubiera podido hacer que vosotros reprendierais al demonio con una autoridad irresistible. Para explicarse Jesús emplea enseguida el lenguaje paradójico que tanto le gustaba usar: Opone el tamaño minúsculo de la fe al de la inmensa montaña que puede mover. Si tuvierais una fe tan pequeña como la más pequeña de las semillas del campo, podríais ordenar a un monte que se desplace, y el monte os obedecería. No hay nada que la fe, cuando es sólida y profunda, y excluye toda duda, no pueda alcanzar (cf Mr 11:23). En cierta medida Dios nos ha confiado una parte de su poder al darnos la fe.
La frase: “Nada os será imposible” es un eco de la frase que el ángel le dijo a María en la anunciación: “No hay nada imposible para Dios”, refiriéndose al hecho de que su pariente Isabel pudiera concebir en su vejez (Lc 1:37), lo que recuerda la promesa que Dios le dio a Abraham, asegurándole que su esposa Sara, anciana y estéril, concebiría un hijo (Gn 18:14).
¿Somos nosotros conscientes del poder que Dios nos ha dado? ¿Lo usamos cuando es necesario y las circunstancias lo justifican? ¡Pero cuántas veces por nuestra falta de fe no alcanzamos las cosas que deseamos lograr! El reproche que Jesús dirigió a sus discípulos nos alcanza también a nosotros: Por nuestra falta de fe. ¿Y cómo hacer que nuestra fe aumente? Es el mismo pedido que los discípulos hicieron una vez a Jesús (Lc 17:5). Nuestra fe aumenta en la medida en que cultivemos nuestra intimidad con Dios, y en la medida en que usemos la poca o mucha fe que tenemos.
Sin embargo, Jesús concede que hay demonios cuya expulsión demanda un especial esfuerzo:
21. “Pero este género no sale sino con oración y ayuno”.
Esto es, se requiere fortalecernos con una oración más intensa, y con el ayuno que potencia nuestras facultades espirituales. Esto es algo que se aplica a muchos campos de nuestra vida cristiana. Todas las gracias son gratuitas en términos de dinero. Por eso se les llama “gracias”. Pero tienen, a su vez, un costo espiritual tanto mayor cuanto más alto sea lo que deseamos alcanzar.
Notas: 1. Este reproche se parece a las palabras que Moisés dirigió al pueblo de Israel: “Generación torcida y perversa.” (Dt 32:5b; cf Flp 2:15).
2. Si nosotros queremos ser levantados de nuestra condición de frustración y debilidad, lo primero que tenemos que hacer es tomarnos de la mano de Jesús, que siempre está dispuesto a extendérnosla; y en segundo lugar, debemos dejar que Él nos enderece y nos corrija, para que pueda llevarnos por los caminos por los cuales debemos andar siguiendo sus pasos.
Consideraciones adicionales. El notable comentarista anglicano J.C. Ryle observa, a propósito de este episodio, que con frecuencia Satanás ejerce un dominio sobre la juventud que es de peores consecuencias que el que se describe en este pasaje: “Parecen ser esclavos de la voluntad del maligno, y haber cedido del todo a sus tentaciones. Desechan el temor de Dios y violan sus mandamientos; rinden culto a la concupiscencia y al deleite; se entregan a toda clase de desórdenes y excesos… Son, en una palabra, esclavos voluntarios de Satanás.”
Esta observación es muy justa, y yo mismo lo he podido comprobar alrededor mío en mi juventud. Sin embargo, agrega él, que no por eso debemos perder la esperanza respecto de esos jóvenes, porque el poder de nuestro Señor Jesucristo es infinito para salvar. “Por duros que parezcan sus corazones, son susceptibles de conmoverse; por profunda que parezca su corrupción, aún pueden ser reformados”. Por eso sus padres y maestros no deben dejar de orar por ellos.
Hay quienes hacen un paralelo entre el espíritu maligno que se apodera del muchacho y el espíritu de la guerra que en ocasiones se apodera de las personas y de las naciones, que los hace botar figuradamente espumarajos de cólera y odio, llegando a los límites de la histeria, como se vio en la última guerra mundial; un espíritu fanático frente al cual las iglesias, conscientes de lo que se venía, se vieron impotentes; o peor aún, con el cual en algunos casos colaboraron, aun sabiendo los terribles estragos y el gran sufrimiento que causan las guerras.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
 “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#873 (22.03.15). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).