martes, 24 de mayo de 2016

UNA VISIÓN DEL HIJO DEL HOMBRE I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
UNA VISION DEL HIJO DEL HOMBRE I
Un Comentario de Apocalipsis 1:9-13
9. "Yo Juan, vuestro hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación, en el reino y en la paciencia de Jesucristo, estaba en la isla llamada Patmos, por causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo."
El versículo se inicia con las palabras "Yo Juan" en las que el autor se nombra a sí mismo. Algo semejante se encuentra solamente en el libro de Daniel, donde se lee tres veces: "Yo Daniel" y que deben haberle servido de modelo (Dn 9:2;10:2;12:5). En su evangelio y en sus epístolas Juan no menciona su nombre. Aquí sí lo hace pero, humildemente, omite su condición de apóstol.

Terminada la introducción y el saludo inicial, el autor empieza aquí a narrar la visión que ha tenido. La inicia presentándose a sí mismo ante sus lectores como hermano suyo en Cristo, y participante con ellos en tres cosas muy dispares, pero que él agrupa porque eran la común experiencia de todos.

Estas tres cosas son, en primer lugar, la persecución de la cual ellos serían víctimas a causa, como él dice en seguida, de la predicación del Evangelio. La obra ha sido escrita muy probablemente cuando él veía venir en el espíritu la primera persecución de los cristianos decretada por Nerón, es decir, antes del año 64, y, por tanto, antes de la destrucción del Templo de Jerusalén. (Véase mi artículo "La Revelación de Jesucristo I")

La palabra que Juan emplea aquí (zlipsis, que suele traducirse como tribulación, o adversidad, aflicción, angustia) aparece muchas veces en el Nuevo Testamento para señalar lo que era la experiencia común de los cristianos de los primeros tiempos, según lo anunció Jesús: "En el mundo tendréis aflicción." (Jn 16:33). Véase por ejemplo, Hch 14:22; Rm 5:3; 12:12.

La segunda cosa es el reino de Dios inaugurado por el ministerio de Jesús en Galilea, reino en el cual todo cristiano vive, porque está en medio nuestro, aunque no sea visible, y en el cual nosotros somos a la vez súbditos de Jesucristo, y un real sacerdocio junto con Él (1P2:9).

La tercera es la paciencia con que su Maestro, el Siervo sufriente, afrontó las pruebas que le trajo el ser rechazado por los suyos (Jn 1:11). Jesús soportó pacientemente la contradicción del mundo hasta la muerte; sus discípulos deben estar preparados para sufrir pruebas semejantes con igual paciencia. En realidad, bien mirado, padecerlas es un privilegio, y el anticipo de la corona que recibirán algún día en recompensa.

Juan dice que a causa del Evangelio estaba en Patmos, pequeña isla del mar Egeo, que está a unos 90 Km al suroeste de la ciudad de Éfeso, frente a la costa de lo que es hoy Turquía, en medio de un archipiélago de islas de diversos tamaños, llamadas las Espóradas.

El lenguaje que usa Juan parece indicar que él recibió las visiones que narra cuando estaba en esa isla, pero no necesariamente que escribiera el libro estando allí. Puede haberlo escrito después. Pero ¿por qué motivo estaba él en esa isla inhóspita que era usada para desterrar a los enemigos del emperador? Si la persecución neroniana no se había desatado aún, es posible que, como le ocurrió también a Pablo, la predicación del Evangelio lo puso en conflicto con las autoridades de Éfeso, y que el gobernador romano tomara medidas punitivas contra él.

Si así fue, a él le tocó en esa oportunidad beber la copa de Jesucristo, y ser bautizado con su bautismo (Mt 20:22). ¿Cuántos de nosotros estamos dispuestos a pasar por lo mismo a causa del Evangelio? No nos jactemos de lo que no seríamos quizá capaces, y démosle, más bien, gracias a Dios de que no tengamos que pasar por pruebas semejantes.

10. "Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta."
¿Qué significa este "estar en el espíritu" al que alude Juan? La respuesta más común es que él estaba, por así decirlo, "fuera de sí", en ese estado comúnmente llamado "éxtasis", que no era inusual en los apóstoles (Hch 10:10; 11:5; 18:9). Por decirlo en pocas palabras, es estar tan inmerso en la contemplación de Dios, y de las realidades espirituales que la operación de los sentidos se suspende. No se oye, no se ve, ni se siente nada aparte de aquello que se contempla interiormente.

Éste es un estado parecido -aunque en muchísimo menor grado- al que todos en alguna ocasión hemos experimentado: Estar tan absorbidos en la lectura, o tener puesta la atención tan intensamente en algo, que no vemos ni sentimos los estímulos del exterior.

Estar en el espíritu es un grado superior de ese estado, con la diferencia de que comúnmente el rapto de la atención proviene de una fuerza espiritual superior que todo lo avasalla.

Pablo en su segunda epístola a los Corintios habla de una experiencia semejante que tuvo él, de la que dice que no sabía si fue en el cuerpo, o fuera del cuerpo, y en la que fue arrebatado hasta el tercer cielo, "al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar." (2 Cor 12:2.4). Para él fue como si su cuerpo hubiera sido transportado. Pero es más razonable suponer que su cuerpo no se movió de donde estaba, y se trató de una experiencia sobrenatural "en el espíritu".

Ese estado de trance es semejante al experimentado por muchos profetas en el Antiguo Testamento (AT). Véase por ejemplo Is 6:1ss; Ez cap 1; Dn caps. 7, 8 y 10. Pedro narra una experiencia semejante en Hch 11:5.

Las sensaciones auditivas, o visuales, que se tienen en ese estado son de una intensidad muy superior a las que proporcionan los sentidos del cuerpo. Por eso dice que oyó "una gran voz como de trompeta", cuyo sonido era de una fuerza superior a todo lo que él estaba acostumbrado a oír.

Recuérdese que ha sido una práctica común de todos los pueblos, atestiguada en el AT, y que no ha desaparecido del todo, tocar trompeta para convocar a la gente al culto (Lv 23:24; 25:9; Sal 81:3-5), o a los soldados a la batalla (Neh 4:20, Jr 4:5; Ez 33:1-5, etc.)

Pero más significativo es recordar en este respecto que Dios anunció su presencia en el Sinaí al sonido de trompeta (bocina), provocando el pavor del pueblo (Ex 19:18,19; 20:18). Pablo asegura que un sonido de trompeta anunciará la segunda venida del Señor (1Co 15:52; 1Ts 4:16).

El "día del Señor" es, sin duda, el primer día de la semana, o día domingo, en el que los primeros cristianos empezaron a reunirse en lugar del día sábado, en conmemoración del día en que el Señor Jesús resucitó (Hch 20:7; 1Cor 16:2).

Pero hay quienes sostienen que la frase "día del Señor" alude al gran día escatológico de juicio, anunciado por los profetas del AT (Is 2:12; Jl 1:15; 2:2), y mencionado varias veces en el Nuevo Testamento (Hch 2:20; 1Cor 1:8; 2Cor 1:14; 1Ts 5:2; 2Ts 2:2; 2P 3:10), al que Juan fue transportado cuando estaba en el espíritu, y en el que pudo haber contemplado los acontecimientos futuros anunciados en su libro.

11. "que decía: Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último. Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias que están en Asia: a Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea."
Esa voz potente se identifica con el nombre que ya sabemos pertenece a Jesucristo, y le da una orden perentoria que él no puede eludir: Escribe en un libro, esto es, en un rollo de papiro como los que se usaban entonces, lo que te voy a revelar en visión, y envíalo a las siete iglesias que te indico. Es pues un libro escrito por encargo divino. De ningún otro libro del NT se dice eso.

Lo primero que hay que tener en cuenta es que Asia, no designa aquí al continente asiático, que recibió ese nombre mucho después, ni a lo que más tarde sería llamado "Asia Menor". Asia era entonces, como ya se indicó en un artículo anterior, el nombre de una provincia romana que ocupaba la región central costera de lo que es hoy Turquía, y cuya capital era Éfeso. Las otras provincias romanas eran Bitinia, Galacia, Ponto y  Capadocia. En la provincia de Asia se encontraban las ciudades a cuyas comunidades cristianas Juan debía escribir. ¿Por qué escoge Jesús esas ciudades si no eran las únicas de la provincia? Posiblemente porque en ellas estaban las iglesias que por algún motivo le interesaban en particular.

El número siete tiene una especial relevancia en este libro, como ya se ha indicado en el artículo anterior. ¿Qué simboliza ese número? Plenitud o perfección de aquello a lo que se aplica, o se refiere. Por ejemplo, siete son los días de la semana. Si yo menciono sólo cuatro, la semana está incompleta. Dios hizo el mundo en siete días. Si se hubiera detenido en el quinto día, por ejemplo, la creación hubiera quedado incompleta.

El mismo número siete, que aparece desde el inicio del Génesis en el relato de la creación, tiene cierta relevancia en el Antiguo Testamento. Por ejemplo, en las parejas de animales limpios de cada especie que Noé debía introducir en el arca (Gn 7:2); en las vacas gordas y flacas, y en las espigas llenas y vacías que vio Faraón en sueños (Gn 41:17-24), y que significaban alternativamente abundancia y escasez; en las vueltas que los hebreos debieron dar alrededor de las murallas de Jericó para que caigan (Js 6:4), etc.

Pero es sobre todo en Apocalipsis donde el número siete adquiere una importancia especial: siete espíritus, siete candeleros, siete estrellas, siete sellos, etc., como ya hemos visto también en el artículo anterior.

Yo no voy a hablar ahora de lo que significan esas siete iglesias. Lo reservo para cuando comente las cartas que Juan escribe separadamente a cada una de ellas. Bástenos saber en este momento que el Señor ha seleccionado siete iglesias que existían en esa región, porque ellas eran, sin duda, representativas del naciente movimiento cristiano, y porque, por sus características propias, cada una de ellas tenía una significación especial.

12. "Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de oro,"
Al oír la voz potente que le hablaba Juan se dio la vuelta para ver quién era el que le dirigía la palabra. Éste y los cuatro versículos siguientes están dedicados a describir a la persona que le habla. Pero lo primero que capta su atención, según dice, no fue una persona sino fueron objetos, por lo que hay que suponer que se trataba de cosas de un gran tamaño, y de un aspecto impresionante. Y eso fueron siete candeleros de oro.

Ahora bien, nosotros sabemos que el candelabro de oro de siete lámparas (una caña central, a ambos lados de la cual había tres brazos) que estaba en el lugar santo del templo de Jerusalén, jugaba un papel muy importante en el culto que el pueblo de Israel rendía a Dios (Ex 25:31,32; 37:17,18).

Según la tradición judía tenía aproximadamente un metro y medio de altura, y un metro de ancho. Pero es muy probable que lo que Juan vio fueran los siete brazos, o candeleros, de gran tamaño y de aspecto impresionante, que estaban de pie separados, porque las percepciones en el estado estático suelen ser muy intensas. Ellos en su conjunto representan a la iglesia de Dios, que se ha convertido en luz del mundo. En particular cada candelero representa a una de las siete iglesias a las que Juan dirigirá sus cartas.

Zacarías tuvo una visión de un candelabro de oro de siete lámparas, que tenía un olivo a cada lado, cuyo aceite alimentaba la llama de cada lámpara. Preguntando el profeta acerca del significado de ese candelabro, se le dijo: "No con ejército ni con fuerza, sino por mi espíritu." (Zc 4:2-4). Las llamas de las lámparas  representan la actividad del Espíritu Santo, que apareció en forma de lenguas de fuego en Pentecostés, y que es más poderosa que toda manifestación de poder humano.

Notemos que las iglesias son candeleros, no luces en sí mismas, sino portadoras de la luz que es Cristo. Las siete iglesias son independientes unas de otras, pero a la vez son una sola en la unidad del Espíritu de Cristo, que es su cabeza.

13. "y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro."
Si lo primero que le llamó la atención a Juan al volverse fueron los siete candeleros, ahora su mirada se centra en la figura humana que está en medio de ellos, del que dice que es semejante "al Hijo del Hombre". Fíjense que no dice "semejante a un hijo de hombre", es decir, a un ser humano; sino "al Hijo del Hombre". ¿Quién puede ser éste sino Jesús? Recordemos que a lo largo de los evangelios Jesús se llama a sí mismo "el Hijo del Hombre" (Mt 24:30; 26:64; Mr 13:26; 14:62; Lc 21:27).

El que Jesús usara esa expresión para referirse a sí mismo no es casual, sino es una referencia consciente al personaje que figura en el libro del profeta Daniel, y con el cual Él se identifica. En el libro de Daniel leemos: "Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como 'un hijo de hombre'"; es decir, uno con aspecto humano, lo cual es significativo después de la visión de las cuatro bestias a las que se había dado el dominio de los acontecimientos de la tierra (Véase Dn 7 y, en especial, el v.13).

Enseguida dice Daniel que hicieron que el "hijo del hombre" se acercara al Anciano de Días (es decir, al Padre eterno) y "Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido." (Dn 7:14)

¿Quién puede ser Aquel a quien se le ha dado dominio eterno sobre todos los pueblos de la tierra para que le sirvan? ¿Quién puede serlo sino Cristo Jesús, el Rey de todos los soberanos de la tierra?

Así pues, en su visión Juan ve en medio de los candeleros de oro a Aquel a quien conoció en su juventud, y de quien fue discípulo, a quien vio morir en la cruz, y a quien vio resucitado. Ahora lo ve de nuevo, pero glorificado. El hecho de que lo vea en medio de los siete candeleros que representan a las siete iglesias, indica que Jesús está actuando en medio de ellas y de su pueblo, según su promesa (Mt 28:20).

El resto del versículo, describe la ropa que Jesús lleva puesta, que le llegaba hasta los pies (cf Dn 7:9) y el cinto de oro que le ciñe el pecho (cf Dn 10:5), símbolo de su justicia y de su fidelidad (Is 11:5). Ese vestido y el cinto de oro evocan las vestiduras del sumo sacerdote que Dios ordenó a Moisés confeccionar para su hermano Aarón (Ex 28:4). Jesús es el Sumo Sacerdote de quien los sacerdotes humanos no son sino figuras pasajeras, según Hb 4:14-5:10. Véase en particular los vers. 5 y 6: "Así tampoco Cristo se glorificó a sí mismo haciéndose sumo sacerdote, sino el que le dijo: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy. Como también dice en otro lugar: Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec," rey de Salem, a la vez sacerdote y rey.

El cinto de oro que le ciñe el pecho y que recuerda al efod del sumo sacerdote (Ex 28:6; 39:2) es también símbolo de majestad, autoridad y dignidad, esto es, de realeza, subrayando que Jesús es Rey de Reyes y Señor de Señores (Ap 19:16).

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas  veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."


#895 (23.08.15). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694- 2004/OSD-INDECOPI). 

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