LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
UNA
VISION DEL HIJO DEL HOMBRE I
Un Comentario de
Apocalipsis 1:9-13
9. "Yo Juan, vuestro hermano, y
copartícipe vuestro en la tribulación, en el reino y en la paciencia de Jesucristo,
estaba en la isla llamada Patmos, por causa de la palabra de Dios y el
testimonio de Jesucristo."
El versículo se inicia con las palabras "Yo Juan" en las
que el autor se nombra a sí mismo. Algo semejante se encuentra solamente en el
libro de Daniel, donde se lee tres veces: "Yo Daniel" y que
deben haberle servido de modelo (Dn 9:2;10:2;12:5). En su evangelio y en sus
epístolas Juan no menciona su nombre. Aquí sí lo hace pero, humildemente, omite
su condición de apóstol.
Terminada la introducción y el saludo inicial, el autor empieza
aquí a narrar la visión que ha tenido. La inicia presentándose a sí mismo ante
sus lectores como hermano suyo en Cristo, y participante con ellos en tres
cosas muy dispares, pero que él agrupa porque eran la común experiencia de
todos.
Estas tres cosas son, en primer lugar, la persecución de la cual
ellos serían víctimas a causa, como él dice en seguida, de la predicación del
Evangelio. La obra ha sido escrita muy probablemente cuando él veía venir en el
espíritu la primera persecución de los cristianos decretada por Nerón, es
decir, antes del año 64, y, por tanto, antes de la destrucción del Templo de
Jerusalén. (Véase mi artículo "La Revelación de Jesucristo I")
La palabra que Juan emplea aquí (zlipsis, que suele
traducirse como tribulación, o adversidad, aflicción, angustia) aparece muchas
veces en el Nuevo Testamento para señalar lo que era la experiencia común de
los cristianos de los primeros tiempos, según lo anunció Jesús: "En el
mundo tendréis aflicción." (Jn 16:33). Véase por ejemplo, Hch 14:22;
Rm 5:3; 12:12.
La segunda cosa es el reino de Dios inaugurado por el ministerio de
Jesús en Galilea, reino en el cual todo cristiano vive, porque está en medio
nuestro, aunque no sea visible, y en el cual nosotros somos a la vez súbditos
de Jesucristo, y un real sacerdocio junto con Él (1P2:9).
La tercera es la paciencia con que su Maestro, el Siervo sufriente,
afrontó las pruebas que le trajo el ser rechazado por los suyos (Jn 1:11).
Jesús soportó pacientemente la contradicción del mundo hasta la muerte; sus
discípulos deben estar preparados para sufrir pruebas semejantes con igual
paciencia. En realidad, bien mirado, padecerlas es un privilegio, y el anticipo
de la corona que recibirán algún día en recompensa.
Juan dice que a causa del Evangelio estaba en Patmos, pequeña isla
del mar Egeo, que está a unos 90 Km al suroeste de la ciudad de Éfeso, frente a
la costa de lo que es hoy Turquía, en medio de un archipiélago de islas de
diversos tamaños, llamadas las Espóradas.
El lenguaje que usa Juan parece indicar que él recibió las visiones
que narra cuando estaba en esa isla, pero no necesariamente que escribiera el
libro estando allí. Puede haberlo escrito después. Pero ¿por qué motivo estaba
él en esa isla inhóspita que era usada para desterrar a los enemigos del
emperador? Si la persecución neroniana no se había desatado aún, es posible
que, como le ocurrió también a Pablo, la predicación del Evangelio lo puso en
conflicto con las autoridades de Éfeso, y que el gobernador romano tomara
medidas punitivas contra él.
Si así fue, a él le tocó en esa oportunidad beber la copa de
Jesucristo, y ser bautizado con su bautismo (Mt 20:22). ¿Cuántos de nosotros
estamos dispuestos a pasar por lo mismo a causa del Evangelio? No nos jactemos
de lo que no seríamos quizá capaces, y démosle, más bien, gracias a Dios de que
no tengamos que pasar por pruebas semejantes.
10. "Yo estaba en el Espíritu en el
día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta."
¿Qué significa este "estar en el espíritu" al que alude
Juan? La respuesta más común es que él estaba, por así decirlo, "fuera de
sí", en ese estado comúnmente llamado "éxtasis", que no era
inusual en los apóstoles (Hch 10:10; 11:5; 18:9). Por decirlo en pocas palabras,
es estar tan inmerso en la contemplación de Dios, y de las realidades
espirituales que la operación de los sentidos se suspende. No se oye, no se ve,
ni se siente nada aparte de aquello que se contempla interiormente.
Éste es un estado parecido -aunque en muchísimo menor grado- al que
todos en alguna ocasión hemos experimentado: Estar tan absorbidos en la
lectura, o tener puesta la atención tan intensamente en algo, que no vemos ni sentimos
los estímulos del exterior.
Estar en el espíritu es un grado superior de ese estado, con la diferencia
de que comúnmente el rapto de la atención proviene de una fuerza espiritual
superior que todo lo avasalla.
Pablo en su segunda epístola a los Corintios habla de una
experiencia semejante que tuvo él, de la que dice que no sabía si fue en el
cuerpo, o fuera del cuerpo, y en la que fue arrebatado hasta el tercer cielo, "al
paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre
expresar." (2 Cor 12:2.4). Para él fue como si su cuerpo hubiera sido
transportado. Pero es más razonable suponer que su cuerpo no se movió de donde
estaba, y se trató de una experiencia sobrenatural "en el espíritu".
Ese estado de trance es semejante al experimentado por muchos
profetas en el Antiguo Testamento (AT). Véase por ejemplo Is 6:1ss; Ez cap 1;
Dn caps. 7, 8 y 10. Pedro narra una experiencia semejante en Hch 11:5.
Las sensaciones auditivas, o visuales, que se tienen en ese estado son
de una intensidad muy superior a las que proporcionan los sentidos del cuerpo.
Por eso dice que oyó "una gran voz como de trompeta", cuyo sonido
era de una fuerza superior a todo lo que él estaba acostumbrado a oír.
Recuérdese que ha sido una práctica común de todos los pueblos, atestiguada
en el AT, y que no ha desaparecido del todo, tocar trompeta para convocar a la
gente al culto (Lv 23:24; 25:9; Sal 81:3-5), o a los soldados a la batalla (Neh
4:20, Jr 4:5; Ez 33:1-5, etc.)
Pero más significativo es recordar en este respecto que Dios
anunció su presencia en el Sinaí al sonido de trompeta (bocina), provocando el
pavor del pueblo (Ex 19:18,19; 20:18). Pablo asegura que un sonido de trompeta anunciará
la segunda venida del Señor (1Co 15:52; 1Ts 4:16).
El "día del Señor" es, sin duda, el primer día de
la semana, o día domingo, en el que los primeros cristianos empezaron a
reunirse en lugar del día sábado, en conmemoración del día en que el Señor
Jesús resucitó (Hch 20:7; 1Cor 16:2).
Pero hay quienes sostienen que la frase "día del
Señor" alude al gran día escatológico de juicio, anunciado por los profetas
del AT (Is 2:12; Jl 1:15; 2:2), y mencionado varias veces en el Nuevo
Testamento (Hch 2:20; 1Cor 1:8; 2Cor 1:14; 1Ts 5:2; 2Ts 2:2; 2P 3:10), al que
Juan fue transportado cuando estaba en el espíritu, y en el que pudo haber contemplado
los acontecimientos futuros anunciados en su libro.
11. "que decía: Yo soy el Alfa y la Omega,
el primero y el último. Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete
iglesias que están en Asia: a Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis,
Filadelfia y Laodicea."
Esa voz potente se identifica con el nombre que ya sabemos
pertenece a Jesucristo, y le da una orden perentoria que él no puede eludir:
Escribe en un libro, esto es, en un rollo de papiro como los que se usaban
entonces, lo que te voy a revelar en visión, y envíalo a las siete iglesias que
te indico. Es pues un libro escrito por encargo divino. De ningún otro libro del
NT se dice eso.
Lo primero que hay que tener en cuenta es que Asia, no designa aquí
al continente asiático, que recibió ese nombre mucho después, ni a lo que más
tarde sería llamado "Asia Menor". Asia era entonces, como ya se
indicó en un artículo anterior, el nombre de una provincia romana que ocupaba
la región central costera de lo que es hoy Turquía, y cuya capital era Éfeso.
Las otras provincias romanas eran Bitinia, Galacia, Ponto y Capadocia. En la provincia de Asia se
encontraban las ciudades a cuyas comunidades cristianas Juan debía escribir.
¿Por qué escoge Jesús esas ciudades si no eran las únicas de la provincia? Posiblemente
porque en ellas estaban las iglesias que por algún motivo le interesaban en
particular.
El número siete tiene una especial relevancia en este libro, como
ya se ha indicado en el artículo anterior. ¿Qué simboliza ese número? Plenitud
o perfección de aquello a lo que se aplica, o se refiere. Por ejemplo, siete
son los días de la semana. Si yo menciono sólo cuatro, la semana está
incompleta. Dios hizo el mundo en siete días. Si se hubiera detenido en el
quinto día, por ejemplo, la creación hubiera quedado incompleta.
El mismo número siete, que aparece desde el inicio del Génesis en el
relato de la creación, tiene cierta relevancia en el Antiguo Testamento. Por
ejemplo, en las parejas de animales limpios de cada especie que Noé debía introducir
en el arca (Gn 7:2); en las vacas gordas y flacas, y en las espigas llenas y
vacías que vio Faraón en sueños (Gn 41:17-24), y que significaban
alternativamente abundancia y escasez; en las vueltas que los hebreos debieron
dar alrededor de las murallas de Jericó para que caigan (Js 6:4), etc.
Pero es sobre todo en Apocalipsis donde el número siete adquiere
una importancia especial: siete espíritus, siete candeleros, siete estrellas,
siete sellos, etc., como ya hemos visto también en el artículo anterior.
Yo no voy a hablar ahora de lo que significan esas siete iglesias.
Lo reservo para cuando comente las cartas que Juan escribe separadamente a cada
una de ellas. Bástenos saber en este momento que el Señor ha seleccionado siete
iglesias que existían en esa región, porque ellas eran, sin duda, representativas
del naciente movimiento cristiano, y porque, por sus características propias, cada
una de ellas tenía una significación especial.
12. "Y me volví para ver la voz que hablaba
conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de oro,"
Al oír la voz potente que le hablaba Juan se dio la vuelta para ver
quién era el que le dirigía la palabra. Éste y los cuatro versículos siguientes
están dedicados a describir a la persona que le habla. Pero lo primero que
capta su atención, según dice, no fue una persona sino fueron objetos, por lo
que hay que suponer que se trataba de cosas de un gran tamaño, y de un aspecto
impresionante. Y eso fueron siete candeleros de oro.
Ahora bien, nosotros sabemos que el candelabro de oro de siete
lámparas (una caña central, a ambos lados de la cual había tres brazos) que
estaba en el lugar santo del templo de Jerusalén, jugaba un papel muy
importante en el culto que el pueblo de Israel rendía a Dios (Ex 25:31,32;
37:17,18).
Según la tradición judía tenía aproximadamente un metro y medio de altura,
y un metro de ancho. Pero es muy probable que lo que Juan vio fueran los siete
brazos, o candeleros, de gran tamaño y de aspecto impresionante, que estaban de
pie separados, porque las percepciones en el estado estático suelen ser muy intensas.
Ellos en su conjunto representan a la iglesia de Dios, que se ha convertido en
luz del mundo. En particular cada candelero representa a una de las siete
iglesias a las que Juan dirigirá sus cartas.
Zacarías tuvo una visión de un candelabro de oro de siete lámparas,
que tenía un olivo a cada lado, cuyo aceite alimentaba la llama de cada lámpara.
Preguntando el profeta acerca del significado de ese candelabro, se le dijo: "No
con ejército ni con fuerza, sino por mi espíritu." (Zc 4:2-4). Las
llamas de las lámparas representan la
actividad del Espíritu Santo, que apareció en forma de lenguas de fuego en Pentecostés,
y que es más poderosa que toda manifestación de poder humano.
Notemos que las iglesias son candeleros, no luces en sí mismas,
sino portadoras de la luz que es Cristo. Las siete iglesias son independientes
unas de otras, pero a la vez son una sola en la unidad del Espíritu de Cristo,
que es su cabeza.
13. "y en medio de los siete
candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba
hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro."
Si lo primero que le llamó la atención a Juan al volverse fueron
los siete candeleros, ahora su mirada se centra en la figura humana que está en
medio de ellos, del que dice que es semejante "al Hijo del
Hombre". Fíjense que no dice "semejante a un hijo de
hombre", es decir, a un ser humano; sino "al Hijo del
Hombre". ¿Quién puede ser éste sino Jesús? Recordemos que a lo largo de
los evangelios Jesús se llama a sí mismo "el Hijo del Hombre" (Mt
24:30; 26:64; Mr 13:26; 14:62; Lc 21:27).
El que Jesús usara esa expresión para referirse a sí mismo no es
casual, sino es una referencia consciente al personaje que figura en el libro
del profeta Daniel, y con el cual Él se identifica. En el libro de Daniel
leemos: "Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes
del cielo venía uno como 'un hijo de hombre'"; es decir, uno con
aspecto humano, lo cual es significativo después de la visión de las cuatro
bestias a las que se había dado el dominio de los acontecimientos de la tierra
(Véase Dn 7 y, en especial, el v.13).
Enseguida dice Daniel que hicieron que el "hijo del
hombre" se acercara al Anciano de Días (es decir, al Padre eterno) y "Y
le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y
lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su
reino uno que no será destruido." (Dn 7:14)
¿Quién puede ser Aquel a quien se le ha dado dominio eterno sobre
todos los pueblos de la tierra para que le sirvan? ¿Quién puede serlo sino
Cristo Jesús, el Rey de todos los soberanos de la tierra?
Así pues, en su visión Juan ve en medio de los candeleros de oro a
Aquel a quien conoció en su juventud, y de quien fue discípulo, a quien vio
morir en la cruz, y a quien vio resucitado. Ahora lo ve de nuevo, pero
glorificado. El hecho de que lo vea en medio de los siete candeleros que
representan a las siete iglesias, indica que Jesús está actuando en medio de
ellas y de su pueblo, según su promesa (Mt 28:20).
El resto del versículo, describe la ropa que Jesús lleva puesta,
que le llegaba hasta los pies (cf Dn 7:9) y el cinto de oro que le ciñe el
pecho (cf Dn 10:5), símbolo de su justicia y de su fidelidad (Is 11:5). Ese
vestido y el cinto de oro evocan las vestiduras del sumo sacerdote que Dios
ordenó a Moisés confeccionar para su hermano Aarón (Ex 28:4). Jesús es el Sumo
Sacerdote de quien los sacerdotes humanos no son sino figuras pasajeras, según
Hb 4:14-5:10. Véase en particular los vers. 5 y 6: "Así tampoco Cristo
se glorificó a sí mismo haciéndose sumo sacerdote, sino el que le dijo: Tú eres
mi Hijo, yo te he engendrado hoy. Como también dice en otro lugar: Tú eres
sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec," rey de Salem,
a la vez sacerdote y rey.
El cinto de oro que le ciñe el pecho y que recuerda al efod del
sumo sacerdote (Ex 28:6; 39:2) es también símbolo de majestad, autoridad y dignidad,
esto es, de realeza, subrayando que Jesús es Rey de Reyes y Señor de Señores
(Ap 19:16).
Amado lector: Si tú
no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios,
yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados, y te invito a pedirle perdón
a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
"Jesús, tú
viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los
hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he
ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin
merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados
y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava
mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante
quiero vivir para ti y servirte."
#895 (23.08.15). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde
M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218.
(Resolución #003694- 2004/OSD-INDECOPI).
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